La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires surgió casi por casualidad, desde el más puro amateurismo con respecto a la organización de este tipo de eventos, y logró instalarse y consolidarse a lo largo del tiempo como uno de los eventos culturales más importantes del país y de la región. Es el punto central alrededor del cual se estructuraron todos los cambios e iniciativas que analizamos en este trabajo.
Esta feria, la más antigua en su tipo de Latinoamérica, hizo, como hemos visto, camino al andar. El entusiasmo por el éxito de las ferias callejeras llevó a Roberto Castiglioni, creador de esta muestra, a concebir una feria internada como culminación de una experiencia exitosa. Pareciera que en esa expresión se encontraban todas las incertidumbres acerca del futuro de esta muestra, ya que esa primera “Exposición Feria del Libro. Desde el Autor al Lector” era concebida como una conclusión más que como un nuevo comienzo, así lo decía Castiglioni: “(…) participé a mi amigo y consocio Dardo Cúneo, entonces presidente de la SADE, la necesidad de culminar el proyecto, de ferias en las calles, que me encomendara con una gran exposición”. Fue la respuesta del público y el entusiasmo de los expositores los que impulsaron la continuidad del proyecto. La revista especializada Stands y Vidrieras (1976) afirmaba oportunamente que para el 80% de los participantes esa era su primera experiencia en un evento de ese tipo, algo que también resulta llamativo para una industria editorial que ya se encontraba madura y consolidada. Recién a partir de la cuarta feria, con un poco más de certezas, empiezan a vislumbrar la posibilidad de darle un marco formal.
La creación de la Fundación El Libro tuvo como objetivo principal generar una estructura sólida para asegurar la continuidad y consolidar este evento desde un lugar mucho más profesional. Se conformó una institución atípica, integrada por entidades, con todas las vicisitudes del caso. Asimismo, podemos observar cómo esas instituciones, integrantes todas de una misma industria pero pertenecientes a diferentes instancias de la cadena de valor, han tenido en varias ocasiones intereses encontrados, sin embargo han logrado superar esas diferencias para darle la continuidad necesaria. Claro que otra de las particularidades de este evento es que sus organizadores son también sus principales expositores.
Las Jornadas Profesionales surgieron como una instancia necesaria para sumar el aspecto profesional a una feria que ya estaba instalada en el ámbito cultural nacional e internacional. Aquí también vemos cómo se ha ido modificando el modelo de negocio en función de la prueba y el error: las Jornadas se realizaron simultáneamente a la apertura al público, en días especiales, con mayor o menor extensión, distintas formas de participación de los expositores, etc. Asimismo, se aprecia que si bien la Feria del Libro de Buenos Aires ha logrado desarrollar satisfactoriamente su aspecto profesional y a lo largo de los años ha ido modificando las propuestas comerciales y de capacitación para resultar más atractiva para los profesionales del sector, no es este su aspecto más destacado. La Feria de Buenos Aires se ubica dentro de las categorías enunciadas por Uribe Schroeder (2012) y tal como lo indicara Francisco del Carril (2012), entre las que tienen como objetivo central la venta de libros, donde se facilitan los escenarios para el intercambio comercial, como rondas de negocios, ventas al por mayor y al por menor, consecución de distribuidores, capacitación y, en un nivel mucho menor, las ventas de derechos.
Por su parte, la Feria del Libro Infantil y Juvenil se trata de un desprendimiento de la Feria del Libro de Buenos Aires, una nueva apuesta a la difusión del libro y de la lectura pero enfocado en un solo sector: el infanto-juvenil. Con un modelo de negocio ya probado y con las espaldas lo suficientemente anchas como para amparar esta iniciativa, se lanzó a un nuevo desafío plagado de las mismas incertidumbres, intereses encontrados y también creados que experimentó en sus propios inicios, enmarcada asimismo en un contexto político y económico adverso a nivel nacional. En esta oportunidad se trataba de un mercado mucho más pequeño para sustentar, apoyar e impulsar la iniciativa, de ahí la necesidad constante y permanente de apoyar políticamente una propuesta que no es autosustentable, tal como lo indicara el presidente del Comité Organizador de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, Oscar González.
Por último, el cambio de predio es la prueba tangible de la capacidad y la solidez de este evento, que le permite asumir otro tipo de compromisos y ubicarse de manera distinta en una escena cultural latinoamericana cada vez más competitiva. El cambio de predio se dio en el momento menos propicio a nivel nacional, sin embargo para la Feria del Libro de Buenos Aires era un paso obligado hacia su sustentabilidad, crecimiento y profesionalización. Salir de un espacio amparado por el Estado a otro de índole pura y exclusivamente privada significó un salto hacia adelante y una apuesta con plena confianza en el crecimiento y en la posibilidad de sostener esa estructura, tanto cultural como económicamente.
Podemos ver entonces cómo los antecedentes feriales previos y las experiencias en otras partes del mundo, como la Feria del Libro de Madrid en el Parque del Retiro, con respecto a ferias al aire libre, y la Feria del Libro de Frankfurt en recintos cerrados, dieron un marco de referencia. Sin embargo, la Feria del Libro de Buenos Aires hizo de estas experiencias un punto de partida para luego hacer su propia historia.
Comenzando por que se trata tanto de una feria como de una exposición, siguiendo por su duración y terminando con que es una feria monográfica que comenzó siendo de público y, con el correr de los años, incorporó también su aspecto profesional, a diferencia de las ferias del libro más importantes del mundo que son, en su mayoría, ferias de profesionales. Llamativamente, la Feria del Libro de Buenos Aires logró su lugar destacado en el calendario mundial de ferias del libro como una feria de público.
A lo largo del tiempo vemos cómo año a año el público ha ido acompañando esta propuesta y se ha aferrado aún más en momentos de crisis. Claro que podríamos atribuir este fenómeno a que se trata de un evento con una propuesta cultural interesante y que no implica necesariamente desembolsar grandes sumas de dinero, por el contrario, la entrada siempre ha sido accesible, cuando no gratuita. Sin embargo, a pesar de los picos en momentos de crisis o con el retorno de la democracia, el público ha acompañado de manera constante y creciente, ayudando a la consolidación de esta muestra como una de las más importantes del país y de Latinoamérica, por su repercusión y concurrencia. Esto se observa ya desde la primera edición de la Feria, tal como lo expresaba Roberto Castiglioni: “La época parecía poco propicia, 1 de marzo al 17 de marzo de 1975, no obstante los salones se colmaron”.
Pareciera que la Feria capta a ese público ávido por experimentar con productos y experiencias al cual hacen referencia Pedro Fenollar Quereda y José Luis Munuera Alemán (2008). Más de un millón de asistentes al año es la prueba y además una vidriera que ningún miembro del sector del libro quiere perderse. Durante veinte días, la Feria del Libro de Buenos Aires ocupa las principales páginas de los diarios, con todo lo que eso implica. “(…) el libro, así como quienes lo escriben, lo editan y lo leen, adquieren un papel social y mediático que de otra forma sería imposible lograr” (Padilla López, 2009: 297-298).
Los expositores que allí participan, como hemos visto, persiguen un objetivo comercial, de ventas, de distribución, de prospección de mercado, pero por sobre todas las cosas, un objetivo comunicacional tanto de instalación y consolidación de la imagen de la empresa como de contacto con profesionales y clientes con los que no tiene oportunidades frecuentes de hacerlo. No olvidemos que uno de los aspectos más importantes de las ferias comerciales es la posibilidad de establecer un contacto cara a cara con los distintos interlocutores. Ya lo afirmaba Roberto Castiglioni con ocasión del discurso de clausura de la segunda edición, haciendo referencia a las ferias callejeras: “(…) mostraron a los que quisieron ver, algo más que una necesidad de ventas o promoción”. Así lo expresaba también Roberto Chwat, en este caso sobre la Feria Infantil y Juvenil:
(…) si bien es cierto que para la mayoría de los expositores, la Feria nunca fue redituable económicamente, no se la puede medir con ese parámetro. Lo redituable es la promoción de la lectura que se realiza a través de la Feria. (Acta del 12 de septiembre de 2000).
En esa doble faceta que reúne el libro, un objeto tanto económico como simbólico, la Feria se convierte en un escenario único de distribución/exhibición de bienes culturales, del libro como mercancía cultural, así como un objeto de exhibición en sí misma con un altísimo nivel de atracción.
La Feria, así como las ferias en general, no solo aporta valor a todas las marcas que allí concurren, sino que también aporta valor a todos los agentes: organizadores, expositores, visitantes e incluso a la ciudad.[1] La Feria es además, como dice Zapata López (2012), un espacio privilegiado para establecer ideas y divulgar la producción intelectual del país, de ahí también el interés de los diferentes organismos gubernamentales en el desarrollo de esta muestra.
Desde el punto de vista industrial, ya para la exposición del año 1928 se hacía mención a la importancia de este tipo de muestras y a la necesidad de incorporar el aspecto comercial. Todos los eventos de estas características: la exposición de 1928, la feria de 1943 y la Feria del Libro de Buenos Aires, han sido impulsados por sus protagonistas, con un mayor o menor grado de apoyo estatal.
Esta muestra, como bien lo indicaba Marta Díaz, abrió un nuevo canal fundamentalmente para los editores, la posibilidad de establecer un contacto directo con los clientes, algo que siempre estaba mediado por libreros y distribuidores, de ahí también la antipatía de ese sector por un evento como este.
Es interesante observar asimismo cómo esta muestra se convirtió en el escenario de los reclamos del sector. Ya lo decía Roberto Castiglioni en las primeras ediciones: “Todo esto permitiría aunar en el esfuerzo a autores, gráficos y editores y demostrar a los poderes con facultad de decisión oficial que existía un frente por el libro”. Sin embargo, esta industria de gran importancia y tradición en el país no ha logrado a lo largo de los años obtener instrumentos de fomento estables y de importancia por parte del Estado. Todas las iniciativas tendientes a este objetivo se han visto frustradas más temprano que tarde.
En momentos de crisis nacionales y del sector, la Feria ha sabido hacer su mayor esfuerzo para incluir y colaborar con la industria. Como afirma Zapata López (2012), ha logrado cumplir un papel fundamental en la cadena de valor del libro y contribuye además a enriquecer la diversidad cultural. En la Feria, hay una proyección social ulterior (Fenollar Quereda y Munuera Alemán, 2008), cumple un papel social de importancia y es por eso que amerita una mirada atenta por parte de las políticas públicas culturales. Así lo podemos observar por ejemplo en el año 2001, con ocasión de una de las más profundas crisis nacionales cuando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires auspició el ingreso gratuito del público de lunes a viernes, o con la cesión sin cargo del predio para la realización de la Feria del Libro Infantil y Juvenil.
Roberto Castiglioni lo expresaba de esta manera durante el discurso de clausura de la séptima feria:
Resulta ocioso ya, declarar la importancia que ha adquirido nuestra Feria. Es el mayor acontecimiento del libro, y el libro es la mayor herramienta de cultura. Por tanto resulta peregrino no unir a esta Fiesta con nuestro más alto acontecimiento cultural. Cuando los elogios extranjeros son unánimes, la conclusión es que nuestra Feria es un prestigio para el país. Además cuando a la convocatoria responde la mayor cantidad de personas que se recuerde en un hecho de esta naturaleza, nos encontramos ante la mejor oportunidad para obtener un muestreo que sirva a las estrategias de una política cultural.
No es otra la conclusión cuando una Feria logra reunir a un número de personas equivalente a casi el 10% de su núcleo capitalino o un 3,5% de la población de todo el país.
El apoyo del Estado, en sus diferentes niveles, se ha visto en distintas iniciativas, además de las ya mencionadas, podemos agregar la organización de rondas de negocios, el auspicio a diferentes programas y la organización de actos culturales, entre otras. Sin embargo, la Feria del Libro de Buenos Aires se ha convertido en “una empresa cultural eficiente” (Padilla López, 2009), que pudo subsistir y desarrollarse por el impulso del sector privado: la propia industria editorial. También cabe destacar que esta feria ha alcanzado el lugar en el que está en buena medida por la impronta de algunos de sus principales impulsores, como Roberto Castiglioni, Marta Díaz, Isay Klasse, Eustasio García y Antonio Sempere, por mencionar solo algunos.
A lo largo del trabajo hemos visto cómo la Feria del Libro de Buenos Aires transitó un largo camino para convertirse en lo que hoy es, uno de los eventos culturales más importantes del país y de Latinoamérica. Independientemente de la situación de la industria editorial, la Feria del Libro ha logrado ubicarse por sobre esos factores para posicionarse como un evento de importancia cultural para el país y la región.
- La Ciudad de Buenos Aires se ha visto beneficiada por la importancia de la industria editorial y de este evento, llegando incluso a ser elegida en 2011 como “Capital Mundial del Libro” por la UNESCO.↵