Acceso y desigualdades en el ejercicio de derechos (2010-2017)
Magdalena Saieg[1]
El envejecimiento de la población, proceso por el cual la expectativa de vida crece por sobre las tasas de fecundidad, es un fenómeno de nivel mundial y Argentina no es la excepción.
Según las estimaciones poblacionales de Naciones Unidas (UN, 2017), a nivel mundial, los habitantes mayores de 59 años habrán pasado de constituir un 8% de la población en 1950 a un 21,3% 100 años después. Sin embargo, este ritmo de crecimiento será dispar: en 2050, Europa será el continente con mayor nivel de envejecimiento (lo es también en la actualidad) seguido por América del Norte y por América Latina, y presentará un impulso menos acelerado en África y Oceanía. En el mismo período (1950-2050) América Latina habrá pasado de tener una población de mayores que representa al 5,7% de la población total a una que comprende al 25,4%. Aquí también el proceso tendrá un impulso dispar: en 2050 Cuba será uno de los países más envejecidos de la región, marcado una aceleración en el aumento de la población mayor por sobre el de las generaciones más jóvenes, que se inicia desde la segunda mitad del siglo XX. Paralelamente, otros países como Guatemala y Bolivia atraviesan por similares procesos, aunque con una menor intensidad.
Argentina no es la excepción: en 1950 la población de 60 años y más era de alrededor de 1.200.000 personas, y para 2050 se estima que serán cerca de 13 millones. Así, habrá pasado de comprender al 7% a incluir al 23,5%. En nuestro país también existen heterogeneidades en el ritmo de envejecimiento. Se destaca así la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como la más envejecida.
Las consecuencias más urgentes de la magnitud y la celeridad de este proceso, a la vez asincrónico y desigualitario, requieren respuestas rápidas y eficaces. Asimismo, parece necesario que dichas respuestas contemplen la heterogeneidad nacional e interna (Paz, J. 2011, p3).
En la actualidad se estima que la población de mayores en nuestro país es de 6.800.000 personas y constituyen el 15,4% de la población total. Sin embargo, no todas las personas mayores tienen la oportunidad de envejecer en ejercicio pleno de derechos, de hecho, no todos los individuos tienen las mismas oportunidades de envejecer.
En dicho marco, el Observatorio de la Deuda Social Argentina ha destacado la importancia y trascendencia social que tiene asumir el compromiso estratégico de dar visibilidad, instalar en agenda y desarrollar acciones que atiendan la compleja situación de precariedad, indefensión y vulnerabilidad, tanto económica como simbólica, que atraviesan las personas de edad avanzada en nuestra sociedad. Para ello, se ha puesto en marcha desde 2014 el proyecto Observatorio de la Deuda Social con las Personas Mayores junto a Fundaciòn Navarro Viola y Grupo Supervielle (ODSA-UCA, 2014).
Los umbrales de derechos vigentes en la Argentina, que se constituyen en parámetro para la construcción de los indicadores con los que se procura describir el estado de situación del desarrollo humano y social las personas mayores son a nivel internacional: la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (ONU, 1948); el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ONU, 1966); la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU, 1986); la Declaración del Milenio de la Asamblea General (ONU, 2000); la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento (ONU, 2002) y más recientemente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS-ONU, 2015). Desde esta perspectiva adquiere particular vigencia el concepto de “Deuda Social” como el conjunto de privaciones económicas, sociales, políticas, psicosociales y culturales que recortan, frustran o limitan el desarrollo de las capacidades de progreso humano y de integración social. De esta manera, cobran particular relevancia los derechos civiles, económicos, sociales, políticos y culturales de las poblaciones, entre los cuales destaca el derecho a una vida digna y libre de privaciones económicas injustas.
Resulta así un objetivo primordial que las personas mayores disfruten de una vida plena, saludable y satisfactoria, en ejercicio pleno de tales derechos fundamentales. Indudablemente, este ejercicio abarca no solo las dimensiones materiales de vida, sino también todos aquellos aspectos culturales, simbólicos y psicosociales que atañen a la sociedad y al individuo.
A continuación, se presentan algunas de las principales conclusiones del informe “Condiciones de vida de las personas mayores. Accesos y desigualdades en el ejercicio de derechos (2010-2017)”, que refleja las múltiples dimensiones de la vulnerabilidad de las personas mayores.
Derechos económicos y sociales
Los datos relevados por la EDSA Bicentenario (2010-2016) y la EDSA Agenda para la Equidad (2017-2025) ponen de manifiesto que ciertos déficits en el cumplimiento de derechos tienen baja incidencia en el conjunto de las personas mayores. Tal es el caso de los derechos de acceso a la alimentación, a la salud, a la vivienda, a los servicios básicos, al empleo y la seguridad social y a los recursos educativos. En estos seis derechos, los niveles de déficit de las personas mayores son considerablemente más bajos que en el resto de la población. Se destaca además que, en general, han permanecido relativamente estables durante el período analizado con mejoras en el acceso a la vivienda y a la seguridad social. A pesar de ello, los niveles de desigualdad social son persistentes a lo largo del período.
Otro tipo de derechos, como el acceso a la información, tienen mayor incidencia en la población mayor que en las cohortes más jóvenes, aunque el déficit ha tendido a disminuir a lo largo de todo el período (tanto en las generaciones más jóvenes como en las de mayor edad).
Debe señalarse además que la falta de acceso a estos derechos está condicionada socialmente, los déficits son mayores en los sectores sociales más vulnerables y las brechas son persistentes a lo largo de todo el período. En el acceso a derechos como la alimentación y la salud la brecha ha tendido a ampliarse por un incremento en el déficit de los hogares de sectores más vulnerables.
También, si se analiza la intensidad de las carencias de los hogares a través de la suma de estos 7 indicadores se evidencia que para toda la población (incluidas las personas mayores) el porcentaje de personas en hogares con al menos una carencia tiende a disminuir y lo mismo sucede con quienes residen en hogares con 2 o incluso con 3 o más carencias. Cabe señalar además que en dicha dinámica y en lo que concierne a las personas mayores en particular, estas mejoras no han llegado a impactar al estrato más pobre (tampoco al más rico), más bien se han concentrado en los sectores medios bajos.
Fuentes de ingresos y capacidad de subsistencia
En el informe se analizan las fuentes de ingresos de los hogares y la capacidad que tienen esos ingresos de cubrir determinados consumos del hogar. Para el análisis de las fuentes de ingresos se hace énfasis en las que resultan más características de los hogares de personas mayores que son las jubilaciones y pensiones. Como es de esperar, la percepción de jubilaciones y pensiones es más alta en los hogares con mayores que en aquellos en los que no reside ninguna persona de 60 años o más.
En cuanto a la evolución de la percepción de ingresos por jubilaciones y/o pensiones en los hogares con personas mayores encontramos que la tendencia es a la universalización de la cobertura y que las brechas sociales, si bien existen, tienden a retraerse debido al crecimiento de la cobertura.
Un segundo conjunto de indicadores se vincula a la capacidad de subsistencia de los hogares. El informe hace énfasis aquí en una medida objetiva y una medida subjetiva. La primera medida es la línea de pobreza (como medida objetiva) mientras que la segunda será la percepción subjetiva de insuficiencia de ingresos para cubrir los consumos del mes del hogar.
En primer lugar, hay que señalar que mientras la pobreza por ingresos es más frecuente en los hogares sin mayores que en aquellos en los que reside al menos una persona de 60 años o más, no sucede lo mismo con la percepción subjetiva de insuficiencia de ingresos, donde los niveles son similares independientemente de si hay o no personas mayores en el hogar.
A lo largo del período de análisis la incidencia de la pobreza por ingresos se ha mantenido estable en los hogares con presencia de mayores. Como es de esperar las brechas sociales son significativas y persistentes en todo el período. Debe destacarse también que es mucho menos frecuente en los hogares de personas mayores unipersonales y en aquellos en que solo conviven personas mayores y es más alta en los hogares multipersonales en los que las personas mayores conviven con otras generaciones.
La percepción subjetiva de insuficiencia de ingresos, en cambio, tiende a crecer durante todo el período en los hogares con personas mayores (y en el resto de los hogares también). También son significativas y persistentes las brechas sociales, la tendencia al crecimiento de esta percepción se da en todos los sectores sociales y en todas las regiones urbanas. También se percibe mayor insuficiencia en los hogares con personas mayores que conviven con otras generaciones.
Estado y atención de la salud
En el análisis de los indicadores de estado de salud (déficit de estado de salud percibido, malestar psicológico y mala calidad del sueño) cabe mencionar en primer lugar que no siempre los déficits son más altos en la población mayor: para el caso de percibir que la propia salud está afectada por bastantes, muchos o graves problemas de salud se verifica una brecha significativa entre los mayores y los entrevistados más jóvenes (con mayor déficit para los mayores). En el caso del malestar psicológico las brechas siguen mostrando mayor déficit en la población mayor, pero son más estrechas que en el indicador anterior. En el análisis de la mala calidad del sueño, en cambio las brechas no solo se estrechan, sino que además se invierten, el déficit es mayor entre los entrevistados más jóvenes.
En segundo lugar, cabe destacar que los tres indicadores mencionados muestran una leve tendencia al alza en el período analizado. Asimismo, debe destacarse la persistente desigualdad, no solo marcada por aspectos socioeconómicos como el estrato social o la condición socio-residencial, sino también por atributos tales como el sexo y la edad.
En este sentido encontramos que percibirse con bastantes o muchos problemas de salud, es más frecuente entre los mayores que residen en hogares de los estratos más bajos (con relación a los más altos); entre quienes tienen 75 años o más (respecto a los que tienen entre 60 y 74 años de edad) y entre las mujeres (con relación a los varones). En el malestar psicológico las brechas sociales y por sexo siguen este mismo sentido, sin embargo, son los mayores de menor edad (60 a 74 años) los que presentan un nivel más elevado de malestar (respecto de quienes tienen 75 años o más). En el análisis de la mala calidad del sueño, si bien las brechas sociales y por edad dan mayor déficit en los estratos más bajos y en las edades mayores, en la brecha por sexo se invierte el sentido: son los varones los que declaran mala o muy mala calidad del sueño con mayor frecuencia que las mujeres.
Por otra parte, al analizar los indicadores de prácticas preventivas y conductas de riesgo, encontramos que el déficit de ejercicio físico es más frecuente entre los mayores que entre los más jóvenes, a la inversa, el hábito de fumar y la falta de realización de una consulta médica anual son más frecuentes en las generaciones más jóvenes que en los mayores. En el análisis de la dinámica del período estos indicadores muestran un comportamiento dispar: para el caso del déficit en la realización de ejercicio físico se verifica un incremento en el déficit entre las personas mayores. Este incremento tiene a su vez un desempeño muy particular ya que mientras entre los estratos medios y bajos permanece estable, en los sectores más altos es donde tiende a aumentar. Vale decir que si bien son los estratos más bajos los que tienen un nivel de déficit significativamente más alto, ocurre una reducción de la brecha impulsada no por un crecimiento en la realización de ejercicio de los sectores más vulnerables sino por una retracción en la actividad física de los sectores más acomodados. Por otra parte, el indicador de hábito de fumar muestra un leve ascenso en la población de mayores. La dinámica es similar en todos los sectores y grupos de personas mayores analizados. Paralelamente, el indicador de déficit de consulta médica muestra una retracción leve en los mayores. Este impulso en la retracción del déficit se ha evidenciado principalmente en los sectores sociales medios altos, factor que ha contribuido a ampliar la brecha de desigualdad a lo largo del período.
En lo que respecta a los indicadores de atención de la salud se destaca que el uso del hospital público es significativamente más alto en las generaciones más jóvenes y menor en los mayores. Lo mismo sucede en la demora en la obtención de un turno, aunque las brechas son menores. Un comportamiento similar tiene la variable tiempo de espera para ser atendido en consulta, la brecha entre generaciones más jóvenes y mayores vuelve a retraerse, fundamentalmente hacia el final del período. La calidad de la atención recibida es evaluada como mala o muy mala por un porcentaje similar de mayores y menores de 60 años. Tanto el uso de hospital público en la última consulta, como la demora en la obtención de un turno o la demora para ser atendido en la consulta mantienen niveles estables entre los extremos del período; mientras que la evaluación negativa de la calidad de la atención obtenida tiende a retraerse.
Debe señalarse además la persistencia de brechas sociales: en los estratos más vulnerables es más frecuente usar el hospital público, esperar más de un mes para obtener un turno, esperar más de una hora en ser atendido en la consulta y evaluar negativamente la calidad de la atención que en los estratos más altos.
Cultura democrática, confianza en las instituciones y vida ciudadana
Se analizan cuatro conjuntos de indicadores relacionados con la vida ciudadana. El primer conjunto refiere preferencias y percepciones sobre el funcionamiento de la democracia y muestra que la preferencia por un gobierno con fuerte poder presidencial es mayor en las generaciones mayores que en las más jóvenes. Sin embargo, cae significativamente y de manera sostenida con el transcurso de los años; ello para la población general y para la población de mayores en particular y con mayor impulso. De modo que al final del período la brecha generacional se ha retraído. A su vez, dentro de la población de mayores, la retracción se da en todos los estratos y grupos de análisis. Aun así, persiste mayor preferencia por gobierno con fuerte poder presidencial en los estratos más bajos.
Interrogados por la conformidad con el funcionamiento de la democracia en la Argentina actual se observó que las brechas generacionales son menores e invierten sentido varias veces a lo largo del período. Para el conjunto de personas mayores, se registra una tendencia al aumento entre 2010-2011 y 2014-2015 y se retrae significativamente hacia 2016-2017. Ahora bien, esta dinámica no es homogénea en todos los sectores sociales, en los sectores más altos es bien marcada mientras que en los sectores más vulnerables presenta crecimiento sostenido a lo largo de todo el período.
El segundo conjunto de indicadores remite a confianza en las instituciones democráticas, con énfasis en aquellas que remiten a la confianza en el Gobierno Nacional y en el Congreso Nacional. En primer lugar, debe destacarse que la escasa confianza en el Gobierno Nacional es más frecuente en las generaciones más jóvenes. No ocurre lo mismo con la desconfianza en el Congreso Nacional que presenta un nivel similar en ambos grupos generacionales. En las personas mayores, la tendencia del período de análisis muestra crecimiento sostenido de la desconfianza hasta 2013-2014 y a partir de allí se retrae lentamente. Nuevamente el comportamiento es socialmente dispar: en los estratos más altos la tendencia al crecimiento de la desconfianza es sostenida hasta 2014-2015 y se retrae fuertemente a partir de allí, evidenciando un crecimiento muy significativo de la confianza hacia el Gobierno Nacional actual. En cambio, entre las personas mayores de los sectores más vulnerables, la desconfianza crece hasta 2013-2014, decrece en el bienio 2014-2015 (hecho probablemente asociado a las expectativas electorales) y vuelve a crecer en los dos bienios siguientes.
Con respecto a la escasa confianza en el Congreso Nacional la dinámica en el conjunto de personas mayores sólo muestra retracción en los bienios 2012-2013 y 2013-2014 hecho probablemente asociado a las elecciones legislativas 2013. Descontando estos años la tendencia es al aumento. Esta tendencia a una desconfianza mayor en el Congreso Nacional cristaliza fundamentalmente entre los mayores de sectores más vulnerables, en particular desde el bienio 2013-2014 en adelante.
El tercer conjunto de indicadores de este capítulo remite a la participación ciudadana. Para dar cuenta de ello seleccionaremos el indicador agregado que indica si las personas participan en actividades políticas, gremiales, sociales o recreativas. Encontramos aquí que el nivel de participación de las personas mayores si bien es menor al de los más jóvenes, no presenta una brecha significativa, las brechas aparecen cuando se analiza de manera específica cada tipo de participación.
La dinámica de la participación de los mayores a lo largo del período muestra estabilidad entre puntas, el registro más alto se ubica en el primer bienio de análisis mientras el más bajo se ubica en el bienio 2014-2015. Si bien el análisis de la evolución según características estructurales no muestra un patrón claro en la dinámica evolutiva, es preciso señalar que las brechas sociales son más que significativas, el nivel de participación de los sectores sociales más altos duplica, triplica, cuadruplica o incluso multiplica por más de 4 el nivel de participación de los sectores más vulnerables.
El cuarto y último conjunto de indicadores remite a las condiciones de seguridad ciudadana. Al respecto, cabe señalar que la incidencia de hechos de violencia en al menos un miembro del hogar muestra estabilidad a lo largo de todo el período, con una leve retracción en los últimos dos bienios (2015-2016 y 2016-2017). La retracción es mayor entre los entrevistados de menor edad. Este comportamiento se verifica también en todos los sectores sociales. Debe señalarse sin embargo que, si se analizan los datos por regiones urbanas, la retracción es muy significativa en la Ciudad de Buenos Aires, pero en el Conurbano Bonaerense la tendencia es inversa: entre 2010-2011 y 2014-2015 desciende mientras que a partir de allí tiende a aumentar.
Paralelamente, el sentimiento de inseguridad en las personas mayores es menor que en las generaciones más jóvenes. A su vez debe señalarse que en el grupo generacional de mayor edad se verifica crecimiento hasta el bienio 2013-2014 y retracción a partir de allí, fundamentalmente en el último bienio. En este caso la retracción también se da en todos los sectores sociales, pero con mayor impulso en los sectores más vulnerables. A nivel de regiones urbanas también desciende en todas las regiones, aquí la mayor caída se verifica en el conjunto de las otras áreas metropolitanas y el resto de las localidades del interior.
Bienestar subjetivo
Son dos los conjuntos de indicadores que refieren al bienestar subjetivo. El primero describe los apoyos sociales y el segundo los recursos psicológicos con que se cuenta para este tipo de bienestar.
Respecto a los apoyos sociales hay que señalar en primer lugar que los déficits son más altos en las personas mayores que en los encuestados de entre 18 y 59 años.
En lo que refiere al déficit de apoyo social afectivo se verifica que la percepción de no contar con personas que demuestren afecto y cariño no tiene variaciones significativas a lo largo del período ni a nivel general ni en el caso de las personas mayores en particular. Por su parte, la percepción de no contar con alguien que le ayude a preparar la comida o hacer alguna actividad cotidiana en caso de necesitarlo tiende a decrecer tanto a nivel general como en las personas mayores. La misma tendencia se evidencia para la percepción de no contar con alguien que lo ayude a comprender un problema y con el hecho de no tener familiares o amigos cercanos.
Si bien existe mayor percepción de déficits de apoyos sociales en los sectores más vulnerables (respecto de los sectores socioeconómicos más acomodados), es preciso señalar también que adquieren importancia los indicadores que remiten a los atributos personales y del hogar. Para los cuatro tipos de apoyo, el déficit es más alto entre los mayores que residen en hogares unipersonales. Para el apoyo social afectivo y estructural, los déficits más bajos se presentan entre aquellos que conviven con otra persona mayor (por lo general su pareja o cónyuge) mientras que para el apoyo instrumental e informacional los menores déficits se presentan en quienes conviven con otras generaciones.
Para el análisis de los recursos psicológicos vinculados al bienestar subjetivo se seleccionaron tres indicadores: déficit de control externo, sentirse solo y sentirse poco o nada feliz. En cuanto a la percepción de que la propia vida no depende de uno mismo (déficit de control externo) lo primero que debe destacarse es que los niveles son similares entre generaciones mayores y menores, aunque la brecha tiende a crecer levemente desde el bienio 2013-2014. En segundo lugar, se observa que la tendencia en el período analizado ha sido al alza. En este caso también se evidencian brechas sociales significativas: el déficit de control externo en las personas mayores crece conforme disminuye la posición socioeconómica de los hogares. Hay que señalar también que se registran brechas significativas según tipo de hogar: el déficit de control externo es mayor entre las personas mayores que conviven con otras generaciones respecto a quienes viven solos o conviven solamente con otras personas mayores.
El análisis del sentimiento de soledad en las personas mayores evidencia un nivel más alto que en los entrevistados más jóvenes y tiende a acercarse en bienios determinados. La tendencia entre puntas del período es de crecimiento. El bienio que muestra mayor sentimiento de soledad ha sido 2014-2015. Para este indicador también las brechas sociales son significativas y también se destaca el rol del tipo de hogar: son las personas mayores que conviven con otras personas mayores, las que se encuentran más protegidas contra el sentimiento de soledad.
La percepción de sentirse poco o nada feliz evidencia brechas más significativas respecto de los entrevistados más jóvenes, como en el caso anterior, existen bienios en que la brecha se retrae, aunque sin un patrón definido. Como en los casos anteriores, también se verifican brechas sociales con mayores niveles de déficit en los sectores más vulnerables y un rol particular del tipo de hogar: en este caso, son los mayores que viven solos los que se encuentran más expuestos a sentirse poco o nada felices.
Encontrá toda la información estadística mencionada en esta nota en https://www.fnv.org.ar/barometro/
- Directora ejecutiva de la Fundación Navarro Viola.↵