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8 Hermanes

Trayectorias militantes y generación política como claves para pensar el activismo

Marcela Perelman y María Victoria Pita

Presentación

En este texto presentamos los avances parciales de una investigación aún en curso y que se inscribe en el programa de investigación colectiva que presenta este libro. Como podrá verse, a lo largo de estas páginas apenas hacemos algunas referencias puntuales a las historias a las que remiten cada uno de los hechos, los casos y las personas implicadas en torno a ellos. La economía a la hora de presentar material empírico y referencias específicas se debe a cierto esfuerzo de síntesis. Hemos optado por presentar aquí –en este espacio limitado– algunos apuntes sobre asuntos nodales que venimos pensando colectivamente en torno al activismo en derechos humanos, al lugar en él de los familiares de víctimas y más específicamente al lugar de los hermanos de las víctimas como figuras destacadas, en los últimos diez años, en ese campo de demandas de justicia. Recuperando discusiones preexistentes, nos ha interesado continuar pensando el lugar de los familiares de manera desnaturalizada y desromantizada. Nos preguntamos acerca del efecto del tiempo, o, mejor, de la temporalidad y sus acumulaciones políticas: ¿cuáles son las marcas de la historia más que reciente, breve, pero capaz de afectar experiencias vitales, biografías privadas, públicas y siempre políticas de una generación cuando la pensamos no solo en términos etarios, sino como sujetos de una experiencia colectiva? Estas preguntas llevan también a pensar el papel de las humanidades y las ciencias sociales –que no son inmunes al paso del tiempo–, y entonces nos preguntamos en qué medida nuestras lecturas como analistas de los procesos políticos –los de la temporalidad relativamente reciente– se cristalizan como narrativas de lugares comunes y explicaciones estandarizadas que nos obturan la posibilidad de advertir cambios y modificaciones en el presente. ¿De qué modos podemos empezar a dar cuenta de estos procesos casi en tiempo real, y como si fuera poco proponiéndonos por una parte escribir a contrapelo de linealidad judicial, y por otra haciéndolo sin licuar las subjetividades en el proceso narrativo y expositivo, esto es, sin apelar a las habituales formas expositivas que resultan expropiadoras y extractivas de las experiencias? En eso estamos. Aquí, en este texto, presentamos algunas de nuestras anotaciones que avanzan entonces sobre las novedades locales en materia de demandas de justicia tanto como sobre las formas de pensar la acción colectiva y política del presente, atendiendo a la vez a los modos de coproducir conocimiento.

Introducción

Por Lautaro esta vez, pero también por todos aquellos que han sido víctimas de esta misma violencia, muchas de las familias de esas víctimas están aquí hoy, nosotros queremos agradecer la presencia de todos ustedes, porque tenemos memoria, tenemos verdad y tenemos justicia. Como tenemos memoria no olvidamos a todas las víctimas del gatillo fácil, de la violencia institucional, que tanto daño le ha hecho a esta patria… porque tenemos verdad, porque sabemos quiénes fueron las víctimas, los conocimos, los vimos nacer, compartimos la vida, compartimos sus sueños, y esa es una verdad completa que las balas no pueden matar. Y porque tenemos memoria y tenemos verdad exigimos justicia, que es el único camino que nos va a llevar a la libertad que tanto buscamos.

Gonzalo Bugatto, 6 de junio de 2012

“11 años sin Luciano, 11 años sin justicia”, Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires, 1 de febrero de 2020

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Foto de Marcela Perelman.

Era la mañana helada del 6 de junio de 2012. Había pasado solo un mes desde que un policía bonaerense había asesinado a Lautaro Bugatto. Su hermano Gonzalo tomó la voz en la marcha que su familia convocó “contra la violencia institucional” frente a los tribunales de Lomas de Zamora, en la Provincia de Buenos Aires. Sostenía un papel con un breve discurso. Mientras lo decía y miraba de reojo sus anotaciones, Leonardo Grosso, un compañero de militancia del Movimiento Evita, le sostuvo el micrófono. Gonzalo nombró a cada uno de los familiares presentes con una referencia a sus casos. Detrás de Gonzalo estaba Raquel Witis, la madre de Mariano, un joven asesinado por un policía bonaerense en el año 2000. Junto a Raquel estaba Gustavo Melmann, el padre de Natalia, una adolescente que fue torturada, violada y asesinada por un grupo de policías bonaerenses en 2001. Raquel y Gustavo tienen una larga e intensa trayectoria de lucha contra la impunidad de sus casos y en el activismo de los familiares contra la violencia policial en la Argentina. Son activistas-familiares de otra generación que Gonzalo. Primero porque eran una madre y un padre, pero también porque sus casos pertenecen a otra etapa, a otro momento político, aun cuando sus hijos hayan sido víctimas de una matriz represiva aún vigente.

Como Gonzalo, otros familiares de los casos más recientes que estaban presentes eran hermanos de las víctimas. Estaba allí Vanesa Orieta, la hermana de Luciano Arruga, un joven que había padecido el hostigamiento y la tortura policial, y que en ese momento se encontraba desaparecido desde 2009. Junto a Vanesa estaba Pablo Ferreyra, el hermano de Mariano, un joven militante del Partido Obrero que fue asesinado en una protesta social en 2010 por el disparo de una patota sindical con la participación de la Policía Federal. También estaba Milton Tapia, el hermano de Alan, un joven asesinado por la Policía Federal solo tres meses antes durante el allanamiento a su casa.

El Movimiento Evita, la organización social y política en la que militaba Gonzalo, había asumido la logística de ese acto y convocó a otras organizaciones. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), uno de los organismos de derechos humanos fundado por familiares de desaparecidos durante la última dictadura en la Argentina, tenía también una intensa trayectoria de trabajo en “la agenda de violencia institucional”. Para ese momento, el Evita y el CELS ya estaban “en articulación” a partir de un hecho reciente de represión en el que la policía bonaerense había asesinado a los adolescentes Franco Almirón y Mauricio Ramos[1].

Cuando se estaba por cumplir un mes del crimen de Lautaro, Gonzalo transmitió al Evita y al CELS que su familia quería que el hecho fuera parte de una denuncia más amplia de la violencia policial, colocando su caso junto a otros, y que quería “marchar entre familiares”. A partir de ese dialogo, el CELS convocó a familiares de víctimas de hechos de violencia policial con los que compartía trabajo de litigio y activismo y dispuso el transporte para ir desde la Capital hasta Lomas de Zamora.

El acto combinó rasgos de concentración y de marcha, según los formatos y “tecnologías manifestantes” (Pita, 2004) habituales en este campo. Tuvo una repercusión acotada en los medios, pero fue trascendente para varios participantes. Fue un momento de encuentro y de reconocimiento entre diferentes generaciones de familiares y, especialmente, entre hermanos y hermanas de víctimas. Tenían historias muy diferentes y visiones distintas acerca de cómo “dar la lucha”. Los familiares conocían que sus hijos y hermanos habían sido víctimas de hechos distintos y que, por las circunstancias particulares, por los lugares donde ocurrieron y por condiciones y prejuicios de clase, los casos tenían un tratamiento social y una representación muy disímil. Algunas de las víctimas eran vistas como inocentes o mártires, mientras que sobre otras pesaba la sospecha, personas para quienes la propia condición de víctima estaba negada o en entredicho. A través del tiempo, esas asimetrías y jerarquías implícitas fueron motivo de conversación entre los hermanos e incluso de alguna acción conjunta entre los casos[2].

Nosotras, que desde hacía tiempo registrábamos y analizábamos las distintas modalidades de organización y demanda de justicia ante casos de violencias estatales, vimos en esta marcha la condensación de algunas ideas sobre el campo de los familiares y sus transformaciones recientes. Transformaciones que para nosotras revestían un interés múltiple, ya que nuestra posición como investigadoras articula preguntas académicas con el activismo en derechos humanos –por contrastar de forma exagerada dos formas de construir conocimiento e intervención cuya distinción también ponemos en cuestión–. Situadas en ese cruce, las experiencias y las trayectorias de los hermanos y hermanas de víctimas nos resultan de gran riqueza para comprender la escena y la arena pública específica de estas demandas de justicia y lucha contra la impunidad en esta etapa histórica. Este trabajo se basa en una serie de conversaciones con algunos de los hermanos que mencionamos: Gonzalo, Vanesa, Pablo y Milton, en el marco de un proyecto más amplio sobre hermanos de víctimas, que incluye otros casos.

Hacía ya un tiempo que estábamos advirtiendo “rasgos novedosos” en lo que quienes trabajamos sobre estos temas llamamos el “mundo de los familiares”. Algunas de estas novedades contrastaban con el registro disponible sobre los activismos contra la represión y la violencia policial en democracia. Desde fines de los años ochenta y tempranos noventa, este campo de activismos había tenido como figura central a las madres (Gingold, 1997; Tiscornia, 2008; Pita, 2004, 2010). La novedad de que los hermanos asumieran un protagonismo en los casos había sido señalada también por otros integrantes del CELS que comentaban, en el nivel práctico de la actividad cotidiana, que les resultaba muy diferente la conversación sobre los casos con los hermanos y hermanas respecto de cómo se daba más tradicionalmente con las madres. Allí aparecieron las primeras preguntas de este trabajo: ¿cómo reconfigura el vínculo entre abogados y familiares la cercanía etaria y generacional?; ¿qué transformaciones supone que la enunciación esté a cargo de un hermano en lugar de su madre o junto a ella?

Desde el inicio de la reflexión sobre el movimiento de derechos humanos en la Argentina, mucho se ha escrito sobre el lugar diferencial de las madres y abuelas. Luego, sobre el lugar de las madres ante diferentes situaciones de muertes violentas, especialmente frente a diferentes casos de violencia y represión estatales. Si bien tenemos registro de algunos casos anteriores en los que fueron hermanos quienes asumieron la voz pública de la familia[3], lo que continuó siendo previsible era que las madres ocuparan ese espacio. Ya sobre la primera década de los años 2000, hubo hermanos y hermanas que comenzaron a ocupar el rol de voceros, interlocutores y representantes de las demandas de sus familias. Comenzó a ser habitual que ellos entraran en contacto con abogados, periodistas y autoridades. Incluso, con los funcionarios del Poder Judicial, aun cuando la representación como hermano no tiene un correlato formal en los expedientes/causas judiciales, ya que en la Argentina el vínculo de hermandad no otorga legitimidad para querellar.

Conocíamos –y, a través de esta investigación, pudimos conocer más y mejor– a algunos de esos hermanos y hermanas y a sus familias. La composición particular de cada familia, su historia, su estructura, los roles y la división social, sexual y moral del trabajo aportan a la comprensión de cómo esas familias se organizaron para afrontar la infinidad de decisiones y acciones que se requieren para lidiar con las burocracias en la lucha por la justicia, para la construcción del caso y para sostener la causa. Caso a caso es posible reconstruir cómo fue que uno u otro hermano o hermana fue asumiendo el complejo rol del familiar que articula las permanentes gestiones públicas del caso con el mundo de su familia. Pero, así como cada historia tiene su carga singular, hay algo en el protagonismo público de hermanas y hermanos que trasciende las historias únicas y familiares; algo que anuda lo singular, lo colectivo y lo epocal, un enlace entre lo generacional y la experiencia política.

Tesis I: Les hermanes son una figura nueva en el activismo de los familiares

En este trabajo nominamos a las y los hermanos de víctimas directas de la violencia estatal que han devenido activistas a partir de la búsqueda de justicia en nombre de sus familias como hermanes. Como categoría, “hermanes” tiene una inspiración en la amplitud y versatilidad del término anglo siblings, que refiere a las personas que tienen en común uno o dos progenitores y que pueden o no tener un “vínculo biológico”. Es decir, que incluye los vínculos que en la Argentina se refieren comúnmente como “medios hermanos” y a quienes simplemente han sido criados como hermanos, por lo que capta una diversidad de vínculos fraternales recíprocos. “Hermanes”, como siblings –a diferencia de brothers y sisters– no tiene una determinación de género, como lo marca el uso de la E, una de las declinaciones de mayor uso para evitar las formas binarias de ordenar el discurso, propias del idioma español. Con todo, el vocablo “hermane” nos permite crear y nominar una categoría del activismo y así diferenciarla de la noción corriente de la hermandad como parentesco. En este sentido, dentro del par fraternal hermano-hermane distinguimos como hermane solo al hermano o a la hermana que, tras padecer la muerte de su familiar, ha devenido figura del activismo.

La figura de hermanes adquiere relevancia en un espacio de representación en el que en la tradición local se han destacado integrantes del grupo familiar de una o dos generaciones anteriores (madres, padres, abuelas). La novedad: familiares que son pares generacionales de las víctimas encabezan la gestión y tramitación pública de la denuncia y la demanda de justicia. La paridad, la reciprocidad y la equivalencia entre hermano-víctima y hermane-sobreviviente tienen alcances y significados en cada caso al interior de la configuración familiar y hacia afuera, en las arenas públicas.

La cuestión que planteamos de les hermanes de víctimas como figuras públicas se ubica en el campo de la denuncia, la protesta y la demanda de justicia frente a hechos de violencias de Estado nominados, identificados o clasificados localmente como de violencia institucional o de represión estatal. Un campo de activismos contra prácticas de violencias de mayor o menor intensidad o letalidad que resultan de interacciones (tanto legales cuanto ilegales) en las que participan funcionarios de las fuerzas de seguridad, que son –a través de estos activismos– encuadradas como violaciones a los derechos humanos. La violencia policial y la penitenciaria configuran en la Argentina uno de los nodos de las violencias de Estado en democracia. En la periodización sociopolítica local, el final de la última dictadura en 1983 distingue dos grandes escalas y lógicas de violencia estatal: por un lado, el “terrorismo de Estado”, como se caracteriza al plan sistemático de detención, tortura y exterminio llevado a cabo entre 1976 y 1983 y, por otro, las prácticas estructurales de violencia policial, judicial y penitenciaria que ocurren en democracia y son agrupadas bajo nociones, también en disputa, como “violencia institucional” o “represión estatal” (Tiscornia, 2016; Pita, 2016; Perelman y Tufró, 2017).

Más allá de la posibilidad de trazar una genealogía sobre organizaciones de familiares previas a la última dictadura[4], la centralidad de la figura del familiar tiene su referencia central en el movimiento de derechos humanos argentino, protagonizado por los familiares de los desaparecidos, especialmente sus madres, padres y abuelas. De hecho, algunos de los organismos “de familiares” principales se han nominado en referencia directa a tales lazos como “Madres de Plaza de Mayo”, “Abuelas de Plaza de Mayo”, “HIJOS” e “H.I.J.O.S” y “Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas”. La configuración de los familiares de víctimas como figura pública y política es compleja. En el amplio campo de los organismos de derechos humanos y las organizaciones sociales en la Argentina, “el familiar” es un tipo particular de activista: una persona que, ligada por lazos de sangre o afinidad con una víctima, se torna activista en el proceso de denuncia pública y de demanda por justicia. El vínculo particular y específico que lo liga a la víctima lo diferencia de otros activistas (Pita, 2010). Sin embargo, no todas las personas ligadas por lazos de parentesco a las víctimas devienen en “familiares” como figura del activismo. Estas precisiones se orientan a desnaturalizar la relación entre parentesco y representación pública del caso y a evitar que determinados lazos vinculares –como la noción de consanguinidad– se impongan en la comprensión sobre otros factores y procesos a través de los cuales ciertos familiares, amigos y allegados devienen activistas. Nuestra mirada sobre la figura del familiar, entonces, se aleja de una visión biologicista sobre el parentesco, así como de una normativo-jurídica sobre la representación legal. Por el contrario, proponemos un análisis de procesos situados que enlazan dimensiones individuales, familiares, generacionales e históricas en los que ciertas personas representan en la arena pública a una víctima y a su familia para impulsar y militar demandas de memoria, de verdad y de justicia.

Para pensar estas transformaciones, tomamos en cuenta que han pasado más de cuatro décadas de activismo de familiares, y especialmente prestamos atención a la acumulación de procesos sociales y políticos ocurridos en el período. Se trata del paso de un tiempo social y políticamente denso. Han operado transformaciones desde el surgimiento del movimiento de familiares de desaparecidos en la Argentina, y también desde la legitimación de las denuncias y demandas de justicia ante casos de violencia estatal en democracia.

Tesis II: Les hermanes son parte de un mismo colectivo generacional

Una primera cuestión que se presenta casi evidente como particularidad de les hermanes es que, a diferencia de los familiares que son progenitores, se trata de un par de filiación con la víctima, lo que supone una relación que tiene rasgos de horizontalidad y reciprocidad por la vía de la paridad y la equivalencia con la persona que fue víctima directa. En este primer nivel, el hermane como familiar es el sobreviviente de un par fraternal. Esta paridad implica típicamente –y así es en las historias de hermanes con las que trabajamos– una cercanía de edad, la experiencia de haber compartido la madre y/o el padre y la intimidad de la infancia (con sus particularidades en cada caso, claro). La paridad y la horizontalidad que se presume entre hermanos están cargadas –aunque no determinadas– de la memoria de una infancia compartida, del relato de una vida familiar en común y los recuerdos de las rutinas ligadas a la convivencia. Estos registros aparecen representados de formas muy distintas en cada una de las historias trabajadas.

Por el contrario, lo que fue tomando un cariz común entre las historias fue el hecho de que les hermanes no compartieran solo un rango de edad y una posición equivalente en sus árboles genealógicos, sino que pertenecieran a una misma generación en términos históricos, políticos, sociales y culturales: lo que aparece fuertemente en común es la dimensión experiencial como integrantes de un colectivo generacional.

En cada familia, los hermanos (la víctima directa y el hermano sobreviviente) habían tenido una experiencia social –más o menos en común según los casos– de actividades y consumos culturales, de participación social y política y de los devenires económicos y habitacionales de la familia. Esta dimensión ya pone en tensión toda mirada del vínculo de hermandad como algo estrictamente propio del dominio de lo privado, familiar o doméstico. Hacemos esta salvedad porque el deslizamiento hacia una interpretación de esa relación como determinada por la experiencia de lo privado impide una adecuada comprensión de cómo les hermanes llegan a ocupar una representación pública como figuras del activismo.

Desde su origen en los años 80, los familiares, los abogados y las organizaciones que fueron parte de lo que se reconoce ampliamente como “movimiento antirrepresivo” o de lucha contra la violencia policial tuvieron una fuerte llegada a los colectivos que eran los principales afectados por la represión estatal, como los de jóvenes, los de homosexuales y los de trabajadoras sexuales (CELS, 2019). El contenido de estas denuncias se integró a las formas de expresión más populares, como el rock nacional, la cumbia y el fútbol (Alabarces, 1996: 68; Garriga Zucal, 2008). Muchas de las nociones respecto de la Policía como institución que amenaza y viola derechos humanos se hicieron parte de la cultura popular y un tropo de la militancia estudiantil, con un hito muy fuerte en el caso de Walter Bulacio –asesinado por la policía en 1991– (Tiscornia, 2008: 40):

Se organizan recitales de rock en homenaje a Bulacio. El primero, el 22 de mayo con la Bersuit Vergarabat, presentado por Fito Páez, en Parque Centenario. En ese recital, los abogados Verdú y Stragá se presentan ya como un organismo antirrepresivo –CORREPI– y, como tal, convocan desde el escenario a los jóvenes que hubiesen estado en el recital de Obras, a que al día siguiente se presenten en las escalinatas del Palacio de Tribunales como testigos de la causa. El rock y las revistas especializadas serán también un escenario de debate.

La agudización de la represión policial durante 2001 y 2002 tiene una fuerte pregnancia en la memoria social de la violencia policial en democracia y, junto a procesos políticos iniciados en 2003, dio lugar a transformaciones en los modos en los que parte de una generación se vinculó con la militancia social y política, con los derechos humanos y con el Estado. Una de las dimensiones centrales que queremos señalar es que les hermanes, al menos con los que trabajamos en este proyecto, son parte de una misma generación en términos sociopolíticos. Y, en ese sentido, aun en zonas y clases sociales distintas, crecieron en una época en la que la denuncia y la impugnación de la violencia policial ya tenía una fuerte acumulación y cuando las posibilidades de participar de organizaciones sociales y políticas se había extendido. Todos ellos comentaron que habían ido a recitales y escuchaban música que denunciaba la violencia policial, conocían casos como el de Bulacio y a organizaciones como la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI) y participaban de diferentes ámbitos colectivos (deportivos, de militancia social o partidaria) cuando perdieron violentamente a su hermano.

Con trayectorias y pertenencias muy diferentes, las víctimas directas de la violencia policial y sus hermanes que los sobrevivieron caminaron por las calles y las plazas, padecieron represiones policiales, fueron a la escuela, a recitales, a clubes deportivos, escucharon música y militaron en esa Argentina del cambio de siglo en la que la Policía siempre había sido material y simbólicamente una amenaza para los jóvenes y especialmente para los de sectores populares.

En un nivel concreto, todos ellos, hermanos y hermanes, habían padecido a lo largo de sus vidas compartidas situaciones de violencia policial de diferente intensidad: violencia en sus barrios, detenciones arbitrarias, represiones en protestas de las que habían participado. En los casos más extremos, esta experiencia incluyó golpes y torturas. En ningún caso el hecho decisivo fue su primer contacto con formas de represión estatal, por lo que todos tenían la experiencia de padecer y reclamar ante autoridades.

Otra cuestión en común entre los casos es que, ante la circunstancia trágica de la pérdida violenta de uno de sus integrantes, los grupos familiares fueron asumiendo una suerte de división familiar del trabajo. Cada uno recuerda el momento, la conversación o la acción en la que o por la que asumió ese rol. Estuvieron en juego una multiplicidad de factores personales, íntimos y también sociales. La trayectoria previa de les hermanes sobrevivientes aparece como un factor decisivo: la experiencia de participación pública previa es referida como una cuestión clave. La participación en clubes deportivos, organizaciones sociales y políticas de estes hermanes los conectaba con el mundo de lo público y les daba ciertas “habilidades” (al menos en los términos relativos en su grupo familiar) para encarar la representación pública del caso. Les hermanes refieren que eran quienes estaban en mejores condiciones para hacerse cargo de hablar en público, lidiar con figuras de autoridad e incluso tener algunos contactos. Así es que, en los casos que exploramos, desde el primer momento les hermanes asumen ese rol por articulaciones entre su lugar familiar y una experiencia propia extrafamiliar. Esto pone en un lugar central la trayectoria personal previa, a las condiciones subjetivas y biográficas con las que han llegado a enfrentarse al hecho de la muerte o de la desaparición violenta de su hermano.

A partir de la conversación con ellos, de las lecturas comentadas y compartidas, de los análisis puestos en común, llegamos a advertir que en la transformación que analizamos en el campo de los familiares activistas no hay solo un pase generacional de madres[5] a hijos, sino especialmente de generación en términos histórico-políticos, donde aparece en común una dimensión experiencial como colectivo generacional, que implica apropiaciones de las condiciones de posibilidad de una época con sus acumulaciones. Eso implica una vivencia histórica compartida qua generación (Lewkowicz, 2003). Una que resulta de una experiencia “originaria”, aquella que se asienta sobre lo que una generación comparte como colectivo en un tiempo particular. La noción de generación implica aquí el recambio de grupo de edad, las formas de simetría filial y paridad atravesadas por los rasgos de una época como momento social y político específico. Laura Kropff (2009: 181) señala:

No se trata solamente de compartir experiencias sociales significativas, sino de que esas experiencias sociales sean las “originarias”, las primeras que una cohorte de edad experimenta colectivamente, las experiencias con las que “nace” como actor en determinado ámbito o arena social. Esto incluye también que, a partir de esa experiencia originaria, la cohorte de edad sea reconocida como “generación” por otros, que le sea otorgada una entidad como actor social.

En los casos que estudiamos, les hermanes no devinieron figuras público-políticas como familiares por un proceso eminentemente intrafamiliar de división del trabajo (del caso, de la causa judicial y del cuidado), sino que, ante el hecho de violencia que trastocó la historia del grupo vincular, se da una articulación de lo intrafamiliar con una historicidad extrafamiliar y las trayectorias de les hermanes, que implicó para ellos poner en juego sus experiencias militantes previas (marcadas por la época) y otras condiciones biográficas. Con el paso del tiempo, ellos continúan y resignifican sus trayectorias sociales y políticas previas, son hermanes-militantes o activistas que integran un espacio político o una organización o crearon la propia con programas y acciones amplios. Han asumido una posición de figura pública que consigue trascender la representación de su hermano para tornarse actores sociales que se inscriben en el campo de la lucha por los derechos.

En esta imbricación entre lo privado y lo público, la condición del hermane como sobreviviente de un par fraternal, la representación en términos de horizontalidad, paridad y reciprocidad cobran un peso diferencial, un carácter político. Esto es, la potencia de la intervención de les hermanes no radica solamente en la paridad con su hermano, sino con una dimensión colectiva en la que resuenan experiencias sociales originarias. Al comprender que el vínculo generacional se extiende del ámbito familiar al público, queda expuesta la naturaleza eminentemente política de la enunciación como hermanes.

Tesis III: Les hermanes también son víctimas directas

Analizamos a través de los casos los modos en que les hermanes resultan víctimas, es decir, no ya como se suele decir “víctimas indirectas” del hecho de violencia extrema padecido por su hermano, sino víctima directa de una multiplicidad de situaciones opresivas que les hermanes atraviesan. Les hermanes en general refieren la sensación de perder el control sobre su propia vida a partir de la pérdida de su hermano, e inician el tránsito por el proceso en condición de víctimas en cuanto afectados por la pérdida que ha implicado el crimen, pero esa condición se reproduce de manera continua: “Esto no es algo que pasó en el pasado, sino que me pasa en el presente, todo el tiempo”.

Como ocurre con otras figuras de familiares-activistas, esta lucha, que en forma sintética y política puede definirse como la búsqueda por establecer la verdad de los hechos, resguardar la memoria de su hermano y procurar justicia, en la práctica supone una diversidad de vulneraciones a sus derechos humanos: recibir amenazas, ser hostigados, ser difamados, no poder trabajar, no poder enterrar a sus hermanos, no poder acceder a una asistencia legal adecuada, no contar con recursos para el litigio. Algunas de las situaciones son comunes y les tocaron a todos, otras más extremas, solo a algunos. La intención de este texto es poner atención sobre todo en lo que encontramos en común entre las historias, más que en el relato de las experiencias particulares que no podemos exponer aquí adecuadamente. Sin embargo, es necesario decir que hay hermanes que han padecido situaciones tan extremas como recibir la noticia de la muerte de su hermano con las manos esposadas o tener que buscar el cuerpo de su hermano por más de cinco años bajo una incertidumbre absoluta. Nos preguntamos cómo, a raíz de la pérdida de sus hermanos en circunstancias de violencias perpetradas por agentes estatales, les hermanes padecen ellos mismos hechos de violencia, y de qué modos se consideran o no a sí mismos y son reconocidos o no por otros como víctimas.

La condición de hermane implica también la de ser un hijo o hija que asume esa representación. Esto supone presiones múltiples, responsabilidades y obligaciones propias y otras que son asumidas para ejercer el impulso de la causa judicial –y eventualmente de la causa pública– en un contexto institucional generalmente adverso y proclive a la impunidad. Además de la relación horizontal ínsita en la condición de hermane, ellos también se ubican en un vector vertical respecto a sus progenitores, vector que implica una división o delegación del trabajo que habilita el retiro de una madre o un padre hacia el dominio de lo privado o bien hacia una menor carga pública para la representación del caso. Esto más de una vez es descripto por les hermanes como una carga adicional. Ese “tomar la posta” implica para ellos suplir a un padre ausente, “proteger a la madre” devastada por el dolor o con menores recursos simbólicos disponibles y/o atenuar para los demás integrantes de la familia los efectos de la “revictimización” por la exposición pública. En ese vector vertical, también se ubican sus hijos. Algunos de les hermanes reflexionan sobre cómo preservar la memoria del tío-víctima sin mortificar a sus hijos y refieren que sienten el mandato de evitar transmitir generacionalmente la victimización.

Las condiciones de diálogo o interpelación ante los medios, con los funcionarios y con otros actores presentan características que resultan discriminatorias. En los casos que trabajamos, les hijos-hermanes han alcanzado un nivel de educación formal superior al de sus madres, por lo que se expresan con un discurso de mayor efectividad para los formatos hegemónicos y limitados de los medios masivos de comunicación. Estos también son condicionamientos externos a la familia que han llevado a les hermanes a ocupar esos espacios en nombre del grupo. Esto lo perciben como una tensión, entre cierta satisfacción por poder contribuir de este modo a la causa familiar y a la vez como una forma más de injusticia, ya que perciben que en los medios no hay espacio para voces como las de sus madres.

Un aspecto poco analizado del activismo de los familiares refiere a sus condiciones materiales: cómo se sostiene material y económicamente una familia que ha perdido a uno de sus integrantes y que al menos uno de sus sobrevivientes dedicará una gran parte de sus días y de su vida a ir a los medios, ir a tribunales, sacar fotocopias, recaudar dinero para peritajes, lidiar con abogados y organizaciones, proveer asistencia psicojurídica para sí mismos y para su familia. En los momentos más difíciles, también implica defenderse de difamaciones, resguardarse de amenazas, entre otras tareas intensivas en lo material y emocional. Muchas de las tareas cotidianas que sostienen los familiares y les hermanes las realizan por omisión estatal (por ej. juntar fondos para poder pagar un peritaje, cortar la calle para ser recibidos por un funcionario) o por el conocimiento transmitido entre familiares de que solo avanzan las investigaciones cuando son impulsadas y sostenidas por las familias y organizaciones.

La experiencia del contacto con el Poder Judicial es tensa y amarga. Para los familiares en general –no solo para les hermanes–, implica atravesar tiempos burocráticos, desatención de la subjetividad, declaraciones reiteradas, peritajes que no se pueden pagar o concretar y con resultados arbitrarios, además del reconocimiento del cuerpo de la víctima, de materiales forenses, de lugares y objetos, así como la confrontación con los perpetradores y sus defensas. En general, atravesar un proceso judicial implica experimentar la típica expropiación en la que unos hechos reales –personales, íntimos, dramáticos– se tornan parte del expediente y son reducidos a un esquema y lenguaje propios del derecho en su versión policial y judicial. Son pulverizados y reducidos a una escala en la que, como dice Mariza Correa (apud Muniz, 1995):

Los actos se transforman en autos, los hechos en versiones, lo concreto pierde casi toda su importancia y el debate se da entre los actores jurídicos, cada uno de ellos usando una parte de lo real que mejor refuerce su punto de vista […] lo real […] es procesado, molido, hasta que se puede extraer de él un esquema elemental sobre el cual se construirá un modelo de culpa y un modelo de inocencia.

Aquí, el lugar del hermane-activista asume un rol múltiple. Por un lado, a través de su activismo lograron –en diferente grado, de diferentes formas– el acompañamiento de abogados-activistas y de organizaciones. Como les hermanes articulan los vínculos de la familia con los representantes legales y otras querellas presentadas en sus causas, se vuelven ellos mismos en ese esfuerzo de articulación parte del dispositivo de acompañamiento familiar.

Esto en algunas situaciones mejoró y estableció mediaciones y traducciones en su contacto con el Poder Judicial. Pero también es fuente de múltiples tensiones que se derivan de la decisión de ser representados en sede judicial por organizaciones que tienen una visión política propia. Esa opción por “ser acompañados” debe entonces entenderse en forma recíproca: la familia será “acompañada” por una organización, pero el caso, a su vez, también pasa a “acompañar” las estrategias de litigio, denuncia e incidencia de las organizaciones.

Así es que no se trata solo del contacto con instituciones del Estado, sino que lidiar con otras organizaciones que luchan por su mismo caso o causa judicial puede ser también fuente de mortificaciones. A través de la militancia y el activismo, algunos casos (ya devenidos causas judiciales) se tornan “casos emblemáticos”. Esto ha ocurrido en algunos de los hechos con los que trabajamos. El “caso testigo” se vuelve parte del repertorio de organizaciones y movimientos sociales, ejemplo en trabajos académicos, hitos en los procesos de incidencia de políticas públicas. Son procesos por los cuales les hermanes aspiran a que el caso de su hermano pueda ser recordado, llevado como bandera, invocado como límite. Pero también son procesos y operaciones que les han provocado ajenidad y desconocimiento. Cuando una causa judicial se torna emblemática, se vuelve referencia y ejemplo de una diversidad de discursos, acciones e intervenciones. Les hermanes refieren situaciones tensas por perder el control o entrar en disputas ásperas sobre aspectos de la estrategia, el discurso, la imagen y el relato de la vida y la muerte de su familiar. Aportamos un ejemplo para dar cuenta de estas tensiones: Vanesa, la hermana de Luciano Arruga, tiene una posición contraria a inscribir su caso dentro de la problemática de la “violencia institucional”. Esta es una de las categorías políticas de mayor uso en la denuncia de la violencia policial en democracia en la Argentina. Una categoría que conlleva una cantidad de supuestos y abarca una variedad de hechos que la organización de Familiares y Amigos de Luciano Arruga no comparte como el encuadre adecuado para su lucha y posiblemente tampoco para otros casos. El 1º de febrero de 2020, la organización convocó a marchar en Lomas del Mirador bajo el lema “11 años sin Luciano, 11 años sin justicia”. En uno de los pasacalles, se leía: “No es violencia institucional. Es represión estatal. Luciano Arruga presente”. Por el altavoz se reiteraba: “Si es institucional es estatal y si es estatal, es represión”. Podemos preguntarnos qué tensiones y disputas de la trayectoria de activismo se sintetizan en esos mensajes y también a qué sectores y actores presentes (o no) estaban principalmente dirigidos.

En una forma de elaboración de memoria y discurso muy propia del movimiento de derechos humanos, los casos pasan a integrar listas que se elaboran para establecer series que en conjunto permiten delinear un patrón estructural de actuación estatal, de violación de derechos humanos: personas asesinadas por policías fuera de servicio, muertos por la represión de la protesta social, desaparecidos en democracia, víctimas del gatillo fácil. En forma reducida, es posible decir que muchas de las acciones del activismo de los familiares se orientan a instalar su caso en estas listas y así lograr el reconocimiento como un caso de derechos humanos o de violencia institucional o de represión. La inclusión en una lista ofrece reconocimiento, validación, y su inclusión en series que pueden proveer de un marco disponible de significación, acción colectiva y eventualmente de respuesta estatal. Estos marcos permiten construir acciones orientadas a la verdad y la memoria, estándares de derechos humanos, teoría sociológica y etnografías. Pero, a la vez, buscada o no, esta inscripción del hecho en una genealogía de casos implica una abstracción y una renuncia para cada hermane: las listas, las series y el discurso de patrones estructurales equiparan a las víctimas según ciertas circunstancias seleccionadas del caso o de quien lo perpetró, y la vida del hermano que se ha perdido queda en un lugar secundario. El proceso de sumar el caso propio a una dimensión colectiva fortalece sus luchas y los hace parte de colectivos de familiares y activistas que han brindado contención y acompañamiento. Pero estas formas de “trascender lo particular” también implican tensiones profundas con los modos de narrar, de etiquetar, de ligar con procesos políticos, de instrumentalizar. Estas tensiones son de algún modo estructurales. Las estrategias e intervenciones pueden resultar extractivas, desatentas a la subjetividad y expropiadoras en la operación de convertir los hechos a un lenguaje militante, técnico, teórico o al que es reproducible y de impacto en la prensa o la academia. Diferentes actores del campo de los derechos humanos están actualmente atravesados por la reflexión sobre estas tensiones y los modos de atenuar estos efectos de la articulación entre diferentes activismos, de evitar agregar padecimientos y de poder construir estrategias políticas comunes y efectivas (Beristain, 2017; CELS, 2018).

Síntesis tentativas del trabajo con hermanes

La reflexión compartida con les hermanes nos ha ofrecido material para confrontar algunas ideas propias, conceptos que están en la bibliografía y lugares comunes sobre lo que se refiere habitualmente como “la lucha de los familiares”. Ellos mismos incorporan en su relato ciertas expectativas que conocen sobre su propio discurso y las desafían o rebaten. Este efecto de contrapunto fue un punto de partida para el análisis. No fue una metodología deliberada, pero ahora podemos decir que las entrevistas fueron en general conversaciones y en algunos tramos discusiones, en el sentido de que tuvimos la oportunidad de contraponer perspectivas. Identificar y contrastar estos y otros preconceptos con lo que surgía de las conversaciones con les hermanes fue un camino para modelar las hipótesis. Este camino nos implica como investigadoras, nos lleva a revisar y repensar el modo de escribir sobre las historias de ellos y de otros. Y este modo reflexivo afirma nuestra primera tesis: hay algo particular y específico en el modo de reflexión política de estes hermanes, de su permanente interés en elegir y discutir las palabras, en generar explicaciones propias de sus casos y de las condiciones en las que tuvieron lugar.

Como se refleja en la tesis II, nuestro análisis procura retomar la biografía “larga” de les hermanes. Aunque todos eran jóvenes cuando perdieron a sus hermanos, sus biografías nos han permitido analizar cómo se anudan experiencias previas –que en todos los casos analizados dan cuenta de algún tipo de actividad social, intervención pública o militancia social o política– con la coyuntura crítica familiar para devenir una nueva figura pública de un hermane/militante/activista. Conocer sus trayectorias nos permite comprender que devenir hermane es un modo de articulación entre la trayectoria personal previa, el modo de posicionarse ante el hecho crítico y de ejercer a partir de ahí la representación a través de la cual se es la cara pública de una familia. Aquella trayectoria personal previa, como vimos, no es una de índole exclusivamente personal o privada, sino muy condicionada por las posibilidades y acumulaciones de una época.

La noción que presentamos en la tesis II sobre el peso que la pertenencia a una generación en términos sociales y políticos tuvo en las condiciones de posibilidad de les hermanes como figuras públicas complementa las miradas que subrayan los aspectos intrafamiliares (por ej. factores de orden privado, íntimo, intrafamiliar, del orden psicológico o de la personalidad) que signan quién asume la representación pública del caso frente a las demandas múltiples y complejas que implica la “lucha contra la impunidad”. Es decir, que el proceso por el cual uno de los integrantes del grupo familiar asume la representación pública es producto de un acuerdo determinado por los vínculos domésticos. En los casos que analizamos, hay mucho peso de los condicionamientos públicos que presenta la gestión de los casos, así como de las trayectorias previas de les hermanes.

La tesis III nos confrontó con un conjunto de preconceptos positivos sobre el quehacer de los familiares de víctimas que enfatiza, entre otros aspectos, su “lucha incansable”, sus “principios inclaudicables”, su modelo pacífico de “no buscar justicia por mano propia” y la búsqueda de que la pérdida no haya sido en vano. Estos preconceptos se presentan como virtudes habitualmente atribuidas al movimiento de derechos humanos, en particular a abuelas y madres de desaparecidos. Para algunos de quienes sostienen este tipo de activismo, estas ideas configuran un reconocimiento social y una valoración de su lucha. Muchos relatan su propia experiencia en estos términos. Sin embargo, también conlleva un alto contenido prescriptivo para ellos y para los familiares de víctimas que no han asumido un activismo público de búsqueda de justicia por sus seres queridos por decisión o por carencia de recursos de distinto tipo. Estas virtudes y los relatos que las destacan en ocasiones implican una valoración de diferentes formas de dedicación de un proyecto de vida a una causa –en cuanto expediente judicial y ocasionalmente causa pública–, lo que algunes hermanes han referido incluso en términos “de sacrificio”. Están generalmente presentes como elogios[6] en los discursos sobre el movimiento de derechos humanos, en los perfiles sobre los familiares que acompañan la cobertura mediática de los casos y también en trabajos académicos.

Como hemos visto, les hermanes son víctimas indirectas de lo que les sucedió a sus hermanos y se tornan víctimas directas de procesos de victimización que se activan desde ese momento por parte de los sistemas de administración de justicia y del extractivismo que opera en su contacto con otras burocracias. Formas de apropiación de las que la militancia y el activismo no son necesariamente ajenos.

A partir de diálogos con familiares-activistas y con familiares de víctimas que no han devenido activistas y no asumen como propia la lucha por la justicia, estos discursos en ocasiones resuenan como un imperativo ético y moral: el familiar que se enfrenta a la tragedia debe irrumpir en la vida pública y procurar justicia por vías institucionales, dominar el derecho penal, contactarse con un buen abogado, tener la capacidad y la disposición de articular su causa con las de las organizaciones de derechos humanos, hablar de forma “clara” y medida ante los medios –lo que significa en los términos y modulaciones hegemónicos de clase–. Como señalamos en la tesis III, implica también reconocer que su caso es parte de un patrón estructural, relacionarse y organizarse con otros familiares, incluir a su familiar muerto en alguna serie junto con otras personas que murieron de forma similar o asimilable, demandar reformas institucionales para revertir las razones estructurales que explican el hecho, contener en público todo gesto que pueda ser interpretado como de desborde emocional o agresión, ser recibido y estar dispuesto a conversar con autoridades. A su vez, saben –sabemos todos de un modo potencial– que también implica estar expuestos a que se viole su intimidad, a que se hagan “pinchaduras” (espionaje generalmente ilegal) telefónicas, campañas de desprestigio, a tener que defenderse a sí mismo, a su familia y al familiar-víctima de todo tipo de difamaciones.

Nos queda pendiente el desarrollo de una tesis IV, que podríamos proponer como “Les hermanes articulan el arte de modos particulares con su lucha”. Si bien el arte como parte del activismo está presente en la lucha de otros familiares-activistas, en les hermanes aparece fuertemente ligada a su potente capacidad de reflexión política, de movilización y de puesta en práctica de lenguajes artísticos propios de su generación. Se destaca en su activismo la exploración de múltiples formas de expresión artística, generalmente colectiva. Estos son los momentos en que les hermanes con más claridad expresan la alegría como parte de sus luchas: son intensos y vívidos los recuerdos de cómo se pintó con un grupo un mural, cómo se inauguró un mural recordatorio en el lugar del homicidio, cómo se intervino sobre el nombre y las paredes de una calle, cómo se editó un video o una película, cómo se montó una obra teatral, las decisiones sobre la representación gráfica de la figura del hermano, la sensibilidad sobre la elección de palabras en el relato y el discurso, la elaboración de un cómic, el trabajo con fotografías, los recordatorios, las movilizaciones y las protestas son evocaciones generalmente cargadas de orgullo y emoción vital. Estos despliegues expresivos y artísticos de algún modo se preparan para la mirada de la madre y de la sociedad, como un homenaje que es a la vez familiar, colectivo y social. En el relato de estos actos, les hermanes se conectan con una elaboración colectiva de sus duelos, con “una forma de mantenerse vivos” y eminentemente con la alegría.

Referencias bibliográficas

Alabarces, Pablo (1996). Cuestión de pelotas. Fútbol, deporte, sociedad, cultura. Buenos Aires: Atuel.

Beristain, Carlos Martín (2017). El tiempo de Ayotzinapa, España: Ediciones Akal.

CELS (2018). El trabajo psico-jurídico. Buenos Aires: CELS.

Correa, Mariza (1983). Morte em Família. Representações Jurídicas de Papéis Sexuais. Río de Janeiro: Edições Graal Ltda. Citado en Muniz, Jacqueline (1995). “Os direitos dos outros e otros direitos: un estudo sobre a negociaçao de conflitos nas DEAMs/RJ”. En Soares, Luis Eduardo y colaboradores. Violencia e Politica no Rio de Janeiro. Río de Janeiro: ISER/Relume Dumara.

Garriga Zucal, José (2008). “Ni ‘chetos’ ni ‘negros’: roqueros”. Trans. Revista Transcultural de Música, n.º 12, julio, Sociedad de Etnomusicología, Barcelona, España.

Gingold, Laura (1997). Memoria, moral y derecho. El caso de ingeniero Budge (1987-1994). México: Flacso.

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Lewkowicz, Ignacio (2003). “Subjetivación post-estatal #5. Generaciones y constitución política”. Reunión del Grupo Viernes del 09-05-2003. Recuperado el 2 de septiembre de 2008. Disponible en https://bit.ly/2UBIIf6.

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Pita, María Victoria (2010). Formas de morir y formas de vivir. El activismo contra la violencia policial. Buenos Aires: Editores del Puerto/CELS, Serie Revés, Antropología Jurídica y Derechos Humanos, 2.

Pita, María Victoria (2016). “Pensar la Violencia Institucional: vox populi y categoría política local”, en Revista Espacios de Crítica y Producción, n.º 53, Buenos Aires, Secretaría de Extensión y Bienestar Estudiantil, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

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Tiscornia, Sofía (2008). El activismo de los derechos humanos y burocracias estatales. El caso Walter Bulacio. Buenos Aires: Editores del Puerto/CELS, Colección Antropología Jurídica y Derechos Humanos.

Tiscornia, Sofía (2016). “Algunas reflexiones sobre la violencia institucional como cuestión de derechos humanos”. Disertación presentada en el cierre de las II Jornadas de la Red de Estudios de Represión, 22 de abril de 2016.

Torras, Verónica, Vanina Escales, Marcela Perelman y Anabella Schoenle (2019). “Movimientos. Las luchas por los derechos en democracia”. En CELS. Derechos Humanos en la Argentina. Informe 2019. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.


  1. Se trata de un hecho de represión en La Cárcova, un barrio muy pobre de la Provincia de Buenos Aires, en el que fueron asesinados los jóvenes Franco Almirón y Mauricio Ramos y Joaquín Romero fue herido de gravedad, el 3 de febrero de 2011. El Evita realizaba trabajo de militancia territorial en ese barrio y el CELS había asumido el litigio.
  2. Alcaraz Florencia, “Pensar en positivo es difícil pero posible”, en La Pulseada, 20 de marzo de 2013. Disponible en: https://bit.ly/2W4etzi.
  3. Brindamos tres ejemplos: Gabriela Rojas Pérez encabezó la mayor parte de las intervenciones públicas –de las que también participaba su madre Guacolda– por el caso de su hermano Javier, asesinado el 23 de julio de 1995 y también contra los casos de “gatillo fácil”; Gladys Cabezas tuvo un rol muy destacado en la representación familiar del caso de su hermano José Luis Cabezas, asesinado el 25 de enero de 1997, y Ángel Acosta Martínez aún litiga el caso de su hermano José Delfín Acosta Martínez, asesinado por la Policía Federal el 5 de abril de 1996.
  4. “Antes de la última dictadura habían existido otras organizaciones de familiares, entre ellas, las comisiones de familiares de detenides polítiques que reclamaron por el Devotazo, en 1973, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía” (CELS, 2019: 190-191).
  5. En la generación de los progenitores, el protagonismo es, de manera abrumadora, el de las madres.
  6. Cuando se las utiliza en forma negativa, por dar algunos ejemplos, se utilizan datos biográficos para señalar que un familiar tiene motivaciones político-ideológicas, que especula con la representación de su familiar muerto para acumular poder y utilizarlo en forma espuria, o directamente que lucra con su desgracia si recibe algún tipo de subsidio o apoyo estatal.


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