Beatriz Soria
Mi pregunta, si la tenía, no era: “quién soy”, sino “entre quiénes soy”.
C. Lispector, 2020 [1964], p. 30
Me perturba iniciar la escritura de este texto porque, de cierto modo, atenta, altera y pone en tensión gran parte de lo que aprendí durante el trayecto doctoral. En primer lugar, asimilé, temprana y obedientemente, que es incorrecto enunciar qué “cosa” no es el texto. Por otro lado, la formación de esos largos años es enfática en vedar la literaturización de la escritura, erradicar las metáforas y encorsetar en micromundos solemnes las palabras.
Y como sostiene Preciado (2019), una palabra es un trozo de historia, el resultado de una lucha, el sello de una victoria, que solo después se convirtió en signo. Es nuestra tarea, desplazar los signos, los significados de un lugar a otro, transportarse, trasladarse, darles vida. Dicho esto, advertiré para quien lee: qué no es este texto. Y en lo que no es, despejo pretensiones, aspiraciones, exigencias y presiones; todos términos tan afines para quienes ejercemos el oficio de investigar.
Por tanto, este texto no es una síntesis de resultados de una pesquisa ya elaborada, no busca mostrar la “costura”, la “trastienda” o la “cocina” de un estudio. No es un texto producto de una indagación en curso. No es un texto metódico, ni riguroso. Tampoco es un ensayo, ni mucho menos, un cuento. No pretende la potencia de un testimonio. ¿Es un texto en primera persona? ¿Es una experiencia? ¿Es un vestigio? ¿Es un pasadizo entre temporalidades pasadas y presentes? ¿Es un relato en “voz alta”, tan alta como la materialidad de la escritura lo permite? ¿Es una conversación? ¿Es un texto-puente? ¿Es un texto-nudo en esta constelación de textos? ¿Es un texto desnudo? ¿Es un texto-memoria?
Traiciono toda indefinición y asumo el riesgo. Es un texto pandémico. Es un texto del permiso. Es un texto de la búsqueda. Es un texto des-arreglado. Es un texto del tartamudeo. Es un texto del pudor. Es un texto del error. Es un texto equivocado.
Mientras escribo, pienso: “No has enunciado la pregunta, el propósito general de este artículo, no tiene sentido, no hay lector/a posible”. Releo: “es un texto equivocado”. Retorno a la literatura y en Clarice me sostengo: “El error es uno de mis modos fatales de trabajo”. Con ella, viajo: “el vacío es un medio de transporte”. Con ella, me envalentono, encuentro el tono: “y eso me da el derecho principal: el de equivocarme”. Escribo a contrapelo de las escrituras seguras, convincentes y exitosas. Aquí hay des-orden, extravío, vagabundeo, equívoco.
Construyo este texto con las lecturas que están hoy en la mesa grande y en la mesita de luz, las convoco, las cito: “Lo que pasa a importar es la dinámica de la pérdida, de la renuncia, del desplazamiento y del estar sin” (flores en Dahbar y Mattio, 2020, p.9). Escribo, leyendo desde una intimidad crítica. Abandono el microscopio de sus obras por el señalador que se asoma marcando las coordenadas de la cita. Escribo, escuchándolas de cerca. Escribir es dejarse tocar por las palabras que constelan nuestros sueños y nuestra digestión.
Durante los diez años, con interrupciones, que tuve becas de investigación, leí muy poco. Me vedé esa posibilidad, se la entregué completamente a la revisión, más o menos instrumental y enardecida, de incontables documentos .docx o .pdf.
Sigo escribiendo –en este lapso– voy aplacando ansiedades, acallando fantasmas, no me olvido de “la” falta, falta la pregunta, falta el/la lector/a. Quienes transitamos los “pasillos doctorales”–con mayores o menores acrobacias– aprendemos a lidiar con múltiples exigencias, docilizar a las (nuestras) fieras voraces que anualmente –o al son de las convocatorias– incrementan sus demandas; lo que es inadmisible en este campo es no tener pregunta. “Sin pregunta, no hay investigación posible”– sentencia una diapositiva de mi PowerPoint. Y acuerdo seriamente, pero enunciado de ese modo, es una especie de trampa. Es una afirmación incompleta y, por tanto, injusta. Sin pregunta, no hay texto posible.
Una pregunta es siempre una relación. Es una historia. Es un proceso. Es un prisma. Un caleidoscopio. Es un trabajo. Es una posición en el mundo. Es una especie de mutilación y extirpación de lo real. Es la puerta de entrada. Es la violencia y potencia de la nominación. Es un criadero de especulaciones. Es un punto de llegada, es tensión entre el caos de la lógica de la investigación y la necesidad de orden de la exposición. Una pregunta es una lucha por los significados, por posiciones de verdad, por modos de validación y legitimación de sus objetos. Es una disputa por las palabras, por los modos de escribir, por los modos de pensar. La pregunta como el relevo entre el no saber y el saber.
Toda política de conocimiento implica una política afectiva, la cuestión es discernir qué afectos se les pegan a ciertos modos de producir y transmitir conocimientos; cómo ese conocimiento o desconocimiento produce ciertos afectos (flores, 2020). La pregunta es el reconocimiento preciso y precioso de la ignorancia. La pregunta es la que se encuentra escribiendo. La pregunta que ignora lo que puede hasta que se escribe.
La invitación de Fernando Mas me conmueve y me asusta. Me interpela: ¿Qué contar sobre una experiencia que tiene más de una década? ¿Qué narrar que tenga sentido para quien tiene entre sus ojos este texto? ¿Qué escribir sobre el pasado reciente que tenga sentido para nuestro hoy? ¿Cómo resignificar esa experiencia al calor de los deseos, expectativas, agotamientos, heridas del presente? ¿Cómo tramar un texto que trascienda lo biográfico, despierte alguna inquietud y sea estimulante en la escritura? ¿Por qué estoy escribiendo esto? Porque para romper con el consenso del miedo y de la obediencia es necesario des-trozar, despedazar, romper los pactos de escritura (flores, 2019).
Desde que apareció esta propuesta, me retumba la pregunta de flores (2019): ¿Cómo se articulan –en nuestra práctica– producción de saberes y producción de afectos? De ningún modo, con este texto pretendo producir una respuesta, la dejo allí latente, latiendo entre los párrafos. Pulsando, punzando para producir otras disposiciones para la producción de conocimiento, o más pequeño, para palpitar otras preguntas, otros modos de interrogar, de nombrar, de pensar. Tal vez, todo ese libro, en su globalidad, otorgue más pistas.
Antes de avanzar, cabe detallar ciertas coordenadas de esta escritura a partir del trayecto doctoral. Fue una pesquisa inscripta en la sociología crítica del trabajo, que buscó indagar sobre los dispositivos de poder en los espacios laborales, centralmente en la configuración de las estrategias de control y las resistencias de un colectivo de trabajadorxs.[1] Entendidas estas últimas como acciones (por pequeña que sea su escala) que, de algún modo, impugnan, trasgreden, desafían las relaciones de poder. Son esas prácticas que ponen en cuestionamiento la obediencia. La obediencia no es más que una forma de obturar la potencia, el poder de obrar. Y esto último, el poder de obrar, es siempre con otrxs.
Entonces aquí nos permitiremos navegar sobre las implicancias de la investigación como trabajo, el proceso de investigación como proceso de trabajo, haciendo énfasis en la ebullición de interrogantes actuales sobre con quiénes transitamos y cómo nos relacionamos en este camino. Dicho en otra clave, ¿De qué modo aparecen/desaparecen lxs otrxs tensionando y/o facilitando la producción de conocimiento? ¿Cómo querer en la investigación? ¿Es posible investigar sin equivocarse? ¿Cuál es la potencia en la combinación de nuestros equívocos? ¿Qué cercanías y disputas se producen cuando escribimos juntxs, cuando corremos los límites de lo escribible?
Es un texto entre pandemias, es un texto entre amigxs
¿Cómo presentar una propuesta cuyo cometido [enjeu] no sea decir lo que es, ni tampoco decir lo que debe ser, sino hacer pensar? Que no pida más verificación que la manera en que habrá “ralentizado” los razonamientos, en que habrá creado la ocasión de una sensibilidad un poco diferente frente a los problemas y situaciones que nos mueven. ¿Cómo separar esta propuesta, pues, de los problemas de autoridad y generalidad que se disponen [agencent] en torno a la noción de “teoría”?
I. Stengers, 2014, p. 17
En primer lugar, me interesa establecer una mini topografía de este texto: cuándo, dónde y entre quiénes escribo. El texto es la memoria y el sedimento de los residuos finos y gruesos del tamiz de una experiencia entre pandemias. Es el reencuentro con lxs compañerxs. Es el interrogante recreado, loopeado por la obstinación y persistencia de los vínculos. Es el aglutinarnos, converger, amontonarnos para volver hechxs textos.
En julio del 2009 decido presentar mi postulación a las entonces llamadas “Beca Tipo I” de Conicet. Casi como si los tiempos se tocaran de manera encaprichada en sus puntas, se retrasa dicha presentación por la pandemia de Gripe A (h1n1). El mismo día que escribo esto, pero 12 años atrás, el gobierno nacional resuelve el cierre de todos los establecimientos educativos, entre ellos, Conicet. El 1 de abril de 2010 es mi primer día de “becaria”, el 1 de abril de 2020 debería haber finalizado mi beca postdoctoral. Se extiende dicho periodo tres meses más por la emergencia sanitaria. Esta vez, se llama covid-19.
En esta larga década (nos) han pasado cosas –pienso–. Me han pasado cosas. Como cualquier trayectoria de investigación, tiene bifurcaciones, descansos y torsiones. Se intersecta con otras líneas biográficas. Es tiempo subjetivo y social, es contingencia y acontecimiento. Tiene puntos de inflexión, rupturas, olvidos y memorias. Tiene fracasos.[2] Tiene textos y bibliotecas mutantes. Tiene muchos nombres. Tiene ofrendas. Reviso un texto que vertebra este texto. Me lo regaló Emiliano Jacky hace apenas cuatro meses, como especie de antídoto impreso para calmar un extravío temporal de mi salud. Tiene una dedicatoria, son dos dibujos y estas líneas: “Vamos por otra/esta vida. Detalle de decisiones”.
Mientras escribo, pienso. Mientras pienso, me vacuno, me alivio. Escribir-pensar-pensar-vacunarse-aliviarse-escribir, un poco así creo que es investigar. Escribo este texto desde cierto aislamiento. Hace 16 meses que no retorno a mi lugar de trabajo (universidad), hace 16 meses le hablo frenéticamente a una pantalla, esta misma que escribe. En este contexto, sabemos del impacto, de las huellas sobre las formas del tejido de los vínculos afectivos, también sabemos hoy de su inconmensurabilidad. Y en este contexto –me lo repito– llega esta invitación. Es libre, sin exigencias, a repensar esas experiencias del pasado-presente, del tiempo entre pandemias. En la captura de esa foto extensa –donde los riesgos no eran epidemiológicos– aparecen desarticulados, caóticos, tiernos recuerdos, anécdotas sobre complicidades, fiestas, compañías, traducciones, quejas compartidas, miedos, suspiros de ese tiempo común. De ese estar juntxs.
En este paisaje de encierro, me he permitido explorar otras lecturas, otrxs autorxs, otras voces, que aquí citaré como oportunidad para socializar sus herramientas, para escribir cerca de ellxs. Sin tabiques verticales y horizontales, tomar ideas, impulso, optar por su compañía. Y estas cercanías bibliográficas pierden su carácter prescriptivo para tornarse materiales, palabras tenuemente audibles que acompañan, amparan y sueltan la mano, no como gesto de abandono, sino como gesto que habilita la autonomía, como acontecimiento que jaquea el cálculo instrumental. Así es como resuenan las preguntas de Vir Cano (2021), si en este escenario de tantas pérdidas y muertes, reflexionar sobre las amistades, sus matices afectivos y corporales puede ser una necedad o nimiedad. Y en su escritura está la clave. En estos tiempos lo que nos urge es pensar los modos en que nuestros cuerpos se ligan a otros, las formas de afectarnos y de construcción de redes de acompañamiento, las formas en que organizamos nuestras vulnerabilidades y alegrías. ¿Y por qué decir todo esto? Porque la escritura es un acto situado, estamos escribiendo en una atmósfera –que desearía fuera– del permiso, de la espera, de la demora, porque hay algo que ha cambiado, radical y drásticamente, en nuestros modos de relacionarnos, de vivir, por tanto, de investigar y de escribir. En un momento de tal alteración de la vida colectiva, plantea Garcés (2014) “la lectura y quizás más aún la escritura, reaparece como una práctica que hace comunidad o, más bien, que organiza y articula comunidades muy concretas” (p.3). O en palabras, otra vez, de Cano (2021): “Ojalá el maremoto de la pandemia no arrastre consigo nuestro gusto por todo eso que se entreteje en las cercanías de los cuerpos, los afectos y los encuentros, allí donde aún resta cierta plasticidad vincular, erótica y afectiva” (parr.8). Ojalá la pandemia y la postpandemia nos habiliten a pensar otras circulaciones, otros lazos, otros encuentros. Otros contactos peligrosos por estrechos.
Y cuando digo que es un texto “entre amigxs”, recupero la idea de Guattari que trae Rolnik, no solo porque existe una amistad entre quienes escribimos, sino también en el sentido que amigo es el que se vuelve en dirección al otro y que constituye al otro. En la singularidad de esta relación –que no es de identificación– se abre una complicidad amistosa, en la cual “hay siempre un tercer término que es el modo que se está tejiendo, que se está trabajando” (Escobar, Rolnik, Amigo, 2021, parr.1).
Ese tejido colectivo y complejo de múltiples tonalidades es una de las posibilidades de habitar de una manera distinta el mundo. Como plantea Foucault (2015), las amistades son las que hacen cortocircuito e introducen el amor donde debiera estar la ley, la regla o la costumbre. En este sentido, aparece como un tipo de relación no institucionalizada, basada en el diálogo, la confidencia, como formas de vida en común que no excluyen, sino que dan lugar en su trama a las diferencias, la opacidad y el conflicto. No estamos pensando en la soberanía de la armonía y la homogeneidad, sino en experiencias “inútiles” para enfrentar la pesadumbre de los tiempos presentes. Estamos pensando en la posibilidad de crear, recrear, imaginar otros hábitos afectivos más allá de la prescripción.
Es un texto experiencia de investigación/trabajo, es un texto entre paper o muerte
[…] quién sabe hacer funcionar un sistema sabe también sabotearlo eficazmente, la emancipación más que una nueva forma de conocimiento, implica la capacidad de plantear preguntas que, desde el secreteo, el rumor, la opacidad y las entrelíneas, minen el lenguaje neoliberal y su episteme necropolítica colonial.
v. flores, 2019, pp. 54-55
“Paper o muerte” es una figura caricaturesca que nos habilita, en sus excesos, para iluminar rasgos centrales que atraviesan las lógicas del trabajo académico y, una parte fundamental del mismo, que es el proceso de producción escrita. Es también una caricatura porque ridiculiza. Etimológicamente, ridículo es risa y red. ¿Espacios solemnes y aislados? Una caricatura, también, es un texto, una publicación lúdica e infantil.
El paper es uno de los productos selectos de la academia, la cual se tornó hace larga data espacio de trabajo, como nuestra Sala 2. La caricatura de la academia nos indicaría que es un espacio plagado de egos, calculadores serios y seriales, que alimentan con sus textos –atiborrados de citas de autoridad– una maquinaria voraz. No obstante, no dejan de ser ámbitos laborales concretos con intersticios, espacios liminares y libidinales, fronterizos, donde se mixturan, se enredan neurosis, saberes, singularidades complejas, inestables, contingentes, como las nuestras. Son también lugares normalizados, meritocráticos y reglados. Son espacios de la “burbuja”, del “distanciamiento social”, del “cubre boca-nariz-alma”, de los “protocolos”: ¿Cómo desordenar, entonces, los protocolos de la normalidad en los espacios de trabajo? Son espacios de la sospecha y de la fidelización: ¿Cómo practicar gestos de deslealtad hacia los métodos clásicos del hacer y el pensar? ¿Cómo permitirnos jugar con el lenguaje para esquivar los tecnicismos, la desimplicación, lo soporífico, lo somnífero? ¿Cómo zarandear la somnolencia cadavérica de los papers? (flores, 2019).
El paper opera como expresión, síntoma de las formas disciplinarias, individualizadas, jerárquicas, obedientes, que permean los espacios de trabajo, cuyo fin último es la contención y oclusión de la conflictividad, la fragmentación del colectivo y también la insistencia a la interpelación de subjetividades deterioradas, en un combate de competencia y distinción. El socavamiento de las identidades como trabajadorxs se produce mediante el reemplazo y la aparición de otras figuras como “asociados”, “socios”, “clientes internos”, “colaboradores, “becarios”.[3] ¿Cuándo y cómo saldremos de la minoridad de la beca y del estipendio? ¿Cómo huir de esta cooperación? ¿Cuándo nos reconoceremos como compañerxs de trabajo y no como colegas? ¿Cómo desertar de ser colaboracionistas de esta configuración laboral y escritural? ¿Cómo evadir los hechizos de los eufemismos que no son más que funciones cosméticas para embellecer y esterilizar la dominación? (Bourdieu, 2014; Scott, 2000, Benjamin, 2008).[4] La función de los eufemismos es borrar la coerción, la de los anglicismos también.
El paper se presenta como la mensura de nuestro trabajo. Importa la cantidad y la soledad. El paper suele ser un texto hermético, oscuro (no por deseo, sino por miedo), débil en sus formas de transmisión, distinguido en su circulación. ¿El paper no es una entrega resignada de nuestra potencia creativa y colectiva para escribir de otro modo? En la creciente profesionalización de nuestras prácticas y el proceso de privatización de la escritura circula (no de manera exclusiva, ni unilateral) una lógica de la escasez/privación (“nunca es suficiente”), de tornarnos impotentes, permanentemente defectuosxs, en una posición de inercial anestesia institucional, conceptual, metodológica, escritural. ¿Será momento de aflojar algunas amarras que nos atan a los escombros de un pensar? ¿Será momentos de ser amables entre nosotrxs y feroces en el combate de las opresiones? (Spade, 2006).
El paper se evalúa. El campo académico exige, sanciona, objeta. Evalúa de manera constante y continúa. Así no hay proceso, búsqueda, experimento que resista. Sigeva, informe de avance, informe parcial, informe final, prueba de calificación, formación de “recursos humanos”, resúmenes, ponencias, congresos, jornadas, conferencias, seminarios, talleres, workshop, papers. No sabemos quiénes nos evalúan, a quiénes evaluamos. ¿Por qué evaluamos? ¿Para qué nos evalúan? Aceptar ciegamente dictámenes, pertenecer, interiorizar la disciplina, en la medida que ella al hegemonizar nuestras prácticas reduce la resistencia a su expresión más individualizante. Es la representación simbólica de un sujeto aislado, abatido por sus propixs compañerxs de campo y adaptado a los requerimientos productivos de este ámbito. Y el saldo es un poco caro: “coopetencia” –como plantean Fernando Mas y Robin Larsimont en este libro–, pasividad, soportabilidad, involucramiento, fidelización, docilización, acostumbramiento. Hacer costumbre es anestesiar, arraigar, fijar.
El paper es útil para hacer “carrera”, para competir velozmente. El problema es que, muchas veces, nos pone a competir entre nosotrxs. En palabras de Vasallo (2020), es una confrontación horizontal, nunca sobre el funcionamiento de la estructura o sobre su existencia misma. Y en este punto, la competencia genera una alteridad muy amenazante. No hay un afuera desde donde “tirar piedras”. Quizás habrá que construir barricadas para que las piedras no nos caigan de nuestro lado. Para ello, sostendrá la catalana, es necesario desmontar, paso a paso, no desde el “tejado” sino buscando socavar los cimientos de este capitalismo efectivo y afectivo. E ir buscando en los entramados micropolíticos la construcción de otras relaciones. Como sostiene Foucault, no estamos atrapadxs, ni mucho menos. Podemos alterar-nos. Muchas de las instituciones en las que nos inscribimos encuentran un obstáculo muy inquietante en las amistades, los afectos, la ternura, el compañerismo: “La dulzura puede hacer todavía que la muerte se amedrente” (Sosa Villada, 2020, p.27).
Si bien son espacios donde coexisten lógicas despóticas y consensuales que constriñen, también existen otras lógicas y vínculos que habilitan, con este pequeño texto me interesa tender para mí y para quien lee –no un manto de tranquilidad– sino un manto del permiso. Una invitación a perderse. Una invitación a tirar piedras. Una invitación a jugar con tus amigxs. Una invitación a pensar trincheras, en las cuales sabemos que las complicidades perturban. Simulemos más, practiquemos el ingenio, la ferocidad, la desobediencia. Como plantea Garcés (2014), somos producto de conquistas que nos han dado algunos aires, pero no necesariamente tenemos que ser esclavxs de sus límites o chantajes. Esto, de algún modo, nos obliga, nos incita a “movernos en el terreno de la paradoja: entre el adentro y el afuera, la institución y los movimientos, la espontaneidad y la organización, la construcción y la destrucción, la estabilidad y la movilidad, la solidaridad y el antagonismo” (p.20). No se trata de optar por un término, diagramando un nuevo binarismo sino buscar espacios intermedios, tensos para no quedar en la trampa de la fascinación por la hegemonía, pero tampoco por la radicalidad prediseñada (flores, 2020).
La escritura es algo más, no se reduce al argumento o a la estética. Es un acontecimiento. Es dejar caer los escudos protectores de la academia que homogeneiza, dejar de editar los textos para que no se trasluzcan las marcas subjetivas. La escritura es un acto del cuerpo, de la imaginación, es un método de descubrimiento, de producción teórica, que trabaja con el lenguaje, contra el lenguaje. Escribir con más vitalidad, no quiere decir fácil, como renuncia de lo complejo. Quiere decir que pasen cosas que nos gusten, que nos divirtamos, que nos encontremos hacinadxs en estos textos, en la Sala. Que nos encontremos escabulléndonos de esa escritura que aplana, aplasta.
¿Es el paper un texto equivocado?
Este sabotaje solo puede hacerlo una fuerza colectiva.
Es un texto al ras, es un texto entre ritmos compañerxs
Créanme amigas, merecemos mejores soledades.
C. Sosa Villada, 2015, p. 62
Este texto se inscribe y se escribe desde la convicción de que nuestras investigaciones son producto de nuestro trabajo y de nuestras relaciones en el trabajo. Probablemente, en el campo de las reflexividades sobre el proceso de investigación, las relaciones horizontales, las compañías (pares, amigxs, compañerxs de equipo), sus implicancias, sus repercusiones, sus tonalidades, sus tensiones, sean las que escasamente hemos problematizado. En este sentido, el énfasis no está en dar una respuesta acabada, sino en la posibilidad de instalar el interrogante por estos vínculos. Al darle centralidad aparecen en el escenario otras líneas de pensamiento, fugas, fronteras (trabajo/no trabajo), jerarquía de los vínculos, otros modos de organización del trabajo. Otra cartografía de afectos, conspiraciones y sostenes que se construyen a distancia de las lógicas laborales, hogareñas, familiaristas. Es decir, pensar los vínculos amistosos cuando desbordan el horizonte del espacio de trabajo y las normatividades del campo académico.
Cuando pensamos en compañías remitimos –de una manera más libre que ajustada– a la propuesta de Haraway (2019) sobre su juego de cuerdas con especies compañeras. A pesar de que este juego es muy antiguo, no se realiza del mismo modo en todas partes y requiere un hacerse-con. Cum panis, con pan, juntas en la mesa. Precisa buscar alianzas, conexiones y conflictos parciales. Jugar con fibras, sogas, trenzar, dar, recibir, detenerse, moverse, sostener ese ritmo: “dejar caer hilos, fracasar y a veces encontrar algo que funciona, algo consecuente y quizás hasta bello, algo que antes no estaba allí; […]transmitir conexiones que importan, sobre contar historias con manos sobre manos…”(p.32). Las compañías son seres en encuentros comunes, entre encuentros, en el anudamiento de lo público y lo íntimo: la oficina, las fiestas, el parque, las marchas, nuestras casas, los pasillos oscuros de la facultad, la Sala. Los detalles importan, enlazan. Pensar “entre” demanda la confianza en la mano tendida. Pensar debemos. Y para ello merecemos las mejores compañías para contar historias, para pensar.
A propósito de los tejidos afectivos, “pensar debemos”: cómo reconfigurar redes de sostén en tiempos de reclusión, de escasez de los encuentros, cómo practicar una lógica del cuidado y una responsabilidad colectiva al tiempo que la exhortación es aislarnos y distanciarnos socialmente (Cano, 2021). Y en este tono –y con todas las especificidades del caso– me parece desafiante trasladar estas preguntas al campo académico: ¿Cómo construir, fundar, tejer redes, practicar otras pedagogías afectivas y de cuidado que atenten, cuestionen, trituren los siempre aceitados “dictámenes” de sus tecnologías de control, encierro y jerarquización? ¿Cómo silenciar las exigencias individuales para pensar otros modos de producción de conocimiento colectivo, menos tortuosos, más amorosos? ¿Qué lugar ocupan las amistades y las compañías como redes de sostenimiento, como aliadxs? ¿Cómo naufragamos estas aguas, en las que nadie está salvadx pero tampoco completamente hundidx?
Muchas veces quienes investigamos lo hacemos de pie orillando una cornisa. A veces, encontramos, en la inmensidad del abismo que nos acechan los empecinados uróboros,[5] pero otras veces innumerables, hay una malla apretada que te sostiene, que ya amordazó los fantasmas y te ubica de nuevo en la carnada de la palabra. Es una trama, con nombres propios, que también de manera generosa te permite habitar, hermanar, ser pariente de sus textos. Nos importan nuestras voces. Y eso que parecía una experiencia personal, se vuelve mundo. Se vuelve red.
Podemos decir, entonces con Vasallo (2020) que justamente son las redes afectivas las que se oponen de manera directa al individualismo más extremo. Son el paraguas desde el cual poder pensar otros marcos relacionales y sus dinámicas. Para construirlas es necesario un pasaje de una “ética de la justicia” a una “ética de los cuidados”. En la primera de ellas, lo que prima es la simetría y el intercambio comercial, en tanto en la segunda lo que se procura es la consideración de las necesidades de cada unx en su momento y contexto. En esta perspectiva, el fuerte del foco está en la discusión sobre el principio de jerarquía. La horizontalidad de las relaciones necesita construirse desde espacios que no sean confrontacionales entre quienes participan de la red. Para ello es necesario desactivar, acallar los mecanismos de la competencia y la distinción para sustituirlo por la cooperación (no mercantil, no gerencial) y la construcción común.
En la configuración del nosotrxs, en la travesía de colmarlo de sentido, es importante no escapar, seguir con el problema por la dimensión de lo colectivo: sus escalas, sus temporalidades, sus rispideces, rugosidades. En esta línea, existe algo de lo colectivo que reiteramos y anhelamos, pero presenta dificultades con las figuras de lo comunitario. Se requiere entonces pensar las tensiones de esos imaginarios de lo colectivo, sus “ficciones románticas” o la “melancolía caníbal de la alteridad que termina uniformizada […] ante las políticas neoliberales de cooptación de los discursos de la comunidad” (flores en Dahbar y Mattio, 2020, p.6). Dicho, en otros términos, cómo tramar esa constelación de balbuceos, cuchicheos, alaridos para que se condensen en múltiples y diversas experiencias de cercanía afectiva y política.
De algún modo, los surcos de este libro se tornan una excusa textual que convoca a lo “colectivo” –con todas sus complejidades–, buscando apaciguar la voracidad del discurso academicista y su vocabulario tecnicista, abandonar el conocimiento de la redundancia y la irrelevancia. Cortar el cable rojo, verde, azul que haga volar por el aire –al menos un rato– la “excelencia”, el rendimiento y todos sus artefactos. Salir del libreto de la erudición. Salir del libreto de la institución. Salir del libreto de la (re)producción. Acercar murmullos, vergüenzas nuevas o ancestrales, naufragios existenciales, rabias silenciadas también gritadas, elogios cruzados, historias precarizadas. Y en este sentido, lo colectivo busca instaurarse no solo como una comunidad de prácticas y discursos, sino también, y fundamentalmente, como una comunidad de deseos que no está prefabricada. Esa comunidad es necesario tallarla, detallarla, prepararla, sostenerla.
Honrarla con gestos vivos. Rememorarla. Traer a la memoria las conversaciones enardecidas al ras del vino, el mate o el café amargo compartido. Es permitirse la ebullición de la sinapsis y la taquicardia sin vigilancias, al margen de las reglas y sus emergencias. Es prestarse ideas. Regalárselas. Ideas, temas, títulos, conexiones, problemas. Es traficar –tal como sostiene Emiliano Jacky en su texto– conceptos, archivos, afectos.
En esta línea, Halberstam (2018) nos da pistas de cómo transitar –de algún modo– estas comunidades dentro de otras comunidades (académica, científica, universitaria), nos empuja a pensar la tensión de abusar de sus hospitalidades, “estar en ellas, pero no ser de ellas”, preocuparse por la universidad, rechazar la profesionalización y salir al mundo exterior más allá de los “muros de hiedra”/ piedras mesozoicas del campus.[6] Nos insta a rechazar su dominio total, a ser parte de un ensamblaje de tecnologías de resistencias que opten por la colectividad, la imaginación, la sorpresa, el escándalo y el fracaso.
El fracaso, tal como lo trabaja Scott (2000), puede ser considerado dentro de las estrategias de oposición, como un “arma oculta y débil” de resistencia. Lo que en apariencia podría parecer pasividad, inacción o carencia de impugnación, en el fracaso encuentra una forma de boicot y sabotaje. En los términos de Halberstam (2018) es una forma de crítica y negación a la aceptación de las lógicas de poder dominantes y la disciplina. Fracasar, perder(se), no saber, no cumplir, desmontar, divagar puede ofrecer otras formas más creativas, a-sombrosas de estar y recorrer este mundo.
La recompensa del fracaso es que nos permite evadir las normas del castigo disciplinar. Si bien puede estar asociado a afectos negativos (frustración, desilusión, decepción) también puede crear “agujeros” para la producción de (re)conocimiento bajo otros estándares estéticos, éticos, políticos. Puede nombrar otras formas para ordenar o desordenar el mundo: “[…]puede que queramos nuevas lógicas, […]puede que queramos más conocimiento rebelde, más preguntas y menos respuestas” (Halberstam, 2018, p.22). Puede. Puede que queramos sentirnos capaces, potentes, atletas, confiadxs. Puede que deseemos contar otras historias en la sobremesa, compartir un mismo apetito y una misma curiosidad (Martín, 2021). Es la opción por la compañía. Por el ras.
Halberstam (2018) reivindica el poder del estar equivocadx, pero no solo eso, sino que justamente en la potencia de la combinación de nuestros fracasos puede sucumbir el ganador:
El concepto de practicar el fracaso quizá nos lleve a descubrir nuestro rarito interior, a sacar malas notas, a no cumplir, a ser despistados, a tomar desvíos, a encontrar un límite, a perder nuestro camino, a olvidar, a evitar el control y […] a reconocer que la empatía con el ganador invariablemente beneficia a los que mandan […] Todos los perdedores son los herederos que perdieron antes que ellos. El fracaso ama la compañía (Halberstam, 2018, p.131, las itálicas son nuestras).
Me detengo en mis combinaciones, mis conexiones, en la gratitud, en lxs que me agradan y gratifican. Regreso al principio del fin, releo los agradecimientos de mi tesis. Allí digo que el orden de enunciación es caótico, como la investigación misma. Agradezco el a-compañamiento intelectual, emocional y material de quienes me sostuvieron “en mis desvelos y errores por esta pasión sociológica”. La cita es textual, es una cita íntima con mis compañías. Está mi directora, están mis compañeras-amigas de investigación: “que me enseñaron a trabajar-construir ciencia sin mezquindades, con un afecto inmenso y ensayando salvatajes cuando los tiempos de la academia urgen”. Rugen. Les agradezco también a mis amigxs de tiempos y debates infinitos. A lxs trabajadores apremiadxs y precarizadxs. A mi hermana y la pequeña, Viole. Cierro –antes y ahora– con un agradecimiento postmortem a mi madre, que me enseñó que la escritura (cito a Clarice) es una “maldición que salva”.
De eso no se escribe…
… yo estaba equivocada yo estaba
equivocada nuevamente por ser yo siendo yo donde estaba/equivocada
de ser quién soy
[…]
Equivocada no es mi nombre
Mi nombre es mío mío mío
y no puedo decirte quién cresta hizo las cosas así
pero sí puedo decirte que de ahora en adelante mi resistencia
mi autodeterminación simple y cotidiana y nocturna
puede muy bien costarte la vida.
J. June, 2010, p. 17-27
Este texto de la errancia, deambula, merodea, no concluye. Busca el rastro, el relampagueo de la pregunta por los tejidos y redes afectivas, por la ética del cuidado, por lo común, por lo colectivo. Por las compañías. Por las resistencias, las subalternidades, los antagonismos y las autonomías. Por las estrategias de oposición, de desmonte, desconexión, de perderse, de fracasar. Es un permiso para habitar, decorar, ofrendar nuestras tertulias y trincheras. Las de la investigación, las de la escritura. Es un gesto minúsculo y radical para pasear por direcciones inexploradas. Es reconocer potencia en la compaginación. Potencia en la barricada que divide, irrumpe entre el tiempo del capital y del trabajo, el tiempo del trabajo y de los afectos, el tiempo de la producción y de la organización/escritura colectiva.
¿Entre quiénes soy?
- Se trató de una investigación denominada: “Subsunción ampliada del trabajo al capital. Control y resistencia laboral: Estudio del sector supermercadista del Gran Mendoza-Argentina“. Doctorado en Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza. Tesis defendida en marzo de 2016. ↵
- Tras dos intentos fallidos (2016-2017), recién en abril de 2018 inicié la beca postdoctoral de Conicet. ↵
- No es casual que una de las consignas del colectivo “Jóvenes científicxs precarizadxs” sea “Investigar es trabajar”, en la misma se expresa cómo el régimen de becas encubre una relación de dependencia y la necesidad de organización y lucha por la ampliación de derechos. ↵
- W. Benjamin en el prólogo de Los empleados de Kracauer, refiere al uso del lenguaje “¿O es que acaso en todos estos artículos acerca de la renovación, espiritualización o profundización del trabajo asalariado se trata menos de un vocabulario que una perversión del propio lenguaje, que con la palabra más cordial se recubre la realidad más sórdida, que con la palabra más distinguida, la realidad más ordinaria; con la palabra más pacífica, la realidad más hostil?” (2008, pp. 97-98).↵
- Recordé innumerables momentos de procrastinación, fundamentalmente, durante la escritura final de la tesis. Una de las compañías de ese momento fue este texto: “Uróboro, así se llama ese animal, serpiente o reptil con patas, que se muerde la cola, y arma un círculo constante que se alimenta de sí y simboliza lo inútil, el esfuerzo eterno de hacer para no lograr nada, hacer para que todo siga siendo más o menos lo mismo. Postergar es una forma de mantener algo siempre en presente, en un rumiante presente que queda suspendido en un sitio que no se sabe cuál es pero que es más real que este teclado y pesa tres mil doscientas ocho toneladas, tanto que hunde la trama en la que todo está apoyado y ejerce una fuerza gravitacional, por la cual todo el resto también se hunda y gira atraído por esa nada irresuelta. Todo gira pero, en un oxímoron que la física no puede explicar, simultáneamente, cada cosa está inmóvil. Gira y está todo paralizado en un universo de excusas. Gira detenido. Qué estupidez” (Sanz, 2013).↵
- En sintonía con ello, se expresa Donna Haraway: “La universidad pública es una institución bellísima e insólita, el cuidado del aparato universitario implica trabajar contra la jerarquización de los puestos universitarios y la privatización de las universidades públicas. Eso es ser académicx”. Conversaciones con Donna Haraway: cómo sobrevivir en (y con) la Tierra | Un diálogo con la bióloga y antropóloga feminista (24 de abril de 2020), Página 12.https://bit.ly/35R7KAk.↵