Algunos sentipensares sobre los encuentros en la Sala 2
Victoria Martínez Espínola
Introducción
Es habitual en ciencias sociales dirigir la mirada y el análisis hacia prácticas y subjetividades de otrx(s), que no somos nosotrxs. El ejercicio en este texto es, por el contrario, volver la mirada a las propias prácticas y subjetividades en tanto becaria doctoral, entre los años 2013 y 2018. Intento acercarme a esa experiencia desde un abordaje autobiográfico en los términos de las teorías feministas que cuestionan el positivismo epistémico de tipo patriarcal y occidental y sus nociones de neutralidad y objetividad científicas, para permitirnos ver que la producción de conocimiento es encarnada y situada (Haraway, 1995; Harding, 1998). En esta clave reflexionaré sobre mi proceso de investigación doctoral que, afortunadamente, pude realizar con el financiamiento de una beca otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas –conicet–, con lugar de trabajo en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales –incihusa– del cct Mendoza.
En ese marco institucional se dieron los encuentros en la Sala 2, los cuales dejaron su huella sutil y amistosa en la tesis. ¿Cómo fue la relación entre el proceso de investigación y las relaciones de amistad tramadas en la Sala 2? ¿De qué maneras se entrelazan las cuestiones científicas y humanas durante la realización de una tesis doctoral? ¿Qué valor tiene sostenernos mutuamente en el proceso? ¿Cómo nos sostuvimos? Plantear estas preguntas enfocadas en los vínculos que urdimos en la Sala 2 tiene como objetivo compartir la experiencia y aportar a quienes se encuentren en tránsitos similares.
Si tuviera que explicitar los supuestos que orientan este escrito diría que la posibilidad de compartir con otrxs, pares, un espacio físico cotidiano durante el proceso de investigación doctoral nos nutre en dos sentidos: primero, desde lo humano, ya que permite formar parte de un colectivo que atraviesa sensaciones y experiencias similares, establecer lazos y sobrellevar la tarea desde un lugar colectivamente sostenible; en segundo lugar, desde lo cognitivo, ya que, aunque las temáticas que cada unx aborde sean distintas, el intercambio aporta a una mirada transdisciplinar que se construyen en la cotidianeidad y materialidad de los vínculos.
Comencé a transitar el oficio de la investigación en ciencias sociales cuando era estudiante. Estudié Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la uncuyo. A los pocos años de cursado, en 2006, me incorporé a un grupo de investigación, motivada por los temas y dinámicas de la materia Problemática Filosófica. El grupo de investigación estaba dirigido por la profe de esa materia y por ese entonces investigadora de conicet, Estela Fernández. En ese grupo conocí también a Mercedes Molina, también docente de la Facultad e investigadora de conicet. Ambas me guiaron durante el trayecto tanto de la licenciatura como del doctorado, no sólo desde una mirada atenta a la solidez teórica y metodológica de mi trabajo, sino también desde el acompañamiento humano.
En el marco de los proyectos de investigación nos dedicábamos a estudiar, principalmente, el pensamiento crítico latinoamericano actual y teorías feministas producidas en la región. Esta experiencia me permitió experimentar la importancia de leer y reflexionar junto a otrxs. Las dinámicas se basaban en la lectura, exposición y reflexión colectiva sobre textos. Allí nos encontrábamos con docentes, estudiantes de distintas carreras de la Facultad, así como también becarixs de conicet y tesistas en distintos niveles académicos (licenciatura, maestría y doctorado). Esta experiencia fue, sin dudas, central en mi trayecto de investigación, ya que no sólo me proporcionó sustento teórico, sino que me permitió identificar la importancia de pensar en diálogo con otrxs, es decir, de la dimensión dialógica (Freire, 1974) del proceso de construcción de conocimiento.
Empecé el doctorado en 2013 y lo terminé en 2019. Hoy puedo decir que es fundamental tramar complicidades para recorrerlo. Hacerlo junto a otrxs que transitan el mismo proceso es enriquecedor, ya que durante esos años estamos inmersxs en universos de sentido similares ¿Cuál es la diferencia entre compartir con otrxs que transitan ese mismo proceso en cursos, seminarios, congresos y/o activismos y compartir con compañerxs en una misma sala de becarixs de manera cotidiana? Considero que todos los encuentros entre pares que se habiliten durante la investigación son positivos. No sólo en relación con quienes habitan el ámbito de la ciencia y/o la academia, sino también en espacios de activismo y de participación en otro tipo de colectivos (políticos, artísticos, etc.), ya que nuestras temáticas de investigación están permeadas, moldeadas y no pocas veces emergen al calor de lo que acontece en nuestros contextos sociales, económicos, políticos, culturales. Por ello sostengo que los diálogos que surgen, se construyen y se mantienen entre quienes habitamos espacios no solo académicos sino de activismos y participación colectiva son estructuradores de nuestras investigaciones.
Entonces, en tanto proceso de construcción de conocimiento, podemos pensar la investigación como proceso amplio en el que conocemos, además de cuestiones que se desprenden de nuestras preguntas de investigación, a otras personas, historias, recorridos, temas de investigación, preguntas, estrategias metodológicas. Por ejemplo, lo interesante de un congreso es que nos encontramos con personas que se plantean preguntas similares a las nuestras, y el intercambio puede nutrir nuestros marcos teórico-metodológicos. En seminarios de doctorado, también solemos encontrarnos con otrxs que estudian temas cercanos a los propios, y ese diálogo suele ser muy, muy necesario. En espacios de activismo considero que una de las cuestiones más interesantes es la posibilidad de interpelar de manera particularmente aguda los marcos teóricos y metodológicos a la luz de la dimensión política que atraviesa a la producción de conocimiento.
Sin embargo, en este escrito, al igual que el resto de los compañerxs de este volumen, haré hincapié en ese otro tipo de encuentro particular, el que se dio entre quienes nos encontrábamos realizando la misma tarea en un mismo espacio físico de trabajo. En la Sala 2, puntualmente, nos encontramos becarixs con recorridos distintos en cuanto a formación de grado y a los temas de investigación. Con algunxs había compartido el cursado de alguna materia en la facu, grupos de investigación y otros espacios académicos. Con otrxs nos vimos por primera vez el día que empezó la beca doctoral. Era extraño estar juntxs y a la vez muy concentradxs en el trabajo de cada unx. Al principio nos interrumpíamos tímidamente por cuestiones prácticas (el uso del mate, cuestiones de organización del espacio). Después había cada vez más confianza, abríamos el espacio para narrar(nos) los temas de investigación, las preguntas, los dilemas, y también las angustias y ansiedades que esto acarreaba. Había que desenrollar(nos) y era muy tranquilizador que hubiera alguien dispuestx a tirar la punta del ovillo con nosotrxs. El intercambio era cotidiano, permanente. A veces silencioso, otras bullicioso.
En particular, quiero compartir algunos, sólo unos poquitos encuentros a manera de ejemplo, de síntesis quizá, de lo importantes que fueron durante el desarrollo de mi investigación. Para pensar la relación entre el proceso de investigación y las vincularidades con lxs compañerxs de Sala, es necesario comentar de qué se trató la investigación. El tema fue la relación entre migraciones y género, e indagó específicamente en las migraciones de mujeres bolivianas en Mendoza y en sus experiencias laborales y educativas. El enfoque teórico-metodológico fue la teoría feminista de la interseccionalidad y las técnicas empleadas fueron centralmente cualitativas. Lo que en principio se planteó desde entrevistas en profundidad y observación participante fue tomando la forma, con el transcurso de la investigación, de una etnografía y de la participación observante, en los términos de Rosana Guber (1992, 2011). Asimismo, la perspectiva feminista adoptada fue afinándose y nutriéndose de aportes de la perspectiva interseccional, decolonial y comunitaria (Cabnal, 2010; Crenshaw, 2013; Davis, 2005; Hill Collins, 2012; Lorde, 2003; Lugones, 2012, 2014; Rivera Cusicanqui, 2010, 2010a, 2010b, 2015).
Las preguntas y objetivos también se transformaron a partir de la dialéctica teoría/campo. Y en ese espacio liminal entre la teoría, el trabajo de campo y el dato, podría ubicar los diálogos con mis colegas de la Sala 2. Entre la ida y vuelta del campo a la teoría y viceversa, entramos en conversación. Pero esas conversaciones no podían darse en el vacío; había que contar con condiciones de posibilidad. Y en la Sala 2, esas condiciones estaban dadas. En lo que sigue, relataré algunas de esas conversaciones en relación con dos momentos de la investigación: el momento de la elaboración del marco teórico y el ingreso al trabajo de campo. Otras de las situaciones que relato tienen que ver con el sostén emocional y con sabernos acompañadxs entre pares, situaciones que fueron transversales a la realización de la tesis.
Conversaciones sobre marcos teóricos
Era el año 2013, recién comenzaba mi trayecto doctoral. Mi tarea por entonces se abocaba a la elaboración del marco teórico y contextual de la problemática, y una de las preguntas centrales era acerca de las características de la sociedad de origen de la migración en cuestión. En particular, me preguntaba sobre las comunidades andinas de Bolivia, sus luchas y condiciones socio-históricas y materiales de vida, las relaciones coloniales y patriarcales de dominación.
En una jornada de trabajo habitual en la Sala, un espacio iluminado y habitado por varios escritorios, uno junto al otro, estábamos con Emiliano Jacky conversando sobre lo que nos ocupaba por esos días. Encontramos que ambos, desde marcos y preguntas muy diferentes, estábamos leyendo a la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui. Este intercambio fue clave para darle forma a mi marco teórico, ya que Emi me recomendó un libro de ella que yo no había abordado, Violencias (re)encubiertas, una compilación de seis de sus ensayos, escritos entre 1990 y 1999, publicada en 2010 por Editorial Piedra Rota. Allí, en el texto sobre Mujeres y estructuras de poder en los Andes: De la etnohistoria a la política, la autora despliega parte importante de su pensamiento respecto de la relación entre género y colonialismo en el contexto andino desde una perspectiva etnohistórica.
Rivera Cusicanqui plantea una distancia en relación con cierto idealismo que pudieran abrigar algunas corrientes del feminismo en torno a la igualdad y equilibrio de género en las sociedades indígenas. Pretende, en cambio, mostrar cuáles fueron los marcos estructurales en los que se desenvolvió el inestable equilibrio de estas relaciones, entendido como “una auténtica apuesta femenina en/por el poder, pero también un ejercicio permanente de transformación y subversión del poder” (Rivera Cusicanqui, 2010, p. 180). Luego de la invasión española en Bolivia y el trastocamiento de todas las estructuras económicas, sociales, políticas, productivas y culturales tuvieron lugar una serie de procesos a partir de la migración a las ciudades y la conformación de sectores subalternos. Según la autora, la impronta de las mujeres en la formación y en la orientación cultural de estos nuevos sectores fue central, ya que las nuevas realidades mercantiles y urbanas se formaron con su contribución activa (Rivera Cusicanqui, 2010, p. 193). Es en este punto donde Rivera Cusicanqui propone la idea de una apuesta femenina por la sobrevivencia, pauta que dio origen al surgimiento conflictivo del “cholaje” andino. Entre otros aspectos, lo que pude comprender a raíz de este texto fue la centralidad de las mujeres para la sobrevivencia individual y colectiva en un contexto de alta conflictividad social. Y esto me permitió relacionar los términos que propone Silvia respecto de la apuesta femenina por la sobrevivencia y por el poder con las migraciones protagonizadas por mujeres bolivianas hacia Mendoza. De este modo, a las lecturas que realizaba por entonces sobre migración y género, pude incorporar una perspectiva situada en Los Andes, perspectiva que comprendí con mayor profundidad a partir de una conversación con Emi en la Sala 2.
Conversaciones durante el trabajo de campo
En el año 2015 comencé a transitar más fuertemente la etapa de trabajo de campo. Esa experiencia sinuosa fue una de las más ricas durante el proceso de investigación. Ésta se caracterizó, en primer lugar, por el intento de comprender subjetividades, motivaciones y proyectos de vida de mujeres migrantes. Para acceder a esa comprensión era necesario conocer personas, y para conocer a las personas se necesita establecer redes. Numerosos textos sobre metodologías cualitativas nos hablan de la técnica de bola de nieve como procedimiento para conformar la muestra de la investigación, en la cual una persona nos conecta con otras a partir de sus contactos (Atkinson y Flint, 2001). Si bien es una técnica de muestreo fundamental para la investigación cualitativa y una discusión pormenorizada acerca de su carácter excede los límites y objetivos de este escrito, quisiera animarme a pensar en otras formas de graficar la manera en que se entablan redes y relaciones durante la investigación. Esas otras formas podrían estar dadas por entrecruzamientos múltiples, más complejos que el que quizá remite a la bola de nieve, en donde de manera cuasi lineal una persona me lleva a otra y con la inercia del movimiento se forma una muestra.
La muestra que decidí conformar fue de tipo intencional, un tipo de muestra típica de la investigación cualitativa, en donde lo que se busca es comprender en profundidad los universos de sentido de las personas, las significaciones y representaciones que otorgan a sus experiencias de vida hasta lograr la saturación teórica. En ese sentido, la muestra buscaba entrar en conversación con mujeres de distintas edades, ocupaciones y lugares de origen, con el denominador común de que fueran nacidas en Bolivia, hubiesen decidido migrar y residieran actualmente en Mendoza. A nivel epistemológico fue importante pensar, en los términos de Irene Vasilachis (2006), en una meta-epistemología de la investigación cualitativa que comprenda simultáneamente la epistemología del sujeto cognoscente y la del sujeto conocido, en la que ambos sujetos construyen el conocimiento desde sus ontologías diversas y se transforman en el proceso. Así, la autora piensa el proceso de conocimiento a partir del principio de la igualdad esencial al proceso de conocimiento y de la interacción cognitiva entre los sujetos. En ese proceso la interacción se da entre dos o más personas con la misma capacidad de conocer (Cfr. Vasilachis, 2006, p. 53).
Haciendo una especie de recapitulación de cómo se fueron tramando los encuentros con las mujeres migrantes, coincide el hecho de que siempre fueron mujeres quienes me permitieron ir conociendo a más personas. Los encuentros con ellas sucedieron en talleres del doctorado y espacios universitarios y laborales, como la Feria Popular de Guaymallén. El agradecimiento a esas personas es enorme.
La Sala 2 no fue ajena al momento de ingresar al campo. Nos encontrábamos allí una tarde con Natalia Rizzo conversando sobre esta etapa de la investigación. Naty ya había concluido su trabajo de campo, se encontraba en la finalización del doctorado. Le pregunté cómo se había presentado ante sus entrevistadxs, cómo explicaba su tema de tesis, los detalles de su experiencia en el campo. Si bien los ámbitos en los que investigábamos eran muy diferentes, ese obstáculo metodológico parecía ser común: ¿cómo entrar en conversación con las personas en el marco de las investigaciones cualitativas?, ¿cómo contactarlas?, ¿cómo explicar qué lo que estamos realizando?, ¿cuáles son los objetivos de nuestro trabajo?, ¿cómo solicitar su colaboración en ese proceso?, ¿cómo podemos retribuir esa colaboración? Como afirma Rosana Guber, nadie pide ser entrevistadx para una investigación social (1992). Esa tarde, Naty me comentó que, a raíz de su participación en una agrupación estudiantil, que entre sus actividades brindaba apoyo escolar, trabajaba con una estudiante nacida en Bolivia, que había migrado con su familia y que, quizá, podía hablar con ella. Me pasó su contacto. Al poco tiempo la conocí y pudimos compartir espacios que se anudaban en proyectos tendientes a garantizar derechos a poblaciones migrantes. Habernos conocido a través de Naty fue positivo, no sólo por tener a alguien conocidx en común, sino por haber compartido con Naty gratas experiencias, tanto en lo laboral, como era mi caso, como en el activismo.
Estos trazos que surgen del breve repaso por el trabajo de campo me llevan a cuestionar ciertas metáforas con las que lo pensamos. En relación con mi experiencia situada geo-social-política-territorialmente, sería artificial pensar en una división tajante entre la academia y el campo. Es llamativo que las personas que me posibilitaron ingresar al mismo habitaban, de una forma u otra, el ámbito universitario y/o de la investigación (estudiantes de grado y de posgrado con quienes compartía proyectos de extensión universitaria, compañeras de talleres del doctorado y de beca de conicet). La bola de nieve se transforma entonces en un tejido múltiple, que cruza ámbitos de las ciencias sociales, la militancia social y la participación política. El diálogo entre mujeres fue, así, una manera central de habitar ese tejido entre la teoría y el campo.
(Sos)tenernos en el proceso
Hay otro registro de la experiencia compartida en la Sala que fue fundamental para transitar el proceso de investigación doctoral. Los puntos anteriores hicieron hincapié en la importancia de los encuentros en aspectos que dinamizaron, de manera espontánea, amistosa y cómplice, la lógica interna de la investigación, tanto en lo teórico como en lo metodológico.
Junto con ello es importante decir que muchas veces el recorrido de la investigación doctoral se traba, se estanca, se complejiza. Por eso considero que la investigación es un proceso intenso en todo sentido, tanto desde el punto de vista cognitivo, ya que la información que debemos aprehender es nueva y muy vasta, como también desde lo afectivo. Esto impactó en lo personal por lo nuevo de los contenidos, por la necesidad de aprehenderlos, por los tiempos del doctorado y de la beca, los cuales, hacia el final del proceso, se vuelven más vertiginosos.
¿Qué vínculos me sostuvieron en esos momentos acuciantes de la investigación? La Sala 2 fue un espacio propicio para tramar complicidades, afectividades y contrapesos a la presión de las exigencias y los tiempos de la investigación. El primer día que llegué al cct Mendoza fui a consultar a qué sala me tenía que dirigir. En ese momento me dieron las indicaciones de cómo llegar y una llave. Llegué temprano, con gran entusiasmo ante esa etapa que se abría desde ese día y por unos años; al rato comenzaron a llegar más compañerxs. Ese año compartíamos el espacio físico de la Sala con Naty, Emi, Beatriz Soria, Robin Larsimont y Fernando Mas. Bety, Emi y Naty habían comenzado el doctorado un tiempo antes. A su vez, a Bety y a Emi lxs conocía por haber ido al mismo colegio secundario y por la facu. Fue lindo verlxs allí y saber que nos reencontrábamos y podíamos compartir momentos en esta otra etapa de nuestros caminos académicos.
A Fer y Robin los vi por primera vez ese día. Con ellos dos compartí la experiencia de ingresar al conicet con la Beca doctoral en el mismo momento, el 1 de abril de 2013. Recuerdo las primeras impresiones al verlos. Fer nos contaba de sus sensaciones de venir de otro lado que no era estrictamente la academia, de sus incertidumbres y de su alegría también de haber hecho ese cruce, no sólo disciplinar, sino sobre todo laboral. Robin había hecho otro cruce enorme también, desde Bélgica a Mendoza, con el ímpetu de trazar líneas teóricas y metodológicas entre esas geografías distantes. Eso queda muy bien explicado en sus respectivos capítulos del presente libro.
Tuve la sensación de que iba a sentirme muy bien yendo a ese espacio de trabajo. Esa sensación devino realidad con el paso del tiempo, ya que se generó una dinámica de cierto equilibrio entre los momentos de máxima concentración de las tareas individuales y los de hacer pausas y poner en palabras lo que nos pasaba con eso que estábamos procesando. “¿En qué andas? ¿Qué estás leyendo?” “¿Qué es el poder?” Preguntó Fer una vez. Pensar en voz alta, soltar las ideas, circular la palabra sin la cita en la mano, sino con lo que estábamos sentipensando de eso que veníamos de leer. Eran los primeros tiempos de nuestras investigaciones y teníamos todo por preguntar, de eso se trataba. El tono de los diálogos iba mutando según la intensidad de la tarea en cuestión. “Ahora estoy a mil, no puedo cortar porque tengo que mandar una ponencia para ¡ayer! Pero termino, ¿y qué hacés después?” “¿Hacemos algo?” “¿Almorzamos en el jardín?” “Hay unas jornadas de sociología en la uba, ¿vamos?”.
En ese acompañarnos en el proceso nos sostuvo una suerte de gesto subyacente que ponía énfasis en estar disponibles para escuchar y ser escuchadxs. Ese gesto se actualizaba cada vez que comentábamos lo que nos mantenía en vilo en relación con nuestras tesis, en alentar cada paso de avance hacia la concreción de las mismas, en pasarnos información sobre algún libro o curso que nos podía servir, en comentar nuestros tropiezos y celebrar cuando dábamos un pasito más; ni hablar los festejos de defensa de tesis, donde el logro de unx era la alegría de todxs, y la certeza de que llegaríamos. Pudimos, quisimos, ¿elegimos? habitar ese espacio de la Sala 2 desde la escucha y la afectividad, habilitando la confianza para decir, para el “error”, para las interpretaciones libres, la duda, la angustia, para sentipensar en diálogo. ¿Hubiese sido posible no hacerlo? ¿Hubo suerte en ese encuentro en la Sala 2? ¿Hubo azar? ¿Hubo una política de ciencia y técnica que lo hizo posible? De todo eso, creo que algo hubo.
Reencontrarnos para pensar una vez más en diálogo, pasados unos años de esa experiencia, mediadxs por el devenir de todo y de todxs que incluye maternidades, paternidades, retornos al país de origen, pandemia, virtualidad, recorridos académicos diversos, ha posibilitado experienciar una escritura nueva, volver tras las huellas de lo propio y de lo compartido. Dar palabras a la experiencia a partir de investigar(me) mientras investigábamos es otro modo de poner en ejercicio la reflexividad, desde lo íntimo de un espacio de trabajo entendido como trama de personas y sentipensares, y sus marcas en la tesis.