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El foráneo retrospectivo

Notas para repensar la formación de las Ligas Agrarias Correntinas a partir de las perspectivas de sus protagonistas

Javier Ferragut

Introducción

El 29 de enero de 1972 se introdujo un rasgo particular al proceso de luchas que signó el campo político de la Provincia de Corrientes pos Cordobazo. En esa jornada veraniega de sábado, una multitud de alrededor de 3000 personas llevó a cabo una concentración de carácter reivindicativo en la plaza principal de Santa Lucía (localidad cabecera del Departamento de Lavalle). Las reivindicaciones enarboladas ese día –sintetizadas en un petitorio entregado a las autoridades de gobierno allí presentes– anunciaban el devenir indiscutible de los/as convocados/as como agentes protagónicos de la actividad tabacalera provincial, que les había deparado años de esfuerzos no recompensados al final de cada ciclo agrario. Fueron estos/as productores y productoras tabacaleros/as[1] los que, desde ese día, decidieron organizar su protesta de manera institucionalizada por medio de las llamadas Ligas Agrarias Correntinas (LAC) y que, por medio de la lucha mantenida desde esa organización, lograron incorporar –casi como un aluvión– en la agenda pública provincial y nacional, la existencia de problemas en la producción tabacalera provincial y una disputa en torno a la definición de los mismos.

El accionar político ejercido por ese grupo de agentes (productores/a de tabaco) nucleados en (e identificados con) la organización que habían creado (las LAC), suscitó la aparición novedosa de un sujeto colectivo autodefinido –esto es, cuyos miembros reprodujeron e impusieron exitosamente su definición– como campesinado (y de sus integrantes como campesinos/as tabacaleros/as). Sujeto hacedor de aquellas acciones (colectivas) ostentadas y reclamadas como legítimamente liguistas, este campesinado tabacalero no demoraría en pasar a los primeros planos de la lucha política provincial.

Claro, el nombre de la organización provincial no representó, en la época, la misma originalidad que tuvo su surgimiento en una provincia fuertemente conservadora como Corrientes, pues la nominación explicitaba un vínculo innegable con una experiencia de lucha que ya se venía desarrollando en otras provincias del nordeste del país desde 1970.

En efecto, tras el surgimiento de las Ligas Agrarias Chaqueñas (LACH) en noviembre 1970, el proceso liguista se propagó por el resto de las provincias vecinas de la región sumidas en una crisis de los cultivos industriales (algodón, yerba mate, tabaco, etc.). En 1971, se formaron tres organizaciones más: en agosto, la Unión de Ligas Agrarias del Norte de Santa Fe (ULAS) y el Movimiento Agrario Misionero (MAM) y, en diciembre, la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas (ULICAF). Todas estas expresiones combativas (junto a las LAC), compartían el común denominador de ser herederas de la labor previa desempeñada en la región por miembros del Movimiento Rural Cristiano (en adelante, M.R.)[2], que acabó generando condiciones sine que non para la ulterior movilización de los miles de productores/as agrarios/as del nordeste.

Así las cosas, a nadie escapa (por evidente) que, al institucionalizarse en enero de 1972, las LAC han sido las últimas de las organizaciones liguistas del nordeste en emerger. Empero, el hecho de que esa creación “tardía” de las LAC constituye una cualidad que aparece demandando –per se– una explicación, no es un aspecto que pudiéramos derivar de la (evidente) concatenación de eventos, sino un mérito del análisis científico. En este sentido, corresponde a Jorge Roze (1992) el crédito de ser el primero en plantear esta cuestión: «la formulación tardía de las L.A.C. (…) nos plantea una serie de interrogantes (…) [que] no son ni de sentido común ni mecanicistas» (p. 113).

Abordando el «proceso liguista» por medio del estudio de las «condiciones objetivas» y «subjetivas» involucradas en el surgimiento de las diferentes ligas provinciales, Roze (1992), identificó una suerte de paradoja para el caso de Corrientes, en donde su estudio determinó que se encontraban tempranamente presentes y con suficiente consolidación, dos de los elementos analíticamente aislados como fundamentales en la emergencia de estas organizaciones, a saber, «un sector de productores pauperizados»[3] y los «cuadros del Movimiento Rural»[4] (p. 113). Su solución no fue, por cierto, menos satisfactoria al advertir que las relaciones de producción propendían al aislamiento relativo entre los/as productores/as tabacaleros/as, lo que generó una condición de «desmovilización histórica producto de la incapacidad para actuar en forma colectiva (no existe tradición de lucha gremial, ni cooperativa)» (p. 116).

Asumir la tesis de Roze, nos conduce a poner el acento (analítico) en el papel central que, entonces, pudo haber tenido el M.R. en la constitución de las LAC. Para poder formarnos una idea de ese «ingente trabajo de invención» previo, basta con recurrir al acto fundacional de las LAC (los eventos del 29 de enero) y extraer de allí algunas de las características sobresalientes que adquirió el “bautismo de fuego” de la organización.

Una nota del 2 de febrero del diario El Litoral, recupera extensamente lo acontecido en aquella jornada del 29 de enero y la califica como una «masiva reunión de productores tabacaleros que revistió carácter de asamblea» (El Litoral, 02/02/1972). El énfasis en esta característica, se justificó en la dinámica que adquirió el evento, en el que fueron tomando la palabra numerosos portavoces: «… hablaron delegados de las distintas zonas, campesinos del sector tabacalero, exponiendo sus problemas y sus preocupaciones»; el obispo de la Diócesis de Goya Alberto Devoto que «… expresó su identificación con las aspiraciones de las familias tabacaleras y señaló el anhelo cristiano de que las mismas sean prontamente satisfechas por ser justas»; y el presbítero Jorge Torres, párroco de Santa Lucía, que «… manifestó que la presencia de la Iglesia en ese acto, es la consecuencia de un concepto más amplio de la misión sacerdotal a fin de contribuir a esclarecer las conciencias para una mejor comprensión de los problemas, que posibilite las soluciones» (El Litoral, 02/02/1972).

Varios son los elementos destacables que podemos sacar en limpio de lo acontecido en esa jornada. En primer lugar, tenemos un obispo (Devoto) y un cura (Torres) desempeñados como principales oradores del acto, lo que no podría entenderse de otra manera que (la realizada por el/la autor/a del artículo) como gesto que denota la «presencia de la Iglesia» en el mismo. En segundo lugar, la participación de productores tabacaleros provenientes de diferentes puntos de la provincia, consistente no sólo en su presencia física (cuya agrupación hizo de la «reunión» una concentración multitudinaria) expresada en vítores, sino también por medio de una participación de “otro grado”, materializada en la presencia de delegados, portavoces autorizados a “tomar la palabra” y “hablar” en su nombre. En tercer lugar, la lectura y exposición de un petitorio que denotaba un concienzudo tratamiento y diagnóstico de los problemas inmediatos cuya resolución beneficiaba al conjunto de productores/as tabacaleros/as de la provincia, en tanto que productores/as de mercancías: precio, clasificación y forma de pago del tabaco.

Sin embargo, es en otra fuente en la que se puede hallar una mejor manifestación del grado de preparación y planificación no sólo de la concentración del 29 de enero –en el que, a estas alturas, ya no quedan dudas de que se trató de la presentación pública de la organización Ligas Agrarias Correntinas, más que el producto de una decisión resultante de esa asamblea abierta–, sino de todo el “aparato” que se había estado gestando y ya funcionaba a la perfección antes del lanzamiento de las LAC.

La noticia en cuestión corresponde al 26 de enero de 1972 e informa, tal como reza su título, sobre una «Audiencia [de parte del gobernador de facto, Adolfo Navajas Artaza] a productores tabacaleros de una zona», ocurrida el día 25 del mes. En realidad, estos «productores» no comparecieron sólo en cuanto tales, sino que eran delegados/as que representaban a miles de otros/as productores/as pertenecientes a 27 «localidades» del área tabacalera correntina (Parajes, Colonias y Secciones, mencionadas una por una en el artículo). Otro rasgo que se reitera en esta reunión, es la presencia de un clérigo, de nuevo, Jorge Torres; quien –llegados hasta aquí, ya puede develarse– era el principal asesor espiritual del Movimiento Rural de la Diócesis de Goya (lo que explica su intervención como orador en la asamblea pública del 29 de enero). De hecho, su participación lejos estaba de ser secundaria, pues la misma fuente lo coloca en un lugar jerárquico, al decir que los productores/as estuvieron «encabezados por el presbítero Jorge Torres». Por último, sobre las razones que motivaron la «audiencia», se subraya 1) que los/as productores/as informaron al gobernador «sobre la difícil situación por la que atraviesan, como consecuencia de los diversos problemas económicos y sociales vinculados con el cultivo del tabaco» y 2) en un acto que –al menos para mí– resultó revelador, «invitaron al titular del Poder Ejecutivo a estar representado en la asamblea que los mismos realizarán el próximo sábado, a las 9, en Santa Lucía», es decir, la concentración del 29. Según trascendió, el gobernador aceptó la invitación y anticipó que, para esa oportunidad, viajarían el subsecretario de Asuntos Agrarios, ingeniero Ricardo Canoniero, y autoridades del Ente de Transformación para la Zona Tabacalera, quienes sin saberlo se encontraron asistiendo a la oficialización de la naciente organización.

Lo que todos los elementos apuntados hasta aquí nos revelan –exigiendo una explicación–, no es otra cosa que la cuestión de la transición del Movimiento Rural Cristiano a las Ligas Agrarias Correntinas. En lo que sigue, me dedicaré a ligar estas características particulares del derrotero formativo de las LAC (su surgimiento tardío y la centralidad del M.R. en el mismo) con una serie de reflexiones que, surgidas a raíz de indagaciones sobre un material incorporado (como tal) recientemente en mi análisis,[5] me han conducido a replantearme mi propia concepción del proceso formativo de las LAC y su sujeto colectivo. La propuesta consiste en llevar el ejercicio reflexivo al terreno de lo etnográfico y aspirar a la «integración dinámica de las perspectivas nativas» (Balbi, 2012). Puede decirse que la operación intelectual resultante de este objetivo, se acerca bastante a alguna de las dimensiones que constituyen el ejercicio de reflexividad (Bourdieu, 2015; Guber, 2016), entendida como «la vuelta del sujeto sobre el proceso de conocimiento y, por ende, sobre sí mismo» (Baranger, 2018, p. 31).

La «confrontación» de perspectivas

El punto de partida es una intervención perteneciente a Anita Olivo,[6] en la sección del libro dedicada a la vida y militancia de Antonio Olivo,[7] su hermano aún hoy desaparecido. Allí, al hablar del nacimiento de las LAC, deja una referencia que (esta vez) no pasó desapercibida para mí: «Prácticamente el MR casi se disuelve, porque todos los integrantes pasaron a formar parte de lo que era la organización de las Ligas» (Anita, en Fernández, 2016, p. 210; itálica mía). Una mención de pasada que, quizás en otra ocasión, me hubiera resultado inadvertida, había hecho eco y me remontó, casi automáticamente, a una entrevista que, hacía unos años atrás, yo mismo había realizado a los hermanos Coronel, ex productores tabacaleros y exmiembros de las LAC.

En la misma, uno de ellos había dicho: «el primer nombre que tuvo [la organización] fue Movimiento Rural Diocesano (…), antes de llamarse Ligas se llamó Movimiento Rural Diocesano» (Entrevista a productores liguistas, Lavalle, Corrientes, marzo de 2015). Por aquel entonces, esa referencia corrió sin hacer mella en mis reflexiones sobre el proceso estudiado, incluso, tendí a atribuir esa expresión a un simple desliz, de esos a los que suelen ser proclive los procesos de memoria.

Mi concepción del proceso formativo, distaba mucho de problematizar esa cuestión, o mejor, de incorporar esa expresión de la percepción nativa (y los sentidos que podía estar denotando) como elemento de mi problematización. Si bien he logrado avances significativos en esta dirección en lo que respecta al proceso formativo del sujeto colectivo de las LAC (Cfr. Ferragut, 2020), no había llegado siquiera a planteármelo para este aspecto concreto de la “transición” del M.R. a las LAC. Al contrario, mi propia percepción estaba encallada en una formulación que, muy a pesar mío y de todo el esfuerzo que había hecho, seguía teniendo vestigios de reificación. Como se verá, su consideración puede llegar a enriquecer el análisis del proceso formativo de la organización LAC y su sujeto colectivo como parte del mismo proceso.

En realidad, mi concepción lejos estaba de ser caprichosa. Tenía asideros empíricos (“objetivos”) y también trataba de ampararse en expresiones nativas como aquella que decía que «… las Ligas no nacen por generación espontánea, nace por el trabajo anterior de alguien y ese alguien, que muchas veces no lo cuentan (porque tampoco lo conocen mucho), es el Movimiento Rural…» (Entrevista a Jorge, Capital, Corrientes, noviembre de 2017). Creo que esta referencia, perteneciente a un extensionista y miembro del M.R., exceptuando el carácter personificado atribuido al M.R., expresa bastante bien tanto mi anterior percepción del proceso como la de, si no todos, buena parte de los textos académicos dedicados a las Ligas Agrarias del Nordeste.

Pero, ¿qué condiciones y asideros empíricos están detrás de este tipo de perspectiva? Y, ¿qué consecuencias tiene la misma sobre el objeto de investigación? Para dar respuesta a estas cuestiones, es preciso introducirnos un poco en los acontecimientos históricos.

Del Movimiento Rural a las Ligas Agrarias: una compleja transición

La creación del M.R. se inscribe en una serie de decisiones –en buena medida forzada por las circunstancias– de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia católica argentina y su pretensión de “recristianizar la sociedad”, que se remonta hasta 1931 con la fundación de la Acción Católica Argentina (ACA). Esta entidad se constituyó siguiendo lo que se ha llamado el «modelo italiano» (Acha, 2010; Vázquez, 2020; Murtagh, 2013) como una organización de laicos integrada a una estructura jerárquica y centralizada que culminaba en la cúpula eclesial argentina. Al punto que, los miembros de la máxima autoridad colegiada de la naciente ACA, la Junta Central, eran designados por la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).

Para la década del ‘50, ya habían pasado los «años del entusiasmo» que caracterizaron los orígenes de la ACA (Acha, 2010) y empezaba a hacerse evidente el agotamiento de las experiencias generadas a partir de la estructuración en cuatro ramas (por sexo y edad: varones y mujeres-jóvenes y adultos/as) emulada de la Acción Católica Italiana. «Llegado a ese punto, las opiniones parecían haberse inclinado por reconocer el fracaso del modelo italiano» (Acha, 2010, pp. 31-32), lo que dio lugar a la adopción del modelo belga derivado del «jocismo» (en alusión a la Juventud Obrera Católica, impulsada por el sacerdote Joseph Cardijn) y su inclinación por el «apostolado ambiental», que implicaba traspasar los lindes parroquiales y generar encuentros en los diferentes “ambientes” o ámbitos de desenvolvimiento de las personas. De este paradigma resultó la política de creación de ramas especializadas de la ACA, como la Juventud Obrera Católica (1940), la Juventud de Estudiantes Católicos (1953) y la Juventud Universitaria Católica (1956).

En ese contexto, con el fin de contrarrestar la escasa penetración que la ACA había tenido en las zonas rurales del país, en 1958, se creó el Movimiento rural de Acción Católica. El M.R. surgió, así, como una rama especializada de la ACA y, por ende, era «dependiente de la Junta Central de la ACA, y a través de ella, de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino» (Reglamento del M.R., 1963, p. 2).[8] Asimismo, estaba organizado a nivel nacional, diocesano y parroquial, bajo la coordinación de un Equipo Central integrado por un Jefe (designado por la Junta Central de la ACA con acuerdo de la «Autoridad Eclesial») que tenía a cargo la gestión directiva y ejecutiva del órgano, por un delegado por cada una de las Organizaciones Federales de la ACA (designados por sus respectivos Consejos Superiores), y un «Asesor Eclesiástico» (nombrado por el arzobispo de Buenos Aires, en función de Presidente del CEA) (Reglamento del MR, 1963, pp. 2-3).

El Reglamento de la organización, también, definía los tres grupos de agentes que la componían y cimentaban sus bases, a saber, los «trabajadores y pobladores rurales», los «maestros rurales», y los «empresarios rurales y sus familias». La participación de los primeros, estaba prevista por medio de los denominados «Grupos Rurales» (células o unidades de base del M.R.) llamados a ser promovidos por maestros y empresarios, e integrados por las «personas que viven y/o trabajan en el campo y están dispuestos a reunirse y trabajar en cumplimiento de las finalidades del Movimiento Rural» (Reglamento del M.R., 1963, p. 5).

La organización no estuvo exenta de las mutaciones que debió afrontar la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX y, en especial, post Concilio Vaticano II. De modo que, inmerso en una lógica evangelizadora, el M.R. fue objeto de una evolución que, pasando por una faceta técnico-asistencialista, culminó con la reorientación de su tarea, deviniendo en una organización que reclamaba explícitamente por una acción transformadora capaz de revertir la desgraciada situación de las «clases dominadas». Fue, precisamente, a raíz de la radicalización exhibida en estos últimos años, gracias a la impronta de sus miembros más activos, que se suscitaron una serie de conflictos al interior de la ACA y la Iglesia Católica.[9] Finalmente, en su XXI Asamblea Plenaria de mayo de 1972, la Conferencia Episcopal Argentina resolvió la expulsión del M.R. del seno de la ACA. Para entonces, el proceso liguista ya estaba en marcha.

Académicamente, el interés por el M.R. ha estado puesto en su papel central en el surgimiento de las llamadas Ligas Agrarias del Nordeste (o simplemente Ligas Agrarias). De manera que, a excepción de algunas pocas investigaciones (Contardo, 2013; Murtagh, 2013; Moyano Walker, 1991) que han abordado al M.R. como un objeto de estudio per se poniendo el foco en alguno de sus elementos constitutivos, el énfasis inquisitivo ha pasado siempre por ligar la actividad llevada a cabo por los/as agentes del M.R. desde 1958 en las diferentes provincias del nordeste del país y la formación de las organizaciones liguistas provinciales (LACH, ULAS, MAM, ULICAF, LAC, entre otras). El resultado de esta inclinación intelectual ha sido la producción de una literatura “clásica” (que ha ejercido gran influencia en las investigaciones posteriores y) en la que, por lo general, el M.R. es reivindicado (a veces, a manera de simple mención obligada) como un «antecedente» de las Ligas Agrarias[10] (Galafassi, 2005), del que se destacan (con poca o casi nula profundización historiográfica y/o etnográfica) como contribuciones fundamentales en esa dirección: el «trabajo de concientización y nucleamiento» (Roze, 1992, p. 124), las «tareas organizativas previas» y el aporte de los «cadres intelectuales» (Bartolomé, 1982, p. 28), la «concientización política» y la participación en la conformación del «mundo ideológico y moral» de «los colonos» (Archetti, 1988, p. 9 y 14).

Al mismo tiempo, debemos reconocer que la idea del M.R. como simple «antecedente» de las Ligas Agrarias se presta fácilmente a la introducción de una imagen disyuntiva entre ambas organizaciones, pudiendo, en ocasiones, inducir a una suerte de “teleología vulgar”, al menos en la formulación enunciativa del proceso –al que tiende a dar lugar– del tipo: «Las Ligas Agrarias de la región NEA surgieron promovidas en gran medida por la acción de la iglesia a través del Movimiento Rural de Acción Católica Argentina» (Moyano Walker, 2020, p. 167; resaltado mío)[11].

Es, pues, esperable que, con una concepción como la predominante en la bibliografía, la cuestión de la “transición” (o “pasaje”) del M.R. a cada una de las Ligas Agrarias provinciales, no haya sido, en lo general, entendida (ni indagada) como una situación eventualmente conflictiva o compleja. De los pocos/as autores/as que han, al menos, insinuado este aspecto, es pertinente reconocer la pionera apreciación de Francisco Ferrara (1973):

Una vez que se comenzó a trabajar en las organizaciones recién fundadas, se planteó en el seno del Movimiento Rural una polémica que partía de posiciones distintas en torno a la existencia del Movimiento o a su disolución. La aparición de un instrumento como las Ligas (…) hacía surgir dudas en torno a la necesidad de seguir manteniendo la estructura del Movimiento Rural, dado que todos los miembros del mismo formaban parte de las Ligas Agrarias, desde su dirección hasta sus organismos de base en las colonias (p. 38).

Sin embargo, esta particularidad formativa de cada una de las Ligas Agrarias provinciales no fue explorada analítica y documentalmente por Ferrara. De hecho, debieron pasar muchos años para que esta línea investigativa encontrara desarrollo en la labor de Mercedes Moyano Walker (2020), quien, por medio de un importante acervo de testimonios y documentos, en su tesis doctoral de fines de la década del ’90 (publicada recientemente) logró echar luz sobre las características asumidas por este proceso –de manera general– en las diferentes organizaciones liguistas provinciales. Asimismo, lo propio fue hecho por Cristian Vázquez (2020) para el caso de la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas.

Así, muy en sintonía con el planteo de Ferrara, Moyano Walker (2020) dirá sobre este proceso:

En el resto del NEA continuaron sus integrantes [del M.R.] el complejo proceso de transición, desde el MR con lógica de comportamiento de movimiento social, pero manteniendo su identidad como movimiento eclesial, a otra etapa de integración con las Ligas Agrarias que habían asumido su carácter de movimiento social con identidad propia (p. 212).

Este razonamiento la conducirá, incluso, a conclusiones cuya enunciación se asemeja bastante a las expresiones nativas de Coronel y Anita, al hablar de «la transformación del MR en algunas diócesis en Ligas Agrarias» (Moyano Walker, 2020, p. 167). Es decir, una afirmación que, como se pretende sostener aquí, –sin ser totalmente así– se ajusta más a la experiencia de Corrientes y, tal vez, también a la de Formosa.

Del Movimiento Rural Diocesano de Goya a las Ligas Agrarias Correntinas: entre la ruptura y la continuidad

La indagación del aspecto particular del proceso formativo de las LAC que se pretende examinar aquí, debe indefectiblemente circunscribirse a una unidad concreta que no puede ser el M.R. a secas (como organización nacional), sino que, de acuerdo a su estructuración en los tres planos mencionados en el apartado anterior (nacional, diocesano y parroquial), su materialidad para el análisis histórico y etnográfico del surgimiento de las Ligas Agrarias está dada por los diferentes Movimientos Rurales Diocesanos. Esto es, aquellas expresiones del M.R. pertenecientes a las diócesis que comprendían cada una de las áreas socio-económicas provinciales en las que emergieron las organizaciones liguistas provinciales, a saber: la Diócesis de Goya (Corrientes), la Diócesis de Reconquista (norte de Santa Fe), la Diócesis de Formosa (Formosa), la Diócesis de Posadas (Misiones) y la Diócesis de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña (Chaco).

Correspondió, pues, a los respectivos obispos de estos distritos episcopales creados entre 1957 y 1963 al calor de los preparativos y/o desarrollo del Concilio Vaticano II, el impulso otorgado a la formación de los Equipos Diocesanos del M.R. en sus jurisdicciones. Lo que, en última instancia, consistió en la materialización del M.R. de Acción Católica en un conjunto finito de personas, mobiliarios y relaciones específicas tejidas por medio de contactos y encuentros específicos establecidos en las diversas capillas rurales de las diócesis.

En el caso del sur de Corrientes, la formación y desarrollo del Movimiento Rural Diocesano (M.R.D.) estuvo directamente ligada a la figura del obispo Alberto Devoto (primer obispo de la Diócesis de Goya) en 1961.[12] Fue a partir de este año que, bajo un proyecto regional financiado por el grupo MISEREOR del episcopado alemán,[13] se promovió la conformación del Equipo Diocesano del Movimiento Rural en una zona que, por aquellos años, coincidía con los principales departamentos del área tabacalera correntina.[14] Al frente del equipo, fue nombrado Hernán Baibiene, «un joven empresario rural, que vivía y trabajaba en el campo, con trayectoria cristiana» (Morello, 1993, p. 39), acompañado de Miguel Tomasella, en carácter de extensionista y la maestra Norma Morello (Morello, 1993, p. 38).

De esta manera se echó a andar el Movimiento Rural en el área tabacalera correntina, se fueron formando los primeros grupos rurales en diferentes colonias, secciones y parajes de los departamentos tabacaleros, utilizándose las escuelas y capillas de campo como sede de los encuentros, ya sean cursos o reuniones de estudio, charlas, fogones, etcétera.[15]

A partir de esto, es posible objetivar al M.R. y decir que su “existencia” consistió en la objetivación de un grupo de agentes que, por medio de la adopción y creación de un conjunto de instituciones y disposiciones capaces de hacer existir tanto a la organización como al grupo identificado con la misma, actuaban en cuanto miembros de ella y la desplegaban, exhibiéndola simbólicamente. En esa dirección, pienso que, a su vez, hay suficientes razones que permiten ubicar al M.R. Diocesano del suroeste correntino como una organización no sólo previa, sino diferente a las LAC. Entre otros, se pueden mencionar: 1) su pertenencia/dependencia a la ACA y, por ende, su absoluta integración jerárquica a la Iglesia Católica argentina; 2) el desarrollo de una actividad que, independientemente de la politización evidenciada por la organización a fines de los ’60, no alcanzó el carácter abiertamente reivindicativo y de acción directa ostentado por las LAC; 3) el componente social de sus miembros, entre los que los agentes del campo (campesinos) eran parte fundamental, pero cuya participación permaneció en buena medida subordinada y, a veces, restringida a la mantenida en los «grupos rurales»; 4) el conjunto de instituciones inherentes e identificados con la misma (permanentes, sedes, sellos, despachos, reglamento, mobiliarios, etc.).

En fin, son estos elementos objetivados (incluso la expresión del extensionista del M.R. correntino anteriormente citada) desde mi punto de vista objetivante de investigador, los que me han conducido a una concepción más o menos “rupturista” del proceso formativo de las LAC, al menos en dos sentidos, a saber, el de ruptura objetivista y de ruptura o discontinuidad[16] entre las dos organizaciones objetivadas (el M.R.D. y las LAC).

Quizás una sencilla figura permita ilustrar, reificación y exageración mediante, esa concepción.

Figura 1

He aquí una representación, un tanto caricaturesca, con la que he identificado mi concepción –primigenia– del proceso en cuestión, pero que puede hacerse extendida a buena parte de la bibliografía especializada.[17] Esta percepción, puede por momentos constituir una creencia efectiva de los investigadores, o bien, aparecer denotada en la descripción del proceso, promovida inconscientemente por el uso irreflexivo del «lenguaje común».

De esta manera, la figura expone en un sentido cronológico (de izquierda a derecha) el derrotero del proceso. Efectivamente, la institucionalización del M.R. en Corrientes, con la conformación de su primer Equipo Diocesano, se reduce a una suerte de provisión de infraestructura básica para su funcionamiento (recursos humanos y materiales) que, en un principio, no contemplaba agentes agrarios (a excepción de Hernán Baibiene, definido por Morello como «empresario rural»). Naturalmente, el inicio del trabajo de ese equipo en el área tabacalera correntina significó un contacto cada vez más frecuente con agentes rurales de la zona, predominantemente productores/as tabacaleros/as, y la conformación de los primeros Grupos Rurales (el primero de ellos en Batel, Departamento de Goya). Estos contactos permanentes suscitaron la integración de esos agentes rurales (los/as productores/as tabacaleros/as) al M.R., que adquirió históricamente dos formas: por un lado, como miembros de los Grupos Rurales, en tanto células del M.R.D. (en este sentido como «trabajadores y pobladores rurales», de acuerdo al Reglamento citado anteriormente);[18] por el otro, en algunos casos menores, se integraron como permanentes de la organización.[19]

En efecto, si bien la secuencia descripta autoriza una representación del tipo “M.R.” → “Productores tabacaleros”, también es cierto que, una vez echado a andar el M.R.D. de Goya, la participación de los/as productores/as en la organización por medio de los Grupos Rurales de colonias y/o parajes, implicó su incorporación como agentes vitalizadores de esa organización. Lo que justificaría y exigiría su inclusión en nuestra representación:

Figura 2

Ahora bien, ¿qué novedad/diferencia estaría introduciendo la expresión de Coronel, el “productor liguista” de nuestro punto de partida? Pienso que la riqueza extraída de un análisis de dicha expresión, debería pasar, como dice Viveiros de Castro (2016) –aunque sin llegar a su paroxismo–, por «tomar en serio» la idea en ella transmitida. Claro está, esto implica permanecer alejado de la inclinación a plantear la cuestión en términos de creencia, de verdad/falsedad o corrección/incorrección, del enunciado.

Considero que la idea constituye una concepción particular del proceso formativo de las LAC y, sobre todo, diferente a la mía, objetivada con anterioridad. Entiendo que lo que ella destaca es un sentido de continuidad, no entre una y otra organización (el M.R. y las LAC), sino de una única organización, primeramente llamada «Movimiento Rural Diocesano» y, luego, «Ligas».

Figura 3

Entonces, creo que la clave de «derivar las consecuencias» que dicha concepción puede tener sobre mi propia concepción del objeto o el proceso, consiste en atender, no tanto lo que la misma tiene para decir sobre la organización o las organizaciones (M.R.D. y LAC) per se (ni sobre el proceso por el que una pudo haber derivado de la otra, o una surgió de la otra, o de la centralidad y antecedente del M.R.D. en el mismo), sino especialmente del lugar ocupado por los/as productores/as (o éste en particular) en las organizaciones –a las que estaría/n vitalizando– y a las actividades que tenía/n en (o hacía/n por medio de) ellas.

Se trata, así, de una percepción distinta del proceso formativo de las LAC, por devenir de una perspectiva diferente –aunque autorizada–, como lo es la de un protagonista del mismo. En este sentido, lo primero que resulta de la «confrontación» (Balbi, 2012) de las dos concepciones objetivadas, es la posibilidad de reconocer y objetivar, a la vez, las mismas perspectivas o puntos de vista. La percepción de Coronel suscitada desde su posición de protagonista, miembro de ambas organizaciones, estaría llamando la atención sobre la condición de familiaridad, de experiencia en primera persona de un proceso que, para mí como el resto de los investigadores, sólo puede ser concebida (e imaginada) desde mi/nuestra ajenidad al mismo. Esa misma ajenidad que nos predispone (y, quizás, esta no sea la excepción) a incurrir en ese tipo de sesgo que Bourdieu llamó «intelectualista», o «intelectualocentrismo» (Bourdieu, 2015: 48-49; Bourdieu y Wacquant, 2014: 71), falacia que nos llevaría a tomar el mundo como un espectáculo y proyectar en nuestro objeto la «relación intelectual» (teórica) con el mismo, al «sustituir la relación práctica con la práctica por una relación con el objeto que no es otra que la del observador» (Bourdieu, 2015: 57).[20]

Si el proceso formativo de las LAC (el «espectáculo») se presenta, al «ojo contemplativo» del foráneo (retrospectivo), en los términos discontinuos de una organización (el M.R.D. de Goya) que ejerce una fuerza (por medio de labores determinadas) a/en un grupo de agentes (los/as productores/as tabacaleros/as del suroeste correntino), de la que resulta la creación de otra organización (las LAC), también, pudo (a juzgar por la formulación de Coronel) haber sido percibido como una continuidad desde la perspectiva nativa de los/as productores/as protagonistas.[21]

De allí, que la apuesta analítica debería estar, a mi juicio, en la dimensión ya mencionada de la incorporación de los/as productores/as al Movimiento Rural.

Hay suficientes razones, para conjeturar que la llegada de los agentes del M.R.D en el área tabacalera correntina fue, en un principio, juzgada desde la ajenidad que representaba la presencia de esos foráneos:

como le digo la, nosotros estábamos quietos pero siempre se tenía la molestia “aye” porque era necesario pero no había ese conjunto de hablar uno al otro, el otro a otro (…) y vinieron más despiertos que nosotros para despertarnos a nosotros y se conversó y tomamos viaje al reclamo (…) Hasta que llegó el momento eso y se hizo los movimientos y se encabezaron que un grupo por un lado, el otro grupo por el otro, en cada paraje se hacía los grupos (Fernández, ex productor tabacalero de Paraje Palmita, miembro de las LAC, delegado suplente de colonia).

Como esta declaración, podrían sumarse otras que, igualmente, manifiestan la diversidad denotada en el nosotros (de los/as productores tabacaleros/as, los/as campesinos) y aquellos/as que «vinieron más despiertos» (los/as agentes del M.R.). Ahora bien, ese nosotros en buena medida es retrospectivo y, por ende, extemporáneo para el momento al que se está proyectando (previo al encuentro con los/as agentes del M.R.D.), porque, si bien sintetiza una serie de relaciones que de ninguna manera se circunscriben sólo a la mantenida con los/as agentes del M.R.D. (pues, en ese nosotros, están contenidas las relaciones de los/as productores/as vis-à-vis los comerciantes y/o acopiadores de tabaco o barraqueros, productores/as vis-à-vis los estancieros y dueños de la tierra, productores/as vis-à-vis con la industria, entre otros), en buena medida el sentido de pertenencia a un nosotros como productores/as (campesinos) fue producto de ese encuentro con los/as agentes del M.R.D. y la participación de los/as productores/as en las actividades llevadas a cabo en el mismo Movimiento Rural Diocesano.

Y es, precisamente, ese “llevar a cabo” en el M.R.D. el que suscitó los diferentes tipos de integración (ya referidos) de productores/as tabacaleros/as a la misma organización eclesial y que, posteriormente, dio lugar a la gestación de otro tipo de nosotros que, no necesariamente, todos/as los/as productores/as lo participaron, abrigaron y/o sintieron; e incluso, entre los/as que sí, puede que no lo hicieran de la misma manera. Me refiero a ese nosotros proclamado por Pedro Pablo Romero, aquel joven productor mencionado anteriormente (en nota a pie) que, luego, llegaría a ser (lo digo nuevamente, sin casualidad) secretario general de las LAC: «Perugorría, que es una zona que corresponde a la diócesis de Goya, era una zona a la que nosotros íbamos a extender y consolidar el MR. Digo nosotros porque cuando ya el MR estaba muy extendido, fui “Permanente” o la persona que estaba tiempo completo para atender, visitar y coordinar los trabajos del MR» (Romero en Fernández, 2016: 219; resaltado mío).

Sin embargo, el derrotero de los acontecimientos parece haber demostrado que la conformación del nosotros último (el verbalizado por Romero), no ha sido una condición sine que non para la formación del otro nosotros (el expresado por Fernández), y es este último el que debería captar toda la atención en el intento por determinar la percepción expresada en el juicio de Coronel.

En un trabajo anterior, cabe aclarar que con la concepción intelectualista que he objetivado, encaré una aproximación a la labor del M.R. de la Diócesis de Goya, buscando revelar algunas características y condiciones de la «construcción del sentido comunitario y de acción colectiva que más tarde cuajaría en … [el] sujeto colectivo liguista» correntino (Ferragut, 2018). Un aspecto que dista de ser trivial, y mucho menos aún si se recuerda la explicación del surgimiento tardío de las LAC realizada por Roze.

En ese sentido, ese trabajo había considerado al método «ver, juzgar y actuar», tomado de las experiencias europeas y puesto en práctica por los grupos rurales del M.R.D., valorándolo más allá del sentido intelectual/gnoseológico generalmente atribuido por la bibliografía (como espacio generador de «conciencia»):

el sólo hecho de participar de los grupos rurales viabilizaría, además, el crecimiento de los tabacaleros en otro sentido no menos importante: los años de trabajo colectivo irían cultivando una suerte de pericia práctica en el desempeño grupal, en la operacionalización del “grupo” como instancia colectiva, en la que el “ver”, el “juzgar” y el “actuar” eran todas acciones plurales. Esto es, lo grupal y colectivo empezarían a comprender, más que la mera suma de personas individuales, la constitución de una persona colectiva, que se traducía en el sentimiento común de pertenencia al grupo (Ferragut, 2018, p. 118).

Son muchas las experiencias que se pueden mencionar en esa dirección, sin embargo, el hacerlo excede el objetivo de este trabajo. Su recuperación apunta, más bien, a que puede ilustrar un aspecto que podría iluminarse desde el «diálogo» y «confrontación» (Balbi, 2012) con la perspectiva nativa expresada en los dichos de Coronel, en aquella entrevista de 2015. Y esa iluminación, consiste en considerar y afirmar que la construcción de ese sentido de comunidad, de común pertenencia a un grupo, no fue solamente suscitado por la actividad del (y participando en el) M.R. de la Diócesis de Goya, sino también, y de allí la novedad, construido en torno a esa organización, por medio de la gestación de un sentido de identificación de los/as productores/as con el M.R. Diocesano.

Reflexiones finales

Si a partir de la teoría[22] podemos reconocer el surgimiento de la organización Ligas Agrarias Correntinas y el sujeto colectivo de la misma (los/as campesinos tabacaleros) como parte de un mismo movimiento por el que un conjunto de agentes (los/as productores/as tabacaleros/as y demás personas involucradas en la creación de las LAC) se hizo grupo al dotarse de un órgano de representación y sus representantes (Cfr. Ferragut, 2020), lo novedoso de ese acto de creación, asunción e identificación con el acervo de instituciones liguistas (nombre, Secretariado General, sede, órgano de dirección, estatuto, etc.), no debe deslumbrarnos respecto al hecho de que, en primer lugar, muchos de esos representantes (los «portavoces», «delegados») lo eran antes de la creación de las LAC y habían alcanzado esa posición prominente por medio de su desempeño en las actividades y participaciones llevadas a cabo en el Movimiento Rural diocesano.[23] Y, en segundo lugar, las disposiciones que, luego, harían funcionar a las instituciones de las LAC (y todo “el aparato”), se habían forjado en parte en esas actividades del M.R.D. y en torno a la identificación con esta organización, en donde la mencionada «operacionalización del “grupo” como instancia colectiva» se dio en el marco y actividades de los Grupos Rurales del M.R.D. (que, a su vez, constituyeron la base material sobre la que se erigieron muchas de las células o unidades locales de las LAC, las llamadas «Ligas de colonia o paraje») y, donde, el «sentimiento común de pertenencia al grupo» se gestó en esos Grupos Rurales y referidos a los mismos. Es más, la misma infraestructura translocal del M.R.D., permitió el contacto con otros campesinos de otras colonias y parajes que se encontraban (como miembros o participantes del M.R.D. de Goya) en los encuentros zonales organizados por el mismo M.R.D.; lo que favoreció la extensión de ese sentimiento de comunidad y de pertenencia a un grupo más amplio.

Se trata de una dimensión para nada desdeñable, puesto que, a raíz de lo advertido por Roze (1993) respecto a la «desmovilización histórica» de los agentes correntinos, esa integración en y por el M.R.D. adquirió, en el caso del surgimiento de las LAC, una importancia mayor que en el resto de las organizaciones liguistas provinciales. Efectivamente, los/as productores/as tabacaleros/as correntinos/as, no se integraron al y en el M.R.D. venidos de experiencias colectivas coetáneas como la Unión de Cooperativas Algodoneras Limitadas (como los/as productores/as algodoneros/as chaqueños de las LACH), o la Unión Agrícola Avellaneda (como los/as productores/as algodoneros/as santafesinos de la ULAS), o las numerosas cooperativas misioneras (como los/as productores/as del MAM), sino que transitaron y experimentaron ese proceso hacia lo colectivo de manera exclusiva en el M.R.D. fundado en 1961. Particularidad que hace mucho más sensata la expresión de Coronel.

Probablemente, es en la experiencia organizativa de la ULICAF donde podemos hallar rasgos más semejantes al proceso formativo de las LAC, pues también la zona algodonera de Formosa de la década del ’60 se caracterizaba por la ausencia de tradición cooperativista (Moyano Walker, 2020, p. 722; Vázquez, 2020). De hecho, un testimonio proveniente de las vivencias formoseñas, permite ilustrar con más detalles (y, a la vez, reforzar) el enunciado de Coronel:

Yo lo que conozco y lo que viví fue toda la experiencia de la colonia, no? Nosotros en el Movimiento Rural éramos jóvenes, siempre había adultos, no era mayoría pero había, ya cuando se convoca a las reuniones de la colonia todos se reunían. Todo se decidía en la colonia, y las elecciones se hacían en la colonia. Y surgía de la participación de la gente. Por eso yo digo no es que hasta acá el movimiento rural, se acabó el movimiento rural y fue ligas. No, no fue, hubo toda una cosa que yo no sabría decir cuándo terminó de ser movimiento rural, porque se fue avanzando, con la participación de la colonia, y se elegían ahí todos los representantes. Por ejemplo la colonia tenía una Comisión de colonias, una comisión zonal, las reuniones se hacían en las parroquias. El cura de la zona siempre era el asesor de las ligas de cada zona. Siempre teníamos un asesor… Nosotros pasamos a ser ligas, pero siguen trabajando todos los curas de las parroquias. El asesor se nombraba en la asamblea (Productora miembro del M.R.D de Formosa y de la ULICAF, en Moyano Walker, 2020, p. 244).

En fin, la nueva concepción del proceso formativo formulada hasta aquí, garantiza la «integración dinámica» (Balbi, 2012) de la percepción nativa proferida por Coronel como una concepción que debería ser tomada en serio y que, –ampliando lo señalado previamente– si bien no debería hacerse extendida al conjunto de productores/as liguistas de Corrientes, tal vez, sí pueda hacerse (y creo que así debe serlo) a buena parte de los/as productores/as liguistas cuya participación –en el grupo– se remonta a la forjada, provocada y mantenida desde y en el Movimiento Rural Diocesano de Goya.[24]

Referencias bibliográficas

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  1. Se reserva el uso de las itálicas para denotar términos y expresiones nativas en el marco del proceso histórico analizado, ya sean de miembros de las LAC como de otros agentes sociales de la época.
  2. El Movimiento Rural de Acción Católica fue una organización eclesial conformada por laicos –en su mayoría jóvenes– bajo la dirección/asesoramiento de algunos sacerdotes, destinada originalmente a tareas de evangelización en las zonas rurales del país.
  3. Las «condiciones eran similares y aún peores a las otras provincias donde aparece el movimiento liguista» (Roze, 1992, p. 116).
  4. «En cuanto a los intelectuales que componen su dirección, el movimiento tercermundista en Corrientes es una de los de mayor fuerza en la región, tanto religioso como laico. Hubo enfrentamientos abiertos entre la iglesia oficial y los sacerdotes del Tercer Mundo (con tomas de Iglesias por los fieles) quienes realizaban y desarrollaban una intensa acción política en las parroquias de los barrios y villas» (Roze, 1992, p. 116).
  5. Este material (Fernandez, 2016) consiste en un conjunto de testimonios sobre la vida y militancia de diez personas que, a causa de su actividad política de los años 60 y 70 en Corrientes, fueron objeto de los procesos de detención clandestina y desapariciones forzosas instrumentados durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional en la Argentina.
  6. exintegrante de una familia de productores de tabaco y exmiembro del M.R. y de las LAC.
  7. Productor tabacalero, miembro del M.R. y de las LAC. En las últimas, fue delegado de colonia por el Paraje Palmita (Perugorría, Dpto. de Curuzú Cuatiá).
  8. Agradezco a Cristian Vázquez la amabilidad en haberme facilitado el acceso a este documento.
  9. Para una profundización sobre este aspecto, en Moyano Walker (2020, cap. 4 y 5) y Vázquez (2020, cap. 4) puede encontrarse una valiosa reconstrucción documentada de este proceso.
  10. Es, justamente, en ese marco en el que debe leerse la afirmación de que «es necesario resaltar la poca atención que recibió su estudio por parte de la historiografía», al punto de que hay numerosas propiedades y características del M.R. que «aún no fueron estudiadas como objeto central de estudio» (Contardo, 2013, pp. 3 y 5).
  11. En el caso de Moyano Walker, es injusto endilgarle ese tipo de desliz, precisamente porque su extenso trabajo ha apuntado suficientes argumentos y pruebas que posibilitan advertir lo contrario. No obstante, lo traigo a colación para dar cuenta del riesgo que conlleva (y al que nos exponemos) con concepciones de este tipo.
  12. La Diócesis de Goya comprende los departamentos del sur provincial (Goya, Lavalle, Esquina, Curuzú Cuatiá, Sauce, Monte Caseros y Mercedes, con sede en el Departamento de Goya (ubicado en la franja suroeste de la provincia).
  13. MISEREOR es la obra episcopal de la Iglesia católica alemana para la cooperación al desarrollo).
  14. En la primera mitad del siglo XX, la producción de tabaco criollo correntino (variedad de tabaco oscuro) se consolidó en los departamentos de Goya, Lavalle, San Roque, Esquina (Tercera Sección), Bella Vista (centro y sur), Concepción (suroeste) y Curuzú Cuatiá (municipio de Perugorría). Al promediar el siglo, los tres primeros departamentos se erigían en el territorio de mayor importancia nacional en términos de volumen de producción y comercialización de tabaco. A su vez, el predominio de Goya era descollante, habiendo recibido el reconocimiento de capital nacional del tabaco.
  15. Para una aproximación un poco más detallada a la actividad del M.R. en Corrientes y su aporte al surgimiento de las LAC, veáse Ferragut (2018).
  16. Este sentido, como corolario cercano del efecto ‘descotidianizador’ señalado por Lins Ribeiro (1989, p. 67): «la práctica del antropólogo aparece como una ruptura con las formas de la vida cotidiana de los actores sociales».
  17. Podría transcribir numerosos extractos bibliográficos ejemplificadores, sin embargo, por razones de economizar espacio y caracteres, prescindo de este recurso. Lo que sí se puede señalar es que se encuentran variaciones que van desde algunos más epistemológicamente vigilados a otros más reificados o personificados y mecánicos.
  18. Entre ellos, cabría ubicar a algunas personas que, habiendo pasado por las instancias de formación (cursos, seminarios, etc.) garantizadas por el M.R., tenían una participación más prominente constituyendo cuadros o, de acuerdo al nombre atribuido por la organización, animadores.
  19. Quizá, el caso más destacado fue el de Pedro Pablo Romero, quien habiéndose sumado muy joven («preadolescente», diría él) al grupo rural de Ifrán, el paraje en el que residía junto a su familia, realizó toda su instancia de formación en la organización y llegó a ser extensionista permanente de la misma. Finalmente, y no es casualidad, en 1974, sería electo (por los campesinos miembros) como tercer y último secretario general de las LAC, en el Segundo Congreso de la organización.
  20. Este sesgo, es uno de los apuntados por el autor francés como uno de aquellos que hacen imprescindible el proceso de «reflexividad», también recuperado por Guber (2016: 45-46).
  21. Si bien no sería responsable extender la expresión de Coronel, en los mismos términos que él la ha formulado, al resto de productores/as liguistas, existe considerable evidencia y testimonios de otros/as productores/as que, de una u otra manera, apuntan en el mismo sentido.
  22. «un grupo se hace al dotarse de ese conjunto de cosas que hacen los grupos, es decir, una permanencia y permanente, un buró en todos los sentidos del término, y ante todo en el sentido de modo de organización burocrática, con sello, sigla, firma, delegación de firma, timbre oficial, etc.» (Bourdieu, 2000, p. 160).
  23. De allí, la no casualidad ya señalada por la que Romero luego sería secretario general de las LAC, así como puede señalarse lo mismo de la condición de muchos delegados o miembros de la Comisión Coordinadora Central de las LAC.
  24. Una vez surgidas las LAC se inició una importante tarea proselitista en vista de ampliar el número de miembros y, ergo, el grado de representación de la organización. Como resultado de ello, el número de productores/as liguistas se incrementó considerablemente con el correr de los años, en relación con el grupo original.


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