Graciela Castro
Mujer, si te han crecido las ideas
de ti van a decir cosas muy feas:
que, que no eres buena; que, que si tal cosa;
que cuando callas te ves mucho más hermosa.
Amparo Ochoa, cantante mexicana
Introducción
Para el sentido común resulta menos complejo y rápido ubicar rasgos comunes bajo un rótulo que identifique un colectivo social. Sin duda, todos hemos acudido, en algún momento, a aquello que la psicología denomina estereotipos. Ahora bien, ese ahorro perceptual puede conducirnos –como señala Ágnes Heller– a una cristalización del objeto y a finalizar enfrentados a un prejuicio.
El colectivo juvenil no está exento de aquellas construcciones perceptuales. Desde exaltar su idealismo y su rebeldía hasta ligarlos con el individualismo y el desinterés por la vida en sociedad, los estereotipos los atraviesan en su gama de apreciaciones.
Para quienes nos dedicamos al estudio de las juventudes y adherimos a enfoques socioculturales, en una primera instancia aprendemos que la categoría demanda considerarla plural y heterogénea en su construcción. Desde esta perspectiva comprendemos que el factor etario no constituye un límite infranqueable ni determinante. La situación socioeconómica –de modo cada vez más acentuado– se ha ido constituyendo en parteaguas decisivo en el capitalismo, en el que la desigualdad cada día muestra –en muchas ocasiones, de manera ominosa– las terribles diferencias entre quienes concentran la riqueza y las mayorías vulnerables y empobrecidas.
Los informes del Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (OXFAM[1], por sus siglas en inglés) detallan con precisión no solo los porcentajes que comprenden a los privilegiados y a los excluidos del sistema, sino también las consecuencias de tales diferencias. El acceso a una vivienda digna, alimentación saludable, salud equilibrada, trabajo apropiadamente reconocido y remunerado y educación que respete su cultura junto con el desarrollo del conocimiento; todo ello, con el estímulo por el involucramiento social, respeto a la diversidad de género y cuidado del medio ambiente, se halla condicionado por la situación socioeconómica. Tal panorama basta y sobra para comprender que las juventudes muestran también –en su construcción– similitudes y diferencias que exponen la pluralidad y la heterogeneidad en su constitución.
En nuestra tarea investigativa nos interesó acercarnos a conocer –con aquella premisa en su construcción– el modo en que conciben la otredad y los vínculos que establecen. De modo similar, indagamos acerca de la posible influencia del género en las prácticas sociales.
Entre los afectos y la militancia
Angie no requirió que ahondáramos en las explicaciones acerca de nuestra tarea como investigadores. A los pocos minutos nos transformamos en interlocutores atentos a sus historias familiares, en las cuales –desde el inicio– se asomaron dos ejes: el papel de las mujeres y la militancia política. En cuanto al primer eje, fueron adquiriendo voces mujeres reales y una con una fuerte presencia simbólica. Todas dejaron su impronta en sus tareas del segundo eje, en sus ideas y prácticas en el Partido Justicialista.
La figura materna fue quien la acercó al justicialismo. Sus recuerdos infantiles muestran una niña que jugaba en la sede del partido mientras los adultos se dedicaban a discutir y planificar las actividades políticas. Junto a su madre también son los recuerdos de entregar juguetes y preparar el chocolate para el Día del Niño en algún barrio de la ciudad. Mientras se acomoda en el sillón de su escritorio, donde se distinguen carpetas y papeles relativos a su profesión de abogada, relata que, siendo niña –también a través de su madre–, conoció a un importante dirigente del partido que, con los años, adquirió relevancia provincial y nacional. Fue ese dirigente quien le habló de la “otra mujer”, con la cual había mantenido contactos epistolares, además de algunos encuentros por su actividad gremial. Así, Angie fue conociendo las ideas de esa mujer cuyo rostro se le volvió familiar a través de las fotos que le mostraba el dirigente. Aunque ella era muy pequeña por entonces, las historias que escuchaba fueron quedando en su memoria y comprendió que los niños, los viejos y los vulnerables eran los objetivos de ese partido, y ella, ya en su juventud, buscaría otorgarles una impronta muy cercana a aquellas ideas. El nombre de aquella mujer –que solo conoció a través de fotografías y relatos familiares– sería el que marcara y diera nombre e identidad a la agrupación que construyó junto con otros jóvenes en el Partido Justicialista provincial: “Simplemente Evita”.
Detiene su relato cuando ingresa su secretaria, quien le comenta el mensaje de un cliente. Tras retomar el diálogo, es el tiempo de Angie adolescente y los sinsabores para lograr el reconocimiento legal de una paternidad hasta entonces ausente. Con soltura, nos relata sobre la lucha por lograr su deseo de reconocimiento frente a una figura paterna con trayectoria propia en el Partido Justicialista y su férrea intención de no ceder en su propósito a cambio de un espacio en la agrupación del padre. Le interesaba la autonomía, y la agrupación de jóvenes que formaron tenía como premisa algunos ejes –en cuanto a formación y prácticas militantes– similares a los de aquella mujer cuya historia la había atravesado desde la niñez. Elegida por su grupo como la lideresa, fueron construyendo un perfil propio como agrupación y lograron cierto reconocimiento personal al interior del partido a pesar de su juventud. Es posible que, por sus características de personalidad y su historia familiar, haya desarrollado la necesaria asertividad para enfrentar las asimetrías de poder con los adultos de su partido y lograr un espacio en la conducción departamental. Sentía que el ímpetu de la juventud no era un disvalor ni una desventaja. Estaba convencida de la necesidad de formación en los dirigentes junto con la práctica en la militancia barrial. Se había propuesto no pedir permisos en el partido ni pisar cabezas por un cargo en el Gobierno. Ya llegaría ese momento. El futuro mostraría si el estilo de sus prácticas políticas era apropiado para superar estructuras adultocéntricas y patriarcales.
Desde los piquetes hasta la diversidad de género
“Nosotros vivíamos en Mar del Plata, en una villa, en situación de vulnerabilidad”, comienza Raquel, recordando su infancia, y agrega:
Mis padres son pastores evangélicos. Entonces, esa cuestión social, esa cuestión de la realidad en la vulnerabilidad nos llevó –a mamá primeramente– a organizar las ollas populares en el barrio. Yo te estoy hablando del 2001, prácticamente. 2000, 2001: yo tendría 10, 9 años. Y era yo quien la acompañaba a mi mamá a lo que era pelearla en el barrio.
Los argentinos con un par de décadas en la mochila personal recordamos con suma claridad aquellos días de diciembre de 2001, con un gobierno incapaz de dar respuestas a la crisis socioeconómica y que apelaba solo a la represión para contener los reclamos populares. En todo el país, las calles citadinas se transformaron en los lugares de encuentro de hombres y mujeres hastiados también por la crisis institucional. Entre el sonido de las cacerolas emergía un grito común: “¡Que se vayan todos!”. En ese contexto, Raquel recorría junto a su madre las calles que la acercaban a la olla popular. De su madre recuerda las constantes actitudes para colaborar con todos.
Recuerdo a mi papá, verlo llorar porque no teníamos para comer. Esa imagen es como que te queda grabada. Íbamos al colegio y allí comíamos. Creo que allí empecé: sentí la injusticia, vi tantas diferencias de clase sociales –porque esa es una ciudad donde se ve mucho la diferencia de clase social, está el pobre y está el rico– y eso fue marcando por dónde ir, hacia dónde, y lo que me empuja día tras día, conocer y vivir esa realidad
En 2003, su padre consiguió trabajo en Villa Mercedes y toda la familia se trasladó a esa ciudad. Aunque a Raquel la mudanza no le gustó, continuó acompañando a sus padres en su tarea religiosa, aunque sin la vinculación que tenían ellos. Luego se dio el ingreso a la escuela secundaria, donde se fue distinguiendo entre los compañeros por asumir actitudes no pasivas y críticas en el colegio. En ese tiempo inició su vinculación con la Federación Juvenil Comunista. Tras esta etapa, junto con su hermana mayor decidieron regresar a Mar del Plata. Allí, entre los trabajos temporarios que en alguna ocasión abandonó no sin antes reclamar porque la empresa no cumplía con lo establecido, fue el inicio de su búsqueda de una carrera universitaria que le brindara herramientas de formación para las tareas sociales. En esos momentos se relacionó con otros jóvenes que también se hallaban vinculados a la Federación Juvenil y decidieron conformar un grupo y estudiar textos clásicos del marxismo. En su relato, reconoce que esa experiencia le aportó la rigurosidad en la formación, al igual que otras herramientas de la práctica política que la ayudarían en sus futuras actividades. Fue durante el tiempo que vivió en Mar del Plata cuando se vinculó con Nuevo Encuentro. La edad y la salud de sus padres hicieron que las hermanas regresaran a Villa Mercedes. Allí, su madre le presentó a una concejala que acababa de asumir en la ciudad por el Frente para la Victoria.
“Pegamos onda”, dice Raquel, quien se transformó en su secretaria hasta el fin de su gestión. Entre las actividades de la concejala figuraba el Programa de Género del municipio; allí Raquel halló el espacio de mayor interés para sus tareas y continuaría ligada a él tras la finalización de la gestión de la concejala. No duda en explicitar que reconoce a Cristina Fernández como la conductora del espacio político. Nos relata haberla conocido cuando con la agrupación colaboraron en las inundaciones en La Plata. Por esos años retomó la vida universitaria, aunque dejaría la primera carrera y, luego, iniciaría otra que finalmente concluiría. Se reconoce muy crítica de las agrupaciones estudiantiles en la universidad –en particular de una de ellas, que estaría cercana a sus ideas–, pues no acuerda en que insistan en mostrarse independientes de todos los partidos políticos. “Yo creo que en el momento histórico en el que estamos viviendo, con la derecha recalcitrante en el poder, no podemos nosotros, como estudiantes, decir que somos independientes”, agrega Raquel. Finalmente, nos cuenta que continúa vinculada al Programa de Género. Allí, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo mayor presencia y se ha transformado en una activa militante en acciones de feminismo y diversidad de género.
Las redes sociales y acciones de encuentros
Acordamos con Muriel encontrarnos en la sede de su partido. A la hora convenida, y como ella se demoraba, mantuvimos una conversación con un legislador del partido, quien –luego nos enteraríamos– actuaba como el líder de ese lugar. La interpelación (poco amable) de él fue interrumpida al llegar la joven. Luego de comentarnos acerca de su familia, sin ninguna vinculación con la política, sus actividades de formación y algún otro interés, la conversación se fue orientando a su vinculación con el PRO (Propuesta Republicana)[2]. Detalla que se acercó al partido en 2015:
Me contacté por las redes sociales, por Facebook. Yo veía que ellos publicaban, seguía la página del PRO de Villa Mercedes, que recién se estaba iniciando, y a partir de ahí le mandé un mensaje [al partido] y le pregunté cómo sería, [le dije] que estaba interesada en formar parte.
A continuación, agrega que se acercó al partido porque le pareció distinto a los otros (en especial, se refiere al kirchnerismo, al cual relaciona con la corrupción, y al PJ provincial, del cual critica la entrega de planes sociales). La familia de Muriel no estuvo vinculada a ningún partido político o grupo religioso o social, aunque narra que con su padre suele conversar sobre temas políticos, si bien sin profundizar. A pesar de expresarse muy crítica hacia el kirchnerismo, reconoce que con él se produjo un interés y protagonismo de las juventudes hacia la política.
La vinculación del colectivo sociogeneracional con la práctica política adquirió diversos matices a través del tiempo histórico. Investigadores latinoamericanos y de otros continentes han abordado el estudio de aquella relación (Altbach, 1989; Reguillo Cruz, 2000; Vázquez et al., 2010; Saintout, 2013; Kriger, 2016; Luciani, 2017; Castro, 2018, entre otros). Esas investigaciones nos permiten no quedar anclados en ese binarismo perceptual de las juventudes que colocan en un extremo el idealismo y en el otro, el desinterés por el involucramiento social y político. El colectivo social señalado no fue ajeno a la situación que vivió Argentina durante los primeros años del siglo xxi. Como también lo han explicitado los investigadores argentinos ya mencionados anteriormente, la repentina muerte de Néstor Kirchner en 2010 implicó el inicio de un tiempo de mayor involucramiento juvenil, en el kirchnerismo en especial, hasta extenderse a otras propuestas político-partidarias.
En el caso de Muriel, si bien su acercamiento partidario fue posterior a aquel año, incidió la cercanía con el proceso electoral de 2015. Tras el triunfo de Macri, se conformó el grupo (que no superaba las diez personas) y relata: “Nos encargamos de buscar fiscales, que es muy difícil porque… no había ningún pago, entonces acá hicieron capacitaciones, hubo un abogado que estuvo ayudando, y también doblamos boletas, estuvimos recorriendo los barrios repartiendo votos”.
Ante nuestra consulta acerca de si realizan tareas barriales, nos cuenta que solo se reúnen en la sede, y siempre vuelve, una y otra vez, a mencionar al legislador que nos atendió al llegar a la sede partidaria, que es quien organiza las reuniones con los jóvenes. Ese detalle nos resulta interesante por cuanto en nuestras tareas investigativas es el primer caso en el que el protagonismo en el grupo lo tiene un adulto.
En otro momento del diálogo, relata que está estudiando un profesorado en un instituto. Dice que no está de acuerdo con que los docentes expresen sus ideas personales sobre religión y política y agrega que en dicho instituto prevalecen las ideas kirchneristas, aun en el centro de estudiantes. Sobre ese tema, dice que no le interesa participar, pues hay una idea generalizada de que quienes lo integran no se dedican a estudiar.
En el tramo final de la entrevista nos detenemos en tres temas: la cuestión del género, la formación política y el papel de las juventudes en la política. Sobre el primero detalla que no hay división de tareas a partir del género en el partido, si bien en el grupo predominan los varones. Tras ello, señala con énfasis que no le interesa el feminismo ni ha participado en las marchas que se realizan en la ciudad y afirma: “Yo no estoy a favor de muchísimas cosas, ni marchar por Ni Una Menos, porque lo mezclan con el hiperfeminismo exagerado”. A continuación, menciona que se informa a través de diarios y Facebook y, en ocasiones, yendo a la legislatura provincial con el líder de esa sede y agrega que aprende más conversando con otras personas que leyendo. Al final, comenta que en los partidos políticos se usa mucho a los jóvenes, pues, en definitiva, los candidatos continúan siendo los mismos a través de los años, aunque ella refiere que no le interesa ningún cargo. Agrega que a su novio le disgusta la política, por consiguiente, no la acompaña en las actividades. También relata que su agrupación no tiene vinculación con otros grupos juveniles del partido en la propia ciudad ni en el resto del país. Una situación similar ocurre con las figuras de su partido, de las cuales solo conoció, en una ocasión, a Macri, cuyo optimismo recuerda.
La visibilización femenina
En 1976, María Elena Walsh escribió: “Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas”. En su poema, la autora acude a urgentes palabras para recordar a quienes la conocieron y narrar a las generaciones siguientes los sinsabores de quien pasaría a ser un ícono de la política argentina: Eva Perón, la que fue –tal como lo expresa la poeta– “hiena de hielo para los gorilas”, mientras que “los grasitas” quedaron “con el corazón rajado, rajado en serio. Huérfanos. Silencio”, para destacar al final sus “agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia, pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos”.
Dora Barrancos (2014, p. 8) detalla que, a fines del siglo xix y comienzo del xx, las mujeres en Argentina, junto con las tareas de cuidado de los hijos y la familia y algunos trabajos, también opinaban e influían en la vida política “aunque no se las reconociera y estuvieran lejos del derecho a la ciudadanía”. En el mismo texto, refiere a destacadas feministas de entonces, tales como María Abella de Ramírez, Julieta Lanteri y Alicia Moreau, que lucharon por los derechos civiles de las mujeres. En la continuidad de su texto, detalla que andando en el tiempo, con la llegada del peronismo, las mujeres lograron el tan ansiado derecho al voto. Más allá de que Eva Perón se hallaba lejos del feminismo, sin embargo fue quien movilizó a las mujeres en los sindicatos para el tratamiento de la Ley de Sufragio Femenino. Podríamos preguntarnos, entonces, la razón de ser la figura central del movimiento justicialista más allá de los tiempos. Al respecto, nuevamente acudimos a Dora Barrancos (2014, p. 9), quien afirma:
Sin duda, Eva Perón se ofrece como una figura de visos excepcionales por muy diversas razones, en especial por su singular intuición relacionada con la justicia social, con la protección de los vulnerables, y debe destacarse que en buena medida la acción de la fundación que llevaba su nombre se dirigió a atender a las mujeres y los niños.
Es posible que esos relatos que Angie escuchaba desde pequeña le hayan marcado senderos por donde transitar su militancia política con los matices esperables de su propio devenir personal.
El siglo xxi mostró el protagonismo de algunas mujeres en la política de sus países. Según datos del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2012 las mujeres representaban el 25,6 % de los concejales electos en la región, el 24,3 % de los jueces del máximo tribunal de justicia en ella y el 11,7 % de los alcaldes electos, mientras que, en 2014, el 25,9 % de los escaños de los parlamentos de América Latina y el Caribe eran ocupados por mujeres. “Solo 14 países de América Latina y el Caribe tienen leyes de cuotas para mejorar la participación de las mujeres en los cargos de elección popular” (Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe, 2014). En ese mismo año, cinco países de la región eran gobernados por mujeres: Argentina (Cristina Fernández), Brasil (Dilma Rousseff), Chile (Michelle Bachelet), Jamaica (Portia Simpson) y Trinidad y Tobago (Kamla Persad-Bissessar).
Quizá por la cercanía temporal que vivimos aún no logremos visualizar el protagonismo que han adquirido el feminismo y la diversidad de género durante los años que han transcurrido en el presente siglo. Si bien la categoría género no es novedosa en los debates teóricos, su presencia en las agendas académicas y culturales ha adquirido mayor visibilidad, sobrepasó la academia y pasó a ser un tema de debates que no siempre acontecen a través de las teorías: por el contrario, en numerosas ocasiones la banalización de la categoría conduce a exhibir actitudes prejuiciosas que eluden un análisis teórico adecuado. Alejandro Grimson y Eleonor Faur (2016) afirman que “el concepto de género ha contribuido a desnaturalizar las concepciones ideológicas sobre mujeres y varones y, por ende, a deconstruir los mandatos culturales que reproducen y proponen papeles estereotipados para ambos”. He allí un aspecto complejo al cual los científicos sociales tienen que aportar de manera rigurosa los aspectos teóricos y, de tal modo, permitir que los debates discurran alejados de prejuicios.
Judith Butler (1997, p. 11) asevera:
El género no debe interpretarse como una identidad estable o un lugar donde se asiente la capacidad de acción y de donde resulten diversos actos, sino, más bien, como una identidad débilmente constituida en el tiempo, instituida en un espacio exterior mediante una repetición estilizada de actos.
La propuesta de Butler conduce a otra de las categorías en cuestión: la identidad. Hall (2003) expresa que “las identidades son puntos de adhesión temporaria a las posiciones subjetivas que nos construyen las prácticas discursivas”. Sobre el tema, Butler (1997, p. 22) detalla: “Uno ‘existe’ no solo en virtud de ser reconocido, sino, en un sentido anterior, porque es reconocible”.
En el proceso de construcción de la identidad es preciso considerar otra categoría: el poder. Desde la acepción foucaultiana, es posible comprender que el poder constituye una red caracterizada por relaciones asimétricas. Allí, sostiene Laclau (1993), “la constitución de una identidad social es un acto de poder”.
Si retomamos el relato de Angie podemos advertir instancias de su lucha, en ocasiones asimétrica, por la constitución del poder: su firme decisión de lograr el reconocimiento legal de la paternidad más allá de eventuales promesas de espacios político-partidarios, también su enfrentamiento con los adultos que integran la conducción provincial del Partido Justicialista hasta lograr el reconocimiento de su agrupación y el suyo propio para integrar dicha conducción.
Tanto en el relato de Angie como en el de Raquel se observa una destacada presencia del género. En el primero, el papel de la madre, sin dudas, constituye un primer acercamiento hacia la militancia política, tanto en la elección partidaria como en las prácticas que ella lleva a cabo –años después– con su propia agrupación, mientras que en el segundo de los relatos también la presencia femenina tiene su espacio. Si bien la madre de Raquel no mostraba una práctica política, desarrolló el plano del involucramiento social; esto quedó reflejado en los momentos en que ella la acompañaba a las ollas populares, aunque en su adolescencia y juventud Raquel construyó su propio camino de militancia y esto se observa en su alejamiento del núcleo familiar por razones de estudio, lo que también le ofreció la alternativa de constituir su acercamiento político y la formación relacionada con ello.
La vinculación entre el género y las juventudes tiene una ligazón importante, en particular en Argentina. El protagonismo feminista, desde hace unos años, va ocupando espacios antes impensados, corriendo los velos de los silencios de siglos y mostrando voces y cuerpos que ya no enmudecen ni dan pasos hacia atrás. La marea verde se fue transformando en una molesta protagonista para sectores conservadores y patriarcales que no lograron ignorar la construcción de nuevas subjetividades ávidas de superar encierros discursivos y dejar en la historia la búsqueda de permisos culturales y sociales. Los mayorcitos que ideológicamente siempre nos consideramos progresistas nos sumamos emocionados a las nuevas generaciones que ponían en palabras situaciones y actitudes que –en su momento– muchas callamos por vergüenza o carecer de un contexto favorable a comportamientos diferentes a los establecidos por la cultura.
¿Este fue el año feminista? ¿Y no lo fue 2015, con la instalación de la consigna Ni Una Menos, o 2016, con el Encuentro Nacional de Mujeres más masivo de la historia y el primer paro nacional por el femicidio de Lucía Pérez? ¿O 2017, cuando por primera vez más de 50 países coordinaron un paro internacional de mujeres? Si en este 2018 el ánimo de revuelta se siente en el cuerpo cansado de los últimos días del año es porque lo que hubo fue consolidación de décadas de tejidos feministas heterogéneos que cada vez más hacen red, dialogan de manera intergeneracional, interclasista, con las diferencias y discusiones territoriales e identitarias, pero en conversación (Dillon, 2018).
Tal como advertimos en el texto de Dillon, la segunda década del siglo xxi coloca en un plano de gran visibilidad el tema del género, las violencias y las diversidades. A partir de la segunda década del presente siglo, el movimiento feminista en Argentina ocupa cada vez mayor espacio en la agenda pública. En esos espacios son las juventudes las que adquieren protagonismo, sin relegar, por cierto, a los adultos. Todos guardamos en nuestras memorias los días previos al tratamiento del proyecto de despenalización del aborto. Las movilizaciones de esos días, durante 2018, tuvieron como importantes precedentes los encuentros nacionales de mujeres. Estas acciones tuvieron su origen en 1985, a partir de la reunión realizada en Kenia (África) en la cual participó una delegación argentina. En 1986 se iniciaron los encuentros en el país, que se constituyeron en espacios cada vez más amplios en cuanto a la convocatoria y la cantidad de participantes, como también con respecto a las temáticas de los talleres que se realizan en cada encuentro. Los temas relativos a violencia de género, despenalización del aborto y diversidades de género han mostrado la atención del colectivo en dichos encuentros. Junto con todas estas acciones, el tratamiento del proyecto de ley sobre el derecho al aborto legal, seguro y gratuito produjo importantes movilizaciones en todo el país. En todas ellas, la presencia de las juventudes fue mayoritaria. De aquellos días quedó inmortalizada la expresión de “marea verde”. Las performances propuestas por las jóvenes ocuparon diversos espacios citadinos, y en las retinas de muchos quedaron imágenes y voces del acompañamiento que se hizo mientras en el Congreso de la Nación se debatía el proyecto. Si bien este no logró su aprobación en la Cámara de Senadores, el tratamiento del tema y el debate sobre la despenalización del aborto continuaron en la agenda pública y hasta en las conversaciones personales.
Según el testimonio de Raquel, la preocupación por temáticas sobre género ocupó su interés de modo institucional, durante su trabajo junto a una concejala, pero continúa vinculada a la temática tras haber finalizado la actividad. Tal como ella nos relata, mantiene ese vínculo, que la constituye en una referente de grupos no institucionales en esa área, con atención también de las diversidades de género. La relación entre juventudes y género no se caracteriza por la hegemonía en las actitudes. Así lo podemos observar en el relato de Muriel, quien refiere que ni desde lo personal ni desde el partido al cual adhiere la temática de género tiene relevancia para ella. Así como no hay actitudes coincidentes sobre el tema en todos los partidos políticos –lo cual quedó de manifiesto en el tratamiento del proyecto en ambas cámaras de legisladores nacionales–, en las juventudes también se observaron comportamientos similares en relación con la temática. Sin duda, nos hallamos frente a un tema complejo en su análisis, que supera las perspectivas política y social. Como otros temas sociales y culturales, este se halla atravesado por ideas religiosas y de formación. Esta temática –como otras– también coloca en el debate el modo en que se difunde la información y quiénes lo hacen. En este punto, los medios de comunicación y las redes sociales toman su espacio como constructores de conocimientos. Ello puede conducir a la cristalización de un prejuicio o contar con la posibilidad de obtener información basada en datos científicos que ayude al debate de ideas. El papel de la educación resulta fundamental para la construcción de un pensamiento crítico.
Avatares juveniles en la participación social
La situación de las juventudes en los temas sociales y políticos ha sido estudiada por investigadores argentinos y de otros países. Philip Altbach (1989, p. 360) señala que el activismo estudiantil no comenzó durante la década de 1960 aunque un importante número de investigaciones sobre el tema ubiquen en ese tiempo sus estudios. Al respecto, detalla que los movimientos estudiantiles “suelen ocuparse de cuestiones políticas y sociales de tipo general y de forma consciente tratan de ejercer su influencia más allá del recinto universitario”. Rossana Reguillo Cruz (2000, pp. 19-20) afirmó que la irrupción juvenil
en la escena contemporánea de América Latina puede ubicarse en la época de los movimientos estudiantiles de finales de la década del sesenta […]. Los movimientos estudiantiles vinieron a señalar los conflictos no resueltos en las sociedades “modernas” y a prefigurar lo que sería el escenario político de los setenta.
En Argentina se han efectuado importantes investigaciones; entre ellas, las que realizaron Pablo Vommaro (2015), Laura Luciani (2017), Florencia Saintout (2013), Andrea Bonvillani (en Vázquez et al., 2010), Yussef Becher (2018) y Graciela Castro (2010). En esos estudios emerge la categoría de generación, que no se halla limitada por cuestiones etarias, sino que, al considerarla una noción cultural, posibilita incorporar aspectos del contexto social e histórico que aportan a una mayor comprensión. En ese sentido, entendemos muy apropiado el análisis que efectúa Miriam Kriger (2016, p. 14), quien –considerando las primeras décadas del siglo xxi– afirma que se han parido tres generaciones: “la de los hijos de la democracia, la de los ‘hijos del argentinazo’ y la tercera, donde se antagonizan las filiaciones entre los ‘hijos de la década ganada’ y los ‘hijos del conflicto del campo’”.
La primera de estas generaciones abarca–como señala la misma investigadora– a los jóvenes “nacidos en plena desilusión democrática, escolarizados entre los noventa y los primeros años del nuevo milenio”; la segunda es posible ubicarla entre 2005 y 2010, mientras que en la tercera, superpuesta temporalmente con la anterior, “la marca de identidad se vincula con la conflictividad agonística que asume la dinámica política de la etapa de consolidación crítica de la Argentina” (Kriger, 2016, p. 14).
Las jóvenes cuyas historias de vida compartimos en este texto nacieron y atravesaron los tres momentos propuestos por Kriger. Sin embargo, se pueden advertir las similitudes y diferencias entre ellas. Al respecto, proponemos considerar como un factor condicionante el contexto social tanto como el familiar y el cultural. En el caso de Angie, sin duda, la historia familiar actúa como un elemento de importancia en el acercamiento político de la joven, tanto en cuanto al partido político como en las maneras en que construye las prácticas de su militancia. Por su parte, también en la historia de Raquel la presencia familiar ocupa un espacio destacado, aunque, a diferencia del caso anterior, en este prevalecen las motivaciones en cuanto a actitudes solidarias en las prácticas sociales a las que, con el transcurrir de los años, la joven aportaría su propio perfil. En la tercera historia que consideramos en este texto no se advierten los condicionantes que se perciben en las dos historias precedentes. La propia Muriel comenta que se relaciona con el partido PRO a través de las redes sociales, mientras que las tareas que efectúa se reducen solo a asistir a la sede algunas horas en la semana y preparar las boletas en el tiempo electoral, sin otra actividad que vincule a los jóvenes con otros sectores sociales. En el mismo sentido, también a través de su relato conocemos el modo en que comprende la política y su rechazo a que en el ámbito educativo se expresen ideas religiosas y políticas. Ello traza una línea divisoria entre las actividades y marca la distancia que debería haber entre el ámbito educativo y la política. Para una comprensión de la relación del partido con los jóvenes que se incorporan al PRO resulta importante recurrir a las investigaciones de Gabriel Vommaro (2014, p. 63), quien, al estudiar los modos de formación y características que adquirió el partido liderado por Mauricio Macri, afirma: “En los años formativos de PRO se hablará siempre de ‘la política’ como un espacio exterior, ajeno, y muchas veces como un obstáculo a la llegada de los mejores”.
Las particularidades de las prácticas políticas que observamos en los relatos de las jóvenes incluidos en este texto nos conducen a otro aspecto del análisis que vamos realizando: el papel de los otros.
La otredad, entre los antagonismos y la empatía
El concepto de otredad tiene su significado en el marco de la antropología, la filosofía y el psicoanálisis. En términos generales, apunta a reconocer y considerar “al otro” teniendo en cuenta las costumbres y características del contexto. La noción de otredad se halla vinculada a la de alteridad, a partir de la cual resulta posible colocarse en el lugar del otro en las interacciones sociales. En línea con este análisis, podemos continuar colocando la noción de intersubjetividad. Al respecto, Schütz (2003, p. 75) afirma: “Desde el comienzo, nosotros, los actores en el escenario social, experimentamos el mundo en el que vivimos como un mundo natural y cultural al mismo tiempo, como un mundo no privado, sino intersubjetivo, común a todos nosotros”.
Las interacciones y los encuentros sociales se manifiestan en la esfera de la vida cotidiana donde los sujetos construyen sus vínculos, sus intereses y sus prácticas. Entonces, si –como afirma Heller (1972, p. 42)– la vida cotidiana es el centro de la historia, “es la esencia de la sustancia social”, podemos retomar el análisis que efectúa Miriam Kriger en su estudio acerca de las generaciones juveniles en el nuevo milenio, la relación que esta autora propone en los hechos del contexto y la emergencia de perfiles diferentes en las juventudes atravesados por las circunstancias históricas. En todo ese recorrido histórico y político, “el otro” adquiere matices singulares que se reflejan en las prácticas políticas.
En los estudios que realiza Schütz (1993, p. 46) es indudable la influencia weberiana. A partir de ello, el sociólogo austríaco expresa: “Weber requiere que la persona que realiza una acción social esté consciente de mucho más que la existencia del otro. Debe darse cuenta del significado de la conducta del otro e interpretarlo”.
Si nos ubicamos desde el paradigma del interaccionismo simbólico, es posible comprender que los sujetos interpretamos el mundo que nos rodea y, para ello, los símbolos son imprescindibles. De ello surge el significado que otorgamos a las personas con quienes interactuamos y las situaciones que afrontamos. En consecuencia, “los otros” y las situaciones adquieren la expresión que nos permiten los significados que cada uno de nosotros construye. Retomando a Schütz (1993, p. 134), podremos acordar que “mi vivencia de ti, así como el ambiente que te adscribo, llevan la marca de mi propio Aquí y Ahora subjetivo y no la marca tuya”.
Con estas consideraciones podemos acercarnos al otro e incorporarlo en nuestra vida cotidiana con sus particularidades o, por el contrario, ignorarlo y desconocer sus características. El colocarse en lugar del otro habilita la empatía. Ahora bien, así como expresamos que los significados acerca de los otros y de las situaciones son construcciones, lo mismo sucede con la empatía. Contar con elementos que favorezcan tal actitud pone en circulación la influencia de aquello que denominamos instituciones dominantes (Castro, 2000), tales como familia, educación, Estado, religión. Ellas aportan normas y modos de conducirse en la vida en sociedad que cada sujeto incorpora como propios y como consecuencia de ser integrante de alguna de ellas. Esa influencia se manifiesta en las relaciones interpersonales y condiciona los modos en que se establecen dichos vínculos.
En los relatos que venimos analizando, el papel que las narradoras otorgan al otro muestra la influencia de las instituciones dominantes; en particular, la familia y, en segunda instancia, la formación que cada una de ellas va adquiriendo. Angie formó parte de una familia en la cual el peronismo marcó su infancia tanto en el interés por acercarse al partido como también en la modalidad que adquirió su militancia. Junto con ello, y como consecuencia de tales vínculos familiares y sociales, la joven se acercó desde pequeña a la historia de quien constituye una figura mítica del peronismo: Eva. Esas vivencias le permitieron cimentar la empatía en las interacciones sociales, que le colocaron una impronta en sus prácticas de militancia, entre ellas, las tareas barriales y los festejos por el Día del Niño. Una situación análoga podemos encontrar en la historia de vida de Raquel, fundamentalmente en cuanto a la solidaridad. En el transcurso de su vida incorporó el interés por la formación política y la preocupación por grupos en situación de vulnerabilidad social y cultural y, en particular, en cuanto a la diversidad de género. En ese sentido, es habitual encontrar a Raquel en las marchas que se han organizado en la ciudad, tanto en las actividades que se llevaron a cabo en conmemoración del 24 de marzo de 1976 o en la demanda del presupuesto universitario como también en aquellas con eje en temas de feminismo y diversidades de género.
En el tercer relato, que corresponde a Muriel, el papel del otro es diametralmente opuesto al que percibimos en las otras historias. Ella nos cuenta que se acercó a PRO a través de Facebook y sobre las actividades meramente instrumentales que realiza en dicho partido en el tiempo preelectoral y que, luego, asiste a la sede algunos días a la semana en los que siempre prevalece la presencia de un adulto, que es quien determina las tareas por realizar.
Fidanza y Vommaro (2014), en un artículo en el que analizan la juventud PRO, afirman que “cada juventud tiene su mito originario […]. Se ‘metieron en política’ para apoyar ‘al campo’, porque Argentina es un país con potencial que necesita desarrollar, algo que ‘el populismo’, dirá Gustavo Senetiner, impide”.
Gabriel Vommaro (2014, p. 68), en otro texto, afirma:
PRO se construye como grupo político enraizado en el mundo empresario, por un lado, y en el mundo del voluntariado, por el otro. De allí toma los formatos de rituales partidarios (los actos tienen mucho de la fiesta de fin de año de una gran corporación en la que el team manager les habla a sus empleados sobre los éxitos cosechados y los objetivos por alcanzar), valores morales (la entrega de sí en actividades voluntarias, la importancia del éxito emprendedor), modos de ver el mundo (la positividad, el cuidado de sí, que lo han vinculado, por ejemplo, a las llamadas “nuevas espiritualidades”).
En el relato de Muriel, algunos aspectos resultaron fundamentales para nuestra investigación: el liderazgo sobre ese grupo de jóvenes de un adulto, circunscribir la tarea solo a la sede, identificar la política con rasgos negativos y no preocuparse por el género. Con excepción del último tema –respecto del cual hubo figuras políticas de PRO que expresaron actitudes favorables–, los otros ejes se perciben en el discurso y las prácticas de tal partido.
Conclusiones
Para quienes realizamos investigaciones desde las ciencias sociales y elegimos como paradigma de análisis el enfoque cualitativo, aproximarnos a “nuestro objeto de estudio” puede resultar una puerta apropiada para acercarnos a retazos de historias que pueden conducirnos a senderos no previstos que enriquezcan el análisis. Desde ya que la actitud de escucha es fundamental, al igual que la atención para entender las palabras tanto como los silencios. En ese sentido se orientan las entrevistas que realizamos con los jóvenes desde las actividades del proyecto de investigación.
Las tres historias de vida que incluimos en este texto ponen de relieve el modo en que construimos la vida cotidiana, en la cual la influencia del contexto junto con la de las instituciones dominantes son fundamentales. Las tres jóvenes de nuestras historias coinciden en cercanías etarias y en el género. Tras ello se tejen tramas propias que vuelven análogas y diferentes sus historias personales, lo que enriquece el análisis que nos permite conocer aspectos de la pluralidad y la heterogeneidad juvenil.
Tal como en su momento aseveraba Schütz, nacemos en un mundo que nos precede y no cuestionamos su existencia. El punto que se plantearía después es el de las características que presenta ese contexto al cual llegamos sin que se nos consulte, pero del cual nos vamos apropiando y al que le otorgamos los matices que nos resulta posible. Cuando Heller (1987, p. 19) examina el concepto de vida cotidiana, afirma que en toda la sociedad hay una vida cotidiana y cada hombre tiene la suya, aunque ello no implica que sea idéntica para todos, y agrega: “La reproducción del particular es reproducción del hombre concreto, es decir, el hombre que en una determinada sociedad ocupa un lugar determinado en la división social del trabajo”.
En los relatos que consideramos en este texto, las particularidades de la vida cotidiana que se muestran en cada historia son atravesadas por situaciones y personas que se constituyen como sedimentos necesarios para la construcción de la subjetividad en cada una de ellas. La influencia del entorno familiar puede resultar un estímulo apropiado para motivar intereses. Tal es lo que observamos en las primeras dos historias. En la primera de ellas, la presencia familiar muestra el acercamiento político y, también, la modalidad de las prácticas de militancia, así como aporta palabras e imágenes de símbolos partidarios que también se reflejarán en sus propias acciones partidarias. Sin entrar en el plano psicológico –por no ser tema de este análisis–, es posible inferir que –tanto en esta como en la segunda historia– advertimos figuras femeninas con perfiles propios y cierta autonomía en sus propias acciones, que aportarían a estas jóvenes el contar con aspectos actitudinales marcados por la asertividad en el comportamiento de sus madres, a lo cual ellas –con el devenir de los años–otorgarían sus improntas personales. Ese encuadre y otros que provengan del contexto también les permite a ellas interpelar a los adultos y las asimetrías de poder que obstaculizan sus metas y proyectos.
El tercer relato nos muestra un aspecto interesante que concierne al involucramiento político, aunque podamos observar ciertas actitudes prejuiciosas o alejadas de establecer un reconocimiento de los otros como congéneres de un tiempo social complejo.
En las últimas décadas han sido dos los colectivos socioculturales que se han ido transformando en protagonistas sociales y políticos: las mujeres y la diversidad de género, por un lado, y, por el otro, las juventudes. Un largo camino es el recorrido por ambos, no exento de dificultades, pero en el que muestran sin pudores voces, cuerpos y demandas que se van incorporando en la agenda pública.
Junto con el entorno familiar, otras instituciones dominantes cruzan la esfera de la vida cotidiana. El ámbito político también se fue modificando ante la presencia de aquellos colectivos socioculturales. Sin embargo, este ámbito –donde se plantean y debaten las políticas sociales– es denostado por algunos sectores ciudadanos con adjetivos cargados de negatividades. Mostrar la política y a sus actores vinculados con la corrupción ha sido un factor que alejó a la ciudadanía en la posibilidad de involucrarse en sus prácticas. En este sentido, vemos cómo otras instituciones tienen su espacio de intervención. La educación y los medios de comunicación, tanto a través de las propuestas como en las manifestaciones de sus actores, tienen la posibilidad de aportar a la construcción de pensamientos críticos, responsables y respetuosos para contribuir a una vida en sociedad con sentido de equidad. A partir de ese entramado entre las instituciones dominantes es posible intentar soñar con sociedades con dignidad y respeto a todos.
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- OXFAM es una organización benéfica muy conocida por sus campañas para recaudar fondos, su trabajo de ayuda al tercer mundo y su intento de promocionar el uso de tecnología básica y de los recursos locales renovables.↵
- “Propuesta Republicana (PRO), el partido fundado por Mauricio Macri, empresario y ex presidente del Club Atlético Boca Juniors […]. En él conviven políticos de larga data con nuevos ingresantes a la actividad, relacionados con el mundo empresario y de las ONG y los think tanks liberales. El emprendedurismo y el voluntariado son valores partidarios dominantes, a lo que suman un discurso ‘postideológico’, una estética festiva y un liderazgo propio de un team leader empresarial” (Vommaro, G., 2014).↵