Por una mirada no evolucionista ni lineal de la experiencia de clase
En su correspondencia y relación, estas modulaciones constituyen tres “momentos” o “instantes” de la experiencia de clase de las asambleas riojanas. Parafraseando a Benjamin (2007)[1], podemos decir que la clase emerge interrumpiendo la “duración de la dominación” y, en esa discontinuidad, crea una continuidad propia, una temporalidad a su medida. Acceder a esa temporalidad discontinua requiere, más bien, unir esos “instantes” o “puntos” excepcionales en los que emerge, inaugurando un modo único de constitución en y por relaciones históricas y cambiantes de lucha. En otras palabras, cualquier intento de reconocer una “persistencia” –latente u ostensiblemente– sólo es posible a partir de esta serie de “inter-instantes” –como plantea Ciuffolini (2015).
Cada una de estas configuraciones de la experiencia de clase, cada momento, delimita una estructura de racionalidad propia, una lógica particular de interpretación y acción sobre el mundo inmediato de los sujetos en lucha. Cada uno de ellos no son más o menos “verdaderos” o más o menos “falsos”; en todo caso, los gobierna un criterio pragmático: son útiles o no, adecuados o no para que, en un momento dado, los sujetos puedan entender el mundo, entender-se a sí mismos y actuar sobre él. Desde aquí, los tres momentos que mostramos en los capítulos 3, 4 y 5 son el resultado de una construcción analítica que privilegió la correspondencia entre las cuatro dimensiones que componen la experiencia de clase; es decir, su unidad y coherencia es producto de una operación lógico-conceptual. Estos momentos son, en otras palabras, un aporte a la construcción conceptual que puede ser usada tanto descriptiva como teóricamente para dar cuenta de este caso de lucha como de otros.
Ahora bien, estos momentos no pueden ser simplemente superpuestos entre sí para un objetivo comparativo; no representan “adiciones” o “reacomodamientos” de aspectos o sentidos –como si fueran, por ejemplo, cubos de igual tamaño que solo presentan variaciones en sus componentes internos, o cubos de distintos tamaños que pueden introducirse uno adentro de otro. Antes que eso, la relación entre los distintos momentos de la experiencia de clase es una relación de ruptura que abre nuevos cauces a la politización de la experiencia de lucha y a sus planos de acción política. Siguiendo a Nun (2015), la relación o el “paso” de un momento de la experiencia de clase a otro se comprende mejor como una “catarsis”: cada momento supone la liberación, eliminación o trasmutación de las antiguas conexiones en una reformulación cualitativamente diferente[2].
Tanto por su condición limitada y focalizada, el primer momento de la experiencia de clase está todavía lejos de indicar “una conciencia exacta de la propia personalidad histórica” y “de la personalidad histórica y de los límites precisos del propio adversario” (Gramsci, 198, p.48), pero solo en la medida que mantiene esa conexión inestable con el sentido común y con la vida cotidiana es que arroja las pistas más íntimas y permanentes de por qué y cómo emana un proceso en el que a través de su propia praxis los sujetos cambian sus circunstancias y se transforman a sí mismos. Basadas en la propia acción de moverse y constituirse como sujetos políticos, y a contrapelo de ciertas lecturas, la experiencia de clase en este primer momento no es incoherente, asistemática ni desbordada: posee ya un grado propio de estructuración, que a la vez segmenta y organiza tanto la facticidad del mundo como su intervención en él.
Los dos segundos momentos de la experiencia de clase –que presentamos en el capítulo 4 y 5– representan nuevos ejercicios de politización de las dimensiones de la experiencia de clase. Estas formas revelan un entendimiento cualitativamente más abstracto, profundo y extenso de los sujetos en lucha respecto de sus condiciones de vida, de los adversarios que enfrentan y de la relación de contradicción que existe entre sus intereses y los de sus adversarios. Coinciden Ciuffolini (2015), Meiksins Wood (1983), Modonesi (2010), y Nun (2015) que, en este plano, la centralidad del aporte gramsciano para hablar de la mayor o menor politización en la constitución como clase de los sectores subalternos es su énfasis en la formación política de los sujetos, que, centralmente, no puede dejar de ser una auto-formación[3]. Por ello, los dos últimos momentos de la experiencia de clase nos muestran la cristalización de una auto-formación política como sujetos en lucha.
No obstante, aun en estos dos últimos momentos, los sujetos no están exentos de sufrir “la impronta de las clases dominantes” (Gramsci, 2001, p.299). Por ende, el hecho de alcanzar un nivel tal de auto-formación política no evita ni frena, necesaria ni automáticamente, un ataque superlativo proveniente de las clases dominantes que provoque un posible desvanecimiento. Por eso, nuestro análisis también ha mostrado que el fenómeno de la constitución de clase, a través de la identificación y análisis de su experiencia de clase, no es un fenómeno con propiedades rígidas o inmutables, sino que es un proceso que, como dice Cavalletti (2013), puede comprimirse o distenderse, hasta tanto pueda alcanzar una victoria final, que es la auto-negación como clase, en una sociedad ya sin clases.
Si hemos presentado a estos tres momentos en un orden sucesivo de capítulos, ello ha sido acompañado por esfuerzo analítico por demostrar que esos momentos no pueden interpretarse como si fuese una sucesión que se corresponda con la sucesión del tiempo cronológico. Así, hemos identificado cómo las marcas discursivas de cada una de estos “instantes” pueden, en general, encontrarse a lo largo del periodo estudiado. Por ejemplo, las marcas que constituyen el momento I son aprehensible de manera explícita en los primeros años de la lucha asamblearia; no obstante, en los años siguiente del periodo analizado, sus rasgos o atributos reaparecen, de una manera más o menos aisladas, o más o menos articuladas entre sí.
Cambiando la perspectiva, al hacer una lectura al compás lineal del tiempo cronológico, la experiencia de clase “va y viene”, retrocede y avanza sobre sus propios pasos, se hace y luego se desvanece, para aparecer en otro tiempo. Lejos de mostrarnos algo parecido a una “evolución”, “despliegue” o “progresión” en el tiempo cronológico de la experiencia de clase –como si esta pudiese ser una substancia de la cual se podría decir que los sujetos tienen poco, mucho o nada–; lo que tenemos, en un plano diacrónico, son más bien continuidades y quiebres, intensidades diversas en ciertas dimensiones y no en otras. Así, un corte sincrónico en cualquier punto del periodo analizado nos arrojaría una combinación de las distintas marcas relacionadas a cada momento de la experiencia de clase de las asambleas ambientales.
Es que, siguiendo a Gramsci, sabemos que las clases subalternas no modifican sus concepciones “en forma pura”, sino a través de “combinaciones más o menos heteróclitas y bizarras” (Gramsci, 2003, p.13); es decir, aquello que cambia es la estructura de combinaciones y renovaciones de tales concepciones. Ahora, cuando tal tránsito arroja una “superior elaboración de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres” (Gramsci, 2003, p.31), hablamos de una ruptura, de un momento de “catarsis” que permite hablar de un paso a mayores niveles de conciencia de clase: “La estructura de fuerzas exteriores que aplasta al hombre, lo asimila, lo vuelve pasmo, se transforma en medio de libertad, en instrumento para crear una nueva forma ético-política, origen de nuevas iniciativas” (Gramsci, 2003, p.31).
Comprender estas modificaciones exige situarse en los estados y condiciones de los equilibrios de fuerza en el contexto regional y nacional, de sus variables institucionales, políticas y económicas; pero también exige identificar de forma precisa los efectos y resultados de las propias estrategias de lucha de los sujetos contendientes cuya experiencia es objeto de análisis. Es que, de acuerdo a nuestra perspectiva sobre la clase y su constitución, sólo la acción política de los sujetos en lucha transforma las relaciones de dominación y, en el mismo movimiento, se transforman a sí mismos al transforman las condiciones de su experiencia de clase. En su reverso, cualquier cambio que registrado en las formas de experiencia de clase, representa ya una manifestación central del cambio en la configuración de las relaciones sociales más amplias en las que ese sujeto participa directa o indirectamente.
Mirar estos momentos en la experiencia de clase conlleva representa, además, un punto de anclaje para dar cuenta, en general, de las trayectorias y derivas de las formas de movilización sociopolítica del campo popular en un periodo que es clave. Es que, como dicen Féliz (2017) y Massetti y Gómez (2017), hacia el año 2003, y al menos por 10 años más, puede ubicarse en Argentina el inicio de una serie de transformaciones complejas y no lineales de la relación entre el Estado y las organizaciones en lucha; pero también de una forma de la cultura política y de las estrategias de acumulación política[4]. Por ello, el estudio de la movilización política ambiental en el país puede contribuir, en este plano, a la pregunta que estos autores plantean sobre los cambios, clivajes y derivas de la movilización colectiva durante los desafíos que enfrenta la conflictividad sociopolítica en la “década ganada”.
Finalmente, estas dos líneas de lectura de los resultados de investigación buscan dialogar con la enorme cantidad de análisis contemporáneos sobre luchas ambientales. En este sentido, rescatamos que la particularidad de nuestro estudio es la de situar en el centro del análisis la categoría de clase, mostrando su potencia para la lectura del momento presente. Ello, creemos, fue posible al ensanchar la mirada restrictiva de la clase, para darle un alcance que la acerque a todo campo de lucha en donde intervengan y se opongan unos agentes contra otros por el control de la producción y distribución de condiciones de existencia material. Tal como mostramos en el capítulo 1, si la relación capital/trabajo se configura antagónicamente y atraviesa la totalidad de las prácticas sociales, produciendo consecuencias para toda la estructura de poder político y social, es imposible considerar luchas o conflictos aislados en donde esta relación se anule.
Con su énfasis en el proceso de formación de la subjetividad clasista, lo anterior nos permite pensar en formas de constitución de clase que podrían ser aprehendidas a simple vista como “imperfectas”, “impuras”, “parciales”, “erróneas” o “poco efectivas”. Por eso, en última instancia, el mayor potencial de esta analítica es la superación de esquemas dualistas sobre las condiciones subjetivas dentro de capitalismo: conciencia/falsa conciencia; racionalidad/irracionalidad; clase en sí/clase para sí, etc.
Si las luchas contemporáneas recuperan cuestiones o intereses de lucha que no son o no fueron inquietudes incorporadas o apropiadas por las organizaciones de clase más clásicas o tradicionales, ello no implica que en esos problemas no operen o se anulen las formas capitalistas de organización social, o que pueda hablarse de una “superación” de la política de clases o pero, de la política protagonizada por sujetos forjados en luchas clasistas. Justamente esa condición refractaria o condicionada en la que aparecen o se expresan estas cuestiones o problemas en las formas de organización política es una consecuencia misma de la dinámica del orden social y político capitalista. Con un escenario así planteado, la clave clasista resuena en mayor o menor medida en todos los procesos de colectivización, agrupamiento, desagrupamiento, cohesión o fragmentación, en los que haya involucrado alguna forma de antagonismo en relación con las condiciones sociales de vida. Sería un error, luego, buscar la clase solo en los grupos que se autodenominan “clases” o realizan invocaciones clasistas en sus discursos públicos.
Tampoco tiene ya sentido describir clases “en declive”, en contraste con clases “en auge”, para atribuirles un monopolio de interés o fuerza revolucionaria de una manera fija, pre-definida o esencialista. Lo que es o no una clase es el origen de las discusiones interminables acerca de movimientos de clase y de no-clase; de lucha de clases y de “otras formas”; de alianzas entre la clase trabajadora y otros grupos; de pertenencia o no pertenencia a una clase, etc. Esta lectura no permite comprender que, por el contrario, la lucha entre clases permanece inherentemente imprevisible, y entonces, en la medida en que aparecen o se manifiestan conflictos entre grupos, resulta pertinente interpretarlos como el resultado de la propia lucha de clases y “no como la emergencia de clases preestablecidas en su no menos preestablecida ‘verdad’ teórica y política” (Gunn, 2004, p.26).
Finalmente, más que un modelo, nuestro análisis se ofrece como un ejercicio de visualización de un paisaje constituido desde las coordenadas que alcanzan los instrumentos teóricos y metodológicos utilizados y, que, por lo tanto, no excluye ni falsea, de ninguna manera, otras posiciones posibles. Por esta razón, como tarea a continuar en próximos trabajos, proponemos profundizar las relaciones, intersecciones y oposiciones frente a estudios similares en el campo especializado, así como también poner a prueba esta metodología y su instrumental en luchas-otras, esas que se activan alrededor de otras problemáticas o en otros puntos de nuestro espacio-tiempo.
- Benjamin (2007) opone al continuum histórico, como forma del tiempo de los opresores, a la discontinuidad del tiempo de la fuerza destructiva de clase; una discontinuidad que, dialécticamente, tiene su propia continuidad (cfr. Tesis XV).↵
- Nun (2015) dice que para comprender mejor esto, puede ser útil volver al concepto wittgensteniano de “juegos de lenguaje” cuya “traducibilidad” entre unos y otros no es nunca plenamente perfecta.↵
- Ello constituye una crítica a las tesis que presentan al partido como vanguardia y mediación necesaria (y suficiente) para que un conjunto de sujetos pueda alcanzar una conciencia de su situación y de sus relaciones históricas, una conciencia “para sí”. Esa mirada encuentra fundamento en una aquella polémica tesis leninista que enfatizaba que la conciencia revolucionaria no es un fenómeno espontáneo, sino solamente posible a partir de la introducción, desde afuera, de profundos conocimientos científicos basados en la teoría marxista. El debate sobre esta lectura de las tesis leninista es amplio y no exento de matices, especialmente cuando se cita su famosa tesis sobre el partido como un instrumento para introducir la conciencia de clase en el proletariado, es decir, en mostrarle y ayudarlo a ser consecuente con sus verdaderos intereses de clase (cfr. García Vela, 2017; Harnecker, 2001).↵
- Massetti y Gómez señalan que la llamada “década kirchnerista” obligó a modificar las formas de movilización sociopolítica de los sectores populares: los ejes de organización política, los componentes simbólicos y los objetivos de lucha. Entre ellas, las organizaciones ambientalistas representan, para los autores, uno de los pliegues que complejizan las trayectorias de politización de los sectores populares y de la sociedad en general especialmente para el periodo que va entre el año 2003 y el 2015.↵