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Fronteras en el sur de Mendoza
a fines del siglo XIX

Andrea Paola Cantarelli[1]

Introducción

El espacio que, desde mediados del siglo XX, se conoce como los departamentos de San Rafael, General Alvear y Malargüe de la provincia de Mendoza sufrió importantes transformaciones durante el siglo XIX y hasta la primera década del siglo XX. Este proceso tiene como punto de inicio principal en la región la fundación del Fuerte de San Rafael en la margen norte del río Diamante en 1805. A lo largo de este período, se concretó el proceso de desplazamiento de distintos grupos indígenas por parte de población hispano-criolla y, de esta manera, de la frontera interétnica. También se avanzó en la consolidación del poder del Estado, donde el establecimiento de los límites interestatales fue clave. Todo ello permitió a estos nuevos actores consolidar la ocupación y promover una nueva organización del espacio de frontera. Finalmente, a principios del siglo XX, se consolidó su articulación con el espacio económico-productivo del norte de Mendoza y de otras provincias.

La dinámica de los espacios de frontera vinculada a la producción del espacio regional y nacional es una preocupación longeva. En este trabajo se recupera este tema y se conecta a partir de planteamientos teóricos y conceptuales novedosos para los estudios regionales, intentando un cuestionamiento y una revisión de viejos conceptos e interpretaciones. Se trata de enfoques de lo que se ha dado en llamar una “nueva geografía regional” y una “nueva geografía histórica”.

El objetivo general del trabajo es analizar el proceso de construcción de las fronteras entre la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX en el sur de la provincia de Mendoza. Para ello se identifican y describen distintos elementos que conforman las fronteras, y se intentan establecer relaciones entre los procesos de construcción de distintos tipo de frontera y el rol de los principales actores en ellos. La descripción y comparación de la selección de fuentes cartográficas del espacio de estudio, sumadas al trabajo de archivo con documentos históricos y al análisis bibliográfico, constituyen el núcleo del trabajo empírico que permite analizar el proceso de construcción de las fronteras.

Algunas de las preguntas que este trabajo busca responder son: ¿cómo fue el proceso de construcción de las fronteras durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX en el espacio que actualmente se conoce como el sur de la provincia de Mendoza?; ¿qué tipos de fronteras se pueden diferenciar?; ¿qué dimensiones caracterizan los distintos tipos de fronteras?; ¿quiénes habitaban la frontera?; ¿cómo era la movilidad en la frontera?; ¿qué representaciones cartográficas de ese espacio se conocen?; ¿qué indican los elementos que aparecen representados en la cartografía?; ¿qué elementos fueron dejados de lado en las representaciones?; ¿las representaciones cartográficas seleccionadas se corresponden con las fuentes documentales?

El trabajo se organiza en cuatro apartados principales. En el primero se examina y discute brevemente la categoría de frontera a la luz de las teorías propuestas por las geografías del poder y la geografía regional político-cultural. También se explicita la metodología seguida y las fuentes utilizadas en el texto. En el segundo apartado, se presenta el desarrollo geohistórico de los procesos en la frontera entre el siglo XIX y los primeros años del siglo XX. En el tercer apartado y el cuarto, se realiza un análisis de la cartografía histórica seleccionada y, complementado con el análisis bibliográfico y documental, se presenta una caracterización de las fronteras del sur de Mendoza. Finalmente, se exponen conclusiones del trabajo realizado.

Algunas consideraciones teóricas sobre las fronteras

En las últimas décadas, alrededor del tema de las fronteras y desde distintas perspectivas, se ha renovado la discusión con interesantes aportes, como, por ejemplo: los trabajos de Bandieri et al., 2001; Benedetti, 2005 y 2007; Benedetti y Salizzi, 2011 y 2014; Braticevic, 2017; Debener, 2001; Escamilla, 1999; Gascón y Ots (ed.), 2013; Hevilla, 1998 y 2000; Lacoste, 1998; Nacuzzi y Lucaioli, 2014; Reboratti, 1990; Salizzi et al., 2019; Zusman, 1999 y 2006; entre otros[2].

Las perspectivas teórico-metodológicas que dan sustento a este trabajo se vinculan a las geografías del poder (territorio como categoría relacional) y geografía regional político-cultural (territorio como proceso de institucionalización) (Benedetti y Salizzi, 2011). También, como marcos más amplios y generales, se toman aportes de la nueva geografía histórica y la geografía crítica, fundamentalmente a partir de la concepción del espacio como instancia social de construcción histórica.

Entre los aportes de las geografías del poder, son fundamentales los trabajos de Claude Raffestin (1980) y Robert Sack (1986), bajo la influencia de los postulados de Michel Foucault. Así se incorporan a los estudios de las geografías otros actores, además de los tradicionalmente trabajados, y escalas espaciotemporales más amplias. Desde las perspectivas de las geografías del poder, se considera que son los grupos sociales los que definen sus territorios a partir de la práctica de las territorialidades, que, en definitiva, según Haesbaert (2004), son multiterritorialidades. Además, Sack (1986) vincula los conceptos de “territorialidad” y “poder” a los intereses de la geografía histórica.

Desde la nueva geografía regional, que pone el acento en la cuestión político-cultural (Paasi, 2003), se entiende que los Estados nacionales, el territorio y las identidades territoriales son construcciones históricas, y también procesos abiertos y contingentes.

Asimismo, la categoría de frontera hace referencia tanto a espacios de continuidad como de discontinuidad. Es el área donde comienzan a mezclarse las características de dos regiones diferentes.

El historiador Juan Carlos Arriaga Rodríguez (2014) se refiere a la frontera como espacio socialmente construido[3]. Postura de aparición relativamente reciente, a partir de la década de 1970, con las geografías radical y humanista, de la mano de ideas postuladas por autores como Henry Lefebvre, David Harvey y Milton Santos.

Según Maristela Ferrari (2014), se trata de una invención “para representar, organizar, controlar o dominar determinado espacio territorial”. Las fronteras son un elemento que forma parte del proceso de construcción socioespacial humano, por ello va a adquirir significados diversos y responder a las necesidades de los grupos en el tiempo y el espacio. Debido a lo anterior, afirma la autora, se ha resignificado y renovado su contenido.

Los procesos de fronterización, mediante los cuales se incorporan progresivamente tierras, recursos, mano de obra y consumidores a la producción para un mercado, forman parte del desarrollo del capitalismo y, por lo tanto, de la modernidad. Benedetti recupera esta idea de Alejandro Grimson cuando afirma que “esta noción subraya el carácter contingente de las fronteras”[4] y cita que designa

los procesos históricos a través de los cuales los diversos elementos de la frontera son construidos por los poderes centrales y por las poblaciones locales. Este concepto pretende enfatizar que, desde el punto de vista sociocultural, la frontera nunca es un dato fijo, sino un objeto inacabado e inestable (Benedetti, 2005: 63).

Benedetti y Salizzi sostienen que “la frontera es la concreción de la territorialidad, de la voluntad de resguardar al territorio desde el frente; es lo que está próximo a otros territoriales” (Benedetti y Salizzi, 2011: 150-151). Que esté en frente supone la existencia de otro. En el caso de este trabajo, se aplica a los llamados “indios fronteros” o “fronterizos” si el análisis se realiza desde la perspectiva de las sociedades hispano-criollas. Entonces la frontera es “un espacio de contacto social entre diferentes en una discontinuidad espacial” (Benedetti y Salizzi, 2011: 152). Es, como afirma Prieto, “una amplia zona de contacto cultural con influencias recíprocas en ambos grupos” (Prieto, 1989: 118).

Complejizando el análisis, las fronteras “suelen concretizar la territorialidad y por lo tanto expresan o revelan las relaciones y los conflictos de poder generados por el control de superficies discretas” (Benedetti y Salizzi, 2011: 151). En el caso de la frontera del sur de Mendoza en concreto, pero en el imaginario de la sociedad criolla argentina de fines del siglo XIX en general, la noción de “desierto” operaba como estrategia discursiva para así negar las territorialidades indígenas.

La idea anterior abre la puerta a consideración de la expresión “fronteras interiores”, utilizada para designar, por ejemplo, las que el Estado argentino mantuvo con las sociedades indígenas. Para Benedetti y Salizzi (2011), el uso de esta se presta a error. Estos geógrafos consideran que

se trataba, en todo caso, de fronteras con otro territorial, un frente con un sujeto externo que se resistía a ser sometido, que se pretendía se vuelva interno. La extensión de la territorialidad simbólica se anticipaba a la extensión de la territorialidad material (Benedetti y Salizzi, 2011: 152).

Esta situación se puede observar particularmente en una de las cartas seleccionadas, las cuales se analizará en un próximo apartado.

Como se dijo, a lo largo del período establecido para este trabajo se concretó el proceso de desplazamiento de distintos grupos indígenas por parte de población hispano-criolla y, de esta manera, de la frontera. Es que el “espacio liminar se transforma en fronterizo cuando allí quien sostiene la territorialidad hace un despliegue centrífugo de su poder”. En períodos anteriores, la frontera había sido móvil, con avances y retrocesos. “No todas las territorialidades establecen fronteras lineales y más o menos fijas durante mucho tiempo” (Benedetti y Salizzi, 2011: 152). Esto último se logró en el sur de Mendoza particularmente con la consolidación de la línea de fuertes y fortines[5] ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX.

Del análisis se desprende la necesidad de incluir el concepto de “frente” como línea fronteriza o frente pionero ya que estos conceptos están presentes en la bibliografía dedicada al área de estudio (Martins, 1996).

En este caso, la frontera se estableció sin que la precediera la definición de un límite. La línea fronteriza, frente o frente pionero, da origen al límite. Es el caso de la línea de fuertes y fortines que avanzaba sobre territorios indígenas (figura 1). Como se adelantó, se trataba de fronteras lineales y más o menos fijas durante algún tiempo. Así se puede reconstruir y cartografiar el límite en cada momento de avance, retroceso y consolidación de la frontera.

Las acciones que determinados individuos o grupos sociales con poder, principalmente económico, llevan adelante para acceder a recursos, de los que han tomado conocimiento y que anteriormente no estaban a su alcance, son el motor de la frontera. Esas acciones dinamizan el avance, espacialmente hablando, de la frontera. Entonces es cuando “el límite, la frontera y la movilidad devienen recursos, para definir estrategias de reproducción a partir del aprovechamiento de las disparidades entre territorios” (Benedetti y Salizzi, 2011: 151). En la medida que la propia frontera es un recurso, ciertos grupos, tanto locales, regionales como extrarregionales, definen sus estrategias para controlar los espacios transfronterizos.

Cada uno de los puntos sobre los que se apoya el frente o línea de frontera, cambiando la escala[6], puede ser analizado como lugares de frontera. Benedetti y Salizzi (2011: 153) afirman que “la concreción de las relaciones fronterizas se produce en los lugares de frontera”. Estos son,

por excelencia, localizaciones donde se experimentan cotidianamente las diferencias creadas por el deslinde territorial […] El sentido de lugar está profundamente atravesado por el límite: su inmediatez organiza los tiempos y los espacios cotidianos […] Cada lugar de frontera tiene su propia dinámica geohistórica, estableciéndose como recurso, sea por lo que allí mismo se localiza o por lo que se localiza en las proximidades a uno u otro lado. La función de paso genera potencialidades que son aprovechadas por diferentes grupos sociales. La accesibilidad a la diferencia, engendra continuidades sobre esa discontinuidad creada por el límite y la frontera (Benedetti y Salizzi, 2011: 153).

Estas ideas aplican particularmente a los circuitos comerciales clandestinos que, en distintas épocas, han significado una posibilidad de reproducción social para individuos o grupos. Ejemplos de la frontera sur de Mendoza, porosa, permeable, han sido bien documentados[7]. Existía tráfico de distintos productos, no solo alrededor del Fuerte de San Rafael, sino también desde estancias ganaderas, entre población hispano-criolla, indígenas, bandidos o bandoleros, exiliados, pero también con pobladores de la región al este y del otro lado de la cordillera.

Como contrapartida, también existían limitaciones o riesgos derivados de la posición fronteriza, como desabastecimiento de productos y servicios deficientes de administración, salud e higiene pública, educación, seguridad y justicia.

En resumen, la categoría de frontera, central en este escrito, es utilizada en este texto con una finalidad operativa y aplicada al estudio del territorio del sur mendocino. Esta tiene un carácter histórico, dinámico y contingente. De esta manera, las fronteras también son lugares donde las prácticas (de intercambio legal e ilegal, de alianzas o enfrentamientos, de movilidad de población) y las representaciones de los sujetos situados en distintos sitios confluyen en su constitución (Zusman, 2006).

La metodología aplicada en el análisis empírico está directamente vinculada a las fuentes documentales seleccionadas. El trabajo realizado, además de los documentos del Archivo General de la Provincia de Mendoza y publicaciones periódicas, se apoya en la producción bibliográfica de distintos autores. Algunos de ellos aportan análisis específicos del espacio de estudio desde distintas disciplinas –arqueología, antropología e historia– que enriquecen esta investigación. Otros textos aportan cuestiones metodológicas específicas, como por ejemplo el trabajo con cartografía histórica (Lois, 2018) o las referencias a la toponimia (Tort, 2003).

Para describir y comparar las distintas representaciones cartográficas del espacio de estudio, como otra base para analizar el proceso de construcción de las fronteras, se seleccionaron dos cartas publicadas en 1873 y 1901, respectivamente. Las cartas en formato digital aquí presentadas fueron tomadas a la colección de mapas históricos de David Rumsey. El criterio de selección está, por un lado, limitado por la existencia y disponibilidad de cartografía del espacio y período de estudio. Pero, por otro lado, también se han privilegiado las cartas a una escala que se considera adecuada para mostrar aportes de información significativos en relación con los objetivos propuestos.

La frontera sur de Mendoza entre los siglos XIX y XX

En este apartado el propósito es presentar algunos aspectos de los procesos producidos en la frontera sur de Mendoza principalmente durante la segunda mitad del siglo XIX. El periodo analizado finaliza durante la primera década del siglo XX, cuando se consolidó la articulación económico-productiva de este espacio con el Oasis Norte de Mendoza y otras provincias.

Los grupos indígenas que habitaron estos territorios supieron adaptarse, mediante diferentes estrategias, a las condiciones del medio natural, cuya nota dominante es la aridez. Aun así, estas limitaciones supeditaron, en cierta medida, las posibilidades tanto de los grupos indígenas, como de la sociedad blanca –cuya presencia data aproximadamente de mediados del siglo XVI– y las relaciones entre unos y otros. La escasez de recursos del área condujo a una competencia, especialmente por los recursos hídricos (ríos, arroyos, aguadas, vegas), que se convirtieron en símbolos de la ocupación efectiva de la tierra por parte de ambos grupos (ver figuras 1 y 2). Estas condiciones también influyeron en las características de la frontera y su evolución.

Según las investigaciones arqueológicas realizadas por Víctor Durán (1994), a lo largo del siglo XVIII la interconexión entre la economía blanca y la indígena se fue profundizando. Aunque los grupos indígenas aún aseguraban sus niveles básicos de subsistencia a través de actividades cinegéticas[8] y recolectoras, también se integraron en “mercados macro-regionales” para la obtención de bienes exóticos. Esto favoreció el fortalecimiento y consolidación de un vasto circuito comercial, que interconectaba a distintas regiones, desde las llanuras del este hasta los mercados trasandinos a través de los pasos o “boquetes” andinos[9] (ver figuras 1 y 2). Entre los bienes que fluían hacia el oeste, se destacaba el ganado vacuno y equino, cuya obtención, traslado, mantenimiento y comercialización exigieron organizaciones sociales y políticas más complejas. La asociación entre representantes de distintas etnias fue imprescindible y, como consecuencia, la competencia entre las nuevas “confederaciones” fue inevitable.

Florencia Roulet (1999-2001) señala que el traslado de la frontera de poblamiento al río Diamante dejaba fuera de servicio la primitiva franja de amortiguación ubicada entre los ríos Tunuyán y Diamante, que, desde 1780, contenía los ataques de los indígenas hostiles. Se abría así una nueva página en las relaciones hispano-pehuenches, en la que se pasaría progresivamente de la mera defensa fronteriza a la ocupación efectiva del territorio por parte de los grupos hispano-criollos.

La instalación del Fuerte de San Carlos (1770) en Jaurúa fue uno de los hechos que provocaron cambios significativos en las relaciones fronterizas (figura 1). Ubicado a poco más de 100 kilómetros al sur de la Ciudad de Mendoza, San Carlos fue una avanzada por el oeste que permitió asegurar el acceso a los potreros de cordillera del Valle de Uco para el comercio ganadero.

Posteriormente, se realizaron estudios para encontrar la mejor ubicación para fundar otro fuerte aún más al sur. El Fuerte de San Rafael, fundado en 1805, se encuentra a 130 kilómetros del Fuerte de San Carlos, en un sitio de muy difícil acceso, estratégico para poder ser defendido y que dominaba el cruce del río Diamante[10].

En las luchas por el control de los principales recursos hídricos y los campos de engorde del ganado, participaron chiquillanes, moluches, pehuenches, puelches, huiliches, aucas, pampas, ranquilches, entre otras parcialidades indígenas (ver figura 1). Algunos grupos más hostiles estaban liderados por Yanquetruz, Coronao, Parlatrú, entre otros. También prestaron colaboración conjuntos inestables de indios “amigos”, con quienes se mantenían tratados de aprovisionamiento, como, por ejemplo, con el cacique Goyco. Del mismo modo intervinieron la corona española y, luego, los particulares junto al Estado provincial y nacional. Igualmente participaron grupos escindidos de la sociedad blanca. Son ejemplo de ellos los hermanos Pincheira, o los hermanos Flavio y Pedro Pérez[11], que desarrollaron su actividad en el sur mendocino durante este periodo.

En el estudio de Manuel A. Sáez sobre los límites y posesiones de la provincia de Mendoza, publicado en 1873, se mencionan los distintos actos de posesión y la ocupación temporaria y permanente (potreros de cordillera) de algunos territorios del sur. El autor específicamente señala que en 1853 fueron ocupadas de manera temporaria tierras hasta el río Neuquén. Si bien esta medida no se mantuvo en el tiempo, significó un acto de afirmación de soberanía (Masini Calderón, 1985).

Asimismo, fue durante las gobernaciones de Pedro Pascual Segura, en 1845 y 1864, cuando se realizaron reformas que, consideradas en conjunto, significaron un importante aporte a la modernización de aspectos políticos-administrativos, de administración de justicia y económicos en un periodo clave de la organización nacional. Se reformó el Reglamento de Estancias, sancionado inicialmente en 1834. En el nuevo “Reglamento para el buen orden y protección de las crianzas de ganado, régimen administrativo y facultades de los subdelegados de los departamentos”, se determinaron las facultades y casos en los que debían accionar los subdelegados. Esto significó que el mando civil les fue quitado a los comandantes militares[12]. Luego, en 1855 se creó en la frontera un cuerpo de línea nacional, el Escuadrón de Dragones de Caballería n.º 3, por lo que la vieja milicia fue organizada según nuevas orientaciones (Masini Calderón, 1985). Finalmente, el gobernador Segura también mandó construir una nueva villa-fortín denominada El Nevado, con el propósito de defender el centro-sur de la provincia.

Con excepción del periodo de los Pincheira en el sur (1823-1832)[13], se podría decir que, durante el siglo XIX, el Gobierno provincial dominó los territorios del sur hasta la batalla de Pavón (1861)[14]. Después de Pavón hubo un cambio importante en la frontera. Ayudados por los acontecimientos políticos (la actividad federal en la zona se extendió hasta 1871), los indígenas dominaron nuevamente de la franja entre los ríos Malargüe y Diamante. Al mismo tiempo, creció el poder chileno y del “imperio” araucano en la zona.

A partir de Pavón se deterioró aún más la situación de la frontera, con retroceso y abandono de las poblaciones y estancias[15]. La relación con los indígenas entra en crisis, ya que, aprovechando el abandono de las tierras más allá del río Diamante, se produjeron ataques durante el período 1860-1871[16].

Como consecuencia de la peligrosa situación, en el período 1861-1876, se produjo un notable aumento del poder del comandante de las tropas nacionales concentradas en la villa-fuerte de San Rafael.

En este periodo, las distintas parcialidades indígenas intentaron mantener un difícil equilibrio en sus relaciones con tropas federales, chilenos y Gobierno provincial. Ejemplo de ello son los tratados firmados con el Gobierno argentino en 1872-1873[17].

Avanzada la década de 1870, y una vez desaparecido el poder federal luego del fracaso de la Revolución de los Colorados, creció la influencia chilena en el sur de la provincia. El poder que poseían las tribus de las Barrancas, por su ubicación, se verifica en que los ganaderos chilenos les arrendaban los campos al suroeste del río Grande y explica la existencia del “centro chileno” de Cochicó[18].

Al mismo tiempo, surgió con fuerza, entre los pehuenches, el cacique Feliciano Purrán[19]. En 1872, el coronel Ignacio Segovia, en representación del Gobierno nacional, firmó un nuevo tratado con ellos[20]. Como en otros tratados similares, no había referencias al contrabando, a pesar de que “una cantidad importante de gente vive al margen de la ley, especialmente dedicada al comercio clandestino de ganado” (Masini Calderón, 1985: 14). El 9 de diciembre de 1876, un artículo publicado en el diario El Constitucional culpa de los ataques indígenas a “los invernadores chilenos del otro lado del río Grande y a sus aliados los indios del Neuquén”. El artículo trata el punto clave del problema: “Peligra para aquellos el comercio clandestino”[21].

Esta zona de frontera porosa era, claramente, ideal para los intercambios y relaciones interétnicas que incluían hurto de ganado y comercio ilegal de bienes diversos. Algunos de los actores involucrados incluían soldados españoles desertores de la guerra del Arauco, huidos de la justicia, negros esclavos, indígenas fugados y “alzados”, bandidos, cuatreros, comerciantes y ganaderos argentinos y chilenos. Otros actores, según las fuentes, se reconocían a sí mismos como “perseguidos”, “cristianos”, “blancos”, “nacionales” y “extranjeros”.

Se puede corroborar, a través de los documentos, que hasta mediados de la década de 1870 la relación inestable con los indígenas se planteaba en un “ida y vuelta” entre las negociaciones y tratados de paz, las necesidades de aquellos y la falta de cumplimiento de lo pactado por parte de uno u otro grupo[22]. Aunque se avanzaba en la ocupación efectiva del espacio, las estrategias adoptadas para mantener la paz, basadas en la negociación con los distintos jefes indígenas (cacique, capitanejos, etc.), encontraban un tope cuando las tribus recurrían al malón como medio para obtener ganado[23].

A causa de la crisis y reestructuración del comercio ganadero, se observa la persistencia de la práctica malonera. Los numerosos ataques realizados a las distintas poblaciones localizadas en el sur mendocino entre 1850 y 1878 corroboran la situación crítica de los grupos indígenas antes de la avanzada final[24].

Gascón afirma:

[…] en el proceso de consolidar el Estado Nacional centralizado y unificado tras Pavón (1861), la Campaña de Roca contra los indígenas dos décadas después, fue, sin duda, el comienzo de la conquista de tierras para el progreso. Este imponía un cierto orden y para ello había que suprimir la relación frontera y poder (Gascón, 1989: 145).

Para la década de 1870, avanzar la línea de fuertes y fortines a las márgenes del río Negro era ya un objetivo consensuado entre las élites dirigentes argentinas (militares, políticos, terratenientes y ganaderos). A partir del desplazamiento y dominación de la población indígena, comenzó la etapa en la que se materializarían los proyectos económicos y políticos, es decir, la emergencia del naciente Estado nacional en las márgenes del territorio[25].

Desde la historia social, Debener (1999 y 2001) señala que la interpretación de la frontera no es solamente una cuestión de los que viven en ella, sino también del conjunto de la sociedad nacional que la sostiene como tal. Hacia la década de 1870, la expansión de la frontera se había convertido en una cuestión de “interés común” en las provincias, con el consenso suficiente en las elites económicas como para aportar los gastos y los riesgos que aquello implicaba. En coincidencia con Margarita Gascón (1989), plantea que, si bien los actores relacionados directamente con el circuito comercial y su territorio no fueron los únicos en el desierto, fueron los que el Estado nacional identificó como los sujetos “de un problema común” expresado en la frontera y lo que estaba más allá de ella: inseguridad, amenaza, desorden, malón, barbarie, ilegalidad, incivilización. Sin embargo, como contrapartida, el desierto no era solamente eso. Para la élite dirigente y algunos aventureros, también significaba riqueza, expansión, posibilidades de progreso, ganado, comercio y tierras de las que apropiarse.

Si bien los grupos vinculados al comercio ganadero se diferenciaban entre sí, indios, bandidos y chilenos representaban en el discurso, a mediados de la década de 1870, la “nueva amenaza” a la sociedad “nacional” que estaba en proceso de constitución.

Si para el “progreso” era condición necesaria lograr el “orden”, el desierto era un escenario que se debía ordenar y la Campaña al Desierto fue la expresión material de la expansión de la frontera nacional que imponía, además de orden, un modelo de dominación social, económica y política (Debener, 1999, 134).

En cuanto a la continuidad en el tiempo de estos actores sociales, indudablemente la campaña militar de 1879 significó un importante avance en el proceso de desarticulación del malón como empresa comercial y, por ende, la forma de apropiación de los bienes de la que estos grupos participaban. Sin embargo, no puede afirmarse que junto con el malón hayan desaparecido los actores sociales mencionados. Muy por el contrario, es posible suponer que sus prácticas continuaran vinculadas al contrabando de animales o acciones de cuatrerismo que comenzaron a engrosar con denuncias los expedientes y libros de los Juzgados de Paz y las publicaciones locales[26].

La burguesía cuyana, aunque había encontrado ricos y abundantes campos para la ganadería extensiva en las tierras nuevas del sur, se hallaba ya comprometida con el desarrollo agroindustrial vitivinícola propiciado por el Estado[27]. En el transcurso de la década de 1880, el proceso de expansión agraria ingresó en una fase en la que comenzaría a llegar población inmigrante (denominados “pioneros”, algunos poseedores de cierto capital) y capitales extrarregionales al sur de Mendoza para dedicarse al auspicioso cultivo de la vid (ver figura 2).

La producción del espacio en estudio, en las primeras décadas del siglo XX, se articuló a las condiciones generales del modelo agroexportador argentino de fines del siglo XIX. La conexión atlántica, también llamado “proceso de interiorización” de la economía, se dio primero y más fuertemente en el Oasis Norte de Mendoza atendiendo a la conformación del mercado nacional de vinos.

El circuito comercial orientado hacia el Pacífico perduró a pesar de que fue perdiendo importancia, desde mediados de la segunda década del siglo XX, como factor dinamizador para el conjunto de la economía del sur de Mendoza. La presencia de condiciones favorables para la exportación en el intercambio comercial con Chile, que caracterizó la segunda mitad del siglo XIX, se modificó después de 1913 debido a problemas específicos en el país vecino, a los controles aduaneros, a una crisis de la vitivinicultura mendocina y a la inestabilidad en el comercio exterior argentino provocado por la Primera Guerra Mundial (Richard-Jorba, 2001).

En definitiva, esta doble articulación mantuvo, en las primeras décadas del siglo XX, la coexistencia de ambos circuitos comerciales, persistiendo el tráfico de ganado en pie hacia Chile complementado por salidas de productos hacia el Oasis Norte, las provincias del litoral y Buenos Aires.

Representaciones cartográficas de las fronteras en el sur de Mendoza

El análisis de dos cartas en relación con los elementos de las fronteras que aparecen representados y su correlación con la información aportada por las fuentes y bibliografía son los objetivos de este apartado.

La figura 1 fue realizada por Martin de Moussy en 1865 y publicada, en francés, ocho años después. Esta carta muestra un muy significativo avance en el conocimiento del territorio que es objeto de este estudio. Aunque, como se adelantó, aún no se había consolidado el dominio de él.

En esta carta se puede apreciar la exactitud de la representación cartográfica de la mayoría de los elementos presentes. También se destacan las descripciones que acompañan a los nombres de ciertos lugares en dos sentidos. El primero, aportando detalles vinculados a las posibilidades de encontrar recursos hídricos y también pasturas para los animales, clave para el traslado de ganado. El segundo, advirtiendo que se trata de terrenos poco conocidos o no explorados por la población criolla, pero con algunas referencias de información dada por grupos indígenas. Esto último es un indicador del conocimiento que tenían los grupos indígenas sobre esas tierras y del intercambio de información que se producía entre estos y los exploradores, viajeros o miembros de los ejércitos.

Este caso es un ejemplo de cuando la frontera se vuelve un recurso ya que hay un interés por cruzarla (Benedetti y Salizzi, 2011). La sociedad criolla, quien sostiene la territorialidad, hace un despliegue centrífugo de su poder y avanza sobre el territorio de las sociedades indígenas. Algunos elementos dan cuenta de ese proceso de avance –visto desde la perspectiva blanca–. Se fundan y proyectan nuevos enclaves fronterizos cada vez más hacia el interior del territorio indígena. Se consolida la línea formada por fuertes y fortines. Y aparecen otras formas de avance, de tipo productivo-extractivo: las estancias dedicadas a la actividad ganadera extensiva y la explotación de yacimientos minerales (materiales bituminosos, “Rafaelita”[28], plomo y plata en “La Picaza”).

Otra particularidad de esta carta es que aparecen indicados los pasos para realizar los cruces de la cordillera (boquetes) y de los ríos[29]. Estos sitios de cruce también estaban en relación directa con el comercio ganadero y de otros productos, y con la posibilidad de realizar desplazamientos rápidamente –ya fueran ataques o retiradas–.

Esto se vincula con la continua demanda de ganado, tanto para el circuito Atlántico como para el Pacífico, que, según las fuentes, incrementó la práctica del malón, lo cual se volvió una situación particularmente crítica en la frontera cuyana desde 1860[30].

Asimismo, aparecen trazadas las rutas de expediciones de reconocimiento realizadas, en 1805 y 1806, por Luis de la Cruz y Justo Molina, y, en 1833, una por el general Ángel Pacheco y otra por el general José Félix Aldao –exgobernador de Mendoza–.

Igualmente se encuentran marcadas rutas que atravesaban territorios dominados por grupos indígenas que fueron desactivadas debido a los ataques que recibían las caravanas y las postas. Es el caso de la antigua ruta que unía Mendoza con Buenos Aires. Esta última, ubicada al sur del Fuerte Constitucional y de Melincué, fue reemplazada por rutas relativamente más seguras ubicadas al norte de la anterior.

Asimismo, están indicados algunos campamentos y rutas o rastrilladas de Puelches, Huiliches y Ranqueles. Estas tenían, a lo largo de su recorrido, agua dulce, forraje y madera, claros indicadores de que tenían un vasto conocimiento y dominio del territorio.

Figura 1. Detalle de la “Carta del territorio indio del sur
y de la región de las pampas” de 1865

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Referencias: rectángulos con bordes redondeados: grupos indígenas, pueblos de indios amigos o fronterizos; rectángulos con bordes rectos: asentamientos de población hispano-criolla (ciudades, villas, fuertes, fortines); hexágonos: cerros y volcanes; óvalos: recursos hídricos (cuerpos de agua); pentágonos: yacimientos minerales.

La segunda carta seleccionada para este trabajo corresponde al año 1901, fue publicada en castellano y realizada por el ingeniero Carlos de Chapeaurouge. Incorpora datos catastrales muy precisos tales como deslinde de propiedades y datos de los propietarios.

La información contenida evidencia el avance de la colonización y de la frontera productiva con nuevas actividades que incluyen la agricultura bajo riego artificial y las obras que la hacían posible. A su vez, la ausencia de información sobre comunidades indígenas se relaciona con la estabilización de la frontera interétnica.

Otra particularidad del plano de 1901 es la división territorial en nuevas, pero desactualizadas, unidades político-administrativas[31]. El Departamento de San Rafael fue dividido en 1877 y se creó el departamento denominado Coronel Beltrán –división territorial del departamento 25 de Mayo (denominación anterior a 1892 del actual Departamento San Rafael)–. Posteriormente, Coronel Beltrán fue suprimido en 1892 (Sanjurjo, 1991). Lo significativo es que la cartografía de 1901, siendo un plano catastral, identifica unidades político-administrativas que habían sido eliminadas nueve años antes.

La historia de las divisiones y unificaciones territoriales de los territorios del sur de Mendoza, entre 1877 y 1914 (creación del Departamento General Alvear), se puede entender, en parte, a partir de la vinculación que realiza García Álvarez (2003) entre fronteras y divisiones territoriales. El geógrafo español afirma que

como construcciones sociales… no solo reflejan diferencias objetivas internas en el seno del territorio y de la sociedad (diferencias, por ejemplo, en el paisaje natural y cultural, en la lengua, la religión, la historia, la organización económica, etc.), sino que también proyectan determinadas ideas subjetivas e intereses ideológicos, al tiempo que contribuyen a modelar dichas diferencias, ideas e intereses (García Álvarez, 2003, 70).

Otra cuestión muy interesante es la vinculación de los técnicos que realizaban este tipo de cartografía con los propietarios de las tierras que eran objeto de mensura. La respuesta a las preguntas de quién fue Carlos de Chapeaurouge, cuáles fueron sus relaciones con propietarios locales y sobre la creación del Departamento General Alvear se dejará para otro trabajo.

Figura 2. Detalle de la hoja n.° 51 del plano catastral de la Nación Argentina realizado por Carlos de Chapeaurouge en 1901

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Referencias: rectángulos con bordes rectos: asentamientos de población hispano-criolla (ciudades, villas, fuertes, fortines); hexágonos: cerros y volcanes; óvalos: recursos hídricos (cuerpos de agua); pentágonos: yacimientos minerales.
Fuente: De Chapeaurouge, Carlos (1901). “Plano catastral de la Nación Argentina, Hoja N° 51”. Buenos Aires, Eigendorf y Lesser.

Elementos para una caracterización y comparación de las fronteras del sur mendocino

Retomando los criterios de análisis y clasificación de las fronteras en Argentina desarrollados por Benedetti y Salizzi (2014) y Salizzi et al. (2019), se han organizado en el cuadro 1 los elementos trabajados en los apartados anteriores.

A partir del análisis de las fuentes, bibliografía y cartografía, se plantea la existencia e interrelación de tres tipos de fronteras en el área de estudio: interestatales e intraestatales, interétnicas y productivas.

Las fronteras interestatales se refieren fundamentalmente a las que se establecen entre entidades político-administrativas de igual orden y las intraestatales, a las subdivisiones al interior de una entidad de orden mayor[32]. En este caso, las categorías de frontera y de límite están estrechamente vinculadas a la geopolítica. En este trabajo se ha intentado avanzar en la cuestión de las divisiones territoriales departamental y provincial en relación con las fronteras, dejando de lado la definición del trazado de los límites internacionales.

Las fronteras interétnicas se refieren a los grupos humanos que entran en contacto y las relaciones que se establecen entre ellos. En el caso argentino, se refieren a las fronteras con “el indio” –incluso con una errónea mirada unificadora–, que dieron lugar a la ocupación militar, a través de fuertes y fortines, y mediante expediciones punitivas. Estas fronteras están en relación con la categoría de territorio y al ejercicio de la territorialidad –material y simbólica– de cada grupo tanto en los lugares de frontera, como en los centros de poder.

Las fronteras productivas hacen referencia a la “puesta en valor”, vinculada a las nociones de la economía capitalista[33], de ciertos espacios desde la perspectiva de la sociedad criolla que ejercía una territorialidad centrífuga. En la dimensión económica juega un rol fundamental el modelo económico-productivo imperante. En el caso de Mendoza, en este periodo, se produjo el cambio del modelo ganadero al vitivinícola, y la difusión de este se produjo desde el Oasis Norte hacia el sur. Por ello, además de producirse el avance de la frontera ganadera en el sector no irrigado, se produjo un aumento significativo de las tierras irrigadas para su cultivo (ver figura 2).

Los tres tipos de fronteras trabajados están atravesados por distintos grupos para quienes las fronteras representaban una posibilidad concreta de reproducción social. A través de la forma de vida y movilidad de estos grupos y los circuitos comerciales clandestinos asociados, se vinculan los tipos de fronteras determinadas. Asimismo, otros dispositivos como los cambios en la toponimia, la legislación, los elementos materiales y el modelo económico permiten realizar enlaces entre las fronteras definidas con fines analíticos.

Desde el punto de vista teórico, los tres tipos de fronteras están en relación, principalmente, con las categorías de región y territorio. Con la primera, debido a los procesos históricos de diferenciación a partir de la articulación-desarticulación del espacio, y, con la segunda, debido a los ejercicios de poder.

En el cuadro 1 se caracterizan los tres tipos de fronteras para el caso del sur de Mendoza teniendo en cuenta una dimensión cultural que incluye aspectos simbólicos y discursivos, y los distintos grupos y actores sociales. Luego se incluyen las dimensiones económica, política y jurídico-social, elementos materiales asociados, casos que sirven de ejemplos y referencias al desarrollo temporal de las fronteras.

Cuadro 1. Elementos para una caracterización de las fronteras del sur mendocino
Aspectos Inter e intraestatales Interétnicas Productivas
Dimensión cultural Frontera sur-interna. Civilización/barbarie-ilegalidad.
Orden/desierto.
Progreso, colonización/atraso.
Ciudad/campaña.
Nuevos topónimos: reapropiación del territorio.
Nosotros/ellos Argentinos/chilenos.
Extranjeros.
Blancos (hispano-criollos)/indios.
Distintas parcialidades.
Indios fronterizos-indios amigos/indios insumisos.
Hacendado-estanciero/arriero-puestero-agricultor-contratista de plantación.
Poderes centrales/poblaciones locales.
Bandidos, bandoleros, ladrones, exiliados políticos, caciques blancos.
Dimensión económica Desarticulación de circuitos comerciales, nuevos espacios de control.
Formación del mercado productor agropecuario y vitivinícola.
Control de áreas no incorporadas por otros Estados.
Control de la mano de obra: indígenas.
Modelo ganadero/modelo agroexportador (extrarregional)-vitivinícola (regional).
Expansión de área valorizada: aumento del precio de la tierra (mercancía), impuestos (pago-exenciones), derechos de riego.
Circuitos comerciales clandestinos: vacunos, equinos, bienes exóticos, cueros, hierro, cobre, prendas de vestir, vinos, etc.
Dimensión político-administrativa Exclusión territorial.
Cartografía catastral (apropiación simbólica del territorio).
Definición de límites provinciales e interdeparta­mentales.
División del departamento en comisarías (1878).
Creación de la municipalidad (1883).
Cambio de denominación del departamento: 25 de Mayo a San Rafael (1892).
Límite internacional.
Frontera militar.
Defensiva/ofensiva.
Disputas público/privado.
Traslado de la villa cabecera departamental a la Colonia Francesa, cambio de topónimo y llegada del FFCC (1903).
Dimensión jurídico-social “Reglamento de Estancias” (1834)/“Reglamento para el buen orden y protección de las crianzas de ganado, régimen administrativo y facultades de los subdelegados de los departamentos” (1845 y 1864).
Elementos materiales asociados Pasos cordilleranos: El Planchón, Vergara, Pehuenche, de Las Damas y Santa Elena. Fuertes de San Carlos y San Rafael.
Fortines: El Alamito, El Nihuil, Cuadro Nacional, Nuevo del Diamante, El Salto, Punta del Agua o El Nevado.
Haciendas-estancias.
Minas. Infraestructura de riego: tomas, canales, desagües.
Potreros de cordillera. Colonias/pueblos. Caminos y FFCC. Telégrafo.
Casos División del Departamento de San Rafael.
Creación/supresión del Departamento Coronel Beltrán (1877-1892), creación de General Alvear (1914).
Sur, con la Patagonia 1879-1885. Frontera ganadera (vacuna, caprina).
Frontera agrícola/colonización agrícola-ganadera (S. XIX-XX).
Desarrollo temporal Definiciones de límites provinciales y nacionales (Ley Nacional de Fronteras de 1878), Organización de los Territorios Nacionales (1884).Tratados internacionales: 1856 – 1881 – 1893 – 1902. Siglo XVI hasta fines del siglo XIX.

Nota: se utiliza “/” para diferenciar opuestos y “-” para mostrar conceptos similares o de igual clase.
Fuente: elaboración propia a partir de Benedetti y Salizzi (2014, p. 130) y Salizzi et al. (2019).

Conclusiones

Este trabajo se orientó hacia el análisis de los procesos de construcción de las fronteras, entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, en el sur de la actual provincia de Mendoza.

Las representaciones cartográficas, o sea sus imaginarios territoriales, son textos donde quedan plasmadas las percepciones sociales del territorio existentes en el momento de su confección (García Álvarez, 2003). Esta perspectiva ha permitido complementar el análisis realizado con la bibliografía y fuentes para así poder comparar los elementos y características en función de los procesos de construcción de tres tipos de fronteras en el espacio de estudio.

Se pudo comprobar en este caso el carácter dinámico de las fronteras. En el análisis de los elementos de la frontera interétnica, se puede observar su desplazamiento hacia el sur y su posterior desactivación representada por desaparición de las referencias a los grupos indígenas en la cartografía. En la misma dirección, de norte a sur, se evidencia el avance de la frontera productiva vinculada a la sucesión de la actividad ganadera, minera y, finalmente, de la agricultura bajo riego artificial. Paralelamente a estos procesos, pero profundamente vinculados, se desarrollan los procesos de las fronteras interestatales e intraestatales vinculados al establecimiento de la legislación provincial y nacional, y al ejercicio del poder mediante distintos tipos de controles –necesarios en el marco de un Estado nación inserto en la economía capitalista–.

Como se dijo, en algunas dimensiones hay elementos o características que son transversales a los tres tipos de fronteras analizadas. Esto es porque las fronteras no tenían existencia individual, funcionaban de manera interrelacionada –variando el predominio de cada tipo según el tiempo y el lugar–.

El trabajo empírico sobre las fronteras, realizado a la luz de las categorías y conceptos trabajados previamente desde la teoría, aún puede profundizarse. Además, si bien han quedado algunas preguntas sin responder y otras parcialmente respondidas, han surgido nuevas preguntas o perspectivas de análisis. De este trabajo se desprende la posibilidad de ahondar en el vínculo de la categoría de frontera con la historia de las diferentes divisiones territoriales, en la relación entre los ingenieros agrimensores y los propietarios de tierras, el enlace entre las divisiones territoriales y la posición y relaciones sociales de los propietarios de tierras.

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Periódicos

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Ecos de San Rafael, San Rafael, Mendoza (1899-1904).


  1. Departamento e Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo-GEFRE.
  2. En este trabajo se hace foco en los estudios sobre las fronteras en Argentina y se han privilegiado los estudios sobre la denominada “frontera sur”. De ninguna manera este listado pretende ser exhaustivo.
  3. Este autor agrega en su estudio las miradas de la frontera como espacio poscolonial y como espacio simbólico que complementan y complejizan la anterior.
  4. “Las fronteras, al igual que los territorios, […] pueden cambiar en su forma, su función, su fisonomía y el imaginario asociado a ellas a lo largo del tiempo, pero esto no supone que sean objetos que cambian permanentemente” (Benedetti, 2005: 63).
  5. Nacuzzi y Lucaioli (2014: 30) denominan, en este caso, a los fuertes y fortines como “enclaves fronterizos”. Las autoras denominan así “a los asentamientos coloniales que fueron instalados en parajes totalmente aislados de los centros administrativos”.
  6. Las fronteras también se definen por territorialidades de determinada escala que están en tensión con territorialidades que responden a otras escalas (Benedetti y Salizzi, 2014).
  7. Los siguientes autores, por ejemplo, han trabajado esta temática: Marcó del Pont (1994), Ramos (1996), Debener (1999), Cantarelli (2007).
  8. Relativas a la caza.
  9. Las investigaciones arqueológicas citadas por Ramos et al. (1996) llevaron a encontrar una rastrillada, camino o vereda, que pasando por Chos Malal, provincia del Neuquén, ingresaba luego en territorio mendocino. Esta sería, probablemente, un tramo seguido por los arreos de ganado provenientes de la región pampeana, en el circuito ilegal de traslado por los pasos del sur de la provincia de Mendoza hacia el mercado trasandino.
  10. Al respecto, Denis (1969: 217) explica que, “al comprobarse en los años posteriores a su fundación, la mala ubicación del fuerte San Carlos, se vio la necesidad de construir otro en un lugar más adecuado y cuya presencia más hacia el sur llegaría a desempeñar un papel de mayor alcance”. En un informe dirigido al comandante Teles Meneses, el virrey del Río de la Plata, marqués Rafael de Sobremonte, mostró su interés por una ubicación más oportuna, “que, de esta diligencia, resulten las mayores ventajas posibles a los hacendados […], y, por consiguiente, queden nuestras estancias y poblaciones interiores casi libres de toda invasión de enemigos […]”. También estaría presente en estas acciones la intención de encontrar un camino hacia la ciudad trasandina de Talca. El Fuerte de San Rafael del Diamante se componía de una población pionera de campesinos, soldados e indios “amigos”. La primera se repartía en actividades agrícolas y ganaderas principalmente, mientras que la militar combinaba las actividades propias del abastecimiento del fuerte con su principal función de custodiar la frontera.
  11. Ver, por ejemplo, el documento con fecha 8 de julio de 1867 donde el teniente coronel Ignacio Segovia relata un encuentro con indios mezclados con el bandido Pérez. Archivo General de la Provincia de Mendoza (AGPM), Carpeta 123, documento 32.
  12. Aunque las fuentes indican que habría habido una lucha de poderes entre los mandos civil y militar. AGPM, Carpeta 592, documento 74; Carpeta 593, documentos varios 2, 5a, 5b y 6. Cfr. Sanjurjo, 2006.
  13. El 12 de julio de 1829, el Gobierno de Mendoza, atemorizado por los recientes ataques contra los fuertes desguarnecidos de San Rafael, San Carlos y la misma ciudad de Mendoza, pactó con Pincheira. Le confió al coronel Pincheira la defensa de la frontera sur con el título de comandante general. Esta alianza terminó, un año después, en una traición conocida como “Tragedia del Chacay”. Cfr. Simón, 1939.
  14. La batalla de Pavón significó el fin de la Confederación Argentina y la definitiva incorporación de la provincia de Buenos Aires en calidad de miembro dominante de la República Argentina.
  15. Las tropas que debían defender la frontera también fueron afectadas por la guerra del Paraguay y por las luchas internas. Morales Guiñazú (1938) cita el ataque e invasión sufridos por los habitantes del Fuerte de San Rafael a fines de 1866 mientras que las tropas que debían guardar la frontera, al mando del comandante Irrazábal, habían sido derrotadas en Luján por las fuerzas de la revolución. Entre otras causas, la oposición a la guerra del Paraguay llevó al levantamiento conocido como la Revolución de los Colorados.
  16. Según el censo provincial de 1864: “las invasiones incesantes de los indios salvajes que se han hecho tan frecuentes en estos últimos años i el temor que ellos inspiran para lo futuro han hecho disminuir las culturas i crianzas […] Ultimamente los indios se han arrebatado como siete mil bacunos (sic) i cinco mil entre caballos i yeguas, con los demas animales en proporcion”. AGPM, carpeta 15B, documento 14.
  17. AGPM, Carpeta 123, documentos varios: 21, 23, 25, 29, 43, 44, 45, 46. Por ejemplo, en 1863 el cacique Llancaqueo se dirigió al gobernador González protestando por la falta de cumplimiento del tratado firmado (documento 21). Otro ejemplo es el documento 29 del año 1865 donde consta una copia del tratado de paz celebrado, en este caso, por el Gobierno de la Nación con el cacique Mariano Rosas. Los documentos 43 y 44, del año 1872 y 45, de 1873 muestran tratados de paz firmados con tribus pehuenches del sur de Mendoza y el cacique Purrán.
  18. Esta situación se encuentra reflejada en el Censo de 1864 (AGPM, carpeta 15B, documento 14). La localidad de Cochicó está ubicada en el centro-sur del actual departamento General Alvear.
  19. AGPM, Carpeta 123, Documentos 15, 45 y 49b. Cfr. Sosa Morales, 1940, pp. 69-70.
  20. AGPM, Carpeta 123, Documento 43.
  21. El Constitucional, Mendoza, 9 de diciembre de 1876. Citado por Masini Calderón (1985: 15).
  22. AGPM, Carpeta 123, Documentos varios: 16, 21, 23, 25, 29, 43, 44, 45, 46, 47, 49b, 49c.
  23. Los acuerdos entre las sociedades blanca e indígena tenían un carácter provisional y eran interrumpidos por diferentes motivos.
  24. AGPM, Carpeta 123, documentos varios: 15, 17, 23, 24, 25, 30, 32, 41, 48, 49b, 49c y 50. En el documento 15, del 22 de agosto de 1850, el comandante de la frontera Sur, Manuel Pedernera, informa al Gobierno provincial sobre un ataque de un grupo de 500 indígenas (moluches, baigorrinos, junto a los caciques Purrán, Ayllal, Anteluán y algunos cristianos) a las estancias del Chacay y agrega que los indios amigos huyeron.
  25. Un sugestivo documento del año 1883 ilustra sobre el alcance de las instituciones del Estado en el Departamento de San Rafael y la relación con el contrabando de ganado a Chile. En él el subdelegado de San Rafael propone aumentar de 2 a 3 el número de cuarteles, y “un decurión i dos ayudantes”, en los que se subdivide la 4.° comisaría con el fin de “alcanzar el amparo de la justicia” a los habitantes de un sector alejado de su jurisdicción ya que “muchos individuos que roban animales, sean de este departamento o de otros, toman aquella dirección para pasarlos a Chile o esconderlos en la cordillera”. AGPM, Carpeta 594 bis, documento 29, 2 de enero de 1883.
  26. Es frecuente encontrar, aún años después, menciones, denuncias, pedidos, etc. relacionados con el cuatrerismo, robo y hurto de ganado. Ver Ecos de San Rafael, 23 de julio de 1899; 4 de noviembre de 1899; 30 de diciembre de 1899; 28 de abril de 1900; 27 de mayo de 1900; 3 de junio de 1900; 18 de noviembre de 1900; 16 de diciembre de 1900…
  27. Richard-Jorba (1998) destaca que la difusión hacia el nuevo oasis del sur de la actividad ganadera y del cultivo de forrajeras y cereales fue otra transformación en el espacio productivo provincial.
  28. La “Rafaelita” es una roca de color oscuro compuesta de petróleo, vanadio y carbón (24 %) con alto valor calórico. Se encuentra en las sierras de Los Reyes, Loncoche y otras en las cercanías de los ríos Grande y Barrancas.
  29. Es interesante la representación del antiguo cauce del río Diamante que se unía al río Atuel en la denominada “playa de San Rafael”. Este detalle también aparece marcado en la carta de 1901.
  30. AGPM, Carpeta 123, Documentos varios: 41, 43, 44, 45, 48, 49b y 49c.
  31. Aquí no se ha incluido la influencia de las definiciones de límites provinciales y nacionales (Ley Nacional de Fronteras de 1878) ni la Organización de los Territorios Nacionales, en 1884.
  32. El periodo de estudio de este trabajo es parte medular del proceso de formación de la República Argentina como entidad político-administrativa. Entre 1810 y 1831, luego de la revolución que dio inicio al periodo independiente, se denominaba Provincias Unidas del Río de la Plata; entre 1831 y 1861, Confederación Argentina –pero entre 1852 y 1862 la Confederación estuvo separada de la Provincia de Buenos Aires–. En 1862, con la reunificación, comenzó a denominarse República Argentina.
  33. La aceleración del proceso de incorporación de tierras, mano de obra y capital a la actividad agropecuaria y minera se correspondería al concepto de “compresión espacio-temporal” de David Harvey (1998).


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