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Jóvenes cuidadoras
y programas sociales

Vida cotidiana y generaciones

Yussef Becher

Introducción

Este texto tiene como finalidad bucear en la construcción de la cotidianidad de mujeres jóvenes receptoras de un programa social que desarrollan tareas reproductivas no remuneradas en la provincia de San Luis. Los datos a los que recurrimos provienen de una tesis doctoral en curso en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Argentina). El programa social al que referimos se denomina Plan de Inclusión Social Trabajo por San Luis (PISTS) y se implementó desde 2003 hasta 2017. Consistió en una transferencia de ingresos condicionada destinada a desocupados/as mayores de 18 años y sin límite de edad, quienes tenían que cumplir una condicionalidad laboral. Desde sus inicios, el PISTS manifestó una importante presencia juvenil, la cual se fue reduciendo con el transcurso del tiempo; de allí que los entrevistados sean quienes iniciaron el programa con 18 años y actualmente tienen una edad superior a 30.

En el marco de la tesis se utiliza un enfoque cualitativo y técnicas de recolección de datos tales como entrevistas en profundidad y observación participante. Asimismo, como estrategia de investigación se acude a la autoetnografía, la cual permite integrar la experiencia del investigador con la de los partícipes del estudio. Sin embargo, el protagonismo continúa centrado en las voces de los actores; de allí que se procure lograr un equilibrio incorporando sus expresiones nativas.

La vida cotidiana se halla en el centro de la historia; por consiguiente, constituye el espacio donde se construye la subjetividad. Esta varía de acuerdo con los roles históricos de los actores; en consecuencia, incorporar la variable género nos permitirá profundizar en dichas distinciones desde la perspectiva del cuidado. Por otra parte, al tratarse de mujeres jóvenes, adquiere relevancia en el análisis la transmisión generacional, como también las instituciones en las que circulan los ritos, costumbres, lenguajes y normas propios de cada ciclo vital.

En cuanto a la organización del capítulo, comienza con el desarrollo de las principales categorías teóricas consideradas y continúa con un detalle de la situación del trabajo reproductivo no remunerado en la región a partir de información proporcionada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Con posterioridad se desarrolla la principal propuesta del texto desde las dimensiones antes planteadas: organización y composición de la vida cotidiana, transmisión generacional e instituciones. Para concluir se ofrecen algunas reflexiones generales sobre la situación de cuidados en Argentina.

El tejido conceptual

El análisis se centra en la subjetividad de mujeres jóvenes, y en ese sentido se recurre a las categorías de vida cotidiana y género. En cuanto a la primera, Heller (1985, p. 42) señala que “la vida cotidiana no está fuera de la historia, sino en el centro del acaecer histórico: es la verdadera esencia de la sustancia social”. Asimismo, que

el hombre participa en la vida cotidiana con todos los aspectos de su individualidad, de su personalidad. En ella se ponen en obra todos sus sentidos, todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas, ideologías (p. 39).

Por su parte, Castro (1997) define la vida cotidiana como un sistema abierto influenciado por múltiples factores, heterogéneo, donde se construye la subjetividad. Esta última remite a un sustrato simbólico-emocional que informa las cogniciones y las prácticas; al mismo tiempo, su composición varía de acuerdo con la posición histórica de los actores y, en consecuencia, el género introduce diferencias en su forma de construcción. Con respecto al género, Scott (1996) señala que es una dimensión constitutiva de las relaciones sociales, como también una forma primaria de relaciones significantes de poder; de allí que comprenda representaciones múltiples y contradictorias, conceptos normativos sobre el significado de varón y el de mujer, instituciones que inciden sobre retrocesos o avances en los derechos de las mujeres y la identidad subjetiva. Por otra parte, introducir en el análisis la dimensión referida al poder implica reconocer la existencia de estructuras sociales asimétricas que organizan el tiempo y el espacio en detrimento de unas y en favor de otros; de ello derivaría la diferencia impuesta entre ámbitos y cronologías femeninos y masculinos (Bourdieu, 2000). En consecuencia, la mujer queda circunscripta a la esfera de lo privado, representado comúnmente por las tareas de cuidado y del hogar, y relegada de lo público o político; de allí la necesidad de profundizar en dicha categoría teórica. En ese sentido, Batthyány (2013, p. 386) señala que no existe un consenso en torno a la definición de cuidado, cuyos debates se remontarían a la década de 1970; sin embargo, podría explicarse del siguiente modo: “Designa la acción de ayudar a un niño, niña o una persona dependiente en el desarrollo y el bienestar de su vida cotidiana”. Desde la economía, pasando por el derecho hasta la sociología se plantean propuestas sobre el cuidado. La primera de ellas señala la importancia de las tareas no remuneradas en los hogares para la reproducción de la fuerza de trabajo que explota el capital; por consiguiente, propone su incorporación en el flujo de la producción con un valor asignado, pues, de lo contrario, constituiría un subsidio a la tasa de ganancia (Rodríguez Enríquez, 2015). En el derecho se formula, tal como plantea Pautassi (2007), considerar el cuidado como un derecho humano y, en consecuencia, como una prerrogativa propia y universal tanto para quienes tienen que ser cuidados como para quienes deban o quieran cuidar. Asimismo, la sociología profundiza en la dimensión relacional que se construye en el marco del cuidado al considerar trayectorias de cuidadoras y sus condiciones sociales (vulnerabilidad económica, migraciones, ausencia de estudios completos), como también las relaciones con quienes deben ser cuidados (Borgeaud-Garciandía, 2013).

Sobre el cuidado en América Latina y el Caribe

Si bien el trabajo no remunerado al interior de los hogares presenta algunas semejanzas a nivel regional, también adquiere particularidades en lo relativo a derechos y uso del tiempo. En ese sentido se recurrirá a la información proporcionada por la CEPAL (2018), la cual utiliza datos estadísticos de algunos países que han incorporado, en diferentes períodos, módulos sobre uso del tiempo en encuestas locales.

Las cartas políticas de algunos estados de la región reconocen derechos sobre el trabajo no remunerado y de cuidado. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999) incorpora el trabajo del hogar como una actividad económica que produce valor y bienestar social y, a partir de ello, establece el derecho de toda persona a la seguridad social e incluye particularmente a las amas de casa “como servicio público de carácter no lucrativo que garantice la salud y asegure la protección en contingencias de maternidad”. Por otra parte, la Constitución de Ecuador (2008) garantiza el derecho irrenunciable a la seguridad social para todos los ciudadanos, con especial énfasis en el cuidado de personas mayores; además, señala que el Estado implementará políticas públicas y programas de atención a las personas mayores y considerará diferencias por zonas de residencia, género, etnia, cultura, comunidades, pueblos y nacionalidades. Al mismo tiempo, considera como labor productiva el trabajo no remunerado de autosustento y cuidado que se realiza en los hogares. En el caso del Estado Plurinacional de Bolivia, su Constitución (2008) señala, en su artículo 338, que debe reconocerse el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza que tendrá que cuantificarse en las cuentas públicas. Esta normativa obliga al país a desarrollar información y metodologías para la valorización económica de las tareas reproductivas al interior de las familias. También la Nueva Constitución Política del Estado (2010) de República Dominicana reconoce el valor productivo del trabajo doméstico y, junto con ello, el principio de igualdad, el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, la unión de hecho, la igualdad salarial por igual trabajo y la iniciativa legislativa popular; asimismo, recurre al lenguaje de género inclusivo en el desarrollo del texto.

En cuanto a las encuestas o módulos sobre uso del tiempo, fueron relevados por los países en diferentes años; sin embargo, la mayoría de ellos (con la excepción de Nicaragua, que lo hizo en 1998) son recientes, pues, en promedio, no cuentan con una antigüedad mayor de siete años (el más actual es el de Paraguay, de 2016). De allí que los datos indiquen que los países en los que se concentran mayores cargas de cuidado en las mujeres son México (29,5 %), Costa Rica (23,7 %) y Bolivia (23,5 %), mientras que, al final, se ubican con poca diferencia Nicaragua, Chile y Argentina, con 22,7 % en promedio. Asimismo, los países con significativa población indígena muestran una importante brecha en el tiempo dedicado al desarrollo de cuidados entre las mujeres; por ejemplo, en México, las indígenas dedican 58,8 horas semanales al trabajo reproductivo no remunerado, mientras que, entre las no indígenas, la cantidad de horas es de 50,9; en Ecuador, la diferencia es de 48 horas sobre 40,5, y en Perú, de 47,7 horas sobre 40,5. Por otra parte, en la edad de 15 años en adelante se concentra la mayor cantidad de tiempo dedicado al cuidado asignado. México es el país con el total de horas de trabajo más elevado para las mujeres, con 90,8 y 48,4 de dedicación al ámbito doméstico; siguen Ecuador, con 86,5 en total y 38 de cuidados; Costa Rica, con 84,1 y 46,9, y Chile, con 78,3 y 40,7. Entre las mujeres jóvenes (15 a 29 años), la mayor cantidad de tiempo semanal atribuido a cargas de cuidado se concentra en el fragmento de las que no estudian ni desempeñan una ocupación: México, 75; Costa Rica, 73; El Salvador, 57,2, y Chile, 56,6. En cuanto a las mujeres jubiladas de los países relevados, entre los que se registra más tiempo de dedicación al trabajo reproductivo no remunerado se hallan México (44,5), Costa Rica (42,7) y Argentina (34,3). En relación con la posición económica, en Argentina, Brasil, México y Uruguay las mayores cargas de cuidado se concentran en las mujeres de menores recursos que se ubican entre el primero y el segundo quintil de ingresos de los hogares.

Tras este paneo sobre la situación de cuidados en América Latina y el Caribe, a continuación desarrollaremos el análisis de una historia particular en la que varios de los aspectos antes mencionados se objetivan en la cotidianidad de una mujer joven receptora de un programa social. Este análisis propone una mirada microsocial, que, en lugar de ahondar en números, nos permitirá conocer en profundidad el modo en que se construye la subjetividad atravesada por los condicionantes del género.

Escenas de la vida cotidiana

Era nuestro segundo encuentro. Acordamos reunirnos por la tarde en la casa de su mamá porque era el lugar intermedio entre el barrio en el que vivía junto con su hija y su trabajo, “en negro”[1], en un almacén polirrubro. Cuando llegué, aún no estaba; lo pude advertir pues, cuando me esperaba, su moto se hallaba estacionada en la vereda. Tras golpear la puerta, su mamá me hizo pasar y me invitó a tomar asiento en una pequeña mesa que compartíamos con una anciana. Luego me enteré de que era la abuela de la entrevistada. Sus piernas, llenas de talco, supuraban sobre el polvo blanco. Era una mujer diminuta, con el pelo repleto de canas y la tez oscura marcada por profundas arrugas; sin embargo, tenía una mirada feliz, unos ojos dulces que asomaban bajo los pesados párpados. Su hija, la madre de la entrevistada, insistía en colocarle más talco. Me explicó que, por la edad, “la abuela” tenía problemas con venas que se habían reventado; sucedía que, durante su juventud, había trabajado como peluquera, lo cual requirió que pasase largas horas parada mientras atendía a sus clientes. Luego de esta charla sobre la historia de las piernas de la abuela, Lili, la entrevistada destinataria del PISTS, ingresó a la vivienda mientras se sacaba la campera y el casco. Tras los saludos de rigor, puso la pava para que compartiéramos unos mates; yo llevé bizcochos (sin dudas, no eran la opción más saludable, pues la grasa ya había empapado casi toda la bolsa de papel que los contenía). Después de esperar unos minutos, mientras conversábamos sobre lo que había hecho durante la mañana y colocaba yerba en el mate, el agua estaba lista para comenzar a cebar. Me ofrecí a ocuparme del mate –aunque reconozco que iba a ser una de las primeras veces–, pero no me lo permitió, pues dijo que era tarea de la “dueña de casa”, mujer, atender al “invitado”. A la mañana, tal como me comentó mientras esperábamos que se calentara el agua, repitió la misma rutina de todos los días: se levantó a las 6 y, con el pijama y las pantuflas todavía puestos y “los pelos así nomás”, despertó a su hija para que fuera a la escuela. Tras lograr que la adolescente se levantara –reclamos de por medio y algún que otro insulto dirigido al colegio–, la ayudó a vestirse y peinarse. No eran tareas sencillas, pues las tenía que hacer mientras la joven estaba aún entredormida (“le tiraría un baldazo de agua”, me dijo entre risas). Luego se ocupó rápidamente de enjuagarse la cara, de piel casi transparente y grandes ojos marrones, y de peinarse el largo pelo lacio y negro y atarlo con una bandita elástica; finalmente, tras quejarse por su robusto talle, se puso el jogging y el buzo para ir al Plan. Ambas sentadas en la mesa, Lili se ocupó de las tazas de desayuno y el pan con mermelada mientras aguardaba que hirviera la pava (asimismo, la noche anterior había dejado listas las milanesas y pelado las papas para el puré). Desayunaron y armó las viandas del almuerzo para cada una, pues, si bien del Plan salía al mediodía, de allí partía para completar unas horas de la tarde en el almacén. Su hija, por su parte, almorzaba en el colegio. Cuando ya estaban listas –desayuno y viandas también–, subían a la moto y cada una se dirigía a su respectivo destino: primero, dejaba a la adolescente en la escuela y después, aunque tuviese que llegar unos minutos tarde, continuaba para el Plan. Yo ya conocía ese relato de memoria, y por eso el detalle: porque era el mismo todos los días; ni siquiera cambiaba los fines de semana, cuando la excepción era que su hija no iba al colegio ni ella al Plan. Tras comentar la rutina matinal continuamos con la entrevista; sin embargo, el celular de Lili no paraba de sonar. Al comienzo, solo lo miraba y cada tanto me comentaba: “Es ella –por su hija–, quiere plata”, y continuábamos, pero el aparato móvil insistía: “Ahora quiere que la pase a buscar por la plaza”. Seguíamos, el celular sonaba nuevamente: “… que le lleve cien pesos”. Admito que empezaba a molestarme un poco, pero Lili no se alteraba, pues ya estaba acostumbrada a esos reclamos insistentes de la adolescente: “La he malacostumbrado a darle todos los gustos”, expresó. Solo pasaron un par de minutos más hasta que me dijo que tendríamos que suspender la entrevista, pues tenía que llevarle ese dinero a su hija. En ese momento me pregunté, sin entender, por qué regresaría hasta la plaza de su barrio a cumplir con el capricho de la joven si llegaría tarde a su trabajo en el almacén. En síntesis, mi duda era por qué no se priorizaba y, ante los reclamos antojadizos de su hija, no dudaba en abandonar sus tareas. Por suerte, esa pregunta solo resonó en mi mente, pues no pasó de allí. Sin embargo, comprendí: sucede que yo soy varón e, indudablemente, mi primera reacción no podía ser otra más que cuestionar la decisión de Lili. Por eso no esperé ninguna explicación de ella; nos saludamos y acordamos un nuevo encuentro en un par de días.

Toda vida cotidiana tiene una estructura, un modo de organizarse y, por consiguiente, cuenta con una jerarquía que conduce a priorizar unas actividades por sobre otras. Sin embargo,

la significación de la vida cotidiana, al igual que su contenido, no es simplemente heterogénea, sino también jerárquica. Lo que ocurre es que, a diferencia del hecho mismo de heterogeneidad, la forma concreta de la jerarquía no es eterna e inmutable, sino que se modifica de modo específico según las diferentes estructuras económico-sociales (Heller, 1985, p. 40).

A partir de ello, la variable referida al género introduce sus distinciones en el modo en que se organiza la cotidianidad de las mujeres; en ese sentido, la historia de Lili: todas las mañanas se despierta temprano para cumplir con sus tareas de madre, alista a su hija para que asista al colegio, prepara desayunos y almuerzos y, luego, la retira de la escuela y está atenta cuando ella lo requiera. Colocar como prioridad las tareas de cuidado implica relegar las de un posible desarrollo personal. Lili, al igual que muchas otras destinatarias entrevistadas, eligió el Plan de Inclusión Social para poder cumplir con su rol de madre, pues la flexibilidad de los horarios y las “concesiones estatales” en permisos le permitían contar con un trabajo sin alterar la vida de su hija; concesiones que, en el caso de las mujeres, implican faltar para cuidar. Asimismo, las trayectorias laborales por fuera del programa, en condiciones precarias e informales, también se ajustarían a las cargas del hogar. Si bien en general los/as jóvenes suelen acceder a empleos inestables, el PISTS era incompatible con trabajos formales; en consecuencia, la mayoría de los receptores entrevistados se desarrollaba en el ámbito de la informalidad laboral, tal como sucede con la protagonista de la historia que narramos. Aunque también, al preguntárseles si les hubiese gustado seguir trabajando fuera de su casa, otras mujeres comentan: “Siempre me gustó, pero no en el tiempo en que los chicos eran más pequeños y estaban en la escuela. En ese momento dejé un lapso largo y después regresé a trabajar” (D., 34 años); “Yo tampoco me podía mover mucho porque las nenas eran chiquitas y una vez que empezaron la escuela…” (M., 31 años).

En ese sentido, el Observatorio de Igualdad de Género de la CEPAL a través del indicador de autonomía económica nos aporta datos interesantes sobre Argentina: en 2018, el 18,1 % de las mujeres no contaba con ingresos propios, mientras que, entre los varones, el porcentaje disminuye a 10,2 %. Asimismo, las mujeres cuentan con una tasa de participación económica del 49,3 % y los varones, del 71,1 %. El total de las mujeres que poseen ingresos propios dedican 46,8 horas semanales al trabajo no remunerado, en tanto que los varones destinan 24,5. En el informe realizado por Vaca-Trigo (2019, p. 12) se detalla:

La división sexual del trabajo […] reduce la participación de las mujeres en procesos de toma de decisiones, en el avance de sus trayectorias laborales y sus posibilidades ocupacionales, lo que, a su vez, reduce sus ingresos y sus perspectivas de acceso a la seguridad social […]. En promedio, el 43,4 % de las mujeres de entre 20 y 59 años identifican razones familiares (embarazo, cuidado de niños y niñas o personas dependientes, trabajo doméstico o la prohibición por parte de miembros del hogar) como motivo principal para no buscar activamente o desempeñar un trabajo remunerado.

El relegamiento personal de las mujeres destinatarias del programa no solo se circunscribiría a la esfera laboral, sino también respecto de la educación: varias de ellas no la poseen o no han concluido niveles primarios de estudio. Si bien algunas reconocen que les interesaría iniciar o retomar su formación, consideran que dicha posibilidad quedó “atrás”, en un pasado que no podrían –o no se les permitiría– recuperar. Sucede que las cargas del hogar no solo se habrían apropiado de sus cuerpos, sino también de sus oportunidades de desarrollarse cognitivamente. Asimismo, cuando se implementaron otras acciones estatales que tenían como finalidad la terminalidad educativa –por ejemplo, en la provincia en el año 2014–, algunas destinatarias del PISTS ingresaron, aunque no pudieron finalizar los niveles educativos. Allí incidieron, entre otros factores, obstáculos burocráticos que el propio Plan de Inclusión Social colocaba a las mujeres, pues no se les permitía modificar horarios o contar con permisos para asistir a las clases. Otras no se “atrevieron” a iniciar los trayectos educativos por cuanto se consideraban “un poco burras” (C., 35 años). Por consiguiente, las oportunidades que restringe el cuidado asignado incidirían en la imagen que construyen de ellas mismas; de allí que algunas puedan tener una autopercepción disminuida de sus capacidades de aprendizaje, lo cual impide iniciar o continuar estudios. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) proponen, como meta 5, “lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas” (Bidegain Ponte, 2017, p. 10). En cuanto a la educación se señala:

En la región se encuentran altos niveles de acceso de niñas y niños en nivel primario, aunque también persisten características estructurales de las múltiples formas de desigualdad. La tasa neta de matrícula regional de primaria, estimada al año 2015, es de casi el 94 %, pero se ha mantenido alrededor de este valor desde 2000. Es importante destacar que la tasa de acceso de las niñas es levemente inferior a la de los varones para ese nivel, mientras que, en educación secundaria y terciaria, la situación para las mujeres es paritaria o incluso supera la de los varones. Además, en los últimos años ha aumentado la cobertura de educación secundaria, pero las desigualdades de acceso, progresión y conclusión siguen siendo un reto para la región, especialmente si se toman en cuenta los niveles de ingreso y la zona de residencia (p. 42).

Al mismo tiempo, se agrega que

la meta orientada a que todos los niños y niñas tengan acceso a servicios de primera infancia y educación preescolar (meta 4.2) no solo es fundamental para su desarrollo, sino también para reducir la carga de trabajo de cuidado de las mujeres […]. Estas metas podrán contribuir a eliminar las disparidades de género en la educación y asegurar que las adolescentes y jóvenes de la región terminen sus estudios (metas 4.1, 4.3, 4.4, 4.5), tengan más oportunidades para acceder al empleo y trabajo decente (metas 8.5 y 8.6) y participen en la vida política y económica (meta 5.5) (pp. 42-43).

Otra de las posibles esferas de actividad de la vida cotidiana es la referida al ocio. La rutina de Lili muestra día tras día la reiteración de las tareas de cuidado atribuido; en consecuencia, no dedica tiempo a otras prácticas tales como deportes, arte u ocio propiamente o, tal vez, como lo hacen otros compañeros del programa, salidas a bares o boliches o compartir cervezas. Por el contrario, Lili, al igual que otras receptoras, circunscribió su sociabilidad estrictamente al trabajo reproductivo no remunerado. A partir de ello, también las inversiones y gastos que realizan con el dinero de la transferencia de ingresos: “Yo les amueblé la pieza a los chicos…, compré los placares, las camas cuchetas, la tele; después, para mi casa también, así la tele, todas las aberturas, las dos ventanas, las dos puertas, los ventiluces, el piso…” (D. ,34 años); “Con la plata del Plan he comprado ropa para el gordo –en referencia a su hijo varón–, los muebles para su pieza y los útiles escolares cuando empieza el año” (C., 35 años); “Nunca supe que te daban la tarjeta Naranja [tarjeta de crédito], me habría servido para comprar la heladera para la casa” (A., 31 años); “Ya no es más incompatible el Plan con la Asignación por Hijo. Si tenés uno menor de 18 años tenés que hacer el trámite en la ANSES” (M., 31 años).

Por consiguiente, el uso de la transferencia de ingresos que realizan las receptoras estaría destinado a otorgar bienestar, o mejores condiciones de cuidado, a hijos/as. Incluso, de modo sutil o no tan evidente, se manifiesta en la historia de Lili cuando menciona, en referencia a su hija, “la he malacostumbrado a darle todos los gustos”, luego de lo cual concluimos la entrevista para que pueda llevarle dinero a la joven. En ese sentido, estas modalidades de consumo, al tener complicidad con las estructuras sociales, continúan perpetuando la división entre mujeres relegadas al ámbito privado (hogares) y varones dueños del espacio público. De allí que, también como muestran los testimonios, entre ellas no circule información sobre posibilidades crediticias que facilitarían consumos que otorgan presencia en ámbitos públicos (boliches, bares, cines), lo que es propio entre varones, sino otra referida, en la mayoría de los casos, al acceso a instancias de cuidado y programas sociales. En consecuencia, en lugar de solicitar sus tarjetas de crédito, en algunos casos, requieren el acceso a la Asignación Universal por Hijo (AUH), cuya incompatibilidad con el PISTS se eliminó en el año 2017[2].

A partir del contenido de las esferas anteriores, y la significación atribuida por las destinatarias, se van configurando sus expectativas. Las receptoras que entrevistamos colocan sus imaginarios sobre el desarrollo futuro en sus hijos. Lili, por ejemplo, solo espera que su hija estudie para que obtenga un buen empleo y “no ande tirada como ella”, aunque también espera que tenga hijos. Cuando conversamos sobre sus expectativas personales, nos dijo: “Yo espero de ella, nomás”. También otras destinatarias comentan: “Me quedaría en casa” (D., 34 años); “Ahora, a los más chicos –sus hijos– no les falta la comida; lo que ellos necesiten, lo tienen: esa es mi expectativa” (A., 31 años). De allí que en las expectativas de las receptoras también pueda incidir el mandato femenino del cuidado de hijos/as postergando cualquier tipo de deseo personal. Asimismo, los condicionantes del género develarían que las percepciones sobre el futuro no son satisfacciones personales, sino que se vivencian por medio de sus hijos de modo directo, como también de manera indirecta cuando experimentan satisfacción contribuyendo con su desarrollo. Sucede que el cuidado no concluye cuando los hijos son adultos, pues, ante la decisión de estudiar o la falta de empleo, las madres continúan aportando a sus necesidades. Por consiguiente, en principio, no podríamos circunscribir las cargas de las mujeres por tareas reproductivas a una parte de su ciclo vital, pues, de acuerdo con diferentes circunstancias, quizás las acompañen durante su completo devenir.

Generaciones e instituciones

En el marco de la vida cotidiana se transmiten informaciones y prácticas que permiten conducirla con espontaneidad, sin tener que reflexionar minuciosamente sobre su contenido ni las esferas que la componen; al mismo tiempo, “no hay vida cotidiana sin imitación. En la asimilación del sistema consuetudinario no procedemos nunca meramente según ‘preceptos’, sino que imitamos a otros; ni el trabajo ni el tráfico social serían posibles sin mímesis” (Heller, 1985, p. 63). Dichos conocimientos o acciones pueden estar influenciados por las características de las instituciones en que se producen, cuyos estímulos aportan a la construcción de la subjetividad y la identidad social (Castro, 1997). Asimismo, las estructuras sociales asimétricas adquieren su eficacia simbólica en organizaciones instituidas concretas. En ese sentido, la provisión de cuidado suele estar distribuida entre cuatro actores: Estado, mercado, familia y organizaciones sociales y comunitarias. Entre las receptoras del PISTS, la asignación de las cargas de cuidado se concentra principalmente en la familia y, en su interior, en las mujeres; dicha institución es calificada desde la teoría feminista como un locus perverso:

Mi mamá trabajaba desde muy temprano, volvía a casa, dormía la siesta y de nuevo al trabajo. Yo, como soy la mayor, era la niñera de mis hermanos. Después, ella, los fines de semana, lavaba y planchaba la ropa de los tres (C., 35 años).
Mis hermanos no querían que trabajara porque yo cuidaba a mis padres. Mis tíos se enfermaron y también los trajeron a casa, y entonces les dije: “¡Basta! Yo me sigo haciendo cargo de ellos, pero tengo que trabajar porque hace falta plata” (S., 35 años).
Con mi mamá nos ocupábamos de cuidar a mi abuelo, papá de mi papá, y a mis hermanos más chicos… Lo que pasa es que yo era la única hija mujer y había días en que mi mamá no daba más: la enfermedad de mi abuelo era complicada… (G., 29 años).

Sucede que en la familia se construyen vínculos generacionales y, por consiguiente, constituye un ámbito de transmisión intergeneracional de comportamientos en torno al trabajo reproductivo: madres que cuidan a abuelas que lo hicieron y, al mismo tiempo, enseñan a sus hijas. Además de los testimonios reproducidos, la historia de Lili también lo refleja: la madre cuida a la abuela enferma –quien se desempeñó como peluquera, ámbito de trabajo que implica el cuidado estético remunerado comúnmente feminizado– mientras que la receptora del programa regresa de cumplir con sus propias cargas reproductivas respecto de su hija. Por otra parte, el ámbito familiar tendría una significativa carga simbólica en orden al cuidado por cuanto involucra dimensiones morales y afectivas. La obligación de cuidar se halla receptada en el Código Penal argentino a través del delito de abandono de persona, como también integra los deberes impuestos por algunas religiones (por ejemplo, la católica)[3]; asimismo, incorpora los afectos construidos en ese entorno, que implican tolerar violencias y restricciones de derechos al representar a la mujer como la principal –y, en algunos casos, única– responsable del cuidado. En ese sentido, el trabajo reproductivo asignado constituiría un condicionante histórico de la autonomía de las mujeres que reúne, por una parte, la realidad material de ejecutar las tareas de cuidado mientras que, por otra, agrega una dimensión simbólica que se objetiva en esquemas de percepción e instancias prerreflexivas; de allí la ausencia, y también la posibilidad de sostenimiento de las estructuras asimétricas, de cuestionamientos o acciones que subviertan el orden de género. En consecuencia, tal como sucede con las receptoras del PISTS, las cargas de cuidado no suelen ser connotadas como tales, pues las mujeres asumen que corresponden a su condición biológica y cultural, aunque también existe un montaje representado en instituciones que sostiene un sistema desfavorable a la emancipación femenina de dicho trabajo respecto de hijos/as y del hogar. Por consiguiente, tal vez, podríamos referir a la existencia de un habitus de cuidado reproducido por las mujeres como consecuencia de socializaciones transmitidas generacionalmente, las cuales responden a los preceptos impuestos por determinadas organizaciones instituidas.

Conclusión

Tal como señalamos inicialmente, las formas de ordenar el tiempo y el espacio que provienen de las desigualdades de género desfavorecen a las mujeres y, al mismo tiempo, obturan la posibilidad de superarlas para las que lo intentan. Entonces, ¿cómo podrían las mujeres construir alternativas para desarrollar una vida autónoma? ¿Cómo podría aportar el resto de la sociedad? Desde hace un tiempo, una parte importante del feminismo latinoamericano plantea la posibilidad de resignificar los espacios privados para elaborar desde allí una nueva forma de vida, de transitar la institución, de transmitir los ritos, de comunicarse y de vincularse con los otros géneros y la diversidad. Se refiere a la esfera privada por cuanto es el ámbito al que suelen ser conminadas las mujeres para excluirlas de lo público; sin embargo, no sería suficiente con transformar lo privado o doméstico, pues, cuando deciden involucrarse en el espacio de lo público, también deben enfrentarse a diversas discriminaciones, entre ellas las ligadas a sus cuerpos, emociones, formas de expresión, tareas del hogar. En consecuencia, sería necesario resignificar la totalidad de la vida cotidiana, que “es el conjunto de las actividades que caracterizan las reproducciones particulares creadoras de la posibilidad global y permanente de la reproducción social” (Heller, 1994, p. 9), para que las mujeres pudiesen emanciparse de las representaciones y los imaginarios que colocan restricciones a sus subjetividades libres. Quizá –como nos muestran la denominada “marea verde” en Argentina y otras acciones del feminismo– nos hallemos ante la necesidad de revolucionar la cotidianidad y, por consiguiente, politizarla, lo cual supondría proponer una demanda colectiva disruptiva de lo instituido –aunque, a diferencia de los modos de politicidad que conocemos, esta tendría que construirse por fuera del patriarcado, y en ese sentido su diferencia–. De allí que, tal vez, el primer paso sea lograr una auténtica sororidad entre las mujeres preocupadas por la injusta distribución del cuidado y solidaridad de parte de los demás géneros, como también de las que no desarrollan tareas reproductivas. Por su parte, los varones también podrían aportar a la construcción de la igualdad con mujeres; sin embargo, tendrían que renunciar a los privilegios del patriarcado y reconocer el daño producido. En ese sentido, quizá –como propone la intelectual argentina Dora Barrancos– la construcción de la identidad de varones feministos podría constituir una alternativa.

Bibliografía

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Vaca-Trigo, I. (2019). Oportunidades y desafíos para la autonomía de las mujeres en el futuro escenario del trabajo. Santiago: CEPAL.


  1. Los fragmentos textuales y las expresiones nativas serán colocados entre comillas.
  2. La AUH es un programa de transferencia condicionada, regulado por medio del decreto n.º 1602/09, destinado a padres o tutores de jóvenes desde los 14 hasta los 18 años, quienes tienen que cumplir condicionalidades educativas y de salud. Junto con la Asignación Universal por Embarazo (AUE) y el Programa de Respaldo a Estudiantes Argentinos (PROGRESAR), brindan protección social a los ciudadanos argentinos desde los 0 hasta los 25 años y promueven el uso de servicios públicos y la finalización de estudios de nivel superior. Dichos programas fueron implementados desde 2009, durante las presidencias de Cristina Fernández.
  3. El informe estadístico de sentencias condenatorias elaborado por el Registro Nacional de Reincidencia en 2016 (último relevamiento) señala que de 10 condenas por el delito de abandono de persona, en nueve fueron responsables varones y en la que resta, una mujer. Registro Nacional de Reincidencia (2016). “Estadísticas”. Argentina.gob.ar [en línea]. Disponible en: <https://bit.ly/33UNuZj> [acceso: 30 de marzo de 2020].


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