Dr. Ricardo Crespo[1]
Me causa una gran alegría poder abrir con estas palabras inaugurales el Congreso “Las caras invisibles de la pobreza: una mirada integral de la vulnerabilidad”. Muchas veces se piensa en la pobreza solo como un fenómeno económico y se la analiza como tal. La intencionalidad que late detrás de la expresión “una mirada integral” apunta a aproximarse a la pobreza desde una variedad de ángulos –económicos, sociológicos, médicos, psicológicos, morales– y a integrarlos. Un enfoque integral nos debe llevar a corregir las parcialidades de los enfoques particulares. Por ejemplo, los economistas hablan de un “óptimo de corrupción”, expresión que, desde un punto de vista moral, constituye una contradicción. Hoy mismo hay una mesa redonda sobre el impacto de la corrupción sobre la pobreza. Habrá exposiciones teóricas y otras sumamente prácticas, mostrando iniciativas concretas.
El tema del congreso viene muy a cuento de la situación particular que hoy día vive el país. Estamos pasando momentos turbulentos. Por una parte, se está descubriendo la profundidad y dimensión de la corrupción de nuestros políticos y empresarios. Por otro, la economía aún no encuentra un curso firme y no se supera la pobreza.
Aristóteles censura, por considerarlas inútiles, las prácticas de los demagogos que pretenden atraerse al pueblo distribuyendo entre ellos los ingresos públicos. A su entender, dicha solución –repartir dinero– es mala en dos sentidos: para la pobreza, pues palia la situación, pero no soluciona el problema; y para la democracia, pues la existencia de la pobreza perjudica al régimen.[2]
Me parece que vienen a cuento unas palabras de Juan Pablo II, pronunciadas en un discurso en Santiago de Chile ante la CEPALC, el 3 de abril de 1987. Dicen así:
“Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral”.
En efecto, por donde miremos las crisis, tienen por detrás como raíz una carencia de virtudes, de lo que los griegos llamaron ethos o carácter. Las virtudes, según Aristóteles, se generan a través de la educación –paideia– y la ley –diké–.
Como ustedes bien saben, “educación” proviene del latín educere (guiar, conducir) o educare (formar, instruir). Ambas etimologías son adecuadas para describir lo que hacemos en la Universidad y lo que hace cada uno de ustedes en su ámbito. Más allá de los importantes contenidos de la educación, el núcleo está en formar personas con virtudes. La solución a la pobreza está, en último término, en la educación, que se adquiere en primer lugar en la familia. Por eso, también viene muy a cuento que este congreso sea organizado por el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral. Agradezco a sus autoridades y organizadores del congreso su trabajo para llevarlo a cabo. También a los expositores que se han brindado para exponernos sus visiones. Valen la pena estos esfuerzos en pro de la superación de la pobreza en todos sus ángulos.
De nuevo, muchas gracias.
- Vicerrector de Asuntos Académicos.↵
- “Debería evitarse la política seguida actualmente por los demagogos. Es su costumbre distribuir cualquier excedente entre el pueblo; y la gente, en el acto de tomarlo, pide lo mismo de nuevo. Ayudar al pobre de esta forma es llenar un tarro agujereado… Sin embargo, es obligación de un demócrata genuino velar por que las masas no sean excesivamente pobres. La pobreza es la causa de los defectos de la democracia. Esa es la razón por la que deberían tomarse medidas para asegurar un permanente nivel de prosperidad. Esto es de interés de todas las clases, incluyendo a los prósperos por sí mismos (…). El método ideal de distribución, si pudiera acumularse un fondo suficiente, es hacer concesiones suficientes para la adquisición de una parcela de tierra: si eso no es posible, debería ser suficientemente grande como para que los hombres comiencen en el comercio o en la agricultura. Los notables, que son hombres de sentimientos y buen sentido, pueden asumir la obligación de ayudar a los pobres a encontrar ocupaciones –cada uno haciéndose cargo de un grupo, y dando cada uno una ayuda para capacitar a los miembros de su grupo para empezar–” (Política VI, 5, 1320a 30–1320b 9).↵