Entrando ya en lo nuclear de la materia comenzamos con esta noción, la educabilidad, que alude a las condiciones de posibilidad de la educación. En términos kantianos, la tarea principal –el officium– de la Filosofía es el análisis trascendental, o crítico, de la realidad, es decir, el que trasciende los hechos remontándose hasta las condiciones que los hacen posibles. Sólo desde ahí podemos obtener una noción fundamental y fundamentada de las realidades que estudiamos. Es eso lo que intenta hacer la Filosofía –un discurso sobre los fundamentos–, y es lo que Kant pretende hacer con el conocimiento.
Aplicando este tipo de análisis a nuestro asunto podemos preguntarnos: ¿Qué hay en el ser humano que haga posible, y en último término necesario, que sea educado? El término educandidad se refiere a las condiciones que harían necesaria la educación y, por tanto, conceptualmente significa lo contrario de la educabilidad. Pero yendo al centro de la cuestión se descubre que ambas nociones son convergentes, pues las condiciones últimas que hacen posible la educación son también las que la hacen necesaria. Estas son fundamentalmente tres:
- El hombre no es un animal de instintos puros. Esta tesis tiene dos significados:
- En primer lugar significa que, además de instintos, el hombre posee hábitos. Ambas cosas son pautas de conducta, pero los instintos son innatos –están en la herencia genética con la que cada especie zoológica equipa a sus individuos para subvenir sus necesidades vitales–, mientras que los hábitos son adquiridos, aprendidos; la única forma de tenerlos es obtenerlos.
- En segundo término, el enunciado anterior quiere decir que ni siquiera las conductas propiamente instintivas, en el hombre son únicamente instintivas –digamos, pautadas por la biología–, sino que están penetradas de significados que van más allá de lo biológico. El instinto en el hombre, sin abandonar lo biológico, está elevado a un nivel espiritual. Es decir, la conducta humana, incluso cuando secunda la necesidad biológica, no lo hace sólo biológicamente. Esa conducta está transida de representaciones imaginativas e intelectuales, de tradición y cultura. Gracias a la hibridación psico-somática que le es propia, el animal humano vive su condición biológica elevada al nivel de su naturaleza racional.
2. El hombre es un ser de realidades. M. Heidegger lo expresaba diciendo que el hombre es el «pastor del ser». Esto significa que necesita hacerse cargo de la realidad, de lo que le rodea y de él mismo en relación a su entorno. La locución hacerse cargo está tomada aquí en el doble sentido que tiene en castellano: conocer y dominar. Para que el hombre pueda ejercer el dominio respetuoso –un dominio político, no despótico, que diría Platón– que está llamado a tener sobre la creación, necesita conocer, y re-conocer lo que las cosas en realidad son. Penetrar hasta la profundidad del ser de las cosas implica no quedarse sólo en la periferia de lo fáctico, digamos, de lo que son de hecho. En concreto, la realidad de las cosas no se limita sólo a lo que ya son, sino que abarca también lo que pueden ser; en términos aristotélicos, lo que son en acto y lo que son en potencia. Es tan real en cada ente lo que de hecho ha llegado a ser como lo que puede dar de sí. Y esto es fundamental para comprender lo educativo.
3. De ahí que también, aunque en otro sentido, el ser humano deba caracterizarse como un ser de irrealidades. La irrealidad del pasado –lo que ya no es– y del futuro –lo que aún no es– condiciona profundamente, incluso forma parte, de la realidad de lo que somos. El presente humano es pasado del futuro y futuro del pasado, de manera que somos lo que hemos llegado a ser a partir de lo que fuimos –y, al menos en parte, ya no somos–, y lo que aspiramos a ser sin serlo aún.
Todas estas ideas convergen en la representación del hombre como un ser inacabado, perfectivo, llamado a crecer, a humanizarse. Y en la ayuda a eso estriba lo más esencial de la educación, que también es una tarea inacabable. Eduardo Nicol lo expresó diciendo que el ser humano no nace entero ni termina nunca de enterarse.