Paula Daniela Amaya y Fernando Ortiz Sosa
Introducción
En Argentina, las transformaciones sociales, políticas y económicas que se produjeron luego de la debacle neoliberal del año 2001, generaron un cambio en el modo en que el Estado definió la cuestión social (Rosanvallon, 1995) y abordó las situaciones de pobreza, desempleo y precariedad. Como lo indican Hardt y Negri (2004), asistimos al fin de una era signada por la hegemonía de la industria. La fase neoliberal de las últimas décadas, reorganizó las modalidades laborales según las dinámicas de la globalización, la flexibilidad y la reconfiguración del papel de los mercados nacionales (Sassen, 2007; Basualdo, 2001) y el trabajo asalariado estable. Lo que devino en una crisis a favor de un continuum heterogéneo que va desde la desocupación a una amplia gama de trabajos precarios, informales, etc., siendo que, al mismo tiempo, se visualizó un retorno a formas laborales que se consideraban extintas o estrictamente marginales. De esta manera, la noción de “economías populares” emerge en este contexto como una apuesta analítica teórica, pero también política de América Latina, para dar cuenta en sus distintos lugares de enunciación, sobre las estrategias que realizan los sectores populares (Gago et al., 2018).
La economía popular (EP), junto con otras nociones como la de economía social, economía asociativa, economía solidaria, economía informal, autogestión, economía de los trabajadores, entre otros, van a ser sentidos que emergen y conviven dentro de un polimorfo y heterogéneo campo denominado como la “otra economía” (Moreira Slepoy, 2018). En términos teóricos, cada una de estas categorías responde a ciertas reconfiguraciones que se fueron gestando en los albores del neoliberalismo y la interminable crisis que sufre el trabajo en la actualidad, sin negar que estas prácticas tienen características que datan a la conformación original del capitalismo.
En ese sentido, las respuestas sociales ante las diferentes crisis que se produjeron en cuanto al desmantelamiento de las protecciones sociales, las transformaciones en el mundo del trabajo con niveles altos de desempleo, precarización laboral, exclusión social y pobreza abrieron paso a nuevos pensamientos. Por ende, estos fenómenos van a ser estudiados desde las teorías de la EP, donde no se limita el fenómeno a una cuestión de informalidad laboral, sino más bien, habilita la posibilidad de pensar en los elementos económicos, culturales y políticos que también definen a estas prácticas económicas, imbricadas dentro del propio discurso neoliberal.
A contramano de la idea homogeneizadora propia del pensamiento económico clásico referido a que estas prácticas presentan disrupciones en el espacio socioeconómico, Coraggio (2014) lo interpreta de otra manera, al afirmar que: “no existe una realidad económica necesaria a la que deba adaptarse o morir, sino que es a partir de cualquier expresión de economía empírica, que otras economías son siempre posibles” (p.18). Es así que se habilita un pensamiento epistémico crítico hacia nuevas teorías que puedan explicar el fenómeno en su total complejidad.
Antecedentes de la Economía Popular:
aportes relevantes desde los enfoques europeos y los surgidos en América Latina
En este apartado proponemos desarrollar brevemente cuáles son las discusiones académicas y los aportes a la construcción de la conceptualización de la EP, que se presenta en permanente construcción y disputa. A partir de la década de 1980, existió un cambio de paradigma con respecto a las formas en que se abordaba la cuestión sobre las prácticas laborales y económicas de los llamados sectores populares. Se partió de generar una mirada crítica hacia disciplinas que tenían un enfoque tradicional dentro de los estudios de la marginalidad e informalidad laboral. Por otra parte, los autores que se dedicaron a desarrollar el concepto, se referencian en textos tradicionales de la Economía Social (ES) y la Economía Solidaria (ESOL), que surgen como primer punto histórico en pleno desarrollo del capitalismo industrial en el siglo XIX en Europa.
Las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales que trajo aparejado el capitalismo industrial y la consolidación de la subordinación del trabajo por el capital, en una época donde las Ciencias Económicas toman preeminencia con respecto a otras disciplinas y que se despojan de concepciones valorativas, posibilitaron un contexto en el que se dieron diferentes orientaciones académicas con respecto a la ES. Una de las más importantes, fue realizada por la literatura francesa, donde encontramos a Charles Guide (1847-1932) como uno de sus principales exponentes, quien sentó las bases de la concepción científica de la ES en Francia, basada en el cooperativismo como alternativa superadora del capitalismo, imperando la solidaridad cooperativista como motor e instancia superadora al capitalismo (Forni y Dzembrowski, 2010).
De esta manera, el paradigma principal europeo radicaría en las ideas republicanas, propias de la modernidad, la ciudadanía y la democracia que comparten un componente ético de solidaridad hacia el otro (Laville, 2003) como voluntad filantrópica, buscando una alternativa entre liberalismo y el Estado.
En Europa, la ES también va a ser entendida como una agrupación de diferentes organizaciones con estatutos jurídicos, entidades integradas legalmente como cooperativas, mutuales y asociaciones civiles que se fueron diferenciando a lo largo de los efectos y formas de las determinaciones jurídicas y la integración que supo hacer el sistema económico dominante (Laville, 2003) y configurándose en una identidad económica. Los principios que van a reunir, desde el punto de vista organizacional, son: la libertad de adhesión, igualdad, gestión colectiva y democrática, lucratividad ausente o limitada y, por último, la solidaridad entre sus miembros (Laville, 2013)
En América Latina, y especialmente en Argentina, las experiencias de asociativismo se dieron a mitad del siglo XIX con el desarrollo del mutualismo, sobre todo estas experiencias llegan a agruparse con el objetivo de la ayuda mutua entre sus socios por la falta de instituciones públicas en su momento.
En un contexto donde la sociedad argentina se fue complejizando por factores de migración tanto exterior como así también al interior de ámbitos rurales que se desplazan a centros urbanos, más la diversificación de trabajos y la creciente ampliación de sectores medios; habilitaron la posibilidad de que las organizaciones asociativas se diversificaran (Maldovan Bonelli y Moler, 2018).
Por lo cual, el movimiento cooperativo comparte los orígenes en esa época, con la diferencia de que algunas experiencias buscaban liberarse de la explotación capitalista, o aminorar sus efectos, también existieron otras que eran promovidas por sectores pequeños de la burguesía como un modelo eficaz de buscar soluciones a problemas sociales y económicos (Plotinsky, 2015)
En sí, tanto en Europa como en Argentina, el desarrollo de la ES y ESOL manifiestan sus ideas principales enmarcadas en fomentar el cooperativismo como instancia organizativa privilegiada en el sector. Particularmente en nuestro país el proceso cooperativo estuvo ralentizado hasta mediados de los años 1970, “cuando los cambios en las condiciones del mercado de trabajo marcaron un hito en el desarrollo del cooperativismo, así como una revitalización de los enfoques de economía social” (Maldovan Bonelli y Moler, 2018, p. 34).
Cabe resaltar que, es conveniente también hacer una diferencia entre ES y ESOL, ya que si bien existen voluntades compartidas en todo el mundo de universalizar el término que conocemos hoy en día como Economía Social y Solidaria (ESyS) (Draperi, 2011), coexistiendo concepciones distintas en cuanto a sus actores y corrientes teóricas. Ante esta diversificación, nos interesa resaltar el enfoque político en el cual la ESOL se encuentra en el mismo sentido que la ES, que fue utilizado en los enfoques latinoamericanos fundando la expresión ESyS, incluyendo a organizaciones comunitarias, incorporando iniciativas de comercio justo, etc.
Las experiencias de ESOL, específicamente en la región latinoamericana luego de la década de 1980, con el retorno a la democracia y el aumento de la pobreza y el desempleo, generaron las condiciones de posibilidad para un despertar del mundo asociativo, sobre todo cooperativas de trabajo, como así también de prácticas económicas ajenas al sistema formal de trabajo, llevadas a cabo por sectores populares.
En un contexto marcado por profundas transformaciones en el mundo del trabajo que pusieron de manifiesto niveles alarmantes de desempleo en la estructura ocupacional argentina, las perspectivas tradicionales de la ES debieron reconfigurarse bajo una nueva conceptualización de ESOL con la finalidad de comprender las formas emergentes de hacer economía de los sectores populares; imprimiéndole un sentido político reivindicativo y emancipatorio (Maldovan Bonelli y Moler, 2018).
Discusiones en torno a la emergencia del concepto de Economía Popular
Los distintos debates teóricos que posibilitaron la utilización de conceptos como Economía Popular y Economía Popular Solidaria formularon puntos de partida para concebir a estas experiencias: las diferentes estrategias a la reproducción de la vida, revalorizando con estos conceptos “los aspectos vinculares y morales” (Maldovan Bonelli y Moler, 2018). Otro de los motores que impulsó la utilización de conceptos de EP, fue la crítica a la economía clásica, que piensa a las prácticas laborales de los sectores populares desde una mirada sólo económica, reduciendo su complejidad. La informalidad y la marginalidad sólo estaban pensadas como una anomalía del desarrollo económico, propio de países con capitalismo avanzado.
Por consiguiente, la categoría de informalidad limita y carece de componentes críticos, a la hora de analizar los mecanismos propios del mercado de trabajo, como la única manera de resolver la reproducción social, y con ello poniendo el problema sobre los propios sujetos informales que serían los culpables de su condición de vulnerabilidad (Serra, 2014). En contraposición a las nociones de economía informal un grupo de pensadores e intelectuales de diferentes países vinculados a organizaciones populares empiezan a pensar a la informalidad desde presupuestos teóricos, diferentes a la economía clásica tan extensamente compartidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (Serra, 2014), sobre todo se intentó virar de la categoría sector informal a EP.
Esta última, pensada como “mundo social, económico, político y cultural estructuralmente heterogéneo, encarnado en el modo de vida y de hacer economía de las clases populares” (Barrantes, 1992, p. 27). Asimismo, también la EP hace referencia a “un conjunto de actividades que realizan los trabajadores a partir de sus capacidades de trabajo y otros recursos. (…) su sentido no es la ganancia, sino la reproducción ampliada de la vida, es parte de la economía capitalista y cumple entre otras funciones la de reproducir la fuerza de trabajo” (Hintze, 2010, p. 32).
Uno de los principales estudiosos sobre el tema es José Luis Coraggio que, a través de su trabajo titulado Del sector informal a la economía popular: un paso estratégico para el planteamiento de alternativas populares de desarrollo social (1994) formula el concepto y propuesta teórica de la EP; luego en 1999, pondrá el eje en las unidades domésticas, concibiendo a la economía de los sectores populares como “conjunto de las unidades domésticas de trabajadores y, por lo tanto, del conjunto de recursos que comandan, de las capacidades que tienen, de la estructura de sus actividades, de la estructura y calidad de su oferta de fuerza de trabajo en el mercado, de su estructura de ingresos” (Coraggio, 1999, p. 10)
Las unidades domésticas, en este caso, se constituyen como el núcleo organizacional y económico de la EP, se hace posible una gestión de la vida sobre los recursos, capacidades para establecer acciones que conduzcan a resolver problemas integrales y alcanzar la “reproducción ampliada de la vida”.
En Argentina, las prácticas que se entendían bajo la denominación de ESyS empiezan a identificarse con el significante de EP (Ruggeri, 2016), el corrimiento hacia nuevas significancias de estos fenómenos sociales proviene de incorporar elementos culturales que se ponen en juego en estas prácticas económicas.
Otro autor que pone relevancia a estos elementos es Quijano (2008), que propone pensar la economía desde las organizaciones populares como economía practicada por sus propios actores sociales bajo criterios de igualdad sobre la distribución de los excedentes, la reciprocidad y la institucionalización de la comunidad como forma de autoridad colectiva. También desafiando la visión dominante de encuadrarlas como maneras propias de la informalidad que solo se enfatizan a partir de “economías de la pobreza” que desarrollan actividades desorganizadas y por fuera de los marcos regulatorios.
Por otra parte, Razeto Migliaro (1993) y Coraggio (1999) tienen diferencias con respecto al sujeto de la EP. Para el primero, la misma es llevada a cabo por una nueva masa marginal, originada por las políticas neoliberales que fueron adoptadas en las últimas décadas y actuales en sus capacidades económicas, haciéndose imposible trabajar y consumir en el sector formal, generando así una activación de la economía en el mundo de los pobres con diferentes actividades y organizaciones que configuran la economía popular.
Para Coraggio (1999) la composición del mundo de la EP es más amplia, ya que no se limita a referirse a economía de los pobres, sino también a artistas, artesanos, profesionales, comerciantes, profesores entre otros, que pueden tener ingresos diversos que trabajan para vivir y mantener su reproducción ampliada. Esta última entendida como una lógica por encima de la acumulación de riquezas, centrada en el trabajo; los y las trabajadores asumen como único capital su fuerza de trabajo; “a nivel de una unidad doméstica, una situación de reproducción ampliada implica un proceso en que, por encima del nivel de reproducción simple, se verifique durante un periodo prolongado un desarrollo sostenido en la calidad de vida de sus miembros” (Coraggio, 1999, p. 83).
Es entonces, que la reproducción ampliada en su materialidad social y cultural, se constituye y permite situarse en el contexto de que la necesidad que tienen los seres humanos por la vida, suponga un motor de impulso para el accionar económico de las unidades domésticas y que, por ende, no implica la vida por sí misma sino la mejoría cualitativa sobre sí. En ese sentido la reproducción ampliada también significa que “no hay un nivel básico dado de necesidades que, una vez alcanzado, agota el impulso de la actividad económica, sino, para todos los efectos prácticos, hay una búsqueda de mejoría en la calidad de vida sin límites intrínsecos” (Coraggio, 1994, p. 69). Para que esto tenga una conducción efectiva sobre diversas condiciones materiales que la posibiliten, se recurre a las distintas formas del recurso que disponen estas unidades que es el “fondo de trabajo” (Coraggio, 1994).
Por otra parte, la EP también vino acompañada con el componente adjetivante de la solidaridad que, en última instancia, indica diferentes maneras de abordar e interpretar esta realidad y se refieren al funcionamiento de experiencias colectivas. En ese sentido, Razeto Migliaro (1993) comparte que el potencial de la EP, sería pasar de una estrategia de supervivencia a una opción social, económica y política. Agregando que las organizaciones económicas populares, estarían dentro del sector de la llamada economía popular de solidaridad como un polo más avanzado de la EP (Razeto Migliaro, 1993).
Desde los movimientos de lucha de apropiación de las tierras agrícolas que fueron colectivizadas durante la Revolución Sandinista podemos encontrar a la EP concebida como asociativa y autogestionaria. En consonancia, Núñez (1995) desarrolla su teoría marxista sobre el conjunto de pobres, desempleados, trabajadores individuales, cooperativas, asociaciones y obreros de la ciudad y el campo que se identifican bajo un proyecto común, de desarrollo nacional alternativo al capitalismo. Por otra parte, la autogestión y la práctica autogestiva sirven de base a un proyecto de emancipación de los sectores populares y que, por ende, no excluye “cualquier experiencia socialista en marcha o por venir” (Núñez, 1995, p. 31).
Más allá de las diferencias, o posturas de los análisis acerca de las posibilidades, alcances y límites de EP, creemos que a lo largo del tiempo en que existen las formas de la EP, son experiencias que se han fortalecido “no solo como espacio de inserción en el mundo del trabajo, sino también como movimiento social, involucrando sindicatos, organizaciones comunitarias y asociaciones diversas, contando con el apoyo cada vez más amplio de organizaciones no-gubernamentales, gobiernos (…) y construyendo redes a nivel regional, nacional y global” (Cattani, 2004, p. 52)
La Economía Popular en Argentina: identidad política, el trabajo y la organización sindical
Luego de señalar algunas de las expresiones de ES y ESOL y cómo ello posibilita a repensar y refundar categorías de análisis para abordar los nuevos fenómenos sociales que suscitaron en las últimas décadas en América Latina, y sobre todo en Argentina, es necesario diferenciar en términos enriquecedores a la EP de la ESyS a los fines de demostrar que encontramos identidades particulares. En ese sentido, en los sectores de la ESyS impera una identidad económica propia de la cooperativa y sus cooperativistas; en cambio en los sujetos de la llamada EP existe una identidad de lucha política que, sobre todo en Argentina, asumió una dinámica político-organizativa (Gago et al., 2018)
De esta manera, la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) -actualmente UTEP- es una organización que tiene como fin proteger los derechos laborales de trabajadores excluidos del sistema formal de trabajo, se conformó en la confluencia de organizaciones sociales y políticas heterogéneas con una trayectoria, en muchos casos, que se remontan a la década de los ‘90. Así es como el proceso de formación de esta organización se encuentra en la recuperación de los indicadores sociales entre 2003 y 2015 “como resultado de la implementación de una serie de políticas de promoción del mercado interno, reactivación industrial y redistribución del ingreso” (Fernández Álvarez, 2019, p. 124). Pero a la luz de estas políticas direccionadas al consumo, gran parte de la clase trabajadora lejos de ser “reabsorbida como parte del mercado de trabajo por medio de un empleo asalariado, pasó a engrosar las filas del denominado sector ‘informal’ de la economía; se insertó en circuitos de tercerización, accediendo a empleos precarios, o bien pasó a integrar cooperativas de trabajo impulsadas desde el Estado” (Fernández Álvarez, 2019, p. 124).
Grabois y Pérsico (2015) sostienen que en la EP como organización cobra relevancia la invención del trabajo y el conjunto de trabajadores, que la conforman, que fueron desplazados del sistema formal y que su fuerza de trabajo no implica una venta sino más bien, la utilización de la misma por propia supervivencia. Otro componente importante es que los medios de producción están en el seno del pueblo, en la calle, en el barrio, en la naturaleza y que, por lo tanto, no son propiedad de ningún capitalista donde el trabajo no depende de un patrón, sino de la generación de bienes y servicios comercializados en forma libre y autogestionada.
En contraposición, para la propuesta de Coraggio (1994, 1999, 2000), el universo de experiencias de la EP está constituido por cualquier actor, perteneciente a diferentes clases sociales donde su finalidad no es el lucro. En cambio, para referentes del movimiento social que compone la CTEP, el eje central –más allá de diferenciarse del sector capitalista- es darle protagonismo al sujeto popular que conforma la organización, pensando en el reclamo de derechos al Estado, a través de la lucha reivindicativa.
Por consiguiente, la categoría de trabajador para la EP, toma relevancia en cuanto a su constitución heterogénea, ya que, en Argentina, se encuentran identificados con una continuidad de la lucha del movimiento obrero, arraigado con el peronismo, y una estrecha relación de conflicto y negociación con el Estado, accionando como un sindicato (Moreira Slepoy, 2018). Una apuesta a eso, es lo que proponen Grabois y Pérsico (2015) cuando mencionan que “darle a dicha organización el carácter de confederal e incorporarla dentro del movimiento obrero organizado, solicitando a la Confederación General del Trabajo (CGT) su admisión dentro de su estructura orgánica” (Grabois y Pérsico, 2015, p. 206).
Un punto a destacar, sobre la conquista y la defensa a los derechos de los trabajadores por parte de la CTEP, fue la obtención de una ley. La Ley de Emergencia Social (N° 27.345) que sostiene como objetivo importante en su artículo 2[1]: “defender los derechos de los trabajadores y trabajadoras que se desempeñan en la Economía Popular, en todo el territorio nacional, con miras a garantizarles alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, cobertura médica, transporte y esparcimiento, vacaciones y protección previsional, con fundamento en las garantías otorgadas al “trabajo en sus diversas formas” por el artículo 14 bis y el mandato de procurar “el progreso económico con justicia social” establecido en el artículo 75, inciso 19, ambos de la Constitución Nacional.
Lo cual posibilitó, por otra parte, que se creara el Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario, dentro de la órbita del Ministerio de Desarrollo Social en dicha ley, en su artículo 3[2] elaborando desde el Consejo de la Economía Popular y el salario social complementario un registro nacional de la EP, que busca priorizar a personas en situación de vulnerabilidad social alta, considerando especialmente a las mujeres. Conjuntamente con todas las acciones que ha llevado a cabo este movimiento, podemos decir a grandes rasgos que la relevancia de los actores de la EP se encuentra en su identidad política y en su institucionalización.
En síntesis, consideramos que emerge un imaginario confrontativo en la EP, que hace frente a la lógica de la exclusión propia del capitalismo, apostando a la construcción política de una subjetividad que retome la tradición del trabajo asalariado, su arraigo a las instituciones, organizaciones e ideología (Moreira Slepoy, 2018).
La Economía Popular durante la pandemia
En marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara a la enfermedad infecciosa Covid-19 como pandemia, lo que obligó a los Estados nacionales a tomar medidas de contención a dicho fenómeno. El contexto de las economías internacionales fue de paralización, poniendo en evidencia la inestabilidad del capitalismo, que no pudo recomponerse desde la crisis del 2008. En Argentina, el actual gobierno de coalición de Alberto Fernández, ordenó bajo decreto presidencial el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO)[3], donde se restringieron diferentes actividades económicas.
En este panorama, la situación pandémica exacerbó los índices de pobreza, desempleo, sobreendeudamiento y fuertes recesiones productivas, luego de cuatro años de gobierno de Mauricio Macri. Ante esto, la demanda de los sectores más desfavorecidos recayó en una “extensa red de comedores y espacios comunitarios en los barrios populares de todo el país (…) las estrategias de las economías populares operan sobre un desmantelamiento de larga data de los servicios públicos y de su actual capacidad escasa, lo que se traduce en la construcción de infraestructuras locales, arraigadas y flexibles que se hacen cargo de las cuestiones más vitales” (Gago et al., 2021, pp. 37-38)
Lo cual nos invita a pensar a la EP como economía “de primera línea” en estos nuevos contextos de desigualdad y vulnerabilidad social y también, a preguntarnos ¿De qué manera las formas y expresiones de la EP se debieron reorganizar con respecto al trabajo ante este devenir? Sobre todo, cooperativas que tuvieron que repensarse a la hora de brindar insumos sanitarios y alimentarios para la comunidad.
Los espacios que anteriormente se habitaban desde los sectores populares, se corrieron hacia los barrios, hogares y unidades domésticas, cobrando protagonismo los actores que sostienen los emergentes “espacios de normalidad”. Es decir, se abrieron nuevos debates en nuestra esfera de vida donde “la nueva normalidad” fue habilitando la visibilización de los trabajos de la EP –que históricamente desarrollaron-, como así también la convivencia de la precariedad en las prácticas laborales.
Otro de los disparadores para pensar a la EP situada en la pandemia ha sido la posición de las mujeres y también identidades feminizadas como sostén de los espacios socio comunitarios en donde asumen responsabilidades que anteriormente se realizaban en el interior del hogar. Esto incluye una excesiva responsabilización de las tareas del cuidado, mixturando actividades laborales con trabajo de reproducción y, en ese sentido también, el espacio doméstico entra en colapso “tanto por las violencias de género como por la saturación de tareas laborales y de cuidado, por los límites de clase en el acceso a la conectividad y la acumulación de deudas” (Gago et al., 2021, p. 39)
La imposibilidad de poder salir a la calle a “ganarse la vida”[4], a generar el ingreso del día a día puso de manifiesto que la EP encuentra en el trabajo diario el sustento de la vida, por lo que, la pandemia no solo ataca y sigue atacando la salud, sino que también ha reforzado desigualdades y formas precarias de vida en los barrios populares.
Reflexiones finales
En este escrito revisamos cada propuesta bibliográfica de diferentes autores y actores sobre cómo construyen el campo de la EP y que, a su vez, se presenta como una apuesta teórica necesaria para pensar otras formas de economía de los pueblos. Es interesante resaltar que en Argentina las experiencias de EP constituyen una fuente de innovación e integración del trabajo que desarrolla consumo a millones de personas en nuestro país (Maldovan Bonelli y Moler, 2018)
Por un lado, creemos necesario un desarrollo de estas propuestas desde una perspectiva política que pueda dar cuenta de sus intereses, las relaciones de poder que se tejen, sus conflictos y contradicciones hacia adentro y hacia afuera de la EP. En ese sentido, cabe la realización de más desarrollos sobre la identidad política de la misma, para poder comprender las diferentes racionalidades que emergen de los movimientos y organizaciones en cuanto a las luchas, construcciones, demandas y formas sobre el mundo del trabajo actual; como así también los vínculos que generan con el Estado, tanto nacional, provincial y local.
Por otro lado, la situación actual frente a la pandemia que reorganizó y modificó las relaciones sociales, desde la EP, como propuesta epistémica, abre el camino a nuevos debates y reflexiones sobre estas formaciones económicas, políticas, sociales y culturales que siguen brindando respuestas ante un contexto de alta vulnerabilidad y peligrosidad para la propia vida. Hoy las cooperativas, las asociaciones autogestivas, las redes feministas y un sinfín de actores que conforman la EP están funcionando como los principales espacios de inscripción y respuesta a esta crisis. Son protagonistas de los espacios urbanos y rurales que se hicieron y se hacen cargo de la alimentación, se sitúan también como intermediarios o actores de interlocución de las propias políticas del gobierno actual. De esta manera, se han convertido en formas dinámicas y ágiles en cuanto a la provisión de soluciones a problemas comunitarios más que el propio Estado.
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- Art. 3° — Creación del Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario. Créase el Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario (en adelante el CEPSSC) en la órbita del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. El CEPSSC será un ámbito institucional permanente, que deberá determinar periódicamente los lineamientos para el cumplimiento de los objetivos señalados en el artículo 2° de la presente ley.↵
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- Expresión que significa garantizar la reproducción material de la vida. ↵