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4 Tres muertes en el barrio

Formas de circulación y regulación de la(s) violencia(s) entre jóvenes de sectores populares en la ciudad de Rosario

Eugenia Cozzi, Natalia Agusti y Luciana Torres

Introducción

Durante los años 2014 y 2015, tres jóvenes murieron como consecuencia de heridas producidas por haber recibido disparos de armas de fuego, en un barrio popular de la ciudad de Rosario; no fueron las únicas muertes de jóvenes en esos años, ni en los años anteriores, en circunstancias similares[1]. Es uno de los barrios que concentra una importante cantidad de los homicidios registrados en la ciudad[2]; además, la mayoría de los muertos y de los agresores son jóvenes varones que viven allí. Los jóvenes del barrio conviven con distintas formas de violencia física –a veces letal– y moral, algunas legales, otras ilegales, pero no siempre consideradas ilegítimas. Algunas de esas violencias no son percibidas de manera negativa, sino que exhiben un costado productivo en cuanto formas de adquisición o construcción de prestigio social y honor, vinculadas a muestras de valentía y coraje ligadas a formas de masculinidad (Fonseca, 2000; Pitt-Rivers, 1965; Garriga Zucal, 2007, 2010; Pita, 2016; Segato, 2010; Cozzi, 2015).

Ahora bien, el despliegue de violencia que les permite obtener prestigio social no puede realizarse de cualquier manera; es decir, la participación de estos jóvenes en estas situaciones resulta regulada a través de un extenso y complejo conjunto de reglas o códigos[3] que ponen en evidencia criterios de legitimidad e ilegitimidad de esos usos. Códigos o reglas que permiten establecer dónde, cómo, cuándo, entre o contra quiénes y por qué motivos “pueden” y/o “deben” dispararse armas de fuego.

Las tres muertes que analizamos en este capítulo provocaron similares o diversas acciones y respuestas de parte de sus familiares, amigos y allegados, y demás residentes del barrio, que ponen de manifiesto de algún modo esos códigos o reglas, pasibles de ser interpretados como umbrales de tolerancia a las formas de circulación de la(s) violencia(s). Nos interesa, entonces, indagar, por un lado, las formas de circulación y regulación de la(s) violencia(s) entre jóvenes, y, por otro lado, los criterios de clasificación socialmente disponibles sobre esas muertes, ya que se vincula con las condiciones de posibilidad, o más bien las dificultades, para inscribirlas en una serie que permita constituir a los jóvenes muertos como “víctimas” y en consecuencia activar –o no– reclamos o demandas de justicia ligados a la estatalidad, condiciones que hacen a las legitimidades y valoraciones morales sobre los muertos, sus familias (Bermúdez, 2015), el contexto en el cual ocurrieron (Becker, 2009) y a la trama de relaciones sociales locales en las que están inmersos (Pita, 2010). O sí en cambio, se inscriben en otras tramas de significación que rechazan el status de víctima, no estructuran reclamos o demandas hacia el Estado; y, al mismo tiempo, se producen otras maneras de reparación, sanción y/o intentos de solución o administración de los conflictos, se ensayan otras formas de “hacer justicia” por esas muertes y esos muertos (Bermúdez, 2015). Es decir, las diversas reacciones y/o respuestas frente a estas muertes permiten iluminar o dar cuenta de diversos sentidos de justicia, de reparación y/o sanción.

Tres muertes en el barrio

El Viejo[4] y las broncas

A fines del año 2014, entre Navidad y Año Nuevo, mataron al Viejo, un joven al que conocíamos y con quien habíamos construido un vínculo bastante cercano durante el trabajo de campo. Nos enteramos de su muerte en el barrio, habíamos ido a saludar por las fiestas una tarde de diciembre de ese mismo año. Estábamos en el patio de la casa de Huguito (otro joven del barrio) tomando unos mates, y, en un determinado momento, mencionó al pasar: “¿Viste que lo mataron al Viejo?”. No habíamos leído ninguna noticia sobre su muerte en los diarios de la ciudad.

El Viejo era parte de un grupo de jóvenes, Los Topos, que paraba[5] en una de las esquinas del barrio, a metros de su casa. Este grupo era sumamente numeroso y con una composición heterogénea; sin embargo, los unía ese lugar de encuentro para fumar, tomar bebidas alcohólicas o gaseosas, consumir drogas –especialmente marihuana y cocaína– o pasar el rato. El grupo estaba integrado exclusivamente por varones, de muy variadas edades, que iban desde los 15 hasta los 35 años de edad. Algunos de ellos ya habían sido padres.

Los más grandes trabajaban en empleos informales e inestables, como peones en la construcción, principalmente, como albañiles o pintores. Otros, los menos, tenían empleos registrados en fábricas de la zona. Algunos, por lo general los más jóvenes, entre ellos el Viejo, a veces, salían a robar fuera del barrio o sobre la autopista que lo delimita.

Algunos de ellos, a veces, andaban a los tiros[6] con otros grupos de jóvenes del barrio o de barrios cercanos. Estos intercambios o enfrentamientos físicos con la utilización de armas de fuego eran mencionados por los jóvenes como broncas, categoría que tiene varias acepciones. Así, por un lado, tener bronca” implica la posibilidad cierta[7] de participar o sufrir tiroteos con otros jóvenes o grupos, entre quienes ya ha habido intercambio de disparos de armas de fuego o amenazas de intercambios entre algunos de sus integrantes, por diversos motivos –muchos de ellos interpretados como faltas de respeto, no saludarse, “mirarse mal”– o imputaciones o acusaciones que pueden ser interpretadas como agravios a las personas que afectan su honor y en diversas situaciones. Por otro lado, “tener bronca” con algunos jóvenes o grupos señala que algunos de sus integrantes ha matado a alguno de los integrantes del otro grupo, sintetizado en la frase “hay muertos de por medio”. Finalmente, los jóvenes refieren como la bronca a los grupos de jóvenes con los que están enfrentados y al conflicto que originó el despliegue de violencia (Cozzi, 2014).

Los Topos están enfrentados con Los Wachines, otro grupo de jóvenes del barrio. Esta bronca empezó hace algunos años, según contaba El Topo, uno de los jóvenes que se junta en esa esquina:

[…] porque yo me juntaba con un pibe [joven] que mató a un pibito [jovencito] allá adelante [se refiere al lugar donde se juntan Los Wachines], y yo quedé ahí, yo no quedé involucrado en la muerte, nada, pero la bronca sí.

Los jóvenes relataron en varias oportunidades cómo las broncas se heredan o se transmiten a los demás integrantes del grupo. Así, jóvenes que se juntaban en la esquina con El Topo empezaron a tener problemas con Los Wachines, solo por juntarse en el mismo lugar o por ser amigos. Entre ambos grupos hubo, en diversos momentos, intercambios de disparos de armas de fuego, que a veces llevaron a muertes.

La muerte de Joel

Uno de los muertos fue Joel, quien también se juntaba en esa esquina, pero no participaba ni de los tiros, ni de los robos. El día de su muerte, Joel venía de un piquete[8] junto a su hermano y amigos. Llegaron al barrio a la madrugada y decidieron quedarse un rato en la esquina, “a tomar merca [consumir cocaína]” antes de volver a sus casas, contaron los amigos que estaban con él esa noche. En ese momento, se acercaron dos jóvenes en una motocicleta, que muchos identificaron como pertenecientes a Los Wachines, y les dispararon. “Los mataron dos de la bronca nuestra”, lamentaron Los Topos. Uno de ellos quedó gravemente herido y Joel murió.

La muerte de Joel fue percibida por sus amigos como inmerecida e injusta, repetían insistentemente: “nada que ver, Joel era un pibe que no andaba en nada, era un trabajador, un laburante”. El día siguiente de su muerte, jóvenes de Los Topos juntaron dinero, compraron pintura, blanquearon la pared que quedaba en frente de la esquina donde solían parar y escribieron en grandes y desprolijas letras negras: “JOEL SIEMPRE PRESENTE”[9]. A pesar de ser percibida como una muerte injusta, el rechazo explícito a su muerte solo alcanzó a sus amigos cercanos y familiares, no fue censurada enérgicamente por otras personas del barrio.

Los jóvenes contaron que quienes le habían disparado a Joel, su hermano y su amigo eran jóvenes pertenecientes a Los Wachines, era algo que se sabía en el barrio. Semanas después, un joven de Los Wachines fue detenido e indagado, acusado de ser quien iba detrás en la moto, haberse bajado y haber disparado. Sin embargo, a los pocos meses fue sobreseído y liberado por falta de testigos en la causa judicial que pudieran acreditar esa versión de los hechos. Ninguno de los amigos del muerto que habían presenciado los disparos declaró en la causa judicial.

Estas muertes suelen ser clasificadas oficialmente como “ajustes de cuenta”[10] y no suelen ser investigadas ni por la policía, ni por la administración de justicia penal –ni jueces ni fiscales–; como consecuencia, pocas son las sanciones legales que se producen. En la mayoría de los casos, los agresores permanecen en el barrio y se producen otras muertes o agresiones como formas de respuesta o venganza[11].

Tiempo después de la muerte de Joel, jóvenes de Los Topos le dispararon a La Bicha, una joven cercana a Los Wachines. El Viejo contó que, “en memoria de su amigo muerto” y por los reiterados tiros entre ambos grupos, una tarde fue con otro joven en moto hasta el lugar donde se juntan Los Wachines y le disparó a La Bicha, hiriéndola en un pie. Según él, solo para asustarla, para amedrentarla porque Los Wachines “venían a disparar a cualquiera y sin códigos”, “si la hubiera querido matar lo hubiera hecho, porque estaba regalada[12]”. Sin embargo, también reconoció que se alejó rápidamente porque había policías cerca del lugar donde estaba La Bicha[13].

Le preguntamos al Viejo si le disparaba igual aunque sea mujer, porque la mayoría de los intercambios de disparos se dan entre varones, como muestras de coraje y valentía, relacionados a formas de masculinidad (Cozzi, 2015). Son los varones los principales protagonistas de las broncas, tanto los agresores como los agredidos. Las mujeres, en principio, no son un blanco posible, deseable o habilitado para el despliegue de esa violencia en el espacio público.

El Viejo rápidamente contestó que sí y argumentó que ella también tiraba tiros; ese despliegue de violencia no aparecía entonces censurado, porque, si bien La Bicha es una mujer, también participa de los intercambios, como uno más, como un par que se la banca, que no se queda atrás. Resulta llamativo, además, que algunos jóvenes de Los Topos se referían a ella de una manera particular: No es ni hombre ni mujer, es tortillera”. De este modo, La Bicha aparece masculinizada, primero porque es construida como un par con el cual se puede disputar honor y hombría. Segundo, aparece masculinizada en cuanto orientación sexual: “Es uno más”, “No es ni mujer ni hombre, es tortillera” eran algunas de las caracterizaciones que pesaban sobre ella. Así, el uso de la violencia que genera prestigio es entre pares masculinos (o masculinizados) que participan en las broncas y se la bancan, no se achican. Solo la masculinidad se disputa a los tiros, solo los varones están habilitados a arreglar sus broncas a los tiros; las mujeres, en principio, no están legitimadas. No están habilitadas para hacer uso de esa violencia, no disputan su honor a los tiros en el espacio público. Solo algunas jóvenes disputan su prestigio a los tiros en el espacio público; cuando eso sucede, cuando las pibas participan de los tiros, aparecen masculinizadas.

Recapitulando, las reacciones frente a la muerte de Joel permiten iluminar regulaciones en los usos de la violencia entre jóvenes y posibilidades o dificultades para adquirir estatus de víctima que active reclamos de justicia al Estado. Si bien Joel “no andaba en nada”, es decir, no robaba ni andaba a los tiros, “era un trabajador”, esa reputación no pareciera ser suficiente para adquirir el estatus de víctima que permita construir la legitimidad necesaria para realizar demandas de justicia hacia el Estado; Joel se juntaba con Los Topos y compartía muchas tardes y noches en la esquina con ellos, y eso de algún modo lo convertía en un blanco válido o posible, inscribía esa muerte en la lógica de las broncas, lógica que rechaza ubicarlos como víctimas y no activa, en consecuencia, reclamo estatal ninguno. La investigación judicial de la muerte no avanzó demasiado y no tuvo mayor cobertura en los medios gráficos locales. Sin embargo, esto no significa inacción de parte de sus amigos y allegados (Bermúdez, 2015); por el contrario, se activaron otros ajustes sociales, otras formas de reconocimiento y reparación. Sus amigos juntaron dinero y pintaron un mural recordatorio, y vengaron su muerte intercambiando disparos con Los Wachines.

La muerte de El Viejo

La muerte de El Viejo sucedió un año después de la de Joel, en un barrio cercano, en el cual vive uno de sus hermanos. Según nos dijeron sus amigos, El Viejo no tenía una bronca previa con los jóvenes que le dispararon. Había ido a la tarde a ese barrio, junto a su hermano Jeremías, y discutieron con otros jóvenes de ahí; los motivos no parecen claros, algunos dicen que discutieron por una visera. Luego, ya siendo de noche, regresaron, y, según contaron sus amigos, hubo un intercambio de disparos con esos jóvenes, en el cual El Viejo resultó gravemente herido y horas después falleció. Otra versión, la del hermano mayor –quien, al momento de la muerte de El Viejo, se encontraba preso–, es que la bronca era con un amigo de él, y que El Viejo se interpuso para que no les disparen a sus amigos y terminó él recibiendo las balas.

Esta muerte no fue percibida como injusta por parte de sus amigos y allegados, se inscribió también en la lógica de las broncas, en la clasificación oficial de “ajustes de cuenta”, al igual que la muerte de Joel, por lo tanto tampoco adquirió el estatus de víctima; es más, este estatus es rechazado por los jóvenes que participan de estos enfrentamientos. De algún modo, la muerte de El Viejo apareció como una muerte posible o esperable, lo que no significa que no haya generado sufrimiento y diversas reacciones, respuestas y ajustes. En este sentido, según Bermúdez, en los últimos años en Argentina se produjo una progresiva normalización de la muerte joven en los sectores populares[14] y, en consecuencia, se transformaron los significados de la muerte, pero esto no generó naturalización (Bermúdez, 2011). Es decir, la normalización o rutinización de estos procesos sociales, la convivencia casi cotidiana con este tipo de muertes no necesariamente generan que las personas dejen de reaccionar frente a ellas, dejen de sentirlas, sufrirlas o llorarlas, a pesar de su recurrencia. Son muertes, a la vez que “esperables”, sentidas y lloradas.

Pocos días después de la muerte de El Viejo, sus amigos de Los Topos juntaron dinero, blanquearon nuevamente la pared donde decía: “JOEL SIEMPRE PRESENTE” y pusieron los nombres de sus amigos muertos con la siguiente frase: “EL DOLOR DE HABER PERDIDO A DOS GRANDES AMIGOS NO NOS HARÁ OLVIDAR LOS BUENOS MOMENTOS QUE HEMOS COMPARTIDO. JOEL Y EL VIEJO PRESENTES”. Esta vez le pidieron a un joven, quien vive a metros de esa esquina y es letrista, que les hiciera el mural para que quedara mejor. Los jóvenes nos contaron que van al cementerio casi todos los domingos, a visitar a sus amigos. Uno de ellos nos contó: “Voy hasta la tumba de El Viejo y me fumo un faso [cigarrillo de marihuana], paso por la tumba de Joel y tomo un poco de merca [cocaína], así hacía con ellos”.

Foto de Natalia Agusti.

Después de esta muerte, el grupo cambió significativamente, dejaron de juntarse en la esquina habitual y empezaron a parar en frente, en la vereda de la vivienda de otro de los jóvenes. El grupo se redujo, algunos contaron que se dividió. Muchos jóvenes se alejaron y otros tomaron otros rumbos. Algunos jóvenes, incluso, se mudaron de barrio o ya no se juntan con nadie y refieren a que andan solos porque no quieren problemas.

La muerte de El Viejo impactó fuertemente en la biografía de Jeremías, su hermano. Según contaron sus amigos, Jeremías no andaba en nada[15], solo compartía con ellos la esquina. Poco tiempo después, recuperó la libertad otro de los hermanos que estaban presos. Meses después, según contaron, Jeremías había empezado a vender cocaína y marihuana en su casa y su mamá y sus hermanas se habían mudado del barrio. Los jóvenes de Los Topos, amigos de Jeremías, dejaron de frecuentar su casa, “ahora solo vamos para comprar faso”, relataron.

En cuanto a los demás residentes del barrio, la muerte de El Viejo fue un hecho más, sin mayor importancia. Algunos, como Huguito, mencionaban el hecho entre charlas cotidianas como un episodio más. Aparecía como una muerte esperable. Tampoco la prensa local dio mucha relevancia al hecho, solo salieron dos noticias sin mucho detalle de lo sucedido, ni avanzó la investigación judicial.

De este modo, las diferentes valoraciones morales tejidas en torno a estas violencias tornaron más compleja la presentación de estos muertos como “víctimas” en cuanto “merecedoras” de reclamos o demandas de justicia estatal. Sin embargo, aparecen otras formas de “hacer justicia” (Bermúdez, 2015), otras formas de administración de los conflictos, otras formas de reparación.

La muerte de Sabrina

Sabrina era una joven de quince años de edad, una de las hijas del medio de doce hermanos. Una noche regresaba caminando a su casa de bailar junto a sus amigos –entre ellos se encontraba uno de sus hermanos–, cuando recibió por la espalda un disparo en la cabeza que le provocó la muerte. Distintas son las versiones que circulan en el barrio sobre las motivaciones de los disparos.

Algunas de las personas que viven en el barrio y que conocimos durante el trabajo de campo argumentaron que los tiros iban destinados a su hermano, por una bronca, y que por accidente los recibió Sabrina. En cambio, otros sostuvieron que los confundieron con otro grupo de jóvenes con quienes los agresores estaban enfrentados. Esta es la versión a la que adhirió la familia de Sabrina.

Lo cierto es que, a diferencia de las dos anteriores, esta muerte consternó a muchas personas en el barrio, quienes la interpretaron como una muerte injusta e inmerecida, y ubicaron a Sabrina como víctima, cuestión que activó diversos reclamos al Estado. Familiares, amigos y vecinos organizaron varias marchas pidiendo justicia por Sabrina, en el barrio y frente a los tribunales, bajo el lema “BASTA DE CHICOS MUERTOS. BASTA DE MUERTE”.

Esta vez no hubo murales recordatorios, ni intercambios de disparos, sino pintadas con aerosol, exigiendo justicia por Sabrina en distintas partes del barrio. Estas se podían ver en varios tapiales de viviendas particulares, también en el tapial de la Subcomisaría del barrio, como en el puente de acceso, lugar donde ocurrió la muerte. Además, sus familiares pegaron carteles en diversos lugares del barrio, con la foto de la joven, convocando a los vecinos a marchar a tribunales exigiendo justicia. Era la primera vez que esto sucedía luego de una muerte en el barrio, en los casi cuatro años de trabajo de campo.

Una de las lecturas posibles era que se trataba de una muerte que quebraba códigos, habían matado a una joven inocente, quien no tenía broncas con nadie, ese despliegue de violencia no estaba habilitado (Cozzi, 2015). Los medios gráficos locales hicieron una amplia cobertura del caso, calificando al barrio de “inseguro” y la muerte de la joven como extremadamente injusta. En un reconocido diario de la ciudad se leía:

Ayer a la tarde unos 300 vecinos del barrio se juntaron bajo una sola consigna: “Basta de chicos muertos. Basta de muerte”. Eran madres con niños pequeños, hombres con la cara curtida por el sol, albañiles con manos duras, mozos, obreros, todos reunidos por Sabrina, una adolescente de quince años asesinada de un tiro en la nuca la madrugada del domingo dieciséis de marzo […]” (diario La Capital).

Esta descripción de los asistentes a la marcha deja entrever una valoración positiva de quienes acompañaron el reclamo de justicia por parte del cronista.

Por otro lado, este mismo diario fue el encargado de señalar a una joven del barrio como posible autora de los disparos que provocaron la muerte:

… De los matadores se sospecha que serían integrantes de la pandilla denominada Los Wachines y apuntan a una joven de esa banda […] Según esa versión, la joven está identificada, es menor de edad e integrante de Los Wachines, un grupo de adolescentes que en los últimos dos años fue insistentemente mencionado por vecinos a raíz de la violencia de sus atropellos y tropelías. Desde que Los Wachines vinieron acá no se puede vivir. Además, la policía no investiga nada.

Se trató de La Bicha; sin embargo, ella nunca fue investigada ni vinculada judicial o policialmente por este hecho. Incluso, en las versiones que circularon por el barrio, esta joven no fue referida como responsable de la muerte de Sabrina. Con el correr de los días, la propia Bicha desmentía esta versión y aclaraba a la familia que ella no había tenido ninguna participación. Al respecto, La Bicha relató:

–Una vez salí en La Capital [diario de mayor circulación en la ciudad], una vez nomás, por una bronca que no hice yo, que habían matado a la Sabrina, esa fue la primera vez que salí en el diario, habían puesto que yo había matado a la pibita esa y no fue así, yo no estaba ese día, estaba en un quince [fiesta de cumpleaños de quince años] y me enteré que le habían pegado a una nena, pero no sabía quién era, cuando vine era ella, yo iba a la escuela con ella desde preescolar, yo me juntaba con ella y con el hermano, nunca tuve bronca, aparte esa chica no era de tener bronca.

–¿Por qué dijeron que habías sido vos?
Porque dijeron que en la moto iba un pibe y una piba, después que iban dos pibes y así empezó el rumor, hasta que decían que era yo, después cuando supieron la verdad, que estaba en un quince, cambiaron de nombre y dijeron que era otro, y nunca se supo quién era, yo no sé cómo fue el quilombo ese. Acá se contó que eran los giles de allá, ¿viste cómo le dicen ellos?, que eran los que nosotros también tenemos bronca, estaban todos en el puente, se van cinco, seis, bueno ahí decían que eran los giles, que esto, que lo otro, que, qué sé yo, y dos pibes de acá arrancaron con una moto fueron tiraron y cuando tiraron salieron todos a correr y siguieron tirando y le pegaron en la cabeza, fue al vuelo, al azar tiraron, y le pegaron a la nena esa. Y ahí me echaron la culpa a mí, y yo me tuve que ir a presentar, fui a hablar con el padre, todo, pude hablar con el padre porque va a la iglesia y yo en ese tiempo iba a la iglesia también. Y hablé con el padre bien, y después, primero había hablado con el hermano, después le dije que quería hablar con el padre, y hablé con el padre, y los tíos y las tías, y me dijeron que estaba todo bien, que ya sabían que era, que no me preocupe y después nunca más hablé con ellos.

El papá de Sabrina, Mandarina, mencionó en más de una oportunidad que él sabía que La Bicha no había sido. Que había sido vinculada solo por la cercanía del lugar del hecho con el que ella y su grupo, Los Wachines, se juntan. También, contó que ella se había presentado en su casa para explicarle que no había sido quien mató a su hija y le relató la versión que tenía sobre lo sucedido. En la nota en el diario, figuraba que por “rumores del barrio” se había instalado esa versión, se mencionaba que “una chica” circulaba en moto junto a otra persona y abrió fuego contra Sabrina y su grupo de amigos.

La Bicha, por ser una joven cercana a Los Wachines, quedó bajo sospecha. Esto generó malestar en ella, lo que la llevó a necesitar hablar con Mandarina y explicarle que no tenía nada que ver. Cuando conocimos a La Bicha, ya había recibido el disparo en la pierna, había retomado la escuela y se había mudado a la casa con sus abuelos maternos. En una de nuestras charlas, nos contó que ella tenía cartel (fama) en el barrio, un cartel vinculado a “cosas malas” y que le gustaría ya no tenerlo más, y que no se hable más de ella, le gustaría no tener ningún cartel.

Como mencionamos, una primera interpretación posible de por qué esta muerte provocó esos novedosos reclamos, que ubicaban a Sabrina como víctima entre sus amigos y su familia está vinculada a ser una muerte percibida como “injusta e inmerecida”; sin embargo, tal como vimos con la muerte de Joel, esa cuestión por sí sola no resulta suficiente para activar este tipo de reclamos, o al menos no los había activado con anterioridad.

Meses después de la muerte de Sabrina, conocimos a sus padres y hermanos, y aparecieron otras claves de lectura. Cuando llegamos a la casa de la familia de Sabrina, su mamá Lorena nos atendió muy amablemente, pero no quiso hablar de la muerte de su hija, nos dijo que le causaba mucho dolor, que hablásemos con Mandarina, su papá, “él se encarga de estas cosas”. Uno de sus hijos fue a buscarlo, mientras tanto nos prepararon una mesa en la vereda, con unas sillas y el mate, al rato llegó Mandarina y comenzamos la charla.

Le preguntamos a Mandarina qué los había llevado a organizar marchas, pintadas, afiches en reclamo de justicia, ya que en el barrio habían muerto muchos jóvenes y, sin embargo, ninguna de esas muertes había generado acciones similares. El papá remarcó que la diferencia era que él “no tenía miedo”, que en el barrio nadie reclama justicia ni se moviliza de esa forma ante una muerte, porque “tienen miedo”, en referencia a las posibles represalias.

Además, Mandarina nos contó que, tras la muerte de su hija, muchas personas se presentaron en su casa para aportar información sobre lo sucedido. Esta actitud de los vecinos no pareciera ser frecuente en el barrio, ya que puede “traer problemas”. Sin embargo, pudimos percibir, a lo largo de las visitas a su casa, que Mandarina es una persona muy respetada y querida en el barrio, cuestión que podría explicar los intentos de los vecinos de colaborar aportando datos sobre la muerte de Sabrina.

Es decir, esta percepción de Mandarina en el barrio no es un dato menor para comprender las acciones de los demás residentes frente a la muerte de Sabrina. Cuando consultamos en el barrio sobre cómo llegar a su casa, las referencias fueron acompañadas siempre de valoraciones positivas de su persona: nos decían que no dudáramos en llegarnos hasta su casa, que no iba a haber ningún problema, que íbamos a ser bien recibidas, que eran gente de bien. Incluso mientras charlábamos con ellos en la puerta de su casa, muchas personas que circulaban por esa cuadra lo saludaban, y en varias oportunidades le pedían favores vinculados a su oficio de herrero.

El modo o la forma de las relaciones que estos jóvenes y sus familiares entablan con las personas de su barrio parecieran incidir en las reacciones posteriores, y eso parece diferenciar las muertes de Joel, El Viejo y Sabrina. Pita llama la atención de estas cuestiones al analizar las formas de activismo de familiares de jóvenes muertos por la policía. Sostiene que una densa trama de relaciones preexistente a estas muertes posibilitará o no la obtención de información sobre lo sucedido, la procuración de testigos, el apoyo en la construcción de la denuncia penal, una vez sucedidas (Pita, 2010). Del mismo modo podemos pensar e interpretar las reacciones de las personas de este barrio luego de la muerte de Sabrina; es decir, relacionado a esa trama de relaciones preexistentes.

Por otra parte, retomando acerca de las razones que Mandarina señaló para pedir justicia por su hija, como mencionamos, advirtió no tener miedo, afirmó que su único miedo era “fallarle a Dios”. Según él, fallarle a Dios sería “buscar justicia por mano propia” e ir a dispararles a sus agresores.

–¿Y por qué vos decías que con lo de Sabrina tenías miedo de fallarle a Dios?

–Y porque…es decir, porque yo me aferro a las cosas de Dios, yo me aferro a Dios […] si no hubiese estado en las cosas de Dios, a lo mejor yo hubiese hecho lo mismo que ellos o hubiese pasado el doble. Yo en vez de que… ellos bueno… no sé… Dios sabe por qué, el propósito de él por qué pasó esto con el tema de mi hija, pero yo pienso que si hubiese estado yo apartado de las cosas de Dios… y yo hubiese ido y hubiese matado al que se me viniera, a quien cruzaba, si hubiese sido antes, si hubiese estado apartado de las cosas de Dios. Por eso te digo que el miedo mío es fallarle a Dios, ¿me entiende?

El papá de Sabrina, en su relato, diferencia dos tipos de justicia: la del hombre y la de Dios; esta última es la única en que confía. La justicia de Dios significa para él “que los pibes que la mataron tengan otra oportunidad”. Nos relató que muchas personas del barrio, vecinos, amigos, le ofrecieron ayuda para tomar venganza, pero él no la aceptó, y les aclaró que, en ese caso, le correspondería exclusivamente a él cumplir ese rol “porque Sabrina era [su] hija”. Esta actitud y aclaración de Mandarina, de alguna manera, funciona como un impedimento para desplegar violencia hacia los agresores de la joven, cuyos nombres ya habían llegado a oídos de la familia y los vecinos y amigos.

A diferencia de las otras dos muertes, la de Sabrina es investigada en el marco del nuevo sistema de administración de justicia penal, que se comenzó a implementar en la provincia de Santa Fe en febrero del año 2014. No pudimos relevar si existió algún avance en la causa judicial[16]; no obstante, no se detuvo ninguna persona como autora de los disparos. Por su parte, la familia de Sabrina, a casi tres años de ocurrida la muerte, tampoco conoce el estado actual de la causa judicial, ni se han constituido como querellantes. Lo que pareciera evidenciar que, si bien este tipo de muerte activó diversos reclamos hacia el Estado, estos no se centraron en la causa judicial.

Algunas consideraciones finales

En nuestro trabajo, indagamos acerca de regulaciones de la(s) violencia(s) entre jóvenes a partir de la descripción y análisis de diversas reacciones ante tres muertes de jóvenes ocurridas durante nuestro trabajo de campo. Consideramos que las distintas reacciones dan cuenta o ponen de manifiesto diversos códigos o reglas (Cozzi, 2014), estableciendo cuándo aparece de alguna manera legitimado el despliegue de violencia y cuándo no. Cómo las distintas reacciones a las muertes hablan de formas legítimas e ilegítimas de los despliegues de violencia, cómo algunos despliegues por fuera de las reglas ubican al muerto en la categoría de víctima y activa demandas y reclamos al Estado, y cómo en otros casos esto no ocurre. Es decir, esas respuestas, acciones, reacciones dan cuenta de procesos sociales a través de los cuales individuos o grupos se constituyen cómo víctimas, en cuanto muertes “injustas” o “inmerecidas”, o procesos a través de los cuales esa categoría les es negada e incluso aparece rechazada por sus protagonistas, su entorno y las agencias estatales encargadas de investigar y sancionar estas muertes, en cuanto muertes esperables o de algún modo habilitadas e inscriptas en la lógica de la “broncas” y los “ajustes de cuentas”.

Al mismo tiempo, ponen de manifiesto diversas “formas de hacer justicia” (Bermúdez, 2005), que no se circunscriben a la denuncia judicial y al seguimiento de causas judiciales. Esto aparece en el relato de las muertes de El Viejo y Joel, donde los murales realizados posteriores a sus muertes y las visitas al cementerio problematizan la idea de inacción y pasividad posterior a estas muertes, en cuanto ausencia de reclamos hacia el Estado.

Finalmente, el modo o la forma de las relaciones que estos jóvenes, sus familiares y allegados entablan con las personas de su barrio parecieran incidir en las reacciones posteriores. Pita refiere que una densa trama de relaciones preexistente a estas muertes posibilitará o no la obtención de información sobre lo sucedido, la procuración de testigos, el apoyo en la construcción de la denuncia penal, una vez sucedidas (Pita, 2010). Del mismo modo podemos interpretar las reacciones de las personas de este barrio luego de la muerte de Sabrina; es decir, relacionado a esa trama de relaciones preexistentes.

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Pita, María Victoria (2010). Formas de morir y formas de vivir. El activismo contra la violencia policial. Buenos Aires: Editores del Puerto.

Pita, María Victoria (2017). “Pensar la Violencia Institucional: vox populi y categoría política local”. Espacios de Crítica y Producción, n.º 53, Buenos Aires, pp. 33-42.

Pitt-Rivers, Julián (1965). “Honra e posição social”. En Peristiany, J. G. (org.). Honra y vergonha: valores das sociedades mediterrânicas. Lisboa: Fundação Gulbenkian.

Segato Rita (2010). Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Prometeo Libros.


  1. Realizamos trabajo de campo en el marco de tres proyectos de investigación: Proyecto “Bandas, broncas y muertos. Violencia letal, participación fluctuante en delitos y construcciones culturales de jóvenes de sectores populares de Rosario y Santa Fe”, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario. Proyecto “Territorios sociales y morales de control policial en las ciudades de Buenos Aires y Rosario”, de la Secretaria de Ciencia y Técnica de la Universidad de Buenos Aires. Proyecto “La movilización de familiares de víctimas y los sentidos de los reclamos de justicia”, (UNSAM/IDAES) Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.
  2. A modo de referencia, la población en el barrio es de 7 210 habitantes (Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos), se registraron ocho homicidios en el año 2008, cinco en el año 2009, nueve en el año 2010, siete en 2011 y doce en 2012, por lo que las tasas de homicidios son las siguientes: 2008: 111, 2009: 69, 2010: 125, 2011: 97 y 2012: 166. Es decir, tasas muy elevadas en comparación con las tasas de homicidios registrados para esos años en el Departamento Rosario (2008: 9, 2009: 10, 2010: 10, 2011: 13 y 2012: 15).
  3. De esta forma los nombraban los jóvenes, y manifestaban que quienes rompían estas reglas “no tenían códigos”.
  4. Los nombres de lugares, personas y/o grupos han sido modificados para garantizar anonimato y confidencialidad.
  5. Hace referencia a permanecer varias horas junto a otros jóvenes.
  6. Intercambian disparos de armas de fuego.
  7. Es decir, implica participar en tiroteos o amenazar con hacerlo, amenaza que tiene poder suficiente porque existe una tasa de concreción muy alta.
  8. El piquete es una forma de protesta social, en este caso venían de cortar la autopista Rosario-Buenos Aires en reclamo al Estado de ayudas sociales, piquete convocado por una organización social denominada Corriente Clasista y Combativa, con presencia territorial en el barrio.
  9. En el barrio hay varios murales que recuerdan a jóvenes muertos por otros jóvenes o por la policía.
  10. Alrededor de esta categoría, está fuertemente presente la idea de que se matan entre ellos y que, por lo tanto, no es necesaria una intervención estatal, de este modo se les quita valor e importancia. Es decir, clasificar de esta manera a estas muertes es una forma de desjerarquizarlas, de reducir su importancia, de desinvestirlas de gravedad, de privarles la categoría o estatus de víctima a los muertos. Para más detalle sobre esta categoría, ver Cozzi, 2016.
  11. Para más detalle del tratamiento judicial de estas muertes ver Cozzi, López Martín, Marasca, Mistura y Font, 2015 y Cozzi, 2016.
  12. Desarmada, sin posibilidad de respuesta. Es decir, sin posibilidad de defenderse, ya que estaba sola y desarmada
  13. Fueron frecuentes los relatos de residentes jóvenes y adultos sobre la escasa o nula presencia policial en el barrio. Semanas antes, el barrio había estado intervenido por Gendarmería, una fuerza de seguridad nacional, que luego fue reemplazada por policías provinciales que recorrían caminando, durante el día, el barrio. Estas formas de policiamiento no dudaron más que unos meses. Para mayor detalle, ver Cozzi, Mistura y Font, 2015.
  14. Recurriendo a Epele, señala que, en la progresiva normalización de muertes de jóvenes –sobre todo varones– pertenecientes a los sectores populares, intervienen un conjunto de múltiples procesos, “entre los que se encuentran la escasez de recursos materiales y sociales, la criminalización, represión policial abusiva, encarcelamiento, facilidad para conseguir armas de fuego y conflictos entre grupos locales” (Bermúdez, 2011: 12).
  15. Refiriéndose a participar de actividades ilegales, como robos, hurtos, partición de ventas al menudeo de drogas ilegalizadas o andar a los tiros.
  16. Presentamos una nota para acceder al legajo judicial sobre este hecho y no nos fue permitido el acceso, desde la fiscalía de homicidios –que es el área de la fiscalía que investiga todos los homicidios ocurridos desde el 1 de febrero de 2014– nos manifestaron que no éramos “parte” y que, por lo tanto, no teníamos “derecho a acceder al expediente”.


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