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Klaus Gallo, Las invasiones argentinas, Buenos Aires, Planeta, 2017,
229 páginas –
Alejandro Frydenberg, Historia social del fútbol, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011 (2ª edición, 2017), 301 páginas

Daniel Paradeda[1]

La reciente aparición del libro de Klaus Gallo, Las invasiones argentinas (2017), junto a la reedición de la Historia social del fútbol (2011), de Alejandro Frydenberg, parecen ser indicios de un novedoso interés de los historiadores profesionales por el deporte más popular de nuestro país. Ambas producciones se suman a la compilación de Raanan Rein[2] y a la conocida y abundante producción de Eduardo Archetti y Pablo Alabarces, quienes, desde la sociología y la antropología, fueron pioneros en la investigación de la historia y características del deporte pasión de multitudes.

La particularidad compartida de los textos de Gallo y Frydenberg es que invitan a la reflexión sobre las ricas y conflictivas relaciones entre británicos y argentinos, cuestión sobre la que los autores comparten algunos interrogantes fundamentales: ¿Puede hablarse de un estilo de juego propio o criollo? ¿Cuáles serían las características distintivas originarias del estilo criollo, tan valoradas en el fútbol inglés en las últimas décadas? ¿En qué medida los estilos de juego imperantes en cada sociedad nos podrían servir como muestras que nos permitan comparar y comprender mejor la historia social y política de nuestros países?

Al narrar la historia de nuestro fútbol desde la primera vez que rodó el esférico en el Río de la Plata, un 20 de junio de 1867, en el partido organizado por el efímero Buenos Aires Football Club en el parque Tres de Febrero, Alejandro Frydenberg continúa la tradición inaugurada por Norbert Elias y Eric Dunning, al considerar al deporte moderno como una “figuración” en la que se dirimen ritualmente valores morales en base a reglas preestablecidas, sin que se pierda el elemento lúdico esencial de la actividad. En este marco teórico, el surgimiento del fútbol criollo es situado en las primeras décadas del siglo XX, impulsado por jóvenes hijos de inmigrantes, integrados a la cultura igualitaria decimonónico del litoral rioplatense, que combinaban de forma simultánea su condición de espectadores, players y fundadores de los clubes-equipos.

Pero antes de que esos jóvenes se convirtieran en militantes del fútbol, el aún hoy existente Buenos Aires English High School, fundado en 1884, junto a otras instituciones educativas de la colonia inglesa en Argentina, colectivo en creciente expansión a la par del desarrollo del ferrocarril, dieron el primer impulso determinante a la difusión del juego. A los colonos británicos se sumaron rápidamente las elites locales, admiradoras del deporte británico en general y la cultura del sportsman. Luego, el sistema educativo estatal, la Iglesia y hasta el Ejército argentino, vieron en el fútbol un medio civilizatorio que merecía ser fomentado. Pero el gran desarrollo urbano alimentado por el aluvión de migrantes ultramarinos, acompañado por un asociacionismo febril, desbordó cualquier intento de instrumentalización estatal de la actividad. De muchos de los hijos de esos inmigrantes nació una primera generación de argentinos que constituyeron el ingrediente fundamental a partir del cual se construyó el vínculo perdurable entre el fútbol, el barrio y el café, como ámbitos de desarrollo de la sociabilidad masculina.

Frydenberg realiza un pormenorizado relato sobre los orígenes y características de los clubes de fútbol hasta la llegada de la profesionalización en 1931. Gran parte de su atención está centrada en los años veinte, cuando, con la ayuda de medios de prensa como Crítica y El Gráfico, el fútbol se transformó en un espectáculo de masas y adquirió definitivamente una identidad diferenciada de la de sus iniciadores británicos y las primeras ligas amateurs. La creación de un estilo de juego propiamente criollo se caracterizó por la gambeta y la garra aprendidas en el potrero, junto a un exitismo desenfrenado fundado en el compromiso físico y afectivo con el barrio, la rivalidad con el vecino más o menos distante y la necesidad de humillarlo para ensalzar el honor varonil.

Al volverse un espectáculo de masas y ante al crecimiento de los clubes, la política no fue ajena a las disputas entre las ligas amateurs, construyendo así también un vínculo perdurable hasta nuestros días entre directivos de las instituciones deportivas en expansión y diferentes personalidades influyentes del mundo de los negocios y del Estado: “Los dirigentes de las ligas tenían lazos con los partidos políticos tanto en el plano nacional como en el provincial, así como buenas posiciones económicas: Ricardo Aldao, de GEBA, era empresario y militante radical; Aldo Cantoni, pertenecía al Partido Bloquista; Tedín Uriburu era juez de la nación y propietario de tierras en el barrio de Chacarita (…)”[3]. Como señala Frydenberg, el origen “mítico” de los clubes no debe hacer perder de vista la multiplicidad de intereses que se conjugaron en el fútbol como espectáculo de masas.

Luego de la profesionalización, el crecimiento progresivo del nacionalismo a partir de los años treinta revitalizó los históricos puntos de conflicto político entre Argentina e Inglaterra. La traducción de la creciente rivalidad política entre ambos países al campo de juego vivió una de sus más rememoradas manifestaciones en la mítica escena con la que Klaus Gallo inicia su narración: la expulsión del jugador argentino Antonio Rattín en el partido disputado en el estadio de Wembley por los cuartos de final del Mundial de 1966. No obstante, los lazos comunes y el éxito argentino en el Mundial de 1978 llevaron al Tottenham Hotspur Football Club a decidir la contratación de Osvaldo Ardiles y Julio Ricardo Villa. De cualquier forma, debieron pasar muchos años para que las transferencias de jugadores argentinos al futbol inglés se incrementaran hasta alcanzar, a inicios del siglo XXI, el tono de una invasión.

A partir de la narración de las peripecias de los jugadores argentinos en Inglaterra y valiéndose de su conocimiento directo de la liga inglesa, Gallo logra rescatar las similitudes y diferencias entre ambas culturas futbolísticas. Los cánticos con los que se idolatra a los jugadores en Inglaterra, igualmente que aquí, representan escenarios de pasión, violencia y misoginia; además, las canciones son también creadas a partir de melodías del rock&pop a las que se les incorpora una nueva letra. A la hora de resaltar las diferencias, Gallo destaca el exagerado exitismo imperante en el fútbol de nuestro país. Para ilustrarlo, reproduce un testimonio de la experiencia de Alejandro Sabella, quien se desempeñó en el Sheffield United a partir de 1978, año en que fue distinguido como el mejor jugador de la temporada. Además de resaltar que los jugadores ingleses eran más leales, es decir, que pegaban menos, Sabella relata la siguiente escena: “Descendimos a tercera y la gente entró para sacarnos en andas. Nos decían: ‘El año que viene ascendemos’ ¡Cómo en Argentina! Lo contás y no te lo creen”[4].

En cuanto a las diferencias en el estilo de juego, de acuerdo con Gallo y los testimonios de los jugadores argentinos que se desempeñaron en Inglaterra, mientras que el fútbol argentino se caracteriza por la destreza individual y la demostración de rudeza o “garra” para el trato con el rival y la obtención de un resultado favorable, el fútbol inglés se distingue por el profesionalismo, la rapidez en el movimiento del balón y la movilidad que ello demanda a los jugadores.

Entre los hitos de los primeros jugadores argentinos en el fútbol inglés que son destacados en el libro de Gallo, ocupa un primer plano el golazo conquistado por Villa para el Tottenham en la final de la FA Cup en 1981, que le valió la obtención del título. A pesar de los buenos resultados obtenidos por su equipo entre 1980 y 1982, el estallido del conflicto en las Islas Malvinas hizo a Villa y Ardiles objeto de silbatinas y abrió un periodo de crisis en las contrataciones de jugadores argentinos que se prolongaría hasta fines de los años noventa.

Gallo afirma que el rock y el fútbol funcionaron como un antídoto contra los conflictos políticos que ocasionaron pronunciados distanciamientos entre ambos países en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo durante los años posteriores al conflicto bélico en el Atlántico Sur. Efectivamente, el más reciente éxito de jugadores como Carlos Tevez y Sergio Agüero en algunos de los clubes más importantes de la Premier League y el resonante grito de “¡Argentina!” coreado por los hinchas ingleses, han puesto a la mutua admiración artística y deportiva por encima de las rivalidades políticas.

En síntesis, los textos de Gallo y Frydenberg son de una importancia fundamental no sólo para aquellos aficionados al fútbol, sino para todos los interesados en el conocimiento de los vínculos culturales entre Argentina e Inglaterra y en la constitución de las relaciones de género en nuestras sociedades. Considerando la importancia que la actividad en cuestión tiene en nuestro país, sería saludable que un número cada vez mayor de investigadores de las disciplinas humanísticas y las ciencias sociales concentraran sus estudios en el fútbol.


  1. UBA/UTDT. danielepi@hotmail.com
  2. Raanan Rein (comp.), La cancha peronista. Buenos Aires, UNSAM, 2015.
  3. Alejandro Frydenberg, Historia social del fútbol, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011 (2ª edición, 2017), p.161.
  4. Klaus Gallo, Las invasiones argentinas, Buenos Aires, Planeta, 2017, p. 38.


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