Mónica Olaza, Felipe Arocena
y Eduardo Andrés Sandoval Forero
No siempre se suele advertir la fuerza que la cultura adquiere en todo el espacio social, ya sea como factor de promoción de cambios o como factor de freno para esos cambios. Sin embargo, la cultura siempre está presente porque hace a la esencia y transformación humana y es también intrínseca a la reflexión de las ciencias sociales. Desde lo macrosocial y su incidencia e interacción con lo microsocial, en el campo de decisiones de cualquier política pública, están contenidos símbolos instituidos sobre lo que la sociedad y los decisores de las políticas imaginan acerca de lo que es deseable y posible. Sin embargo, habitualmente esto pasa inadvertido, pero tiene efectos, en tanto opera como límite cultural de las decisiones. Entonces, puede suceder que inadvertidamente, en lugar de operar los decisores sobre la cultura, la cultura opere sobre ellos (Grimson, 2014).
Un claro ejemplo nos brinda el concepto de pobreza que, con un origen principalmente económico, no puede ser comprendido completamente sin prestar atención a los factores culturales (Unesco, 1969; PNUD, 2004).
Otro ejemplo es que la cultura puede ser tomada en cuenta como una condición más del desarrollo en la medida en que contribuye al desarrollo del país y a su PBI. La cultura de un país y una región es central para contribuir a generar crecimiento económico, mejorar los niveles de desigualdad social, preservar el medio ambiente y combatir la pobreza. Importa destacar que, del mismo modo que la cultura puede contribuir al desarrollo del país, también puede obstaculizarlo. Esto la constituye en un foco de atención ineludible para pensar el desarrollo, visibilizando la relevancia del rol de las políticas culturales en el conjunto de las políticas públicas. A su vez, es notorio el incremento del rol y la valoración cada vez mayor de la cultura en reorganizaciones institucionales, su inclusión en los discursos de los gobernantes y su presencia en obras concretas (Arocena, 2011).
En ese sentido, no se debería situar a la cultura en un sitio que pretenda sobrepasar otros aspectos de la vida social, pero tampoco en uno de menor valoración. Los estudios culturales latinoamericanos comprenden un campo intelectual interdisciplinario, diverso y político, cuya genealogía se remonta al universo angloparlante y a la tradición ensayística latinoamericana de los siglos XIX y XX, además de la Escuela de Frankfurt, el posestructuralismo francés y los estudios del subalterno y el poscolonialismo. En lo que respecta a la influencia latinoamericana, los temas de debate han girado en torno a la identidad latinoamericana, las idiosincrasias que diferencian a la cultura latinoamericana de la europea y la estadounidense, el mestizaje, las diferencias raciales, la heterogeneidad, la modernidad, la transculturación y posteriormente se sumó el interés por las industrias culturales (Szurmuk y Mckee Irwin, 2009).
Los orígenes recién mencionados explican la diversidad de campos de trabajo que nuclea la sociología de la cultura en Latinoamérica. En esta instancia, este grupo de trabajo convocó a debatir en torno a las transformaciones de Latinoamérica y el Caribe a partir de la democratización de los años ochenta y la celebración de los 500 años de la conquista de América en los noventa. Por esos años, se fortalecieron a lo largo de la región movimientos tanto de indígenas como de afrodescendientes contra el racismo histórico de los Estados nación de los países latinoamericanos. Las consecuencias han sido significativas, entre ellas el diseño de nuevas constituciones en casi todos los países en las que explícitamente se hace referencia a la multiplicidad de naciones, pueblos o culturas que conforman los Estados. Este nuevo carácter multinacional del Estado debe entenderse fundamentalmente por el fortalecimiento de tres grupos de personas y sus movimientos, más o menos organizados, que hoy se resisten a ser asimilados: los indígenas y sus descendientes, los afrodescendientes y los inmigrantes y sus descendientes con lenguajes diferentes, religiones distintas y culturas múltiples que desafían a las culturas dominantes. Además de estos, han logrado reconocimiento también los movimientos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (LGBT), con una fuerte impronta cultural que reivindica sus derechos. A pesar de los avances, persisten desigualdades económicas agudas y continúan prácticas de discriminación. En ese sentido, la pregunta orientadora fue: ¿cuál es el lugar de la cultura (valores, creencias, expresiones artísticas y simbólicas atravesadas por múltiples tecnologías) en los procesos de transformación actuales? Este grupo estuvo fuertemente orientado hacia la discusión y análisis de la diversidad cultural en América Latina y hacia las teorías del multiculturalismo, las críticas desde la interculturalidad y los problemas y virtudes del mestizaje.
Paradójicamente, en momentos de desvinculación, ruptura del contrato social, fragilidad de los lazos sociales y desdibujamiento de metas colectivas, emergen movimientos conformados como actores colectivos organizados. Estos grupos defienden y reivindican una cultura que suponen como su aporte identitario a la cultura nacional y luchan por ser visibilizados en una sociedad pretendidamente igualitaria e incluyente. En este sentido, promover ciudadanía procura apoyar la diferenciación, entendida como la diversidad cultural, el pluralismo en valores y la mayor autonomía de los sujetos, sin que esto se convierta en justificación de la desigualdad. El fortalecimiento del sistema democrático no puede eludir la aplicación de políticas sociales que, elevando la calidad de vida a través de los derechos ciudadanos de las diferentes categorías sociales, profundice la calidad de la democracia política. En este marco de transformaciones también cabe preguntar cuál es el lugar del arte y de la cultura en estos nuevos procesos. En función de lo expuesto, se estructuró la publicación en dos ejes temáticos: I. Interculturalidad en América Latina y el Caribe y II. Sociología del arte y la cultura.
Bibliografía
Arocena, F. (coord.) (2011). Regionalización cultural del Uruguay. Montevideo: UdelaR, Dirección Nacional de Cultura, Programa Viví Cultura.
Grimson, A. (comp.) (2014). Culturas políticas y políticas culturales. Buenos Aires: Böll Cono Sur.
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (1969). Reflexiones previas sobre políticas culturales. París: Unesco.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2004). Informe sobre desarrollo humano 2004: La libertad cultural en el mundo diverso de hoy. Madrid: Mundi-Prensa.
Szurmuk, M. y Mckee Irwin, R. (coords.) (2009). Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos. Ciudad de México: Siglo XXI.