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1 De la gestión a la sociología de la gestión

Cinéticas y dinámicas del encuentro investigativo

Fernando Francisco Mas

Con velocidad y con parsimonia nos metemos entre las cosas, nos juntamos a otra cosa; nunca se empieza, nunca se hace tabla rasa: uno se desliza por entre, uno penetra en medio de, uno se acomoda a o impone ritmos.

                               

G. Deleuze, 2013 [1981], p. 151

El trabajador intelectual forma su propio yo a medida que trabaja […]. Debéis aprender a usar vuestra experiencia de la vida en vuestro trabajo intelectual, examinándola e interpretándola sin cesar.

                            

C. W. Mills, 2017 [1959], p. 164

Un ingreso

Al salir del colegio secundario, en el año 2001, decidí inscribirme en la licenciatura en administración. A comienzos del siglo xxi, Argentina vivía un auge de las “ciencias empresariales”; su oferta educativa de nivel superior proliferaba y, en muchos casos, esta provenía de instituciones privadas, con cursos arancelados desbordados de estudiantes, a pesar de la crisis económica que atravesaba el país. Estudiar para contador, administración de empresas (management) e incluso marketing, se presentaba como un mandato urgente y como un signo de salvación para muchxs jóvenes de mi generación.

La recepción generalizada del conocimiento gerencial y de sus carreras asociadas en universidades latinoamericanas se produjo en gran medida a raíz de la sistematización del saber managerial en los centros de formación e investigación académica de ee. uu. y su consecuente difusión hacia el resto del mundo (Carlotto, 2021). Este acontecimiento, que tuvo lugar desde las últimas décadas del siglo pasado, debe ser pensado al interior de la expansión de una racionalidad de empresa más amplia, tomando como punto de partida las conceptualizaciones y debates en torno al neoliberalismo; considerado no sólo como un modelo económico o una ideología, sino también, y particularmente, como una racionalidad (Dardot y Laval, 2013; Foucault, 2007 [1979]). Es decir, el neoliberalismo también es un modo de habitar el mundo en clave empresarial, económica y managerial.

Nuestro país durante la década del 90 experimentó un conjunto de transformaciones neoliberales, en donde el mismo Estado resolvió “retirarse” para darle mayor participación al mercado y brindar facilidades a las empresas. Con esto hago referencia, a las archiconocidas medidas públicas desplegadas en lo económico, con su impacto en lo político y social, que tuvieron que ver con privatizaciones, reducción del gasto público, flexibilización laboral, etc. Aunque también, a los procesos de modernización del Estado por medio de la incorporación de herramientas del management y, precisamente, a la proliferación de las carreras universitarias que se erigían sobre este tipo de disciplinas.

En los años 2000-2001, en mi hogar, aún con un padre ingeniero en petróleo y una madre profesora de filosofía, la discusión no rondaba en torno a qué carrera debía estudiar, sino en escoger entre las de contador y administración de empresas. Esto cobraba más sentido, si consideramos que fui a una escuela secundaria que otorgaba el título intermedio de perito mercantil, cursando la materia de contabilidad prácticamente todos los días durante cinco años, y que mi hermano mayor se encontraba estudiando ­­­­­­­­­­­­­–satisfactoriamente­­­­­­­­­­­­­– la licenciatura en administración.

Finalmente, escogí la carrera relativa a la gestión empresarial, ya que ahí también se podían explorar y potenciar las habilidades “blandas” (soft skills) de liderazgo, creatividad y trabajo en equipo.[1] Yo creía (o me hicieron creer) que tenía mayores condiciones para este tipo de profesión y sus habilidades requeridas, profesión que tomaba distancia del perfil mecánico y oficinista asociado a un contador.

Me inscribí en la Universidad del Aconcagua ­­­­­­­­­­­­­–uda­­­­­­­­­­­­­–, ya que los horarios de cursado nocturno me permitían trabajar. Afortunadamente, a raíz de antecedentes académicos que fui obteniendo, la universidad me otorgó beca los últimos tres años de la carrera. Este reconocimiento aparecía como un alivio. El arancel de una universidad privada (en la uda, para esa época, eran 190 dólares) no era algo tan sencillo de afrontar, ni para mi familia, ni para mí, con mis ingresos provenientes de trabajos esporádicos. Mi padre, ex trabajador de ypf en la jefatura de exploración, había sido desvinculado de la empresa petrolera estatal durante aquella ola de privatizaciones. Esta situación acarreó posteriores complicaciones, durante unos 15 años, para estabilizar la economía de la familia.

Ahora bien, una vez egresado de administración y sin todavía graduarme, comenzaron a emerger la/s crisis vocacional/es. Resolví estudiar, en la misma universidad, la licenciatura en comercialización (hoy licenciatura en marketing). Sospechaba que ingresando ahí podía encontrar cierta faceta artística y asumir una posición reflexiva / creativa que anhelaba desarrollar, aunque esto fuera en el ámbito empresarial.

Sin embargo, la carrera de comercialización / marketing me generaba cierta pesadez y la sensación de exponerme a un simple ordenamiento teórico de actividades obvias que podían aprenderse en el ejercicio mismo del trabajo. Aun no lograba dilucidar que el marketing y otras tecnologías manageriales son en apariencia banales, pero que en la práctica logran gobernarnos (Miller & Rose, 1990). Dejé marketing, adeudando sólo la elaboración de la tesina.[2] Decidí finalizar la licenciatura en administración y ver qué me deparaba el destino. Al igual que muchxs compañerxs, quería ser exitoso: el gerente de una trasnacional o un emprendedor destacado.

Ese mundo

Aquellos modelos de sujetos (gerente / emprendedor), se constituyen como ideales que se basan en las promesas promocionales de este tipo de licenciaturas, de manera similar a lo que se predica en la bibliografía (académica y de divulgación) del management, donde sus recetas buscan inspirar a los sujetos, aunque la realidad muestra que para ser exitoso pareciera necesitarse algo más que estudiar “negocios” en las carreras de grado o tecnicaturas. No todos llegan, si es que llegan.

Las carreras de negocios, aún más en el nivel terciario que en el universitario, sólo ofrecen un lenguaje común de época para realizar cualquier trabajo operativo de oficina y garantizar un mínimo de empleabilidad.[3] Los modelos ideales de sujeto se alejan y resultan difíciles de ser alcanzados si estudiar management en el grado no se acompaña luego con otra formación de posgrado al respecto y mucho más difícil si a esto se lo hace sin condiciones materiales previas que faciliten la inversión, sin capital social vinculante que agilice la inserción laboral o sin experiencia profesional que garantice ascensos.

De este modo, autores como Levy, Alvesson & Willmott (2003) sostienen que las recomendaciones y los relatos míticos de los saberes manageriales, se destinan al manager o ejecutivx de negocios, sin embargo, también sirven como motivación fantasiosa para lxs trabajadorxs, para lxs pequeñxs emprendedores, para quienes ­­­­­­­­­­­­­–precisamente­­­­­­­­­­­­­– estudien carreras afines o, simplemente, para la gestión cotidiana de la vida.

Al poco tiempo de graduarme, en 2007, entré a trabajar en el área de finanzas y gestión de personal de un reconocido hotel de Mendoza y comencé, al año siguiente, a dictar clases sobre administración y rrhh en la uda. En 2010, renuncié de manera intempestiva al trabajo de oficinista en el hotel por el hastío que causaron toda una serie de lógicas despóticas y abusivas. Luego de esto, y de un breve paso por los servicios de consultoría, aposté por completo a mi trabajo en la uda, no solo como profesor sino también participando de espacios de coordinación docente.

Entre esas tareas de coordinación, fui convocado para la confección de una diplomatura en gestión pública de turismo. Al debatir sobre las materias del plan de estudio me llamó la atención que los programas estaban empapados de contenidos de la administración y el marketing de empresas. Me pregunté, ¿por qué todo funciona como si fuera una empresa? ¿Por qué si, en este caso, se trataba de actividades de gestión desplegadas por el Estado? De manera curiosa o no tanto, esta sería la pregunta que guiaría mi proceso de investigación doctoral.

Para esa época, la Facultad de Ciencias Sociales y Administrativas ­­­­­­­­­­­­­–fcsa­­­­­­­­­­­­­– de la uda, lanzó su instituto de investigación. Fui invitado a participar y me animé a presentar un proyecto relacionado con los rrhh. En una ocasión, al comentarle a Diego Navarro –director del instituto– que, ante frustraciones en el ámbito empresarial, vocaciones desplazadas y nuevos intereses, me sentía atraído por estudiar ciencias sociales (particularmente comunicación social), me dijo: “pero, ya que estás iniciándote en la investigación y con antecedentes académicos, ¿por qué no aprovechás y te presentás a la beca de conicet para realizar un doctorado en sociales?” Me pregunté: ¿Qué era conicet? ¿Cómo ingresar?

Otro mundo

Al año siguiente, en 2011, logré concertar una cita con la coordinación del Doctorado en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales ­­­­­­­­­­­­­–fcpys­­­­­­­­­­­­­– de la Universidad Nacional de Cuyo ­­­­­­­­­­­­­–uncuyo­­­­­­­­­­­­­–. En esa reunión, muy gentilmente, me explicaron no sólo cuestiones del posgrado sino sobre cómo postular a la beca de conicet. Yo tenía un tema que deseaba investigar y que podía ser el puntapié para diseñar un plan de trabajo. El objetivo era analizar el uso de plataformas web 2.0 del Municipio de Mendoza para la promoción turística del destino, con el fin de explicar las acciones de marketing que allí se desplegaban, dar cuenta de aquella “empresarialización” que había notado cuando participé en el armado de la diplomatura.

Desde el Doctorado, dadas mis preocupaciones y ante la necesidad de un director, me recomendaron contactar con Sebastián Touza, graduado en Comunicación Social en fcpys y doctorado en Canadá. Él había llegado de aquel país a fines del 2009 en el marco de un programa de repatriación de investigadores que impulsó el Estado argentino. Yo no imaginaba la potencia de esta recomendación, ya que Sebastián, Sebas, se convertiría rápidamente en una de las personas más influyentes en mi formación personal y académica de la última década. ¡Qué fortuna haberte encontrado amigo mío!

En el primer encuentro con Sebas, debatimos sobre comunicación, nuevas tecnologías y empresarialización del Estado. Así, me sugirió autores del marxismo postoperaista: Toni Negri, Paolo Virno, Cristhian Marazzi, Maurizio Lazzarato y Andrea Fumagalli. Estos textos asumían un posicionamiento crítico que, lisa y llanamente, me partieron la cabeza[4] y me despertaron una gran avidez de lectura. Eran libros sumamente complejos para mí y demandaban un considerable tiempo de estudio; sin embargo, basándonos sobre todo en El Sitio de los Calcetines de Marazzi (2003), finalmente logramos armar mi primer plan de trabajo. El proyecto se enfocó en señalar un “giro comunicativo” en el uso de la web 2.0 del municipio de Mendoza para la promoción turística. Ese año no gané la beca de conicet.

En 2012, a Sebastián, con la generosidad que lo caracterizaba, se le ocurrió que esta vez intentara hacerlo bajo la dirección de su colega y amigo, Osvaldo López Ruíz. Osvaldo era sociólogo, había vuelto de Brasil en 2009 luego de casi 10 años y trabajaba en el Centro Científico Tecnológico ­­­­­­­­­­­­­–cct­­­­­­­­­­­­­– de conicet Mendoza. Él había investigado en su tesis de doctorado cómo ciertos conceptos empresariales provenientes de los campos de la economía y del management ­­­­­­­­­­­­­–tras sufrir procesos de racionalización / divulgación generalizada­­­­­­­­­­­­­–, en la actualidad habían devenido en valores que orientan la conducta de los sujetos, no sólo en el espacio de trabajo sino también en su vida cotidiana.

De esta manera, Sebastián consideró que sus investigaciones se aproximaban bastante a mis preocupaciones, sobre todo en lo referente a la divulgación de un modo de gestión empresarial que prevalecía en las distintas esferas de la sociedad y su vínculo con el proceso social que entendía al neoliberalismo como una racionalidad ­­­­­­­­­­­­­–de gobierno­­­­­­­­­­­­­–.

Osvaldo, tras una serie de amenos encuentros y significativas reuniones de iniciación, en las que me sugirió lecturas basadas en los aportes de Max Weber (2011) y Michel Foucault (2007 [1979]) respecto a “racionalización” y “racionalidad”, accedió a ser mi director de beca en conicet y de tesis doctoral en fcpys, mientras que Sebastián fue mi codirector en ambas instancias. El plan de trabajo, ahora, estaba reformulado con estos nuevos conceptos y perspectivas sociológicas (neoliberalismo como racionalidad), pero sin haber descartado del todo el marco teórico anterior.

En 2012, al postularme con López Ruiz como director y elegir su lugar de trabajo para llevar a cabo mis tareas de beca, el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales ­­­­­­­­­­­­­–incihusa­­­­­­­­­­­­­– del cct de Mendoza, conicet resolvió otorgarme la beca para desarrollar mi doctorado desde 2013. Así, empezaba a deslizarme hacia una nueva visión de mundo, o bien, lograba dejar atrás ­­­­­­­­­­­­­–en parte­­­­­­­­­­­­­– a otra.

Una salida (u otro ingreso)

La virtud del hombre/mujer libre se muestra tan grande cuando evita los peligros como cuando los vence.

                

B. Spinoza (1980 [1677]), p. 237

No conozco las condiciones sociales plenas de la mejor artesanía intelectual, pero es indudable que el rodearse de un círculo de personas que escuchen y hablen –y que tengan en ocasiones caracteres imaginativos– es una de ellas […].

                         

C. W. Mills (2017 [1959]), p. 169

De ese lugar de trabajo, el incihusa, emergió una dinámica constitutiva que reformuló la aletargada, peligrosa y triste experiencia con la gestión empresarial; dinámica que en gran medida contuvo, orientó y estimuló mi camino hacia la sociología del management. Con esto remito, particularmente, a los encuentros que se dieron en la Sala 2 de becarixs, oficina que me asignaron y que para ese entonces reunía a politólogxs, sociólogxs, geógrafxs, comunicadorxs, filósofxs e historiadorxs. Los buenos encuentros se dan, entre otras formas, por grupos de personas que accidentalmente se hallan y se componen entre sí, dando lugar a acciones comprometidas con la existencia de ese grupo y con la de otros. Esta potencia vital ofreció la Sala 2.

Las referencias hasta aquí hechas a encuentros y composiciones, entradas, afiliaciones, salidas, fugas, emplazamientos y velocidades (del cuerpo / pensamiento) se inspiran libremente en las lecturas que Gilles Deleuze hizo de la obra de Baruch de Spinoza. El acceso a esta obras fue gracias a la participación en un proyecto de investigación dirigido por Sebas Touza y codirigido por otro gran compañero y amigo de la Sala, Germán Dartsch, entre los años 2013 y 2015. En el libro Filosofía Práctica, Deleuze comenta que Spinoza define un cuerpo, cualquiera sea, desde dos perspectivas: las relaciones de reposo / movimiento y la capacidad de afectar / ser afectado; y agrega: “se trata aparentemente de dos proposiciones muy simples: la primera es cinética y la otra, dinámica” (Deleuze, 2013 [1981], p. 150).[5]

Quisiera sugerir ciertas relaciones cinéticas / dinámicas y su vínculo con el tiempo / espacio, que pueden estar presentes, de un modo u otro, durante el desarrollo del trabajo compositivo intelectual, particularmente del tesista doctoral, en virtud de mi propia experiencia como becario, en esa Sala y fuera de ella. Las cuales, quizás, sean una suerte de recomendaciones destinadas a quienes se inician en este camino y que se inscriben ­­­­­­­­­­­­­–hablando en términos spinozistas­­­­­­­­­­­­­– en la cautela y no en la profecía, con el simple fin de resaltar las virtudes del trabajo compositivo intelectual y, también, evitar posibles peligros de la investigación en ciencias sociales. Esto en tanto, la tesis doctoral también me los presentó, para ser justos con el relato de mis trabajos de gestión previos. Avancemos.

La oficina (adentro y afuera)

En los primeros días de trabajo en incihusa, en abril de 2013, el personal de Recursos Humanos del cct, como parte del proceso de “inducción”, nos enseñó cómo rendir cuentas del horario cumplido y nos mostró las instalaciones que podíamos usar. Con el paso del tiempo, descubrí, precisamente, que la labor intelectual conllevaba otros movimientos y otras localizaciones del cuerpo / pensamiento muy diferentes a mis anteriores trabajos.

Consideré, por un lado, que el trabajo de investigación efectivamente, en parte, se anclaba en una oficina, con todas esas ventajas que genera la circulación de ideas y el encuentro con colegas. Claro, siempre que esto no se reduzca a un mero “cumplimiento de horario” por simples caprichos institucionales o vigilancias burocráticas. El trabajo investigativo en ciencias sociales requiere libertad de acción, en momentos y en lugares que sean de comodidad para quien investiga, con el fin de dar lugar a la creatividad, la reflexión, la concentración o, incluso, el descanso.

Ahora bien, por otro lado, descubrí que, más allá de las ventajas del anclaje espacial en una oficina, el trabajo, muy a menudo, se desbordaba. Me acompañaba con ideas permanentes, algunas veces de un modo creativo, otras, compulsivo, en momentos y lugares ajenos a la Sala 2 o el incihusa e, incluso, por fuera del trabajo de campo que requiere “calle” o aquel del escritorio hogareño (en mi caso, un sillón). El home office en las ciencias sociales es de larga data, acentuado hoy por estos “tiempos pandémicos”.

Asimismo, que el trabajo intelectual desborde el espacio físico de la oficina, no niega que el trabajo en general ­­­­­­­­­­­­­–de gestión u operativo­­­­­­­­­­­­­– sea cada vez más cognitivo (Virno, 2003). Y, mucho menos, que este exceda el lugar y tiempo de trabajo, permeando y conjugándose con la vida misma, propio de las modulaciones que nos propone la “sociedad de control” en la que vivimos (Deleuze, 1991).

Sin embargo, en mi caso, fui notando que las fronteras entre tiempo / espacio de trabajo y de vida, en la actividad intelectual e investigativa ­­­­­­­­­­­­­–quizás porque efectivamente la mayoría de sus esfuerzos son cognitivos­­­­­­­­­­­­­– eran menos claras que en otros tipos de actividades laborales en las que me había desempeñado. Esto sería inherente, funcional y, a veces, peligroso para la misma labor de investigación y para mi propia integridad emocional.[6]

Inherente y funcional porque el trabajo intelectual también se enuncia cuando las ideas aparecen imprevistamente en momentos que no son estrictamente “laborales” como, por ejemplo, durante el reposo o el descanso. Como es bien conocido, fue Max Weber (1979 [1919]) quien expresó, en sus famosas conferencias en Múnich en torno a la política (1919) y la ciencia como vocación (1917) que una “ocurrencia” puede surgir de manera fortuita en momentos de ocio, como cuando uno está “fumando un cigarro en el sofá”. En el trabajo académico, como en el artístico, las pausas y el descanso son necesarias para que las ideas emerjan y se ordenen de manera fortuita.

Para que se nos “ocurran esas mejores cosas” en una suerte de clímax del pensamiento, el respeto por el sosiego es fundamental (e incluso, por el letargo, cuando inevitablemente se hace presente en nuestras vidas). El espíritu, al igual que el cuerpo, exige el reposo previo para iniciar su capacidad deseante. “Cuando la velocidad del pensamiento se da desde el deseo –aquel que respetó las pausas– sus distintos ritmos se encadenan, cobran celeridad y podemos vernos sorprendidos por su fuerza creadora” me dijo alguna vez Sebas Touza, con el fin de calmar una de mis ­­­­­­­­­­­­­–tantas­­­­­­­­­­­­­– crisis de ansiedad durante el camino doctoral; algo que también logré deducir gracias a planteos y conversaciones que surgieron en terapia psicoanalítica con Diego Vilariño, fundamentales para sostener todo ese trayecto.

Trabajo, pena y espera

Las ideas no aparecen sólo en virtud del reposo, del ocio o de la fortuna, claro está. El azar, muy a menudo, es consecuencia del trabajo. Mills (2017 [1959]) refiere a algo así como que la “casualidad” creativa es efecto del accionar metódico y sistemático en el desarrollo de la artesanía intelectual. Asimismo, en aquellas conferencias, Weber afirma que “[la ocurrencia] jamás surgiría si uno no tuviera tras sí esas horas de penar en la mesa de trabajo” (p. 194). El sociólogo alemán no sólo está aludiendo a que las ideas “decantan” al tiempo de estar en la mesa de trabajo, sino también a que allí se pena porque se piensa. Las ideas, en gran medida, aparecen y se ordenan mientras uno trabaja, en la misma dirección que aquella frase atribuida a Pablo Picasso: “la inspiración siempre me ataco trabajando”.

Sentarse en el escritorio a investigar también debería ser un reposo y una aceleración del pensamiento en el marco del deseo. La exigencia por su velocidad inmediata es estéril, pero no lo es tanto estar en lugar esperando (sin esperanzas) desde la misma inacción o, mejor dicho, la acción prematura y tentativa del pensamiento. La demanda (propia o ajena) de trabajo permanente, guiada por la necesidad de alcanzar resultados destacables e inmediatos, es contraproducente para la creación. Las pasiones tristes de miedo o de remordimiento que se presentan cuando estos ideales, propios de la imaginación, no logran ser alcanzados no hacen otra cosa que disminuir nuestra potencia. Por ejemplo, durante la escritura de tesis, mis directores me recomendaban enfrentarme a la “hoja en blanco”, aunque estuviese así un largo tiempo, o bien, haciendo “garabatos” con la escritura. Los trazos iniciales forman parte del método artesanal; los bocetos luego se remarcan, se borran, se pintan.

En cuanto a ciertos peligros para la integridad emocional producto del borde difuso entre trabajo y vida en la actividad intelectual, entiendo que la labor investigativa acarrea ­­­­­­­­­­­­­–tolerables­­­­­­­­­­­­­– penas, como cualquier trabajo, aun cuando este se desee. Sin embargo, “la preocupación constante por las cosas abiertas” a la que Weber (1979 [1919], p. 194) refiere como una virtud, puede desenfrenarse y desembocar en grandes angustias si esto se hace desde la demanda obsesiva. Así, podemos encontrarnos trabajando compulsivamente mientras nos duchamos, comemos o nos desvelamos largas horas por las noches.

La idea que aparece en el sofá es lícita y tiene que ver con aquellas velocidades del pensamiento, aun por fuera del lugar y tiempo de trabajo; pero, cuando las rumiaciones mentales se vuelven permanentes e incontrolables, disminuyen nuestra propia capacidad de afectar y ser afectadxs. Esto podría responder a un sinfín de motivos ­­­­­­­­­­­­­–como el propio ego­­­­­­­­­­­­­– pero, también, a los requerimientos métricos de la carrera de investigador en nuestro país y en el mundo, donde prima más lo cuantitativo que lo cualitativo, como bien ilustra Beti Soria en el capítulo 3 con su apartado sobre “paper o muerte”. Estas exigencias, individuales, institucionales y ­­­­­­­­­­­­­–a veces­­­­­­­­­­­­­– alimentadas entre pares, pueden constituir una efectiva trampa para neurosis personales que hacen buenos nudos con las lógicas competitivas, productivistas y exitistas de la sociedad neoliberal. Paremos.

Un alivio: lx otrx

Retomando los momentos creativos y deseantes del trabajo fuera de la oficina, muchas veces me encontré con la “ocurrencia”, no en la soledad del reposo o el intento del escrito, sino en virtud del encuentro dialógico con el otro. Me refiero a los debates ¡y verdaderas batallas! que mantuve, al principio, con familia o amigxs que remitían a otras “visiones de mundo” o, precisamente, a las cinéticas compositivas que se dieron por conversaciones con mis colegas de la Sala 2. Estos intercambios con esxs otrxs amigxs becarixs podían presentarse dando un paseo por un parque, bebiendo cervezas en un bar o reunidos en el césped del cct.

En relación con esto último, en el segundo o tercer año de beca, junto a Emiliano Jacky, Robin Larsimont y Eric Moench, organizamos, de manera informal, unas “micro jornadas” en los jardines del cct, donde expusimos nuestros temas de investigación, que no sólo nos ayudaron con nuestras investigaciones, sino que también, al igual que con la producción colectiva de este libro, logramos fortalecer aún más nuestra amistad. Además, podría citar a las “reuniones de los martes” que cada mes mantuvimos en la “sala de reuniones” del incihusa, entre los años 2018 y 2019 junto a Osvaldo, Eric y Pablo Méndez. Allí hacíamos presentaciones y dábamos lugar a coloquios que se desprendían de las lecturas de libros o de artículos, de textos propios en elaboración, del desarrollo de la tesis, etc.

En mi caso en particular, a veces estar ­­­­­­­­­­­­­–anclado­­­­­­­­­­­­­– en la Sala 2 aparecía como una oportunidad para asistir a pequeños seminarios o congresos, en tiempo real. Tenía a un escritorio de distancia a lxs docentes y disertantes. Me bastaba con darme vuelta y hacer preguntas sobre cuestiones nuevas y difíciles de entender para un administrador de empresas:

“Emi, ¿qué es el poder para Foucault?,

Viqui, ¿me podrías explicar la noción de ideología?,
Robin, ¿qué diferencias hay entre espacio, territorio y paisaje?”[7]

De hecho, por ejemplo, la pregunta a Victoria Martínez por lo que comúnmente se entiende por ideología en algunas corrientes marxistas, tuvo que ver con que yo había empezado a leer el estudio que hace Foucault (2007 [1979]) sobre el neoliberalismo. Como comenté al inicio de este texto, algunos autores traían a colación que el neoliberalismo más que una ideología era una racionalidad (Dardot y Laval, 2013). Esa breve exposición de Victoria ­­­­­­­­­­­­­–por la que no tuve que pagar, ni desplazarme, ni sentirme abochornado por la obviedad de las preguntas­­­­­­­­­­­­­– me allanó muchísimo el camino para argumentar mi posicionamiento epistemológico, que hasta el momento no tenía del todo claro.

Aunque, para ser sincero, la cuestión del bochorno me paralizaba, en tanto consideraba que mis estudios universitarios no estaban a la altura de un investigador en el campo de las ciencias sociales. Asociaba esto al bagaje cultural, a la capacidad de reflexión, de crítica y de escritura de estilo “poético” de mis directores y compañerxs, algo que me costaba, pero que en ellxs parecía brotar espontáneamente.

Cierto día en la Sala, le comenté esto mismo a Vicky: “no sé cómo voy a lograr hacer un doctorado en ciencias sociales, yo no soy un intelectual, no tengo formación para serlo”. Ella, oportunamente, contestó algo que actuó en mí como un aliciente: “no se trata de una formación previa, se trata de una forma de ser”.[8]

Entendí con ello dos cosas, por un lado, que yo tenía el deseo de esa forma de ser y, por otro, que esa forma de ser podía ejercitarse ­­­­­­­­­­­­­–en tanto artesanía­­­­­­­­­­­­­–. De manera curiosa, mis investigaciones finalmente se concentraron en teorizar sobre posibles modos de ser sujeto, no necesariamente de un investigador, sino de un “sujeto estratégico” según la “forma empresa” en relación con la noción managerial de competitividad. Me dediqué a estudiar la formación de cierta subjetividad competitiva y estratégica promovida por el neoliberalismo y esbozar, como apuesta política implícita, un proyecto de des-subjetivación a la luz de exhibir algunos principios, valores y mecanismos de las tecnologías de conducción managerial contemporáneas.

El interés por la noción de competitividad también comenzó al encontrar que algunas revistas y blogs de management hablaban del “modelo Lennon-McCartney”, para referir a la condición de cooperación y competencia que se daban entre los ex Beatles; así, pensé que aludían a una “coopetencia”. La cuestión de colaborar (antes) para competir (luego) es propia de la naturaleza de la competitividad, comenta William Davies (2014). Ese mismo día ­­­­­­­­­­­­­–u otro­­­­­­­­­­­­­–, en la Sala 2, debatimos el concepto de coopetencia con Robin ya que él también tenía inquietudes similares en su investigación. Finalmente, como él cuenta en su capítulo, incluyó el concepto en su tesis y, en mi caso, fue lo primero que comencé escribiendo para la mía. Así, la velocidad del pensamiento apareció luego de un debate conceptual entre colegas en el espacio de trabajo.

Un cierre abierto, para la crítica artesana

El oficio de quien investiga es artesanal porque no es inmóvil y tiene la capacidad de tomar decisiones individuales respecto a corregir, adoptar nuevos intereses, etc. Mills (2017 [1959], p.185) sugirió evitar el fetichismo del método y de la técnica, en pos de un estilo artesanal propio. Es conocido también el poco apego por el método y el plan, en términos de una “receta”, por parte de Michel Foucault. Asimismo, los proyectos del filósofo francés también eran impredecibles. Se sabe que “su andar era como el de un cangrejo, ya que se desplazaba lateralmente”, cosa que dijo al anunciar su interés por desarrollar el proyecto biopolítico “siempre que la suerte le sonriese” (Foucault, 2007 [1979]: p. 96, 97). La suerte no fue simpática y Foucault prefirió concentrarse en la antesala de los liberalismos, no retomando nunca más aquel programa de estudio.

Es muy común que lxs tesistas queramos aferrarnos al plan original, a los métodos y al marco teórico con el que nos iniciamos, todo lo contrario del artesano y el cangrejo. Uno nunca sabe del todo qué objetos, qué método, qué teorías serán las definitivas. Esto, al calor de que siempre existe una pregunta central, subyacente, flexible, viva que nos guía,[9] o, mejor dicho, de un “demonio que sujeta la vida” parafraseando a Osvaldo y Sebastián, en algunos de sus consejos de corte nietzscheanos en el taller doctoral ii.

Por ejemplo, en mi caso, pasé de observar el Facebook de un municipio para dar cuenta de un Estado turístico-empresarializado, a querer explicar el marketing como tecnología neoliberal, a finalmente, realizar la genealogía del concepto “competitividad” del management estratégico para comprender cómo impacta éticamente en la constitución de nuestras subjetividades. Esto último tuvo lugar una vez que comencé a trabajar con los materiales (manuales y planes oficiales de turismo), con el objetivo de llegar a explicar la tecnología del marketing, cosa que nunca sucedió.[10] Aunque, hoy creo, que siempre estuve guiado por un ­­­­­­­­­­­­­–mi­­­­­­­­­­­­­– demonio: ¡¿por qué todo funciona como una empresa?!

Ahora bien, el encuentro con el otro, con lx otrx, además, sirve para fijar un borde a otras obsesiones demoniacas de la vida misma (¡la pobre oreja de Nati Rizzo!) y aquellas laborales que ya señalamos, a cuando “esa preocupación constante por las cuestiones abiertas” no tiene respiro. Recuerdo que, en determinado momento, mi vida se vio colonizada por pensamientos del tipo: “jugar un juego de mesa con amigos es competir, exponer en un congreso es vender, etc.…” todo era analizado en el marco de lo dicho sobre el neoliberalismo como racionalidad de gobierno.

La crítica no era clara en mí, absorbía aquello que se apoyaba sobre otros planos, se asociaba a otras imágenes y respondía a otros momentos y personas. En un viaje a Buenos Aires en 2015, tuve la fortuna de que Emiliano, caminando por la calle, en esos días de las xi Jornadas de Sociología de la uba, hiciera alusión a esto y a la necesidad de calmarme. Sus palabras me ayudaron a pensar sobre cómo, cuándo y qué es asumir un posicionamiento crítico. También, podría decirse que colaboró en ser más piadoso, incluso conmigo mismo. “El acto crítico no asume con el martirio”, me dijo una vez un compañero del doctorado, Pablo Chiavazza.

Así, con todo esto, puedo decir que en mi trayectoria de investigación me sentí desbordado, me sentí creativo. Caminé para adelante, para atrás y de costado. Entré y salí. Me compuse, me descompuse. Me contuvieron, me fijaron límites. Me dieron enviones. Me cachetearon y me abrazaron. Me dediqué a estudiar la construcción de ciertas formas de ser sujeto mientras intentaba definir en la práctica misma, en virtud del trabajo artesanal y colectivo, otra forma de ser: la mía.

Con la mirada perdida en la nada
cuando seas el hombre dirigente
¿quién estará buscándote?
nadie querrá saber de tu vida.
    
Luis Alberto Spinetta[11]


  1. Aquellas que pregona la disciplina de los Recursos Humanos –rrhh– (du Gay, Salaman & Rees, 1996; Townley, 1994).
  2. Al momento de la revisión final de este texto, en abril del 2022, me encuentro graduado de la licenciatura en comercialización. ¿Qué sucedió luego de estos dichos en julio de 2021? En septiembre me informaron que el plan de estudios (1999) de la carrera vencía el 31 de marzo de 2022: decidí finalizarla con un estudio crítico, que dio lugar a la tesina: “Notas genealógicas de los textos académicos del marketing: una socio-historia crítica de la disciplina”.
  3. Tal como antes lo hacían otros títulos intermedios, pienso en el mismo “perito mercantil”.
  4. Parafraseando un comentario de Anita Abarzúa: “segunda ruptura. Te partió la cabeza. No hubiera sido posible sin el ‘asco’ que sentiste ante la arbitrariedad en el hotel” (revisión en Word, 19 de julio de 2021).
  5. Y cuando Spinoza refiere al cuerpo lo hace también, necesariamente, al pensamiento. Comenta Deleuze: en concreto, un modo es una relación compleja de velocidad y de lentitud en el cuerpo, pero también en el pensamiento, y es un poder de afectar y de ser afectado, del cuerpo o del pensamiento” (Deleuze, 2013 [1981], p. 151, las itálicas son nuestras).
  6. A menudo pienso en estas palabras de Foucault: “¿Puede una forma de locura originarse en la soledad impuesta por la profesión literaria?” (Foucault, 2012 [1978], p. 135, las itálicas son nuestras).
  7. Las cuestiones de espacio me interesaban al comienzo de mi proceso doctoral, para explicar, por ejemplo, la construcción de una imagen comercial turística.
  8. “Hoy creo que pensaría lo ‘intelectual’ como una forma provisoria de estar…devenir / habitar el mundo” (WhatsApp con Vicky, julio de 2021).
  9. El capítulo de Beatriz Soria resulta muy pertinente al respecto.
  10. O sucedió más tarde, mucho más tarde, al graduarme recientemente de la licenciatura en comercialización, como expliqué en un nota previa.
  11. Fragmento de la canción “El hombre dirigente”, incluida en el álbum Los niños que escriben el cielo de su banda Spinetta Jade, año 1981.


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