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6 Un arte del tráfico

Emiliano Jacky Rosell

Notas de campo onírico

                    

Emily

escritura demonia

escritura bestiaria

escritura a pesar demi

te haces en un esfuerzo raro

transcorporal

me sigue ardiendo la boca de memorias?

de líneas que no salen y enferman la lengua?

Si la sociología no fuera un deporte de combate –título de un conocido documental sobre Pierre Bourdieu– sería un arte del tráfico, un oficio de tránsfugas. Esto fue lo primero que pensé cuando me invitaron a escribir sobre los e(a)fectos de nuestros encuentros en el ámbito académico. La ocurrencia había surgido mientras redactaba mi defensa doctoral, si bien creo que la noción de tráfico flotaba entonces (lo continúa haciendo) en boca y letra de amigas y colegas que investigan en los dominios cruzados de las artes, la filosofía y las ciencias sociales. Precisamente, una sociología de los tráficos venía a hacer justicia a un objeto construido entre temáticas y campos de estudio heterogéneos al mismo tiempo que a las peripecias y las obsesiones de su instauración. También intentaba una justificación a la mención recibida, pues: ¿en qué sentido podía llamarse “sociológico” a un trabajo conceptual sobre la textualidad foucaulteana y las nociones de social y relación?[1] Imaginaba en el cierre de la defensa una sociología que no sería ya ciencia de la sociedad, sino discurso del socius en su sentido ontológico: atención a, y registro reflexivo de, lo que va con, lo que acompaña, lo que forma y deforma la existencia de toda práctica. Lo social aquí no se entiende como una porción de la realidad más o menos fundamental e independiente, sino como el hecho de que toda realidad, el modo en que las cosas llegan a ser lo que son, acontece “socialmente”, es decir, en una proliferación de relaciones. Antes que una instancia o un concepto, lo social sería la superficie de contacto y eclosión de las instancias, los conceptos, los sexos, los gestos, las economías, etc. La misma palabra “social” expone, a través de sus múltiples usos históricos, las marcas de este complejo y conflictivo enunciado ontológico: embrollo de clases de géneros de generaciones en todas las direcciones. Escribo a dos días del fallecimiento de Horacio González y escucho algo de su historia crítica de la sociología argentina, invoco algo de su sensibilidad para meter otras historias en la historia de una disciplina, algo de su picardía para introducir otros lenguajes en un vocabulario que nos posibilita pero también nos lastima (González, 2000). La tristeza de una pérdida puede ser a veces la incandescencia de una memoria que nace para activar otros futuros pasados presentes. Así percibo la apuesta que moviliza el volumen al que pertenece este ensayo. ¿Qué memorias reactivar de nuestras experiencias cruzadas en la carrera universitaria, doctoral, posdoctoral, docente, investigativa, y cómo hacerlo? A través del prisma ficcional de una sociología del tráfico imagino un desplazamiento de modelo, una consideración de coyuntura política y conceptual, un reconocimiento de linajes epistemológico-metodológicos y el recorrido por unos lugares y unos encuentros decisivos para la deriva de una investigación común.

Dos señalamientos metodológicos antes de seguir. Primero: el concepto de tráfico aplicado al oficio sociológico es un descubrimiento medular de este trabajo. Por una cuestión de espacio y energía, queda esbozado en su potencialidad, pero a la espera para un desarrollo que le de mayor densidad y consistencia teórico práctica. Segundo: la cuestión de la ficción se traza en el mismo cuerpo escritural de este ensayo, en la mención de algunas propuestas epistemológicas contemporáneas y, por último, en la intercalación de textos ensoñados y biográficos que fueron producidos en paralelo a la labor de escritura académica, en diversos talleres y encuentros. He dudado mucho sobre su inclusión en este ensayo. Me decido a dejarlos bajo la rúbrica de “notas de campo onírico” porque ellos nacieron en el tránsito desesperado por vislumbrar otra manera de hacer con las palabras y los conceptos en la tarea investigativa, otro modo que no lastime el ejercicio vital del pensamiento crítico en fórmulas y obligaciones academicistas y normalizadoras. Quedan entonces estos extraños poemas para quien desee habilitarse sus f(r)icciones o escuchar algo del ruido que ruge en el exterior-interior de la argumentación sobre el oficio sociológico del tráfico y su cuestionamiento a las formas dominantes de producción y transmisión de saber.

Notas de campo onírico

            

Noche

La energía de una novela nos pone en marcha

El futuro se precipita en el salto hacia otra cosa y necesitamos no pensar claramente cuando atravesamos el borde del error

La noche invernal despeja una luna alta y descarga sus águilas de hielo hacia la tierra

En el tránsito las palabras enrarecen y los dibujos decrepitan insensato humor

Trasladamos cosas de un lado a otro

Nos vamos con las cosas de un lado otro 

Nos confundimos, nos enganchamos en las cosas

La felicidad no es un arma

Es un paracaídas ardiendo en el cielo

La luz roja desabrochando tu pantalón

Un primer movimiento desplaza el deporte como modelo de actividad. Al desanclar la atención de los torneos entre los Héroes de la Teoría y de la Práctica, y desenfocar las carreras académicas fórmula 1, se habilitan imágenes igualitarias para el aprendizaje y la investigación. Antes que la competencia viril, creo que nuestro modelo podría ser el puerto pre disciplinario de Vigilar y Castigar: “lugar de deserción, de contrabando, de contagio; encrucijada de mezclas peligrosas, cruce de circulaciones prohibidas” (Foucault, 2002, p. 147). Podrían ser muchos otros pasajes más de este libro que hizo escuela. Sería muy productivo revisar el tramo dedicado a “las prácticas populares que invaden, atraviesan y trastornan el ritual de los suplicios” (p. 64). Funcionarían también como arquetipos las ferias, los senderos inventados y charlados de una caminata por el parque, los pasillos de una facultad o los jardines floreados de nuestro centro científico-tecnológico.

Notas de campo onírico

               

una lengua: ¿podría incorporarse alguna referencia a un escenario más sexualizado?

Emily: un bosquecito cerca del centro científico, donde se practicaba sexo ocasional. Los tipos en auto andando despacito recuerdo ahora. Fascinante. Con esa palabra describía nuestro amigo lo que se vivía ahí, aunque me cuesta transmitir el modo en que lo decía.

una lengua: pensaba en un sillón de resaca, donde acontecen contagios gravitatorios de relevancia epistemológica para la lengua.

Entreveo en el concepto de tráfico la frontera turbia de contactos (gestos, roces, tejes) que generan, forman y deforman mundos. Quiero pensar que ahí nos des-hacemos. Eric Moench me cuenta que hay lecturas, palabras, libros que desvían, que envenenan, que serán un viaje de ida hacia no sabemos dónde. Me parece un buen ejemplo de sociología tránsfuga. Otro puede ser el desvío de los conceptos de carrera académica y proyecto intelectual. ¿No estamos aprendiendo acaso que caminar, bailar, reptar, escalar y embriagarnos son ejercicios que también existen y que sus posibilidades pedagógicas, epistemológicas y eróticas son tan legítimas como las de la carrera, el maratón o el trote? Lo aprendemos en talleres y textos con Marie Bardet (2012), en lecturas de Michel Serres (2011) y Jean-Luc Nancy (2014), en microdancings, chamaneadas y deliradas varias (Ott, 1996; Perlongher, s/f). En relación con el proyecto, contamos con excelentes argumentos para bajarlo del podio y dar espacio y aire al trayecto que es un concepto que incluye los encuentros y, con ellos, la contingencia corporal, emotiva, memoriosa, riesgosa, afectivo-intelectual de los materiales y las agencias en com-posición (Souriau, 2017, p. 240).

El segundo movimiento esboza un cuadro de situación. La apuesta que nos conmueve podría pensarse correlacionada con dos acontecimientos encadenados. Por un lado, las revueltas trans feministas de los últimos años que hacen temblar la tierra con la fuerza de sus largas genealogías (Gago, Gutiérrez Aguilar, Draper, Menendez Díaz, Montanelli, Bardet y Rolnik, 2018). Por otro, el cielo pandémico que radicaliza todas las crisis. Entre ambos procesos los lenguajes se arruinan, las formas de aprendizaje y construcción de saber tradicionales y hegemónicas pierden todavía más su evidencia, los espacios, adentros y afueras, se enrarecen de impermanencia. En este magma, entre rocas volcánicas, crecería el liquen del arte traficante con otras historias sobre nuestra historia. Me pregunto si no estamos escribiendo el ya fue de estas aquellas tierras y cielos conmocionados: la posibilidad de contarnos otras historias y de armar intrigas epistemológicas que nos permitan vivir, morir y compartir nuestras travesías en formas dignas e igualitarias.

El tercer paso abre a una serie de procedencias epistemológico-metodológicas y políticas. Estos linajes no son referencias de autoridad, sino guiños interrogativos a otrxs cuyas palabras y visiones retomamos para armar las nuestras. Si la cuestión es traficar y dar a probar conceptos y formas de hacer que nos inspiran, invito a tomar las referencias entre paréntesis como lo que son: ventanas a otros mundos, diseño de archivo, testimonio de una excursión singular. La sociología del tráfico trabaja muy bien con artesanías de epistemología ch’ixi y pedagogías heréticas para pensar espacios-tiempos e identidades en términos de mezclas abigarradas y contenciosas, para hacer de otros modos con nuestros paisajes amenazados y nuestras pieles heridas (Rivera Cusicanqui, 2018; flores, s.f.).[2] También puede servirse de las posibilidades de la piel. La piel es un órgano y un concepto ch’ixi que hace sensible la paradoja relacional de las fronteras, “al mismo tiempo borde y desborde” de los contactos y las exposiciones (Bardet, 2019, p. 40). La piel puede usarse como conjuro metodológico, deconstructivo y genealógico, para dispersar nudos de racismo: con las marcas del afuera y las marcas del adentro (granos, verrugas, excoriaciones, fisuras) (Nancy, 2011, p. 32), con “los comienzos innumerables que dejan esa sospecha de color” (Foucault, 1992, p. 11). La piel puede volverse, además, intérprete del paisaje. Hago zoom con la cámara y veo la cordillera en el tejido de mi mano. Pliegues rugosos entre el deseo de mar chileno y el desierto cuyano que es otro fondo de mar con sus tesoros minerales, cretácicos y jurásicos. Sacrificio de los cerros en inmensas lagunas tóxicas. Las manchas ultraviole(n)tas en mi cara expuesta, fantasmeada de cáncer. El sol que entra por la agujereada piel del cielo.

Notas de campo onírico

     

Cuando no se sabe cómo empezar a contar los sueños

Cuando el juego intenta cada vez soltar la mano 

y andar sobre el paso de las palabras estampándose en la luz, 

hasta que algo

se

arme 

atrape 

y permita continuar. El sueño lo muestra llorando, intentando abrochar un colchón viejo a la pared. Casi puede ver todavía los tornillos-ganchos dorados en los que enhebró la tela del colchón mientras llega quien vive en la casa de adelante. 

La escena es una especie de espejo invertido de otras casas que conoce. Asistencia e historia de las abuelas. Se abrazan sin protocolos, pero en el abrazo hay una distancia que impide el pasaje de ternura atómica. Queda de nuevo sin nadie

o con alguien 

espectando invisible su llanto mientras intenta clavar el colchón

canción: *para qué sufrir si no hace falta

llora todos los días incluso cuando no llora, 

una especie de algo entre el pecho y el estómago

un agua de acequia 

invierno turbio y raro

turbio claro

llorar es como frotarse con el límite

Hay otro sueño 

que mantiene el tono

combina penumbra, nieve, hielo donde pierde pisada 

y amenaza de quedar al otro lado del río cuando caiga el día 

y una banda le saque todos los cristales 

cuando mal pertenezca, cuando pertenezca mal a un grupo

cuando no se encuentre placer en las letras y entonces: por qué querer más

qué es lo que quiere más y arrastra sin sentido entre ruinas 

deseo analista, 

remedio de quedarse, 

no llamar, no mirar, no abrir, 

salir todavía 

de otra manera

caminata clandestina por el riel de la penumbra

la pesadez se deforma en desliz, en derrape

los precipicios en vez de los principios

la magia triste y desesperada, alucinada, inventa símbolos en cada baldosa

Una apuesta fundamental de estos linajes teóricos y metodológicos pasa por la ficción. Lo estoy entendiendo como el problema de las historias que contamos y necesitamos contarnos, de los encuadres, las tramas, las intrigas, las metáforas y juguetes que usamos para investigar. ¿Cuál es la historia y el paisaje y el teatro y la escena que reclaman las situaciones, los materiales, los conceptos de nuestra investigación-intervención? (Haraway, 2019; Rancière, 2014; Veyne, 1984). No sería difícil colocar aquí los encuadres de los giros (lingüístico, performativo, ontológico y afectivo), la epistemología histórica y/o los estudios de la ciencia (Cuello 2019; Becerra Batán, 2016; Gabriele, 2017; Holbraad y Pedersen, 2017; Latour y Wooglar, 1995). Pero bien puede suceder que algo más punk, infantil o azaroso se infiltre y malogre el rumbo en un capricho o en una catástrofe imprevisible. Fantaseo o recuerdo entonces a la sociología del tráfico extenuándose para acompañar, pensar, leer, alimentar, registrar, inquietar, poetizar, reducir tanto como se pueda los daños del naufragio o el derrape, y para entender el naufragio de otro modo, para darle un lugar más amable y político al estertor entre una vida y una muerte (Halberstam, 2018; Perlongher, 2016).

En verdad, rescato esta última escena como una de las fundamentales. Me refiero a los encuentros igualitarios que nos habilitaron y nos acompañaron en tantos aterrizajes de sueños, promesas y programaciones in-cumplidas. Los ojos infinitos de confianza y picardía del compañero que sabe tan poco de sociología como vos, pero inventa, y te escucha a vos también inventar, imágenes fabulosas y trilladas que nos dan fuerza. Fuerza para teatralizar el calvario punitivo que se vivencia en el tren fantasma de los programas de estudio, los exámenes y las des-calificaciones. Las amigas del futuro que con sus gestos astutos y cariñosos desinflan presiones administrativas y hacen del llenado de formularios, el reparto de certificaciones, las tareas e intereses académicos una oportunidad para juntarse a hablar de nuestros deseos conceptuales y sexuales, para seducirnos, apapacharnos, bailar y aprender a bailar o intentar incluso karaokes absurdos en medio de momentos álgidos de lucha por defender nuestros puestos de trabajo. Que el primer acto de acompañamiento y guía sea prepararte una cena, alimentarte, decirte que todavía no hay proyecto, ni hablar de tesis, pero que vamos, que esa maraña genera algo, que esa oración es interesante, que nadie lo hará por sino con vos. Que en los actos finales te asistan socorristas y parteras releyendo, corrigiendo, interviniendo, escuchando, aconsejando, cerrando flancos a las invectivas pastorales de los directores de conciencia de siempre, y empujándote e incitándote a terminar, con amor, al borde de tu cuerpo. Como pasa con cada texto que enlaza intimidades y conceptos, la suciología convierte fogonazos de memorias en amuletos paganos para transitar las turbulencias.

Notas de campo onírico

               

otra lengua: es como si la distancia histórica le hubiese lavado la cara al trauma, ¿no? Lo siento un poco romantizado o “positivo”. Me cuesta verte en ese marco.

Emily: quería desvariar, jugar un cuento plural que no se obsesionara con enseñar la sumisión.

otra lengua: esto está bueno identificarlo, porque toca un límite tuyo que tiene que ver con la dualidad. Yo te escucho más dual que plural.

Emily: ¡qué contrasentido!, cuando más creía florear la crítica, doy careta duplicidad.
otra lengua: laburalo un poco más y ponele tu propia marca, seguro algo surge.

Son innumerables los teatros de estos tráficos. Sin embargo, hay uno que es decisivo para la trama de este ensayo. Me refiero al centro científico tecnológico de la provincia de Mendoza. Sucede que este lugar oficia como doble condición de posibilidad. De un lado, sólo él puede explicar todos nuestros nombres juntos en la trama autoral del presente libro, suerte de fractal del tejido que armamos como arañas en su espacio. Del otro, debo reconocer que el desvío decisivo para mi investigación ocurrió vagando por su espacio alguna tarde. Me refiero al encuentro no calculado que abrió la cascada de otros encuentros y el tránsito por variadas estaciones que materializó la investigación de la cual depende este arte traficante que elucubro ahora. Se produjo para mi así, en un pasillo y de manera azarosa, el enganche amoroso-amistoso con investigadorxs que cultivan la pasión deconstructiva entre disciplinas dispares como las artes escénicas, la filosofía y la sociología. No querría terminar este ensayo sin capturar algunas cualidades sensibles de nuestro teatro científico y ciertas escenas que describen su funcionamiento en los momentos en que nos tocó habitarlo. Atendamos primero a su emplazamiento en el borde suroeste del parque más grande de la ciudad de Mendoza. Atendamos a la luz y ficcionemos. El acceso al paisaje verde y montañoso despeja la mente que mira por el ventanal de la sala calefaccionada o camina entre los coirones plateados del parque autóctono. Esta localización alejada de los circuitos más transitados de la ciudad también complica a quienes no tienen auto. La baja frecuencia del transporte público obliga a plegarse a ciertos horarios y sobre todo a esquivar la noche que transfigura esa esquina del parque en bosque peligroso. Lo discuten las compañeras que guardan en la memoria los abusos sufridos en las inmediaciones del lugar. En efecto, la cuestión de los accesos, las permanencias, los usos del tiempo y el espacio muestran una buena lección ch’ixi de lógicas entreveradas y conflictivas. Es lo que revela el caso de la llegada de un “nuevo” sistema de control de asistencia al centro científico. Vemos que su pronta aplicación enciende el desacuerdo. En una escena, las estanterías sociológicas se desmoronan de rabia observando que el sistema de control no tiene nada de nuevo, salvo su efectiva y absurda aplicación. Su diseño corresponde a una concepción cuantitativa y uniformadora del tiempo que entorpece la dinámica actual de las tareas investigativas –ya sometidas, por su parte, a otros sistemas de sumisión más eficientes–. Al mismo tiempo, en otra escena, se hace patente una dificultad ligada más directamente al empleo del espacio. El equipamiento edilicio y tecnológico se encuentra muy por debajo de las condiciones que pudieran asegurar una permanencia plena y constante en el lugar. Una tercera escena nos muestra a los habitantes conservadores del centro buscando y encontrando el origen del mal: la cantidad desmesurada de nuevos becarixs. Rescatemos imágenes apócrifas y burdas de la memoria para captar la emocionalidad conservadora: su discurso nos pinta al populismo abriendo la tranquera y poniendo a funcionar la máquina de hacer chorizos doctorales. En su perspectiva el nuevo método no sería inútil. Permitiría un buen encauzamiento de las conductas de quienes, por un lado o por otro, tienen problemas para trabajar. En una cuarta escena, damos con los partidarios una cierta tercera vía que, más conciliadora y optimista, ve la oportunidad de pedir más por más: si copamos el centro ganamos argumentos para negociar mejoras. Entre tanto, el modo de vida se mantiene estable y nada parece alterar verdaderamente al concilio académico del centro científico. Hasta que nuestro personaje pierde la beca y todo se difumina en flashbacks dispersos. Cree ver los almuerzos en casa de su abuelita, pero no, es la familia de la ciencia compartiendo alimento, conocimiento y contactos en el buffet que también ofrece desayuno, café y kiosco hasta las cuatro de la tarde. Se come adentro, se come afuera. Se arman charlas al mediodía y largas mesas. Todos los lunes o jueves siente el olor a pescado frito de la abu colándose en la Sala de becarixs 2 desde la cocina. En una de las paredes de la sala, en una pizarra, están escritos sus nombres con sus cumpleaños. En otra están los cuadritos y posters coloridos de una becaria que, suelen comentar a quien recién llega, no logró seguir con el financiamiento. Las marcas quedan también en tazas, saquitos de té, azúcar, galletas de arroz y plantas legadas con generoso descuido al porvenir. Tras el cierre del comedor y con la entrada de la noche, el escenario muta radicalmente hacia el hotel de “El resplandor”. Ya a las siete de la tarde quedan pocas personas y el silencio y la oscura noche del bosque se incrementan bajo la iluminación de neón. La familia del mediodía se trastorna en memoria siniestra. Voz espectral en off: «¿estabas ahí?, ¿no tenías miedo?». Vuelven imágenes recortadas de los cotidianos abusos que el pastorado académico imparte –y enseña a impartir y a callar– a sus retoños. La cámara avanza por los pasillos vacíos. Escuchamos la resonancia de los rumores del día flotando mezclados con las pocas voces que vienen de algunas oficinas. Cuando la pandemia mundial retraiga este mundo a los encuentros virtuales de un grupo de investigadorxs que busca traficar sus historias. Cuando esto suceda, el pizarrón con los nombres de la Sala 2, en el centro abandonado, les servirá de combustible emocional, de estampita de la suerte para avanzar en la travesía. Así lo ensueño, al menos, con el arte del tráfico. El arte del tráfico o la pregunta siempre reinventada por las estaciones que desbordan los labios de toda disciplina.

Notas de campo onírico

                   

con la cámara roja

rev-belado trozo de memoria

no para de soñar la piel elefante de los plátanos mendocinos

las abuelas y sus casas

memorias rojas de otoño y primavera

memorias rojas y azules 

de otoño

de primavera

memorias ocre de invierno 

y saturadas de verano interminable


  1. “Dispersar a Foucault: lo social y la relación. Un estudio epistemológico y ontológico del período 1966-1979”. Tesis doctoral financiada por CONICET y realizada en el Doctorado en Ciencias Sociales de la UNCuyo.
  2. Rescato el concepto aymara ch’ixi que enseña Rivera Cusicanqui, en el sentido de “esa mezcla rara que somos” (Rivera Cusicanqui, 2018, p. 78). Subrayo que ch’ixi además “simplemente designa en aymara un tipo de tonalidad gris. Se trata de un color que por efecto de la distancia se ve gris, pero al acercarnos nos percatamos que está hecho de color puro y agónico: manchas negras y manchas blancas entreveradas” (p. 79). Es una perspectiva componible con la dispersión genealógica, con la que también comparte el color gris (Foucault, 1995, p. 5).


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