Un análisis crítico del discurso ambientalista en la zona núcleo forestal
Julián Monkes[2], Laura Dayan[3] y Cynthia Pizarro[4]
Introducción
En las últimas décadas, los argumentos que remarcan la importancia ambiental de los humedales han tomado un papel protagónico en Argentina. Estos ecosistemas, caracterizados históricamente como “improductivos”[5] y señalados como “pantanos” (Mitsch & Gosselink, 2007), son actualmente valorados como ecosistemas “clave” a nivel global (MEA, 2005). Los humedales del delta del Paraná constituyen un territorio ambientalista (Ferrero, 2005) donde distintos agentes disputan el uso y la apropiación del territorio y sus recursos (Camarero et al., 2018)[6].
En términos de Pizarro y Straccia (2018), el auge de la cuestión ambiental en las últimas décadas se ha convertido en un nuevo eje alrededor del cual se articulan las disputas entre las diferentes maneras de concebir al territorio isleño. En este sentido, los estudios de caso desde la perspectiva de la ecología política permiten examinar las relaciones complejas y multiescalares entre los cambios ambientales y la sociedad humana, mediados por factores políticos, culturales, económicos y tecnológicos (Yacoub et al., 2015). Dentro de este marco, se postula que, como parte de la modernidad ecológica, el ambiente ha sido construido como un objeto que está sujeto al control y la regulación del Estado. Este proceso de objetivación se realiza a través del conocimiento científico-técnico, las instituciones y diversas formas de ejercicio de poder (Arnauld de Sartre et al., 2014), por lo cual está atravesado por relaciones de poder –y se transmite a través de ellas– (Straccia y Pizarro, 2019).
Paralelamente, en el marco de las discusiones sobre el aprovechamiento de los humedales por parte de lxs isleñxs y el impacto de la acción humana sobre dichos ecosistemas, ciertas tecnologías de manejo del agua para la producción forestal y silvopastoril, como los diques y terraplenes, son las prácticas locales más criticadas. Si bien las mayores preocupaciones con respecto a la pérdida de los servicios ecosistémicos del delta del río Paraná se relacionan con el avance de los megaemprendimientos inmobiliarios en la zona frontal del delta inferior y con la expansión de la producción de soja en Entre Ríos (delta medio), la producción forestal en la zona núcleo forestal (ZNF) es un tema relevante en la discusión sobre la sustentabilidad ambiental de este territorio. Se objeta específicamente las tecnologías de manejo del agua asociado a diques y terraplenes que tienen el fin de controlar el ingreso de agua de las crecientes, ya que perjudica la flora autóctona y modifica el relieve natural. Esta práctica es la más criticada por su impacto sobre el ambiente, porque implica una disminución en la provisión de ciertos servicios ecosistémicos (Blanco y Méndez, 2010).
Desde fines de la década del 80, un grupo de biólogxs-ecólogxs viene realizando diversos estudios, indicando que estos humedales se encuentran en peligro y resaltando la importancia y la necesidad de su estudio y conservación (Bó et al., 2010; Kandus et al., 2010). Lxs científicxs señalan la importancia de este ecosistema en términos de provisión de bienes y servicios ecosistémicos (BySE) (MEA, 2005). Según estxs agentes, dichos ecosistemas peligrarían a causa de las prácticas productivas y de vida de sus pobladorxs, y sus propuestas se orientan hacia la producción de planes de manejo que regulan las formas de uso y apropiación del territorio, poniendo énfasis en la conservación de este macrosistema[7].
Para el caso particular de la ZNF, los cuestionamientos señalan los impactos que las actividades agropecuarias tendrían sobre estos ecosistemas y su capacidad para proveer SE (Pizarro y Straccia, 2018), principalmente a causa de la forestación y en menor medida de la ganadería. Por su parte, pobladorxs y productorxs locales responden a estas acusaciones ya que no concuerdan con esta visión sobre sus medios de vida (Pizarro, 2019).
En los comienzos de nuestra investigación, lxs isleñxs restaron importancia a la presencia de lxs ambientalistas que estaban realizando estudios allí. Sin embargo, ante la presentación del Proyecto de Ley de Presupuestos Mínimos para la Conservación, Protección y Uso Racional y Sostenible de los Humedales en 2013, se generaron confrontaciones (Monkes, 2017). En Pizarro y Straccia (2018), se ha observado cómo algunxs isleñxs se apropian de algunos de los elementos de sentido de los saberes científicos y los recrean. Estxs actorxs no desconocen la necesidad de abordar la cuestión ambiental, pero discuten quiénes deberían ser lxs garantes de esa conservación y cuáles son las actividades que ponen en peligro al ambiente. Así, no se reniega del desarrollo sustentable, sino que se discuten algunas de sus implicancias. De esta forma, dicha disputa puede ser enmarcada en las “luchas actuales” mencionadas por Foucault (1988), donde lxs isleñxs no discuten o cuestionan a una institución, “sino más bien una técnica, una forma de poder”, que se basa en la presunción de que el conocimiento científico es la única forma legítima para intervenir y diseñar el territorio (Brosius, 1999). En este sentido, la construcción del sujeto isleño dentro de la ZNF del delta del río Paraná se encuentra en tensión tanto interna –lo que el sujeto percibe de sí mismo y de su identidad anclada en su lugar–, como externa –la presión de otros agentes por normar sus comportamientos–.
Los sujetos interpelados por el discurso ambiental dominante –lxs isleñxs– resisten, desde un discurso anclado en su identidad y su lugar (Escobar, 2012), el control de sus prácticas a través de las normativas, mas no lo hacen solo con sus “propias ataduras” (Foucault, 1988). Las normas impulsadas y los diferentes proyectos desarrollados en la zona por parte de lxs ambientalistas también moldean dicha identidad en el marco de este proceso de ambientalización. En ese sentido, no solo se encuentran en disputa las múltiples territorialidades que responden a diferentes percepciones del ambiente y el ideario de desarrollo, sino que también se encuentra en disputa la propia identidad isleña (Straccia, 2019).
Esta disputa puede llevar a la construcción de sujetos ecologistas (De Oliveira, 2011) que, en definitiva, ya no se conforman como ecologistas por respetar una normativa externa que es impuesta y coercitiva para con sus prácticas, sino que se conforman como tales a partir de la internalización de esas normas y la reproducción de esas ataduras. Es ahí que se retoma la noción de Foucault (1988) de la capilaridad y circularidad del poder, donde ya no es solamente el poder ejercido de forma vertical el que norma los cuerpos y las prácticas, sino que es esta microfísica del poder –que permite la percolación de los discursos con efecto de verdad– la que va construyendo nuevas ataduras y, en definitiva, nuevos sujetos ecologistas.
Por este motivo, en esta investigación analizamos las maneras en que lxs isleñxs de la zona núcleo forestal resignifican elementos de sentido de los conocimientos científicos vinculados a la cuestión ambiental, en el marco de las disputas por el uso y la apropiación del territorio. Para estudiar de qué manera lo hacen y cómo es reconocido esto, llevamos a cabo un análisis interpretativo de un corpus de entrevistas realizadas a pobladorxs locales y de registros de observación participante construidos durante nuestro trabajo de campo en la zona. A través de esta investigación, nos proponemos rastrear marcas del discurso científico en los discursos isleños y las maneras en que las disputas por el territorio se ven reflejadas en las concepciones científicas hegemónicas que se articulan en torno a los discursos ambientalistas.
Metodología
La realización de entrevistas semiestructuradas y en profundidad (Guber, 2001) con un enfoque etnográfico (Achilli, 2005; Hammersley y Atkinson, 2007) nos permitió analizar los discursos de lxs diferentes actorxs previamente mencionadxs sobre los servicios ecosistémicos que provee el delta del río Paraná. También realizamos observación participante en diversas instancias como talleres, jornadas y asambleas (Guber, 2001).
El muestreo para seleccionar a lxs entrevistadxs fue de tipo cualitativo no probabilístico (Achilli, 2005). Durante las primeras fases del trabajo de campo, utilizamos un muestreo de oportunidad con la técnica de la bola de nieve. Una vez que se obtuvo un mejor entendimiento del campo, llevamos a cabo un muestreo intencional, que permitió seleccionar a lxs agentes sociales que resultaron teóricamente significativxs (Guber, 2005). Por último, realizamos una estratificación teórica y, de esta forma, entrevistamos a productorxs, trabajadorxs y vecinxs hasta lograr la saturación teórica (Guber, 2005). No hubo una cantidad de entrevistas predefinidas, ya que el esquema del trabajo de campo se fue modificando en concordancia con las categorías emergentes surgidas.
Tanto el análisis de la información obtenida en las entrevistas y en la observación participante, como el análisis documental de fuentes secundarias fueron de tipo cualitativo (Achilli, 2005), el cual comprende la interpretación, reconstrucción, contextualización, contrastación y explicitación. Este análisis implica relacionar los datos empíricos en diferentes niveles de integración para asociarlos entre ellos y con los conceptos teóricos (Achilli, 2005).
Resultados y discusión
La historia ambiental del delta y el discurso científico ecológico son dos elementos difícilmente escindibles. Al no contar con registros escritos, se requiere un profundo análisis de las prácticas discursivas de lxs isleñxs para observar si han incorporado el conocimiento científico con relación al ambiente y los servicios ecosistémicos. En este sentido, se postula que la resignificación de elementos de sentido del conocimiento experto en el discurso isleño se da a partir de la reproducción, por un lado, y de la confrontación, por el otro. De esta forma, existen ciertas hibridaciones entre los saberes locales y expertos en torno a las prácticas productivas y la biodiversidad. Por otra parte, dado que todo lo que implica hablar del ambiente en la actualidad se ve de algún modo atravesado por el discurso ambientalista dominante, es posible encontrar el lenguaje científico ecológico en la cotidianeidad de la vida isleña. Sin embargo, no se produjo una incorporación pasiva de este discurso, sino que también es utilizado por lxs pobladorxs locales para manifestarse en contra de ciertas imposiciones que se hacen desde el discurso experto al respecto de cómo debería tratarse al ambiente, su flora y su fauna. Así, las resignificaciones se convierten en una forma de resistencia a ciertas propuestas de conservación ambiental que van en contra de sus modos de vida y de producción. Esto es posible encontrarlo principalmente luego de los incendios del 2008, donde la cuestión ambiental irrumpió en la agenda pública y la protección de los humedales pasó a ser un tema central de control territorial (Pizarro, 2019).
Puertas de entrada al conocimiento científico
Uno de los modos que tiene el discurso científico ambiental de ser incorporado en el lenguaje cotidiano de personas no científicas es a través de la educación ambiental. Lxs isleñxs no son ajenos a este proceso, como así tampoco lo son lxs científicxs ambientalistas, quiénes se han preocupado por generar contenido de este tipo. Un libro de divulgación sobre especies nativas de flora y fauna llegó a la biblioteca de una escuela local. La madre de una alumna lo cuenta del siguiente modo:
Una vez me trajo [la hija], […] [que] el director tenía un manual que no sé quién se lo regaló y decía “plantas autóctonas del delta bonaerense”. Yo me enamoré de ese libro, pero nunca más me lo pude traer porque me lo prestó una sola vez y tenía, viste que ahora aparecen pescados que vos decís “¿De dónde salieron?”. Yo conocía una mojarra y con ese libro conocí 20 mojarras distintas. […] tiene todas plantas de acá y con eso les enseñan ciencias naturales a los chicos. No saben qué propiedad tienen, pero les enseñan las plantas de acá. […]. Y más que nada, como yo le decía, a mí me gustan las plantas, pero no sabía los nombres. […]. Y ese libro tenía mucho […]. A mí me gustó muchísimo, no sé si algún día lo volveré a conseguir, pero estaría buenísimo. Para el que le gusta, terminás de aprender un poco más de lo que hay acá, porque no es solamente lo que vemos, porque hay mucha variedad (pequeña productora, 2016).
En la cita, es posible apreciar que el foco de la educación ambiental está puesto en transmitir qué especies autóctonas es posible encontrar en el territorio, como forma de valorar lo que hay. Sin embargo, algo que la isleña dice al pasar es una diferencia importante en el contenido del saber local frente al científico: “No saben qué propiedad tienen, pero les enseñan las plantas de acá”.
Otra de las formas de encontrar rastros del conocimiento científico-técnico en los saberes locales es en lo relacionado con las prácticas productivas. Esta es una puerta de entrada al territorio para el discurso experto asociado a prácticas de manejo específicas. Así, en la siguiente cita, es posible apreciar cómo las dificultades de movilidad que tiene el territorio son una forma de motivar intercambios de conocimientos que brinden cierta independencia a lxs productorxs:
EO: Y el veterinario me salva un montón, porque ya no tengo que andar con el tema de… Traer un veterinario acá es un costo también […] y yo aprendí mucho con él, eh. Entonces trato de manejarlo yo (pequeño productor, 2013).
Uso del discurso científico como resistencia territorial isleña
Durante nuestro trabajo de campo, hemos tenido que presentarnos como grupo de investigación de diversas maneras, aunque hay una pertenencia institucional que suele ser ineludible: “estudiantes y docentes de la Facultad de Agronomía de la UBA”. En este contexto, y luego de diferenciarnos –y que nos diferencien– del grupo de investigadorxs del ecosistema de humedales que lxs isleñxs denominan “ambientalistas”, es frecuente que las entrevistas pasen en algún momento por temas ambientales. Cuando esto sucede, encontramos elementos de sentido del discurso científico resignificado por medio de argumentaciones de defensa de sus prácticas productivas y de vida –frente a otras prácticas a mayor escala que se realizan en otras zonas del país–. Así, en la siguiente cita, es posible apreciar la utilización del discurso científico sobre la eficiencia energética para justificar el empleo de diques como caminos para autos:
No, no es algo que haya cambiado mucho la forma de vivir acá. Acá se vive como siempre, a lo mejor un poco mejor porque está el camino, acceso por tierra. Aparte no vas a comparar lo que gasta un auto con lo que gasta un [inaudible], o como ser un auto, si vos te ponés a hacer 100 kilómetros en lancha y 100 kilómetros en auto, lo gana por el 80 % en consumo la lancha, consume mucho más y es mucha más la potencia del motor. Vos en un auto, una vez que levantás velocidad… y acá vas siempre, porque si vas a la marcha, la lancha se queda, así que… Tiene un consumo continuo. Eso también, si tenemos en cuenta las ventajas, también es un ahorro, vos te movilizás con muchos menos costos. Entonces, eso trae aparejado que, si tenés menor costo, se pueden realizar un montón de cosas más, porque, si vos tenés que ir 30 kilómetros a un lugar, si vas en lancha, te sale un fangote de plata, si vas en auto, te sale más barato, y a lo mejor tenés que ir una o dos veces y a lo mejor en lancha no vas y ya se queda a mitad de camino lo que pensabas hacer. […]. Entonces es otro sistema (pequeño productor, 2016).
En esta misma línea, en otro fragmento de la entrevista, es posible observar otras resignificaciones de los elementos de sentido del discurso científico utilizadas para justificar la práctica del endicamiento como “ambientalmente amigable” argumentando a su favor el aumento de fauna que se ve en las plantaciones forestales. A la vez, se propone poner en discusión quiénes pueden decidir sobre los usos del territorio y en función de qué habría que hacerlo.
Claro, el camino de evacuación. Si te agarra un ecologista y le decís que es un dique te manda a… Hay que bajarlo. Y bueno, eso nunca se discutió de frente. Siempre se pelearon, que pin, que pan, que pun. Y bueno, yo creo que tiene que haber un entendimiento. Nunca se dialogó porque son cosas que no es lo que se piensa la gente que acá porque hicieron el dique no hay más carpinchos, no hay ciervos, no hay más nutrias. Hay cualquier cantidad de nutrias, hay cualquier cantidad de carpinchos, hay un montón de ciervos, y están mejor que viviendo a lo natural. […]. Entonces yo creo que hay un error de apreciación que alguna vez tendrá que ser discutido. No es que esto tiene que quedar como una selva que si no se contamina. A lo mejor se puede hacer productivo y sin contaminar. Digamos, la producción está ligada a una contaminación, pero mínimo. Y bueno, pero la producción, si tenés que dejar una cantidad tremenda de hectáreas, digamos, natural, porque 10 personas, un suponer, entienden que no se puede habitar porque los habitantes contaminan, que esto, que lo otro, y que aquí que allá, se puede a lo mejor producir con un mínimo de contaminación. Aquí no hay mucho motivo de alta contaminación, algo habrá pero muy poco (pequeño productor, 2016).
Más aún, lxs isleñxs argumentan que los señalamientos que provienen desde los sectores ambientalistas están mal realizados. Plantean que ya hace muchos años empezaron a cambiar las formas de producción de la mano del acompañamiento del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria para evitar que las tecnologías de manejo del agua perjudiquen a los ecosistemas. A la vez, sostienen que el impacto en sí mismo de la construcción de los diques no ha sido cuantificado, por lo cual no hay una forma de plantear una escala o un tamaño para tener una sistematización “sustentable”; incluso afirman que el impacto que se señala desde el discurso científico no es tal:
Creo que vamos avanzando. También estamos adoptando prácticas de hace 10 años que ya se adaptaron, no sé, en países de Europa ya las tienen estudiadas hace rato y a nosotros nos llegan ahora, no sé qué pasó en el medio […] viene una persona con un montón de títulos o pergaminos o es reconocida en determinado ámbito, que viene a decir que acá estás haciendo un desastre, sin ningún fundamento científico o algún estudio sistemático ni nada que demuestre lo que está diciendo, está hablando sobre supuestos y podría pasar que… pero números no trae nadie […] entre los fundamentos de un proyecto del cuidado de humedales, está que la inundación de La Plata es culpa de la proliferación de diques en el delta, está puesto en los primeros párrafos. Entonces, pongámosle números (empresario familiar, 2013).
Y a continuación, en dicha entrevista realiza una estimación de los impactos que tienen los diques sobre el flujo del agua. De esta forma, retoma elementos de sentido del conocimiento científico para cuestionar los preceptos ecológicos:
El delta tiene 1.750.000 hectáreas desde lo que se considera el inicio en Diamante hasta el Río de la Plata. Acá hay 80.000 hectáreas, ponele que, entre todos los diquecitos chiquititos, junte 200.000, no tengo idea. Ponele 150.000, para hacerlo bien a lo grande. ¿Cuánto impacta eso? Ponele que el dique fuera de máxima seguridad, que no entra una gota de agua. ¿Cuánto impacta, qué reserva de agua, cuánto te amortigua cuando viene una crecida del Paraná? El Paraná tiene en promedio 10 o 12.000 metros cúbicos por segundo, eso es el caudal. En la inundación del 83, llegó a 28. Ponele que la inundación del 83 fue una guasada, ponele que sean 20.000 metros cúbicos. 20.000 metros cúbicos estas 200 mil hectáreas que no son, no llega… (empresario familiar, 2013).
A su vez, no solo responden a las acusaciones sobre sus formas de producir, sino que también cuestionan el foco que se hace en sus producciones en lugar de enfatizar sobre otras formas de producción de mayor impacto:
Sin ir más lejos, vamos a las explotaciones mineras, ellos hacen 150 veces más daño que nosotros. Y después otra de las cosas que es discutible, que yo creo que es un as que tenemos debajo de la manga, es la proporción de modificación de humedales, la relación que hay… no es nada, si uno agarra todo el delta y le hacemos unos lamparoncitos donde no hay más humedales, no es nada… La ruta 12 hay que romperla, ponerle dinamita y cortarla, ponerle varias dinamitas y que explote, que vuele el asfalto, porque eso le hizo más daño al delta que nosotros (viverista forestal, 2013).
De igual manera, en la siguiente cita, es posible observar una apropiación y resignificación de elementos de sentido del discurso científico por parte de isleñxs que plantean que tienen en cuenta el cuidado ambiental y señalan que la discusión de fondo debería ser no el cómo, sino qué implica ese cuidado y quiénes son lxs que perjudican al ambiente:
¿Vos te creés que […], si no la cuidamos, vamos a poder contra la naturaleza? No, nos va a pasar por arriba, esto lo tiene que… urgente, esto lo tienen que solucionar en poquito tiempo, en pocos años. Porque… esto no da para más. Ya te digo, tenemos problemas para la producción, tenemos problemas con el medio ambiente, tenemos problemas [con el] control de agua, tenemos problemas con el aire, tenemos problemas por todos lados. Así que esto, lo del medio ambiente, es… Y si no tenemos una buena naturaleza y un medio ambiente… ¿qué le llega al ser humano? ¿A dónde vamos? (productor forestal, 2012).
En estas citas que muestran la resistencia isleña a los discursos ambientalistas, es posible comprender la dimensión sociocultural que no es tenida en cuenta por los enfoques biologicistas (Klier, 2018), contribuyendo a problematizar acerca de quiénes afectan el ambiente y quiénes se benefician de la conservación.
Finalmente, hemos encontrado en nuestras salidas a campo algunas resistencias no verbales al discurso científico más proteccionista. En la siguiente foto, es posible apreciar un cartel colocado por la Administración de Parques Nacionales en un camino principal, que lleva la imagen de un carpincho y está baleada, habiendo acertado uno de los tiros en la frente del animal. Resaltamos que el cartel no fue extraído del camino ni dañado de modo que no se lea su mensaje. Creemos que más bien se buscó dar un mensaje distinto.
Fotografía 3: cartel al costado de un camino principal
Autor: Cristian Escobar-Decoud.
En este sentido, como plantea Holmes, los conflictos por la conservación, o más ampliamente por el territorio, son luchas sobre lo que se considera un uso apropiado de los diferentes recursos; actos como el balear un cartel que incita a la protección de la fauna son importantes en cuanto están llenos de simbolismo porque hacen una declaración sobre quién y de qué modo deben controlarse estos recursos (Holmes, 2007). Desde ya que este símbolo no implica la voluntad de aniquilar a estos animales, sino que el mensaje está asociado a la resistencia local ante las prescripciones que se proponen desde el discurso ecológico sobre las formas de relación histórica con los carpinchos.
Confrontaciones con el discurso científico
En el anterior apartado, se observó cómo algunxs isleñxs resignifican ciertos elementos del discurso científico que señala los impactos antrópicos en la zona. En la misma línea, también se puede observar cómo lxs isleñxs reorientan esas prescripciones. Es decir, no cuestionan los impactos ambientales de las prácticas productivas y de vida en los humedales, sino que ponderan de manera diferente cuáles son los más importantes. En esa línea, un productor forestal plantea lo siguiente:
Una reunión que vengan los ecologistas y vamos la gente que vive acá que supuestamente somos productores, pero somos habitantes también, no somos productores que vivimos en Buenos Aires y venimos, supuestamente, a modificar el ecosistema acá. El tema es que vivimos acá nosotros, ¿y quién va a ser el que va a querer envenenar la comida? […]. Digamos, la producción está ligada a una contaminación, pero mínimo (pequeño productor, 2016).
En definitiva, lo que plantean es que las prácticas productivas que utilizan son parte constitutiva de sus formas de vida –pasadas y presentes–, en las cuales las islas son un todo indisoluble, el lugar de producción y reproducción, de trabajo y de vida. Desde esa mirada en la cual ellxs plantean que “crearon el delta” (Pizarro, 2019), es difícil separar los impactos ambientales que puede tener la producción de aquellos beneficios que perciben para el sustento de su vida gracias a las transformaciones que realizan para poder trabajar y vivir en las islas. De esta forma, una de las respuestas a las prescripciones esbozadas por lxs ambientalistas apunta contra la falta de consideración de la heterogeneidad isleña y el desconocimiento de sus prácticas y formas de vida, incluyendo la producción. A su vez, las resistencias isleñas al discurso ambientalista que propugna la conservación de estos ecosistemas parten de su identidad y de sus historias de vida en relación con las inundaciones, ya que le asignan un sentido particular al manejo del agua –que es un medio de contrarrestarlas–, más allá de lo estrictamente productivo.
En ese sentido, se observa que hay una construcción del paisaje isleño donde se entreveran los aspectos socioculturales e históricos y las dinámicas ecológicas de los humedales, en línea con lo planteado por Ortiz (2021). Por lo cual “manejar el agua” no debería ser concebido meramente como una estrategia técnico-productiva, sino también como una forma de relacionarse con los múltiples eventos que conforman la isla y el “ser isleñx”. A su vez, incluso dentro de la discusión técnico-productiva, lxs isleñxs plantean que las prescripciones recibidas no son atinadas. En particular, algunxs afirman que es imposible “secar” el humedal, como algunxs ambientalistas sostienen:
Acá no hay forma de secarlo, la isla es algo que está flotando sobre el agua. Si no, no sería isla, ¿entienden? Entonces, ¿qué hacemos nosotros? Ahora, vos fijate: a mí me dicen “Vos secás la tierra”. ¿y yo soy estúpido? Seco la tierra donde tengo que plantar. ¿A vos te parece? No tienen cinco minutos para ponerse a razonar, porque, si yo necesito la tierra para hacer forestación, monte, ¿con qué nace la planta? Con agua. Si no tengo agua, ¿cómo voy a plantar? Entonces, no es que estoy yo estropeando el humedal. Le estoy dando al humedal la protección del agua. Nosotros lo que hacemos, con los mal llamados “diques”, es un manejo de agua. Por eso vos vas a ver la bomba y vas a ver las compuertas. Entonces, como si yo ahora la tengo abierta, nosotros abrimos, echamos el agua al campo. Aparte, ¿por qué? Porque nosotros necesitamos (productor forestal, 2013).
Sin embargo, otrxs isleñxs plantean que no siempre fue así. Afirman que hace unos años se buscaba secar el humedal a través de la construcción de diques para facilitar la producción y como protección por el miedo de vivir otra gran inundación. Esta tecnología fue incorporada en primera instancia por lxs productorxs con mayores capitales asesorados por el INTA, y luego, con el tiempo, otrxs productorxs la empezaron a implementar. Incluso algunxs de ellxs se asociaron para hacer diques colectivos. La productividad aumentó en las primeras instancias, sin embargo, unos años después empezaron a ver la necesidad de permitir el ingreso del agua. Por lo cual fueron aprendiendo a manejar el agua para permitir su ingreso y usarla para la producción:
Yo era chico, pero, por lo que se cuenta, fue bastante bravo volver a surgir de las cenizas casi. Y se pasó de eso, de tener el agua casi un año acá arriba del campo, de decir, “Empezamos a hacer el dique”, que hace falta bastante plata para hacer los diques. Fue todo de a poco. Se pasó a secar el campo casi. Hay algunos que todavía lo dirán, de caminar en alpargatas por todo el campo, de pasar por adentro de la zanja con las alpargatas. Y hará unos 10 o 15 años se cambió el paradigma. No es tan bueno secar el campo porque trae un montón de perjuicios a largo plazo. Se pasó a hacer un manejo de agua. Hoy de lo que se trata es de mantener la producción. No vamos a volver nunca, en un campo productivo, al paisaje original, eso es imposible, creo que en ninguna actividad se logra eso. Pero estamos, dentro de lo posible, para no inundar los sectores más bajos, dejando mucha agua en lo que era antes zanjas. Canales, tener los zanjeos internos limpios para que el agua corra, porque el agua estancada tampoco te sirve de nada, tiene que estar en movimiento porque, si no, el animal no la quiere, el árbol se seca, creo que ni a los carpinchos les debe gustar. No dejar el campo seco (empresario forestal, 2013).
Incluso, plantean que el manejo del agua, al permitir la producción ganadera y forestal, contribuye a manejar estos ecosistemas y así evitar situaciones catastróficas como los incendios. Esto no es casual, sino que lxs isleñxs saben que los incendios son un problema en la zona, y retoman elementos del discurso científico para plantear que su producción es un paliativo para estos:
Si vos tenés forestación, […] se puede hacer ganadería también. Porque hay lugares… les das cierto espacio a las plantaciones y pueden vivir los animales. Nosotros teníamos animales y lo único, después que el animal acá en el delta es un seguro contra los incendios, ¿sabés lo que es tener un seguro para la forestación? (productor forestal, 2012).
Conclusiones
En esta ponencia hemos analizado los discursos de lxs habitantes y productorxs de la ZNF acerca de los impactos ambientales de sus actividades productivas, señalando las resignificaciones de elementos de sentido del discurso científico que realizan. Se pudieron observar tres elementos centrales: la educación ambiental como una herramienta dentro del discurso científico para la interpelación de los sujetos; la resignificación de algunos elementos de este por parte de lxs habitantes locales para resistir las propuestas de conservación; y la confrontación al discurso científico a partir del arraigo y la historia en el lugar de lxs isleñxs.
Los discursos isleños plantean que las herramientas utilizadas para realizar el manejo del agua para la producción tienen otras funciones más allá de lo productivo y, a la vez, tienen una trayectoria que incluyó nuevas tecnologías –de menor impacto ambiental– a lo largo del tiempo. En ese sentido, se destaca que las “marcas” que el agua ha dejado en las identidades isleñas hacen imprescindible la comprensión sociohistórica de la evolución productiva del delta. Esto no suele suceder en los estudios que observan y evalúan la provisión de BySE del humedal desde la perspectiva hegemónica. Cabe destacar que lxs isleñxs no suelen hablar en términos de BySE de la forma en que lo hacen lxs técnicxs y académicxs, pero sin dudas se apropian del discurso científico para poner en discusión a quiénes beneficia esta provisión y quiénes son los que tienen que hacerse cargo de asegurarla.
Asimismo, considerar los impactos ambientales no deriva automáticamente en la construcción de un modelo más justo (Martínez Alier, 2004). Esto se debe a que la conservación de los ecosistemas y las restricciones en su uso no impactan de la misma manera a todos los individuos, algo particularmente señalado por lxs isleñxs. De esta forma, se pone de manifiesto el carácter político de una discusión que pretende ser técnica, dejando en claro que existe un conflicto de intereses en la provisión y el aprovechamiento de los BySE. Entonces, en lugar de dar por sentado que los humedales tienen que ser conservados, cabe preguntar quiénes son lxs beneficiarixs de dichos bienes que se proveen a raíz de esa conservación, quiénes son lxs que “tienen que asegurar la integralidad ecológica” para que esos servicios existan, qué “vale” más, el hábitat para lxs habitantes locales o la mitigación de inundaciones tierras abajo, y en función de qué argumentos unxs podrían imponerles respuestas a estas preguntas a lxs otrxs.
Así como los discursos hegemónicos legitiman intervenciones territoriales, es menester destacar que los discursos también construyen sujetos. En Dayan y Monkes (2022), se pudo observar cómo desde el discurso científico se construye a algunxs pobladorxs locales como lxs “garantes de la conservación”. En ese trabajo se problematiza el hecho de que esa construcción puede implicar la generación o perpetuación de condiciones de marginalidad tanto socioeconómica (ya que las políticas conservacionistas relegarían a lxs isleñxs a desarrollar algunas actividades tradicionales estipuladas), como de habitabilidad (en las zonas “de alto valor de conservación”, no se podría hacer ningún tipo de sistematización del terreno, lo que implica que tendrían que convivir con las inundaciones). En este trabajo, observamos que lxs isleñxs reproducen ciertos elementos de sentido de un discurso científico hegemónico que lxs constituye como sujetos ambientalistas[8]. Sin embargo, también resignifican ciertos elementos de sentido vinculados a la sustentabilidad, no desde el punto de vista de este paradigma hegemónico, sino acorde a lo planteado por Seghezzo (2009), quien destaca la importancia de pensar la sustentabilidad en términos de la pertenencia y la perdurabilidad de los sujetos en sus territorios.
Por último, este análisis permitió observar que la falta de reconocimiento del arraigo del isleñx a su lugar conlleva lecturas apresuradas y erróneas sobre sus formas de vida. Las lógicas que las sustentan son parte de una coevolución entre la isla y lxs isleñxs que lxs constituyen mutuamente, convirtiéndose así en unidades de un todo indivisible.
Como plantean Descola y Pálsson (2001), la naturaleza se fue conformando como un elemento que conservar, una cosa que cuidar. Esta presunción, por un lado, pone al ser humanx por encima de ella, es decir, se le atribuye la capacidad de dañarla o de cuidarla. Por otro, el ambiente que conservar es entendido como un factiche (Latour, 2007), entre el fetichismo por la naturaleza prístina y las condiciones biofísicas fácticas del entorno que es necesario considerar. De esta forma, el conocimiento científico postula, delimita y construye la provisión de los bienes (tangibles) y los servicios (intangibles) que proveen los ecosistemas al ser humanx, que solo tiene dos modos de agencia: ser afectadxr o beneficiarix.
Ahora bien, esta asignación parte del presupuesto ontológico moderno que presupone que la naturaleza no tiene agencia y es externa al ser humanx. Se puede decir que, desde la biología de la conservación, se construye al ser humanx en función de su relación con ese ecosistema que, aparentemente, es un objeto delimitado, concreto y mensurable. De esta forma, se excluye toda mixtura posible entre estas dos entelequias. Compatibilizar la conservación con las actividades productivas es posible, pero, como plantean Corbera et al. (2007), hay que tener en cuenta la matriz sociopolítica particular y articular con las demandas y los intereses de esa población local –que pueden ser otras que mantener sus “actividades tradicionales”– para evitar la contribución a la reproducción de las relaciones desiguales de poder por no adoptar una mirada crítica.
Bibliografía
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- La presente publicación es producto del diálogo entre las tesis de maestría de dos de lxs autorxs, Monkes y Dayan, bajo la dirección de Pizarro.↵
- Facultad de Agronomía, UBA, Conicet. Correo electrónico: mmonkes@agro.uba.ar.↵
- Conicet, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA.↵
- Facultad de Agronomía, UBA, Conicet. Correo electrónico: cpizarro@agro.uba.ar.↵
- Utilizamos comillas para citar textualmente fragmentos de los documentos e itálica para categorías nativas y fragmentos de las entrevistas. ↵
- En este contexto, caracterizado por el auge de los discursos ecológico-ambientalistas que destacan la importancia de la conservación de los humedales en general, y del delta en particular, coexisten actualmente diversas posiciones que pretenden definir cuáles deberían ser las formas más apropiadas en que los seres humanos se relacionen con estos lugares, conformando un campo de lucha en el que participan diversos agentes con grados de poder diferenciales (isleñxs, técnicxs, científicxs, entre otrxs) y cuyas relaciones no están exentas de fricción. Se ha generalizado el discurso que tematiza a las islas en clave de humedal. Este discurso tiene una dimensión eminentemente política puesto que es performativo, es decir, produce transformaciones concretas en el delta, convirtiéndolo en un territorio ambientalista, y a lxs isleñxs, en sujetos ambientalizados.↵
- Ver, por ejemplo, Quintana y Astrada (2010) y Quintana, Bó, Astrada y Reeves (2014).↵
- En línea con lo planteado por De Oliveira (2011).↵