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Introducción

A través del presente libro, escrito en gran parte en el contexto de la pandemia 2020-2021 y en el marco del cumplimiento del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), presentamos los resultados del proyecto de investigación “Salud mental, procesos de crianza e infancias: entre la acción comunitaria y las políticas públicas”, desarrollado por un colectivo de investigación interdisciplinario de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Comahue 8FACE-UNCo[1].

En dicho proyecto nos propusimos, desde un enfoque cualitativo de investigación, analizar comprensivamente experiencias comunitarias vinculadas al campo de la salud mental y a los procesos de crianza de las infancias en las provincias de Río Negro, Neuquén y La Pampa (Patagonia argentina) durante el período 2018-2021. Al mismo tiempo, buscamos recuperar los saberes sociales que estas experiencias aportan al diseño y la reformulación de las políticas públicas vinculadas a las infancias.

Las experiencias comunitarias incluidas y cuya caracterización desarrollamos a lo largo del libro son las siguientes:

  1. De la provincia del Neuquén: la Asociación Civil GAIA-Nueva Crianza[2] (NC), la cual alberga a familias y amigues de niñes[3] y adolescentes trans[4] del Alto Valle de Río Negro y Neuquén; la Asociación Civil Lazos Azules (LA), espacio integrado por personas con TEA (trastorno del espectro autista)[5] y sus familias, así como por amigxs y profesionales vinculados a esta problemática, y que se desarrolla también en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén; y los Consejos de Niñxs de la ciudad de San Martín de los Andes, los cuales tienen origen en el proceso realizado por la comunidad respecto a las políticas públicas de niñez y la participación ciudadana de niñxs como sujetxs políticxs.
  2. De la provincia de Río Negro: la ONG Cannabis Medicinal Río Negro (CAME RN), vinculada a familias que hacen uso del cannabis medicinal para paliar el padecimiento de distintas patologías, incluidas patologías en las infancias, y que tiene sede en la ciudad de Cipolletti; el Centro de Equinoterapia y Actividades Ecuestres Kawell Anay de la ciudad de Catriel, orientado al trabajo con infancias con diversidad funcional; la organización Madres con Madres de Fiske Menuco[6], vinculada al trabajo con familias gestantes y lactantes; el Espacio de Niñez y Adolescencia de la ONG Quillagua, también de Fiske Menuco, dirigido al abordaje de situaciones de violencia familiar; y el Club Deportivo Fiske Menuco, de la misma ciudad, dirigido al trabajo con infancias y adolescencias desde el deporte.
  3. De la provincia de La Pampa: Papás Autoconvocados del Jardín de Infantes n.° 12 de la localidad de 25 de Mayo, orientado a infancias que sufrieron situaciones de abuso sexual infantil.

Los criterios para la selección de las experiencias fueron los siguientes: la diversidad de iniciativas, la vulnerabilidad de la población en relación con la cual se organiza, el carácter alternativo de la experiencia, la continuidad en el tiempo, el interés del colectivo de investigación y la accesibilidad de la experiencia. Estos criterios se fueron reelaborando en el transcurso de la investigación, estableciéndose como central el carácter alternativo de las iniciativas respecto a una sociedad que entendemos como capitalista, patriarcal y colonial (De Sousa Santos, 2010), a la vez que signada por una pedagogía de la crueldad (Segato, 2018).

Las principales dimensiones de análisis consideradas fueron: las necesidades y situaciones problemáticas a partir de las cuales surgen las distintas experiencias, lxs protagonistas de estas y el lugar que lxs niñxs ocupan en ellas, los objetivos que se proponen, los tipos de acciones que realizan, los sentidos que las atraviesan, las afectividades y emocionalidades que las habitan, el campo de las oposiciones en el que están inmersas, las incidencias materiales y simbólicas que producen, y los impactos en las políticas públicas que despliegan. En el apartado que sigue, definimos conceptualmente cada una de estas dimensiones.

Asimismo, en este libro, damos cuenta de las transformaciones que estas iniciativas experimentaron durante el primer tiempo de la pandemia y en el contexto del ASPO, así como también describimos los cambios desplegados en nuestra estrategia metodológica de investigación durante este tiempo.

El contexto teórico y las dimensiones de análisis utilizadas

El contexto conceptual (Maxwell, 1996) o marco sensibilizador (Denzin, 1978, en Patton, 2002) de este proyecto está conformado por dos grandes ejes que contienen conceptos orientadores (Blumer, 1982[1969]): el primero es el de acción comunitaria y políticas públicas; el segundo abarca la salud mental, los procesos de crianza y las infancias.

Dentro del primero, definimos las acciones comunitarias como aquellas que son realizadas por lxs miembrxs de una comunidad en función de transformar situaciones problemáticas (Montenegro, Montenegro e Iñiguez, 2006) o que son motorizadas desde los propios deseos y afectividades de dichxs miembrxs (León Cedeño, 2010). A la vez, definimos las políticas públicas como el conjunto de iniciativas y respuestas, manifiestas o implícitas, que, observadas en un momento histórico y en un contexto determinado, permiten inferir la posición predominante del Estado frente a una cuestión que atañe a sectores significativos de la sociedad (Oszlak y O’Donnell, 1995).

Asimismo, entendemos que las experiencias comunitarias buscan incidir en el campo social y político, desde abajo, desde una perspectiva contextual, crítica y emancipadora, con el propósito de revertir los sistemas de valores dominantes (Torres de Torres, 2016). En este contexto, consideramos que las iniciativas comunitarias estudiadas no solo encierran un enorme potencial y una gran riqueza, sino que surgen, al menos en parte, debido a que hay necesidades e intereses en relación con las infancias que no están cubiertos ni por el Estado ni por otras instituciones u organizaciones sociales.

Dentro del segundo eje, situamos a la salud mental como una disciplina del campo sociopolítico (Galende, 1992) y afirmamos que es un componente esencial de la salud integral. Se trata de un campo de prácticas desde el cual se realiza el abordaje de la dimensión subjetiva del proceso de salud/enfermedad/atención[7] y desde el que se enfatizan los procesos de humanización de la atención. Así, la salud mental se incluye en el marco de la salud en general, haciendo hincapié en las capacidades de las personas, los grupos y las comunidades[8].

De igual modo, definimos la salud mental como la capacidad de las personas para amar, aprender, crear, trabajar, enfrentar crisis y conflictos y convivir en sociedad en una integración activa dando sentido a su propia existencia. La salud mental es construida desde lo relacional y caracteriza el modo de vincularnos con los demás (Fushimi y Giani, 2009). Asimismo, siguiendo a la Ley Nacional de Salud Mental n.° 26.657[9], la entendemos como un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona.

Dentro del segundo eje también, entendemos los procesos de crianza como las prácticas históricas, culturales y familiares que, actuando por separado y en forma conjunta, tienen influencia en el desarrollo del niñx y en su manera de relacionarse con el mundo (Chattas, 2004). Al mismo tiempo, consideramos que las pautas de crianza obedecen a sistemas de creencias que han sido legitimadas en pautas de comportamiento y que tienen el carácter de orientadoras del desarrollo. Como sostienen Darling y Steinberg (1993), dichas pautas de crianza implican toda una constelación de actitudes de lxs padres, madres o cuidadorxs que se traducen en prácticas específicas que influyen en los comportamientos infantiles.

En nuestra sociedad, el proceso de crianza está vinculado principalmente a la familia, entendida como un conjunto de personas en interacción, en un sistema organizado de manera estable y en estrecha relación cuya función es la de satisfacer necesidades básicas, y la cual tiene una historia y un código propios que la hacen singular (Minuchín, 1995). No obstante, este enfoque centrado en la familia se ve ampliado por la perspectiva de la ecología del desarrollo humano de Bronfenbrenner (en Núñez, 2008), desde la que se señala que el ambiente importante para la crianza del niñx no se limita a un único entorno inmediato, sino que abarca las interconexiones entre diferentes entornos (microsistema, mesosistema, exosistema y macrosistema).

Por último, respecto a la noción de “infancia”, desde la perspectiva de la salud mental, entendemos que todo ser humanx es, desde su concepción, un sujeto entramado en una red vincular y social compleja. Sujeto desde, entre, con y para otrxs. Sujeto entramado en una red intersubjetiva, en lazo social (Fushimi y Giani, 2009).

Asimismo, comprendemos que la noción de “infancia” tiene un carácter histórico y cultural, por lo que ha tenido diferentes apreciaciones a lo largo de la historia. Así, se ha pasado de una concepción antigua donde se entendía al niñx como sujetx dependiente e indefenso a quien le faltaba “algo” para ser “alguien”, a una concepción más actual donde el niñx es reconocidx como sujetx social de derecho (Jaramillo, 2007).

Comprender que la infancia es una construcción social implica aceptar que dicho concepto solo puede interpretarse a la luz de los cambios globales de la sociedad y, en este sentido, debe concebírsela como una construcción sociohistórica de la modernidad (Rabello de Castro, 2001).

Según Philippe Aries (1960), es a partir de la modernidad cuando la infancia adquirió estatus propio y diferenciado del de la adultez, como heredera de un porvenir. Actualmente se encuentran en debate los alcances de la invención de la infancia moderna, a la vez que se hace necesario pensar las nuevas formas de la experiencia social, en un contexto donde se redefinen las políticas públicas, las lógicas familiares y los sistemas educativos. En ese sentido, se requiere considerar las modificaciones que sufren las condiciones sobre las cuales se construye la identidad de lxs niñxs y donde transcurren las infancias de las nuevas generaciones. Es por ello por lo que no es posible hablar de “la infancia”, sino de “las infancias”, ya que esto último hace referencia siempre a tránsitos múltiples, diferentes y afectados por la desigualdad, donde es posible, sin embargo, situar procesos globales y comunes (Carli, 1999).

Partiendo de estos ejes y conceptos orientadores, en la investigación realizada, caracterizamos cada una de las iniciativas mencionadas haciendo hincapié en algunas de las dimensiones de análisis propuestas desde la teoría de los movimientos sociales y la acción colectiva (Melucci, 1999; Tarrow, 1994; Touraine, 1999; McAdam, McCarthy y Zald, 1999), las cuales han sido complejizadas desde los aportes de autorxs tales como Nancy Fraser, Rita Segato, Boaventura de Sousa Santos, Judith Butler, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Gayatri Spivak, María Teresa Sirvent, Alicia Torres de Torres, Marcelo Leiras, Oscar Oszlak y Guillermo O’Donnell, Alejandra Barcala, Andrea Bonvillani, Pablo Vommaro, entre otrxs.

A continuación, conceptualizamos cada una de las dimensiones de análisis utilizadas.

Las necesidades y situaciones problemáticas a partir de las cuales surgen las experiencias

Las experiencias comunitarias surgen cuando las personas evalúan y reconocen lo que tienen en común (Melucci, 1999). Aun cuando se piense en necesidades “materiales”, el pasaje de la carencia a la identificación de la necesidad es un proceso complejo que implica numerosos aprendizajes en un interjuego entre aspectos estructurales (políticos, sociales y económicos) y psicosociales (representaciones sociales, saber cotidiano, sentido común de un grupo, etc.). Interjuego que, a partir de una red de condiciones, posibilita la construcción de la demanda (Sirvent y Llosa, 2010).

Según Nancy Fraser (1991), este proceso de identificación de las necesidades y de expresión de las demandas se caracteriza por ser dinámico y se construye desde el reconocimiento de la necesidad, la transformación de dicha demanda en objeto del reclamo colectivo y la conversión de esta en asunto de debate público a través de prácticas participativas. Así, las necesidades se politizan cuando existe un cuestionamiento de las identidades y de los roles subordinados por parte de los grupos vulnerados o cuando se impugnan las interpretaciones tradicionales y desventajosas asignadas a dichos grupos o asumidas por estos.

De este modo, cuando se insiste en hablar públicamente de las necesidades, hasta entonces despolitizadas, las personas y los grupos demandantes generan varias acciones: cuestionan los límites que separan lo político de lo económico y doméstico; ofrecen interpretaciones alternativas de sus necesidades; crean espacios públicos desde los cuales tratan de diseminar interpretaciones de sus carencias; y, finalmente, cuestionan, modifican o desplazan elementos hegemónicos de los medios de interpretación y comunicación, creando nuevas formas de discurso para interpretar sus necesidades.

En la descripción de cada experiencia, damos cuenta de las necesidades a partir de las cuales surge cada una, las cuales configuran objetivos para la acción que buscan, entre otras cosas, incidir en la agenda de problemas socialmente vigentes (Oszlak y O’Donnell, 1995) y en las políticas públicas.

Lxs protagonistas de las iniciativas y el lugar que lxs niñxs ocupan en ellas

Lxs protagonistas de las experiencias comunitarias son lxs actorxs individuales, comunitarixs o institucionales que participan en ellas activamente, así como también aquellxs actorxs que, sin hacerlo con tanto protagonismo, se suman a las experiencias en ocasiones especiales, teniendo actitudes favorables hacia ellas o constituyéndose como actorxs con cierto potencial de movilización (Melucci, 1999). Lxs participantes de estas distintas iniciativas no están motivadxs solo por una orientación económica, calculando costos y beneficios, sino que también buscan solidaridad e identidad (Melucci, 1999).

Tomando como punto de partida estas ideas, en el relato de cada experiencia damos cuenta de quiénes son sus protagonistas principales, así como también caracterizamos el lugar y la participación que lxs niñxs tienen en cada una de ellas.

Los objetivos que se proponen

Dichos objetivos tienen que ver con los propósitos que son siempre plurales y con los fines de la acción colectiva. En ese sentido, las personas evalúan y reconocen lo que tienen en común y deciden actuar conjuntamente (Melucci, 1999).

Dentro de cada experiencia, iremos describiendo los propósitos generales y los objetivos hacia los cuales se orientan sus acciones.

Acciones que desarrollan

Las acciones pueden ser entendidas desde lo que Sidney Tarrow (1997) plantea como “repertorio de confrontación” o desde lo que Alberto Melucci (1999) define como “medios”.

Según Melucci (1999), las experiencias colectivas son sistemas de acción que articulan redes complejas y significados. Ellas son producto de intenciones, recursos y límites y construyen su orientación a partir de relaciones sociales que establecen dentro de un sistema social de oportunidades y restricciones.

Por su parte, Tarrow (1997) señala que, en dichas experiencias, existe un repertorio de acción y propone el término “modularidad” para referirse a la capacidad que tiene un determinado tipo de acción de ser utilizada por una variedad de agentes sociales. En ese sentido, él entiende que cada sociedad tiene una reserva de formas familiares de acción y un repertorio de confrontación (Tilly, en Tarrow, 1997).

Dentro del tipo de acciones que pueden darse, se encuentran aquellas que tienen un carácter más bien confrontativo, desafiando las formas y los espacios de poder establecidos[10]; las que siguen un itinerario alternativo-autónomo[11]; y otras que son colaborativas o complementarias con determinadas áreas del Estado y las políticas públicas.

Dentro de cada experiencia, daremos cuenta del tipo de acciones desplegadas tomando como referencia esta tipología.

Los sentidos que las atraviesan

En todo espacio colectivo, hay creación y circulación de sentidos (Melucci, 1999). Ellos constituyen la dimensión simbólica de la experiencia, la cual está estrechamente vinculada con los objetivos más o menos explícitos de lxs actorxs. Estos sentidos pueden entenderse como procesos enmarcadores –según Snow– o como procesos colectivos de interpretación, atribución y construcción social que median entre la oportunidad, la organización y la acción. Se trata de significados compartidos y conceptos por medio de los cuales la gente tiende a definir su situación (McAdam, McCarthy y Zald, 1999) y que se articulan a través de significantes privilegiados o puntos nodales (Laclau y Mouffe, 1985).

Esta dimensión simbólica implica una lucha de sentidos a través de la cual se crean y se recrean nuevos significados y se generan símbolos, marcos de significados e ideologías novedosas para justificar y dignificar la acción colectiva (Melucci, 1999). Asimismo, dicha dimensión involucra el desarrollo de supuestos culturales compartidos (Tarrow, 1997) y el despliegue de un poder que se ejerce en los códigos y en el lenguaje configurando movimientos de afirmación y de impugnación (Melucci, 1999) que implican un trabajo de subjetivación (Touraine, 1999).

A partir de estas conceptualizaciones, podemos decir que son muchos y diversos los sentidos que operan dentro de cada una de las experiencias investigadas. Sin pretender dar cuenta de todos ellos, desarrollaremos en cada una aquellos sentidos más relevantes.

Las afectividades y emocionalidades que las habitan

A partir de la década de los noventa, los estudios de los afectos y las emociones han cobrado relevancia en las ciencias sociales, dando cuenta de las modificaciones en la vida pública y la experiencia subjetiva, así como también transformando la producción de conocimiento y dando lugar, dentro de la academia, a lo que se denomina el “giro afectivo”[12] (Lara y Enciso Domínguez, 2013).

En este marco, el estudio del papel de las emociones en la protesta y los movimientos sociales también ha ido consolidándose y enriqueciendo la comprensión de la acción colectiva (Poma y Gravante, 2017). Así, diversxs autorxs han conceptualizado la indignación, el ultraje y el dolor como intervinientes en la conformación de una identidad común, han teorizado acerca de cómo las distintas luchas utilizan las emociones como una herramienta política para crear empatía y solidaridad con sus demandas y producir un “contagio emocional”[13], han creado el concepto de “trabajo emocional” para analizar el manejo del miedo y su transformación en rabia a la vez que para comprender el paso desde la vergüenza al orgullo, han analizado la importancia de los rituales y su potencialidad para unir a lxs participantes y generar solidaridad, han considerado la empatía y las emociones compartidas como aquellas que fortalecen los vínculos y la identidad colectiva, y han desarrollado el concepto de “marco de injusticia”, dando profundo peso al sentimiento de injusticia.

En ese sentido, las emociones son uno de los aspectos más centrales y omnipresentes de la experiencia humana y, por tanto, de las experiencias comunitarias estudiadas. Ellas nos alertan sobre las cosas que importan y por qué importan (Rodríguez Salazar, 2008), cumpliendo un rol central como motores para la generación de los procesos de movilización y como elementos que ayudan a explicar “el origen, el desarrollo y el éxito o no [de dicho] movimiento” (Jasper, 1998: 416-417)[14].

Así, los afectos y las emociones son un elemento central en las experiencias investigadas y, si bien este aspecto se irá entrecruzando en las distintas dimensiones de análisis, en algunas de las experiencias lo trabajaremos específicamente.

Incidencias materiales y simbólicas e impactos en las políticas públicas

Para Alberto Melucci (1999), la eficacia de la acción está en el cuestionamiento del código dominante. Las formas de acción colectiva alteran la lógica dominante en un terreno simbólico, cuestionan la definición de los códigos y la lectura de la realidad. Ellas obligan a los aparatos de dominación a justificarse, los empujan a hacer pública su lógica y la debilidad de sus “razones”, haciendo visible el poder. Esta eficacia simbólica influye en las condiciones materiales de existencia de las personas y es en ese sentido en que hablamos de incidencias no solo simbólicas, sino también materiales de la acción colectiva diferenciándolas de los impactos en las políticas públicas.

En relación con esto último, las organizaciones sociales pueden entenderse como actores fundamentales que inciden en las diferentes etapas en las que se resuelven asuntos de interés público: formación de lobby, participación en espacios de consulta para el diseño de las políticas públicas, colaboración en la implementación y en la evaluación de dichas políticas, etc. (Leiras, 2007). Así, se puede definir el proceso de incidencia en estos asuntos como aquellas intervenciones que cambian el contenido o alteran el curso de las políticas públicas en algún sentido (Bercovich, 2020) a partir del establecimiento de relaciones entre el Estado y las organizaciones sociales, que pueden ser de cooperación, confrontación, complementación o cooptación (Najam, 2000, en Bercovich, 2021).

Siguiendo a Rita Segato (2018), entendemos que la historia del Estado en nuestros países es la del patriarcado y que, en ese sentido, el ADN estatal es masculino, siendo la burocracia una de sus características principales.

En contraposición a este ADN masculino, desde la experiencia histórica acumulada de las mujeres que trazan otra manera de pensar y actuar colectivamente entretejiendo el pensamiento con la vida, se puede hablar de una politicidad en clave femenina. Las características de dicha politicidad son: el arraigo espacial y comunitario, ser tópica y no utópica, ser pragmática y orientada por las contingencias y no principista en su moralidad, ser próxima y no burocrática, estar investida en el proceso más que en el producto, ser solucionadora de problemas y preservadora de la vida cotidiana (Segato, 2018).

Esta politicidad en clave femenina implica una contrapedagogía que rescata la sensibilidad y la vincularidad y que apuesta por un proyecto histórico de los vínculos. Dicho proyecto histórico insta a la reciprocidad y produce comunidad contraponiéndose al proyecto histórico de las cosas que es funcional al capital, transforma a las personas en objetos y toma las cosas como modo de satisfacción.

Algunas de las características que Rita Segato (2018) plantea como politicidad en clave femenina están presentes en el hacer de las experiencias comunitarias que investigamos. Retomaremos esta idea en nuestras reflexiones finales.

El campo de las oposiciones en el que están inmersas

Según Alberto Melucci (1999), el campo de las oposiciones está compuesto por los adversarios de una determinada lucha, dando cuenta de la conflictividad presente en toda acción colectiva. Dicho campo es una constante en todas las experiencias contrahegemónicas –aunque no son constantes lxs protagonistas que lo integran– y constituye, según Touraine (1999), uno de los tres ejes básicos para el análisis de los movimientos sociales.

En sintonía con el concepto de “campo de oposición”, Ernesto Laclau (1996) propone entender que el lazo entre una variedad de luchas parciales, lo que establece su unidad, no es algo positivo que ellas compartan, sino algo negativo: su oposición a un enemigo común. Dicho campo de oposición será descripto en algunas de las experiencias analizadas. 

Metodologías cualitativas y ética situada: la construcción de saberes “otrxs” para la interpretación y transformación de la realidad social

La investigación desarrollada tuvo un enfoque cualitativo en el que incorporamos aportes de la etnografía y la etnografía colaborativa con niñxs (Milstein, 2015; 2016). Trabajamos desde la perspectiva de las personas que protagonizaron las experiencias entendiéndolas como sujetxs epistémicxs legítimxs productorxs de saberes, generadorxs de teorías y de narrativas propias y partícipes del proceso de construcción de conocimiento. Se trató de una investigación cualitativa que implicó una participación intensa de lxs investigadorxs en el medio social de estudio, un uso de técnicas múltiples e intensivas de investigación y un tipo de escritura donde se buscó describir las situaciones con riqueza de detalles (Mosquera Villegas, 2008).

A nivel epistemológico, en dicha investigación, nos apoyamos en los aportes de las epistemologías feministas (Haraway, 1991; Fox Keller, 1989) y trans (Radi, 2019) para destacar el carácter situado del conocimiento y la necesidad de sostener una curiosidad respetuosa. Nos nutrimos también de los aportes de las epistemologías del sur (De Sousa Santos, 2010; 2017) que postulan que vivimos en una sociedad capitalista, colonial y patriarcal y que, para transformar dicha sociedad, necesitamos no solo los conocimientos académicos, sino, además, aquellos surgidos en las luchas sociales. Ello para confrontar la monocultura de la ciencia moderna con una ecología de los saberes y una justicia cognitiva. De igual modo, realizamos una crítica a la colonialidad de la investigación (Vargas Monroy, 2010) y tomamos la propuesta de Corazonar las epistemologías dominantes (Guerrero Arias, 2010), que propone incluir la afectividad –y no solo la razón– en los procesos de producción de conocimiento.

A nivel metodológico, nos sustentamos en los aportes de la investigación militante (Colectivo Situaciones, 2004) en cuanto posición ético-política que tiene como presupuestos principales el compromiso con la transformación social y la consideración del otrx como compañerx de lucha. Al mismo tiempo, nos inspiramos en la propuesta del trueque constructivo (León Cedeño, 2007)[15], definido como una forma de superar las limitaciones de la manera tradicional de producir conocimiento científico y desde la cual se plantea una forma de convivir con los colectivos en los lugares específicos donde estos actúan. Ello para aprender de sus acciones contrahegemónicas y de ayuda mutua apoyando, al mismo tiempo, su autoorganización.

A nivel instrumental, utilizamos una multiplicidad de dispositivos (Salazar Villava, 2003) de producción de datos/captos[16] (revisión de documentos e información aparecidos en las redes sociales, entrevistas, conversaciones informales, observaciones participantes, realización de acciones conjuntas, etc.) que estuvo integrada por productos de diferente materialidad (gráfica, audiovisual, oral, escrita), configurando un mosaiquismo metodológico (Bonvillani, 2018). El análisis de datos fue realizado de manera conjunta a la producción/recolección del material empírico y estuvo guiado por la teoría fundamentada y el método de comparación constante (Jones, Manzelli y Pecheny, 2004). Ello debido a que la lógica del análisis cualitativo está orientada a la búsqueda de aquellos sentidos que insisten y a partir de los cuales vamos configurando categorías de análisis y produciendo una narrativa polifónica “cerquita de otrxs”[17].

Asimismo, explicitamos que el trabajo de campo fue realizado durante los años 2019-2021 y que, si bien el enfoque metodológico de la investigación fue uno solo y que la emocionalidad intensa y la afectación mutua fueron una constante en todos los casos, los avances realizados, las relaciones de confianza establecidas y las posibilidades de ir instaurando trueques constructivos y concretando una investigación militante fueron diferentes en cada una de las iniciativas.

De esta manera, la relación generada con algunas de las experiencias investigadas y las acciones que fueron surgiendo de manera conjunta trascendieron la investigación tradicional y le imprimieron un carácter absolutamente militante y activista a nuestro quehacer investigativo.

De igual modo, se trató de una investigación realizada desde una concepción de ética situada (Abad Miguélez, 2016) que nos exigió como investigadorxs una reflexión constante sobre la responsabilidad de nuestro trabajo, así como también la toma de decisiones ajustadas a cada caso de investigación específico.

En ese sentido, Begoña Abad Miguélez (2016) habla de la necesidad de una implicación responsable y reflexiva de lxs investigadorxs y advierte acerca del peligro de caer en una ética vacía desde la cual se consideren los procedimientos éticos formales a seguir como éticos y deseables por sí mismos más allá del contexto de su utilización.

En ese marco, podemos señalar, entre otras cosas, la tensión que se produjo entre la confidencialidad y el resguardo de la identidad, por un lado, y el deseo de ser reconocidxs y de aparecer con sus rostros, nombres, cuerpos, etc. de las personas, por otro. En este punto en particular, inspirándonos en el accionar de otras investigadoras[18], tomamos la decisión de referenciar por su nombre a todas las personas entrevistadas que así lo autorizaron. Exceptuamos a quienes no lo hicieron –a quienes citamos solo usando la inicial de su nombre– y a quienes, como en el caso de lxs niñxs y de algunxs adultxs, consideramos prudente no hacerlo.

Esta, entre otras tensiones, nos hicieron pensar en la necesidad permanente de pasar de una ética vacía –que reifica los procesos éticos formales– a una ética situada que exige a lxs investigadorxs una reflexión ética y una toma de decisiones constante (Abad Miguélez, 2016).

Vinculada a esta ética situada, explicitamos que, en la escritura de este texto, utilizamos un lenguaje inclusivo porque entendemos que la lengua es un instrumento clave de construcción de sentidos comunes que puede visibilizar o invisibilizar existencias “otras” y reconocer o no los derechos de grupos históricamente discriminados y negados. Su uso insiste, de forma disruptiva e incómoda, “en la indecibilidad del género, en la imposibilidad de reducirlo a dos categorías estables, en la multiplicidad de experiencias sexogénericas que habitamos” (Theumer, 2020: 97).

Activismos y transformaciones en los formatos de investigación

En el contexto de la pandemia y el ASPO, se produjeron transformaciones en nuestros formatos de investigación, radicalizándose el uso de dispositivos que permitieran captar la información que circulaba virtualmente, y se enfatizó, sobre todo en algunos casos, en la dimensión pública de las experiencias.

Así, en este contexto, fuimos implementando dispositivos inéditos y recreando los que ya veníamos utilizando en función de captar la complejidad del tiempo que transcurría, a la vez que construir y reconstruir la particularidad de los acontecimientos para trabajarlos analíticamente (Nateras, 2020)[19].

De igual modo, durante dicho tiempo, nos fuimos nutriendo de los aportes de la etnografía virtual (Mosquera Villegas, 2008; Ruiz Méndez y Aguirre Aguilar, 2015), los cuales nos sirvieron para reconceptualizar los procesos metodológicos puestos en marcha, al tiempo que tomamos el concepto de “sistema de paso” (Reguillo, 2012) –en cuanto “navegar errante” pero no irracional, “deriva” sin dirección fija– para describir la manera en que, durante este periodo de pandemia, fuimos haciendo nuestro trabajo de campo desde las redes sociales.


  1. Dicho proyecto actualmente se continúa a través del estudio multicéntrico del mismo nombre becado por la Comisión Nacional de Salud Investiga que amplía el período de estudio al año 2022 e indaga las especificidades que han adquirido las acciones colectivas desplegadas por las experiencias comunitarias estudiadas en el contexto de la pandemia y de las medidas de aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) 2020-2021.
  2. “GAIA” es la sigla de Grupo de Apoyo a la Infancia y Adolescencia.
  3. En esta experiencia en particular, utilizaremos la letra “e” para escribir palabras como “niñes”, “amigues”, “hijes”, “todes”, etc., por ser una “categoría nativa” utilizada por lxs protagonistas de la experiencia y porque, desde un posicionamiento ético y político, abogamos por la necesidad de utilizar un lenguaje inclusivo.
  4. Hace referencia al término “transgénero”, el cual alude a aquellas personas que se corren de las convenciones de género, sea porque se identifican con un género distinto al masculino/femenino asignado al nacer, sea porque modifican su cuerpo volviéndolo diferente de los cuerpos biológicos convencionales.
  5. Actualmente se está hablando de CEA, condición del espectro autista.
  6. Nombre originario de la ciudad de General Roca, Provincia de Río Negro.
  7. Plan Provincial de Salud Mental de la provincia del Neuquén.
  8. Fundamentación RISAMC Provincia de Río Negro.
  9. Capítulo 3, artículo 3.
  10. Lo que De Certeau (2000) denomina “espacio de la táctica”, lo que Lanzara designa como “acciones de explotación” o lo que otros autores denominan “protesta” o “conflictividad social” (Iñigo y Cotarelo, 2001; Seoane y Taddei, 2000).
  11. Lo que De Certeau (2000) llama “estrategia”, lo que Lanzara denomina “acciones de exploración” o lo que otros autores designan como “lo alterno” (Gutiérrez, 1987), “contrapoder” (Negri, 2003), “antipoder” o “antipolítica” (Holloway, 2002) o “infrapolítica” (Scoot, 2003).
  12. El término refiere al cuerpo de un trabajo que comúnmente se establece en contra de la orientación discursiva del construccionismo social, criticando las limitaciones de las perspectivas discursivas y abogando por el afecto y su autonomía respecto al discurso. El giro afectivo hace una apuesta por transformar las formas en que las ciencias conciben su propia manera de producir conocimiento, así como sus propios objetos de investigación (Lara y Enciso Domínguez, 2013).
  13. Jasper (en Bonvillani, 2017: 189) habla de la energía emocional refiriéndose a “un estado de entusiasmo y agitación generado en interacciones, rituales y exitosos compromisos estratégicos que estimulan la acción posterior”. Así, “la producción de esta energía emocional que los participantes de acciones de protesta sienten al realizarlas actúa recursivamente alimentando el deseo de continuar la lucha”, por lo que se puede afirmar que “la vibración emocional compartida llevaría a una especie de contagio emocional” (Bonvillani, 2017: 190).
  14. Citado en Gutiérrez Vidrio (2016).
  15. Inicialmente, esta propuesta fue denominada “etnografías comprometidas” e implicaba entender que la intervención entre la experiencia y el investigador es mutua, que lo que buscamos es ayudar sin estorbar y que, a través de ella, se daría una serie de intercambios entre lxs sujetxs involucradxs (León Cedeño, 2004).
  16. Utilizamos el término “capto” para enfatizar el carácter activo del sujeto que investiga en la producción de aquello que, desde la investigación tradicional, aparece como “dado”, denominándose por ello “dato”.
  17. Idea planteada por Trinh Minh-ha y citada por Karina Bidaseca en su libro La revolución será feminista o no será. La piel del arte feminista decolonial. Buenos Aires: Prometeo, 2018: 63.
  18. En este sentido, tomamos el ejemplo del libro Desbordar el silencio, tejer complicidades. Acciones y voces del feminismo neuquino por el derecho al aborto (2020), de Julia Burton (Buenos Aires: Tren en Movimiento), donde, en una nota a pie de página, aclara: “A diferencia de la tradición existente en las ciencias sociales de reservar el anonimato de las personas entrevistadas, en este trabajo utilizo sus nombres reales. Esto responde a los diálogos establecidos con las activistas a lo largo de todos estos años y la solicitud, por parte de algunas de ellas, que no sean modificados sus nombres. Con el objetivo de mantener un criterio unificado ante este pedido, cada una de las entrevistadas fue consultada sobre la manera en que quería ser identificada en caso de citar fragmentos de las entrevistas. Todas accedieron a ser referidas con su nombre de pila” (Burton, 2020: 47).
  19. Pre-Bienal Primera Infancia, Niñez y Juventud. 29 al 31 de julio de 2020. Panel Central.


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