Matías Esteves[1], Romina Sales[2] y Bárbara Guida-Johnson[3]
Introducción
Desde finales del siglo XIX, se asiste a un proceso de crecimiento acelerado de las ciudades que determina grandes transformaciones en los usos del suelo y cambios significativos en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas. En Latinoamérica, la tendencia del crecimiento urbano hacia zonas periféricas de las ciudades incide en la configuración difusa y fragmentada del territorio, la conformación de áreas metropolitanas extendidas y la segregación social (Frediani, 2010; Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2012; Ramírez & Pértile, 2013; Martínez Toro, 2015). A su vez, las situaciones anteriores se asocian a la reproducción de desigualdades, la disminución de la cohesión social, problemas en el abastecimiento de servicios e infraestructura y la desvalorización de lo rural con la consecuente pérdida de los mejores suelos para la producción de alimentos. Por ello, la planificación de la expansión urbana y de los usos del suelo constituye un desafío emergente para las políticas públicas (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2012; Giobellina, 2014).
Argentina no es ajena a esta situación, donde el 92 % de la población habita en zonas urbanas, las cuales presentan crecimiento de forma dispar y desordenada (Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, 2011; Jefatura de Gabinete de Ministros, 2016). Una de las características principales del fenómeno de urbanización es la localización de los hogares de menores ingresos en sitios periféricos de las ciudades, con acceso limitado a infraestructura y servicios públicos, en terrenos de bajo costo y con buena localización relativa respecto a la ciudad (Abraham, Roig & Salomón, 2005; Jefatura de Gabinete de Ministros, 2016). También se registra en estas áreas el desarrollo de barrios cerrados[4] en la cercanía de los núcleos poblacionales de menores ingresos.
En este contexto, la provincia de Mendoza transita profundas transformaciones territoriales asociadas a la expansión de las áreas urbanas sobre las rurales (Abraham et al., 2005). Este fenómeno presenta una particularidad ambiental teniendo en cuenta que Mendoza se organiza sobre la base de dos polos contrapuestos bajo condiciones de aridez y según la limitada disponibilidad de agua. Por un lado, se encuentran las tierras secas irrigadas, denominadas “oasis”, que representan menos del 4,5 % de la superficie provincial, constituyen el soporte del 98,5 % de la población y concentran las principales actividades productivas debido al aprovechamiento intensivo del agua. Por otro lado, se encuentran las tierras secas no irrigadas caracterizadas por la escasa disponibilidad de agua superficial, procesos de desertificación, población dispersa y el desarrollo de actividades productivas de subsistencia (Abraham, Soria, Rubio, Rubio & Virgillito, 2014).
En las últimas décadas y al interior de los oasis, se registra un acelerado crecimiento de las zonas urbanas sobre territorios rurales, ocupando tierras dedicadas históricamente a actividades agrícolas. Entre los factores más relevantes que inciden en el avance de la ciudad, se destaca el bajo valor del suelo y la relativa cercanía a los centros urbanos consolidados, promovido principalmente por el Estado provincial y desarrolladores inmobiliarios privados (Furlani & Gutiérrez, 2004). Esto generó preocupación frente a las limitadas posibilidades de ampliar la superficie irrigada en relación con la disponibilidad de agua, los costos y la logística. De esta manera, desaparecen suelos agrícolas frente a la dificultad que implica el desplazamiento o relocalización de las actividades productivas rurales. En este contexto, se han realizado investigaciones que proponen instrumentos para el ordenamiento del territorio a fin de asegurar un mayor equilibrio entre lo rural y lo urbano y, al mismo tiempo, preservar el ambiente (Abraham, Laurelli, Montaña, Pastor & Torres, 2007; Gudiño, 2009; Nozica, 2011; Gudiño, Dalla Torre & Ghilardi, 2014; Sales, Esteves & Guida-Johnson, 2018).
La provincia de Mendoza cuenta con un marco normativo que aspira a “conciliar el desarrollo económico, social y ambiental a través de la ocupación del suelo de forma equilibrada y eficiente”(Gobierno de Mendoza, 2009, p. 1). En este sentido, la Ley 8.051 pretende proteger zonas ecológicamente aptas para la agricultura y priorizar los usos del suelo compatibles, a través de un abordaje multiescalar, integrando y coordinando acciones de la provincia y los municipios a efectos de lograr políticas consensuadas de desarrollo (Gobierno de Mendoza, 2009). Como instrumento y procedimiento, en el artículo 7.° la ley establece la elaboración del Plan Provincial de Ordenamiento Territorial de Mendoza (PPOT) –actual Ley n.° 8.999– y determina que cada municipio deberá realizar Planes de Ordenamiento Territorial Municipal (POTM) que se articulen y respondan a la problemática planteada en la ley provincial (Gobierno de Mendoza, 2017).
Previo a la sanción de la ley, cada municipio definía de forma autónoma documentos que funcionan como herramientas de planificación de los diversos usos del suelo, denominados “códigos urbanos” o “códigos urbanos y de edificación”. En estos, las zonas rurales son consideradas como territorios homogéneos sin una clara caracterización de sus particularidades, lo que se relaciona, en parte, con la utilización genérica de este término para referirse a lo no urbano. Actualmente, mientras cada municipio se encuentra elaborando su POTM, los códigos urbanos continúan vigentes.
En este contexto, el PPOT resulta un hito en materia de gestión del territorio debido a la interacción provincia-municipio a través de lineamientos para el abordaje conjunto del territorio. No obstante, los datos de campo nos permiten inferir que en la elaboración de los POTM existe un escaso diálogo entre los municipios, dado que cada uno se focaliza en los usos del suelo al interior de su división político-administrativa, ignorando las dinámicas territoriales en zonas próximas a las fronteras interdepartamentales. De esta manera, se producen potenciales puntos de conflicto en relación con lo que cada municipio define como territorio rural y urbano.
En este escenario, consideramos el concepto de “paisaje cultural” como una herramienta útil para analizar las transformaciones asociadas a los cambios de uso del suelo. Considerar el paisaje como herramienta analítica nos permite superar las divisiones político-administrativas que actualmente se presentan como límites infranqueables en la gestión municipal. Se comprende al paisaje cultural como “cualquier parte del territorio, tal como es percibida por las poblaciones, cuyo carácter resulta de la acción de factores naturales y/o humanos y de sus interrelaciones” (Consejo de Europa, 2000, p. 107). En las reglamentaciones vigentes vinculadas al ordenamiento territorial y los usos del suelo, tanto provinciales como municipales de Mendoza, no se han encontrado referencias directas al paisaje como objeto de conocimiento o gestión (Esteves & Sales, 2014). Solo adquiere protagonismo en la legislación vinculada a la protección ambiental provincial de áreas naturales protegidas.
El objetivo de este trabajo es analizar el paisaje cultural en el Oasis Norte de Mendoza para comprender las transformaciones territoriales relacionadas con la expansión urbana, prestando especial atención a los usos del suelo, las fronteras urbano-rurales e intermunicipales y la percepción de los habitantes. Anticipamos que los cambios en los usos del suelo vinculados al avance de zonas urbanas sobre rurales se presentan como una amenaza para el paisaje cultural, ya que los actuales códigos urbanos no alcanzan a mostrar las particularidades e importancia de los territorios rurales en el contexto provincial. Al mismo tiempo, los cambios de uso del suelo ocurren de manera inconexa en la proximidad de las divisiones interdepartamentales, contrario a lo que podría esperarse según el abordaje multiescalar propuesto por la legislación vigente. A su vez, la percepción de los habitantes y las características históricas del sitio resultan clave para la gestión de las transformaciones territoriales.
Herramientas metodológicas
Para alcanzar el objetivo propuesto, adoptamos una perspectiva mixta que incluye técnicas cualitativas y cuantitativas, a partir de un caso de estudio. A su vez, recurrimos a diversas escalas de análisis, tanto espaciales como temporales, para comprender las causas mediatas e inmediatas, las características de los procesos regionales, nacionales y globales y sus consecuencias en el territorio local. Seleccionamos como caso de estudio un sector del Oasis Norte de Mendoza que abarca el sur del departamento de Guaymallén (parte de los distritos de Los Corralitos, Kilómetro 8 y Kilómetro 11) y el norte del departamento de Maipú (distrito Coquimbito)[5]. Esta selección responde a que estos municipios presentan las mayores transformaciones a escala provincial, vinculadas al avance de la urbanización sobre suelos agrícolas (Scoones, 2018; Manzini Marchesi, 2015), lo que permitirá comprender las particularidades que presenta este fenómeno en las proximidades de la división intermunicipal. Sumado a ello, los distritos que conforman el caso de estudio poseen históricamente un marcado carácter agrícola debido a la presencia de suelos ricos en materia orgánica y la disponibilidad de agua superficial y subterránea a escasa profundidad. Estas características ambientales están vinculadas a la presencia de un humedal de considerables dimensiones, denominado Gran Ciénaga del Bermejo, que desde la fundación de la Ciudad de Mendoza y hasta la primera parte del siglo XX ocupaba el área (figura 1).
Figura 1. Localización del caso de estudio
Fuente: elaboración propia con base en interpretación visual en Google Earth y Nodo Científico OTM IADIZA-CCT Mendoza. Año 2019.
El área de estudio se delimitó teniendo en cuenta las calles secundarias en torno a los núcleos urbanos consolidados en los distritos antes mencionados. De esta forma, quedan incluidas al interior del área las calles principales (Severo del Castillo en Guaymallén y Arturo González en Maipú), considerando que el crecimiento del sector residencial se desarrolla a partir de estos ejes, según estudios previos. De esta forma, el perímetro del caso se conforma por las calles Adriano Gómez, Urquiza, Rodríguez Peña y Belgrano, en Maipú, y por las calles Gobernador González, Bandera de Los Andes, Milagros, Ferrari y Belgrano, en Guaymallén (figura 2). Si bien se trata de un área específica que presenta singularidades propias, se prevé que el análisis del presente trabajo sea posible de replicar en otros sitios que presenten características y problemáticas similares.
Figura 2. Delimitación del caso de estudio
Fuente: elaboración propia con base en interpretación visual en Google Earth y Nodo Científico OTM IADIZA-CCT Mendoza. Año 2019.
A su vez, seleccionamos un marco temporal para realizar una contextualización histórica desde fines del siglo XIX a la actualidad, ya que varios autores coinciden en señalar en que desde esa época se produce un marcado cambio socioeconómico que influyó en la fisonomía y el paisaje resultante en toda la región (Richard-Jorba, 2000; Brachetta, Bragoni, Mellado & Pelagatti, 2011). Luego, focalizamos en el periodo 2003-2018 para analizar los cambios de usos del suelo en el caso de estudio, ya que varios autores señalan a esa época como el periodo en que se acelera la expansión urbana sobre lo rural de la mano del mercado inmobiliario (Molina, 2013; Consejo de Coordinación de Políticas Públicas para el Área Metropolitina de Mendoza, 2018; Scoones, 2018).
En un primer momento, realizamos un rastreo bibliográfico, documental y cartográfico. Posteriormente, recurrimos a técnicas cualitativas mediante la aplicación de la técnica de la entrevista semiestructurada, notas de campo y observación directa. Estas técnicas nos permitieron identificar en campo las actividades productivas y los actores clave para comenzar a definir las fronteras y su paisaje cultural. Si bien las entrevistas realizadas resultaron una primera aproximación a los pobladores locales, nos permitieron rescatar las percepciones y valoraciones –positivas y negativas– respecto al crecimiento urbano. Para este trabajo, nos enfocamos principalmente en los pobladores que habitan en barrios abiertos y en territorios rurales. En este sentido, para continuar profundizando y ampliando la construcción del paisaje cultural, queda pendiente incorporar la mirada de los residentes en barrios cerrados.
Paralelamente, con el objetivo de identificar y cuantificar los cambios en el uso del suelo ocurridos en el caso de estudio, se utilizaron imágenes de alta resolución espacial disponibles en Google Earth. Estas corresponden a dos fechas: enero de 2003 y abril de 2018. Las categorías de uso del suelo identificadas son:
- uso urbano, definido como aquellas parcelas construidas con fines residenciales y superficie menor a 2 000 m2;
- uso industrial, el cual incluye galpones dedicados a la actividad primaria; y
- uso rural, que involucra parcelas cultivadas, parcelas con indicios de estar abandonadas pero vinculadas con actividades agrícolas y parcelas con viviendas dispersas y superficie de terreno mayor a 2 000 m2.
Con los datos obtenidos, se construyeron dos mapas de uso de suelo en escala 1:3500, uno para cada fecha bajo análisis, por interpretación visual y digitalización en Google Earth. Estos fueron luego superpuestos en un sistema de información geográfica y se calculó la superficie asociada a cada uno de los cambios de uso del suelo.
Herramientas teóricas
La conceptualización y relación entre los conceptos “territorio”, “paisaje”, “fronteras” y “límites” nos permiten estructurar el anclaje teórico para dar respuesta al objetivo antes planteado. Se considera al territorio como una construcción social, es el conjunto de relaciones sociales producidas y enmarcadas en un determinado espacio, que es apropiado y valorizado por diferentes actores –desde el Estado hasta un individuo o grupo humano– (Benedetti, 2011; Raffestin, 2011). En este contexto, resulta importante considerar a las relaciones de poder que despliegan los actores y a la territorialización, que se comprende como “un proceso de dominio (político-económico) y/o apropiación (simbólico-cultural) del espacio por los grupos humanos” (Haesbaert, 2004, p. 1). Según sea el contexto espacial y temporal, se encuentran múltiples territorialidades que en ocasiones pueden entrar en tensión. Benedetti expresa que “cotidianamente lidiamos con infinidad de territorialidades, superpuestas y de diferentes escalas” (Benedetti, 2011, p. 51).
Una de las características distintivas del territorio es su dinamismo, y por ello resulta necesario incluir la temporalidad, articulando aspectos sociales, económicos y ambientales (Sánchez, 1991). Para Di Meo, en la construcción del territorio participan tres órdenes distintos: la realidad material y concreta, la subjetividad y las representaciones sociales y culturales (1999, citado en Hernández de la Cruz, 2011, p. 3). En la articulación de estos tres órdenes, se encuentra el concepto de “paisaje cultural”[6], entendiéndose en este contexto teórico como “símbolo metonímico del territorio no visible en su totalidad que funciona como referente privilegiado de la identidad socio-territorial” (Giménez, 2001: 9). Ciertamente, hablar de paisaje cultural es posible cuando existe una mirada, una persona o un grupo que interpretan el territorio, y por ello no solo se trata de formas visibles o artísticas, sino que también presenta un fuerte componente identitario y de significados, principalmente para aquellos actores que lo habitan. En este sentido, los actores son elementos clave para el análisis del paisaje cultural, tanto aquellos que actúan de forma cotidiana sobre él como aquellos externos, pero que de manera indirecta se encuentran vinculados (Navarro Bello, 2003). Considerar a los actores permite develar las múltiples y heterogéneas miradas que expresan a través de sus representaciones culturales, tanto individuales como colectivas (Pastor & Sánchez Fuentes, 2009), lo que resulta en datos importantes para la gestión y planificación del territorio.
Conocer la historia del paisaje cultural facilita acceder a la identificación de las “recreaciones, continuidades y rupturas en la permanente transformación del territorio” ya que las formas paisajísticas “son definidas en diferentes momentos históricos, aunque coexistentes en el momento actual” (Urquijo & Barrera, 2009, p. 231). Santos expresa que el paisaje cultural es “un palimpsesto donde, mediante acumulaciones y sustracciones, la acción de distintas generaciones se superpone” (Santos, 1996, citado en Souto, 2011, p. 170). Entonces, la variable temporal es un componente esencial del paisaje cultural y la interacción entre pasado y futuro presenta potencialidades para la comprensión de las transformaciones territoriales y el desarrollo de políticas acordes, en sintonía con las percepciones de la población local.
Los conceptos de “frontera” y “límite” se encuentran muy ligados al territorio y al paisaje cultural, ya que involucran a las múltiples prácticas sociales (Benedetti, 2007), tanto físicas como simbólicas, y permiten indagar cómo se construyen y enmarcan diversas territorialidades. Se comprende al concepto de “frontera” como una construcción “permeable o porosa” donde dos zonas “diferentes” entran en contacto y se relacionan (Braticevic, 2017). Comprender la construcción de fronteras implica observar no solo los aspectos y delimitaciones físicas, sino también a los actores locales de acuerdo a sus prácticas cotidianas. Pedrazzani explica que las fronteras
no son cerradas, sino que al construirse en relación a otro tienen implícito una permeabilidad, se trata de un espacio de negociación; poseen un rol importante en las relaciones de poder, ya que comunican una demarcación social y se manifiestan e interfieren en las prácticas y representaciones socioespaciales (Pedrazzani, 2013, p. 7).
Por el contrario, se entiende a la noción de “límite” como una línea o elemento que permite poco o nulo contacto entre las fases que separa o divide, marcando así diferentes campos de acción. La distinción entre ambos conceptos sirve para entender “cómo se construye el sentido de lo propio y lo ajeno, de ‘nosotros’ y los ‘otros’” (Rizo García & Romeu Aldaya, citados en Pedrazzani, 2013, p. 7).
El avance de lo urbano sobre lo rural: conceptos y actores locales en la planificación territorial
A continuación, realizamos una caracterización histórica del caso de estudio respecto a las características ambientales y las actividades productivas. Seguidamente, analizamos los cambios de usos del suelo con respecto al avance de lo urbano sobre lo rural según el trabajo de campo, relacionándolos con la planificación vigente y las percepciones de la población local.
El caso de estudio se localiza en el sector este del Oasis Norte, denominado “cinturón verde agrícola”, que constituye un agroecosistema diversificado, orientado hacia la producción hortícola para mercados en fresco, aunque también se practica la vitivinicultura y el cultivo de frutales (Van de Bosch & Ruggeri, 2014). La proximidad al Área Metropolitana de Mendoza facilita el suministro de los productos agrícolas a mercados de concentración locales, su comercio hacia otras provincias (Van de Bosch & Ruggeri, 2014) y la exportación a mercados extranjeros.
Las actuales características ambientales y productivas del caso de estudio se comprenden a la luz de los procesos históricos. En efecto, como ya fue mencionado, se registraba la presencia de la Gran Ciénaga del Bermejo. Desde 1850 hasta la década de 1930, se realizaron diversas acciones estatales para favorecer el drenaje del humedal y aprovechar esas tierras para la agricultura. Las históricas actividades productivas del área estuvieron vinculadas con los modelos económicos a escala provincial, en un primer momento vinculado al comercio ganadero con Chile y en un segundo momento con el desarrollo de la vitivinicultura. El predominio de la vid en la zona se mantuvo hasta la crisis de 1970 que implicó el desplazamiento de la vid por los productos hortícolas que adquirieron mayor protagonismo. Desde la década de 1990, comenzaron a construirse barrios en diversos sectores, lo que provocó una amenaza a los suelos productivos debido al abandono de parcelas históricamente productivas y la fragmentación del territorio (figura 3).
Figura 3. Modelos económicos preponderantes a escala provincial y su relación con el caso de estudio
Fuente: elaboración propia, 2019.
Humedales, vitivinicultura y crecimiento urbano: tres hitos históricos para la comprensión del territorio
Existen registros cartográficos y descriptivos que dan cuenta de la existencia de la Ciénaga del Bermejo hacia el este de la Cuidad de Mendoza (Ponte, 2005), abarcando parte de los municipios de Guaymallén, Maipú y Lavalle. Dussel expone que desde el siglo XVI y XVII
nos encontraríamos con una extensa superficie relativamente húmeda, con un área palustre, de carrizales, cenagales y bañados […]. Durante dos siglos este paisaje se mantuvo igual, con un uso del suelo que combinaba parcelas destinadas a la agricultura con extensiones de uso comunitario de las pasturas (Dussel, 2013, p. 5).
La zona rural en torno a la Ciudad de Mendoza se extendió en sentido norte-sur para aprovechar la pendiente natural del terreno para el riego y en relación con el trazado del canal principal que trasladaba el agua desde el río Mendoza hasta la ciudad (hoy Canal Cacique Guaymallén). A principios del siglo XIX, la ciénaga constituía una barrera hacia el este que dificultaba el crecimiento de las áreas cultivadas ya que la excesiva presencia de agua dificultaba el desarrollo de la agricultura y anegaba los campos próximos, además de generar preocupaciones por la salubridad (Prieto, Abraham & Dussel, 2008). Por ello, la población local realizó diversos reclamos al Estado provincial para que se controlara esta situación. Desde el año 1850 se trabajó de forma constante para lograr la desecación a partir de la construcción de diversos canales de drenaje y lograr así el aprovechamiento de tierras para la producción agrícola (Prieto, Abraham, & Dussel, 2008). El Estado -provincial y nacional- asumió un rol activo en las acciones de desecación, acompañado por los productores locales quienes construían zanjas de drenaje, denominadas “sangrías”, que atravesaban las parcelas cultivadas (Prieto, Rojas, Castrillejo, & Hernández, 2012).
Las acciones de desecación eran motivadas también por los cambios económicos, sociales y tecnológicos de finales del siglo XIX. Éstos implicaron el desarrollo masivo de la vitivinicultura como modelo económico principal a escala provincial (lo que hizo necesario disponer de mayor superficie productiva ampliando los límites del oasis) y el tendido del ferrocarril (y la conexión con Buenos Aires hacia el este donde estaba la ciénaga). Además, incidió la afluencia de inmigrantes (con mayor demanda de tierras para cubrir la mano de obra disponible) y la necesaria sistematización del riego (Prieto, Rojas, Castrillejo, & Hernandez, 2012). Según los registros bibliográficos, estas intervenciones dieron resultado ya que “hacia la década de 1930 la superficie palustre estaba bajo producción agrícola” (Prieto, Rojas, Castrillejo, & Hernández, 2012, p. 12).
En el caso de estudio, en sintonía con el éxito del modelo productivo de la vid a escala provincial, predominaron desde finales del siglo XIX las actividades vitivinícolas (Ponte, 2005; Dussel, 2013). Actualmente, la presencia de varias bodegas en la zona da cuenta del peso que alcanzó esa actividad (Guaycochea de Onofri, 2001). Sin embargo, a partir de la gran crisis en la producción vitivinícola de la década de 1970, se registra la preferencia por los cultivos hortícolas, aspecto que se refuerza con el crecimiento demográfico del Área Metropolitana de Mendoza y la consecuente “necesidad de tener un área hortícola de aprovisionamiento diario” (Furlani, Gutiérrez, Butera, Triolo & Pérez Romagnoli, 1973, p. 56). Los censos agropecuarios dan cuenta de cómo la vitivinicultura fue cediendo terreno a las actividades hortícolas hasta ser superada por esta en términos de superficie[7]. Algunos entrevistados reconocen las dificultades que implicaba la producción de la vid en comparación con los cultivos hortícolas:
Era complicado el tema de la viña porque uno cuidaba la plantación todo el año y venía una manga de piedra [granizo] y te destruye todo, y después que por el vino pagan muy poco y nada y se trabaja todo el año para nada. En cambio, con la acelga se produce todo el año (entrevista a pobladora. Trabajo de campo, 2018).
El protagonismo que cobró la horticultura también se refleja en las fiestas provinciales. En Guaymallén se desarrolla la Fiesta Provincial del Camote, que se celebra desde hace diez años y en la cual las actividades se concentran en los distritos rurales del departamento. Esta fiesta celebra la producción de la hortaliza, que es ícono del municipio y ha sido certificado como uno de los productos de mejor calidad en Argentina y el extranjero (Municipalidad de Guaymallén, 2018). También desde el 2014 se celebra el Festival del Ajo. Estos eventos dan cuenta de que la producción agrícola forma parte de la construcción histórica del paisaje. De igual manera sucede en Maipú, el cual se encuentra representado con el eslogan “Maipú, cuna del vino y del olivo”. Es decir, las actividades productivas son elementos de referencia e identidad.
La agricultura en general, y especialmente la horticultura, fue favorecida por la disponibilidad de agua superficial y subterránea a escasa profundidad. Ciertamente, una de las características diferenciales del caso de estudio es la presencia de surgentes –naturales o perforaciones– que dan cuenta de la disponibilidad permanente de agua (figura 4).
Figura 4. Surgente de agua junto a plantación de hortalizas
Fuente: autores, 2018.
Del análisis histórico presentado, aún quedan relictos en el paisaje cultural actual. Identificamos diversos elementos vinculados a la presencia de agua: surgentes, canales de riego realizados por el Estado provincial y zanjas de drenaje que realiza la población local (figura 5). Asimismo, observamos edificaciones típicas –viviendas y galpones– donde se observa el uso de materiales naturales, técnicas constructivas y estrategias que la población llevaba a cabo para adaptar el hábitat humano a las posibilidades que ofrecía el soporte físico-biológico. Ciertamente, en la zona predominaba el uso de la quincha, donde las construcciones presentaban un sobrecimiento de piedra para proteger al muro de barro de la humedad del terreno. El uso de este sistema se vincula con la liviandad que alcanza, evitando así hundimientos y mejorando la respuesta frente al sismo (Cuitiño & Esteves, 2019). La construcción con quincha resultó la variante más apropiada a la construcción con adobe, que fue el principal material constructivo que se utilizó en la provincia.
Figura 5. Zanjas de drenaje realizadas por la población local entre parcelas de cultivo (izquierda) y técnica constructiva con materiales naturales del lugar (derecha)
Fuente: autores, 2018.
Desde 1970, para hacer frente a la crisis se necesitó una gran inversión en tecnología para mejorar la calidad de los productos y, con ello, la competitividad de la producción. Quienes no pudieron asumir los altos costos que implicaba su adaptación a este “nuevo modelo” no resultaron competitivos y debieron reorientar su economía (Roitman, 2000). En algunos casos, los productores vendieron sus tierras frente a la imposibilidad de invertir en tecnología. En otros casos, se registra la subdivisión de la tierra por diversas sucesiones, de forma que se redujo la superficie factible de ser cultivada y por ende la rentabilidad, lo que provocó el abandono de la actividad agrícola y la posterior venta del terreno (Furlani et al., 1973; Scoones, 2018).
En este contexto, el avance de las zonas urbanas sobre las rurales comenzó a tomar protagonismo desde la década de 1990, de la mano de diversos actores con intenciones de aprovechar el bajo costo de las tierras en territorios rurales en comparación con lotes ubicados dentro de las zonas urbanas consolidadas (Furlani & Gutiérrez, 2004). En esta línea, el Estado provincial resultó un actor clave en la construcción de viviendas sociales. Asimismo, desarrolladores inmobiliarios privados generaron proyectos de vivienda unifamiliar, destacándose la construcción de barrios cerrados. Scoones (2018) expone que estos últimos actores aprovecharon el bajo costo de los terrenos para desarrollar proyectos que conviven con enclaves de pobreza o barrios de bajo poder adquisitivo, produciéndose en un mismo sector la coexistencia de diferentes clases sociales. El desarrollo de barrios cerrados generó límites con la finalidad de evitar o regular la circulación libre de personas ajenas al emprendimiento. Esta configuración incidió en la fragmentación del territorio y segregación socioespacial (Roitman, 2003), ya que las nuevas urbanizaciones ignoran –en la mayoría de los casos– el contexto en el que se encuentran.
Entre lo tradicional y lo emergente en la competencia por los usos del suelo en el caso seleccionado
Con el objetivo de comprender y espacializar las transformaciones territoriales ocurridas en los últimos 15 años en el caso de estudio, evaluamos los cambios de usos del suelo a partir del análisis de imágenes satelitales (figura 6). Puede apreciarse que en el período analizado tanto el uso urbano como el industrial han avanzado sobre territorios rurales.
Figura 6. Mapa de cambios de uso del suelo entre 2003 y 2018
en el caso de estudio
Fuente: elaboración propia con base en interpretación visual en Google Earth y Nodo Científico OTM IADIZA-CCT Mendoza. Año 2019.
Posteriormente, se calcularon las superficies correspondientes a cada categoría y los cambios que presentan (tabla 1 y tabla 2). Durante todo el período analizado, predomina el uso rural, el cual representa el 89,6 % y 76,4 % de la superficie del caso de estudio, respectivamente. En el año 2003 se encontraba a continuación el uso industrial, con el 5,8 % de la superficie total del caso, mientras que en el año 2018 el segundo lugar era ocupado por el área urbana, con el 12,9 %. Considerando que el uso rural es el que se transforma tanto a urbano como a industrial durante dicho período, es el uso que registra la mayor parte de los cambios, los cuales representan el 13,1 % de la superficie total. Sin embargo, si se analizan los cambios relativos a lo que cada categoría ganó o perdió, los mayores cambios se detectan para el uso urbano, el cual se expandió sobre una superficie que equivale al 63,9 % de lo que dicha clase ocupaba en el 2003.
Tabla 1. Superficie absoluta (ha) y relativa con respecto al área total (%) de cada uso del suelo identificado en 2003 y 2018. Se indican los cambios absolutos (ha) y relativos al total del área (%) para el período analizado
Usos del suelo | Superficie 2003 (ha) | % del total | Superficie 2018 (ha) | % del total | Cambios (ha) | % del total |
Urbano | 127 | 4,7 | 351 | 12,9 | 224 | 8,3 |
Rural | 2 435 | 89,6 | 2 078 | 76,4 | -357 | -13,1 |
Industrial | 157 | 5,8 | 290 | 10,7 | 133 | 4,9 |
Total | 2 718 | 100 | 2 718 | 100 |
Tabla 2. Superficie absoluta (ha) y relativa con respecto a la superficie de cada clase (%) de ganancias y pérdidas de cada uso del suelo para el período analizado
Usos del suelo | Ganancia (ha) | % de la clase en 2018 | Perdida (ha) | % de la clase en 2003 |
Urbano | 224 | 63,9 | ||
Rural | 357 | 14,7 | ||
Industrial | 133 | 45,8 |
A partir del análisis de los datos, podemos afirmar cambios en el paisaje cultural asociados a la pérdida de actividades rurales que ceden espacio a los usos urbanos e industriales. Asimismo, identificamos que los cambios más significativos se desarrollan en torno a dos elementos: la cercanía a núcleos urbanos consolidados y la adyacencia a las calles principales del caso de estudio (Severo del Castillo y Bandera de Los Andes en Guaymallén y calles Urquiza y Rodríguez Peña en Maipú). En relación con esto, podemos inferir que la expansión relacionada al primer elemento se debe a la disponibilidad de servicios e infraestructura, mientras que el segundo elemento propicia el crecimiento por la cercanía a medios de transporte público y vías rápidas de circulación vehicular que facilitan el desplazamiento y la comunicación con la Ciudad de Mendoza. De igual manera, los datos indican que el crecimiento urbano no se desarrolla de forma compacta, sino que los nuevos emprendimientos se alternan con parcelas cultivadas de forma que generan características de una ciudad dispersa (Mesa & De Rosa, 2006; Urriza & Garriz, 2014).
A partir de estos resultados, y en relación con las fronteras construidas por parte de los códigos municipales y las percepciones de los actores locales, nos preguntamos cómo planifican los municipios los diversos usos del suelo frente a las transformaciones territoriales. ¿Son consideradas las singularidades que presentan los territorios rurales y los territorios construidos en la frontera entre lo urbano y lo rural? ¿De qué manera la planificación municipal vigente considera el paisaje cultural?
Los códigos urbanos de Guaymallén y Maipú se ocupan principalmente de regular los usos del suelo hacia el interior de las divisiones departamentales, haciendo escasa o nula referencia a los territorios en las fronteras urbano-rural e intermunicipal. A su vez, no se encuentran referencias directas vinculadas a las características de las actividades productivas que se desarrollan en cada municipio, sino que se contempla a todo lo rural como un territorio homogéneo (denominado “agropecuario” en Guaymallén y “rural” en Maipú). Esta denominación genérica evita rescatar sus particularidades, ya que, de acuerdo al tipo de cultivo predominante, se podría planificar superficies de parcelas adecuadas, cantidad de riego e infraestructura necesaria, definir rutas culturales, identificar áreas de amortiguación de las actividades industriales que se realizan para evitar impactos ambientales a las urbanizaciones, entre otras cosas. Sin embargo, a través del análisis documental observamos que la planificación municipal brinda lineamientos exclusivamente en relación con las actividades urbanas que pueden realizarse en cada zona y limitaciones con respecto a las edificaciones (tipos, altura y superficie cubierta).
Al comparar los códigos con los resultados obtenidos del análisis de imágenes satelitales, se destaca que Guaymallén define zonas agropecuarias en sectores del caso de estudio donde identificamos transformaciones de rural a urbano e industrial. Asimismo, el código de Maipú define como uso urbano al sector de Coquimbito; sin embargo, Guaymallén define a las áreas adyacentes a Coquimbito (distritos Kilómetro 8 y Kilómetro 11) como uso rural. Esto implicaría puntos de conflicto y un riesgo para la conservación de zonas productivas si consideramos que la urbanización continuaría avanzando en relación directa con la presencia de servicios e infraestructura en núcleos urbanos consolidados y la cercanía a vías vehiculares de rápido acceso, incidiendo principalmente en los espacios rurales que como intersticios quedan entre las zonas urbanas identificadas, producto de la fragmentación del territorio (figura 7). Esta situación actualmente no es contemplada en la planificación y es aquí donde radica la importancia del abordaje multiescalar del territorio y la comprensión de las fronteras como una construcción permeable y dinámica. Por ello, consideramos al paisaje cultural como herramienta útil para la planificación y gestión territorial que permite superar la mirada sesgada que considera como límites a las divisiones políticas administrativas.
Figura 7. Potencial avance de zonas urbanas sobre territorios rurales
Fuente: elaboración propia con base en interpretación visual en Google Earth y Nodo Científico OTM IADIZA-CCT Mendoza. Año 2019.
Los resultados obtenidos se reflejan también en las percepciones que los pobladores construyen alrededor de las transformaciones del paisaje cultural y las diversas fronteras. Los datos de las entrevistas señalan que el avance de la urbanización conlleva problemas de contaminación, congestión vehicular y la construcción de barrios cerrados que contrastan con los barrios abiertos. Algunos entrevistados residentes en territorios rurales manifestaron que, previamente al avance acelerado de la urbanización, la zona brindaba mayor tranquilidad y contacto con la naturaleza. En palabras del entrevistado:
Nos mudamos acá para alejarnos de la ciudad y cada vez vemos que hay más barrios cerrados. Todo esto eran olivos y por allá perales. Ahora nada de eso subsiste. Es terrible como cambia (entrevista a pobladores. Trabajo de campo, 2018).
Otra de las percepciones en torno al avance urbano se relaciona con las dificultades de los pequeños productores para subsistir frente a los proyectos inmobiliarios y competir con los grandes emprendimientos agrícolas. Los entrevistados hicieron referencia principalmente a la baja rentabilidad de la producción agrícola en comparación con los proyectos inmobiliarios:
Imaginate que teníamos todo eso chacra y lo trabajábamos con mi hermano, mi esposo y mis hijos, ahora queda ese pedazo de ahí que es de mi yerno y mi hermano trabaja ese pedazo de acá. Es lo único que nos está quedando, porque el dueño de las tierras no quiere cultivar más. Ahora se está perdiendo la época en que se plantaba zapallo, camote…con el tiempo vamos a comprar todo en carrito (entrevista a pobladora. Trabajo de campo, 2018).
Pasa que acá da más guita lotear y hacer barrio cerrado que estar rabiando con el precio de las hortalizas que ya no valen nada. El tipo agarra, lotea y ¿cuánto sale un lote? Es plata fácil (entrevista a poblador. Trabajo de campo, 2018).
Podemos afirmar así que el paisaje cultural expresa una combinación de usos rurales, urbanos e industriales sin un claro ordenamiento que supere las divisiones político-administrativas y considere la multiescalaridad de los procesos.
Conclusiones
En el presente trabajo, reflexionamos acerca del concepto de “paisaje cultural” como herramienta para pensar en la planificación territorial. El caso de estudio nos permitió comprender de qué manera la frontera del avance urbano carga al territorio de singularidades propias que aún no se encuentran trabajadas en profundidad en los documentos que respaldan el marco legal de ordenamiento territorial de la provincia de Mendoza, aspecto que incide de forma negativa en la planificación de los usos del suelo. Interesa remarcar que el caso de estudio, a diferencia del resto de la provincia, no se caracteriza por la escasez de agua, sino por su exceso, lo que resulta una característica diferencial para comprender la importancia agrícola de la zona y la relevancia de proteger estas actividades.
El análisis de los datos señala que el cambio de uso del suelo más significativo de las últimas décadas se vincula al avance de lo urbano sobre territorios rurales. En esta expansión de la ciudad sobre el campo, se reconocen nuevos y diversos usos del suelo vinculados con la construcción de nuevos barrios. Estas transformaciones amenazan el paisaje cultural y los valores naturales e históricos del territorio al determinar la desaparición de tierras dedicadas históricamente a actividades agrícolas, desaprovechando suelos ricos en materia orgánica y parcelas con derecho a riego.
Asimismo, los datos de campo nos permiten afirmar la importancia de trabajar con múltiples escalas, tratando a las divisiones interdepartamentales como fronteras. Si bien la normativa provincial de ordenamiento territorial es un hito en materia de planificación y asegura la interacción provincia-municipio, así como también el desarrollo de planes de ordenamiento territorial municipal, aún no se observan líneas concretas de acción respecto a la vinculación entre municipios para atender la conceptualización de los territorios rurales y su planificación.
El abordaje del paisaje cultural permitió superar la conceptualización de las divisiones político-administrativas como límites para tratar al territorio como una unidad, rescatando los valores naturales y culturales que presenta cada zona. El paisaje cultural da cuenta de las sucesivas territorializaciones y facilita observar las marcas de diferentes momentos históricos y sus actuales características. En este sentido, destacamos la fuerte componente histórica del paisaje del caso de estudio a partir de la identificación de diversos elementos asociados a la identidad territorial. La actividad agrícola es resignificada también en la comunicación municipal y sus festividades. En este sentido, proponemos que el diseño de la agenda pública se enfoque en el paisaje cultural y sus fronteras que permitiría incluir las características singulares que presentan los territorios y las percepciones de los actores locales.
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- IADIZA, Universidad Nacional de Cuyo, Gobierno de Mendoza, CONICET. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad Nacional de Cuyo.↵
- Los barrios cerrados son zonas residenciales delimitadas por muros y barreras, con control y vigilancia permanente que impide el ingreso de los no residentes. La privatización del espacio público es la característica distintiva de este fenómeno residencial (Roitman, 2000).↵
- En la provincia de Mendoza, las denominaciones de “municipio” y “departamento” responden a una misma entidad territorial. En su interior, cada municipio o departamento se organiza en distritos. ↵
- El paisaje como objeto de estudio ha transitado del término pictórico, a noción y a concepto (Contreras Delgado, 2005; Souto, 2011). Resulta de la acción intencionada, imaginativa y creativa de los grupos sociales frente a la naturaleza y no se corresponde con una disciplina específica. Por ello, diversos autores utilizan el concepto de “paisaje cultural” para referirse a aquel que implica la interacción entre naturaleza-cultura y así diferenciarse de otros conceptos similares propios de otros campos del saber, como el paisajismo, la ecología del paisaje y otros.↵
- Para el año 1937, la superficie cultivada con viñedo en Guaymallén alcanzaba las 7 400 ha, mientras que la horticultura sumaba 319 ha. Para el año 2008, la superficie con viñedo ocupaba 1 348 ha y la horticultura alcanzó las 2 046 ha (Ministerio de Agricultura, 1939; Instituto Nacional de Estadística y Censos, 2008).↵