Otras publicaciones:

tapa5

DT_Cassin_Sferco_13x20_OK-2

Otras publicaciones:

9789877230406-frontcover

9789877230178-frontcover

1 “De cante, pero elegante”

El despliegue de las masculinidades en la construcción identitaria de jóvenes en Centros Juveniles

Rodrigo Vaccotti Martins

Hoy me ves todo roto y arruinado. Hoy me ves con el corazón lastimado. Porque cuando iba a tu casa a buscarte, todo mal. Tus amigos me pidieron pa´ la cerveza, a mí, que soy cabeza. Yo que soy polenta les dije que no, y la catanga se me armó. Y ahí nomás yo me planté y un arrebato les pegué. Les demostré que me la aguanto, pero cobré como en un banco. Y la catanga se me armó. Lo único que sé que me dolió.

 

Damas Gratis, 2001

Introducción

La tarde que llegamos por primera vez al Centro Juvenil (CJ), estaban todos en el patio, sentados en el piso[1]. Eran aproximadamente las dos de la tarde, y se encontraban en medio de una actividad a la que se denomina “dar las buenas tardes”, y que se utiliza para comenzar la jornada. En esa oportunidad, Héctor, uno de los educadores referentes, habló acerca de los mensajes a modo de frases que suelen escribirse en las diferentes redes sociales, como Instagram o Facebook. ¿Por qué los elegimos?, ¿qué significan?, ¿qué dicen de nosotros? fueron algunas de las preguntas que realizó. Invitó a las y los jóvenes presentes a que compartieran las frases que últimamente habían publicado en sus perfiles, estados o historias. Unos pocos se animaron. Entre ellos, estuvo Denis, quien compartió la frase “de cante, pero elegante”. Pocas semanas después cumplió 18 años, la mayoría de edad, evento que el siguiente lunes se festejó en el CJ a la hora de la merienda.

En este capítulo me propongo trabajar con las tensiones que surgen en torno al despliegue de diferentes formas de masculinidad que tienen lugar en las experiencias de jóvenes en el marco de su participación en el CJ. A partir del entrecruzamiento de algunas dimensiones, como ser lo juvenil, el género, la clase, la trayectoria educativa, y poniendo el foco en el rol que cumple el CJ como institución en los procesos de construcción identitaria de estos jóvenes, se intentará dar cuenta de las complejidades presentes en los diferentes procesos mediante los cuales se conforman las subjetividades juveniles en barrios populares de Montevideo, en un contexto de vulneración de derechos, y en donde la dimensión de la masculinidad suele ocupar un lugar biográficamente muy significativo.

En un primer momento se describirá al CJ como proyecto, poniendo el foco en las lógicas discursivas sobre la juventud que allí se hacen presentes, así como en su dispositivo, con el objetivo de problematizar cuestiones como la edad cronológica y su cruce con lo juvenil y los indicadores de vulnerabilidad que allí se establecen, así como en la tensión transformación/reproducción del modelo clásico de la institución educativa. En segunda instancia se presentarán algunas ideas acerca de la juventud como categoría política y discursiva, y sus vinculaciones con los modos esperados de ser joven, poniendo el foco en las tensiones que, en torno a esto, se despliegan en el seno de las instituciones. A continuación se trabajará con las experiencias sociales de jóvenes que participan del CJ, enfocándose en las masculinidades y sus múltiples atravesamientos, en tanto dimensiones clave que atraviesan lo identitario. Finalmente se presentarán algunas ideas finales, acompañadas de posibles preguntas y líneas de continuidad para una problemática que día a día toma más relevancia en nuestro país y en la región.

El proyecto Centro Juvenil

El CJ es un proyecto que comienza a desarrollarse en Montevideo en 1992, y que se enmarca dentro del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), el ente estatal superior en materia de políticas de infancias y adolescencias en Uruguay. Como política pública, los CJ entrarían dentro de las que se denominan “las políticas asistenciales específicas para adolescentes” (Blanco, 2012, p. 56). En tanto dispositivo orientado hacia intervenciones socio-educativas, se inscribe dentro de lo que desde el INAU se denomina la “modalidad de atención integral de tiempo parcial”. La participación en los CJ siempre es voluntaria, y estos funcionan a “contra turno” del liceo[2].

En documentos oficiales del instituto, el proyecto y algunos de sus objetivos son descritos de la siguiente manera:

Los centros juveniles, como dispositivos territoriales del repertorio de políticas públicas, ofrecerán espacios y herramientas que garanticen procesos de reparación y acceso a derechos básicos. Asimismo, el Instituto (INAU) también velará por promover el pleno goce del derecho a la participación, el esparcimiento y la cultura de los y las adolescentes de manera independiente de su situación socio-económica (INAU, 2014, p. 2)[3].

El instituto no ejecuta directamente la propuesta, sino que los CJ son gestionados por Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) que mediante licitaciones públicas hacen convenio con el instituto, siguiendo los lineamientos generales impuestos por el INAU (objetivos generales, población objetivo, equipo técnico, asignación presupuestaria) y desplegando, a su vez, aspectos de su propia cultura institucional. Aquí se reproduce una lógica que toma fuerza a partir de la década de los ochenta en Latinoamérica, donde se implementa un modelo de Estado neoliberal, inspirado en el New Public Management, donde se tiende a tomar por parte de la gestión pública el modelo del sector empresarial privado (Bettosini, 2010; Blanco, 2012).

Actualmente, de acuerdo al listado que ofrece el INAU, existen 117 CJ en todo el país, 57 de los cuales se encuentran en distintos barrios de Montevideo. En los dos CJ en los que trabajamos en nuestra investigación, la cantidad de jóvenes anotados es de aproximadamente unos 60 en cada uno.

Más allá de que los CJ son definidos por el instituto como parte de la oferta territorial de servicios públicos, siendo parte de las “políticas integrales para la adolescencia”, teniendo entre sus objetivos “la protección de derechos vulnerados” y “la promoción de procesos plenos de desarrollo personal e integración de adolescentes de 12 años y 17 años y 11 meses y sus familias” (INAU, 2014, p. 4), la sistematización que puede encontrarse en lo que refiere a las prácticas que tienen lugar en los CJ, así como a los indicadores de esta política, son escasos, así como suele serlo su visibilidad en tanto recurso comunitario (Blanco, 2012).

A su vez, en el proyecto se establece que “la categoría de población objetivo parte del concepto de “adolescencias”, reconociendo la singularidad, las diferentes formas de estar, los diversos intereses y motivaciones de cada adolescente” (INAU, 2014, p. 6).

Partiendo de las diferentes dimensiones que se plantean desde el proyecto (reparación, acceso a derechos básicos, derechos vulnerados, las adolescencias y su diversidad, la situación socioeconómica), surge uno de los primeros interrogantes: ¿hacia quiénes está dirigida la propuesta del CJ?

Por un lado, encontramos la cuestión de la edad (entre 12 años y 17 años y 11 meses). A través de los años, los estudios sobre juventudes han presentado diferentes niveles de reflexión en torno a la cuestión de la edad cronológica, y las tensiones que se despliegan en sus vinculaciones con lo juvenil.

La noción de juventud a partir de la cual el equipo se posicionó para llevar adelante esta investigación la toma como una construcción social, que responde a variables sociales, políticas y culturales propias de un contexto determinado. No existen para la juventud características intrínsecas. No hay nada allí del orden de lo ontológico o esencialista. Se trata de un concepto variable, discontinuo. Depende, a su vez, de las diferentes zonas y tiempos históricos a los que prestemos atención, lo cual determina un amplio abanico de posibilidades en lo que refiere a los modos esperados de ser joven para cada sociedad, siendo estos definidos a partir de relaciones sociales (Margulis y Urresti, 1998; Feixa, 2010; Núñez, 2011; Saraví, 2009; 2015; Reguillo 2013).

Para el caso de Uruguay –y en relación con el “diálogo” entre la edad subjetiva y la EC– es interesante el aporte de Filardo, Chouy, Noboa y Celiberti (2009), quienes sostienen que se trata de un país más juvenilizado que lo que marca su estructura demográfica. A su vez, es interesante la mirada mediante la cual se utiliza como criterio de clasificación la autopercepción de los actores acerca de su condición, comparándolo en relación con la EC.

Nos planteamos entonces la siguiente pregunta: ¿cómo conviven los criterios de generalización que requieren ser tomados desde una política pública, con dimensiones como la singularidad, la edad subjetiva o la autopercepción?

En el proyecto CJ se establece lo siguiente: “Las propuestas deberán ser flexibles, ajustadas a las características y singularidades del entorno, articulando de manera virtuosa las potencialidades y limitaciones de cada uno de los y las adolescentes participantes” (INAU, 2014, p. 4).

La cuestión de la edad cronológica marca entonces una tensión cuya resolución resulta compleja, en tanto debe coexistir este criterio –que da cuenta de una mirada universal e invariante sobre el sujeto– junto a otro que debe contemplarlo a partir de su singularidad, la cual no necesariamente responde a criterios homogeneizantes como el mencionado.

A su vez, este tipo de criterios marcan un “corte” que tiene efectos subjetivantes, tanto en las experiencias de las personas jóvenes que pasan por el CJ como en las prácticas que allí se desarrollan. A los 18 años de edad, se puede “ser grande” para el CJ, a la vez que “ser chico” para la vida adulta.

Dejando de lado los criterios mediante los cuales la política pública define a la persona joven que puede integrarse a este tipo de propuestas, surge una nueva dimensión de análisis, vinculada en este caso a las variables que se consideran para seleccionar a quienes van a participar de cada uno de los CJ, selección que compete a las OSC encargadas de gestionar cada establecimiento.

Con el objetivo de priorizar esta selección existe una tabla con “criterios de focalización” propuesta por el INAU, la cual debe ser aplicada a cada persona joven al momento de ingreso al CJ. Estos criterios se organizan a partir de “problemas sociales”, dentro de los cuales encontramos: la pobreza extrema; la ausencia de figuras parentales o déficit en el desempeño de sus funciones; la presencia de situaciones que vulneran el desarrollo de proyectos de vida en adolescentes acorde a su etapa de desarrollo; la desvinculación del sistema de educación formal o la condición de vulnerabilidad con respecto a su permanencia; y el trabajo adolescente en condiciones de vulneración de derechos. Cada una de estas dimensiones establece a su vez los indicadores para definir en qué situación un sujeto es considerado población objetivo, así como los medios de verificación de esta. Cada una de ellas es ponderada con un puntaje, y se espera que al menos el 50% de la población a la que se atiende presente de modo individual un mínimo de 50 puntos de los que se establecen en dicha tabla, lo cual se entiende que daría cuenta de condiciones de “vulnerabilidad crítica” (INAU, 2014).

Es importante aclarar, a partir de los testimonios de los referentes de los CJ a quienes se entrevistó, que estos criterios de focalización no se cumplen con absoluto rigor, sino que cada OSC se maneja con flexibilidad, lo que da cuenta de una situación característica de este tipo de proyectos, en los cuales se oscila entre la imposición y la total libertad de acción (Bettosini, 2010).

A su vez, dentro de lo que se define como las “variables de desarrollo de potencialidades y de logros personales del joven” aparecen diferentes dimensiones que resultan interesantes en orden a abrir visibilidad acerca de las formaciones discursivas que están presentes en el proyecto del CJ, en tanto dan cuenta de lo que se pretende generar con la propuesta.

En cuanto a las dimensiones que se detallan en torno al “desarrollo de potencialidades del joven”, encontramos: identidad; autoestima; desarrollo de capacidades y habilidades; y sentido y proyecto, y los indicadores que allí se presentan son: desarrollo de metas personales significativas y forma de participación e interés en las actividades grupales. En lo que refiere a la variable “logros personales”, nos encontramos con los siguientes indicadores: grado de satisfacción respecto a sus relaciones personales e inserción laboral o educativa.

Por último, encontramos que dentro de los objetivos del CJ como proyecto se encuentra el de la “retención educativa”, y se propone trabajar desde las dimensiones de la inclusión y la reinserción, tanto en el sistema educativo como en el área laboral. También se establece la necesidad de favorecer el acceso a recursos y servicios sociales, poniendo especial hincapié en la salud.

Partiendo de los criterios de focalización, así como de las variables de desarrollo de potencialidades y los objetivos del CJ, nos encontramos con varias dimensiones de análisis que resultan interesantes.

Desde la propuesta del CJ y el modo en que esta es delineada, puede visualizarse cómo se reproducen algunas lógicas que son propias de la educación formal, en tanto se espera que las personas jóvenes, más allá de sus experiencias, puedan representar algunas de las dimensiones claves del programa institucional de la modernidad (Dubet, 2006). Tal es el caso de la retención educativa, así como la cuestión de la reinserción educativa y laboral.

Esta tensión aparece claramente representada en las palabras de Héctor, uno de los educadores que entrevistamos:

Yo al inicio, y me he ido ablandando un poco, lo digo positivamente, era el que marcaba la distancia, marcaba más los límites… Y ta, o sea, más allá de que encontraba instancias de cercanía… Y siento que me he ido aproximando hacia un equilibrio. Tenía más la impronta de poner los límites, de decir que “no”, cuando había que echar a alguien porque venía sin material de estudio, que ta, es una de las reglas que, ta, que los primeros meses costó, pero después es, tipo, ta, si vos no traes la mochila te tenés que ir a buscar la mochila, no es “te tenés que ir y no vengas más”… Andá a buscar la mochila y volvé, te estamos esperando, la puerta está abierta, pero vení con las cosas pa trabajar.

La tensión entre las formas novedosas que plantea el CJ como institución y la reproducción de lógicas clásicas queda claramente planteada. A su vez, entendemos que este tipo de discursos encierran otra tensión, en la medida en que habilitan la agencia de las personas jóvenes, a la vez que las circunscriben dentro de una serie de márgenes[4].

La capacidad de agencia, entonces, se inscribe dentro de la órbita del Estado –que es quien define los criterios generales a partir de los cuales se implementa la política pública–, y se representa a imagen y semejanza de las formaciones discursivas acerca de la juventud que allí se hacen presentes.

¿Puede una persona joven decidir si lleva o no su mochila al CJ? Las políticas públicas, tales como aquellas dentro de las cuales se inscribe el proyecto CJ, cumplen un rol importante en este sentido, en tanto presentan una forma posible de ser joven. A la vez que propenden a garantizar sus derechos, lo definen en sus posibilidades de ser, y definen una forma legítima de ser joven: como aquel que forma parte de las instituciones.

A propósito de esto, Héctor dice lo siguiente:

Entonces ta, yo creo que hay posibilidades, que sí hay limitantes, que muchas vienen de la experiencia individual y de la vida de cada uno. Pero que se puede, sí, siempre se puede hacer más… Y es verdad que se pueden sentir un poco desplazados, y un poco incómodos. Pero ta, tiene todo esto de la cuestión de la sociedad… Uno se tiene que incorporar al sistema, como el sistema es… O te quedás en el ghetto. Hay un cierto normalismo al que tenemos que apuntar…

Lo juvenil… ¿en el centro?

Tal como ya se expresó, la noción de juventud que se utilizó para esta investigación la entiende como una construcción social, que responde a variables sociales, políticas y culturales propias de un contexto determinado, las cuales instituyen modos de ser joven esperados para cada sociedad. En tanto no existen características intrínsecas a esta categoría que no sean generadas a partir de relaciones sociales, podría decirse que la juventud no es otra cosa que el modo en el que las personas que se piensan jóvenes, que se saben jóvenes, que se sienten jóvenes, hacen la experiencia de sí.

¿Qué relación existe entre lo juvenil y las diferentes expresiones identitarias que se despliegan en las experiencias de las personas jóvenes que participan del CJ? El fútbol, la plena y el reggaetón, las peleas, determinados cortes de pelo, los tatuajes, una forma específica de hablar[5].

Esta relación no está dada. La capacidad explicativa de las nociones de juventud que destacan su condición de “etapa de transición” –predecible y lineal hacia la etapa de adultez– ha perdido su utilidad de acuerdo a la multiplicidad de posibilidades que aparecen en lo que refiere a las trayectorias vitales.

A partir de algunas de las dimensiones trabajadas en el apartado anterior, entendemos que resulta evidente que los sistemas de clasificación que toman como indicador principal la edad cronológica refieren a un modelo de sujeto para el cual no encontramos en la sociedad actual atributos uniformes. Existen diferentes variables: clase, género, etnia, religión –entre otras–, las cuales atraviesan profundamente los diferentes modos de ser joven esperados para cada sociedad.

De acuerdo con esto, y tomando los aportes de Dávila León (2004), se entiende que la comprensión del discurso subyacente a las diferentes variables que hacen a una determinada idea de juventud presente en sociedades como la nuestra puede encontrarse en la articulación entre las dimensiones de lo juvenil y lo cotidiano. La definición de la categoría juventud se puede articular en función de dos conceptos: lo juvenil y lo cotidiano. Lo juvenil nos remite al proceso psicosocial de construcción de la identidad, y lo cotidiano, al contexto de relaciones y prácticas sociales en las cuales dicho proceso se realiza, con anclaje en factores ecológicos, culturales y socioeconómicos (p. 92).

Tomando los planteamientos de Foucault (2010), entendemos que una formación discursiva se genera en la medida en que sea posible encontrar “una regularidad (un orden, correlaciones, posiciones en funcionamiento, transformaciones)” (p. 55).

A partir de esta idea, surgen dos preguntas que resultan clave: ¿de qué modo esto se encuentra presente en los diferentes modelos de comprensión acerca de las juventudes que han sido trabajados por la academia? Y, a su vez, ¿en qué medida estas formaciones discursivas se reproducen en las propuestas del CJ?

Con el objetivo de dar respuesta a estos interrogantes, tomamos los aportes de Mariana Chaves (2005), quien sostiene que pueden encontrarse seis formaciones discursivas en las que se fundamentan las diferentes representaciones de la juventud. Estas serían las siguientes: a) el discurso naturalista, b) el discurso psicologista, c) el discurso de la patología social, d) el discurso del pánico moral, e) el discurso culturalista y f) el discurso sociologista[6].

En lo que respecta a estas formaciones discursivas, la autora presenta como parte de sus hallazgos diez representaciones del joven como un ser en sí mismo, las cuales tienen en común una mirada adultocéntrica sobre las personas jóvenes. Estas son las siguientes: el joven como ser inseguro de sí mismo; el joven como ser en transición; el joven como ser no productivo; el joven como ser incompleto; el joven como ser desinteresado y/o sin deseo; el joven como ser desviado; el joven como ser peligroso; el joven como ser victimizado; el joven como ser rebelde y/o revolucionario; y el joven como ser del futuro (Chaves, 2005). Los efectos generados por estas representaciones de la juventud, de acuerdo con la autora, presentan las siguientes características:

Todos estos discursos quitan agencia (capacidad de acción) al joven o directamente no reconocen (invisibilizan) al joven como un actor social con capacidades propias –solo leen en clave de incapacidades–. Las formaciones presentadas operan como discursos de clausura: cierran, no permiten la mirada cercana, simplifican y funcionan como obstáculos epistemológicos para el conocimiento del otro (Chaves, 2005, pág. 19).

De acuerdo a lo trabajado en el apartado anterior, referido al CJ como política pública y al perfil de joven al que se apunta en el proyecto, entendemos que las formaciones discursivas y representaciones de las personas jóvenes trabajadas por Chaves se hacen presentes de diferentes modos.

Desde una línea similar, resulta interesante para este trabajo también un estudio de Gilbert Ulloa Brenes (2016), quien identifica cuatro tendencias epistémicas que atraviesan a la juventud como categoría, posicionándose desde una perspectiva foucaultiana. El autor define a las tendencias epistémicas como “formas de apropiación conceptual que, a través de textos provenientes de la academia y enmarcados por esta y sus códigos, se refieren a los jóvenes como un sector caracterizado por ciertos aspectos (modos de aparecer-ser)” (p. 107). Las tendencias que se presentan son las siguientes: a) la juventud como situación de enajenación particular, b) la juventud como resistencia y potencial transformador, c) la juventud como lugar generacional en el campo social, y d) la juventud como tribalidad.

En otro contexto, Pablo Di leo y Ana Clara Camarotti (2013), tomando los aportes de Rossana Reguillo, entienden que nos encontramos con dos posiciones dominantes en torno a la idea de juventud. Por un lado, aquella en la cual esta es pensada desde el mandato clásico, que los obliga a formar parte de las instituciones modernas, cuestión que aparece claramente en el proyecto del CJ cuando se hace referencia a la retención educativa, así como a la reinserción educativa y laboral dentro de los objetivos. Por el otro, aquella en la cual se presta excesiva atención al carácter “tribal” de las identidades juveniles, lo que niega tanto su reflexividad como su capacidad de agencia. Es una posición que nos coloca en la obligación de interrogarnos acerca de qué es lo que hay detrás de las diferentes formas de lo tribal y cuál es la dimensión política subyacente en los diferentes tipos de adscripción identitaria presentes en los discursos de los jóvenes. ¿Qué implica ser “de cante, pero elegante”?

Se entiende, entonces, que los diferentes modos en los que la juventud es y ha sido representada funcionan como criterios racionales que vuelven legítimo un sistema de relaciones de poder asimétrico entre adultos y jóvenes. La juventud, entonces, es una categoría política, y constituye una dimensión transversal a partir de la cual pueden ser pensadas las relaciones de poder que existen en el conjunto social. Por supuesto que el CJ no escapa a esta situación.

Tomando en cuenta todos estos desarrollos conceptuales es que entendemos que las experiencias de las personas jóvenes que participan de los CJ con quienes trabajamos en esta investigación tensionan el dispositivo y las formaciones discursivas sobre lo juvenil que allí se despliegan.

Determinadas cuestiones, como los criterios de mayoría de edad, clave para la propuesta del CJ –y los derechos y obligaciones asociados a dicho criterio– pueden ser un ejemplo de aquello que Foucault (2014) denomina “el cómo del poder”[7]: un criterio arbitrario y cuya pretensión es universalizante, como el de tomar la edad cronológica de 17 años y 11 meses (límite para la mayoría de edad), que define las posibilidades de estar o no estar dentro de la consideración de una política pública, con los efectos subjetivantes que esto puede tener.

¿Quiénes son, entonces, estas personas jóvenes? Si es que “son”, son en modo inmanente. Son jóvenes, en tanto las tensiones propias de las categorías que los definen y conforman como sujetos se despliegan en una lucha de fuerzas que transcurre al tiempo en que hacen la experiencia de sí. La relación entre juventud y dimensiones como la clase y el género, y los modos de ser y estar en las instituciones –insisto– no está dada, justamente por esta causa.

Yo me subo al tren… y me zarpo

La segunda vez que entrevistamos a Denis tenía la mano derecha hinchada, y con una cicatriz. Lo habían operado, debido a una fractura que se originó en una pelea con su padrastro. Su mano “rota” decía cosas. Era una tarde muy fría, pero, sin embargo, tenía puesto un short que permitía ver un enorme búho recién tatuado en su pierna. Denis tiene siete tatuajes. Entre ellos, el nombre de sus hermanos y de su madre, cuya investidura tiene una presencia muy significativa en su discurso:

Acá antes cuando entrabas, estaban todos para el “descanso” con las madres… te jodían con las madres ¿viste? Y ta, yo soy re “calderita de lata” con mi madre, y ta… Ahora eso cambió, no se jode ni nada ¿viste? Y yo me “quemaba” mucho. Aparte era el más nuevo, y a los más nuevos siempre los intentaban judear. No me gusta que me jodan con mi madre, mi madre es sagrada.

Denis da cuenta de sí desde ese lugar. Su historia en el CJ está marcada por el despliegue de una forma muy específica de la masculinidad, en la cual el varón legítimo es aquel que se impone y se hace respetar mediante el uso de la violencia[8]. Esta funciona como una forma de reconocimiento, ante sí y ante los otros.

Butler (2017b) sostiene que “una vida para la cual no existen categorías de reconocimiento no es una vida habitable” (p. 23). El lugar que ocupa la demanda por el reconocimiento constituye una dimensión crucial a la hora de pensar en cómo acontecen los procesos de construcción identitaria en las personas jóvenes.

Dar cuenta de sí, entonces, constituye también una forma de expresión de lo político. En la acción de decirse varón –un varón legítimo–, Denis encuentra un refugio identitario; refugio que no aparece como una opción en otras categorías propias del discurso moderno, que piensa al joven desde su relación con las instituciones. En su relato, manifiesta haberse sentido expulsado de las instituciones de educación formal. Hace poco dejó el liceo, debido al trató que recibió por parte de un profesor, tal como nos cuenta:

Yo cuando me cambié para la noche, el profesor de Física ya me hundió… me dijo que yo iba a perder el año por empezar a mitad de año, y yo le dije, viste, que no saque ninguna conclusión temprano. Y él estaba seguro [de] que yo iba a perder el año, y ya con las pruebas y todo, no me ayudaban en nada ahí… Y hablé con la adscripta y todo y no hay caso.

Denis, con su mano “rota” casi como un emblema, lleva esta marca puesta en el cuerpo. Preciado (2018) sostiene que el género acontece en la materialidad de los cuerpos, siendo este “puramente construido y al mismo tiempo enteramente orgánico. Escapa a las falsas dicotomías metafísicas entre el cuerpo y el alma, la forma y la materia” (p. 21).

Connell (1997) establece que no existe una discusión clara acerca de la masculinidad como concepto, y que esta no constituye un “objeto coherente acerca del cual se pueda construir una ciencia generalizadora” (p. 1). Es a partir de esto que entendemos que el discurso de Denis funciona como un prisma a partir del cual podemos pensar en un sistema de relaciones de poder en torno al cual él se encuentra conformando su individualidad, sujeta a múltiples atravesamientos, siendo fundamental la dimensión de la clase. ¿Es esta la única forma de ser un varón legítimo en un barrio popular? En relación con esto, podemos tomar el aporte de Butler (2012), quien establece lo siguiente:

Así, si cuestiono el régimen de verdad, también cuestiono el régimen a través del cual se asignan el ser y mi propio estatus ontológico. La crítica no se dirige meramente a una práctica social dada o un horizonte de inteligibilidad determinado dentro del cual aparecen las prácticas y las instituciones: también implica que yo misma quede en entredicho para mí (p. 38).

La autora, a su vez, sostiene que “las normas sociales que constituyen nuestra existencia conllevan deseos que no se originan en nuestra individualidad. Esta cuestión se torna más compleja debido a que la viabilidad de nuestra individualidad depende fundamentalmente de estas normas sociales” (Butler, 2017b, p. 14).

De acuerdo con esto entendemos que la acción de dar cuenta de sí coloca a los sujetos en una situación paradojal. La tensión que se despliega en torno a la necesidad de “decir quién soy” –como demanda de reconocimiento de un otro que me legitime como tal– tiene como resultado una aporía. ¿Es posible propiciar algún tipo de movimiento transformador de mi propia realidad, en tanto los recursos de los que dispongo para ello provienen de la misma lógica discursiva a partir de la cual me represento dicha realidad?

En definitiva, “decir quién soy”, ¿es otra cosa que intentar entrar dentro de una serie de categorías que me preexisten, y que determinan mis posibilidades de ser? La masculinidad como formación discursiva es una dimensión en torno a la cual se reedita la tensión entre agencia y estructura.

Este planteamiento va en una dirección similar a la trabajada por Bourdieu (1996), quien sostiene que, en tanto los sujetos son parte de una estructura de pensamiento pautada por la dominación masculina, las herramientas con las que se cuenta para pensar acerca de la masculinidad se encuentran sesgadas.

Esta estructura de pensamiento, a decir del autor, se encuentra “inscrita desde hace milenios en la objetividad de las estructuras sociales y en la subjetividad de las estructuras mentales”, y, a su vez, “suele emplear como instrumentos de conocimiento categorías de percepción y pensamiento que debiera abordar como objetos de conocimiento” (1996, p. 8). Nos encontramos ante un discurso de sentido común que, además de colocar al varón en el centro de “lo humano”, define una forma legítima de ese varón, en la cual dimensiones como la del “honor” resultan clave en el despliegue de esa masculinidad.

Connell (1997) establece que la masculinidad como concepto es de naturaleza relacional, y solamente existe en contraposición con la idea de femineidad. Gutmann (1998), por su parte, sostiene que existen al menos cuatros formas clásicas mediante las cuales la antropología utiliza la idea de masculinidad: a) para referir a cualquier cosa que los hombres piensen o hagan; b) para dar cuenta de todo lo que los hombres piensen o hagan para ser hombres; c) para hacer referencia a que existen algunos hombres que son “más hombres” que otros; y d) para destacar el hecho de que en el sistema tradicional de las relaciones de género la masculinidad es todo aquello que no hagan las mujeres.

En lo que refiere a lo masculino como una expresión del género, es importante el aporte de Preciado (2020), quien manifiesta lo siguiente:

El género (feminidad/masculinidad) no es ni un concepto, ni una ideología, ni una performance: se trata de una ecología política. La certeza de ser hombre o mujer es una ficción somaticopolitica producida por un conjunto de tecnologías de domesticación del cuerpo, por un conjunto de técnicas farmacológicas y audiovisuales que fijan y delimitan nuestras potencialidades somáticas funcionando como filtros que producen distorsiones permanentes de la realidad que nos rodea. El género funciona como un programa operativo a través del cual se producen percepciones sensoriales que toman la forma de afectos, deseos, acciones, creencias, identidades (p. 90).

Todas estas dimensiones, en mayor o menor medida, se hacen presentes en la experiencia de Denis, quien se ve en la obligación de defender a una mujer de las bromas y chistes de sus compañeros (en este caso su madre), en tanto esta acción da cuenta de su “honor” como varón.

A su vez, en uno de los conflictos que tuvo con “el flaco”, el coordinador del CJ, vemos cómo pone lo femenino en el lugar de la queja, de la molestia, utilizando también la condición de mujer (“mina”) como un agravio:

“Vos sos peor que una mina”, le dije… “Flaco, sos como una mina”, y se re “quemó”… Me dice: “Andá para tu casa”… “Si me voy a la mierda no vengo más”, le dije… Y ta… porque él se queja de todo, decís algo y ya el, ya, todo le molesta, todo. Y ta, me salió del alma, no sé… Le tenía que decir, yo no me iba a callar. Aparte no me dejaba hablar, cuando hablaba me mandaba a callar, y le dije: “Pa, sos peor que una mina, hermano”…

Denis nos habla de reiteradas ocasiones en las que “choca” con “el flaco”, el coordinador del CJ. En él encuentra una figura de referencia, una persona de confianza. A la vez, este funciona como un antagonista, con quien permanentemente se “mide” en su condición de hombre[9].

De acuerdo con lo planteado por Bourdieu (1996), quien sostiene que “el dominio masculino está suficientemente bien asegurado como para no requerir justificación” (p. 15), podemos ver en las palabras de Denis que la acción de atribuirle a lo femenino el carácter de un agravio funciona como un discurso de sentido común, es decir, “un sistema de categorías de percepción, pensamiento y acción” (p. 16). Tomando los aportes de Schöngut Grollmus (2012), entendemos que

Las desigualdades entre hombres y mujeres no están originadas por una diferencia sexual supuestamente natural, sino porque nos hemos encargado de sexualizar nuestros cuerpos, nuestro espacio y nuestra historia en sistemas dicotómicos, como una forma específica de ordenar la sociedad (p. 30).

Es en torno a estas categorías, así como a esta forma de ordenamiento social que deviene en discurso de sentido común, que Denis se posiciona. Desde su postura física hasta el posicionamiento ético-político que presenta en su discurso. Frases como “mi madre es sagrada” constituyen una marca identitaria. Son parte de los “códigos semiótico-técnicos de la masculinidad” (Preciado, 2020)[10]. Son el “sello” del varón joven legítimo, cuya forma de actuar y de imponerse ante los otros se encuentra pautada por un deber ser, y por la idea de la virilidad.

“Yo soy más… Yo soy más cascarrabias… yo me subo al tren y me zarpo”, nos dice Denis. En relación con esto, y al hombre (vir) como la forma más acabada de lo humano, Bourdieu (1996) sostiene que

El hombre de honor es por definición un hombre, en el sentido de vir, y todas las virtudes que lo caracterizan, y que son indisociablemente los poderes, las facultades, las capacidades y los deberes o cualidades, son atributos propiamente masculinos. Es el caso del nif, el pundonor, que tiene lazos evidentes con la violencia heroica, el valor belicoso y también, de manera muy directa, con la potencia sexual (p. 17).

Esta representación del varón legítimo responde a una formación discursiva que desde la academia hace ya varias décadas ha sido denominada como “masculinidad hegemónica”, la cual no solo hace referencia a una forma de hegemonía originaria que refiere a la dominación de los hombres por sobre las mujeres, sino que a la vez da cuenta de que la masculinidad no constituye en sí una dimensión homogénea, sino que sus presentaciones son múltiples y se encuentran a su vez en posiciones diferenciales en un sistema de relaciones de poder, donde existen también masculinidades subordinadas (Schöngut Grollmus, 2012).

El honor –en tanto se trata de una de las condiciones distintivas del varón legítimo– en la experiencia de Denis se juega en lo cotidiano. En los vínculos con sus pares y con los adultos de la institución, en clave de antagonistas.

El fútbol en el CJ constituye uno de los escenarios en donde se despliega esta forma específica de hacer la experiencia de la masculinidad. Es mucho lo que hay en juego en cada partido. Tal como dijo alguna vez Eduardo Galeano: “En el futbol, como en todo lo demás, está prohibido perder”[11]. Denis nos habla de ello de la siguiente manera: “Para nosotros, cada partido es la final de la Champions”[12].

Adrián es otro de los jóvenes que entrevistamos. Tiene 17 años y juega al fútbol desde los tres. Con Denis se conocen desde muy chicos y son mejores amigos, aunque a veces, en la cancha, se pelean.

“De chico jodía tanto con la pelota, que me tuvieron que llevar a jugar al fútbol”, nos cuenta. Jugó primero en el equipo de baby fútbol del barrio, al que fue llevado por su madre. Luego pasó a las divisiones formativas de un club de primera división, donde estuvo cuatro años, y al día de hoy juega en una liga amateur, que le gusta más porque “no hay que ir a practicar”. Cuando le preguntamos por la cuestión del fútbol, nos dice lo siguiente:

Muchas veces discutimos por el tema de la pelota. En el momento, como que ta… Vos estás jugando al futbol, estás con la sangre caliente y querés ganar sí o sí. Siempre nos dicen “jueguen para divertirse”… Y nosotros nos ponemos a jugar, y nosotros jugamos a ganar, no nos gusta perder a ninguno. Somos todos calentones, y nos [la] pasamos peleando.

Reguillo (2000) sostiene que la cotidianidad es “ante todo el tejido de tiempos y espacios que organizan para los practicantes los innumerables rituales que garantizan la existencia del orden construido” (p. 77), y en lo que refiere a las prácticas cotidianas que tienen lugar en el CJ, es en torno a la cancha de fútbol que se organiza el espacio, concreto y simbólico. El resto de las actividades que allí tienen lugar ocurren en sus márgenes.

Tomando el aporte de Bernardo Valdés (2003) y la noción de coreografía política, podría establecerse que los límites de la cancha generan un sistema de relaciones espaciales, que acontecen entre cuerpos que, mediados por objetos, reproducen un rito político que se organiza en torno a una serie de relaciones de poder. Dentro de la cancha, se encuentra el espectáculo principal, mientras que en sus bordes están los espectadores. Conversando, escuchando música o haciendo cualquier otra actividad, pero las miradas apuntan siempre hacia donde rueda la pelota.

De acuerdo al lugar que ocupa el fútbol, como el gran espacio de construcción de las imágenes masculinas (Archetti, 1995), y a los efectos subjetivantes que presenta en los procesos de construcción identitaria de los jóvenes, podemos pensar al fútbol y al lugar que este ocupa como una expresión del falogocentrismo (Butler, 2017a)[13].

Judith Butler (2017a) señala la importancia del método genealógico a la hora de deconstruir las categorías que funcionan como discurso de sentido común, legitimando el falogocentrismo como la única posición posible:

La genealogía indaga sobre los intereses políticos que hay en señalar como origen y causa las categorías de identidad que, de hecho, son los efectos de instituciones, prácticas y razonamientos de origen diverso y difuso. La labor de este cuestionamiento es centrar –y descentrar– esas instituciones definitorias: el falogocentrismo y la heterosexualidad obligatoria (p. 38).

Tal como versa una frase popular en la jerga futbolística, “las finales no se juegan, las finales se ganan”. Disputarse “la final de la Champions” cada tarde, en cada partido en el CJ, es un ritual que posibilita el despliegue de muchas dimensiones que hacen a la masculinidad de Denis y los otros jóvenes que, ante la atenta mirada del público, más que jugar, quieren ganar. Tal como expresaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares: “El fútbol, al igual que la vasta gama de deportes, ya es un género dramático”[14].

Y ahí nos conocimos, pegándonos…

Ruben está a punto de cumplir 17 años. Es un “trotamundos”. Ha vivido en diferentes casas, en diferentes barrios. Con su madre, con una de sus tías, y ahora, hace un tiempo, con sus abuelos, en La Teja. En determinado momento, estuvo “parando” en un refugio, así como en lo de una amiga de su madre, luego de que fueron desalojados de su casa. Vivió incluso un tiempo en Mallorca, con otra de sus tías, pero la experiencia “no fue lo que esperaba”.

En el CJ es de los más grandes y eso se nota en los diferentes vínculos que allí tienen lugar. En lo que refiere a su llegada al centro, a sus primeras sociabilidades y a la forma mediante la cual se presenta antes los otros, nos cuenta lo siguiente:

Y bueno, el primer día no pasó nada, pero el segundo día que vine, yo lo pisé a Martín y se ve que no le gustó, me pegó una patada y yo le pegué una trompada. Ta, me pegó otra, y nos íbamos a pelear, pero se puso el hermano de Martín y fue… Y ahí nos conocimos, pegándonos.

A partir de ese evento, y hasta el día de hoy, son amigos, más allá de que para Ruben es difícil considerar a alguien de esa manera. “Yo creo que la palabra amigo es muy fuerte”, nos dice.

A Ruben le gusta mucho “jugar de manos” con sus amigos. En sus relatos, las diferentes peleas de las que ha sido protagonista a lo largo de su vida tienen una presencia muy significativa, y han sido el desencadenante de muchos movimientos importantes, tales como problemas dentro de la familia, en las diferentes instituciones de las que ha formado parte y alguna de sus mudanzas.

El entrecruzamiento entre dimensiones como la juventud, la masculinidad y los modos de estar en el mundo propios de los barrios populares tiene como uno de sus resultados que, en su experiencia, el uso de la violencia es una condición importante para la afirmación de su identidad sexual, así como de su reconocimiento como varón legítimo[15].

En relación con los varones y los mandatos vinculados con el ejercicio de la violencia, Bourdieu (1996) sostiene que

Al estar situados del lado del exterior, de lo oficial, lo público, la ley, lo seco, lo alto, lo discontinuo, se arrogan todos los actos breves, peligrosos y espectaculares que, como el degüello de una res, la labranza o la cosecha, por no hablar del asesinato o la guerra, marcan rupturas en el curso ordinario de la vida y emplean instrumentos forjados (p. 18).

Experiencias sociales como las de Ruben, Denis o Adrián dan cuenta de un conjunto de representaciones acerca del varón joven que se distancian del modelo universal a partir del cual las instituciones modernas describen al sujeto juvenil.

Esto supone un gran desafío para el CJ en tanto su dispositivo, en orden de atender las formaciones subjetivas que allí se despliegan –con sus generalidades y singularidades–, debe tensionar permanentemente discursos clásicos sobre la juventud, que muchas veces se encuentran naturalizados por las representaciones colectivas y, por lo tanto, están presentes en las políticas públicas.

Desde la academia, en diferentes momentos y contextos, se ha puesto el esfuerzo en comprender cómo se produce la juventud a nivel social (Chaves, 2009; Dávila León, 2004). En las últimas décadas esta preocupación viene en crecimiento. Esto se debe, entre otras cosas, a que la etapa de la modernidad en la cual nos encontramos presenta como una de sus principales características un ahondamiento en las tensiones que existen en torno a los procesos de conformación de las subjetividades juveniles (Di Leo y Arias, 2019).

El discurso moderno establece para cada categoría etaria de la persona un “sujeto ideal” (Silba, 2011), en función del cual nos representamos a los “sujetos reales”, cuyos atributos resultan cada vez más diversos.

Encontramos una diferencia importante entre las representaciones del individuo en la modernidad, al cual se lo identifica con valores universales y trayectorias previsibles, en relación con nuevas dimensiones que surgen en torno a este en las sociedades de riesgo, donde asistimos a un proceso en el cual encontramos en cada sujeto la necesidad de individualizarse (Dubet, 2013; Beck, 1998; Martuccelli, 2007; Merklen, 2013; Di Leo y Camarotti, 2013; 2015).

Ante el advenimiento de sociedades más complejas y heterogéneas, surgen desplazamientos en el campo de las ciencias sociales, que apuntan a superar el dualismo reduccionista a partir del cual la realidad fue representada, básicamente, desde dos grandes paradigmas: el objetivista y el subjetivista, en el que pasó a ocupar un lugar cada vez más protagónico la cuestión de los individuos, sus experiencias, agencias, reflexividades y construcciones identitarias (Di Leo, 2008; Di Leo y Camarotti, 2015; Vaccotti, 2019).

De acuerdo con Danilo Martuccelli (2007), entendemos que “la sociología en los tiempos del individuo debe afrontar un hecho inédito: el individuo es el horizonte liminar de nuestra percepción social” (p. 5).

En este sentido, vemos cómo la biografía de Ruben, marcada por las movilidades, encuentra en la dimensión de lo singular la principal de sus condiciones. A su vez, el despliegue de la masculinidad tal como se presenta en su relato da cuenta de formaciones discursivas acerca del varón legítimo, que lo preceden. Su experiencia permite visibilizar la tensión entre agencia y estructura.

Surge entonces la siguiente pregunta: ¿es funcional la idea de lo juvenil –que define los modos esperados de ser joven para cada sociedad– para conocer más acerca de las experiencias sociales de los jóvenes con los que trabajamos en el CJ?

Siguiendo en esta línea, resultan interesantes los aportes de Carles Feixa (1999), quien en relación con la “creación” de la juventud establece que

Si la adolescencia fue descubierta a finales del siglo XIX, y se democratizó en la primera mitad del XX, la segunda mitad del siglo ha presenciado la irrupción de la juventud, ya no como sujeto pasivo, sino como actor protagonista en la escena pública (p. 41).

Por otra parte, en el mismo período se empieza a generar toda una industria asociada a determinados consumos culturales destinada específicamente a los sectores más jóvenes, sobre todo en Estados Unidos, que encuentra en la música su principal expresión (Reguillo, 2013).

Partiendo de este proceso de historización, encontramos que en cualquiera de los dos momentos y situaciones descritos se hace visible una representación de lo juvenil que se asocia a prácticas discursivas propias de las clases dominantes. Esto desemboca en un posicionamiento hegemónico a partir del cual se definen los mencionados modos esperados de ser joven a los que se hacía referencia anteriormente, entendiendo que en las prácticas se encuentra presente el discurso (Foucault, 2005)[16].

Aquí lo que sucede es que muchas de las dimensiones clave en torno a las cuales jóvenes como Denis, Adrián y Ruben hacen la experiencia de sí quedan por fuera de los márgenes de la representación de la juventud que se encuentran presentes en el discurso de las instituciones y producen efectos de desigualdad y exclusión, los cuales actúan incluso en los propios dispositivos pensados para ellos mismos.

Las instituciones clásicas que funcionaron como estandartes del discurso moderno ya no parecen ofrecer las respuestas necesarias a las interrogantes que aparecen en torno a las personas jóvenes y el modo en que estas conforman su individualidad, tal como expresa Di Leo (2008) de la siguiente manera:

En este contexto de expansión del individualismo institucional, muchos sujetos construyen sentidos que ya no se encuentran en las instituciones sociales y políticas. Por ende, se amplían las posibilidades de emergencia de sujetos reflexivos, capaces de luchar contra aquello que los aliena y les impide actuar libremente en la construcción de sí mismo. De esta manera, estas transformaciones pueden fomentar el surgimiento de nuevas exigencias y esperanzas capaces de darle nuevos sentidos a la vida política y a las instituciones sociales (p. 12).

De cante, pero elegante[17]

Si las instituciones clásicas ya no ofrecen sentidos suficientes que funcionen como respuestas para las personas jóvenes y las complejidades presentes en sus procesos de construcción identitaria, ¿de dónde se obtienen estas respuestas? Ser joven. Ser varón. Ser “de cante”. ¿Son acaso categorías a partir de las cuales los sujetos pueden dar cuenta de sí?

Si bien la mayoría de los jóvenes que concurren al CJ se encuentran cursando la escuela secundaria –con diferentes trayectorias–, la mayoría de aquellos con quienes trabajamos en la investigación no encuentra allí sus principales grupos de referencia.

Reguillo (2013) sugiere que existen cuatro dimensiones a partir de las cuales pueden ser pensados los diferentes modos de agregación juvenil: a) el grupo: refiere a la reunión de varios jóvenes, donde no es necesaria la organicidad, y su sentido está marcado por las condiciones de tiempo y espacio; b) el colectivo: hace referencia a la reunión de varios jóvenes, donde una condición necesaria es algún nivel de organicidad; su sentido principal está dado por algún proyecto o actividad; c) movimiento juvenil: se organiza a partir de un conflicto, así como de un objeto social, cuya disputa reúne a los diferentes actores juveniles, incluso de diferentes colectivos, en el espacio público; d) identidades juveniles: hace referencia de manera genérica a una propuesta identitaria: rockeros, punks, hippies, etc.

Estas dimensiones, a su vez, se complementan con otras tres que funcionan como ordenadores: agregación juvenil: refiere a los diferentes modos de grupalización de jóvenes; adscripciones identitarias: hace referencia a los procesos socioculturales a partir de los cuales las personas jóvenes se adscriben a determinadas identidades, asumiendo ciertos discursos, estéticas y prácticas; y culturas juveniles: utilizada para nombrar al “conjunto heterogéneo de expresiones y prácticas socioculturales juveniles” (Reguillo, 2013, p. 44).

Los procesos de construcción identitaria de jóvenes se desarrollan en torno a la tensión identificación/diferenciación, en la cual identificarse con los iguales es tan importante como diferenciarse del diferente (Reguillo, 2013).

La frase “de cante, pero elegante”, elegida por Denis para compartir con todo el CJ a la hora de “dar las buenas tardes”, da cuenta de un discurso de adscripción identitaria que es clave para la cuestión del reconocimiento.

Todas las personas jóvenes que concurren al CJ provienen de barrios de la misma zona, con características similares, más allá de los diferentes sentidos que se vinculen a esto. El nivel del grupo es fundamental para Denis, y su autoafirmación. Reguillo (2013) establece que, más allá de las diferencias existentes en lo que refiere a la adscripción identitaria y sus características,

El grupo de pares, que opera sobre la base de una comunicación cara a cara (presencial o virtualmente) se constituye en un espacio de confrontación, producción y circulación de saberes, que se traduce en acciones. De maneras diversas, con mayor o menor grado de concreción, lo que caracteriza a estas grupalidades es que han aprendido a tomar la palabra a su manera y a reapropiarse de los instrumentos de comunicación. (p. 14).

El estilo (léase cuestiones como la ropa, determinados cortes de pelo, los tatuajes y los diferentes accesorios), así como las prácticas asociadas a la música, las formas de hablar o los espacios urbanos de circulación, han sido históricamente los principales modos a partir de los cuales las personas jóvenes han sido vistas por los otros, y todas ellas se encuentran presentes en el relato de Denis, así como en su presentación personal.

En esta investigación, indagando acerca de la cuestión del estilo y sus vinculaciones con los sentidos y agencias presentes en los procesos de construcción identitaria, se halló que la preferencia por uno o varios géneros musicales dan cuenta de modos de pensar, de ser y de estar en el mundo, a la vez que permiten identificarse con un “nosotros”, que se representa en contraposición a un “ellos”, tal como Denis lo expresa del siguiente modo:

A nosotros nos gusta la plena, reggaetón… A ellos (los educadores) más bien le gusta música de antes, rock… Y eso no va con nosotros…

Algo similar ocurre con la ropa, el pelo y el aspecto en general. Cada una de estas dimensiones tiene relación con diferentes posicionamientos que refieren a lo identitario, así como a formas de expresión de lo político, y es en torno a estas que se vuelve posible acceder a determinados elementos que resultan biográficamente significativos.

La acción de dar cuenta de es también una acción discursiva. Cuando le pedimos a un joven que nos cuente su historia, lo invitamos a poner en juego sus recursos narrativos, condición que resulta imprescindible para construir un relato. Estos recursos refieren de modo más o menos directo a las condiciones de producción de una juventud en torno a la cual las personas jóvenes con las que trabajamos en el CJ se encuentran haciendo su experiencia.

En este proceso, a través de la investigación se pudo visualizar que la cuestión de la adscripción identitaria, así como el reconocimiento de un estilo propio, son cuestiones fundamentales. Estas constituyen diferentes dimensiones que es necesario atender en orden de conocer qué formas de lo juvenil emergen de las narrativas de las personas jóvenes.

Ser “de cante, pero elegante” es reconocerse como portador de un estilo. Es un sentido que se vincula tanto a lo político como a lo identitario. Ser “de cante, pero elegante” resulta biográficamente significativo, de acuerdo a todo lo que esto trae aparejado. Y por supuesto, está la cuestión del orgullo.

En este caso, poniendo el énfasis en la condición relacional de las categorías, entiendo que pensar el lugar que ocupan las personas jóvenes a partir de su relación con los otros en la sociedad es al mismo tiempo pensar en diferentes modos de relaciones de poder. Las relaciones a partir de las cuales se construye una categoría son siempre relaciones discursivas (Foucault, 2010).

Decirse “de cante, pero elegante” es autoafirmarse en un determinado lugar en torno a ese sistema de relaciones de poder. Este tipo de acción, a partir del cual se producen significados novedosos sobre categorías previas que atribuyen calificaciones peyorativas, es lo que Reguillo (2013) denomina “metabolismo acelerado”, y funciona en forma de operaciones cognitivas y simbólicas que permiten transformar un “estigma social” en un “emblema identitario”.

Convertir una forma de denominación peyorativa en una categoría de reconocimiento, tomando el aporte de Preciado (2018), es una forma de invertir las posiciones hegemónicas de enunciación, apropiándose de su fuerza performativa, y se convierte entonces en una autodenominación contestataria y productiva, mediante la cual se reclama la identidad.

La noción de subcultura presenta algunas dificultades y genera polémicas entre los distintos desarrollos que encontramos en el campo de los estudios sobre juventudes. Principalmente, está la cuestión de que se trata de una noción que se constituye a partir de la representación de un conjunto cultural homogéneo, el cual aparece siempre subordinado a lo hegemónico, así como también la de funcionar como un ocultamiento del conflicto originario de clases inherente al capitalismo, desviándolo hacia un conflicto entre culturas, o incluso entre generaciones (Chaves, 2005b)[18].

En esta ocasión utilizo la idea de subcultura para hacer referencia a modos específicos de identificación con un “sistema significante” que no se encuentra implicado en “todas las formas de la actividad social”, sino en las de un colectivo en particular, el cual es capaz de identificarse a sí mismo a partir de ciertas características en común, así como desde las diferencias para con los otros. La cuestión de la alteridad resulta fundamental.

De acuerdo con Dávila León (2004), entendemos que “las subculturas son campos de batalla políticos entre clases” (p. 96), en la medida en que “lo político está relacionado desde el principio con las formas colectivas de identificación, ya que en este campo siempre estamos tratando con la formación de un ‘nosotros’ en oposición a un “ellos’” (Mouffe, 2014, p. 24). En este sentido, autoafirmarse en una identidad –tanto singular como colectiva– (como lo es el hecho de ser “de cante”) permite posicionarse en un lugar muy claro en esa batalla política.

Resulta clave atender a la especificidad de los procesos mediante los cuales una subcultura se constituye como tal en el seno de una trama histórica, con el fin de no caer en simplificaciones de tipo lineal, tales como considerar que aquellas prácticas culturales juveniles provenientes del mundo obrero aparecen subordinadas a un orden hegemónico, así como que las que provienen de sectores medios constituyen un movimiento contrahegemónico (Chaves, 2005b).

Ninguna formación identitaria que a partir de relaciones sociales haya devenido en subcultura puede presentarse en forma “pura”. Ser “de cante” es también una categoría que responde a una formación discursiva, y no escapa a las paradojas a las que ya hemos hecho referencia en este mismo trabajo (Butler, 2012; 2017b; Foucault, 2010). Su constitución aparece siempre mediada por el contexto y el momento histórico, y existe un vínculo estrecho entre el tipo de “soluciones” que cada una de estas genera para afrontar problemas –o contradicciones específicas– y sus condiciones de producción:

Todos los aspectos de la cultura poseen un valor semiótico, y los fenómenos en apariencia más incuestionables pueden funcionar como signos, esto es, como elementos en sistemas de comunicación regidos por normas y códigos semánticos no directamente aprehendidos por la experiencia. Estos signos son tan opacos como las relaciones sociales que los producen y que ellos re-presentan (Hebdige, 2004, p. 28).

Palabras finales

Continuar generando discusión y reflexividad académica acerca de las lógicas discursivas que hacen posible que exista una categoría como la de “juventud” constituye un desafío que se encuentra en plena vigencia.

Parece ya no existir una representación de la realidad a partir de la cual las personas puedan ser explicadas por su posición social, así como por su ligazón con las instituciones clásicas. No encontramos a su vez en las diferentes formas de pensar las juventudes ninguna certeza en lo que refiere a su integridad ontológica, sino que aquello que hemos dado en llamar “juventud, se vuelve posible en tanto una deriva de la experiencia. ¿Quiénes son las personas jóvenes con las que trabajamos en la investigación?

Marcelo Percia (2017) sugiere tomar precauciones a la hora de usar el verbo ser, sobre todo cuando este “está destinado a rigidizar la existencia, consagrar atribuciones inalterables, suprimir el devenir” (p. 13).

Se dijo antes en este capítulo que la inmanencia es condición para la posibilidad de ser de cada una de estas personas jóvenes. Lo propio, lo único e irrepetible de cada experiencia singular es lo que da sentido a cada una de estas historias.

A partir del trabajo con las experiencias de jóvenes y referentes de dos CJ ubicados en barrios populares de Montevideo, queda claro que la presencia de este tipo de espacios institucionales suele ser biográficamente significativa.

El proyecto del CJ y su atravesamiento institucional en tanto política pública permite, a su vez, visibilizar una serie de tensiones que no son en absoluto novedosas, y que tienen que ver con las formaciones discursivas que existen en torno a la juventud, y el entrecruzamiento con las experiencias subjetivas de las personas jóvenes que allí participan.

El despliegue de las agencias de las personas jóvenes en el marco de su participación en instituciones de este tipo sigue siendo un tema que pensar. La agencia entendida como lo otro del poder. Hablamos de agencia cuando surge un desborde del poder. Cuando se genera la posibilidad de un pasaje de lo posible hacia una nueva dimensión: la de una novedad, en un principio, imposible. Imposible, pero no por improbable, sino en lo que refiere a la discontinuidad. A la diferencia (Ema López, 2004).

Las experiencias de Denis, Ruben y Adrián permiten generar nuevas preguntas acerca de la tensión entre transformación y reproducción. El CJ, su dispositivo y la trama vincular que allí se despliega oficia como soporte en sus biografías, y permite instalar la posibilidad de un pasaje hacia la dimensión de lo novedoso. Como contracara, encontramos formas de la institucionalidad tradicional que allí se reproducen, las cuales tienen efectos claros en la conformación de las subjetividades de estos jóvenes, así como en la construcción de su identidad en tanto sujetos políticos.

La juventud como categoría, y las formaciones discursivas que allí pueden encontrarse, dan cuenta de una forma concreta de resolver la tensión que se desprende de un sistema de relaciones de poder tan antiguo como es el que se despliega en torno a las personas adultas y a las jóvenes. En torno a esta tensión, y a sus paradojas constitutivas, es que se despliegan las agencias de las personas jóvenes.

El CJ y su dispositivo, así como su atravesamiento por las políticas públicas para la infancia y la adolescencia, instalan aquí un debate muy interesante, sobre el cual es necesario continuar produciendo. ¿En qué medida este tipo de espacios habilitan la agencia, o, en su defecto, reproducen lógicas institucionales más del orden de lo normativo?

Entiendo que es válido cuestionarse, a su vez, si en contextos de vulneración de derechos la reproducción de dichas lógicas puede considerarse como una forma de habilitar las agencias.

El CJ constituye un territorio concreto y simbólico en torno al cual acontecen las diferentes experiencias de jóvenes, a la vez que tienen lugar sus procesos de construcción identitaria. Allí, entre el abanico de posibilidades que se nos presentó, optamos en esta ocasión por trabajar con la cuestión de las masculinidades.

Parece ser que los varones jóvenes con los que trabajamos reproducen diferentes lógicas de la masculinidad hegemónica, las cuales resultan importantes a la hora de dar cuenta de sí, así como para su autoafirmación.

Lo identitario encuentra en la dimensión de las masculinidades como forma de reconocimiento un punto clave. Y en este punto es que vale la pena instalar la discusión acerca de en qué medida las instituciones habilitan el despliegue de estos modos de estar en el mundo.

En el dispositivo del CJ encontramos formas novedosas, así como tensiones que se reeditan, y generan una continuidad en el discurso constitutivo del programa institucional de la modernidad a partir del cual, entre otras cosas, los roles de género tradicionales se instalaron con fuerza en las representaciones colectivas.

Bibliografía

Archetti, E. P. (1995). “Estilo y virtudes masculinas en El Gráfico: la creación del imaginario del fútbol argentino”. Desarrollo económico, 35(139), 419-442.

Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós.

Bettosini, A. (2009). “Construir bienestar entre muchos: actores en aulas comunitarias y centros juveniles”. En V. C. Filardo, M. Arnaud, A. Bettosini, M. Delgado, V. González, L. Keuroglian y G. Tomas, Jóvenes y políticas sociales en foco (pp. 151-170). Ministerio de Desarrollo Social.

Blanco, R. (2012). “Los centros juveniles en Uruguay. Políticas públicas, adolescentes e interdisciplina”. Revista Electrónica de Psicología Política, 9.

Bolaña Caballero, M. J. (2017). “Políticas públicas y cantegriles en Montevideo (1946-1973)”. URBANA: Revista Eletrónica do Centro Interdisciplinar de Estudios sobre a Cidade, 9(1), 97-121.

Bourdieu, P. (1996). “La dominación masculina”. Revista de Estudios de Género. La Ventana (E-ISSN: 2448-7724), 3, 1-95.

Butler, J. (2012). Dar cuenta de sí mismo. Violencia, ética y responsabilidad. Amorrortu.

Butler, J. (2017a). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós.

Butler, J. (2017b). Deshacer el género. Paidós.

Chaves, M. (2005). “Juventud negada y negativizada: representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporánea”. Última Década, 23, 9-32.

Chaves, M. (2005b). Alternativos: la generación de un estilo. I Congreso Latinoamericano de Antropología. Facultad de humanidades y artes, Universidad Nacional de Rosario. Rosario, Argentina. Publicación Cultura, Juventud, Identidad.

Chaves, M. (2009) (Coord.). Estudios sobre juventudes en Argentina. La Plata: Universidad Nacional de La Plata: Red de Investigadora/es en Juventudes Argentinas.

Connell, R. W. (1997). “La organización social de la masculinidad”. En T. Valdes y J. Olavarría (Eds.), Masculinidad/es: poder y crisis (pp. 31-48). ISIS FLACSO.

Dávila León, O. (2004). “Adolescencia y juventud: de las nociones a los abordajes”. Última década, 12(21), 83-104.

De Peretti, C. (1990). “Entrevista con Jacques Derrida”. Debate feminista, 2, 281-291.

Deleuze, G. (2013). Lógica del sentido. Paidós.

Derrida, J. (2012). Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Trotta.

Di Leo, P. (2008). Subjetivación, violencias y climas sociales escolares. Un análisis de sus vinculaciones con experiencias de promoción de la salud en escuelas medias públicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. (Tesis de Doctorado no publicada). Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires.

Di Leo, P. y Camarotti, A. C. (Eds.) (2013). Quiero escribir mi historia. Vidas de jóvenes en barrios populares. Biblos.

Di Leo, P., Camarotti, A. C. (Dirs.). (2015). Individuación y reconocimiento: experiencias de jóvenes en la sociedad actual. Teseo.

Di Leo, P. F. y Arias, A. J. (2019). Derecho a ser: jóvenes e instituciones en barrios populares. Espacio.

Dubet, F. (2006). El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos ante la reforma del Estado. Gedisa.

Dubet, F. (2013). El trabajo de las sociedades. Amorrortu.

Ema López, J. (2004). “Del sujeto a la agencia (a través de lo político)”. Athenea Digital (primavera 2004), 6, 1-24.

Feixa, C. (1999). De jóvenes, bandas y tribus. Antropología de la juventud. Ariel.

Feixa, C. (2010). “El imperio de los jóvenes”. En S. Alvarado y P. Vommaro (Comps.), Jóvenes, cultura y política en América Latina: algunos trayectos de sus relaciones, experiencias y lecturas 1960-2000 (pp. 13-20). Homo Sapiens Ediciones.

Filardo, V., Chouhy, G., Noboa, L. y Celiberti, L. (2009). Jóvenes y adultos en Uruguay: cercanías y distancias. Cotidiano Mujer.

Foucault, M. (2005). El orden del discurso. Fábula Tusquets Editores.

Foucault, M. (2010). La arqueología del saber. Siglo XXI.

Foucault, M. (2014). Defender la sociedad. Fondo de Cultura Económica.

Gutmann, M. C. (1998). “Traficando con hombres: la antropología de la masculinidad”. Revista de estudios de género. La ventana, 8, 47-99.

Hedbige, D. (2004). Subcultura. El significado del estilo. Paidós.

INAU (2014). Perfil y bases del llamado a centros juveniles. Expediente N.° 2014-27-1-0025543.

Margulis, M. y Urresti, M. (1998). “La construcción social de la condición de la juventud”. En H. Cubides, M. C. Laverde Toscano y C. E. Valderrama (Eds.), Viviendo a toda: jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades (pp. 3-21). Universidad Central-Siglo del Hombre.

Martuccelli, D. (2007). Cambio de rumbo. La sociedad a escala del individuo. LOM.

Merklen, D. (2013). “Las dinámicas contemporáneas de la individuación”. En R. Castel, G. Kessler, D. Merklen y N. Murard, Individuación, precariedad, inseguridad. ¿Desinstitucionalización del presente? (pp. 45-86). Paidós.

Mouffe, C. (2011). En torno a lo político. Fondo de Cultura Económica.

Mouffe, C. (2014). Agonística. Pensar el mundo políticamente. Fondo de Cultura Económica.

Núñez, P. (2011). “La política en escena: cuerpos juveniles, mediaciones institucionales y sensaciones de justicia en la escuela secundaria argentina”. ContemporâneaRevista de Sociologia da UFSCar (São Carlos, Departamento e Programa de Pós-Graduação em Sociologia da UFSCar), 2, 183-205.

Percia, M. (2017). Estancias en común. Ediciones La Cebra.

Preciado, P. B. (2020). Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica. Anagrama.

Preciado, P. B. (2019). Un apartamento en Urano: crónicas del cruce (vol. 625). Anagrama.

Preciado, P. B. (2018). Manifiesto contrasexual. Anagrama.

Reguillo, R. (2013). Culturas juveniles. Formas políticas del desencanto. Siglo XXI.

Reguillo, R. (2000). “La clandestina centralidad de la vida cotidiana”. La vida cotidiana y su espacio-temporalidad, 24, 77.

Saraví, G. (2009). Transiciones vulnerables. Juventud, desigualdad y exclusión. CIESAS.

Schongut Grollmus, N. (2012). “The Social Construction of Masculinity: Power, Hegemony and Violence”. Psicología, Conocimiento y Sociedad, 2(2), 27-65.

Silba, M. (2011). “Te tomas un trago de más y te creés Rambo: prácticas, representaciones y sentido común sobre varones jóvenes”. En S. Elizalde (Coord.), Jóvenes en cuestión. Configuraciones de género y sexualidad en la cultura (p. 229-267). Biblos.

Ulloa Brenes, G. (2016). “Tendencias epistémicas sobre la categoría juventud: una perspectiva foucaultiana”. Revista de Ciencias Sociales, 29(38), 103-122.

Vaccotti, R. (2019). Militar en la vida”. Individuación, agencias y escenas de lo político en jóvenes estudiantes secundarios de Montevideo. (Tesis de doctorado no publicada). Programa de Doctorado en Ciencias Sociales IDES-UNGS. Buenos Aires.

Valdés, B. (2003). “La Corte del juez itinerante: espacio para una coreografía política”. ARQ (Santiago), 53, 44-47.


  1. La situación descrita se enmarca en el trabajo de campo correspondiente al proyecto de investigación “Derechos, reconocimiento y hospitalidad: un análisis de sus configuraciones y vinculaciones en experiencias institucionales de jóvenes en barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires” (ver datos en la introducción del libro). En dicho proyecto, se trabajó en conjunto con el grupo de investigación “Estudios sobre Juventudes” de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Uruguay), a cargo del Dr. Rodrigo Vaccotti Martins, e integrado a su vez por la Lic. Victoria Valverde, el Mag. Diego Cuevasanta, la Lic. Cecilia Machado, la Lic. Maira Borrallo y los educadores sociales Federico Silva y Hernán Lahore. Al tratarse de estudios similares, se puso el foco en la comparación de resultados en torno a las principales dimensiones y preguntas-problema. El proyecto que se realizó en la ciudad de Montevideo, durante los años 2018 y 2019, llevó por título “Instituciones, derechos e individuación: un análisis de sus vinculaciones en las experiencias sociales de jóvenes de Montevideo”, y tuvo la financiación de la Comisión Sectorial para la Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República.
  2. Es importante aclarar que en Uruguay el término “liceo” se utiliza para referir a las instituciones de educación secundaria, ya sea en su nivel medio básico o superior, así como en el sistema público o privado.
  3. Tomado del Expediente N.° 2014-27-1-0025543, documento oficial del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), del año 2014, donde se establece el nuevo perfil del proyecto “Centro Juvenil”.
  4. Se tomará a la agencia –sus posibilidades y sus niveles– como las diferentes capacidades que presentan las personas para hacer, en relación con la posibilidad de actuar siempre de una manera diferente (Di Leo y Camarotti, 2015). José Enrique Ema López (2004), a propósito de esto, sostiene que “la capacidad de actuar, la agencia, es por tanto la posibilidad de escapar a la norma para tratar de fundar otra regla” (p. 20).
  5. La plena es un género musical que se encuentra dentro de los más populares en lo que refiere a la música tropical en Uruguay, siendo un derivado de la plena de Puerto Rico, y fusionado con otros ritmos autóctonos.
  6. Estas formaciones discursivas provienen de una investigación que tuvo lugar entre los años 1998 y 2004 en La Plata, donde se trabajó tanto con jóvenes como con no-jóvenes, así como con medios de comunicación, acerca de los diferentes modos de representación de la juventud.
  7. Foucault (2014) utiliza este término para referirse a una serie de mecanismos mediante los cuales, a través del triángulo poder-derecho-verdad, se institucionalizan prácticas fundamentadas desde las “reglas del derecho”, las cuales generan “discursos de verdad”, que se encuentran pautados por el sistema de relaciones de poder que constituyen el cuerpo social.
  8. Tomamos aquí el aporte de Connell (1997), quien utiliza el concepto de “masculinidad” para hacer referencia a un conjunto de prácticas sociales asociadas a la posición que ocupan los hombres en un sistema de relaciones de poder entre los géneros en una sociedad determinada.
  9. El antagonismo, en tanto dimensión constitutiva de lo político (Mouffe, 2011; 2014), se encuentra presente, de formas diversas, en los relatos de Denis y en los del resto de los jóvenes. El otro adulto, tal como ha sucedido históricamente en torno a las múltiples expresiones de lo juvenil, presenta un lugar privilegiado en tanto antagonista. De todos modos, centralizar todo este proceso únicamente en la figura resulta en un reduccionismo, no solo a razón de que el sujeto adulto no constituye un actor homogéneo, sino que existen otros tipos de figuras que ocupan ese rol.
  10. Paul. B. Preciado presenta una serie de códigos semiótico técnicos de la masculinidad, que pueden encontrarse en los discursos acerca de esta misma: “Río Grande, el futbol, Rocky, llevar los pantalones, saber dar una hostia cuando es necesario; Scarface, saber levantar la voz; Platoon, saber matar, los medios de comunicación, la úlcera de estómago, la precariedad de la paternidad coma lazo natural, el buzo, el sudor, la guerra (aunque sea en su versión televisiva), Bruce Willis, la intifada, la velocidad, el terrorismo, el sexo por el sexo, que se te levante como a Rocco Siffredi, saber beber, ganar dinero, omeoprazol, la ciudad, el bar, las putas, el boxeo, el garage, la vergüenza de que no se te levante como a Rocco Siffredi, el viagra, el cáncer de próstata, la nariz rota, la filosofía, la gastronomía, tener las manos sucias, Bruce Lee, pagar una pensión a tu exmujer, la violencia doméstica, las películas de horror, el porno, el juego, las apuestas, los ministerios, el Gobierno, el Estado, la dirección de empresa, la charcutería, la pesca y la caza, las botas, la corbata, la barba de dos días, el alcohol, el infarto, la calvicie, la Fórmula 1, el viaje a la Luna, la borrachera, colgarse, los relojes grandes, los callos en las manos, cerrar el ano, la camaradería, las carcajadas, la inteligencia, el saber enciclopédico, la obsesión sexual, el donjuanismo, la misoginia, ser un skin, los serial-killers, el heavy-metal, dejar a tu mujer por otra más joven, el miedo a que te den por el culo, no ver a tus hijos después del divorcio, las ganas de que te den por el culo…” (Preciado, 2020, p. 93).
  11. Frase tomada del apartado “El pecado de perder”, y que forma parte del emblemático libro de Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, publicado en Montevideo (Uruguay), en el año 1995.
  12. La “Champions” es una abreviación para referirse a la “UEFA Champions League”, el torneo de clubes más importante de Europa.
  13. El término “falogocentrismo” es trabajado fuertemente por Judith Butler (2017a) en El género en disputa. Este es utilizado para referir a un discurso de sentido común, normativo, hegemónico, presente en todas las prácticas, que coloca el monopolio del saber como una condición de lo masculino, instalando a las otras formas posibles en un lugar periférico o marginal. Por su parte, Jacques Derrida sostiene que el logocentrismo y el falocentrismo como conceptos son indisociables, por lo que propone la utilización de dicho término, en tanto lo considera un sistema filosófico, que “rige todos los deseos bajo su ley, pero la opresión a la que somete, lo que esta jerarquía imprime o impone puede pasar tanto sobre lo que se da en llamar ‘los hombres’ como sobre lo que se da en llamar ‘las mujeres’” (De Peretti, 1990, p. 284).
  14. Tomado del cuento “Esse est percipi” (que puede ser traducido como “Ser es ser percibido”), de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, publicado en el libro Crónicas de Bustos Domecq, en el año 1967.
  15. En lo que refiere al cruce entre la conformación de la subjetividad y la afirmación de la identidad sexual, Preciado (2019) plantea lo siguiente: “El universo entero cortado en dos y solamente en dos. En este sistema de conocimiento, todo tiene un derecho y un revés. Somos el humano o el animal. El hombre o la mujer. Lo vivo o lo muerto. Somos el colonizador o el colonizado. El organismo o la máquina. La norma nos ha dividido. Cortado en dos. Y forzado después a elegir alguna de nuestras partes. Lo que denominamos subjetividad no es sino la cicatriz que deja el corte en la multiplicidad de lo que habríamos podido ser” (p. 23).
  16. La idea de “hegemonía” que se utiliza para este trabajo es tomada de Jacques Derrida (2012), quien sostiene que se trata de “aquello que organiza y controla por todas partes la manifestación pública, el testimonio en el espacio público” (p.66), y que está constituido por tres dispositivos: a) la cultura política, b) la cultura mass-mediática, y c) la cultura académica.
  17. El término “cante” viene de “cantegril”, y este se utiliza de modo informal en Uruguay para hacer referencia a los asentamientos irregulares (con características similares a lo que se conoce como “villa” en Argentina). El nombre, irónicamente, asocia a este conjunto de viviendas precarias con el Cantegril Country Club (un lujoso barrio de Punta del Este). Es en la década de los cuarenta que se vuelve cada vez más visible que el proceso de modernización que venía llevándose a cabo en el país no tenía un correlato en lo que refiere a las condiciones habitacionales de los sectores más vulnerables, que vivían en viviendas precarias en los denominados “rancheríos”, cuyas condiciones eran insalubres, por lo que la cuestión de los “cantegriles” pasó a constituirse en un objeto para las políticas públicas (Bolaña Caballero, 2017).
  18. Es con el objetivo de comprender acerca de los procesos que intervienen en la conformación de las subjetividades juveniles que muchas veces “se da por sentada” la existencia de las subculturas, más allá de que se trata de una noción sobre la cual es necesario generar mayor discusión (Chaves, 2005b).


Deja un comentario