El título que encabeza estas páginas puede llevar a engaño. No son un estudio sobre la adolescencia –aunque de eso se dice algo también, al final–, sino más bien un acercamiento a lo educativo desde una óptica que entiende esa tarea justamente como ayuda al crecimiento de lo más humano del ser humano, que siempre puede ser más, siempre está inacabado, «adolece».
Las consideraciones que contiene este escrito –como indica en este caso el subtítulo–, poseen un valor esencialmente teórico. No tratan de resolver ningún embarazo empírico. Tan sólo procuran lograr conocimiento. Esto no mengua el hecho de que cualquier actuación o intervención inteligente ha de suponer una teoría bien hecha, y por tanto, que la teoría también puede tener un rendimiento extrateórico. Pero el primer y principal rendimiento de una buena teoría es obtener conocimiento, lo cual no es desdeñable para el ser humano, que, animal racional, es alguien que necesita saber lo que es para serlo.
Saber de forma radical –en la «raíz»– qué es el hombre como sujeto educable y educando es el primer menester de la Teoría de la Educación que aquí se propone. El segundo, comprender en qué facetas puede crecer como lo que es –humano– y en qué medida la educación puede orientar y catalizar ese crecimiento de lo más humano del hombre. El sesgo peculiar de estas reflexiones, por tanto, es el propio de una fundamentación antropológica de lo educativo.
La formación de los maestros no puede restringirse sólo a una capacitación técnica, necesaria también para el desempeño eficaz de la profesión. Es preciso reivindicar para esta la amplitud de miras característica de los saberes liberales, magnitud que no implica necesariamente falta de rigor científico y mucho menos puede confundirse con la vaguedad propia del sermoneo culto. No podemos olvidar que la educación es una tarea esencialmente humana y humanística.
El producto de cualquier trabajo humano participa en alguna medida de las características de su autor. Esta intuición quedó acuñada por la tradición aristotélica en dos lemas: «todo agente obra produciendo algo similar a él» y «el obrar sigue al ser». El hombre, en efecto, comunica a sus obras parte de su ser, de manera que incluso en aquellas que son más externas y objetivas se pueden rastrear las huellas de quien las realizó. El hombre es un «animal cultural»: humaniza todo lo que hace, e incluso lo que conoce. Se puede afirmar que nada ante el hombre queda en puro «estado de naturaleza». Si esto se puede decir de cualquier trabajo humano, con mucha más razón cabe atribuirlo a la tarea educativa, que Kant describió como el proceso de «humanización del hombre». Este proceso, por cierto, tampoco es puramente natural sino cultural: no transcurre de una manera estereotipada y siguiendo leyes fijas y necesarias, sino en función del ser libre propio del hombre. De ahí la necesidad de facilitar a los futuros maestros un conocimiento de los elementos conceptuales básicos de una Teoría de la Educación enfocada desde una perspectiva antropológica, al menos de los más relevantes por su incidencia en el proceso educativo, a su vez dentro del ámbito de un compromiso moral y existencial del educador con la tarea de su propia «humanización», condición indispensable para que pueda ayudar en la de las personas que le han sido confiadas. Esta dimensión antropológica de la formación del maestro es la única capaz de facilitar la auténtica madurez del compromiso ético mencionado, compromiso cuya hondura contribuirá a que las profesiones educativas gocen del prestigio y confianza que la sociedad debe poder depositar en ellas.
El perfil inicial de estas páginas era un glosario de las nociones fundamentales de una Teoría de la Educación con ese enfoque antropológico al que me acabo de referir. Estaban dirigidas a los estudiantes de esa materia en el primer curso del Grado de Magisterio de Educación Primaria, de cuya docencia me vengo ocupando desde que se imparte en la Universidad Complutense de Madrid. En otros escritos más detenidos sobre estos temas me he ocupado de documentar con aparato crítico las afirmaciones que aquí se hacen, pero en estas páginas he querido conservar el tono sencillo del glosario primitivo. La oportunidad que me han brindado varias Universidades americanas de compartir estas reflexiones con estudiantes de procedencia variada –muchos de nivel más avanzado en grados y posgrados diversos– me han llevado a darles un formato algo distinto, pero he procurado que no dejen de ser un acercamiento elemental a los asuntos que trato, incluso que no pierdan el perfil didáctico que tenían las notas iniciales.
Tan sólo he leído el prólogo y ya lo comparto y lo comienzo a paladear. Gracias por el envío
Muchas gracias María de los Ángeles