Propósitos
En los balances y retrospectivas de la conformación del campo de la comunicación en América Latina, las obras más nombradas refieren a los padres fundadores. No hay madres, para seguir con la analogía de la familia. Lo mismo ocurre si relevamos los programas de las materias de grado de comunicación, e incluso de posgrado. Esto nos advierte de un hecho tan evidente como invisible: los aportes de las mujeres al campo de la comunicación en América Latina –y podríamos hacerlo más extensivo a la geografía internacional– ocupan en general un lugar periférico: sus nombres, sus trayectorias, sus obras.
En los últimos tiempos la temática en torno a las mujeres está ocupando gran parte de la agenda de los medios y del interés público. Para ello, las mujeres debieron abrir intensos debates, desarrollar sus propios colectivos de organización, desplegar masivas movilizaciones y enfrentar a los poderes. Sin embargo, no sólo persisten las dificultades –esto es, las desigualdades– que continúan sin resolverse, sino que, en relación con nuestro tema, se mantiene el desconocimiento –lo opuesto al reconocimiento– de una serie de investigadoras que fueron pioneras de los estudios de comunicación en América Latina.
En consecuencia, este libro tiene por objetivo visibilizar y reconocer los aportes de las mujeres pioneras a los estudios de comunicación. Lo hacemos con un doble propósito que anuda, también, nuestros intereses. Por un lado, como aporte a la historia del campo de la comunicación en América Latina: pretendemos completarla con estas otras historias de investigadoras. Por el otro, como aporte a la enseñanza de los estudios latinoamericanos en el ámbito universitario. Recogemos aquí el desafío de diversos colectivos de estudiantes que comenzaron en los últimos años a advertir sobre la ausencia de autoras en los (nuestros) programas de estudio. Entendimos que tal cuestión (al mismo tiempo, cuestionamiento) no podía ser despachada con la inclusión de algún cupo bibliográfico, sino que más bien debía ser abordada a partir del examen atento de las contribuciones de aquellas primeras investigadoras que abrieron un camino.
Cuando trazamos el plan del libro, resolvimos una primera delimitación: estudiaríamos sólo a aquellas autoras que hubieran publicado su o sus primeras investigaciones en el período de autonomización del campo de la comunicación en América Latina, esto es, entre los años sesenta y setenta. A partir de este criterio, seleccionamos a las argentinas Regina Gibaja, Mabel Piccini, Beatriz Sarlo, Paula Wajsman y Margarita Graziano, la francesa (entonces residente en Chile) Michèle Mattelart, la uruguaya Lisa Bloch de Behar, la estadounidense (entonces residente en Colombia) Elizabeth Fox y las mexicanas Fátima Fernández Christieb y Margarita Zires Roldán.
Esto supuso un primer recorte del universo de investigadoras que publicaron fuera de esos límites temporales y que también podrían ser legítimamente consideradas precursoras de los estudios y la enseñanza de comunicación: Rosa María Alfaro, en Perú; Alcira Argumedo, Patricia Terrero, Nora Mazzioti, Alicia Entel, María Cristina Mata, en Argentina; Patricia Anzola, en Colombia; Beatriz Solís Leree y Delia Crovi Druetta, en México; Regina Festa, María Inmacolata Vasallo de Lopes y Anamaria Fadul, en Brasil[1], entre tantas otras, cuyas investigaciones se fechan en los años ochenta y se inscriben –en términos generales– en las perspectivas, problemáticas, objetos de estudio, corrientes de investigación dominantes en el campo durante la etapa de institucionalización de los estudios latinoamericanos de comunicación.
En el transcurso del relevamiento –la pandemia y el confinamiento fueron algo más que un contexto de producción– se nos impusieron otras limitaciones: la dificultad para acceder a datos biográficos y a las obras (artículos y libros) de primera mano. Si bien esto lo pudimos sortear en los casos abordados, nos impidió tratar las trayectorias de otras investigadoras que habíamos seleccionado originalmente: Nelly de Camargo (Brasil), Francisca María Bartra Gros (Perú), Ana María Nethol (Argentina), Silvia Molina y Vedia (Argentina) y Giselle Munizaga (Chile). Como consecuencia, nuestro propósito de trazar una representación amplia de la región terminó con un sesgo de selección argentina que no queremos que se atribuya a un localismo que no profesamos.
Fundaciones
La etapa fundacional del campo de estudios latinoamericanos de comunicación ha sido suficientemente tratada[2]. Brevemente, podemos apuntar tres series que condicionan, que dejan su huella, en las investigaciones, los debates y las intervenciones político-intelectuales. Por un lado, el contexto socio-histórico, caracterizado por un proceso de masivas movilizaciones, confrontaciones antiimperialistas y luchas por la transformación social: un período que podría circunscribirse entre dos revoluciones: la cubana (1959), como apertura, y la nicaragüense (1979), como clausura. Por el otro, la serie de modernización de la industria cultural (la televisión como medio de masas, el boom de las editoriales) y de las ciencias sociales, a partir de la importación de nuevas corrientes teóricas (estructuralismo), disciplinas (semiología), nuevas versiones de marxismo filosófico o cultural (la Escuela de Frankfurt, el althusserianismo), amalgamadas con la teoría social de la dependencia que organizó una mirada radicalmente crítica sobre las causas del subdesarrollo de la región. Y finalmente, una tercera serie que refiere a la conformación de un espacio recortado de las ciencias humanas y sociales, donde se producen, circulan y reconocen saberes específicos en torno a los medios masivos, su conformación monopólica, sus lenguajes, la naturaleza ideológica de su funcionamiento en el sistema social.
Ahora bien, las historias del período están construidas a partir de, preponderantemente, genealogías y reconocimientos a los llamados padres fundadores[3]. La contracara de ello es o la ausencia o el disminuido reconocimiento de investigadoras cuya mención suele agotarse en la cita o la nota al pie. Sin embargo, si ampliamos esas referencias –es decir, si abordamos esas trayectorias y obras apenas mencionadas– podemos advertir un conjunto muy amplio investigadoras, nacidas entre 1927 y 1949, que se han acercado a los estudios de comunicación desde diferentes disciplinas de origen: con carreras de grado de Sociología, Pedagogía, Psicología, Letras o la incipiente carrera de Ciencias y Técnicas de la Información de la Universidad Iberoamericana (México). Asimismo, comprobaremos que estas intelectuales se inscribieron muy tempranamente en la economía política y las políticas de comunicación, se destacan los trabajos de Elizabeth Fox (estadounidense), Margarita Graziano (argentina) y Fátima Fernández Christieb (mexicana); en la crítica ideológica, la lingüística y el análisis de discurso, los trabajos de Michèle Mattelart (francesa), Mabel Piccini (argentina), Beatriz Sarlo (argentina), Margarita Zires (mexicana) y Lisa Block de Behar (uruguaya); en los primeros trabajos sobre recepción y consumo, las investigaciones de Regina Gibaja (argentina) y de Michèle Mattelart y Mabel Piccini. Reconoceríamos, además, sus primeras publicaciones en las revistas emblemáticas del campo: Comunicación y Cultura (1973-1985), LENGUAjes (1974-1980), Chasqui (1972-1979, primera época) e ININCO (1980-1984) y de la época: Los Libros (1969-1976)[4]; sus intervenciones en las luchas políticas y en la elaboración de propuestas para organizaciones sociales, organismos estatales o supra estatales (UNESCO) en materias de medios, políticas de comunicación y culturales.
Palabras clave
En la lectura y reconstrucción de los aportes pioneros de las autoras aquí trabajadas encontramos tres conceptos que se reiteran: mito, políticas nacionales e imperialismo. Precisamente son las palabras clave del período, las que sintetizan y reflejan las preocupaciones y las miradas sobre cómo y qué investigar.
En torno al concepto de mito –que anuda los de fetichización e ideología en las tradiciones del marxismo– se observa una referencia común: la obra Mitologías (1957) de Roland Barthes, de temprana circulación en Latinoamérica. Allí el semiólogo francés se propone “dar cuenta en detalle de la mistificación que transforma la cultura pequeño burguesa en naturaleza universal” (1957, p.11). Barthes piensa a la ideología como el proceso de ocultamiento de la realidad social, siendo los medios y los lenguajes masivos quienes construyen una ideología que promueve la deshistorización y la descontextualización, frente a lo cual la tarea de la crítica ideológica consistirá en poner de manifiesto los mecanismos a partir de los cuales se producen tales ocultamientos.
Por sólo dar algunos ejemplos de las referencias explícitas a Barthes referimos el artículo “Los canales del GAN” de Beatriz Sarlo, publicado en la revista Los Libros, donde se expresa: “el discurso de la televisión, que es tematizado por el GAN reproduce una cadena mítica del tipo que Roland Barthes establece en Le mythe, aujourd´hui” (1972, p. 4). Lisa Block de Behar, en su libro El lenguaje de la publicidad, da cuenta de sus primeras lecturas de Roland Barthes: Mitologías (1957) y Crítica y verdad (1973). Michèle Mattelart, en “El nivel mítico de la prensa seudo-amorosa” (1970, primera edición), aborda una fotonovela semanal chilena y adopta el modelo barthesiano para su análisis crítico. Mabel Piccini escribe “El cerco de las revistas de ídolos” (1970) y realiza una lectura ideológica sobre una revista destinada a la clientela juvenil a partir de la categoría central de mito. Y destacamos, finalmente, el análisis político-ideológico de Margarita Zires, junto con Héctor Schmucler (1978), sobre la prensa argentina en la crisis de 1974.
En la corriente de la crítica ideológica podríamos sumar a otras dos autoras argentinas que no incluimos en nuestra selección. Por un lado, a Sylvina Walger quien escribe, junto con Carlos Ulanovsky, Tv Guía Negra (1974)[5], el libro reúne artículos periodísticos publicados en los diarios Mayoría y La Opinión entre 1971 y 1973. Por el otro, Virginia Erhardt que examina las novelas de Corín Tellado en dos trabajos publicados en la revista Casa de las Américas (1973) y Crisis (1974).
Si en la etapa de autonomización una parte significativa de las investigaciones giraban en torno al análisis ideológico de los mensajes de los medios masivos, en tanto reproductores de la ideología dominante; otra examinaba también críticamente la concentrada y extranjerizada estructura económica y social de los medios de comunicación. En esa orientación se inscriben los primeros trabajos de Elizabeth Fox, Fátima Fernández y Margarita Graziano que participan además en los debates sobre las políticas nacionales de comunicación que recorrieron el período y que tuvieron su caja de resonancia en sucesivas conferencias regionales e internacionales que coronarían en Voces múltiples, un solo mundo, el Informe MacBride (1980). Las tres también experimentarían el fracaso de aquellos intentos de reforma de los sistemas de medios nacionales. Será “la herencia de un fracaso” (Fox, 1989), el triunfo de los sectores corporativos que “no sólo boicotean leyes, sino que las crean” (Fernández Christieb, 2007), o la suposición equivocada de que un sistema de medios puede estar dispuesto a reformarse “después de más de treinta años de asumir la ‘comunicación’ como ‘negocio privado’ o un Estado en el que los conflictos internos entre sectores de clase logren la aparición de una brecha que permita el favorecimiento de propuestas de este tipo” (Graziano, 1980).
Si bien no la incluimos en nuestra selección, destacamos también el artículo de la investigadora Nelly de Camargo sobre “Las políticas de comunicación en el Brasil”, escrito con el historiador Virgilio Noya Pinto.
El concepto de imperialismo cultural –y sus constelaciones: dependencia, dominación, invasión– formaba parte del mismo repertorio teórico y político. En él se cifraba no sólo la denuncia sobre la desigualdad de los flujos informativos y el control de las corporaciones mediáticas latinoamericanas por parte del capital estadounidense –contra la tesis libremercadista del free flow como salida democrática y garantía del progreso de las naciones– sino también la confrontación con la dependencia económica y la presencia dominantes del imperialismo. Como lo advertía la mexicana Fernández Christlieb (1975) “la presencia de las empresas trasnacionales en México no obedece a meros motivos económicos particulares, sino a una política de penetración norteamericana para consolidar una posición hegemónica a nivel mundial” (p. 36).
Nos parece importante destacar, además, que las autoras mencionadas establecieron una relación no de filiación sino más bien de diálogo intelectual y trabajo colaborativo con tres de los representantes más destacados del campo: con Luis Ramiro Beltrán, Elizabeth Fox escribe La comunicación dominada (1980), entre muchas otras publicaciones; con la obra Antonio Pasquali se formó Fátima Fernández y Margarita Graziano integró el Instituto de Investigaciones de la Comunicación (ININCO), en Venezuela; con Armand Mattelart, Michèle y Mabel Piccini llevaron adelante un trabajo colectivo en el Centro de Estudio de la Realidad Nacional (CEREN), en Chile.
Recepción y consumo
Los conceptos de recepción y consumo no dominan la escena de la investigación latinoamericana en los años fundacionales. Pero tampoco –hay que decirlo contra la etiqueta que los balances de los años ochenta le atribuyen en retrospectiva– están ausentes. Basta citar Comunicación y cultura de masas (1964) de Antonio Pasquali, donde se distingue entre información y comunicación –entendida como “interacción recíproca”–, Neocapitalismo y comunicación de masa (1974), de Heriberto Muraro, en el que se cuestiona la tesis de los efectos manipulatorios para recuperar las condiciones de recepción; y el programa para “La investigación sobre comunicación masiva” (1975), de Héctor Schmucler, quien postula la necesidad de estudiar las condiciones histórico-sociales de recepción, a partir de la experiencia sociocultural de los receptores.
Con todo, las perspectivas dominantes en los estudios latinoamericanos hasta fines de los años setenta ponían foco en el poder, la producción social de significado, las estrategias manipulatorias, la estructura monopólica. De allí que se destaque el hecho de que por lo menos cuatro de las autoras que seleccionamos hayan producido trabajos pioneros en relación con los estudios de recepción y consumo. Nos referimos a los estudios sobre los públicos de arte en la pionera investigación de Regina Gibaja y sobre las audiencias televisivas de los sectores populares residentes en poblaciones del gran Santiago de Chile en el trabajo conjunto de Mabel Piccini y Michèle Mattelart, ambos considerados en el libro. Como se planteará en el capítulo respectivo, el artículo de Paula Wajsman que reseña polémicamente al libro Para leer el pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, introduce una concepción de las lecturas y consumos en la infancia que encuentra su fundamento en el placer –desplazando la idea de imposición ideológica–, categoría que puede conectar de manera anticipada con las investigaciones de los estudios culturales producidas en los años ochenta en torno a los melodramas televisivos.
Pero incluso en aquellas investigaciones que se inscriben en la corriente de la crítica ideológica no dejan de aparecer consideraciones en torno a la recepción. Tal es el caso de Beatriz Sarlo, quien, tras describir los núcleos ideológicos de la programación televisiva, reconoce que “se abre un interrogante acerca de cómo son procesados este tipo de mensajes por la audiencia” (1973, p. 9). O el de Margarita Zires (1978), quien junto con Héctor Schmucler, suma un aporte al pensar los medios como “retroalimentadores”, que dará pie a una reformulación de los procesos comunicacionales.
Al margen de nuestra selección, consignamos los trabajos de otras tres investigadoras. Por un lado, Nelly de Camargo realizó un estudio de recepción A TV e o quadro de referência sócio-cultural: o público dos telepostos de São Luis do Maranhão (1972), como tesis para su doctorado. Según Nilda Jacks (2011), se trata de una de las investigaciones pioneras que “revela una fuerte influencia de la teoría crítica, de la semiología y de la teoría de los efectos, con énfasis en la ideología de los mensajes” (p. 70). Por el otro, la investigadora peruana Francisca María Bartra Gros que escribió “La formación del receptor y la dinámica del grupo” (1973), un trabajo en el que caracteriza a la televisión como “un factor de presión social sobre el individuo”, frente al cual propone “una metodología para la formación del receptor” (p. 79). Y finalmente, Silvia Molina y Vedia, una argentina radicada en México desde los años setenta, que publicó el libro Manual de Opinión Pública (1978)[6].
Estudios de mujeres, estudios de género
Los aportes que examinamos en el libro fueron realizados por investigadoras, pero no se inscriben en los estudios de mujeres y de género, corrientes que emergen en los años ochenta y se institucionalizan progresivamente a partir de los años noventa en Latinoamérica. Sin embargo, en cierto sentido las contribuciones de Regina Gibaja y sobre todo las de Michèle Mattelart pueden ser leídas en una genealogía que las coloca como precursoras de los estudios de comunicación y género, cuando el feminismo todavía no era “el movimiento que conocemos hoy con su diversidad de fases y enfoques según los contextos nacionales, las sensibilidades políticas y los acercamientos heurísticos” (Mattelart, 2007, p. 41) y, sobre todo, cuando los llamados estudios de género no habían alcanzado su actual estatuto. Incluso por razones generacionales, estas investigadoras son afines a la segunda ola del feminismo, marcada por aquellas tempranas luchas por la igualdad y por las lecturas de Alexandra Kollontai y Simone de Beauvoir.
Precisamente una de las primeras reseñas bibliográficas de Le deuxieme sexe de la escritora francesa fue escrito tempranamente por Regina Gibaja, quien, además, publicaría una serie de artículos sobre el tema, entre los cuales destacamos “La mujer: un mito porteño” (1954), donde describe las representaciones femeninas (símbolo de la maternidad, de la castidad, de la tentación y la lujuria) que han servido históricamente para justificar su papel subordinado en el sistema social.
Michèle Mattelart, por su parte, investigó las representaciones de las mujeres en los medios –fotonovelas, semanarios femeninos, prensa gráfica–, desde una mirada totalizadora que tomaba en cuenta “al conjunto del sistema social que presenta sus rasgos y su dinámica a dicha relación” (1982, p. 5). Los medios colocan a las mujeres en el centro de una estrategia que pretende convertirlas en “el eje del consumo y agente determinante de la socialización de los niños, la encargada de transmitir los códigos de autoridad, de hacer asimilar las imágenes y los papeles masculinos y femeninos discriminados” (1982, p. 7).
Al reconstruir las principales perspectivas en la relación entre medios de comunicación y mujeres, la especialista en estudios de género Claudia Laudano (2010) destaca a Michèle Mattelart como “una pionera en el análisis de las revistas femeninas” y como una “autora paradigmática en Latinoamérica”. Al mismo tiempo, la especialista critica dos puntos centrales de esta tradición a la que define como “determinista”: por un lado, la concepción del “proceso de comunicación en un sentido unívoco y uniforme”; por el otro, el uso de “una noción de sujeto (mujer) poco problematizada” (p. 43). Tales recusaciones a los estudios sobre las representaciones de las mujeres en los medios –que se advierten en los años setenta– terminarán por desplazar las investigaciones de estudios de género hacia la recepción –sobre todo hacia los noventa– a partir de una reconsideración no solo de los consumos sino de la cultura popular y masiva. Sin embargo, en la última década algunas autoras advierten una revitalización de esta perspectiva [7], una vuelta a los análisis de la figura de las mujeres en los medios.
Michèle Mattelart concederá algunas de estas revisiones críticas al afirmar que “el genérico «mujer» es cada vez más refutado. Lo que se critica en esta denominación es la concepción esencialista del sujeto mujer, que revela el supuesto valor universal de este sujeto que estaría garantizado por el zócalo biológico del sexo, esta representación estructural de un mundo inmóvil, con las reparticiones entre los sexos ineludibles dado que se fundamentan en la naturaleza de las cosas” (2014, s/p). Pero al mismo tiempo reconoce la existencia de una tensión no resuelta entre los dos polos que se identifican con sucesivas generaciones: entre “el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia” (Mattelart, 2007, p. 44).
Finalmente, podríamos sumar los aportes de Mabel Piccini quien, hacia los años noventa, fue abordando temáticas vinculadas con los estudios feministas y no solo publicó sino que integró el consejo editorial de Debate Feminista, una revista académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género, creada en 1990, dependiente la UNAM.
Desplazamientos y persistencias
Si bien resolvimos seleccionar a aquellas autoras cuyas primeras publicaciones aparecieron en la etapa fundacional de los estudios latinoamericanos de comunicación, consideramos necesario estudiar también sus trayectorias posteriores, con excepción de aquellas (Gibaja, Wajsman) que reorientaron sus intereses y sumaron contribuciones en otros campos.
En ese sentido, leímos sus aportes en el cuadro de los desplazamientos que recogen las historias del campo de la comunicación en Latinoamérica: desde la etapa de institucionalización (en los años ochenta), de profesionalización (en los noventa) y de burocratización y consolidación académica (desde los 2000)[8].
A fines de los años setenta y comienzos de la década siguiente, se advierte en los estudios de comunicación un desplazamiento que afecta a los objetos de estudios (antes que los medios, las mediaciones, las culturas populares y la vida cotidiana), las corrientes teóricas y disciplinas hegemónicas (de la crítica ideológica y la economía política a los estudios culturales), las problemáticas clave (en lugar de los procesos de dominación, los procesos de hegemonía y consenso). Tales cambios se despliegan de manera correlativa con una serie social e histórica marcada por las derrotas de los proyectos revolucionarios de la década anterior y la reconstrucción democrática, particularmente en los países del Conosur.
En los años noventa, cuando se profundiza la ofensiva “neoliberal” del capitalismo en toda la región, se circunscribe un estado del campo profesionalizado y al mismo tiempo más distanciado de su tradición crítica. En términos generales, el pensamiento comunicacional latinoamericano suscribe acríticamente a los procesos de globalización del mercado, a los reencantamientos de las entonces nuevas tecnologías, al examen de los consumos como instancias de configuración de identidades ciudadanas tan flexibles como las relaciones laborales, en definitiva: a conformar una mirada –una racionalidad– afirmativa del sistema social y de las industrias culturales, ahora plenamente legitimadas desde la academia.
Desde los 2000 en adelante, se podría delimitar una cuarta etapa, que se abre con las bancarrotas de las economías nacionales, pasa por la emergencia de gobiernos denominados nacional populares, y deriva en la crisis de los regímenes políticos (renuncias, golpes de estado, rebeliones populares). El campo de la comunicación en la región va a estar cruzado por tensiones contradictorias: a la consolidación académica (por caso, a través del reconocimiento de las ciencias de la comunicación en los organismos nacionales de ciencia y técnica, la proliferación de posgrados) y a la burocratización académica (visible en el carácter administrativo de las investigaciones), a la dispersión temática y metodológica (como se advierte en las presentaciones de las mesas de los congresos) y a la recuperación de tradiciones críticas (como la de las políticas nacionales que organizan los debates en torno a las legislaciones sobre medios), entre otras.
Esta muy apretada síntesis de la historia del campo nos sirve a los fines de señalar que, al examinar las obras posteriores de las autoras aquí seleccionadas, reconocimos cambios, revisiones críticas, ajustes de cuentas o rupturas, en relación con la etapa fundacional y en clara consonancia con las problemáticas dominantes de cada etapa. Esto se manifiesta, particularmente, a partir de la bisagra que representaron los años ochenta. Pero notamos también –en la mayoría de los casos– la persistencia de una perspectiva crítica, aquella que se fraguó en los años fundacionales. La tensión entre cambio y persistencia será uno de los ejes que organiza nuestra lectura.
La organización del libro
El libro está organizado en diez capítulos, uno por cada autora. Tomamos como criterio de secuenciación la fecha de publicación de sus primeros trabajos y en cada uno de los capítulos abordamos tres aspectos: en primer lugar, una breve reseña biográfica de la autora, luego una lectura y comentario de sus escritos haciendo foco en lo publicado durante los años 60 y 70. Por último, compartimos una selección de uno de sus artículos más destacados del período.
En el primer capítulo trabajamos sobre los aportes de Regina Gibaja (Argentina, 1927 – 1997), en especial El público de arte (1964). A partir de la lectura del libro indagamos en los aportes a los estudios en recepción, las diferencias entre ese estudio y el realizado por Michèle Mattelart y Mabel Piccini en el mismo período. También nos detuvimos en la circulación y reconocimiento que ha tenido esa investigación en los estudios en recepción y consumo.
En el capítulo dos abordamos el itinerario intelectual de Lisa Block de Behar (Uruguay, 1937) quien, desde la lingüística y la primera semiología –de la que fue pionera en su país y en la región– abordará la literatura y los discursos masivos. Examinamos en particular uno de sus primeros libros: El lenguaje de la publicidad (1973).
En el tercer capítulo nos acercamos a la obra de Mabel Piccini (Argentina, 1942 – México, 2015). Reconstruimos su trayectoria que se inicia en el laboratorio chileno, nos concentramos especialmente en el análisis de sus primeros escritos sobre temas comunicacionales. También seguimos sus trabajos que continúan en su exilio mexicano, donde intentamos advertir continuidades y rupturas en su trayectoria intelectual a partir de los años ochenta y la recuperación de una perspectiva crítica en los noventa, a contrapelo de la etapa que se abría.
En el cuarto capítulo nos acercamos a Beatriz Sarlo (Argentina, 1942). Sin desconocer su amplio itinerario, aquí nos detenemos en sus escritos vinculados específicamente con el campo comunicacional. Partimos de sus tempranos artículos sobre televisión y política publicados en la revista Los Libros en la década de los 70 para trazar un recorrido sobre sus intervenciones vinculadas con la cultura de masas.
El capítulo quinto lo dedicamos a la obra de Michèle Mattelart (Francia, 1941). A partir de la lectura de sus producciones ensayamos una periodización de su itinerario intelectual. Realizamos una lectura atenta de los trabajos de su primera etapa (1963-1973), elegimos tres ejes que organizan sus temas, su campo de problemas y sus principales respuestas: el cambio social, la cuestión de la mujer y la recepción.
En el capítulo seis nos detenemos en las obras de Margarita Graziano (Argentina, 1949-2000), identificamos una serie de artículos que nos permiten reconstruir sus principales intervenciones en un arco que va del diagnóstico y la denuncia por la concentración del sistema de medios al desencanto en torno a las Políticas Nacionales de Comunicación (PNC) que era el marco de reflexión que la acerca a la comunicación alternativa; hasta finalmente los balances y su intervención como primera directora en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.
En el séptimo capítulo nos acercamos a Paula Wajsman (Argentina, 1939-1995), si bien la autora publicó sólo dos artículos que podemos ubicar dentro del incipiente campo comunicacional, uno de ellos –“Polémicas. Las imágenes del imperialismo (I). Una historia de fantasmas” (1974)– adquiere especial relevancia por dos motivos: por un lado, polemiza con un libro clave de la época: Para leer al Pato Donald (1972) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, y por el otro y en consonancia con lo anterior, el texto de Wajsman ha sido muy citado en artículos y ponencias que reconstruyen la historia del campo, así como también ha sido incorporado a programas académicos que enseñan las teorías de comunicación latinoamericanas. Por ello, si bien la trayectoria de Wajsman se aleja de las problemáticas del campo, es que consideramos relevante acercarnos a este artículo que refleja los debates de una época.
El capítulo ocho está dedicado a Elizabeth Fox (Estados Unidos, 1947). Sus inicios académicos se sitúan en Colombia en la década de 1970, sus principales temas de indagación giraban en torno a la influencia y la dominación cultural que ejercía Estados Unidos en América Latina, así como el análisis de la estructura de los medios y las Políticas Nacionales de Comunicación. A partir de los 80 ubicamos un segundo momento en su trayectoria, caracterizado por las desilusiones en torno a las PNC y balances de aquellos primeros años.
En el capítulo nueve nos detenemos en la obra de Margarita Zires Roldán (México, 1948). Su primer trabajo de crítica ideológica, sus posteriores desplazamientos a la recepción de los/as niños/as y la televisión, sobre las apropiaciones de la cultura popular en los rumores, los mitos de la Virgen de Guadalupe y los movimientos sociales.
El décimo capítulo está dedicado a Fátima Fernández Christieb (México, 1949) quien sostuvo una mirada persistente sobre la concentración monopólica en el sistema de medios de México, al examinar la historia de la prensa, la radio y la televisión, y quien, recién en los últimos años, vira sus intereses para conformar un grupo de investigación en torno a la comunicación intersubjetiva. El artículo que trabajamos es “Imperialismo y medios de información colectiva en México” (1976).
Quisiéramos cerrar con dos consideraciones finales. Cuando nos trazamos el plan del libro sobre Pioneras en los estudios latinoamericanos de comunicación conocíamos y habíamos trabajado en la universidad con algunas (muy pocas) de esas autoras, de otras o habíamos leído algunas de sus publicaciones o apenas teníamos la referencia de sus nombres. En otras palabras, sus trayectorias y sus obras fueron también un descubrimiento para nosotrxs.
Al terminar el trabajo y revisar los diez capítulos, advertimos que sería posible construir una historia del campo o desarrollar un programa sobre los estudios de comunicación en América Latina –que aborde sus principales corrientes, problemáticas y tensiones– sólo a partir de un recorrido por estas y otras tantas investigadoras. ¿Concluimos, entonces, con una propuesta para invertir la tendencia: pasar de una historia sin a una historia exclusivamente de investigadoras? Eso sería bastante simplificador. En todo caso, creemos que de lo que se trata es de completar esas historias, a las que todavía les restan muchas páginas.
Como se suele consignar en las presentaciones –una de sus funciones es prevenir y defender el desnudo libro que se ofrece–, otros y otras podrán retomar estas biografías y trayectorias para completarlas, recuperar aquellas que no pudimos reconstruir o que involuntariamente dejamos fuera de toda consideración. La tarea no solo está abierta, sino que, además, sigue siendo necesaria[9].
Buenos Aires, julio de 2021
- Destacamos los trabajos sobre la recepción mediática de Rosa María Alfaro, los procesos de transnacionalización de la comunicación en América Latina de Alcira Argumedo, las tecnologías y transformaciones sociales de Patricia Terrero, las telenovelas latinoamericanas de Nora Mazzioti, la Escuela de Frankfurt y el pensamiento de Marcuse de Alicia Entel, las audiencias y radios populares de Matta, el periodismo y género de Patricia Anzola, las políticas de comunicación y derecho a la información de Beatriz Solís Leree, la sociedad de información y conocimiento de Delia Crovi Druetta, la comunicación popular y alternativa de Regina Festa, los presupuestos epistemológicos y metodológicos de María Vasallo de Lopes y las contribuciones a la economía política de Anamaria Fadul.↵
- Fuentes Navarro (1992), Marques de Melo, J. (1999), Crovi Druetta (2004), Mangone (2007), Moragas Spá (2011), Barranquero (2011), entre tantos/as otros/as.↵
- Algunos trabajos que se han centrado en la trayectoria de investigación de autores del campo como Luís Ramiro Beltrán, Armand Mattelart, Jesús Martín Barbero, Héctor Schmucler, Antonio Pasquali, José Marques de Melo, Rafael Rocangolio, Mario Kaplún, Eleazar Díaz Rangel, entre tantos otros podemos nombrar los escritos de Sánchez Narvate (2019), Michel Sénécal (2010), Esteinou Madrid, (2002), Zarowsky (2013, 2016), Aguirre Alvis (1997), Rincón (eds.) (2018), Marroquín (2015), Solís Leree y Kaplún (2015), entre otros.↵
- Desde los años setenta publicaron en Comunicación y cultura, Mabel Piccini, Michèle Mattelart, Margarita Zires, Fátima Fernández, Elizabeth Fox y Margarita Graziano; en LENGUAjes, Paula Wajsman; en Los Libros, Beatriz Sarlo y Paula Wajsman; en ININCO, Margarita Graziano y en Chasqui, Elizabeth Fox.↵
- Si bien se trata de una producción circunscripta al periodismo cultural, los límites con el entonces en formación campo de la comunicación son más bien borrosos. ↵
- De estos tres últimos trabajos citados sólo pudimos acceder a la lectura de primera mano de la investigación de Bartra Gros.↵
- Justo von Lurzer (2018) atribuye esa revitalización, en el caso argentino, al cambio de escenario producido por la promulgación de la Ley de Servicios Audiovisuales (2009) que “contribuyó a la conformación de cierto sentido común que funciona como telón de fondo para la investigación: la ´violencia mediática´, el ´sexismo´, la ´cosificación de las mujeres´, los ´estereotipos de género´ y sus presuntos efectos en la socialización de los sujetos aparecen nuevamente como el horizonte de problemas dominantes. Un esencialismo estratégico de nuevo signo, sobre las mujeres y sobre las textualidades” (p. 269).↵
- Un detalle de las distintas periodizaciones formuladas por especialistas del campo excede el propósito de este artículo. Consignamos que la primera, para el ámbito regional, fue la del investigador mexicano Raúl Fuentes Navarro (1992) y una de las más completas –porque articula procesos político-económicos, matrices teóricas, enfoques– y próxima a la que aquí adoptamos es la que formula el investigador boliviano Erick Torrico Villanueva (2004). Para la conceptualización de la última etapa, sumamos nuestras propias contribuciones: Gándara y Heram (2021).↵
- Cuando ya se había cerrado la edición del libro, nos llega la noticia de la publicación Mujeres de la comunicación, un trabajo coordinado por Clemencia Rodríguez, Claudia Magallanes Blanco, Amparo Marroquín Parducci y Omar Rincón, que asume la recuperación de un conjunto de investigadoras de América Latina, dos de las cuales abordamos en este libro.↵