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7 El legado de Friedman

Hernán López Winne

La crisis del petróleo de 1973 permitió a Friedrich von Hayek tomarse revancha. Ese fue un momento propicio para comenzar a propagar las ideas neoliberales. La combinación de procesos inflacionarios con bajas tasas de crecimiento les bastó a los partidarios del neoliberalismo para “demostrar” que la crisis de posguerra se debía, fuera de toda duda, a las razones que ellos sostenían. El problema central era la presencia estatal en el mapa económico y el excesivo poder de los distintos sindicatos que movilizaban a los obreros para obtener concesiones sociales “excesivas”. Estas presiones tendían a socavar las ganancias de los empresarios por aumentos de salarios y gastos sociales del Estado. Las empresas, de esta manera, perdían beneficios, y la economía tendía a la inflación creciente y constante.

Los aportes de Hayek a la construcción de un nuevo régimen ya habían sido desarrollados en Camino de servidumbre, publicado en 1944. La apuesta por liberalizar el mercado e implantar un laissez-faire, como había propuesto Adam Smith en el siglo XIX, dejando el mercado librado a la “mano invisible”, había quedado suspendida por el advenimiento del Estado de Bienestar y las políticas keynesianas implantadas luego de la Segunda Guerra Mundial. La oportunidad de ver crecer al modelo neoliberal fue justamente la década del ’80, que luego de la crisis del petróleo, dejó las puertas abiertas para la aparición de un personaje que se instalaría decididamente como el nuevo gurú en materia económica: Milton Friedman.

Friedman había ganado el premio Nobel de economía en 1976 y su libro Capitalism and freedom (1962) sentó las bases del que sería un éxito resonante dieciocho años después: Free to choose. Los aportes de Friedman son claves para entender las bases del neoliberalismo, y desentrañar su particular forma de escritura se torna necesario para comprender integralmente el pensamiento neoliberal más acérrimo junto a una forma muy particular de expresarlo. Indudablemente, hacer hincapié en los puntos centrales de Free to choose implica reconocer que la obra fue publicada en el momento más oportuno posible: Margaret Thatcher había sido elegida en Inglaterra en 1979, Reagan preparaba su camino en los EE.UU. y la ola liberal se completaría con Köhl, que en 1982 venció a Helmut Schmidt en Alemania, conformando el bloque conservador Thatcher-Reagan-Köhl.

En este artículo se retoman algunos puntos centrales de la propuesta friedmaniana, que sirven como guía para entender las posteriores decisiones y los desarrollos neoliberales que se extenderían durante la década del ’90 y darían nacimiento a la globalización financiera. En conjunto con estos desarrollos se establecen relaciones con otras teorías que ayudan a comprender el funcionamiento del neoliberalismo y el carácter financiero que cobra la expansión del mercado global.

Sobre el mercado

En los postulados básicos del pensamiento friedmaniano se puede encontrar una constante recurrencia a la ecuación que identifica el Estado intervencionista con un obstáculo para el desarrollo económico y político de la sociedad. Al mismo tiempo, el mercado aparece como la forma más excelsa de aquello que se debe venerar ya que es lo que permite a ciudadanos y consumidores llevar una vida alegre, libre y plena.

Todos los días cada uno de nosotros utiliza una cantidad innumerable de bienes y servicios –para comer, vestirnos, cubrirnos del frío y la lluvia, o simplemente para divertirnos–. Damos por sentado que [estos bienes y servicios] estarán disponibles cuando queramos comprarlos. Nunca nos detenemos a pensar cuántas personas han jugado un papel importante para proveernos esos bienes y servicios. Nunca nos preguntamos cómo puede ser que el almacén de la esquina –o, en nuestros días, el supermercado–, tenga en sus góndolas los productos que queremos comprar, cómo es que la mayoría de nosotros puede ganar dinero trabajando para comprar esos bienes.[1]

La respuesta de Friedman es evidente: el mercado es la fuerza que permite todo eso. En este sentido, un punto clave en su desarrollo teórico (aunque deba reconocerse que no podríamos hablar estrictamente de “teoría”, sino más bien de la recolección de unos cuantos postulados sustentados en el sentido común), es el del concepto de “intercambio voluntario”. Dice Friedman: “Es natural asumir que alguien debe dar órdenes para asegurarse de que los productos ‘justos’ son producidos en las cantidades ‘justas’ y disponibles en los lugares ‘indicados’. Ese es un método de coordinar las actividades de un gran número de personas –el método del ejército.”[2]

Pero es obvio, continúa Friedman, que el general no puede tener control sobre el soldado más raso. ¿Cómo se llega, entonces, a manejar grandes números de personas? A través de una técnica “menos obvia pero mucho más sutil y fundamental” que es la cooperación voluntaria. Una economía basada en la cooperación voluntaria, completaría Friedman, tiene en su seno el potencial de promover tanto la prosperidad como la libertad humana. De esta manera, la vieja mano invisible de Adam Smith encontraría un camino fértil para propagarse.

La fábula de la cooperación voluntaria

Al carecer de un fundamento teórico profundo sobre el cual apoyarse, Friedman centra su análisis en la cuestión de la “cooperación voluntaria”. De esta manera, transforma al Estado en un obstáculo indeseable que impediría a los individuos actuar libremente según esa cooperación, sustentada en principios solidarios. Es oportuno señalar una simpática historia que cita Friedman en Free to choose llamada I´, Pencil: My family tree.[3] La misma permite ver, según el autor, cómo es posible que millones de personas cooperen unas con otras para el bienestar de todos. La historia de Read comienza así [el narrador en primera persona es el lápiz]: “ningún individuo, por sí mismo, sabe cómo fabricarme”. Luego, dice Friedman, “el autor nos cuenta todas las cosas que intervienen en el proceso de fabricación de un lápiz. Primero, la madera viene de un árbol”; se necesitan serruchos para cortarla, camiones y sogas para transportarla.

Muchas personas e innumerables habilidades están involucrados en el proceso: quienes producen el acero para construir serruchos, hachas y motores; quienes fabrican las cuerdas; los lugares donde descansan los leñadores; ¡e inclusive miles de personas han dado una mano en cada taza de café tomada por los leñadores![4]

 La historia de Read es extensa pero estos señalamientos alcanzan para comprender la conclusión a la que Friedman se esfuerza por llegar:

“Ninguna de estas personas involucradas en la producción del lápiz realizó sus tareas porque quería un lápiz. Algunos de ellos ni siquiera vieron nunca un lápiz y tal vez podrían no saber para qué sirve. Cada uno vio su trabajo como un medio para obtener los bienes y servicios que deseaba […] Nadie sentado desde una oficina central dio órdenes a esos miles de personas para que produjeran lápices. Ninguna fuerza militar tuvo que actuar para obligarlos a cumplir con su trabajo. Estas personas viven en distintos territorios, hablan distintos idiomas, practican distintas religiones, e inclusive podrían odiarse, pero nada les impidió cooperar entre ellos para producir un lápiz. ¿Cómo sucedió esto? Adam Smith nos dio la respuesta hace doscientos años.”[5]

Todo eso fue posible, claro está, gracias a la existencia providencial del libre mercado. Casi todo el pensamiento de Friedman se sustenta en “el genio de Adam Smith”, como él mismo lo nombra. A partir de ideas muy específicas retomadas de Smith, Friedman construye un mundo donde cualquier referencia al Estado es espuria. Uno de los argumentos centrales se relaciona con lo que Friedman denomina “el papel de los precios” y con la “sencilla forma” en que ellos pueden ser determinados fuera de la intervención estatal.

El sistema de precios

Lo que para muchos teóricos podría resultar un desarrollo de cuestiones complejas y articulación de conceptos, Friedman lo resume en pocas líneas y con la misma idea que le sirvió para defender la “mano invisible del mercado”. De hecho, su razonamiento pretende sustentarse en la autoridad de Adam Smith. Friedman toma de La riqueza de las naciones el concepto de intercambio entre dos partes: “si un intercambio entre dos partes es voluntario, no sucederá salvo que ambas crean que se beneficiarán de él”.[6]. Para continuar con el panegírico: “El genio de Adam Smith fue reconocer que los precios que emergían de un intercambio voluntario entre compradores y vendedores –en un libre mercado– podían coordinar la actividad de millones de personas, cada una buscando su propio interés, de manera tal que cada uno saliera beneficiado.[7]

Las recurrentes apelaciones al pensamiento liberal de Adam Smith le permiten a Friedman intervenir en la discusión sobre cómo enfrentar la crisis del Estado de Bienestar. Avalado por la crisis del petróleo de 1973, Free to choose resulta una defensa apologética de la ausencia necesaria del Estado como una fuerza interventora sobre la sociedad. Se puede deducir lo mismo para el sistema de precios. ¿Es acaso infalible, dentro del pensamiento neoliberal friedmaniano, el intercambio voluntario, el triunfo de los intereses individuales de cada consumidor y vendedor, la mágica regulación de los precios, resultado de estas transacciones justas en las que todos ganan? La respuesta es simple: de ninguna manera el sistema es infalible. Eso sí, hay una única razón por la cual el sistema puede fallar y ella es la intervención del Estado. Eso es lo que provoca la contaminación de un sistema que sin él funcionaría de forma óptima. Toda legislación, toda medida administrativa que tienda a intervenir en el sistema de precios, es intrínsecamente perniciosa y maligna. El Estado, por lo tanto, no es más que una presencia demoníaca.

En relación con el denominado “sistema de precios”, aparecen tres conceptos vinculados en el desarrollo friedmaniano que cierran esta fábula donde el Estado es el ogro, y el mercado, la víctima que hay que salvar: los precios como transmisores de información, los incentivos para la acción y la distribución del ingreso en el mercado.

Transmisión de información

Una de las funciones principales que Friedman asigna a los precios es su capacidad de transmitir información a quienes intervienen en el mercado, tanto a los consumidores como a quienes cumplen determinados roles en la división del trabajo, desde el que vende el producto en su negocio (por ejemplo, lápices), hasta quien corta la madera para fabricarlos. Nuevamente en una amena forma narrativa, más que teórica, Friedman explica el funcionamiento de esta transmisión de información: “Supongamos que aumenta la demanda de lápices. Los vendedores minoristas se darán cuenta de que están vendiendo más lápices, y pedirán más cantidad a los mayoristas. Los mayoristas pedirán más lápices a los manufactureros, que a su vez ordenarán más madera, bronce y grafito, todos los productos necesarios para fabricar lápices. Para inducir a sus proveedores a que fabriquen más productos, deberán ofrecer un precio mayor por ellos. Este precio ofrecido inducirá a los proveedores a redoblar su fuerza de trabajo para satisfacer el aumento de la demanda. Para contar con más trabajadores deberá aumentar los salarios u ofrecer mejores condiciones laborales.”[8]

La fábula deja una conclusión alentadora: este círculo virtuoso se diseminaría por todo el mundo, informando sobre la existencia de un aumento de la demanda de lápices. Todos los eslabones en la cadena de la producción se verían beneficiados, sin la necesidad de ningún Estado que regulase los precios de ningún producto (ni siquiera de los sueldos que percibirían los trabajadores). Debe destacarse aquí que no hay lugar para la desigualdad, o en todo caso para la “injusticia”, puesto que cada individuo que interviene en el circuito económico sale beneficiado. Esta idea aparecerá reforzada en manifestaciones posteriores en las que el pensamiento neoliberal se va a referir a la equidad y a la libertad.

Incentivos para la acción

Gracias a la información transmitida por los precios, los individuos pueden estar motivados para actuar “correctamente”. “Al productor de madera no le resulta productivo que le informen que hay una mayor demanda de madera salvo que tenga un incentivo para reaccionar a la suba del precio de la madera y producir en consecuencia más madera. Una de las bellezas de un sistema de precios libres es que los precios que transmiten información también proveen un incentivo para reaccionar frente a ella y los medios para hacerlo.”[9]

 Nuevamente, es posible observar cómo el comportamiento dentro del mercado queda supeditado a esa mano invisible que gobierna todas las decisiones. Es notable cómo la debilidad teórica del pensamiento friedmaniano intenta ser contrarrestada con fábulas narrativas en las cuales el sentido común es el argumento más fuerte, el motor que las hace funcionar.

Lo que Friedman denomina “incentivos”, que están íntimamente relacionados con el “sistema de precios libres”, representan, ni más ni menos, que la actitud neoliberal frente al mercado: los individuos son libres en el mercado, los precios allí son justos, las posibles elecciones de cada uno también son justas, e inclusive las acciones de cada consumidor vienen dadas por los intereses individuales que a través de la cooperación voluntaria permiten que el sistema de precios funcione correctamente. Estos incentivos para la acción llevan directamente al tercer elemento que menciona Friedman respecto de los precios: la distribución del ingreso en el mercado.

Distribución del ingreso en el mercado

“El ingreso que cada persona obtiene del mercado está determinado por la diferencia entre lo que recibe por la venta de bienes y servicios y los costos en los que incurre para producir esos bienes y servicios.”[10] Sustentado en el sistema de precios planteado anteriormente, no tienen por qué intervenir otras variables en el comportamiento del mercado. Todo es cuestión de cuánto cuesta producir y cuánto se obtiene por las ventas de los productos. Por otra parte, debe destacarse que desde la óptica de Friedman no existe el “ingreso de las corporaciones”. En realidad, explica el Premio Nóbel de Economía de 1976, quienes obtienen dinero son los dueños de las corporaciones. La aclaración de Friedman no puede ser más iluminadora porque decir “beneficios corporativos” es, en realidad, “lenguaje figurado”, una mera metáfora.

“Sólo los hombres tienen ingresos y los derivan del mercado a través de los recursos que poseen, sean estos stock corporativo, bonos, tierra o capacidad personal.”[11]

La sencillez con la que aparecen desarrollados los argumentos principales a favor de una política neoliberal probablemente sea la característica común que presentan los defensores del neoliberalismo, como lo señala Atilio Boron.[12] Se puede reafirmar que lo que aporta sustento al desarrollo neoliberal de Friedman no es su capacidad de desarrollo teórico, sino la forma narrativa con que expone sus diversos argumentos. La apelación al sentido común es algo que se observa en sus textos tan aceptados desde el momento de su aparición.           

Igualdad y libertad neoliberales

La pregunta que sigue a la cuestión del Estado es, en el pensamiento friedmaniano (y en el de todos los neoliberales), si igualdad y libertad son conceptos que pueden convivir o si resultan contradictorios. En su momento, von Hayek se había preguntado lo mismo, diagnosticando que era imposible asegurar ambas cosas. Esto se debe a que quienes nacen pobres no tienen ni podrán tener nunca la misma posibilidad de “triunfar” –una idea bien capitalista, la cuestión del éxito–, por la sencilla razón de que ya han nacido en un lugar y en determinadas circunstancias que le impedirán tal cosa. Y esto, para von Hayek y también para Friedman, no tiene ninguna relación con la desigualdad entre clases, es tan sólo fruto del azar.

Para retratar con más precisión el pensamiento neoliberal, debe introducirse una cuestión que resulta central en el esquema friedmaniano y que llamaremos la “igualdad de resultados”.[13] Existe la igualdad ante Dios, ya que todos los hombres “han sido creados iguales”, y la igualdad de oportunidades, en la que cada individuo puede desarrollarse “de acuerdo a sus talentos personales”. Por supuesto, indicará Friedman, “una literal igualdad de oportunidades es imposible. Un niño nace ciego, y otro nace con vista. Claramente, no tienen idénticas oportunidades, y no hay manera de que sus oportunidades puedan parecerse”.[14] Pero de ninguna manera debería pensarse esto como conflictivo. Antes bien es la base del neoliberalismo, cada cual es lo que es porque ha podido explotar su talento propio, innato, al máximo. De esta manera, Bill Gates y tantos otros multimillonarios han logrado sus fortunas gracias a sus capacidades y habilidades personales y no por haber nacido, por ejemplo, en el seno de familias adineradas. “Ni la igualdad ante Dios, ni la igualdad de oportunidades entran en contradicción con la libertad.”[15] Por esta razón, el pensamiento neoliberal se apoya en la igualdad de oportunidades como bastión para defender la explotación capitalista. Y aquí Friedman completa su fábula narrativa con una crítica que a los ojos de un neoliberal puede resultar sarcástica, pero que resulta siendo infantil.

La igualdad de resultados, dice Friedman, entra en conflicto con la libertad. “Todos deben tener el mismo nivel de vida, todos deben terminar la carrera al mismo tiempo.”[16] Nada más pernicioso que esto para el empresario capitalista ya que la explotación resultaría imposible si existiera la igualdad de resultados. El desarrollo de la idea es interesante, puesto que apunta a discutir la cuestión de la “justa” distribución de la riqueza. ¿Quién determina qué es lo justo? se pregunta Friedman. ¿Por qué el Estado debe promover medidas para que cada individuo obtenga una justa distribución de bienes? Estas medidas reducirían la libertad. Y aquí parecen resonar los ecos de von Hayek, de su Camino de servidumbre. “Mucho del fervor moral detrás de la lucha por la igualdad de resultados viene de la creencia de que no es justo que algunos niños tengan una gran ventaja sobre otros simplemente porque han nacido en una familia rica.”[17]

Para completar Friedman cierra su reflexión diciendo que “La vida es injusta. Es tentador creer que el gobierno puede rectificar lo que la naturaleza ha creado.”[18]

Las reflexiones de Friedman exponen con facilidad la más expandida creencia neoliberal según la cual es una cuestión de naturaleza que haya individuos que nazcan en familias pobres; que por puro capricho de la Madre Naturaleza cualquiera podrá tener la chance de ser un empresario magnate o un obrero explotado. Como se ha dicho en un principio, el pensamiento neoliberal, y particularmente lo hasta aquí expuesto sobre Friedman, no se sustenta en desarrollos teóricos o conceptuales, sino en bonitas historias que se utilizan como ejemplos para explicar, por un lado, por qué el Estado no debe intervenir en la economía. Por otro lado, se explica por qué nadie debe quejarse de la pobreza o la injusta distribución de la riqueza porque es lo que la naturaleza ha decidido, o lo que cada uno ha podido hacer con sus propios talentos personales.

Neoliberalismo y democracia

De esa especie de “selección natural” surge como consecuencia casi inevitable una concepción de democracia, neoliberal, vaciada de prácticas que tradicionalmente fueron consideradas democráticas dentro de la política moderna.

La experiencia latinoamericana iniciada con la dictadura de Pinochet en Chile indica que fue justamente un escenario contrario a lo democrático el propicio para la propagación de las ideas neoliberales. Terrorismo, censura, medidas tendientes a la acentuación de la desigualdad, promoción de medidas a favor del mercado financiero y de la liberalización de capitales, fueron premisas compartidas por la instauración de las dictaduras militares que comenzaron con Pinochet y Videla y se extendieron por toda América Latina.

La democracia neoliberal, en tanto igualdad de oportunidades, seguía funcionando: quien más capital podía invertir resultaba exitoso. Las empresas más importantes, en tanto estuvieran en connivencia con el régimen militar, pudieron seguir funcionando con prosperidad. En Argentina, medios como Clarín, La Nación, Gente, subsistieron justamente gracias a su no oposición a las políticas de censura y represión de la dictadura. Inclusive la guerra de Malvinas, defendida a ultranza como una “resistencia contra el imperialismo británico”, fue vivada desde los grandes medios de comunicación nacionales.

El fin de las dictaduras, en la década del ochenta, sufrió en la posterior transición hacia gobiernos democráticos, las herencias dejadas por el terrorismo de Estado. La herencia de los setenta repercutió en los ochenta, y la mayoría de los países latinoamericanos sufrieron sensibles bajas en sus PBI per cápita. De esta manera, el camino hacia la instauración de políticas neoliberales estaba abierto. Fujimori, en Perú, y Menem, en Argentina, son casos modelo de lo que fue la década del 90’ en materia política: regulación a favor de las empresas, privatizaciones y recorte del gasto público, entre otras medidas. Como forma de salir de la crisis, fue el mismo Estado el que optó por “achicarse”. Siguiendo los preceptos friedmanianos, se dejó de lado aquello donde más énfasis debía hacerse, si lo que se pretendía era reconstruir un modelo de país que estaba horadado.

Y en relación con la igualdad de oportunidades, en el mundo neoliberal, pareciera ser aceptable la desigualdad, en la medida que es simplemente una expresión de lo que la naturaleza le ha provisto a cada individuo. El que nace pobre, o el que nace ciego, como lo enseña Friedman, nada puede hacer. No es su culpa estar en inferioridad de condiciones pero tampoco responsabilidad del Estado intentar equilibrarlas.               

El Estado, la bestia negra

Luego del auge del Estado de Bienestar keynesiano que se vio colapsado por la crisis del petróleo de 1973, la conclusión para explicar la crisis quedó prácticamente servida para quienes apoyaban la doctrina de Friedman. Se consideraba que el Estado se había entrometido demasiado en cuestiones que no le competían o que no debían competerle: asignaciones de precios, regulaciones de demanda y oferta, beneficios sociales que generaban déficit. ¿Qué sentido tenía intentar una redistribución de la riqueza si quien tenía menos recursos era porque, o bien no había utilizado sus “talentos”, o bien porque la naturaleza así lo había decidido? ¿Por qué preocuparse por regular el mercado, si evidentemente –y la crisis del petróleo así lo evidenciaba para los neoliberales– la intromisión estatal había generado un rotundo fracaso? En definitiva, lo que se tomó en América Latina en la década del 70 fue el remedio neoliberal. El Estado se convirtió en un conveniente chivo expiatorio, funcional a la explicación del problema que los pensadores neoliberales pretendían introducir. Así fue como Friedman, por ejemplo, amparado en la pedagogía de Adam Smith, pudo explicar cómo una sociedad podía y debía funcionar sin intervención estatal –salvo los casos en los cuales sí tenía que hacerlo para favorecer a las empresas y garantizar la “libre competencia”–. Como afirma Boron, “la derecha capitalizó notablemente la disconformidad y las protestas de los sectores populares ante una institución cuyo funcionamiento –no sólo en la Argentina sino en toda América Latina– deja mucho que desear.”[19]

En eso constituyó el triunfo neoliberal. Ante el descontento generalizado, ganó lugar el discurso que anunciaba que, con ciertas medidas, “acortando” gastos, la situación cambiaría. Fue la piedra de toque para dar lugar a lo que Samir Amin ha caracterizado como “polarización”, señalada para el sistema capitalista pergeñado en los 80’ y perpetrado en los 90’.[20]

El mundo polarizado

El proyecto de un mundo polarizado, claramente dividido entre ricos y pobres, entre centro industrializado y periferia atrasada, se ha constituido como fundamento del pensamiento neoliberal. El excelente trabajo de Amin aborda con justeza esta cuestión y señala que dicha polarización se da, por un lado, entre los países del globo, pero también al interior de cada uno de esos países. Esta polarización justifica los deseos de Friedman: sosteniendo la desigualdad, es posible fomentar la competencia, estímulo necesario para el crecimiento capitalista.

El objetivo central de esta polarización mundial fue constituir a los países de la periferia como un engranaje más dentro de un sistema de producción mucho mayor, donde los países periféricos producirían para los países centrales. De esta manera, la industrialización de las periferias no constituyó un proceso de desarrollo económico, sino más bien una señal más de la situación internacional. Fue ésta la situación de América Latina y Asia. El desgaste producido alrededor del concepto de Estado, la definición respecto de su rol en la economía, y su intervención para promover el funcionamiento de una sociedad democrática (con sus respectivos efectos deseables, tales como redistribución de la riqueza, beneficios sociales, mejoras en salud y educación) se constituyeron como elementos centrales para la crítica neoliberal, que propició la construcción de un nuevo mapa mundial, en el cual algunos autores han celebrado “el fin del Estado-Nación”, como un momento en el cual las fronteras parecen haber desaparecido, dando lugar a una nueva forma de economía[21]. De hecho, se pregunta Ohmae, si la guerra fría ha terminado, el dinero ya está fuera del alcance de los gobiernos y circula alrededor del globo, entonces, ¿para qué queremos un Estado nacional?

Para describir la situación de los países más poderosos en relación con la periferia, Samin menciona cinco monopolios que ostentan dichos países centrales y que resultan fundamentales para comprender cómo funciona el mapa económico actual, en pleno auge neoliberal. Por un lado, el monopolio tecnológico, que sólo beneficiará y podrá ser afrontado por países ricos que pueden destinar grandes gastos para inversión en tecnología, principalmente militar. Por otra parte, se produce también un control de los mercados mundiales, ya que con la liberalización del mercado el dinero excede la circulación nacional. En tercer lugar, hay que mencionar también que quienes más capital tienen, y por ello también ostentan más poder, son quienes pueden explotar los recursos naturales del planeta. Asimismo, esta misma explotación puede darse en torno de los medios de comunicación ya que quien puede controlarlos, tendrá también ascendencia sobre el resto. Por último, el monopolio de armas de destrucción masiva, que según Amin está en manos de EE.UU.

Estos cinco monopolios se articulan y funcionan en conjunto. De esta forma, definen quiénes son los países más poderosos y cuáles los más vulnerables. “El resultado final es una nueva jerarquía en la distribución de los ingresos a escala mundial, que subordina las industrias de las periferias y las reduce a la categoría de subcontratadas. Éste es el nuevo fundamento de la polarización.”[22]

En el mapa de la globalización financiera advenida en los finales de la década del 90, con la creciente liberación del mercado financiero y la apertura de capitales, con el inevitable acrecentamiento de poder de los países que ostentan los mencionados monopolios, sucede lo que también Friedman supo celebrar. Esto es una desigualdad que aumenta, situaciones desoladoras en la mayoría de los países (con el caso de África como ejemplo más terrible), y una periferia que, cada vez más, adopta una posición subyugada respecto de los países industrializados. En el esquema neoliberal capitalista, esto es resultado de lo que la naturaleza le ha deparado a cada uno, y de este argumento se desprender la imposibilidad de cambio. Muy por el contrario, en esa polarización internacional se sostiene el andamiaje de todo el capitalismo financiero.

La circulación del dinero y el fin de las fronteras

Como se ha adelantado, en la citada obra de Kenichi Ohmae se hace hincapié en el fin de las fronteras que ha advenido a partir del crecimiento del sistema económico mundial y de su orientación financiera. Hay una pregunta central que guía su pensamiento ¿son las fronteras geográficas –arbitrarias– realmente significativas a la hora de hablar en términos de economía? Por supuesto la respuesta es negativa, y se puede explicar a través de “las cuatro íes”: Inversión, Industria, tecnología de la Información (Information technology), e Individuos. Estos cuatro elementos permiten comprender el funcionamiento de la “nueva economía mundial”[23].

En primer lugar, en cuanto a la inversión, ésta ya no se limita a ningún tipo de frontera geográfica. La fluidez del mundo global permite que, sin importar la ubicación donde se asiente una industria, con oportunidad de éxito, el dinero llegará sin problemas. Y vale como aclaración que el dinero será mayormente “privado”, algo que una década atrás sucedía mayormente entre gobiernos o entre prestamistas internacionales y gobiernos. Ohmae resume en esta situación la inutilidad de los Estados: “Como en nuestros días la mayor parte del dinero que atraviesa fronteras es privado, los gobiernos no tienen por qué participar en ninguno de los dos extremos. El dinero irá al lugar en el que se encuentren las buenas oportunidades.”[24]

En segundo término, está la cuestión de la industria que también es hoy mucho más mundial que nacional. Si en décadas anteriores las empresas se preocupaban por lograr acuerdos con gobiernos anfitriones “en virtud de los cuales aportaban recursos y conocimientos para disfrutar de un acceso privilegiado a los mercados locales”[25], en el nuevo sistema económico mundial esto ya no sucede. Las estrategias de las corporaciones multinacionales se dirigen hacia los mercados más atractivos que encuentren. Pierde importancia la ayuda financiera que pueda brindar un gobierno como anzuelo para captar empresas, pues éstas se desplazan, gracias a la posibilidad de circulación del dinero, adonde ellas consideren conveniente en términos económicos.

Un tercer punto clave desarrollado por Ohmae tiene que ver con las tecnologías de la información. Gracias a los avances tecnológicos advenidos con el siglo XXI, una empresa puede operar en distintas partes del mundo sin tener que asentarse en cada uno de los países en los cuales invierte. Empresas estadounidenses pueden monitorear sin problemas fábricas subsidiarias que tienen diseminadas por distintos países a través de un sistema informático que procesa la información. “Ya no hay que trasladar a un ejército de expertos; ya no hace falta formar a un ejército de trabajadores. La capacidad puede estar en la red y se puede poner a disposición de quien la necesite, prácticamente en cualquier lugar, cuando haga falta.[26]

Por último la “I”, correspondiente a los individuos consumidores. Por la nueva configuración del sistema económico mundial, Ohmae resalta que hoy, gracias al mayor acceso a la información, los consumidores desean siempre el mejor precio independientemente de la procedencia de los productos.

Combinando estos puntos, es posible vislumbrar la situación de los mercados mundiales actuales. Lo que se puede cuestionar es la calificación de esta situación. Tanto para Ohmae como para los neoliberales en general, estas cuatro “íes” funcionan “estupendamente” y no precisan de ningún Estado-Nación que intervenga para regular el mercado. Es más, lo que suelen hacer más frecuentemente es estorbar.

Algunas consideraciones finales

Se han desarrollado hasta aquí algunos problemas y reflexiones en torno de la cuestión del Estado y el neoliberalismo. A modo de cierre, debería resaltarse, a partir de las ideas friedmanianas –que han cimentado las bases neoliberales impuestas en Latinoamérica a partir de la década del 70–, lo que constituye un síntoma de dichos pensamientos. Lo que en el neoliberalismo se percibe como sustento de una sociedad justa y libre, en la que cada uno tendría “lo que le corresponde” de acuerdo a cómo la naturaleza ha decidido, es precisamente el fundamento capitalista y lo contrario a una sociedad justa. Es la división del trabajo, que tan bien divisó Marx, y que constituye las bases del nuevo sistema polarizado mundial en el que las potencias centrales se constituyen en dueñas del capital, y en el cual los países periféricos no son más que puntos subsidiarios de dichas empresas.

Bibliografía

AMIN, S. (1997) El capitalismo en la era de la globalización, Londres, Paidós Ibérica.

BORON, A. (2003) Estado, capitalismo y democracia en América Latina, Buenos Aires, CLACSO.

FRIEDMAN, M. (1980), Free to choose, Londres, Pengüin Books.

OHMAE, Kenichi (1995) El fin del Estado-Nación, Santiago de Chile, Andrés Bello.


  1. FRIEDMAN, M. (1980) (la traducción es propia), p. 27. 
  2. FRIEDMAN, M. (1980), p. 28. 
  3.     READ, L. “Yo, Lápiz: Mi árbol genealógico” cuento citado en FRIEDMAN, M. (1980), p. 30-31. 
  4. FRIEDMAN, M. (1980), p. 31. 
  5.   FRIEDMAN, M. (1980), p. 35, la traducción es nuestra (el destacado es del autor). 
  6. FRIEDMAN, M. (1980), p.32. 
  7.     IBID. 
  8. IBID, p. 34. 
  9. IBID, p. 37. 
  10. IBID, p. 39. 
  11. IBID, p. 40. 
  12. cf. BORON, A. (2003), passim. 
  13. “Equality of outcome” en FRIEDMAN, M. (1980), p. 159. 
  14. FRIEDMAN, M. (1980), p. 163. 
  15. IBID, p. 159. 
  16. IBID, p. 160. 
  17. IBID, p.168. 
  18.   IBID, p. 169. 
  19. BORON, A. (2003) p. 208. 
  20. “El futuro de la polarización global” en AMIN, S. (1997). 
  21. Ver especialmente “Introducción” y “Capítulo 1: La ilusión cartográfica” en OHMAE, K. (1995). 
  22. AMIN, S. (1997) p. 19. 
  23. OHMAE, K. (1995), p. 16-19. 
  24. OHMAE, K. (1995), p. 17. 
  25. OHMAE, K. (1995), p. 17. 
  26. OHMAE, K. (1995), p. 19. 


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