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8 Una forma de abrir(se) caminos

Eric Moench

… [quienes] por primera vez trazaron un camino entre dos lugares llevaron a cabo una de las más grandes realizaciones humanas […] la voluntad de ligazón se convirtió en una configuración de las cosas.

                   

G. Simmel, 1986, pp. 29-30

En este ensayo describo un camino, del que podría fecharse su inicio en el año 2010, con el comienzo de una paulatina incorporación a la vida académica, y su finalización en el año 2018, con la defensa de mi tesis doctoral. En este proceso se relacionan una serie de cuestiones personales, amistosas, familiares, institucionales. Visto en retrospectiva, este trayecto biográfico que aquí se relata sólo se vuelve inteligible a partir de este entramado que cruza diferentes mundos: cuando ahora releo en los agradecimientos de la tesis doctoral recién mencionada, encuentro que fueron necesarios para dar fuerzas, compartir vivencias y calmar angustias mis pares compañerxs de investigación, mis directorxs académicxs, mi pareja, mi familia y mis padres, mis amigxs. Siempre somos y hacemos con y junto a otrxs, y ellxs fueron en este camino esxs otrxs.

Para reconstruir este trayecto refrescamos en conjunto distintas situaciones y anécdotas con quienes compartimos este libro, buceé en mis propios recuerdos, y releí y reflexioné sobre algunos textos que escribí en estos años, esas son mis fuentes. El criterio utilizado para finalmente plasmar aquí algunas de esas notas biográficas, es que esos hechos trascendieron la anécdota para volverse parte de la elección y de las características del camino vivido. Estaríamos erradxs si entendiésemos aquí la palabra “elección” como una suerte de individuo aislado que, a cada paso, y con pleno control de las distintas situaciones, va decidiendo según su conveniencia en pos de lograr conseguir objetivos puestos de antemano (antes de toda experiencia vivida), tal como podrían entenderse ciertos ideales de investigación científica. Antes bien, se describe a continuación un camino que da cuenta de una trayectoria no muy planificada, al menos en términos estrictamente académicos, en la que habrá improvisaciones, quiebres, idas y vueltas, aparentes contradicciones, que se alejan de aquel ideal mencionado pero que al mismo tiempo pretende mostrar a las prácticas de investigación de una forma más realista, distante de cierto solipsismo o solitario yo interior que habitualmente reflejan los manuales de investigación.

Impulsos vitales

Comencemos por el final. El día 26 de julio del año 2018 –anteúltimo día de postulación a la beca postdoctoral conicet– entregué en la Universidad de Buenos Aires (uba) mi tesis doctoral. Los dos hechos están conectados: postular a conicet con el ítem “tesis entregada” implica tener muchas más posibilidades de obtener la beca. En estas circunstancias, el cierre de la tesis distó de ser un modelo de perfección académica. No fue un cierre ideal, fue un cierre posible: ¿existe acaso un cierre tal que uno no sienta ningún tipo de culpa por no describir tal o cual debate, leer y/o citar tal o cual autor, etc.? En aquellos tiempos estaba transitando el segundo año sin financiamiento externo y eso me comenzaba a pesar mucho, necesitaba y deseaba tener un ingreso estable para poder seguir investigando y viviendo al año siguiente. La tesis ya se había vuelto una suerte de “mochila” que –aunque podía sobrellevar gracias al acompañamiento de pareja, familiar, de amistades, de compañerxs de trabajo– deseaba quitarme de encima.

La descripción de las circunstancias que rodearon el cierre de mi tesis doctoral es un primer ejemplo de un trayecto que no siempre estuvo “bajo control” y en el que tuvo lugar la improvisación, los quiebres, las elecciones forzadas. Ahora volvamos un poco más atrás en el tiempo para relatar las primeras etapas en mi camino hacia el doctorado, donde se refleja cómo se fueron anudando una serie de cuestiones personales y laborales guiadas por el impulso vital de incorporarme a la vida académica.

En el año 2006, al egresar como sociólogo de la Facultad de Ciencias Sociales de la uba, comencé a trabajar como asistente de investigación en una consultora de opinión pública que tenía un pequeño call center de encuestas. Luego de cuatro largos años –en los que trabajé en varias empresas de este tipo– decidí alejarme de este rubro, y tomé el impulso necesario para incursionar en nuevos senderos. Estamos entonces a comienzos del año 2010, y pronto iba a cumplir mis 30 años. Quizás esos números redondos (que empujan a una cruel necesidad de hacer balances de la propia vida) me hayan terminado de decidir a “escaparme” del mercado laboral. Sin embargo, ya desde hace algún tiempo tenía en mente la posibilidad de intentar entrar a conicet, idea que se fue consolidando paralelamente a mi ocupación en las consultoras: cada vez más me decía a mí mismo que debía probar otros caminos, porque notaba que me incomodaba el clima empresarial (desde el léxico hasta la vestimenta), no me identificaba con mis jefxs (¿quiero ser como ellxs más adelante, quiero tener su empleo?), sufría el quedarme haciendo tareas hasta “cualquier hora”, a las que poco a poco les fui restando interés.

Finalmente renuncié, no sin asegurarme antes algunos esporádicos trabajos free lance que realizaba desde mi hogar para esas mismas consultoras, y que me permitían obtener ingresos económicos para sobrevivir, que fueron importantes porque no entré inmediatamente a conicet. Más que una transición fluida, el paso del mercado laboral a la vida académica fue algo abrupto. Al no tener un grupo de trabajo conformado en la carrera de grado ni haberme preocupado por tejer relaciones estratégicas que me permitan ahora obtener una beca –quizás producto de un defecto personal, quizás resultado de una suerte de impersonalidad que la uba como institución potencia–, debía rápidamente, y con bastante incertidumbre, encontrar a quien me dirija en una eventual trayectoria para realizar un doctorado.

Comencé por enviar e-mails a profesorxs que ni siquiera conocía pero que compartían una amplia temática de estudio en la investigación y/o docencia: la sociología del trabajo. Quien luego me dirigiría, fue casi la única profesora que me respondió aquellos e-mails. A mi sugerencia sobre estudiar en una hipotética beca doctoral a los encuestadores de calle (trabajo en el que yo mismo me había desempeñado), ella respondió: “necesitás investigar algo de mayor relevancia a nivel laboral, ¿y si investigás los call centers?”. No dudé en aceptar porque este tema también me atravesaba: justamente en mis años en consultoras procesaba la información que generaba el pequeño call center que mencioné más arriba, y que estaba pegado a mi oficina. Luego también llegué a programar los cuestionarios telefónicos que lxs encuestadorxs realizaban. Había algo que me impresionaba en el trabajo de lxs encuestadorxs telefónicxs: pensaba que yo no podría hacerlo, aunque no me quedaba claro el porqué.

El yo y el nosotrxs

En el año 2012 pude, finalmente, entrar a conicet con sede en el Instituto Gino Germani en la ciudad de Buenos Aires. Sin preverlo, la breve trayectoria en el mercado laboral me ayudó a encontrar un objeto de estudio, sobre el que ahora debía reflexionar en términos académicos. También una nueva dinámica laboral-institucional aparecía en mi camino. Por un lado, ingresar a conicet me permitía poder estudiar e investigar no dependiendo de otras actividades para obtener ingresos (me estimulaba particularmente tener tiempo para volver a estudiar, aún no me movilizaba la posibilidad de investigar); por otro lado, el pasar a ser becario implicaba un largo trayecto cargado de precarización laboral en el presente –aspecto que incluía la incertidumbre sobre la posibilidad de permanecer en el sistema científico en el futuro–, aunque en aquellos momentos iniciales no recuerdo que esta cuestión me importara demasiado.

Ahora bien, pronto se iba a dar otro punto de inflexión en este camino. En una decisión consensuada en pareja y comunicada a mi directora sólo un año después de iniciada la beca doctoral, me trasladaría de la ciudad de Buenos Aires a Mendoza: poco tuvo que ver la decisión con alguna cuestión académica, sino puntualmente respondía a que Mendoza era un lugar deseado por nosotrxs para vivir. Comenzó una nueva etapa de búsqueda, ahora de unx codirectorx que tenga sede en mi futuro lugar de residencia. Luego de diversos contactos y entrevistas con investigadorxs radicados allí, pude conseguir alguien que me codirija, Osvaldo López Ruiz, de quien instantáneamente noté su pasión por investigar y enseñar –aspectos que se volverían claves para encarar con renovadas fuerzas mi propia investigación–.

En el año 2014 emprendimos la mudanza. Para mí significó mucho este desplazamiento, por separarme de lxs amigxs y la familia, con quienes me rodeé, conviví, crecí, sufrí y también disfruté durante más de treinta años. La distancia espacial, aun en tiempos de tecnologías instantáneas, modificaba los vínculos con mis seres queridxs y círculos de relaciones. Pero encontré en Mendoza, afortunadamente, distintas personas dispuestas a compartir conmigo charlas, encuentros, actividades, aprendizajes conjuntos. Recuerdo lo mucho que valoré el recibimiento que me dio Natalia Rizzo, becaria doctoral como yo, al lugar de trabajo. Yo estaba en el buffet del incihusaconicet, aún no me habían asignado una sala para trabajar en mi nueva sede en Mendoza, pero ella me vio y me dijo “Bienvenido”, aún casi sin conocerme. Luego me asignaron la Sala 2 de becarixs, donde estaba Natalia y vi por primera vez a muchxs con quienes escribimos este libro.

Ese mismo año, unos meses después de mi llegada y en un seminario que dictaba mi flamante codirector, conocí a otros dos becarios (que estaban bajo su dirección), Emiliano Jacky y Fernando Mas. Con ambos desde ese entonces tuvimos charlas y encuentros, más o menos formales, donde nos comentábamos mutuamente nuestros objetos de estudio (que en algunos sentidos convergían o se complementaban, y en otros se alejaban) o charlábamos de nuestras angustias comiendo una pizza o tomando una cerveza. También a partir de jugar al futbol con Robin Larsimont tuvimos varias de esas encendidas y divertidas conversaciones. Luego los encuentros se sucedieron con todxs lxs que escribimos este libro, ya sea en la Sala 2 o por fuera del lugar de trabajo. Se estaban formando nuevos grupos de pertenencia.

Norbert Elias señala que siempre somos un yo y un nosotrxs, nuestra identidad es al mismo tiempo individual y social: si la combinación de un nombre de pila y un apellido “muestra a la persona como única”, al mismo tiempo la muestra como “perteneciente a un grupo determinado, su familia” (1990, p. 211). Sin embargo, agrega el sociólogo alemán, se ha difundido e intensificado notablemente desde el Renacimiento la concepción del ser humano como un individuo aislado, concepción característica de una vasta tradición filosófica que estudia a la “propia persona como un yo carente de nosotros” (Elias, 1990, p. 227-229).[1] Por mi parte creo que, sin el acompañamiento que encontré al mudarme, quizás no hubiera podido entregar mi tesis, o bien el camino hubiera sido más tortuoso. Me hubiera costado mucho encontrarme cómodo con las transformaciones que en mi vida se habían dado en forma repentina: si dos o tres años atrás era un “oficinista” o un free lancer en la ciudad de Buenos Aires (abocado a estudios de opinión pública o estudios de mercado), ahora me encontraba en Mendoza, siendo becario, y mi trabajo era investigar y estudiar. Paso a describir entonces cómo estos nuevos grupos de pertenencia se integran a las prácticas de investigación y desmitifican la imagen de una carrera individual, pues las experiencias que se tejen en las relaciones y los encuentros con lxs otrxs se vuelven determinantes.

Voz propia, voz compartida

Estas transformaciones corrían paralelas –y a esta altura el tiempo apremiaba más que antes– a la búsqueda de una voz propia para enunciar en mi tesis. En efecto, comenzar una investigación para finalmente escribir una tesis es mucho más que formular un problema, describir una serie de hipótesis, e intentar comprobarlas: es convencer a otrxs y convencerse unx mismx de lo que se enuncia. Este convencerse se modela o se modula en cada instancia donde se ejercita la escucha, el hablar, se habilitan lecturas críticas y escritos reflexivos, y ello sucede a partir de la cursada de seminarios, en el trabajo de campo, en círculos de lectura, en encuentros más o menos formales con lxs pares, en charlas con quienes nos dirigen, entre muchas otras situaciones que vivimos con otrxs. Se abren allí las posibilidades para afirmarnos en las propias convicciones, y en este sentido es posible pensar la investigación como una serie de prácticas de subjetivación (Foucault, 2001), en tanto formas de equiparnos para argumentar y defender una (nuestra) tesis que se cree verdadera.[2] Desde esta perspectiva entiendo la utilidad de las distintas instancias que se abren en la investigación: terminan por aclararnos, precisarnos y aún convencernos de lo que decimos, y esto siempre se produce en el intercambio con otrxs. Encontrar una voz propia desde donde escribir y defender las tesis que vamos sosteniendo es siempre un producto de los encuentros con otrxs: en forma positiva, potencia y clarifica nuestra voz; en forma negativa, al menos la distingue de otras por oposición. Una voz propia es siempre una voz compartida.

Pero, ¿qué debía analizar de los call centers? ¿Desde qué enfoque? Un seminario de taller de tesis en la Universidad Nacional de Cuyo, a finales del año 2014, fue un punto de inflexión para responder estos interrogantes. Sobre mi forma de plantear mi plan de tesis “llovieron” las críticas en torno a entender cuál era mi problema de investigación: ¿son los efectos del desgaste mental entre lxs trabajadorxs y por ende el tema refiere a la salud mental?; ¿es la productividad de lxs trabajadorxs y su transformación en las sociedades actuales?; ¿son los cambios del capitalismo y de las empresas a escala global?

Esta confusión generalizada que al leerme tenían mis compañerxs de taller sobre lo que yo quería hacer, y que se replicaba entre lxs profesorxs (Touza, López Ruíz y Wagner) que dirigían el seminario, no parecía casualidad. En efecto, había superpuesto y multiplicado diversos temas, preguntas, problemas, seguramente para evadirme de la problemática fundamental que buscaba resolver. En aquel momento señalaba, en un texto reflexivo que proponía el seminario, que me encontraba a la búsqueda de “cierta rigurosidad para abordar el problema y de cierta originalidad de lo que podría ser mi propio aporte”: en una bibliografía sobre los call centers que se había vuelto demasiado amplia había que, por un lado, describirla adecuadamente (no “caricaturizarla”) y, por otro lado, definir cuál iba a ser la novedad que mi tesis sume a este corpus. En ese mismo texto agregaba que no debía “fugarme” del problema real, de la pregunta central de investigación a responder, y enunciarla sin rodeos. Quisiera agregar aquí una reflexión metodológica sobre este momento de confusión, visto ahora en retrospectiva. Efectivamente, el plan de tesis adolecía de una superposición de temas y preguntas. Pero pude con el tiempo hallarle un signo positivo a esta confusión: en el proceso de realización de una tesis (y no mezclando todo en un plan de tesis), puede ser importante en etapas iniciales movilizar distintas inquietudes. Repensar dichas inquietudes, ampliarlas, ponerlas en relación, no dejar de probar, ensayar y abrir variantes, de escribirlas y darle forma provisoria (asumiendo así una etapa de confusión transitoria) puede luego redundar en una perspectiva más amplia para operar el recorte definitivo que la tesis necesita.

Lo sucedido en aquel taller fue una instancia decisiva para desplazar mi objeto de estudio, y ejemplificó una forma comprometida de escucharnos, leernos y hablarnos (tanto por parte de lxs pares como de lxs docentes) que me posibilitó reflexionar mejor y avanzar en la escritura de la tesis. Quizás una primera decisión que emergió de este taller fue centrarme en el trabajo de lxs agentes de call centers, figura laboral que se había vuelto relevante, encarnándose en miles de jóvenes en Argentina y a nivel regional.

Tesis ideales, tesis posibles

Una vez ya hecho este primer recorte, igualmente no fue sencillo continuar y profundizar la elaboración del marco teórico. Me topé con nuevas categorías, algunas de tinte filosófico (ethos, sujeto, subjetivación, racionalidad) con las que no estaba emparentado. La sociología del management, a la que en algún sentido ahora adscribía (influido por el nuevo grupo académico conformado en Mendoza) me abrió la posibilidad de desplazarme en mis indagaciones y de intentar enfocarme en los procesos de subjetivación que ocurrían entre lxs agentes de call centers. Me interesé por comprender sus angustias, alegrías, miedos, incluso algunas de sus satisfacciones, y entendí parte de lo que para mí estaba inexplicado cuando unos años atrás interactuaba en las consultoras con lxs encuestadorxs telefónicxs: un tipo de gestión laboral (¡una racionalidad managerial!) saturaba de métricas (evaluaciones sobre el rendimiento o performance) y obturaba el sentido del trabajo de lxs agentxs de call centers. Dicha racionalidad terminaba por hacer de ellxs mismxs un número. Esto es lo que me resultaba de este trabajo tan aterrador y al mismo tiempo misterioso.

Asimismo, comencé a forjar el concepto de subjetivación laboral, con el que quería dar cuenta de un triple proceso: el de la imposición de los valores manageriales (ciertos principios generales que son promovidos desde la gestión de las empresas y las doctrinas de la administración) predominantes en nuestra época en el ámbito laboral, y aún en el extra-laboral; el de la implementación de diversas modalidades reglamentarias y prescriptivas que caracterizan el trabajo de lxs agentxs de call centers; y el de las pautas éticas internalizadas por dichxs agentxs en sus propias experiencias laborales, que terminan por definir modos de acción sobre sí mismxs y sobre lxs otrxs. Es aún hoy, a tres años de defender mi tesis doctoral, que sigo repensando el concepto de subjetivación laboral. En este sentido, creo que este convencerse de la verdad que se enuncia se encuentra siempre en elaboración.[3]

Paralelamente, el trabajo de campo me presentaba algunas incertidumbres. La decisión de a quiénes entrevistar y qué preguntar incluyó marchas y contramarchas, y ciertamente tuvo que ver con entender qué era “lo que tenía más a mano”. Notaba en ello algunas elecciones forzadas: por no poder entrar a las empresas de call centers, por tener acceso a ciertas fuentes y no a otras. La adecuación entre teoría y método, la que terminó siendo mi estrategia teórico metodológica, se hizo en el camino (¿qué datos ya tengo, qué hago con ellos, cómo justificar su relevancia teórica?) y fue un producto tanto de un mayor convencimiento de las bondades que para mis objetivos generales de investigación me brindaba la sociología del management, como de la posibilidad de ir entrevistando con la técnica de bola de nieve (empezando por entrevistadxs a quienes conocía previamente y sabía que me ayudarían) a un número cada vez mayor de personas.

Finalmente, llego el momento de escribir la tesis. En el año 2015 había comenzado la redacción del trabajo de maestría, que entregaría en julio del año 2016, y defendería en octubre de ese año en la uba. Se me estaba acabando el tiempo de beca de doctorado, por lo que apoyado por mi codirector pensé, incluso, en transformar esa tesis de maestría en una doctoral. Puliendo mi perspectiva, describiendo nuevos debates, agregando algunas reflexiones y páginas, la tesis se podría ampliar y mejorar, y –lo que para mí era esencial– de esa forma el financiamiento de conicet no sufriría un corte, ya que podría aspirar a obtener una beca postdoctoral rápidamente. Tuve que desechar la idea, mi directora no estaba de acuerdo.

Dos años después, en el 2018, presenté mi tesis doctoral. El día exacto y sus circunstancias ya las mencionamos al comenzar este escrito, lo frenético y adrenalítico de aquellos últimos meses y días los vuelvo a rememorar ahora: estaba cargado de ansiedades y miedos por no llegar a tiempo, el hablar y desahogarme con mis compañerxs becarixs me tranquilizaba, el sostén de mi pareja, mis padres y amigxs me acompañaba. Releo ahora también los e-mails de esos días, en los cuales se suceden el envío de partes de la tesis a mis directorxs, pedidos de lecturas, broncas por ciertas devoluciones, gratitud por saber del compromiso frente a mis necesidades y urgencias. Así, las posibilidades que se me abrieron y que fui abriendo para afirmarme en mis propias convicciones, para convencerme de lo que enunciaba, siempre se nutrieron de lxs otrxs, desde las interacciones más directas y tangibles, hasta de la propia pertenencia a una comunidad académica, más abstracta.

(Re)haciendo caminos

Cité en el epígrafe que da inicio a este escrito un breve pero intenso texto de George Simmel, cargado de significaciones. El autor señala allí que la construcción de un camino es una realización específicamente humana: también el animal, nos dice, supera continuamente, y a menudo de la forma más habilidosa y difícil, una distancia, pero cuyo comienzo y final permanecen desligados. El ser humano, en cambio, genera puentes que unen puntos, y abre puertas que inauguran posibilidades. Podemos pensar estas construcciones espaciales como metáforas que representan el modo en que nos relacionamos, que actuamos juntxs, que habitamos subjetivamente con otrxs.

Pocos meses después de la defensa de mi tesis doctoral se abrió para mí una nueva puerta: nacería mi hija. En algún sentido, esto para mi simbolizaba el cierre de una etapa. Pero al mismo tiempo venía a inaugurar otra. Jazmín llegó para hacernos a Luciana y a mi más feliz la vida, para transformarla y darle mayor sentido. Comenzamos entonces a descubrir otros senderos y a explorar otros caminos, comenzamos a vivir nuevos vínculos personales y familiares. En esta misma clave pienso este libro. Lo pienso como una experiencia transformadora por la alegría de participar en conjunto de su elaboración, por repensar un trayecto de la propia biografía en el diálogo con otrxs, por reencontrarnos de nuevas maneras. Darle por primera vez forma a las vivencias, giros afectivos y encuentros –al mismo tiempo que objetivar el camino hecho– me permite seguir desplazándome: ayuda, en definitiva, a rehacer los caminos y a encontrar nuevos sentidos a lo que hacemos, esto es, ayuda a rehacernos.


  1. En una crítica a la decidida acentuación del “yo” en las reflexiones de Descartes, a su cogito ergo sum, Elias señala que el filósofo francés era capaz de pensar olvidando todos los lazos de su persona con el nosotrxs: “los grupos a los que pertenecía, la sociedad a la que debía sus conocimientos y su lenguaje, desaparecían de un plumazo en el momento de la reflexión” (Elias, 1990: 227-229).
  2. Foucault piensa esta subjetivación como compuesta por una ascesis, en el sentido de un ejercicio sobre sí, que en el caso de la filosofía de lxs griegxs consiste en “hacer propia la verdad”, para lo que se despliegan una serie de técnicas ligadas a saber escuchar, leer, escribir y hablar, y a partir de lo cual unx puede “convertirse en sujeto de enunciación del discurso de verdad” (Foucault, 2001: 316-317).
  3. Aprovecho este escrito para intentar clarificar (y clarificarme) de qué da cuenta este concepto y cuáles son sus bases filosófico-epistemológicas. Philippe Corcuff, al analizar las nuevas sociologías, señala que una de sus corrientes o perspectivas abiertas en las últimas décadas se fundamenta en un desplazamiento del lenguaje sociológico que capta un surgimiento subjetivo en sí forjado por relaciones sociales, por el cual tendríamos una senda que se emancipa de la exclusividad del léxico de las “determinaciones sociales”, sin pretensión de volver a una teoría sustancialista del “sujeto” como “esencia” postulada antes que cualquier relación socio-histórica (Corcuff, 2013: 110). Algo de esto último quise captar con el triple proceso o las tres dimensiones de análisis que comentaba más arriba.


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