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9 Entre murales, grutas y altares

Una etnografía sobre trayectorias de familiares de víctimas “no inocentes” (Córdoba, Argentina)

Natalia Bermúdez

Foto 1 y 2. El mural y la gruta dedicada al Güeré en barrio Los Cortaderos

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Fotos de Ayelén Koopmann. Fuente: Muestra Entre Altares y Pancartas.

En el corazón del barrio Los Cortaderos, se pueden encontrar dos murales, uno pintado antes del asesinato del Güeré y el otro poco tiempo después, en alusión a su muerte. El mismo Güeré participó de la elaboración del primero, que parece haber sido premonitorio, jóvenes representados como peces con gorras[1], siendo perseguidos y atrapados por las redes de otros peces más poderosos, que simbolizan a los policías. Al poco tiempo, Güeré fue asesinado por dos uniformados, acusado de enfrentarlos a los tiros tras haber estado robando junto a su primo en las proximidades.

Días después de su muerte, sus amigos planearon la realización del otro mural, que nos interpela a partir del rostro del Güeré pintado en primer plano y de la frase: “Llévame un solo instante a tu presencia que tu ausencia duele intensidades. Quién hubiera pensado que te fueras si tu vida en flor era una fiesta”.

También construyeron, a pocos metros de allí, una gruta. Repleta de recuerdos, imágenes, cartas y fotografías, esta gruta se ha ido convirtiendo en un lugar neurálgico para el barrio. De hecho, mientras que los jóvenes de otras clases sociales cordobesas socializan en bares, parques o plazas, es allí en esa gruta donde se reúnen los chicos del barrio los fines de semana y a la salida del trabajo en los cortaderos de ladrillos.

A lo largo de mi trabajo de campo, he venido observando cómo en el interior de las viviendas, ubicados en los espacios más públicos como comedores o cocinas, se construyen altares en heladeras o aparadores desplazados de sus funciones habituales. Acompañados por velas, flores y objetos religiosos, en estos altares las fotografías de los jóvenes muertos resultan interpeladas cotidianamente con diálogos y saludos. Prácticas como la renovación constante de objetos nos remiten también a manifestaciones de atención y cuidado permanentes que (re)introducen a los muertos en el ciclo de la vida. Entre otras cosas, allí son colocadas tarjetas de aniversarios y cumpleaños, adornos de Navidad, juguetes, dientes caídos de los más pequeños de la casa, perfumes y monedas. Los altares generalmente acompañan los tiempos del duelo familiar, son los primeros que aparecen –del mismo modo que los tatuajes corporales– y a lo largo de los años van ocupando distintos lugares físicos dentro de la casa.

Sin embargo, solo algunas muertes y desapariciones consiguen ser inscriptas puertas afuera de las viviendas o en los espacios más significativos para la vecindad, en grutas o murales como los de Güeré (Bermúdez, 2018).

Ya sea por un proceso político emprendido por organizaciones sociales o bien cuando un asesinato confronta valores morales vecinales y la indignación es barrial, las muertes consiguen ser territorializadas “puertas afuera”. Lejos de considerarlos “altares espontáneos” (Arenas, 2015), los murales y especialmente las grutas muestran complejos procesos de resignificación, en las que se conjugan demostraciones emotivas y amorosas, tiempos colectivos de duelo (García Sotomayor, 2014), versiones locales en torno a lo sucedido y activismo político.

Cada vez con mayor énfasis y en esa misma línea, la literatura académica de América Latina se viene preguntando qué hacen las personas con los muertos en contextos de violencias. Ya sea en torno al análisis de la patrimonialización popular de la muerte y la creación de muertos milagrosos (Flores Martos, 2014), de la escenificación de los asesinatos (Blair, 2007), o bien indagando por los procesos de canonizaciones populares (Míguez, 2012; Carozzi, 2006), por la creación de tumbas como epitafios “polifónicos” (Riaño Alcalá, 2006), o en “rituais para a dor” (Birman y Pereira Leite, 2004), la espacialidad cobra un lugar preponderante.

Particularmente, en este capítulo analizaré parte de las trayectorias de dos mujeres familiares de víctimas de violencia policial en estrecha relación con la construcción de estas territorializaciones[2] de la muerte, en la medida en que echan luz sobre el proceso y el modo a través del cual las personas consiguen devenir –o no– en “activistas familiares” (Pita, 2010)[3]. Como mostraré, los altares, murales y grutas condensan el trabajo social, político y simbólico que desarrollan familiares y allegados que les permiten confrontar las significaciones hegemónicas que estigmatizan las muertes, posibilitando narrarlas “desde abajo” y dotándolas de las propias emociones, versiones y experiencias que se movilizan en torno a ellas.

La investigación etnográfica y comparativa que desarrollo aborda redes de relaciones familiares, sociales y políticas vinculadas a muertes en contextos de violencia, en sectores populares de la ciudad de Córdoba. Acompañar a familias y vecinos a los cementerios, marchas y misas en las fechas conmemorativas, así como estar presente en charlas y reuniones en calles, patios y viviendas, fueron las actividades más importantes del trabajo de campo. Este escrito también forma parte de actividades de intervención entre la universidad y distintas organizaciones con familiares de víctimas para la creación de una muestra de imágenes[4].

Sonia y la muerte de un joven trabajador

Caminar varias cuadras desde la avenida principal hacia el barrio conocido como Los Cortaderos (por los cortaderos de ladrillos que funcionan desde hace más de cincuenta años) fue sin duda señal de periferia conformada por escasísimos servicios de transporte y calles de tierra. Una señora que descendió del mismo colectivo que mi colega y yo, nos guió por varias cuadras hasta la vivienda de Sonia, tía del Güeré y madre de Maximiliano, que nos estaría esperando desde las seis de la tarde. Tal como habíamos convenido, íbamos a tomar imágenes de aquello que quisieran sumar a la muestra itinerante que coordinamos.

No fue necesario bucear demasiado para averiguar qué había sucedido con Güeré. De gran repercusión mediática, las derivaciones de su muerte involucraron a autoridades policiales, periodistas, y otros actores políticos, por lo que su caso se había mantenido en la escena pública durante varios meses.

Un día de julio de 2014, Güeré se había reunido a cenar con dos amigos y su primo, y luego se habían ido a tomar algo a la casa de su abuelo, que vive también en el barrio. Cerca de las dos de la madrugada, Güeré y Maxi fueron a comprar más bebidas a un almacén próximo en motocicleta. Llegando a la casa, se cruzaron con un móvil policial de frente y siguieron de largo. El policía que conducía el patrullero disparó sin dar la señal de alto. El primo cayó al piso inmediatamente con una herida en la pierna, y Güeré siguió conduciendo. Nuevos disparos le terminaron por dar en la espalda hasta que también se desplomó y a los pocos minutos falleció. No asombró demasiado a sus vecinos la situación vivida dado que ese policía era conocido en la zona por maltratar a los jóvenes varones del barrio.

Según los vecinos presentes, aquella noche ninguno de los dos policías atendió a los heridos, sino que regresaron con posterioridad a lo ocurrido acompañados de otros móviles con gran cantidad de uniformados. Según manifestaron, tenían la intención de ingresar a la vivienda del abuelo, pero terminaron desistiendo cuando vecinos y familiares empezaron a tirarles piedras e insultarlos.

La versión oficial sostenía que los jóvenes habían estado robando armados en las inmediaciones, y que habían disparado contra el móvil policial. La prueba sería la marca de un supuesto disparo en la parte trasera del vehículo.

Durante los días posteriores a la muerte de Güeré, un periodista del canal de la universidad recogió varias declaraciones que sostenían que los uniformados habían intentado conseguir un arma en un taller de la zona para “plantársela” a los jóvenes. A partir de la circulación de esta información, el periodista fue amenazado por el jefe de la policía, situación que desembocó en una denuncia en la Justicia, y su posterior imputación y procesamiento.

María, la madre del Güeré, fue seriamente afectada por lo que pasó. Encerrada en su casa, le diagnosticaron “depresión”. Recién varios meses después, pudo comenzar a retomar su cotidianeidad. En este período podríamos decir que fue Sonia quien se convirtió en “activista familiar”. Ella se hizo cargo de hablar con los medios, asistir a tribunales, encontrarse con fiscales y abogados, para limpiar la memoria de su hijo y la de su sobrino, que habían quedado procesados por robo.

Sonia tenía ya más de veinte años de participación en distintos espacios, que incluían la asamblea de barrio Los Boulevares y varios grupos de jóvenes. Tentada por diferentes partidos políticos, Sonia se negaba siempre a integrarlos, describiendo su labor por fuera de lo partidario como un trabajo social[5]. Su trayectoria previa como referente vecinal resultó ciertamente crucial para movilizar la búsqueda de justicia. Estos saberes y recursos que Sonia movilizaba marcarían también la modalidad de los sucesivos encuentros que tuvimos y que incluían siempre recorrer el barrio.

Recorrer el barrio

Para el primer encuentro, Sonia nos esperó en la vivienda donde funcionaba además la peluquería en la que trabaja. Allí nos explicó el derrotero que emprenderíamos a los pocos minutos, que incluían diversos espacios y protagonistas. El primer destino era un galpón semiabierto en el que algunos jóvenes estaban fabricando macetas de cemento de diversos tamaños. Como en la pared de enfrente se podía leer el grafiti “Güeré x siempre”, le pregunté si allí había trabajado también su sobrino. Sonia me respondió: “No, acá trabajaban sus amigos y uno de sus hermanos”.

Después llegamos a la gruta construida en el medio de espacios bien nutridos de gente y participación cotidiana. Aquella gruta de la que todos los vecinos habían querido formar parte porque Güeré era muy querido. De dos pisos y vidriada, dejaba entrever cantidad de imágenes religiosas, cartas, medallitas y objetos variados. Uno de sus amigos nos esperaba allí para contarnos quiénes habían traído los objetos y por qué. Cada uno estaba anclado a una vivencia compartida con Güeré, a una anécdota, a un recuerdo que los unía.

Preocupada porque viniera todo el grupo de jóvenes, Sonia se movía inquieta con el celular en la mano. Una y otra vez nos explicaba que a esa hora los chicos todavía estaban trabajando en los cortaderos. Después de tomar fotos, la caminata continuó. Seguía a unas cuadras de la gruta, precisamente en uno de los cortaderos de ladrillos del barrio. Le pregunté –de modo insistente– a Sonia: “¿Acá trabajaba Güeré?”. Con paciencia, me respondió una vez más: “No, trabajaba en otro bastante alejado. Pero yo quiero que vean este, quiero mostrarles cómo trabajan los chicos del barrio. Sobre todo porque la gente de afuera no sabe”.

Mientras caminábamos, Sonia saludaba a todos los vecinos y nos contaba con refinado detalle sobre las detenciones arbitrarias y los abusos policiales que sufrían los jóvenes del barrio y todas las reuniones que habían tenido con funcionarios y punteros. Tenía también registro de otros casos de gatillo fácil ocurridos en la zona con los que mantenía contacto.

¿Qué era aquello que Sonia se esmeraba en hacernos notar? Lejos de estar preocupada por ofrecernos la prueba documental que registrara cuáles habían sido los lugares significativos para su sobrino, Sonia buscaba demostrarnos algo más relevante aún, en cuanto universitarias, profesionales, venidas de “afuera”. Con este recorrido, Sonia inscribiría a Güeré, a los amigos de su sobrino y, en ese mismo acto, a su propio hijo en aquellas moralidades legitimadas socialmente que vinculan la dignidad al trabajo y al sacrificio. Güeré había sido asesinado siendo –y a pesar de ser– trabajador, bueno y querido por todos.

Trabajador

Tanto el recorrido por el barrio como la gruta y los objetos allí ubicados no podrían ser escindidos de aquellos aspectos de la biografía del joven que su familia, vecinos y amigos buscan hiperbolizar. Es entonces en esos sentidos enlazados al Güeré como trabajador que las prácticas en torno a su muerte y el territorio materializan la continuidad de la relación (re)construida, sostenida, homenajeada, mantenida viva (Bermúdez, 2018). Reinscribir a los jóvenes muertos en lugares significativos para el barrio consiste, entonces, en anclar la muerte y su sentido en los territorios de los jóvenes, desde sus propias versiones, emociones y experiencias.

Sostengo que este recorrido resultaría una metáfora del proceso de resignificación de la muerte del Güeré por el cual Sonia devino “activista familiar”, tal como quedó demostrado en el juicio que se llevó a cabo en 2017. En esta instancia debió demostrarse que Güeré no era delincuente, sino trabajador. Las pruebas y declaratorias de peritos terminaron por rebatir cada uno de los argumentos oficiales. Los jóvenes no habían disparado, tampoco llevaban armas y no habían ido a robar. Ninguno tenía además antecedentes. Así las cosas, la cámara 8.° del Crimen terminó sentenciando a cadena perpetua a los agentes policiales como autores del homicidio.

Ahora bien, este ejercicio de moralización del joven, ciertamente eficaz si consideramos la condena ejemplar, generó malestares con otras madres que venían apoyando la causa y que asistieron al juicio para acompañar a la familia. Especialmente ocurrió con las integrantes de la Coordinadora[6], en la que se incluyen “Madres de Delincuentes”, como ellas dicen. Y esto no ocurrió porque Sonia hiciera necesariamente esa distinción entre inocentes y no inocentes, o, en términos nativos, entre trabajadores y ratas, sino que porque la movilización de esos valores morales a los que Sonia apeló para legitimar la demanda y universalizar el reclamo (Boltanski, 2000) tendría implicancias de jerarquización y distanciamiento con las “otras” madres.

Gabriela y la muerte de “la rata de la Colón”

Una de ellas es Gabriela, que forma parte de la Coordinadora desde 2017. Está separada y trabaja cuidando personas mayores en domicilios particulares. Madre reciente de una bebé que tiene su mismo semblante, le puso por nombre Milagro, en alusión a lo que significa para su vida tras lo sucedido con su hijo mayor Rodrigo, quien fue asesinado pocos días después de cumplir 17 años. El nacimiento de Milagro fue entendido como un envío de Rodrigo. Gabriela decía que él se la había mandado para que estuviera mejor. También tiene otra hija adolescente con quien Rodrigo tenía un vínculo de compañerismo muy particular.

Conocí a Gabriela un día en que inauguramos la muestra itinerante en la Legislatura. Se presentó y nos invitó a su casa porque quería sumar el caso de su hijo a la muestra. Dos meses después, Gabriela nos esperaba a mi compañera y a mí en la puerta del cementerio San Jerónimo para guiarnos. Una vez que se subió al auto, nos dijo: “Mi hijo está acá, pero yo no vengo nunca. Pero es una tortura porque desde la ventanita de mi casa lo veo”.

Apenas cuatro o cinco cuadras después, llegamos. Entramos por un patio común a varios departamentos de planta baja. Abrió la puerta, nos invitó a sentarnos y encendió la hornalla de la cocina para poner la pava. Continuó contándonos: “Todo lo que yo pueda hacer para mantenerlo vivo a mi hijo lo hago. Yo no soy tonta, sé que mi hijo no está, pero para mí tenerlo en la calle es mantenerlo vivo…”. Rodrigo vivió poquito”, así es como define su trayectoria, y a eso se debe todo lo que hace. “No voy a descansar para mantenerlo vivo de alguna forma”.

Sobre la mesa había mantas, telas e hilados, que Gabriela hizo a un lado para acomodar la yerbera. Había empezado un curso para aprender a cocer y tejer en una escuela religiosa que le costeaba los pasajes del ómnibus. Cada vez que Gabriela abría alguna puerta del mueble del comedor para buscar los elementos del mate, se caían los más de veinte encendedores que su hijo coleccionaba y que ella disponía prolijamente una y otra vez en el altar que le había armado, donde además sobresalían flores, fotos, recuerdos y un perfume de una marca reconocida de venta por catálogo. El mismo perfume que usaba su hijo, y que vuelca todas las noches sobre la almohada antes de dormir para poder sentir su olor y soñar con él. Rodrigo tenía altar, no tenía gruta.

Foto 3. Altar para Rodrigo

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 Foto de Evelin Muñoz. Fuente: Muestra entre Altares y Pancartas.

Gabriela buscaba desde entonces repetir el nombre del uniformado que habría asesinado a su hijo vaya donde vaya, como una forma de escrache y reparación. De hecho, todas las marchas y conmemoraciones que Gabriela organizaba incluían siempre, más allá del edificio de tribunales, alguna parada frente a la sede central de la policía, para gritar su nombre.

Gabriela entendía muy bien su posición desfavorecida en el mundo de tribunales. Primero porque su hijo fue asesinado mientras intentaba robar una billetera. Pero además porque, si bien las “pruebas” acusaban al uniformado –al parecer marcaron alta dosis de cocaína en sangre–, también señalaban a su hijo por tener aparentemente un arma en el momento del robo.

Cada vez que Gabriela presentaba su caso, lo hacía desde esta posición de reconocimiento de la culpabilidad de su hijo:

Se equivocó, lo reconozco, pero no por eso merecía que lo fusilen como a un perro. Por eso no soy de las Madres del Dolor, nosotras somos las Madres de los Delincuentes para todo el mundo, pero para mí tanto ellas como nosotras, somos madres.

Acusaciones morales tales como “Algo habrán hecho” o “Por algo será” no resultan novedosas en Argentina, más aún si exploramos nuestro pasado reciente. La violencia policial aparece legitimada para algunos sectores sociales, en cuanto consideran que los jóvenes asesinados pudieron haber estado cometiendo algún delito. Es decir que las “víctimas” terminan siendo responsabilizadas por sus vínculos –no siempre reales– con actividades delictivas menores, y a sus muertes se les adjudica cierto merecimiento.

Gabriela hace referencia entonces a esas jerarquías morales que se construyen en ámbitos judiciales, comunicacionales, partidarios y que también se re(producen) al interior de las organizaciones vinculadas a estos temas. Recordemos que por ese entonces se estaba llevando a cabo el juicio de Güeré, joven que personificaba la figura de la víctima inocente y trabajadora. Como veremos, tales jerarquías morales se pusieron crudamente en escena el día de la muerte de Rodrigo.

En una calle muy transitada de la ciudad de Córdoba, el hijo de Gabriela, que iba en la parte trasera de la moto con un amigo, rompió el vidrio de un auto e intentó robar una cartera. Un policía de civil le pegó varios tiros a poca distancia y Rodrigo cayó al asfalto. El amigo huyó en la moto. El policía alegó que estaban armados, otros testigos lo niegan. A pesar de estas versiones confusas, si bien aparece en la causa un dermotest positivo que acusa a Rodrigo, el arma no apareció. La primera persona que se enteró de lo sucedido fue una tía de Gabriela, que vio en las redes sociales una imagen de la cara de Rodrigo ya fallecido, con la leyenda: “Ahí está muerta la rata de la Colón”.

Gabriela nos cuenta:

Ese día cuando llego de trabajar me acuesto. Me golpean la puerta. “Pasó algo”, me decían unas chicas. Una de ellas lloraba. “Decime que está preso, decime que está preso”, le decía yo. Pero no me respondían nada. Salí vistiéndome, en el auto me iba poniendo la ropa. Llegamos, estaba todo vallado, un chico tirado, tapado. No me dejaban pasar a ver. Yo le daba las descripciones de cómo era mi hijo a la policía. Nadie me decía nada. Llamé a mi tía que vive cerca para que me venga a acompañar.

Esa era la tía que ya sabía de lo ocurrido, pero no se animaba a confirmar la noticia. Junto a otros parientes van de un lado para el otro. Varias horas después, en la sede central de la policía, le contaron lo sucedido. Gabriela se orinó encima y lloró. Para ese momento, la sede estaba toda vallada y con custodios.

Al dolor por todo lo vivido se le fueron sumando los requerimientos de su abogado. Buscar testigos, cámaras que hubieran tomado imágenes y conseguir declaraciones pasaron a ser parte de su vida cotidiana. Pero sobre todo Gabriela tendría que lograr que el amigo de Rodrigo hablara, y que contara que no tenían armas, porque eso cambiaría la causa. “La prueba es él, es él el testigo presencial”, le dijo el abogado.

Gonzalo Bugatto en la Marcha Contra la Violencia Institucional, Tribunales de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, 6 de junio de 2012

Gonzalo Bugatto - Tribunales de Lomas

Foto: Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

Declarar

Algunos compañeros de Rodrigo le dijeron quién era el amigo de su hijo, dónde vivía y cómo ubicarlo. De hecho, pertenecía al mismo barrio de sus sobrinos, donde también Gabriela se había criado.

Me tomé un taxi, dimos unas vueltas. Me bajé, caminé un par de cuadras, y lo encontré. Estaba pateando la pelota. Yo tenía el expediente en la mano para que se doliera de mí. Le pedí por favor que me acompañara al abogado. Después de mucho hablarle, fue. En el estudio contó que habían quedado en la noche anterior para ir a robar. Y remarcó varias veces que no tenían armas. Yo también fui aprendiendo de las otras madres, que en muchos casos la policía falsea las pruebas, así que le creo. Pero nunca más vino.

Al poco tiempo Gabriela lo vuelve a encontrar en un centro comercial.

Ahí lo agarré. “¿Y? ¿Qué pasó? Nunca viniste, nunca hablaste”, le dije.

Y me contesta: “¿Y qué quiere? ¿Qué quiere, que vaya en cana? No puedo presentarme”.

Yo le decía: “Mi hijo está muerto, nada se va a comparar con la muerte. Yo no le echo la culpa a nadie porque mi hijo sabía lo que hacía. Pero vos lo llevaste y no lo trajiste…”.

“¿Y qué quiere? Si voy, me meten preso”. Y la mujer le decía: “Vámonos”.

Empecé a gritar que era un hijo de puta, que ya va a pagar. Y le decía: “Sí, andate, porque donde te vea te voy a amargar la vida. Porque sos cómplice del asesino de mi hijo porque no hablar te hace cómplice. Está en tus manos”.

“¡Como si tu hijo hubiese sido un santo!”, me dijo él.

“Sí, mi hijo no era ningún santo, pero no merecía lo que le pasó. No merecía que lo dejes tirado. Asesino”. Y se fue. Todo el mundo me miraba.

Gabriela no pretende desconocer las consecuencias judiciales que puede tener para este joven su declaración, pero aun así la espera. Mientras no declare, Gabriela lo posiciona del mismo lado que el asesino. En este caso, parece prevalecer la lógica de un compromiso de honor que se sigue de la amistad que los unía. Según la misma lógica, Gabriela no lo responsabiliza por “llevarlo a robar”, sino por no haberlo traído consigo de vuelta. Por haberlo dejado tirado ahí. Por su parte, el joven parece desentenderse de la promesa que le hizo a Gabriela, presionado por las circunstancias. Y remite a esos códigos de amistad de otra manera. Argumenta que él no lo había llevado a robar engañado, por lo tanto, no lo había traicionado.

A un año de la conmemoración del asesinato de Rodrigo, Gabriela, junto a familiares de la Coordinadora y otras organizaciones sociales, marchó frente a tribunales. Posteriormente, Gabriela decidió a ir de nuevo a la casa del amigo y todos decidieron acompañarla.

Dice Gabriela:

Pero ¿qué pasa? Yo no sabía que exponía a esa gente. Si no, no la hubiese llevado. Fuimos con la bandera abierta de Rodrigo, 4 metros por 4. Enorme. Los chicos la llevaban abierta. No sé si él no estaba, pero nos atiende la suegra muy mal. No sabés lo mal que me atendió. Y yo ya estaba por irme y una amiga tomó la reja y le entró a decir de todo, y ahí nomás salió el cuñado y nos dijo: “¿Qué vienen a hacer en mi casa con todo este circo?”.

“Esto no es ningún circo, que no te extrañe que el día de mañana tengamos que alzar tu banderita también”. Le dijimos así porque vino muy agresivo a hablar con nosotras. “¿A mí me vas a pegar? ¿A mí? Que yo estoy sola con mi hija que vengo a pedir por favor que me ayuden… está en sus manos…”.

“Ya le voy a hablar cuando venga”.

“Llevalo”, le digo, “porque ahí a la vuelta está la casa de mis padres, ahora casa de mi hermana”.

“Ya te lo llevo. Apenas venga te lo llevo”. Pero nunca apareció…

Gabriela advierte que haber llevado a gente que no era del barrio implicó exponerla a las posibles agresiones y conflictos que se desataron. Pero aquí me interesa analizar otras exposiciones que se pusieron en escena con posterioridad a este acontecimiento y que nos remiten al carácter colectivo de los conflictos, involucrando a vecinos, parientes, amigos, y que imbrican valores locales con tramas construidas históricamente en torno a “formas de justicias” (Bermúdez, 2015).

Zarpar

Interpretar lo que sucedió tras la marcha resulta posible al remitirnos a las circunstancias del asesinato, pero también a las diversas posiciones que fue ocupando Gabriela en su afán de conseguir pruebas.

Gabriela pasó la mayor parte de su vida viviendo en un barrio popular de Córdoba junto a sus padres y hermanos. Ahora, en esa casa, próxima al amigo de su hijo, viven su hermana y sus sobrinos. Por eso Rodrigo pasaba tiempo en ese barrio.

Tanto su familia como la de su hermana tenían cierta reputación valorada en la zona, basada en esconder chicos en la casa para que la policía no los encontrase. Esta práctica, destinada a salvar aunque sea momentáneamente a los jóvenes de los abusos policiales, resulta bastante habitual en villas y barrios populares. Ahora bien, bajo estas nuevas circunstancias, y a pesar de esta reputación, Gabriela fue acusada de vigilante.

En esa parte del barrio se juntan los amigos de mis sobrinos, tengo uno de 15 años y uno de 17. Y otro de veinte. Los que viven ahí más grandes escucharon que le decían al amigo de su hijo: “Lo que hizo la Gabriela es zarparte la casa. Te zarpó la casa, te faltó el respeto. A vos y a tu mujer y a tu hijo. Vos tenés que hacer respetar a tu familia”. Piensan así. Y le dijo: “Vos donde veas los sobrinos de la Gabriela los tenés que someter, los tenés que hacer cagar”. ¿Qué yo le zarpé la casa? En todo caso él llevó a mi hijo a la muerte.

Gabriela hace ese comentario conociendo las reglas de lo que podríamos llamar con Bourdieu las “lógicas del desafío y la respuesta” (1968), pero desde cierto posicionamiento exteriorizado. La advertencia no solo fue verbal, sino que a los cinco días golpearon a uno de sus sobrinos y le dijeron que no lo querían ver más ahí porque lo que habían hecho “era de vigilante, llevar toda esa gente ahí”.

Y mi sobrino se tuvo que ir porque eran más grandes. Saben además que somos mujeres solas, saben que no vamos a hacer nada. No me voy a defender igual que ellos. Entonces se abusan. Estoy preocupada porque mis sobrinos están dispuestos a pelear. Y no quiero otro muerto. Así que yo no puedo volver, ya sé que no va a declarar.

El hecho de zarpar la casa del amigo de su hijo implicó que Gabriela y su familia resultaran reposicionados como vigilantes y su reclamo referido a un acto violento de invasión que incluso involucró a actores considerados externos. Pero además la convivencia cotidiana de sus sobrinos en el mismo barrio explica que las técnicas de evitación no serían suficientes para sortear las broncas por mucho tiempo. En esta lógica del desafío y la respuesta, “solamente la puja, el desafío que responde al desafío, puede significar la elección de proseguir la correspondencia, la elección de jugar el juego” (Bourdieu, 1968: 187). Tal como hemos visto, marcada por vía de sus sobrinos, Gabriela y su familia cargan ahora con esta nueva reputación de vigilantes, que lleva a que finalmente deje de “responder”, y que no busque más al amigo de su hijo.

Cabría decir entonces que el amigo de Rodrigo fue posicionado por Gabriela del lado del policía asesino, primero por dejar tirado a su hijo en el piso, y posteriormente por no animarse a declarar según el código de honor implicado en una amistad. Curiosamente, Gabriela y su familia, tras habérseles adjudicado el cartel de vigilantes, también serían colocados en esa posición, es decir, del lado en que son usualmente expuestos los policías, vigilantes o buchones.

Todo este entramado explica de alguna manera por qué Rodrigo no tiene su gruta, al mismo tiempo que nos ofrecen pistas para pensar en las dificultades que atraviesa Gabriela para acceder a su condición de “activista familiar”. ¿Cómo sería posible territorializar su muerte “puertas afuera”? ¿Quiénes podrían sostener las conmemoraciones? Como vimos en el caso anterior y como he visto en otros tantos a lo largo de mi trabajo de campo, las redes de relaciones sociales más cercanas a los familiares cumplen un rol destacado en cuanto fundamentos o recursos de sus prácticas dirigidas a tornar públicas las muertes. Pero, en este caso, para los vecinos de su actual barrio, Gabriela es madre de una rata y, en su barrio de crianza, Gabriela pasó a ser vigilante. Su posición resulta en ambas situaciones desfavorecida, y sabemos que el prestigio personal y la reputación funcionan como bienes simbólicos fundamentales de intercambio (Fonseca, 2000; Costa Texeira, 1999).

Consideraciones finales

He venido trabajando sobre cómo la construcción de altares y especialmente de grutas forma parte de un proceso de territorialización de la muerte violenta en las últimas décadas, que implica, por un lado, la resignificación de valores colectivos –sean o no “convencionales”– que han sido confrontados contextualmente. Esto no quiere decir que cada muerte no presente ambigüedades morales, sino que, en todo caso, a partir de la territorialización se busca suturar algún sentido desde el cual la muerte debe ser interpretada, leída y, por ende, conmemorada. En este proceso, algunos familiares devienen activistas toda vez que sus muertes pueden ser territorializadas “puertas afuera” en un sentido amplio.

En el caso de Sonia, vimos cómo su trayectoria como referente barrial vinculada a diversas organizaciones le permitió movilizar valores vinculados al trabajo y al sacrificio para encuadrar y legitimar las demandas de justicia en torno al asesinato de su sobrino. La gruta en cuanto lugar de conmemoración, participación y encuentro colectivo así lo demuestra.

En el caso de Gabriela, hemos visto otros entramados que nos llevan a problematizar las dificultades en su acceso a la condición social y jurídica de víctima. Por un lado, consideré aquellos valores que posicionaron a Rodrigo como una rata. Podríamos decir que para algunos sectores representa la contrafigura de la víctima inocente y trabajadora que fuera reforzada en el juicio del Güeré.

Basado en valores locales legitimados en esos entramados a los que pertenece Gabriela y su familia, se plantea el segundo punto. Colgarle el cartel de vigilante a Gabriela por intermediación de sus sobrinos la reinscribe en una posición social diferente a la que ella y su familia tenían según su reputación anterior. En esta operación se les recuerda los saberes locales heredados que regulan las relaciones y conflictos cotidianos con aquellos más “próximos”. La lógica del vigilante, si bien opera resguardando ciertas moralidades no convencionales dentro de los barrios, y que seguramente en algún momento hubiera amparado a Rodrigo, termina en estas circunstancias por reducir las posibilidades de reparación abarcadas por la Justicia oficial. Gabriela no conseguirá que el amigo de su hijo declare. Y de hecho, al momento de finalización de este escrito, su abogado estaba pugnando por la reapertura de la causa.

Asir la muerte de su sobrino a la muerte de un joven trabajador le permitió a Sonia anclar la interpretación de su muerte a un valor legitimado socialmente, pero los entramados que atraviesan el caso de Gabriela no generan esas condiciones de posibilidad.

Será por eso que Gabriela privilegia otra manera de territorializar la muerte de Rodrigo. Para ella, mantenerlo vivo es tenerlo en la calle. Pero no se refiere a calles de barrio, sino a calles más anónimas y disputadas que incluyen banderas, pintadas y el escrache en la sede policial para gritar el nombre del uniformado que mató a su hijo. También nos remite a un activismo –que es el que también emprenderían las madres de la Coordinadora– que no necesariamente consigue encuadrarse en valores hegemónicos. “Que se doliera de mí”, “dejarlo tirado”, “matarlo como a un perro”, “llamarlo rata” resultan expresiones de dolor y emociones que buscan apelar, más bien, a lo “humanitario” (Fassin, 2016).

Territorialización, moralización y resignificación de las muertes aparecen entonces como tres ejes claves de lectura para comprender los asesinatos de los jóvenes pobres en los escenarios de violencias contemporáneas y las formas de activismo que se despliegan en torno a ellos.

Referencias bibliográficas

Arenas, S. (2015). “Luciérnagas de la memoria. Altares espontáneos y narrativas de luto en Medellín, Colombia”. Revista Interamericana de Bibliotecología, 38(3), pp. 189-200. Disponible en https://bit.ly/33N2tEB.

Bermúdez, N. (2018). “Muertos vivientes. Una etnografía sobre la proliferación de iconografías en torno a los jóvenes muertos violentamente en sectores populares de Córdoba (Argentina)”. Sociedad y religión, n° 49, vol. XXVIII, pp. 49-72.

Blair, E. (2007). “La teatralización del exceso. Un análisis de las muertes violentas en Colombia”. En Flores Martos y A. González (coords.). Etnografías de la muerte y las culturas en América Latina (s/d). Colombia: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Boltanski, L. (2000). El Amor y la Justicia como competencias. Tres ensayos de sociología de la acción. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Bourdieu, P. (1968). “El sentimiento de honor en la sociedad de Cabilia”. En Peristiany J. G. El concepto de honor en la sociedad mediterránea. Barcelona: Editorial Labor.

Caminos Berton, Fernanda (2018). “¿Justicia para quién?”. Una etnografía sobre prácticas y representaciones en torno a los sentidos de justicia en un proceso judicial vinculado a una muerte por violencia institucional. Córdoba, 2014-2016. Tesis de licenciatura, Departamento de Antropología (FFyH-UNC). Mimeo.

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Costa Texeira, C. (1999). O preço da honra. Brasilia: Departamento de Antropologia, Universidade de Brasília.

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  1. A causa de estas persecuciones y abusos policiales, distintas organizaciones sociales crearon la denominada Marcha de la Gorra. Una de las primeras consignas de la marcha interpelaba a la policía: “¿Por qué tu gorra sí y la mía no?”. Portación de rostro, vestimenta, barrio y apellido resultan así los etiquetamientos más frecuentes que operan como mecanismos de exclusión y de legitimación de los abusos policiales hacia los jóvenes pobres.
  2. Parto de la noción de territorio “representado y apropiado” de Rita Segato, posible de ser pensado como apropiación política del espacio. Para Segato, “tiene que ver con su administración y, por lo tanto, con su delimitación, clasificación, habitación, uso, distribución, defensa, y muy especialmente, identificación” (Segato, 2006: 76).
  3. Me he basado en el trabajo de María Pita, quien analiza la politización de casos de violencia policial o institucional a través de la intervención de los familiares de las víctimas. La autora señala que “al hablar de familiar no se está haciendo referencia a todas aquellas personas ligadas por lazos de parentesco con las víctimas de esta violencia, sino aquellas personas que, ligadas por lazos de parentesco con las víctimas, a través de la denuncia y la protesta, se han convertido en un tipo particular de activista político” (Pita, 2010: 8).
  4. Algunos de los familiares que participan de la muestra pertenecen principalmente a la Coordinadora Antirrepresiva y a la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos, ambas en Córdoba (Argentina). Titulada “Entre altares y pancartas. Imágenes, luchas y memorias de la violencia institucional en Córdoba”, la muestra tiene una modalidad itinerante y congrega casos producidos desde el retorno a la democracia hasta el presente. El objetivo principal consiste en visibilizar tanto las actividades vinculadas a lo que los familiares llaman “la lucha”, como aquellas prácticas conmemorativas y narrativas desplegadas en los espacios privados y públicos, especialmente en torno a altares y grutas. La muestra recorre diversos espacios, como tribunales, legislaturas, colegio de abogados, escuelas y organizaciones sociales.
  5. Ver Caminos (2018).
  6. La Coordinadora fue creada en 2006, tal como señala en su espacio virtual, “con compañeros y compañeras jóvenes que a partir de los acontecimientos de 2001 empezaron a pensar, ansiar y vivir en una Argentina distinta…”. Ver https://bit.ly/33MoMtY. Última consulta: 01/02/2017.


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