Paula Wajsman (Argentina, 1939 – Argentina, 1995), es egresada de la carrera de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, ejerció como psicóloga, traductora, investigadora y escritora. Vivió en Argentina, Francia, Senegal, México, América Central y Estado Unidos. Participó de diferentes grupos de estudios en la década de los 70 en Buenos Aires, vinculados con el psicoanálisis y la semiótica, “el grupo de investigación de Oscar Masotta, las revistas Literal, Los Libros y LENGUAjes” (Gómez, 2013, s/p). En la revista Los Libros publicó junto con Carlos Sastre “Las revistas infantiles” (1969) y en LENGUAjes “Polémicas. Las imágenes del imperialismo (I). Una historia de fantasmas” (1974). Entre las traducciones que realizó se puede mencionar la obra de Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico.
Como escritora publicó en 1990 la novela Informe de París, “la edición tuve escasa distribución y la novela pasó casi desapercibida, lo que generó en Wajsman –que esperaba para el texto un impacto más rotundo– una sensación de fracaso y frustración, y la voluntad, según el relato de Gorosdicher, de no definirse públicamente como escritora” (Gómez, 2013, s/p). Fue amiga y consejera de Manuel Puig. Al fallecer dejó inédita la novela Punto atrás, publicada en 2013 en la colección Narradoras Argentinas por la editorial de la Universidad de Villa María, también dejó inédito un libro de cuentos Crónicas e infundios, publicado en 1999, así como dos libros de poesías y cuadernos con poemas.
Si bien Wasjman sólo escribió dos artículos que podemos ubicar dentro del incipiente campo comunicacional, uno de ellos –“Polémicas. Las imágenes del imperialismo (I). Una historia de fantasmas”– adquiere relevancia por varios motivos: por un lado está polemizando con un libro clave de la época, que la traspasó y ha circulado tanto por la academia como por otros ámbitos sociales, políticos y culturales, estamos haciendo referencia a Para leer al Pato Donald (1972) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, y por el otro y en consonancia con lo anterior, el texto de Wajsman no sólo ha sido muy citado en artículos y ponencias que reconstruyen la historia del campo, sino que también ha sido incorporado a programas académicos que enseñan las teorías de comunicación Latinoamericanas. Por ello, si bien la trayectoria de la autora se aleja de las problemáticas del campo, es que consideramos relevante acercarnos a este artículo que refleja los debates de una época.
Antecedente
El artículo “Las revistas infantiles” (1969), escrito junto a Carlos Sastre, ha tenido menos circulación en comparación con la crítica al libro de Dorfman y Mattelart, sin embargo, resulta interesante detenernos en este primer antecedente. Allí Wajsman indaga en el mundo de las revistas infantiles (de aventuras, humorísticas y escolares) y las actitudes frente a éstas por parte de madres, niños y maestras. Publicado en la revista Los Libros, tiene la impronta de su profesión –el psicoanálisis–, plantea un primer acercamiento para conocer las actitudes de los públicos de dichas revistas. En cuanto a los y las niños/as, identifica tres aspectos que reivindican de las revistas: la violencia, la sexualidad y la tristeza o la muerte, y desde el psicoanálisis se los interpreta:
La necesidad de expresar impulsos de violencia, que perciben tanto en ellos mismo como en el mundo exterior, hace que los chicos gusten de las revistas en las cuales se incluye y manifiesta la agresión […] La maldad es un personaje sabiamente buscado por los niños en el texto (p. 12).
Los chicos esperan también de la lectura que legitime y complete su información sobre la sexualidad. Preocupación nacida de su propio cuerpo, de su observación de la vida familiar, impregnada por los chistes y los relatos de quienes están “avivados”, que encuentra su imagen en los bellos cuerpos que la comunicación de masas les presenta en el cotidiano jingle televisivo (p. 12).
También les gusta a los chicos que en las revistas sucedan cosas tristes. Valoran una revista en la que “hay amigos que fallecen o se hieren”. Como no desconocen las pérdidas y las tristezas consecuentes, los temores y las añoranzas que suscitan la separación, desean encontrar estos dolores en las revistas (p. 13).
En cuanto a las madres, identifica dos grupos: por un lado, las que rechazan las revistas de aventuras y defienden las escolares y por el otro las que habilitan las revistas de aventuras y usan las escolares para las tareas de la escuela, “división que señala en uno y otro grupo una relación distinta con los deseos y con los placeres de sus hijos” (p. 13). De las maestras afirma que se “manifestaron como privilegiadas representantes de lo que hemos dado en llamar la cultura “oficial” para los niños (…) partidarias declaradas del deber, les molesta en los chicos su empecinada atracción por aquello que les produzca un puro placer funcional” (p. 21). Sería entonces, para Wajsman y Sastre, la familia y la escuela –la madre y la maestra– quienes rechazan estos productos de la cultura masiva que los y las niños/as prefieren y donde manifiestan sus subjetividades deseantes.
Este artículo en co-autoría es producto de un trabajo de investigación, del cual, quizá por cuestiones de espacios, no se mencionan aspectos metodológicos que permitan comprender la manera en que se llevaron adelante las entrevistas, sólo se resumen las principales conclusiones de la investigación. Se indaga en las “actitudes” de estos tres grupos frente a las revistas infantiles. Aquí resulta interesante detenernos en dos aspectos, por un lado, la interpretación desde el psicoanálisis en una investigación que indaga en la cultura masiva, que como los propios autores afirman es muchas veces desvalorizada. Wajsman y Sastre finalizan el artículo advirtiendo: “entendemos que la consideración de los vínculos establecidos en el proceso de circulación de las revistas entre adultos y niños (que nos lleva de la prohibición al permiso, del deseo insatisfecho a la nunca total gratificación) y entre niños (que nos muestran en acto un complejo sistema de valoración y cambio), configuran datos valiosos acerca de un sector de la comunicación que pertenece a la literatura infantil” (p. 21). Concluyen que se habla de las revistas “desde afuera” y de los usuarios “desde adentro”, y ello lo consideran relevante en tanto pueda contribuir “a una definición de los diversos tipos de revistas a través de la consideración de las propiedades que las hacen equivalentes o extrañas entre sí” (p. 21). Esta investigación, la ubicamos en el incipiente campo comunicacional como un antecedente que se acerca a indagar en los públicos o en términos de Wajsman y Sastre en “los usuarios”. Asimismo, le otorga a la autora una serie de conocimientos sobre los y las lectores/as de estas revistas que serán insumo para su posterior artículo publicado en LENGUAjes.
También este trabajo conecta, en parte y sin querer forzar, con investigaciones de la época. Mencionamos en capítulos anteriores la investigación a cargo de Mabel Piccini –“El cerco de las revistas de ídolos” (1970)–, allí la autora desarrolla un análisis desde la crítica ideológica de las revistas destinadas a la juventud. En ese mismo momento Wajsman se acerca a las revistas infantiles, parecería allí vislumbrarse un producto de masas que atrae la atención de las investigadoras (aunque analicen revistas destinadas a segmentos etarios diferentes). Asimismo, es la propia Piccini quien reconoce que se debería realizar una investigación de las revistas que indague en el impacto o consecuencias de estas publicaciones en sus públicos. En ese sentido, el trabajo de Wajsman, se ubica pionero en tanto lleva adelante una investigación sobre las actitudes de quienes consumen revistas infantiles.
Revistas
Si bien excede los propósitos de este capítulo profundizar en las características de dos de las revistas pioneras en el campo comunicacional latinoamericano –LENGUAjes y Comunicación y Cultura[1]–, y su rol destacado en los debates del campo, es necesario al menos nombrar algunas de sus características para así comprender la relevancia del artículo de Wajsman y las polémicas que se suscitaron al respecto. Muy sumariamente podemos destacar que la revista LENGUAjes comienza a editarse en Argentina en abril de 1974, la bajada del título es “Revista de lingüística y semiología”, en su primer editorial se manifiesta “la necesidad de la inserción en la estrategia de las luchas populares contra la explotación externa e interna, y la necesidad de la producción de teoría, de conocimiento. Ambas necesidades son a nuestro juicio igualmente prioritarias” (p. 2). Se publican un total de cuatro números, el segundo en diciembre de ese mismo año, el tercero en abril de 1976 y el último en mayo de 1980, en éste la bajada del nombre cambia por “Revista argentina de semiótica”. Forman parte del comité editorial Juan Carlos Indart, Oscar Steimberg, Oscar Traversa y Eliseo Verón. Como antecedente de la publicación se encuentra la Asociación Internacional de Semiótica fundada en 1969, y en 1970 la Asociación Argentina de Semiótica. El marco institucional que acompaña a LENGUAjes da cuenta de las perspectivas teóricas desde donde se posiciona. El repertorio de lecturas que se explicitan en la revista son, Barthes, Propp, Greimas, Kristeva, Jakobson, Lacan, Freud, Levi-Strauss, Metz, Todorov y Eco (Duek, 2007).
Comunicación y Cultura se vincula directamente con un posicionamiento crítico hacia los medios de comunicación; la bajada del título es “La comunicación masiva en el proceso político latinoamericano”. Comienza a editarse en Chile en 1973 en el marco del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende; a partir del golpe de estado la revista se publica en Argentina desde su número dos al cinco; y tras un nuevo golpe de estado en Argentina se traslada a México hasta su última edición, el número 12, de 1984. Los impulsores de la publicación son Armand Mattelart y Héctor Schmucler, quienes se exilian a causa de los golpes de estado en Chile y Argentina. En el editorial número 1 se manifiesta explícitamente el objetivo que pretenden alcanzar: “Establecerse como órgano de vinculación y expresión de las diversas experiencias que se están gestando en los países latinoamericanos, en el campo de la comunicación masiva. Evidentemente, no se trata de asumir cualquier experiencia, sino las que favorecen a los procesos de liberación total de nuestras sociedades dependientes (1973, p. 3). Las lecturas en las que se referencian son las de Antonio Gramsci (el concepto de intelectual orgánico), Barthes (la crítica ideológica como perspectiva desde donde analizar los contenidos de los medios), y la teoría de la dependencia.
En la misma línea de Comunicación y Cultura se ubica el libro Para leer al Pato Donald. Comunicación de masa y colonialimo (1972)de Armand Mattelart y Ariel Dorfman[2], siendo uno de los casos más reconocidos y paradigmáticos de investigaciones unidas con la práctica política. Desde la crítica ideológica los autores dan cuenta de la ideología imperialista subyacente en los personajes de Disney. A partir de la publicación del libro se desarrollan una serie de polémicas publicadas entre ambas revistas sobre la cuestión del método de investigación[3] y la tensión / relación / vinculación entre hacer ciencia y hacer política. LENGUAjes considera que el libro tiene un método de análisis intuitivo (Wajsman: 1974; Verón: 1974); la respuesta por parte de Comunicación y Cultura se basa en que la justificación del por qué y para qué investigar se ubica en la realidad social, es decir el método se justifica políticamente. Los artículos a los que hacemos referencia son los de Wajsman “Una historia de fantasmas” (1974), y Verón “Acerca de la producción social del conocimiento. El estructuralismo y la semiología en Argentina y Chile” (1974), ambos de la revista LENGUAjes, y Schmucler “La investigación sobre comunicación masiva” (1975) en Comunicación y Cultura.
Placer, método y política
Nos interesa destacar algunos aspectos de la crítica de Wasjman al libro de Dorfman y Mattelart. La autora menciona la investigación sobre las revistas infantiles publicada en Los Libros como antecedente que le permite conocer las actitudes de los y las niños/as, madres y maestras ante las revistas, cita a dicho trabajo como forma de legitimar los argumentos que esboza: “en el curso de una investigación sobre revistas infantiles[4] este punto de vista –salvo el elemento “luchador”, que configura una variante– fue sostenido por maestras esperanzadas en la posibilidad de que renovadas formas atrajeran a los niños hacia una literatura purificadora” (pp. 128-129). Iguala y compara a Dorfman y Mattelart con el sentido común de las madres y maestras ante las revistas infantiles: “es esta imagen de un “niño” auténtico, estatuario, puro, vaciados de deseos propios y censurables impulsos aventureros, totalmente ajeno a la problemática del poder, la violencia, la crueldad, la que coincide asombrosamente con la que proponen Dorfman y Mattelart” (p. 129).
Wajsman afirma que Dorfman y Mattelart son ciegos a lo simbólico “no es raro, entonces, que los autores no sepan reconocer, detrás del personaje del tío iracundo, ridículo, casi siempre equivocado, una imagen trucada del padre que permite la risa de alivio y descarga” (p. 128), los acusa de considerar a los y las niños/as como “tablas rasas” (p. 129) y cuestiona la desconfianza ante el placer. Precisamente, los términos de placer, goce y deseo, se reiteran en ambos artículos de la autora:
Comparten idéntica ceguera ante los mecanismos del deseo y los atractivos del juego, una misma desconfianza ante el placer (1974, p. 129).
¿Cómo ignorar en ella la metáfora del deseo, la exactitud con que se expresan las vicisitudes de la búsqueda de un objeto anhelado y perdido, lo simbólico del triunfo o la derrota? (1974, p. 130).
Escapa a los resultados de esta investigación, aunque no a la hipótesis que sugiere, el afirmar la posibilidad de que estas madres sean aquellas mujeres que mantienen un vínculo más estrecho con el placer en la realidad y que, por tanto, temen menos sus supuestos excesos, al conocerlos mejor y desearlos inconscientemente con menos intensidad (Wajsman y Sastre, 1969, p. 13).
Wajsman escribe desde el psicoanálisis por eso no sorprende el énfasis en estos términos, sin embargo, lo que en los 70 aparecía como marginal en los estudios en comunicación, retrospectivamente, lo podemos situar como un antecedente de indagación del vínculo entre el placer y cultura masiva. Ya a partir de los 80 comienzan florecer como eje de análisis en las investigaciones sobre las audiencias y el placer de la mano de los Estudios Culturales (Ang, 1982). En capítulos anteriores mencionábamos como retrospectivamente Michèle Mattelart reubicaba su trabajo pionero sobre “La televisión y los sectores populares” en la serie de los Estudios Culturales en relación con el placer. Actualmente, la cuestión del placer en vínculo con la cultura masiva es tema de preocupación e indagación en los estudios en comunicación y género[5].
Por otro parte, desde el punto de vista metodológico, Wajsman objeta las afirmaciones contradictoria y la utilización un método intuitivo que deviene en un azaroso análisis[6]: “los recortes historietísticos sólo cumplen un papel ilustrativo, vano intento de confirmar conceptos que parecen serle previos” (p. 127), “‘el científico quiere estudiar la lluvia y sale con paraguas’ dicen los autores. Tampoco basta con empaparse: salir librado a su propia espontaneidad, despreocupado gracias a la indelebilidad de las conclusiones” (p. 127). La tensión en torno al método en vínculo con la política es parte de las discusiones de la época. El contexto político en el que se desarrollaron los debates no sólo atraviesan las propias prácticas intelectuales de los y las autores/as sino que es explicitado en los textos. Wajsman hace dos referencias al respecto. La primera es una nota al pie al inicio de artículo donde menciona que éste fue escrito previo al golpe militar en Chile por ello “nos obliga a aclarar que la crítica a la manera específica en que se ha concretado este análisis de mensajes masivos no implica su extensión a la de la política cultural antiimperialista en su conjunto, del gobierno de la Unidad Popular” (p. 127). La otra es al final del artículo, concluye afirmando la necesidad de:
Interrogarnos sobre la necesidad de denuncia de la penetración del imperialismo y sobre la posibilidad de hacerlo a través de investigaciones críticas sobre la cultura masiva, quizá sobre el Pato Donald mismo. Pero esto sería tema para otro artículo, ya que el libro de Dorfman y Mattelart es ajeno a esta problemática específica: allí la denuncia se engendra a sí misma y flota adherida a las hilachas de un fantasma (p. 131).
Excede a los propósitos de este capítulo detenernos en los argumentos de una y otra parte en torno al debate ciencia – ideología. Lo publicado por Traversa, Verón, Getino y Solanas, Dorfman y Mattelart, Schmucler y Wajsman permite reconstruir no sólo las diferentes posiciones, sino una forma de intervenir y construir conocimiento a través de la polémica. Eso, precisamente, nos interesa destacar, en los inicios del campo comunicacional podemos leer artículos que no le temen al nombre propio, que se atreven a discutir ideas, que marcan posición. Quizá por ello es que en la actualidad –y siendo que Wajsman sólo publicó dos trabajos vinculados con el tema comunicacional– su artículo sigue siendo material bibliográfico en las carreras de Ciencias de Comunicación. Aquello que fue constitutivo del campo, se ha ido disolviendo como un fantasma: la polémica, la discusión teórica como forma de producción científica, el debate que permite enriquecer los análisis y replantear las ideas propias y ajenas.
Polémicas. Las imágenes del imperialismo. Una historia de fantasmas (1974)
Reproducimos fragmentos del artículo.
Es difícil referirse con cierta precisión a un libro tan huidizo. A lo largo de sus páginas caleidoscópicas asistimos tan pronto a afirmaciones contradictorias, surgidas de una posible libre en torno al material, como desarrollos coherentes donde, en cambio, los recortes historietísticos sólo cumplen un papel ilustrativo, vano intento de confirmar conceptos que parecen serle previos. Sería fácil refutar muchos de ellos: basta comprar un número del Pato Donald y leerlo, sin olvidar lo que los autores pasaron por alto; que se trata de una historieta –donde las imágenes a menudo establecen un contrapunto irónico con el texto– y de una historieta humorística. En realidad, puede alcanzar con releer, de esta manera, los ejemplos que aparecen incluidos en el libro y confrontarlos con el comentario de los autores. No es eso lo que vamos hacer.
Queremos señalar, en cambio, que a pesar de los discursos a lo Julio César a través de los cuales Dorfman y Mattelart tratan de afirmarse como científicos revolucionarios, no existe en su libro ningún rastro del momento en que el hombre de ciencia intenta, para alcanzar a vislumbrar aquello que “tanto empeño pone en ocultarse”, descreer de lo que suponía e ignorar lo que puede encontrar en su indagación del material, disponiéndose a aceptarlo aunque para ello deba violentar sus propios deseos su propio entendimiento: “El científico quiere estudiar la lluvia y sale con paraguas” dicen los autores. Tampoco basta con empaparse: salir librado a su propia espontaneidad, despreocupado gracias a la indelebilidad de las conclusiones, sólo parece servir para confundir la visión. De ahí que el Pato Donald, desgranado en azaroso análisis, no logre volver a corporizarse en ningún concepto y quede flotando como un fantasma a lo largo de todo el libro […]. (Pp. 127-128)
No es raro, entonces, que los autores no sepan reconocer, detrás del personaje iracundo, ridículo, casi siempre equivocado una imagen trucada del padre que permite la risa de alivio y descarga: ni la madre deseada en la heroína esquiva, “objeto sexual inútil (sic.), buscado y nunca poseído”. Los chicos que ellos imaginan sufrirían idéntico desconcierto. Ciegos a lo simbólico, Dorfman y Mattelart se empeñan en exigir de la historieta padres productivos, madres que cuiden “el hogar del héroe o a los niños” (p. 36) límpidos modelos que –mostrados en el seno de una cotidianeidad donde aparecieran claramente delineados el trabajo y sus determinaciones– harían de los niños seres laboriosos, luchadores, solidarios. Hombre de bien.
Este discurso no nos es desconocido. En el curso de una investigación sobre revistas infantiles[7] este punto de vista –salvo el elemento “luchador”, que configura una variante– fue sostenido por maestras esperanzadas en la posibilidad de que renovadas formas atrajeran a los niños hacia una literatura purificadora –Constancia C. Vigil–, alejándolos de historietas que los aterraban.
Marquemos una diferencia respecto de los autores que nos ocupan: las maestras y (muchas madres) reconocían, a su pesar, querer aislar a los niños de una vida que, por no querer ajustarse a sus propios ideales, les resultaba tan chocante como los intereses presentes de los chicos. Admitían que las imágenes pacificadoras de hogares siempre solidarios y adultos siempre justos eran la publicidad con que deseaban tentar a los chicos para que fueran, al fin los niños con que siempre habían soñado. Es esta imagen de un “niño” auténtico, estatuario, puro, vaciados de deseos propios y censurables impulsos aventureros, totalmente ajeno a la problemática del poder, la violencia, la crueldad, la que coincide asombrosamente con la que proponen Dorfman y Mattleart (a pensar de su contradictoria declaración previa –p. 17– en que atacan tal visión, atribuyéndosela a Disney. Esto no debe preocuparnos: son ellos quienes sostienen una creencia a ultranza en lo manifiesto).
Dejamos a un lado la polémica posible entre distintos paternalismos, confesos o no: en lo que coinciden, sin duda, es en su concepción de los chicos –de los seres humanos– como tablas rasas en las que señalan erróneos caracteres arbitrariamente marcados por otro –el capitalismo vía Walt Disney, en el caso que nos ocupa– idealmente reemplazables por obras donde se planteen las contradicciones con férrea firmeza y se propongan claras finalidades. “…La necesidad real del hombre de acceder a ese reino (el del futuro) es una de las motivaciones éticas fundamentales de su lucha por liberarse” (p. 114). En nombre de este reino, celestial o terrenal, se lamentan de la inscripción engañosa que puede empeñar la visión de los receptores sin llegar a comprender en qué resortes se funda su singular persistencia, ya que comparten idéntica ceguera ante los mecanismos del deseo y los atractivos del juego, una misma desconfianza ante el placer” (pp.128-129).
Referencias bibliográficas
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Wajsman, P. (1990). Informe de París. Buenos Aires: De la Flor.
- Entre muchos otros trabajos podemos nombrar: el número especial sobre LENGUAjes, por sus 30 años en la revista Foul-Táctico, Gutiérrez Reto, M., Martínez Mendoza, R. y Petris, J. L. (2005); Duek (2007); Barreras (2013); Lenarduzzi (1998, 2014); Margiolakis (2016).↵
- En una entrevista Mattelart explica el origen del libro en relación con el clima política del momento: “En cuanto a la genealogía de este “librito” puedo decirle que fue hecho en respuesta a un pedido de los obreros, de los trabajadores tipográficos de la imprenta gubernamental chilena que publicaba grandes cantidades de revistas y periódicos. Esta imprenta estatal, que el gobierno de Unidad Popular había heredado del gobierno anterior Demócrata Cristiano, tenía que seguir publicando historietas —a raíz de un acuerdo que hubo entre los dos partidos— y esta continuidad formaba parte del pacto de garantías constitucionales. Por esos años hubo una movilización tal de la derecha contra la Unidad Popular que se reflejaba hasta en las historietas. Entonces, los obreros vinieron a buscarnos diciendo: “Es muy curioso, seguimos imprimiendo revistas que nos dan cachetazos; nos interesaría saber que hay detrás de todo esto” (1996: 13).↵
- Otro debate entre las dos revistas se dio a partir del libro Cine, cultura y descolonización (1973) escrito por Fernando Solanas y Octavio Getino. La crítica realizada por Oscar Traversa desde LENGUAjes (1974) objeta el pasaje de lo político en general a lo político cinematográfico ya que elude la cuestión de la especificidad del cine. Su crítica reside en no tener en cuenta dicha característica, que es lo que permite diferenciar al cine de un panfleto político.↵
- C. Sastre y P. Wajsman, “Las revistas infantiles”, en Los Libros, n°6, diciembre de 1969.↵
- Para mayor información se puede consultar Richard (2009), Justo von Lurzer (2018), Elizalde y Feleti (2015), Spataro (2011), entre otras. ↵
- Esta misma línea es profundizada por Verón (1974) en su análisis sobre el estructuralismo en Argentina y Chile.↵
- C. Sastre y P. Wajsman, “Las revistas infantiles”, en Los Libros, n°6, diciembre de 1969.↵