La trama emocional en la experiencia de los vecinos de Malvinas Argentinas contra Monsanto
Milva Natalí Valor Paula y Ayelén Sánchez Marengo
Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro…”
(Julio Cortázar, “Rayuela”)
“La adopción de tecnologías es tan poderosa y poco inocente como la espada colonial. Con ella se condicionan modos de producción y usos de recursos naturales. Para ello la tecnología es diseñada a medida de las formas productivas hegemónicas de las corporaciones. […] El conocimiento entonces pasa a ser no solo propiedad del demandante, sino el instrumento que permite subordinar modos y estrategias para satisfacer el consumo de las sociedades centrales sin detenerse en los cambios, exclusiones, saqueos que generan a su alrededor”.
(Andrés Carrasco, “El desafío de lo global”)
Introducción[1]
La investigación que sirve de base a este texto se construyó, inicialmente, desde la inquietud por indagar los procesos de resistencia que se fueron configurando en la localidad de Malvinas Argentinas (Córdoba) a partir de la instalación de la empresa multinacional Monsanto[2]. En este marco emergió la pregunta central por las emociones inscritas en las experiencias de los vecinos y que, en el presente artículo, nos permite retomar una serie de conclusiones que consideramos centrales al momento de comprender la compleja relación entre la “trama emocional” configurada en tiempos de organización colectiva y los procesos de potenciación de la acción.
El proyecto integral de radicación de Monsanto fue anunciado por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner en julio del 2012 en el Consejo de las Américas. Consistía en la construcción de una planta acondicionadora de semillas, además de dos estaciones experimentales y una inversión de 170 millones de pesos destinados a investigación y desarrollo de maíz y soja transgénicas. Un mes después de esta noticia se creó la asamblea de vecinos autoconvocados “Malvinas lucha por la Vida”, que inició con actividades de búsqueda de información y difusión, así como con acciones de protesta y estrategias legales que exigían a la municipalidad y a la provincia dar a conocer el proyecto integral. Pero fue en 2013 cuando los asambleístas iniciaron la medida que más visibilidad le dio al conflicto: un bloqueo por tiempo indeterminado al ingreso donde se construía la planta. Fue así como, desde entonces, habitaron de forma permanente el terreno que media la ruta y el predio, bloqueando los distintos accesos para obstaculizar la entrada de camiones con materiales. Esto ha impedido la continuidad de la construcción, aun frente a las múltiples amenazas, represiones e intentos de desalojo por parte de la policía y diversos grupos de presión.
Este reclamo se inscribe en un continuo de diversas manifestaciones de poblaciones afectadas por el modelo agroindustrial, en distintos lugares del país y de Latinoamérica. Lo consideramos representativo del escenario conflictual contemporáneo, ya que implica a vecinos que enfrentaron a una firma que figura entre los principales exponentes del agronegocio. En la actualidad, es la mayor productora de semillas transgénicas, concentrando el 86 por ciento del mercado mundial (Aranda, 2015: 205). También es de destacar la coyuntura político-económica del país dentro de la que fue estructurándose la protesta; en particular, dado que la exportación de granos transgénicos ha crecido de manera exponencial en los últimos diez años y es actualmente favorecida con la quita de retenciones al trigo y el maíz (una de las primeras medidas del gobierno nacional de actual presidente, Mauricio Macri). Considerando que la actividad contribuye al enriquecimiento del sector agropecuario, el emplazamiento del que sería el segundo centro de tratamiento de semillas más grande del mundo reviste una importancia estratégica central y se constituye como una prueba más de la prolongación y profundización histórica de la depredación capitalista.
En la expresividad sensible emergente a partir del reclamo, es posible detectar las incipientes modificaciones en las estructuras del sentir/de la experiencia de los sujetos (Williams, 2000). Esto nos permite centrarnos interpretativamente en un aspecto poco visible de la problemática y, de hecho, poco abordada en los estudios de acción colectiva. Cuando los reclamos buscan visibilidad son cristalizados en la memoria colectiva por sus logros o derrotas, pero difícilmente son re-conocidos a posteriori según las dinámicas de relaciones entre los sujetos en las que se tejen, en especial, los pensamientos y sentimientos que constituyen al hacer. Dado que las acciones colectivas se construyen sobre estas bases es que atendemos a las vivencias en el conflicto desde la aludida dimensión asociada al sentir, aspirando a una compresión integral de sus significaciones. La indagación de las experiencias desde las emociones permite trazar un continuo en los procesos de captación e interpretación del mundo, mediante percepciones y emociones, construidas en vínculo con la materialidad sensible de los acontecimientos.
Teniendo en vista estas consideraciones, nuestro objetivo es reconstruir la trama emocional en las experiencias de los vecinos desde dos caracterizaciones centrales que están presentes en sus relatos: el guardar los sentimientos frente a la “mezcla” de lo sentido y el proceso de fortalecimiento orientado hacia la acción. Focalizar en las emociones como estrategia para abordar las experiencias en transformación permite atender tanto a las estructuras sociales “vueltas cuerpo” como a los rasgos de las vivencias que contrarían a lo instituido en particulares contextos de conflicto, reclamo y protesta.
A continuación, comenzamos con un breve esbozo sobre el punto de vista construido, partiendo de la articulación conceptual entre la depredación sistémica, las emociones en la experiencia y la acción colectiva, especificando a su vez el recorrido metodológico que realizamos para arribar a los momentos interpretativos. Luego, en primera instancia, realizamos un recorte en la lectura de las experiencias para detenernos en las angustias de los vecinos al enterarse de la instalación de la empresa en su localidad, junto a los padecimientos de la población que llevaron a un giro en los sentidos sobre el entorno social y ambiental de la localidad. En segundo lugar, referimos brevemente a las instancias de represión y los intentos de desalojo, para adentrarnos así en la mezcla emocional sentida por los sectores en resistencia. En un tercer momento, nos detenemos en la organización colectiva, a partir de la lucha por la vida y su vinculación al manejo de las emociones. Por último, presentamos las condiciones de fortalecimiento emocional, como potenciador de la lucha y organizador de las vivencias de lo colectivo.
Malvinas en lucha: emociones en la acción colectiva contra la depredación
A lo largo de sus distintas fases de desarrollo histórico, el sistema capitalista ha logrado estructurar un aparato extractivo a escala mundial orientado a su reproducción y conservación. Este aparato se asienta, como uno de sus pies, en profundos procesos de apropiación y destrucción ecológica (Scribano, 2009: 91) que asumen distintas formas a lo largo de la historia; en este sentido, no se trata de un fenómeno nuevo, sino una de las bases de la acumulación originaria (Marx, 2004). Su impacto más profundo se revela en los daños ambientales y en las múltiples consecuencias que genera en las poblaciones. La acumulación por desposesión (Harvey, 2005), evidencia la persistencia y profundización de estos mecanismos vía la imposición violenta de la depredación. De este modo, pese a que en la economía moderna reina el mito del crecimiento ilimitado (Machado Aráoz, 2010: 38), la incompatibilidad entre la capacidad de re-constitución de la naturaleza y la dinámica capitalista es evidente, dada la finitud de los recursos disponibles que suena como alarma. Esta lógica depredatoria, además, aumenta la brecha entre los sectores sociales poseedores y desposeídos (Bensaid, 2011), ya que la apropiación de los bienes comunes por parte de sectores de la clase dominante, impide su acceso a las mayorías, mientras agotan su durabilidad. La privatización de aquellos bienes indispensables para la vida humana es testimonio de la actual mercantilización de esferas antes exentas del mercado. Tal es el caso del patentamiento de las semillas, en cuyo marco la vida misma se convierte en mercancía y objeto de (des)posesión, deviniendo en recursos que benefician a empresas multinacionales y suponen un potencial peligro para las poblaciones.
En las últimas décadas se produjo un crecimiento exponencial del modelo agroindustrial a nivel internacional, convirtiéndose en uno de los pilares del capitalismo depredatorio. Gracias al método de siembra directa con semillas híbridas primero, y la introducción de semillas transgénicas luego, se aumentó el rendimiento del suelo a niveles antes desconocidos. En ambos instrumentos se asentó la llamada “revolución verde”, aplicada principalmente en países “en vías de desarrollo”, con la promesa (no cumplida) de erradicar el hambre[3]. Aquella consistió en mayor productividad agrícola, a través de monocultivos, uso de maquinarias y de grandes cantidades de agua, fertilizantes y plaguicidas. No obstante, de la superproducción de granos actual que de allí resultó, la mayor cantidad es exportada para la “alimentación” de máquinas y animales, transformada en biocombustible y balanceado (Barruti, 2013: 87). En Argentina, la soja transgénica ingresó en el año 1996 y desde entonces no frenó su expansión. En 2003 ocupaba 12 millones de hectáreas, mientras que en el 2013 alcanzó las 20,5 millones. La continuidad de este aumento se fundamenta en las ganancias generadas, pero también en la intervención estatal[4].
Este esquema productivo se traduce en profundas problemáticas a nivel político, social, económico y sanitario. El corrimiento de la frontera agropecuaria sobre tierras antes consideradas improductivas implicó en primera instancia desalojos forzosos del campesinado y de comunidades originarias[5], así como también pérdida de alimentos y materias primas necesarias para el consumo. Además, esta agricultura sin agricultores, reemplaza cada vez más la mano de obra humana en los campos por maquinaria, aumentando la desocupación y la migración a la ciudad. En tanto, la propiedad de la tierra se ha tendido a concentrar en agrupaciones de empresarios que alquilan campos a pequeños y medianos productores. En el aspecto ambiental, esta situación se expresa en el constante deterioro ecosistémico: degradación de los suelos por el monocultivo y el desmonte, y por los químicos tóxicos utilizados en estas producciones, que impactan también en la salud. Distintos estudios que desde los últimos años se realizan en poblaciones rodeadas por campos fumigados afirman que las enfermedades más frecuentes están relacionadas con la exposición directa y prolongada a los agrotóxicos, afecciones agudas y crónicas, que engloban trastornos endócrinos, inmunológicos, reproductivos y cáncer[6].
La problemática aquí abordada implica la profundización del actual esquema productivo para Argentina y la región. Uno de los motores principales de su consolidación es, como venimos señalando, el monocultivo de granos modificados genéticamente que cotiza con altos valores en el sistema financiero. La Provincia de Córdoba se posiciona como uno de los enclaves centrales, dentro del que Malvinas Argentinas es parte de los numerosos poblados atravesados por la siembra de soja. Este proceso es presentado socialmente a través de discursos teñidos de fantasías de crecimiento y desarrollo (Machado Aráoz, 2012: 20); ideales alimentados con promesas renovadas por gobiernos y empresas, que anuncian emprendimientos productivos que concretarían esas aspiraciones en los pobladores. En realidad, estas políticas tienden a privatizar las ganancias y socializar los problemas (Aranda, 2010: 117), conformando la encrucijada en la que se encuentran atrapados muchos habitantes: debatiéndose entre las consecuencias del modelo productivo y alguna salida a su cotidianeidad muchas veces llena de carencias.
Según el último censo provincial del 2008, Malvinas es la localidad con mayor pobreza estructural de la Provincia de Córdoba (entre las que tienen más de 10 mil habitantes), con un 25,7% de Necesidades Básicas Insatisfechas. También es calificada como “ciudad dormitorio”, ya que las fuentes de trabajo se encuentran mayormente en Córdoba capital, mientras que dos tercios de su población carece de empleo. Desde los años 90 los campos que rodean la ciudad son fumigados, por lo que las consecuencias en la vida de sus habitantes se vuelven palpables en lo cotidiano. Así, un estudio exploratorio realizado sobre 10 habitantes de la localidad en 2014 arrojó que 7 presentaban sustancias tóxicas peligrosas en sangre (Página Ecos Córdoba, 13/5/2014); situación que, advertimos, se vería profundizada con la instalación de Monsanto. De hecho, la historia de la multinacional puede ser relatada en función de múltiples situaciones de desastre ambiental y muerte, que merecen ser interpretadas desde las relaciones destructivas que genera el sistema capitalista sobre la naturaleza y las poblaciones[7]. En el caso particular de Malvinas, Monsanto logró instalarse inicialmente en la localidad mediante promesas de trabajo y progreso, en un marco social signado por numerosas problemáticas y carencias. A partir de entonces, la realidad de esta pequeña ciudad quedó fuertemente afectada, por lo que la indagación sobre las experiencias de los vecinos se convierte también en una forma de acercamiento a este complejo contexto.
Específicamente, el proyecto de instalación de la planta acondicionadora de semillas de maíz transgénico viene a sumarse a los cinco establecimientos que la firma ya tiene en localidades de la provincia de Buenos Aires, donde desembarcó en la década del 50. El predio de Monsanto en Malvinas consta de 32 hectáreas y está ubicado a 1 kilómetro del centro urbano. La producción anual pretendida es de 60.000 toneladas, a ser almacenados en 200 silos, con capacidad para 3.500.000 de bolsas de maíz transgénico (Monsanto, 23/2/2016). La proyección de sus efectos es cruel. En su tratamiento se utilizarían hasta 1.750.000 litros de agrotóxicos por año, proceso que conllevaría un gran consumo de agua, generando líquidos residuales contaminantes[8]. Además, la polución aérea de dicho almacenamiento –teniendo en cuenta la dirección de los vientos durante la mayor parte del año en la zona (este/noreste)– indica que impactaría de modo directo en el poblado (Reduas, 14/9/2012). La semilla a ser procesada –destinada para la producción de etanol– secreta insecticidas durante todo el desarrollo de la planta. Las espigas cosechadas, luego de varias instancias, ingresarían al procedimiento de mayor contaminación: el “curado”, sumergiéndolas en tanques con insecticidas y funguicidas. Sus químicos no degradables quedarían en el suelo entre 2 y 6 años, llevando a que la toxicidad del grano sea causante de muerte en caso de ser ingerida. La alerta ambiental trasciende a Malvinas, ya que estas semillas ocuparían las hasta ahora 3,4 millones cultivadas en el país, cuyas tierras y cuencas hídricas se verían afectadas y, con ello, la salud humana.
Ubicación geográfica de la planta de Monsanto y las ciudades cercanas
Fuente: Google Earth (2016)
El estado de desposesión del entorno ecológico y el efecto sobre la salud humana en diferentes poblaciones ha provocado amplia resistencia, expresándose durante los últimos años en múltiples reacciones colectivas[9]. Como continuidad de esta red conflictual, y frente a la autorización del Concejo Deliberante y la Secretaría de Ambiente provincial para que la empresa comenzara tareas en el predio, un sector de los vecinos se conformó en agosto del 2012 como “Asamblea Malvinas Lucha por la Vida”. En septiembre del año siguiente sumaron el acampe como medida y espacio de lucha para frenar la instalación. Así, el estado alarmante de la problemática y la constancia en la oposición de los vecinos hicieron que la lucha trascendiera los límites de Malvinas, logrando apoyo internacional, de especialistas y diversas instituciones.
Como resultante de este proceso, en el año 2014 la justicia provincial determinó el cese de las obras en tanto no cumpliese ciertos requisitos, entre ellos un estudio de impacto ambiental que la Secretaría de Ambiente rechazó. Durante el 2015, la empresa procuró reanudar la construcción, prometiendo presentar un segundo estudio. Frente a esta amenaza latente, los vecinos mantuvieron la medida del acampe y asamblea, así como eventuales acciones de protesta, demostrando que el conflicto no estaba resuelto. En este panorama, donde la materialidad de la existencia giró permanentemente en torno a un imaginario que vestía de espejismos la expropiación, una compleja afectividad acompañó la lucha y se puso en juego en las acciones de resistencia, dando cuenta de un valor por la vida que antagonizaba con los beneficios económicos y la acumulación de capital pretendida.
Claves conceptuales y metodológicas para el abordaje de las emociones
Teniendo en vista el anterior escenario, entendemos que el conflicto social en Malvinas se ha estructurado en torno a la contraposición de apreciaciones sobre una serie de bienes en juego (el espacio, la alimentación, la salud, las fuentes laborales y los ingresos económicos, entre otros), integrando a distintos actores que toman posición y acción sobre un campo de luchas común, incluyendo a quienes han pasado a instancias de protesta[10]. A partir de distintas valoraciones sobre los bienes colectivos que son apropiados diferencialmente, es que emerge una diversidad de significaciones y prácticas. Las visiones del mundo se conforman entonces en relación a quienes comparten cierto horizonte de sentido y del sentir en sus trayectorias, como en torno a quienes se ubican desde otras percepciones y posiciones. Es en este marco que es posible comprender que algunos vecinos constituyeran la asamblea, participaran del acampe o se posicionaran a favor de ambas acciones, desde una mirada “negativa” y en tensión con la empresa, mientras que otros pobladores y sectores del municipio apoyaron la instalación, por distintos motivos que no serán objeto del presente análisis.
Para comprender la estructuración de un conflicto es central reconocer que las prácticas de los sujetos toman forma en una compleja trama experiencial, dentro de la cual las emociones ocupan un lugar específico y central. Como elementos de una malla reticular, percepciones, sensaciones y sentimientos son productoras de sentido y orientan la acción. Al respecto, es importante especificar que las emociones operan como una trama que configura los estados del sentir acerca del mundo; “trama” en tanto los sentires parten “de” –e impactan “en”– las vivencias, relacionándose entre sí de modo tensivo, sin que supongan un cúmulo “coherente”, ordenado e independiente, ya que corresponden a un aspecto dinámico y constitutivo. Además existen estados afectivos diferentes sobre un mismo acontecimiento, de acuerdo a las distintas interpretaciones y significados construidos a partir de una historia en común con otros (Le Breton, 2012: 72). Con anclaje cultural e influidas por las posiciones que los sujetos ocupan en los procesos de organización colectiva, “las emociones están presentes en todas las fases y aspectos de la protesta” (Jasper, 2012: 49). Inclusive, se modifican a través del transcurso del conflicto y están entre los factores que inciden en el curso de la acción.
Desde aquí, la indagación de las experiencias a partir del sentir en vivencias de conflicto nos permite dar cuenta de un particular mecanismo: el manejo de las emociones, entendido como un proceso con el que los sujetos adecúan sus sentimientos para hacer frente a diversas situaciones, implicando la evocación, supresión o configuración de nuevas emociones (Hochschild, 2008: 114, 140). Se trata de un trabajo sensible que en ocasiones los sujetos evalúan como necesario para seguir actuando, frente a fantasmas y fantasías (Scribano, 2009) que actúan desapercibidamente, inculcando el miedo e imposibilitando la acción. En un contexto de conflictividad y depredación como el caracterizado, estos dispositivos de regulación de la sensibilidad –sensu Scribano– pueden visibilizarse en los discursos de los sujetos; más precisamente en la bisagra entre percepciones y emociones, que tienden a ser activamente reguladas para dar paso a los cuestionamientos y la resistencia.
Al momento de abordar empíricamente el problema, el enfoque cualitativo de investigación nos ha permitido reparar en la experiencia de los sujetos a partir de la expresividad tanto verbal como corporal durante situaciones de entrevista. Con esto último hacemos referencia tanto a aquello que fue experimentado desde el cuerpo durante los encuentros, como a las alusiones que los entrevistados hicieron sobre sentires físicos asociados a vivencias de conflicto. En las entrevistas, de naturaleza semi-estructurada, nos apoyamos en dos herramientas: por un lado, una guía de preguntas y por el otro, fotografías a modo de disparadores visuales que procuraron abrir el diálogo; algunas de ellas pueden ser observadas a lo largo del artículo. Como resultante, la presentificación de los sujetos al rememorar lo sentido y pensado otrora posibilitó delimitar ciertos relatos en el marco de una dinámica temporal. Este material fue puesto en relación con una revisión documental para lograr una perspectiva integral de la situación en la que reparan los entrevistados. En base a este proceso pudimos distinguir lo relatado en tanto que ejercicio de la memoria, que en situación de entrevista se convirtió en una reconstrucción de la experiencia. De esa manera emergieron tanto percepciones y sentires materializados en el “aquí y ahora” del diálogo, como otros cuya continuidad se vio reforzada al momento de la evocación. Esto se tradujo tanto en el abordaje de las diversas formas de sentir individual en el marco del proceso conflictual, así como en el rastreo de rasgos compartidos vinculados a la estructura de experiencia colectiva.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, la reconstrucción de la trama emocional nos permitió una aproximación a los cambios en las vidas de los vecinos y en la comunidad. Para ello, identificamos aquellas dimensiones en las que el conflicto implicó mayor movilización emocional, relacionadas siempre a las formas de pensar y de actuar. En dichos contextos tensivos y cambiantes, las formas de percibir y sentir adquirieron rasgos particulares, ya que las vivencias tendieron a “correrse” del núcleo de lo naturalizado y reproducido. Las repercusiones posteriores de estos momentos significativos para los sujetos –de los cuales presentamos solo algunos a continuación–, dieron cuenta de la trascendencia de las marcas impresas del sentir en las experiencias.
Estados del sentir: la trama emocional en las vivencias del conflicto
A continuación presentaremos una posible lectura del conflicto, que permite reconstruir la trama emocional de los vecinos de Malvinas que se opusieron a la radicación de Monsanto en la localidad. Se trata de un recorrido que parte de las angustias desbordantes iniciales, hasta llegar al estado (ciertamente complejo) de fortalecimiento de la acción, mediado por un proceso de adecuación emocional que tendió a configurarse desde la mezcla en los estados del sentir. Es posible observar que las emociones aparecen a veces solapadas, otras en contradicción, sin ser resolutivas ni concluyentes para ninguno de los estados descritos. Bajo este modo de comprensión, presentamos a continuación algunas situaciones –relacionadas entre sí– que retratan las formas de vivir y sentir el conflicto por los vecinos que se oponen a la instalación.
En este sentido, nos detendremos primero en dos escenas que permiten ilustrar la diversidad en el sentir de los vecinos: por un lado, las angustias frente al arribo de la empresa y los padecimientos que sufrió la población, llevando a un “giro” en los sentidos sobre el entorno social y ambiental de la localidad; y por otro lado, las instancias de represión que permiten dar cuenta de un estado de mezcla emocional durante estos momentos iniciales. Luego, en segundo lugar, daremos cuenta del proceso de organización colectiva en la lucha por la vida y su vinculación al manejo de las emociones. Finalmente, referiremos al estado de fortalecimiento en la lucha como potenciador de la acción y fundante al momento de comprender la persistencia y continuidad del conflicto hasta la actualidad.
Trayectorias iniciales y sentidos emergentes: padecimientos, angustias y cuestionamientos sobre el entorno cotidiano
Como ya especificamos, los sujetos atravesaron diversos sentires durante el conflicto, que permanecieron en sus memorias y se encontraron vigentes en los testimonios recabados a partir de las entrevistas. Tal es el caso del momento de enterarse del arribo de Monsanto a la localidad, que fue recordado por ellos debido a la movilización afectiva implicada, siendo también visto como una instancia de interiorización compartida respecto a la problemática.
Y empezás a tener como un miedo, una angustia. Y te sentís chiquita ¿no? Y “¿qué vamos a hacer ahora?” Después viene mi hermano a la noche y le cuento (…) Lo primero que me dice: “acá vamos a perder todo. Nos van a desvalorizar las casas, vamos a quedar en la calle y ¿qué vamos a hacer?”. “Porque acá mamá”, dice, “va a perder valor todo los terrenos nuestros. Hay que hacer algo”, porque dice: “nos vamos a quedar sin nada”. Yo lo miraba a mi hermano y decía “este está loco, no puede ser”. O sea, a mí me estaban hablando de una película. (Ester, 8/7/2014)
La incomprensión e incertidumbre generada por la imagen destructiva de la empresa hacía sentir insignificante o pequeña la propia existencia y las acciones que podrían llevarse a cabo para impedir sus efectos posibles. Esta impotencia se volvió pesimismo durante los primeros tiempos de conflicto buscando una salida viable al problema, al tiempo que estuvo mediada por diversos tipos de temores. La sensación de “perder todo” y convertirse en un “pueblo fantasma” (Ester, 8/7/2014) sembraba tristeza en los habitantes. Comenzaron a imaginar la desvalorización de sus viviendas –suponiendo que nadie querría vivir en un lugar contaminado–, así como también el efecto en la salud propia y de los cercanos. El miedo a la muerte y a las enfermedades se convirtió en algunos casos en angustia ante la posibilidad de muerte de las personas queridas. La pérdida de la casa, de la vida y de la localidad son ideas que hostigaban actuando como imperativos mentales. Al presentarse como un escenario confuso e inesperado, se percibía en un comienzo una sensación de extrañamiento ante el riesgo.
Sucede que la información recabada por los vecinos sobre la empresa abrumó los días posteriores al anuncio de la instalación, acentuando preocupaciones y miedos, mientras resonaban las preguntas sobre qué hacer. En este sentido, ir develando las distintas facetas de la empresa generó conmoción: “fue una cosa como si me hubieran puesto dos cables, así [junta sus manos y las despega rápidamente, mientras mueve su cuerpo simulando temblor], eléctricos” (Beba, 14/7/2014). A través de la metáfora con que la entrevistada recreó la desestabilización sentida “en” el cuerpo, se evidencia lo abrupto de los cambios proyectados ante la posible instalación de la fábrica. Estas vivencias del conflicto estuvieron atravesadas por el sufrimiento que ya los empezaba a estremecer. Los fantasmas que remiten al pasado de la empresa, proyectaron en los sujetos un futuro para Malvinas signado por las mismas directrices de esa historia: las posibilidades de enfermedad y muerte generalizada marcaron entonces los recuerdos de esos primeros tiempos.
A su vez, la contaminación ambiental-sanitaria y el impacto social que generaría el nuevo emprendimiento de la multinacional hizo que –junto a estos sentimientos iniciales– fuera aflorando un abanico de lecturas, hasta llegar a una crítica profunda del panorama general en el que se encontraban los habitantes y de las actividades productivas de Malvinas. En esta dirección, los sentidos construidos en torno a la instalación de la planta fueron atravesados por las trayectorias de cada vecino, ya que en el diálogo sobre el presente volvían sobre experiencias previas que les permitían leer las nuevas situaciones. Al ser todos los entrevistados habitantes de larga data, evidenciaron a través de sus dichos una ligazón afectiva a la comunidad y conocimientos sobre la misma, posicionándolos de maneras particulares. Así, fueron emergiendo diversas asociaciones que dieron lugar a cuestionamientos. Además de la falta de trabajo, advirtieron otro de los hilos que ligaba a un sector de la población a cierta dependencia con el Estado. La proliferación de subsidios y el hecho de que se constituyeran como ingreso pilar en numerosos hogares mostraba la pobreza predominante en la zona, pero también las limitaciones de los beneficiarios para involucrarse en el reclamo o incluso cuestionar las promesas de formación de empleo. Si alguno de ellos era visto en las marchas o reuniones, luego podía ser presionado por el intendente, cercenando los beneficios de asistencia.
Conjuntamente a las problemáticas sociales padecidas, los vecinos destacaron las fumigaciones realizadas desde fines de los 90 en los campos colindantes a la localidad y sus consecuencias visibles en la salud, llegando incluso a producir casos de muerte. Describieron situaciones que les resultaban llamativas, como el aumento de enfermedades respiratorias. Fue a partir del contacto directo con los afectados que comenzó a sonar una alarma en torno a las actividades productivas:
Yo trabajaba en una escuela hasta hace tres meses y a mí me asustaba de ver la cantidad de certificados médicos de los chicos. La mayoría faltaba; bronquitis, bronquitis, bronquitis, bronquitis. […] Yo tengo mi hermano más chico de 28, 26 años, y era imposible, me acuerdo que era imposible [énfasis] pensar en disparos [medicamento inhalado para el asma] cuando él era pequeño y vivíamos en Malvinas. O sea, hay cosas que han ido cambiando en Malvinas con respecto a la salud de los niños y en la salud de los grandes también. (Ester, 8/7/2014)
Frente al nudo problemático que significa el crecimiento de las enfermedades –y cuya materialidad es percibida con mayor crudeza con el paso del tiempo– estos pobladores apelaron a distintos momentos de su trayectoria para explicarlo. La entrevistada recuerda que antes los niños solo se enfermaban por los parásitos de la tierra, fruto del contacto con los animales de cría. Ahora lo más común son los problemas respiratorios sufridos desde los primeros meses de vida. Dicho panorama “asustaba”, lo que impulsó a buscar respuestas. Las múltiples afecciones que genera la fumigación y la posibilidad de un agravamiento en esta situación llevó a que los vecinos se interrogaran por las transformaciones en curso. En la conjunción entonces de lo ya conocido y padecido en la ciudad y la llegada de la empresa que puso a los vecinos en alerta desde un comienzo, afloraron progresivamente visiones críticas sobre el entorno social y ambiental. Esto estuvo mediado tanto por el encuentro colectivo, a partir de la búsqueda de información y difusión entre pobladores, así como por la vinculación con otras personas que no eran de Malvinas, como profesionales y ciudadanos preocupados por la problemática. Las dudas y silencios que podían existir sobre la conexión de los cambios en la salud colectiva y las fumigaciones se disiparon en gran medida a partir del inicio del conflicto. Esta redefinición conllevó cierta reflexión sobre el rol propio, expresado conjuntamente con el reconocimiento de una fragilidad sentida, producto de la contaminación y la pobreza:
Hemos sido muy ignorantes y muy desprotegidos como te decía. […] Todo eso se te va entrando en la sangre, en la sangre, en la sangre. Por eso los tumores, el cáncer, y cosas que hoy decís “¿Cómo?” Y si toda la vida nos han estado fumigando. […] Pero la verdad, que hemos sido muy ignorantes en el tema. Bueno, y nadie se interesó. Creo que se han enriquecido unos pocos [eleva la voz en esta palabra]. Y… La mayoría, por ser humildes, por no tener conocimientos, han quedado al tendal [baja el tono de voz hacia el final]. (Gastón, 24/8/2014)
Surgieron en las respuestas diversos factores sociales de forma entrelazada: principalmente la ausencia del Estado sentida como desprotección y la ignorancia en cuanto al manejo de la información socialmente disponible, en un contexto de pobreza. El desconocimiento colectivo fue vinculado a la desigualdad que los perjudicaba como comunidad por ser de carácter económicamente “humilde” y “no tener conocimientos”. En estas formas de auto-caracterización algunos vecinos de Malvinas encontraron las causas de haber visto con buenos ojos a la producción de soja hasta ese entonces. El enriquecimiento de un sector social en detrimento del resto y el aprovechamiento del desconocimiento ciudadano, son las causas directas de esta sensación de haber quedado “al tendal”: percibir-se abandonados a su propia suerte. Se visibilizaron así dos componentes de una misma realidad, en torno a la existencia biológica y social del cuerpo: materialmente desprotegido frente a la toxicidad que circula por las venas a causa de los agronegocios y también respecto a los dirigentes elegidos para defender los intereses colectivos. La destrucción que conlleva la depredación capitalista, arrasaba así con los entornos de vida y con la propia existencia biológica. Desposesión necesaria para la acumulación, se reproducía en estos cuerpos cuya fumigación imprime la marca de estar dentro de la zona de sacrificio (Svampa y Viale, 2014), como el costo del progreso perseguido por la acción mancomunada de gobiernos y empresas.
En este sentido, tanto el intendente como el sistema de salud fueron señalados por el manejo discrecional de la información que no se difundía, agravando la situación de los afectados. Una de las entrevistadas indicó, al recurrir al dispensario, que “el médico en Malvinas a las mamás se las saca de encima” (Ester, 8/7/2014). Ante consultas que apuntaban a un grado mayor de complejidad sobre las afecciones sufridas, tampoco les brindaban una respuesta concreta. Además, al derivar el diagnóstico y tratamiento de enfermedades de cierta gravedad a la ciudad de Córdoba, no quedaba un registro de la cantidad de casos. Negando las cifras, la información se parcelaba y contribuía a que la población no pudiera tener una noción completa de la situación sanitaria padecida. También se expresó una disyuntiva entre el peligro en la salud y el sustento de las necesidades básicas: “el clientelismo […] y la necesidad que tenemos en Malvinas, hace que la gente no pregunte mucho” (Ester, 8/7/2014). En este marco, los dispositivos de regulación de las sensaciones se muestran en sus dinámicas menos visibles, acallando las voces antes de que se pronuncien.
En cuanto a los efectos más inmediatos que provoca en el cuerpo la aplicación de químicos sobre la tierra, el acampe frente al predio de Monsanto propició para muchos de los manifestantes una vivencia directa. Esto es debido a que por el aire se trasladaba el rocío de los tóxicos, dispersados en un campo colindante a la planta en construcción. En la precariedad de las carpas, el estar y sentirse sin resguardo se intensificó: “de la ruta no lo ves, pero si lo sentís cuando empieza a venir el viento; […] los efectos que te va produciendo. Sentís que se te seca la nariz, que la garganta se seca, ya te empiezan las picazones” (Ester, 8/7/2014). Al experimentar estos síntomas, y descubrirse “todos enronchados”, como “unos monstruos” (Ester, 8/7/2014), surgió la sensación de desconocimiento del propio cuerpo, alterado, que reaccionaba ante la fumigación efectuada a metros. Con la planta en funcionamiento, esta característica climática del lugar se convertiría entonces en un peligro.
La posibilidad de empezar a reflexionar sobre las actividades agropecuarias contaminantes en la zona a partir del conflicto, desató a su vez críticas sobre las distintas formas de desarrollo productivo y alimentación. A los ojos de Gastón, la soja transgénica, representativa de este modelo, es un “monstruo que tiene el veneno adentro, la fumigan, la fumigan y lo mismo crece” (Gastón, 24/8/2014). Así, el recorrido experiencial entre tener un desconocimiento total sobre el emprendimiento o pensar que podía ser beneficioso para la comunidad, hasta entablar relaciones comprensivas entre el peligro de la proximidad de los campos cultivados y la población de Malvinas, fue transitado por todos los entrevistados. A través de la organización colectiva, al juntarse, buscar información y debatir, fueron tramando cierta conciencia sobre lo que pasaba en la localidad. Otra desestructuración de los preceptos interiorizados fue cómo a través de la ingesta diaria percibieron estas transformaciones sufridas en el uso del suelo. Antes de los transgénicos, “comer alguna verdura […] era algo bueno” (María Fernanda, 12/9/2014), mientras que luego la sensación pasó a ser la de estar “comiendo químicos” (Beba, 14/7/2014). En este marco, el esquema de desarrollo de maquinaria, genética y métodos de cultivo artificiales fue señalado como responsable de muchos problemas de salud, asociado al anhelo de retornar a las formas anteriores de producción como alternativa viable.
Esto también ocurrió con la idea de progreso, que otrora se traducía para los sujetos en algo intrínsecamente beneficioso, siendo desde entonces cuestionada: “en pos del desarrollo y la industrialización (…) van destruyendo el campo”. La ruralidad circundante comenzó a ser vista entonces como el negocio de unos pocos, en detrimento del “bien de la humanidad” (María Fernanda, 12/9/2014). Conceptos estandarte que legitiman la producción capitalista empezaron a ser desnaturalizados. Por un lado, la eterna promesa de desarrollo apareció como contraria al bien colectivo, ya que se efectúa mediante la devastación de la tierra y la salud humana. Por otro lado, las grandes ganancias fueron reconocidas como destinadas para una minoría, a costa del sufrimiento y desposesión de la mayoría. Las distintas caras de la desigualdad se articularon y mostraron, desocultando el dolor de las vivencias. Así, se transcurrió desde una imagen positiva sobre el campo y sus representaciones, hacia una mirada disconforme en torno a las actividades agroindustriales en general.
Emociones en (el) conflicto: la mezcla de lo sentido
Otro de los recortes vivenciales que permite dar cuenta de la trama de emociones configurada, son las represiones sufridas por los manifestantes en varias ocasiones, tanto en el acampe como frente a la Municipalidad de Malvinas. Como en la situación ya analizada, la carga emotiva se evidencia también aquí como un recuerdo que continúa expresándose a lo largo del tiempo en tanto marca del sentir y del pensar. La agresión que más los movilizó, dado el severo riesgo a la integridad física, tuvo lugar cuando un grupo de choque constituido por miembros de la UOCRA (Unión de Obreros de la Construcción de la República Argentina) y “barrabravas” del club Talleres, irrumpieron en el bloqueo a la planta. Desalojaron carpas, rompieron y robaron pertenencias, enfrentándolos con piedras, palos e incluso armas. El dolor y la angustia de quienes lo padecieron quedó resonando en la posibilidad de que podría haberse cobrado un saldo en vidas. Contemplar la destrucción que dejó hizo regresar el miedo al fantasma de perderlo todo; pero esta vez en la sensación de no poder recuperar más la posición conquistada –en términos de la lucha colectiva– y en los daños tanto humanos como materiales.
Asimismo, estos sucesos generaron un profundo sentimiento de impotencia debido a que la policía no intervino para detener los amedrentamientos e incluso los reprimió. Ello también fue percibido desde quienes no estuvieron presentes en las represiones pero adherían a la causa. No entendían el empleo de la violencia por parte de las fuerzas del Estado como respuesta a un reclamo legítimo. La conclusión a la que arribaron los pobladores cercanos a la protesta es que los gobernantes “si pensás distinto, te mandan represión” (Gastón, 24/8/2014). De esta manera, el sufrimiento después de las represiones convivió con otros sentimientos como la bronca en primer plano; así, por ejemplo, algunos vecinos destacaban que la policía estaba del lado del intendente y el ciudadano no podía reclamar libremente. Pero también el miedo, la impotencia y la tristeza fueron experimentados intensamente y de maneras concomitantes, frente a hechos que quedaron grabados en la memoria.
Represión a manifestantes frente a la Municipalidad de Malvinas Argentinas, febrero de 2014
Fuente: facebook.com/FotografíaDePrensa (Consultada el 13/01/2016).
La represión avanzó entonces profundizando algunos de los sentires iniciales sobre la problemática, como el miedo frente a la instalación de Monsanto, pero que antes no habían experimentado de una manera tan concreta. La materialidad del terror ante la muerte próxima –y no la sensación “fantaseada” en un posible futuro–, se tornó palpable a través de los golpes directos al cuerpo, vivencias que dieron lugar a cierto viraje en las emociones y que se tornaron luego estructurantes de la acción:
Eso nos quedó, ¿viste? De… Tuvimos mucho tiempo de… De… De que se nos vaya ese miedo. Es una mezcla de todo, ¿viste? Una mezcla de todo es: de dolor, de impotencia… De… Pero después decir: “pero lo mismo vamos a ir. Lo mismo vamos a seguir, este…no nos van a correr, no nos van a dar miedo, nos van a fortalecer”. Y la verdad que esos golpes (…) nos sirvió para… Para fortalecernos (Ester, 8/7/2014).
Venimos observando entonces que el abanico de emociones surgidas en la vivencia a partir del conflicto conllevó una sensación de mezcla. Ahora bien, el dolor y la impotencia sentidos en esas ocasiones, lejos de quedar reducidos exclusivamente al efecto del miedo como parálisis, se emparentaron a un proceso de fortalecimiento. De esta manera, coexistiendo con los fantasmas surgidos de la interiorización en una problemática abarcadora y compleja, tendieron a potenciarse ciertas prácticas de acción colectiva. Estas iniciativas se fueron constituyendo a su vez como refugio frente a la incertidumbre y los miedos.
La acción colectiva desde lo(s) sentido(s): el manejo de las emociones
El giro producido a partir de las emergentes lecturas, si bien implicó preocupación y dolor, también resignificó el entorno diario desde nuevas perspectivas. Los relatos de los vecinos dieron cuenta de una trayectoria histórica en la localidad que se resumió en la expresión auto-referencial “nacido y criado” (Gastón, 24/8/2014). Con ella se aludía al tiempo de vida transcurrido en el lugar, que se convertía de esta manera en aquello a ser defendido. Así como desde un comienzo los afectados sintieron desazón e impotencia, fueron luego capaces de encauzarlo hacia la acción. Como vemos a continuación, la bronca motorizó la denuncia:
Era tan grande la impotencia, la rabia que tenía, el odio que me daba [sube un poco la voz]. Porque… Con qué caradurez… El intendente y Monsanto, mandan gente a la calle sabiendo que es… [sube un poco la voz]. No es […] porque sea solamente Monsanto, no. Porque es una lucha con derecho a vivir [énfasis en la última palabra]. […] ¿Cómo ellos no van a entender? Nosotros que somos burros, entendemos que es una contaminación y que estamos luchando por vivir sanamente, ¿no van a entender los gobiernos o solo les interesa el dinero? Eh… La calidad de vida de ellos. […] Por eso me enojé ese día. Agarré la revista, y se la llevé al intendente. (Beba, 14/7/2014)
Entonces, la impotencia inicial no solo no agotó las fuerzas de estos vecinos, sino que experimentarla incluso alimentó la resistencia. El enojo frente a la propaganda engañosa a través de una revista publicada y repartida domiciliariamente por la empresa, donde enumeraban las acciones solidarias que realizaron en la localidad y los beneficios que prometían concretar con la planta, despertó reacciones. Tal como refiere la cita anterior, impulsó a llevársela al intendente y expresar una opinión. Ocurre que el odio causado por las promesas, sumado al conocimiento sobre la contaminación y los daños del agronegocio, contribuyó a develar los motivos de la lucha. Que “los gobiernos” permitan la difusión de dichas fantasías, mostrando que Monsanto significaba progreso para la localidad, no hizo más que aumentar el estado de bronca, lo que posibilitó la resolución práctica de una confrontación directa con el representante estatal más próximo.
Con esta transformación del pensar y sentir también tomó lugar una valorización del espacio y de las formas de vida desarrolladas. Los lazos de la comunidad –o lo que ellos aludieron como conocerse entre todos– pesaban mucho en la balanza de lo que estaba en juego en el conflicto. Los sentimientos que generaba el lugar y los recuerdos de toda la vida se movilizaron cuando lo conocido se encontró en riesgo y emergieron sentires en torno a la posibilidad de la pérdida. María Fernanda, mientras imaginaba uno de los futuros posibles no deseados, expresó claramente esta relación:
Te da bronca porque yo como ser he nacido acá. Mis papás vinieron de… Tenía mis hermanos más grandes chicos, toda la vida nos hemos criado acá. Y te da bronca tener que irte porque uno como que echa raíces en este lugar. Por más que no sea un pueblo, viste, más lindo, lo mejor. Pero bueno, uno está habituado acá a sus vecinos, a su barrio, a sus cosas. Pero lo que pasa también quedarte y contaminarte, enfermarte y que se yo… No, no. No es lo óptimo, no sé. (María Fernanda, 12/9/2014)
Ante el fantasma de la pérdida brotó la bronca, asociada a cierta pesadumbre y nostalgia. Abandonar la costumbre de lo ya conocido, los afectos y el lugar de crianza, sería el precio a pagar para resguardar la salud. Este nuevo escenario puso en juego distintos aspectos de la vida comunitaria, que desarrollaban hasta entonces con una tranquilidad que empezaban a añorar. Al apelar a sus trayectorias para explicar sus formas de ver y sentir lo que estaba pasando, es que surgió el ya referido sentimiento de pertenencia. Los sentidos advenidos de este proceso de atar cabos, entre recuerdos y nuevas vivencias, alertaron entonces sobre el riesgo de la pérdida. A través de este camino abonado por diversas interpretaciones y posicionamientos es que se descubrieron luchando. La bronca, los miedos y los afectos, motorizaron la defensa del lugar y de la vida.
Lucha por la vida” le pusimos [en referencia al nombre de la asamblea] en este marco, ¿no? Uno ha empezado a estar peleando por la vida, es una realidad. La vida de los hijos, la vida de los niños, porque eso es lo que le cuestionamos nosotros, que ellos firmaron la sentencia de muerte [énfasis en esta palabra] de la localidad de Malvinas Argentinas […] nosotros no queremos que nos pase lo que ya pasó en barrio Ituzaingó. Y en barrio Ituzaingó no se va a sanar ni en 15, ni en 20, ni en 30, ni en 40 años. La gente que se murió y la gente que sigue muriendo no lo va a reparar nadie, ni nada. Por más condenados que hubo y todavía falta que condenen más, eso, el dolor de las mamás, de los padres, eso no se lo va devolver nadie. (Ester, 8/7/2014)
Los sujetos se vieron llevados a luchar no solo por conquistas civiles, políticas o corporativas, sino por la supervivencia misma. El costo del lucro se mide aquí en vidas, y la herida social es dimensionada como persistente a través de décadas y de un dolor insanable. La fragilidad social conocida por los vecinos fue motor en esta situación extrema en la que pugnaban por no caer, mientras que las pruebas a la vista en las experiencias de otros pueblos aparecían en sus miedos frente al futuro. Los que habitan el lugar, incluso desde antes de conocer la existencia de Monsanto, son quienes fueron percibiendo esta problemática tan próxima. El camino transitado desde que se desató el conflicto significó el replanteo de las propias trayectorias en el lugar. Remitiéndose al pasado y frente al futuro de peligro, surgieron estos nuevos sentidos que interpelan las posibilidades sobre cómo vivir.
No obstante, estas formas de accionar frente a la problemática, que contradecían los presupuestos de desarrollo en términos depredatorios, convivieron permanentemente con dispositivos de regulación del sentir. El miedo y la angustia frente a la posibilidad de la instalación y sus consecuencias, fueron seguidos por la emoción de reclamar y sentirse acompañados en la oposición a un antagonista mayúsculo. La resignificación de los sentimientos iniciales motorizó las ganas de salir a conversar con otros vecinos sobre la problemática o ir a las marchas a pronunciarse en contra de la empresa. Es decir, la cercanía a condiciones extremas como los daños en las represiones o las consecuencias de la contaminación asustaron a los vecinos, pero no inhibieron la intención de hacer algo al respecto. Percibimos en la acción de aquellos que continuaron oponiéndose a la planta, pese a la bronca, los miedos y la tristeza, un manejo de las emociones. Una de las vecinas que participaba de la asamblea refirió a ello como una enseñanza:
Yo aprendí a guardar mis sentimientos, viste. A pesar de que uno miedo siempre tiene, pero no mostrarlo hacia afuera. Viste las angustias, antes sí me desbordaban en el momento… Aaaahhh [agranda los ojos y mueve la cabeza hacia los costados]. Pero ahora ya no, uno aprende a fortalecerse. (Ester, 8/7/2014)
Aunque los temores y las angustias no quedaron de lado, tampoco superaron ni dominaron a los sujetos. La situación de persistencia y convivencia de estas y otras emociones requirió de un esfuerzo “reflexivo y diestro” para que no triunfara el estado de malestar, generando parálisis e impidiendo la resistencia. Diversos imposibilitantes, como el cansancio, la vejez o la violencia ejercida por otros actores, fueron minimizados en algunas ocasiones para dar lugar a una valorización de los esfuerzos “propios” desempeñados. A su vez, los motivos de la lucha ligados a lo afectivo, como la vida de los hijos, también proporcionaban energía para oponerse a la corporación.
En la balanza pesaban más los riesgos de perder lo más preciado que el miedo causado por la imagen de la empresa, ante quien los vecinos no querían mostrar una imagen débil. Así es que tomó lugar un proceso de fortalecimiento, dando “fuerza para seguir” (Beba, 14/7/2014), ampliando a su vez los márgenes de disponibilidad para la acción. Este manejo de las emociones, consideramos, da cuenta de su importancia para los vecinos en cuanto a las estructuras de experiencia en transformación. Dado que estaban atravesados por diversos sentires, la adecuación se convirtió en decisión estratégica para la lucha contra la empresa, pero también para poder continuar con el normal desenvolvimiento de la propia vida en la localidad. De este modo, al momento de enfrentar cara-a-cara a ciertos actores de poder, las acciones emprendidas requirieron un fuerte proceso de control de los sentimientos considerados desbordantes:
No es una cosa muy difícil. Nada más hay que ser un poco frío y calculador para las luchas. Yo, como ese día que volteamos las vallas acá. […] Entonces, yo me arrimo así a la valla […] vi que el alambre estaba suelto. Entonces yo lo agarré, lo desaté y la peché.[…] Ese día no me dolía la rodilla, no me dolía nada [enfatiza la última palabra]. Yo pasé. Pero es saber, no es cuestión de ir, llevar por delante a cualquiera. Es cuestión de ser frío y calculador. Calcular si puede, bien. Y si no se puede, tranquilo, lo dejemos. (Beba, 14/7/2014)
Si las emociones pueden asociarse al “calor de la acción” de las situaciones de enfrentamiento como la citada (las que requieren reacciones rápidas), la reflexión nacida de la experiencia indica entonces que, en momentos claves, hay que ser estratégicamente “frío”. Esto está relacionado –en el caso de la cita– con la figura del “calculador” frente a las escasas energías disponibles y ante los actores que intentaban desestructurar la protesta. Aunque no implique una total anulación de las emociones, lo que consideramos procuró expresar la entrevistada es un comportamiento por lo menos no subordinado a esos sentires. Así es como las dolencias corrientes lograban ser suspendidas para producir atención sobre la acción; incluso en ciertos casos los golpes recibidos tendieron a reforzar la lucha. Con esta exclusiva atención a las acciones llevadas a cabo, también el cuerpo se experimenta y percibe de otra manera.
Enclave de aprendizaje, recuerdo de lo sufrido: el fortalecimiento
La acción deliberada de esconder las emociones potencialmente bloqueantes fue un recurso que sirvió a los vecinos para mostrar una imagen de seguridad. Dicha dimensión aparece aquí refiriendo a los golpes recibidos en las represiones y a dolores no sentidos. A través de las marcas soportables de la materialidad sensible los sujetos asumieron una experiencia de fortalecimiento. No obstante, las expresiones con las que aludían a su corporeidad no estaban dirigidas solamente a la facticidad de las agresiones físicas, sino que también las utilizaron para metaforizar las afectaciones emocionales. De esta manera, “llega un momento que los golpes no te duelen, te duele la impotencia y la destrucción” (Ester, 8/7/2014). El dolor emocional fue ponderado por sobre el físico, en situaciones a las que tuvieron que sobreponerse, como las represalias de la policía o los grupos de choque. Así, las experiencias que implicaron involucramiento corporal requirieron de la administración de lo sentido y sufrido para poder seguir adelante con el accionar.
La puesta en riesgo de la vida, durante la resistencia a los golpes, apareció como una muestra más del fortalecimiento. Como último recurso, la interposición del cuerpo entre el ingreso a la planta y los camiones era percibido como un sacrificio válido por parte de los manifestantes. Aun sintiendo el peligro de muerte –transmitido a través de la afirmación “acá nos van a matar”–, reaccionaron aferrándose entre ellos para bloquear el paso del transporte: “no íbamos a soltar nunca” (Ester, 8/7/2014). De este modo, el daño físico fue considerado como algo soportable en función del objetivo a conseguir. En la misma dirección, la intencionalidad de disposición completa del cuerpo para con la lucha, por parte de ciertos sujetos, se dimensionaba en el nivel de la completa entrega: “con alma y vida” porque “lo tengo en la sangre, lo tengo en la piel” (Beba, 14/7/2014); pulsión vital que recorría el cuerpo y reforzaba la energía emocional invertida en la acción.
También podemos ver, a través del manejo de las emociones, que la regulación de la sensibilidad posee mecanismos que contribuyeron a la interiorización de sus imperativos en los sujetos; entre las imposiciones que marcaron el conflicto y las formas que los vecinos construyeron para continuar sus prácticas. En ocasiones como las descritas, adecuar lo sentido requiere guardar aquello que sería contraproducente si se viera “desde fuera”. Entonces, así como el cuerpo expresa los estados emocionales, también aloja lo reprimido. La acción de no visibilizar las primacías de determinadas emociones se dirigía, por un lado, hacia la empresa y el intendente, ante quienes necesitaban mostrarse fuertes; pero por el otro, también a los demás vecinos. Transformaciones que sucedieron procesualmente, reconociendo (como ya veíamos) que “llega un momento” (Ester, 8/7/2014) en que las emociones dolían más que los golpes. Esto evidencia que hay un camino transitado, constituido por distintos impactos en las vivencias, invirtiendo las primacías del dolor y las formas de ser dañado.
No obstante, estas explicitaciones corporales estuvieron mediadas por diversos sentimientos resonantes, ya que los embates que fortalecieron también conforman el recuerdo de lo sufrido. Es decir, que si bien posibilitaron acciones momentáneas, son marcas latentes que suelen emerger. Haber atravesado estas vivencias desde dichos posicionamientos implicó entonces un aprendizaje, pero también situaciones dolorosas que no quisieran transitar nunca más. Esta adecuación emocional tiene una repercusión que va más allá de las acciones puntuales, aunque surja de ellas: sus huellas en la experiencia remiten a las transformaciones del sentir en los sujetos involucrados en el conflicto. Las mismas emociones que posibilitaron la defensa de la vida y la localidad, contribuyeron a la seguridad en la resistencia ante una instalación efectiva de Monsanto.
Reflexiones finales
En el ejercicio llevado a cabo con los entrevistados, orientado a re-visitar y re-construir las experiencias ante la radicación de la empresa Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas, las emociones fueron emergiendo como forma de comprender(se) el conflicto y los cambios producidos a partir de él. En el abanico de referenciación, múltiple y tensivo, se fueron tramando sentires que van desde la bronca, la tristeza, la impotencia y el miedo, pasando por valentías, fortalezas y el empuje para actuar. Fue por eso que decidimos puntualizar en este vínculo –poco habitual o esperable– que refiere a emociones que podrían ser catalogadas inicialmente como negativas, propias del sufrimiento de un conflicto. En cambio, aparecieron vinculadas por los vecinos a la continuidad e incluso, en ocasiones, con la potenciación de la acción. Esta reflexión debe ir de la mano de la otra arista que la constituye: si bien las emociones soportadas pudieron ser –en los casos descritos– adecuadas para dar continuidad a las luchas colectivas, no se “superaron” cabalmente ni dejaron de impactar en las estructuras del sentir/de la experiencia, desde la regulación de lo social. Esta dinámica es entonces la que retomamos para finalizar.
Primeramente, los sentidos problematizadores del entorno cotidiano advinieron de interacciones tensivas de los entrevistados con otros vecinos y demás actores implicados a partir de la llegada de Monsanto. Significó dolor ante las enfermedades, muertes y contaminación, pero también fundamentó la oposición a la empresa desde una visión crítica a las consecuencias intrínsecas de las formas de explotación/depredación. Esto los llevó a reconocerse y sentirse desprotegidos por el Estado y sin resguardo. Pero también, progresivamente, algunas regulaciones sociales se fueron desnaturalizando ante su intensificación proyectada del conflicto. La sensación de peligro por la gravedad de los riesgos percibidos los llevó a sobreponerse a los miedos, actuando en defensa de sus vidas y del futuro de todos los pobladores de Malvinas. Así, el cuerpo fue enclave de afectación e interiorización de imperativos sistémicos, pero también de resistencia. La contaminación y los mandatos del progreso que impactaron en la materialidad sensible de los vecinos, en un inicio, luego fueron puestos en cuestión desde el accionar contra la muerte y la pérdida de todo lo querido y conocido.
A su vez, estos distintos elementos referentes a las marcas en la memoria, permiten un acercamiento a algunos rasgos emergentes de las transformaciones vivenciadas durante el conflicto. En esta línea es que pudimos rastrear ciertos cambios en las formas de pensar, sentir y actuar, tanto como en las vidas personales y en la de la comunidad. La trascendencia que tuvo el giro en los sentidos se evidencia en aquello que llevó el reclamo hasta las calles, ampliando así los márgenes de visión y acción de algunos vecinos que se organizaban por primera vez. El freno a Monsanto significó la posibilidad y la certeza de poder pronunciarse frente a injusticias que antes se presentaban como inapelables, despertando el deseo de su proyección hacia la población de la localidad.
En los cruces del pasado y el presente, se tensionaron los recuerdos que remitían a un pueblo tranquilo frente a un presente en el que los días se encontraban convulsionados. Al haber encauzado juntos los esfuerzos en el reclamo contra Monsanto, los pobladores de Malvinas demostraron capacidad y convicción para enfrentar a los poderes dominantes. Esto requirió valentía y un manejo del miedo que predominaba otrora por sentir cierta debilidad y desconocimiento político. La complejidad de adecuación de la trama emocional se puede ver entonces en que ciertos sentires preponderantes –como lo fueron el miedo, el dolor, la impotencia, la bronca o la tristeza– fueron a veces ocultadas para poder dar lugar a la acción, pero a su vez operaron muchas veces como potenciadores de ella. Estos vecinos, que transitaron el conflicto tensando los límites de la soportabilidad, atravesados por la regulación y autoregulándose (individual y colectivamente) para transformar los limitantes en acción, llevan en su andar las resonancias en la sensibilidad de una experiencia transformada y en transformación.
- Agradecemos a Emilio Seveso por la colaboración brindada para la redacción final del presente artículo.↵
- Investigación realizada para nuestra tesis de grado de Comunicación Social: “Las emociones en la experiencia de los vecinos de Malvinas Argentinas contra la instalación de Monsanto”, dirigida por Emilio Seveso y co-dirigida por María Eugenia Boito. Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Córdoba, febrero de 2016.↵
- Esta “revolución” inició en los 40 en los Estados Unidos y en América Latina en los 60. Con las semillas híbridas (sin descendencia) se generó dependencia de los productores respecto a sus “fabricantes”, que deben comprarlas cada año. En los 80 la “segunda revolución verde” fue impulsada por la industria química de la Biotecnología, por lo que la planta se cultiva a base de agroquímicos (Aranda, 2010: 113).↵
- El Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial, anunciado por la Nación en 2011 formalizó objetivos en agricultura hasta el año 2020: “explicita la profundización del modelo: un aumento del 60 por ciento de la producción granaria (…) y un avance en la superficie sembrada: de 33 millones de hectáreas pretende alcanzar 42 millones” (Aranda, 2015: 180). La otra medida estatal que apuntó en el mismo sentido fue la creación de la soja RR2 BT en 2012. Apodada “Intacta”, prometió un mayor rendimiento que la soja RR, resistencia a sequías y mejor combate a plagas para extender su siembra sobre regiones que antes no permitían monocultivo. Creada por la Universidad Nacional del Litoral, el CONICET y la empresa Bioceres, lleva la patente de Monsanto (Aranda, 2015).↵
- Lo que antes era infértil para cultivos tradicionales, ahora es apto para la producción de la soja, ya que soporta condiciones adversas dadas sus modificaciones genéticas. Al resistir como ningún otro cultivo, facilitó su expansión y monopolio.↵
- Por citar un ejemplo, el “estudio de salud colectiva socioambiental” realizado en la localidad de Monte Maíz (Córdoba) en 2014, por integrantes de la Facultad de Ciencias Médicas (Universidad Nacional de Córdoba), arrojó como resultado que la cantidad de casos de cáncer diagnosticados en un año es casi el triple que la media provincial. En 2014 hubo 35 nuevos casos registrados, cuando lo esperable en un año serían 13,9. Es además la primera causa de muerte en la zona y se desarrolla en el doble de jóvenes respecto a la media. Neumopatías, abortos espontáneos, malformaciones congénitas y alteraciones hormonales también superan al promedio (Página Reduas, 13/1/2016).↵
- Originaria de Estados Unidos, en sus comienzos, proveyó de sacarina a la “Coca-Cola”. En la década del 20 incluyó fabricación de ácido sulfúrico y, en los 40, de plásticos. Desde los 30 produjo PCB (aislante químico para transformadores eléctricos), que en los ‘80 se prohibió en gran parte del mundo por sus efectos cancerígenos. Uno de sus primeros herbicidas de distribución masiva fue el 2,4,5-T, compuesto por dioxinas, de toxicidad elevada. A fines de los 40 se produjeron dos de los accidentes más grandes de la industria química, en los que la empresa estuvo implicada. Tras las explosiones (que se cobraron 500 vidas la primera y 200 la segunda), se visibilizó la peligrosidad de las dioxinas, aunque el herbicida generado a partir de ellas se prohibió recién en los 70. En los 60, fue contratada por el gobierno estadounidense para producir el “agente naranja” usado en la guerra de Vietnam. Este herbicida produjo 400.000 muertos y 500.000 nacimientos de niños con malformaciones, destrucción de selva y de cultivos que dejaban sin resguardo y alimentos a la población. Desde 1981 la empresa se focalizó en la biotecnología. En 1995 logró la autorización de la primera semilla transgénica en Estados Unidos: soja RR. Impusieron mundialmente los “paquetes tecnológicos”: producción de agroquímicos compatibles (y de uso obligatorio) que se comercializan con estas semillas. El glifosato, que se aplica en la soja, es el componente principal acusado por su efecto cancerígeno.↵
- El vicepresidente de Monsanto Argentina afirmó que el consumo de agua sería de 44 mts. cúbicos por mes (equivalente al consumo de 3 familias). Sin embargo, en el aviso de proyecto estimaron que será de 100 mts. cúbicos diarios, 3000 mts. cúbicos mensuales (el gasto mensual de agua de 200 familias). (Página Ecos Córdoba, 27/3/2013).↵
- Los conflictos ambientales en Argentina emergieron en los últimos 15 años con una frecuencia creciente. Las asambleas contra la megaminería a principios de los 2000 abrieron senda para el recorrido actual de luchas también contra las fumigaciones. En Córdoba, por nombrar solo algunas organizaciones vinculadas al caso de Malvinas Argentinas –en tanto que referencia de aprendizajes construidos durante las luchas y también como participantes activos para frenar la instalación–, podemos citar a “Paren de Fumigar”, “Red de Médicos de Pueblos Fumigados” y “Madres de Barrio Ituzaingó”. Estas últimas lograron con su lucha el primer juicio contra fumigaciones ilegales en el 2012 y distintas normativas locales que limitan las distancias de las aplicaciones respecto a las poblaciones.↵
- Respecto a la noción de “conflicto”, seguimos la apropiación de Alberto Melucci realizada por Scribano (2004) para pensar la acción colectiva en escenarios locales.↵