Hábito y habitus de las clases altas
en la Ciudad de México, 1930-1970
Reyna Felipe Álvarez y Arturo Grunstein Dickter
Resumen
Desde sus orígenes, la estratificación y la persistencia de la desigualdad se encuentran en el núcleo del análisis sociológico. En nuestra ponencia nos enfocamos en un aspecto fundamental de estos fenómenos: las expresiones simbólicas de superioridad social. Desde la publicación del libro de Pierre Bourdieu La distinción, su noción de habitus ha ejercido gran influencia en los estudios de este problema. Sin negar la importancia de dicha contribución, proponemos que Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen constituye una propuesta teórica y conceptual complementaria para el estudio de la permanencia y cambio de las prácticas de distinción social. No obstante, pocos son los investigadores en América Latina que se encuentran familiarizados con esta perspectiva teórica y que la han aprovechado. El trabajo inicia con un esfuerzo por comparar y contrastar los conceptos de “habitus” de Bourdieu con el de “hábito mental y de vida” de Veblen. Enseguida mostramos las ventajas de introducir una perspectiva evolucionista neovebleniana en el análisis histórico sociológico empírico de la cultura de las clases altas. Lo anterior lo realizamos con base en el estudio de caso de un sector específico de la Ciudad de México de mediados del siglo XX conocido como “Los trescientos… y algunos más”, un sector de viejas fortunas venido a menos. En particular, se explican los cambios en sus formas de exhibición de distinción social a través del ocio y consumo conspicuos, en un entorno de grandes convulsiones y transformaciones sociales, económicas y políticas. El hecho es que a la mayoría de estas familias la Revolución mexicana les hizo justicia, pero en un sentido inverso a los líderes militares triunfantes. Concretamente, las políticas cardenistas las impactaron con bastante severidad. En parte por esta razón desarrollaron un canon de estatus mediante el cual la riqueza pecuniaria pesaba menos que guardar las normas y costumbres propias de la gente bien. En breve, 300+ confirmó la hipótesis vebleniana de que, en comunidades contenidas de estatus hereditario, el ocio, sin excluirlo, desde luego, prevalece sobre el consumo conspicuo. Así pues, proponemos que la noción de habitus de Bourdieu requiere de una teorización para abordar la dinámica de permanencia y cambio en contextos históricos específicos, la cual se puede encontrar en la perspectiva evolucionista contenida en la de hábito mental y de vida de Veblen.
Palabras clave
Hábito; habitus; clase ociosa
I. Introducción
Nuestra ponencia, primer producto de una investigación en curso, se enfoca en los procesos de permanencia y cambio (evolución) en el estilo de vida de un sector de las clases altas de la sociedad mexicana (principal mas no únicamente de la Ciudad de México) de mediados del siglo XX, c. 1945-c.1970. Se trata del grupo al que el famoso cronista social Carlos González López Negrete, el “Duque de Otranto”, identificó en sus escritos como “los trescientos… y algunos más” (al que nos referiremos en adelante como “los 300+”). Lejos de constituir un bloque compacto y homogéneo, los 300+ fueron un sector bastante heterogéneo, compuesto por individuos y familias prominentes, clasificados en distintos orígenes históricos y contextos socioculturales, que, durante el período estudiado, gozaron en formas y cantidades variables de riqueza, prestigio y estatus. Así pues, la investigación busca describir y explicar desde una perspectiva evolucionista los cambios y la diversidad en las manifestaciones de su habitus o disposición de gustos y prácticas enclasadoras y enclasantes de distinción social.
II. Marco teórico/marco conceptual
Con el fin de explicar los cambios que se pueden apreciar en los relatos del Duque de Otranto, en esta ponencia exploramos la utilidad heurística de dos conceptos, el de “hábito mental” de Thorstein Veblen y el de “habitus” de Pierre Bourdieu. Sugerimos que, aunque ciertamente no son sinónimos, estas dos nociones se encuentran emparentadas, y que es posible combinarlas de forma complementaria con el fin de utilizarlas para el estudio de la distinción social y otros fenómenos relacionados.
El concepto de “hábito” en Veblen se encuentra fuertemente influido por el desarrollado en la filosofía y psicología pragmatistas estadounidenses de su época. Se trata de una noción más compleja que la del sentido común, y es central a su teoría social. Sin embargo, en Teoría de la clase ociosa aún no ofreció una definición precisa, y su significado varía; en ocasiones lo utiliza de acuerdo con Darwin, casi como sinónimo de instinto de bases biológicas; en otras, se trata de una conducta arraigada socioculturalmente adquirida en adaptación al entorno. Cualquiera que sea nuestro juicio sobre la relación de Veblen con el pragmatismo clásico, persiste el hecho de que su teoría de la acción psicológica hace sentido óptimo cuando se entiende contra el telón de fondo de aquella filosofía. En este contexto, el hábito no se refiere a una rutina repetitiva completamente irreflexiva, sino a un patrón de conducta establecido abierto a la reflexión del sujeto actuante, incluso durante el tiempo en que está sucediendo. En la época de Veblen, filósofos como Charles S. Peirce, su maestro en Johns Hopkins, y John Dewey, su colega en Chicago, utilizaron el mismo concepto justo en el mismo sentido.
Lo que hay que subrayar es que, para Veblen, dichos patrones de conducta surgen y se desarrollan como parte de un proceso evolutivo por adaptación selectiva al entorno cultural e institucional. En la perspectiva pragmatista vebleniana, los hábitos en interacción con el medio ambiente constituyen al individuo en sociedad, configuran su carácter y prácticas etnoculturales, de género y –esto hay que subrayarlo– también clasistas.
Precisamente en su obra aludida, su preocupación central en buena medida fue explicar, desde una perspectiva evolucionista, el surgimiento, la consolidación y la variación de los hábitos de distinción social de las clases ociosas. Entre estos, destaca el del derroche, el cual, en términos generales, caracterizaba al proceso de institucionalización de las clases ociosas en distintas etapas históricas. Dicho hábito había aparecido en la fase bárbara, cuando las sociedades humanas empezaron a producir excedentes y a distinguir entre la indignidad del trabajo productivo frente al honor de las ocupaciones, propias de la proeza y la riqueza improductivas. El derroche de tiempo y esfuerzo en actividades “ociosas” tales como el aprendizaje de lenguas muertas, los buenos modales, etiqueta en el vestir, la práctica de deportes como el polo y el golf, así como el consumo conspicuo de bienes, sobre todo suntuarios, se convirtió en el medio para ostentar superioridad frente a otras clases. Ambos el ocio ostensible y el consumo conspicuo constituían hábitos derivados del más general del derroche envidioso.
En su explicación, Veblen muestra la dinámica por la cual dicho hábito, en todas sus variaciones –presunción de proeza, ocio ostensible y consumo conspicuo–, obedeció a un proceso adaptativo en el cual los individuos más aptos, es decir, aquellos que lo habían adquirido y desarrollado, ascendieron o mantuvieron su pertenencia a las clases ociosas. Asimismo, destaca que los hábitos del derroche son originalmente adquiridos con base en otro hábito, igualmente fundamental: el de la emulación. Los seres humanos imitamos a nuestros semejantes por naturaleza. Pero lo hacemos a partir de hábitos de emulación variables con relación a lo que en distintos entornos socioculturales se considera un modelo de éxito y genera reconocimiento y respeto. Si, en un entorno institucional determinado, es la riqueza la que confiere honor por sí misma, entonces la emulación se vuelca en las prácticas de derroche de recursos que la ostentan como el consumo conspicuo. Con el paso del tiempo, estas conductas se realizaban irreflexivamente, ya que precisamente su atributo principal ha sido contar con este rasgo de derroche habitual, manifestado a través de formas arcaicas sobrevivientes de proeza, así como de ocio ostensible y consumo conspicuo. Ya que los hábitos y las instituciones tienden a autorreproducirse, las clases que los sustentan son esencialmente conservadoras, por lo que el proceso evolutivo se caracteriza siempre por importantes desfases entre cambios en el entorno y hábitos mentales, de tal forma que las clases ociosas preservan rasgos arcaicos de conducta derrochadora.
De forma convergente con la centralidad de los hábitos aplicados a la esfera de la conducta clasista en Veblen, en su elaboración del concepto de “habitus” de su esquema teórico, Bourdieu se refiere a un conjunto complejo de disposiciones inconscientes producto de las condiciones de existencia, que produce juicios y acción. El habitus supuestamente tiene sus raíces en el entorno y antecedentes sociales de cada agente. Según esta perspectiva, los juicios culturales, incluyendo el gusto, dependen de las posiciones o trayectorias sociales.
En términos amplios, la clase dominante manifiesta su distinción, de manera que parezca espontánea o natural, a través de su sentido de lo que es propio o correcto, al mismo tiempo que contempla con desprecio (“violencia simbólica”) los gustos de otras clases (medias y trabajadoras), reforzando así su condición de inferioridad y subordinación. En su argumentación, el gusto se despliega en una lucha constante en distintos espacios sociales y campos en la que intervienen diferentes tipos de capital, sobre todo cultural, social y económico, y en la que están de por medio el reconocimiento y la posición jerárquica dentro de diferentes clases sociales y entre ellas.
Bourdieu intenta mostrar la forma en que la dominación se encuentra oculta, expresada en “el gusto”, consistente en un sistema de categorización que opera en la mente y en los cuerpos socializados de los actores y se convierte en distinción social que genera reconocimiento al exhibirse más bien sutilmente como estilo de vida. Precisamente, analiza el problema del gusto sobre el cual pocos se atrevían o se interesaban en explicar por aparentemente tratarse de un fenómeno meramente discursivo, propio de la esfera subjetiva personal y de su estructura psicológica. Así pues, se lanza a establecer las relaciones entre los gustos como “sistemas de clasificación” y “condiciones sociales de existencia”, entendidas como las clases y sus sectores integrantes que conforman “el espacio social”.
Cabe subrayar, entonces, que ambos Veblen y Bourdieu pertenecen a una misma tradición de pensamiento científico social que rechaza tajantemente las explicaciones reduccionistas, hedonistas, utilitaristas y racionalistas para asignarle su debido peso a un tipo de acción socialmente condicionado, pero en distintos grados irreflexivo, al que Veblen denominaba “hábito mental”, y Bourdieu, “habitus”. Sin embargo, para Veblen, por un lado, los hábitos socialmente adquiridos por las clases ociosas y sus emuladoras, como el ocio ostensible y el consumo conspicuo, se vinculaban estrechamente con impulsos no del todo irreflexivos, pero sí con bases innatas instintivas. Por el otro, Bourdieu considera al habitus, predisposición enclasada y enclasante del juicio y prácticas del gusto, como instrumento de distinción solamente en su dimensión sociológica.
Coincidimos con otros autores en que la propuesta vebleniana se puede enriquecer significativamente con la de Bourdieu de habitus y distintos tipos de capital. Asimismo, nos parece convincente el argumento de que el sociólogo francés abre un espacio mayor para la agencia estructurada que la que se encuentra en el esquema evolucionista de Veblen. En este sentido, hay que subrayar que, aunque sin duda el habitus tiene un peso estructurante de la conducta social e individual, dentro de estos parámetros las personas involucradas en una lucha dentro de distintos campos son las que diseñan y despliegan estrategias de distinción con base en su posición y los capitales de los que disponen.
Reconocemos que ciertas conductas humanas efectivamente tienen bases instintivas innatas, así como los avances sustantivos en lo que ahora se conoce como la teoría de la herencia dual. Sin embargo, para fines de esta ponencia, nos centraremos en la acepción más sociológica de Veblen y afín a la de “habitus” de Bourdieu.
Al mismo tiempo, sugerimos que la formulación de Bourdieu requiere de una perspectiva evolucionista para explicar la dinámica de permanencia y cambio en diferentes contextos históricos específicos, la cual se puede encontrar en la contribución teórica de Veblen. Cabe aquí reiterar que el evolucionismo que proponemos para esta investigación se limita a la esfera social y cultural, y en buena medida rescata la importancia de comprender el hábito mental o el habitus como proceso.
Así pues, más que de un análisis coevolucionista, de lo que se trata es de rescatar el darwinismo generalizado o por analogía, que se encuentra en la teoría institucional de Veblen. Al igual que en la vida biológica –en la que la lucha por la sobrevivencia en un entorno de recursos limitados, los miembros de la especie más aptos son los que por selección adaptativa transmiten con mayor éxito sus genes de una generación a otra–, en el mundo humano sociocultural, en el que la pugna se concentra en el recurso igualmente escaso de distinción social, son los agentes que adquieren y cuentan con ciertos hábitos o habiti los que, junto con sus cánones de decoro o de gusto, triunfan y prevalecen. De manera similar, para que exista selección, es necesario que haya variación en la población involucrada en el proceso evolutivo. Es decir, de manera análoga a la esfera biogenética, en la sociocultural intervienen mecanismos evolucionistas, como la selección adaptativa y otros, con el fin de determinar qué sistemas de clasificación y clasificadores son los que al final subsisten y dominan en distintos espacios sociales.
Es cierto que en el concepto de “habitus” de Bourdieu se encuentra una noción dinámica e histórica. Sin embargo, cuando menos en La distinción, el sociólogo francés no dedicó una parte importante de su investigación y reflexión a rastrear detalladamente los procesos de largo plazo de formación y cambio del habitus como base sociocultural enclasada y enclasante del gusto.
En la siguiente sección del trabajo, mostramos las ventajas de introducir en el análisis histórico sociológico una perspectiva evolucionista neovebleniana del “proceso del habitus” de las clases altas mexicanas de mediados del siglo XX. En particular, se explican los cambios en sus formas de distinción social, incluyendo sus “gustos”, en un entorno de grandes convulsiones y transformaciones sociales, económicas y políticas.
III. Metodología
En los estudios sobre las clases altas y sus hábitos de distinción, pocos son los investigadores que han aprovechado en todo su potencial la crónica social como fuente de análisis histórico sociológico. Como suele ocurrir con estas figuras, Otranto era un miembro, pese a no haber sido ni remotamente el más prominente de la clase alta, correspondiente en un contexto mexicano del siglo XX a la clase ociosa de la Edad del Oropel estadounidense. Como otros, provenía de una familia de abolengo de la “provincia”, de una región particular, de Durango, cuna de algunos de los individuos y grupos de terratenientes de cepa colonial y porfirista, que luego migraron a las grandes urbes, como la Ciudad de México y Guadalajara.
Así pues, las crónicas sociales del Duque de Otranto, además de datos valiosos sobre los integrantes de este sector clasista selecto –tales como sus lazos matrimoniales, negocios, viajes, fiestas, prácticas culinarias, actividades deportivas y recreativas, es decir, su “esquema general de vida” en términos de Veblen o “estilo de vida” de Bourdieu–, ofrecen una ventana privilegiada a los hábitos o habitus de este personaje, manifestado en sus cánones de gustos y fobias, sus criterios de distinción y de pertenencia a las clases altas, sus distintos recursos o capitales en un sentido bourdieuano, y su despliegue en la lucha por posición en diferentes campos del espacio social.
Desde una perspectiva evolucionista neovebleniana, se podría argumentar que, de alguna manera, en su tiempo, este personaje fungió como la fuerza de selección de los más aptos para seguir perteneciendo, incorporarse por ascenso social o ser excluidos de las altas esferas de la sociedad capitalina. Es un hecho que, independientemente de que fuesen parte de los “cien” o de “los doscientos”, o incluso de “los algunos más”, para los individuos, sus esposas y familias, seguir figurando o llegar a aparecer en las crónicas de González López Negrete confirmaba su calidad de superioridad social. Lo mismo ocurría con el libro de Registro de los trescientos actualizado como Familias mexicanas, elaborado y publicado por el mismo Duque de Otranto. Se podría inferir que la inclusión constituía una señal de éxito adaptativo, mientras que la exclusión representaba su rechazo como aspirante o declive, es decir, de probable extinción social, en las altas esferas de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX.
Como Veblen con su noción de hábito mental y Bourdieu con la propia de habitus, se puede sostener que los gustos y criterios de selección del Duque no eran en buena medida una cuestión de carácter o preferencia personal. Se trataban más bien de manifestaciones de sus percepciones y apreciaciones de distinción, enclasadas y enclasantes, producto de su propia socialización, o sea de su habitus, con probables efectos en la estructura de estratificación y de distribución de estatus y prestigio de la alta sociedad mexicana de mediados del siglo XX.
IV. Análisis y discusión de datos. “Figurar en sociedad”
Corría el mes de mayo del año 1945 cuando, en su columna titulada “Cinegética social”, publicada en la exclusiva revista Social, el prestigiado cronista Carlos González López Negrete, mejor conocido por su pseudónimo “el Duque de Otranto”, escribió:
¿Cómo entrar en sociedad? […] Hemos recibido una carta que ha provocado en nosotros dudas y cavilaciones. […] el remitente es un señor de provincia que se ha incorporado recientemente a la vida capitalina y no concibe la existencia sin el logro de tal propósito […] entrar en sociedad […] en su pueblo natal –nos confiesa– cultiva relaciones de amistad con “lo mejor”, pero allá es fácil, pues la buena sociedad está formada por el presidente municipal y su esposa, el boticario y los tres rancheros ricos.
Pero, en la capital […].
Otranto, en un deseo de ayudar al buen amigo provinciano, se permitirá aclarar ciertos conceptos sobre el discutido y complejo término “sociedad”:
El diccionario nos dice que sociedad es el estado de los hombres o de los animales sometidos a leyes comunes, y que buena sociedad es la reunión de las personas que se distinguen por su cultura y modales […]. Ahora bien, todo es cuestión de puntos de vista, para algunas personas, la sociedad está integrada por los banqueros ricos, los industriales prósperos y los políticos de influencia […]. Para codearse con esta aristocracia de dinero está el Club de banqueros; total, la cuota de inscripción que, tenemos entendido, no pasa de diez mil pesos, y la cuota mensual de mil […] claro que siempre hay extras, un vaso de agua, cinco pesos; una comida, cien pesos; propina, veinte pesos; respirar (es más barato), dos pesos […] porque naturalmente perteneciendo a un club postinero, no es posible pichicatear sin riesgo de hacer el ridi […] pero, en cambio, conocerá usted y hará cuatachos entre los millonarios, y quien quita y caiga alguna cosa […] por ejemplo, puede ser que caiga usted en la más espantosa miseria después de una temporada corta. Para otras personas […] los seudo cultos, la primera plana de la sociedad se encuentra en las sociedades científicas y culturales y se perecen por figurar en ellas […]. La sociedad de geografía recibe cientos de solicitudes, de cultos insomnes que desean ser miembros de número […] ahora que, jerárquicamente superiores en el escalafón social, se encuentran los miembros de esa sociedad, cuyos pergaminos surgieron durante la colonia o en la vieja península y que aún conservan la peluca en el cofre y los apolillados pergaminos… y también los supervivientes y descendientes del dorado porfirismo…
Superficial ensayo si insistes, amigo provinciano, en frecuentar la sociedad capitalina, nos permitiremos algunas sugestiones… aprende a jugar bridge y backgammon… procura que alguien te introduzca al nuevo “Club” heredero de aquel afamado Jockey club, donde conocerás a toda la “Jeunesse doreé” dignamente encabezada por Homero Bandala… frecuenta, también el Ritz y los Baños Alameda y toma muchos Mint Juleps, en el primero y muchos baños turcos en los segundos, con lo que lograrás conocer a los aristócratas, y enfermarás del hígado por los Mint Juleps, pero esa es cuestión tuya.
Enseguida, el cronista social cumplió con su promesa de informarle al anónimo provinciano sobre “esas personas que integran la primera fila de nuestra sociedad para evitarle así penosas confusiones”: los Braniff, los Lascurain, los Martínez del Río, los Escandón, los Sánchez-Navarro, los Corcuera, y, desde luego, los Limantour. Enumeraba sus estrechos vínculos matrimoniales, así como sus extensas propiedades, incluyendo inmensas haciendas, así como orígenes coloniales y porfiristas. Remataba con lo siguiente: “Eso es, amigo provinciano, lo que se conoce por ‘figurar en sociedad’, lo que como, puedes ver, no se improvisa, pues este es resultado natural de una serie de circunstancias”.
En esta primera etapa, el objeto de las crónicas de Otranto era un grupo nuclear de la “aristocracia” mexicana, relativamente más antigua, que en algunos casos se remontaba incluso al grupo de familias que había detentado títulos nobiliarios en el periodo colonial. En otros casos, sus orígenes eran más recientes, el siglo XIX y el Porfiriato. Para comienzos del siglo XX, estos dos sectores ya se encontraban bastante entrelazados por vínculos de negocios y familiares. Los más prestigiosos no habían hecho fortuna, sino que la habían heredado, y el que fuera así constituía, junto con “una serie de virtudes, cualidades y talentos”, un criterio importante de pertenencia e incluso de presunción (Loeza, 2004, p. 15). Para el mencionado duque de Otranto, “constituían la columna vertebral de la sociedad mexicana, la parte estructural que conservando las virtudes tradicionales que heredara de sus antepasados, ha sabido adaptarse a la vida moderna, dándole [el] brillo y resplandor de lo auténticamente bueno” (citado en Loeza, 2004, p. 15)
Veinte años más tarde, en 1965, el mismo cronista social escribió en uno de sus relatos que aparecían periódicamente en su columna ahora titulada “Los trescientos… y algunos más” del diario de circulación masiva Excélsior:
En veinte años, la vida social en nuestra ciudad se ha transformado favorablemente en muchos aspectos, pero desfavorablemente en otras [sic.]. Por ejemplo, en las fotografías que conservamos de aquellos tiempos los varones vestían de jacquet en las bodas y de frac en las recepciones. Ahora el jacquet y el frac han desaparecido del panorama. En fiestas elegantes donde el anfitrión paga cena, champaña, orquesta, etcétera, muchos invitados se presentan en traje claro. Parece que van a jugar tenis. Ello constituye una grosería y una falta total de atención para el que invita. También debemos lamentar la pobreza actual de los espectáculos de altura. Aquellas temporadas de la Ópera Nacional donde las damas vestían de largo y los caballeros de frac. Donde los entreactos eran verdaderas fiestas de elegancia femenina, de alhajas magníficas, de damas hermosas se han perdido ya por desgracia. Ahora, en las esporádicas funciones de ópera de Bellas Artes permiten la entrada a jóvenes de chamarra y sin rasurar y mujeres de suéter y ello resulta indigno de una grande y hermosa ciudad como ya es México.
De esta manera, González López Negrete lamentaba cómo las murallas de pertenencia a las clases altas capitalinas, es decir, los requisitos para “figurar en sociedad”, construidas por las prestigiadas familias de vieja cepa colonial y porfirista, se habían hecho bastante más porosas. No obstante, además de muchos aspirantes de la alta sociedad de provincia, también políticos y militares enriquecidos de la posrevolución, junto con algunos exitosos empresarios inmigrantes libaneses y judíos, ahora aparecían cotidianamente en sus columnas. Los de antiguo abolengo sin duda conservaban un lugar privilegiado, como los “cien” pero ahora, para bien o para mal, y Otranto en ocasiones pensaba lo segundo, lo tenían que compartir con los “doscientos”. Estos últimos ya tenían cabida en sus crónicas, pese a sus lamentos y mofas constantes a las pifias de una personalidad semificticia a la que se refiere como la señora “Newrich”. Pertenecer a la familia Rincón Gallardo o Braniff y ser visto en el Ritz seguía siendo lo más altamente valorado por el Duque de Otranto. Pero también contaba ahora ser visto en el Club de Yates o en una de las nuevas discotecas del Acapulco a go-go, así como frecuentar algún bar o restaurante de moda y ser dueño de una mansión de estilo neobarroco o funcionalista moderno en los nuevos suburbios de la Ciudad de México.
Conclusiones
Como Veblen con su noción de hábito mental y Bourdieu con la propia de habitus, se puede sostener que los gustos y criterios de selección del Duque no eran en buena medida una cuestión de carácter o preferencia personal. Se trataba más bien de manifestaciones de sus percepciones y apreciaciones de distinción, enclasadas y enclasantes, producto de su propia socialización, o sea, de su habitus, con probables efectos en la estructura de estratificación y de distribución de estatus y prestigio de la alta sociedad mexicana de mediados del siglo XX.
Así pues, al clasificar prácticas “aristocratizantes”, tales como beber Mint Juleps en el Hotel Ritz o ir a la ópera en frac a Bellas Artes, el Duque de Otranto no estaba meramente expresando su buen gusto personal. O a la inversa lo mismo se puede decir con respecto a su disgusto hacia el mal vestir de los nuevos burgueses en fiestas y conciertos, o las innumerables torpezas de la señora Newrich. En el trasfondo de estas prácticas, incluso verbales y corporales, se encuentran los elementos estructurantes del habitus que, a la vez, lo enclasaban con los que enclasaba a otros, generados por el espacio social del sector de las clases altas del que provenía.
En otras palabras, González López Negrete estaba, desde una posición privilegiada, enfrascado en la lucha por la distinción social en los diversos e inestables campos en los que se estaba fraguando, en la sociedad del México posrevolucionario. Al hacerlo, ciertamente sus acciones estaban configuradas por sus condiciones de existencia, habitus y disposición de capital social, económico y cultural. Desde luego, procuró frente a los cambios de la posrevolución rescatar el valor distintivo del habitus de las sobrevivientes y más prominentes familias distinguidas de “los cien”, con sus expresiones de gusto, pertenencia a las cuales no se obtenía solamente con voluntad, ni tampoco con riqueza pecuniaria o capital económico. Seguramente, parte del gusto, así como algunas de las prácticas arcaicas de “los cien”, se encontraba asediado por las transformaciones del México posrevolucionario.
Las crónicas de Otranto confirman la perspectiva teórica vebleniana, en el sentido de que, en virtud de su condición de clase ociosa, los hábitos de “los cien” estaban fuertemente impregnados por viejas costumbres y tradiciones, y, desde luego, se caracterizaban por su conservadurismo social. Sin embargo, sorprendentemente, muchos de los individuos y familias de dicho sector habían logrado adaptarse para sobrevivir gozando de un nivel de prestigio y estatus, si bien discreto, bastante significativo y digno de emulación por parte de elementos de la nueva burguesía posrevolucionaria. A su vez, como parte de este mismo proceso evolutivo, el habitus de los primeros atravesó por cambios sensibles.
En 1945, el propósito de la misiva del personaje de provincia fue solicitar los consejos de Otranto en su afán por emular a las clases altas capitalinas tradicionales y así incorporarse en ellas. La respuesta del último es muy ilustradora: el habitus no se obtiene sencillamente por emulación ni tampoco solamente con la posesión de capital económico, como pensaba Veblen.
El “gusto” viene de la cuna en la que se nace, es decir, de la familia a la que se pertenece, y el entorno de socialización en el que se crece, lo que él reveladoramente explica como “resultado natural de una serie de circunstancias”. Así pues, a su parecer, el provinciano debía desistir de sus esfuerzos, pues fracasaría en sus propósitos. La estrategia de distinción social del provinciano al intentar adaptarse al nuevo campo del entorno económico y sociocultural de la capital tenía forzosamente que adecuarse a la disposición de distintos capitales y al propio habitus con los que este contaba.
Sin embargo, la causa de Otranto de alguna manera también estaba perdida. Para 1965, los Rincón Gallardo, Corcuera y demás indudablemente lograron conservar estatus y prestigio, pero habían dejado de constituir el estilo de vida que era indispensable emular para alcanzar y mantener distinción social. El habitus y, por lo tanto, los gustos del sector aristócrata colonial-porfirista estaban en retirada y terminarían siendo arrollados por los nuevos sectores de las clases altas capitalinas posrevolucionarias, cuyos hombres, para disgusto de Otranto, ya no asistían en frac y jacquet a la ópera y cuyas damas tampoco lo hacían vestidas de largo y portando finas joyas.
Bibliografía
Bourdieu, P. (1979/2012). La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Madrid y México: Taurus.
González López Negrete, C. (Duque de Otranto) (1946). Cinegética social. México: Editorial Clásica.
González López Negrete, C. (Duque de Otranto) (1949). El registro de los trescientos. México: Edición del autor.
González López Negrete, C. (Duque de Otranto) (1966). “Los trescientos”… y algunos más. Resumen de las columnas publicadas por el Duque de Otranto en el Diario Excélsior, de julio de 1965 a junio de 1966. México: Edición del autor.
Loeza, G. (2002). Los de arriba. México: Plaza y Janés.
Veblen, T. (1899/2005). Teoría de la clase ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.