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9 Género e historia

Recorridos por Santa Cruz y Magallanes

Carolina Musci

Introducción

En el marco de los estudios que desde hace 20 años viene desarrollando el equipo interdisciplinario de investigación que aborda el estudio comparativo de la historia política en la provincia de Santa Cruz y la región magallánica del sur de Chile en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), nos propusimos incorporar una nueva línea de investigación que recupere específicamente la actividad política de las mujeres y los feminismos en la región. Esto nos puso frente a dos desafíos. El primero fue acoplarnos al perfil del equipo de investigación interiorizándonos en los supuestos teóricos y metodológicos que supone la mirada histórica regional y comparativa. El segundo desafío fue emprender la pesquisa acerca del estado de la cuestión en relación con los cruces entre la perspectiva de género y la historia, en Chile y en la Argentina en general, y en la región patagónica austral en particular. Este artículo recoge los hallazgos y algunas reflexiones que resultaron de esa búsqueda.

Firmemente ancladas en la perspectiva de género, quienes encaramos esta línea de indagación creemos que una historia política con perspectiva de género nos permite acceder a un conocimiento oculto durante un largo tiempo y carente de interés para la narrativa tradicional. Visibilizar la presencia de las mujeres en los procesos sociales y políticos nos habla de ellas y de su condición, pero también nos habla de los varones y de las sociedades en las que desarrollan sus vidas. La historia de las mujeres no está escindida de la historia general, sino que la problematiza y la enriquece a partir de nuevas preguntas y categorías de análisis, tal como vienen señalando las producciones historiográficas sobre las mujeres desde los años 90 a nivel nacional. La pregunta por la condición de la participación política de las mujeres patagónicas, inexplorada hasta el momento, nace del camino abierto por esas preocupaciones.

En la primera parte de este artículo, producto del análisis del estado de la cuestión, se listan una serie de producciones consideradas relevantes para dar cuenta de los vínculos entre género e historia en los últimos años, que, hay que advertirlo, no es exhaustiva ni pretende serlo. La selección da cuenta de diferentes tipos de producciones académicas que han ido nutriendo un campo de conocimiento en expansión. En un segundo apartado se describen brevemente los supuestos teóricos y metodológicos sobre los que se construye la mirada del equipo de investigación, poniendo énfasis en la categoría “género” como concepto histórico a partir del aparato conceptual proporcionado por Joan Scott. En tercer lugar, se describen los desafíos que enfrenta el trabajo de recuperación de las voces de las mujeres en la historia: la cuestión de las fuentes. Se proponen dos estrategias para sortear esos problemas y se presentan dos ejemplos de la Patagonia austral que ilustran la cuestión. Finalmente se presentan algunas reflexiones que se derivan de este trabajo preliminar.

El género y la historia: sus cruces en la Argentina y en Chile

En los últimos años podemos ver una prolífica producción de material editorial sobre las mujeres. Este crecimiento exponencial se corresponde con la fuerza crítica y transformadora que viene demostrando el movimiento de mujeres, feminista, y también de diversidades, en el primer cuarto del siglo xxi en todo el mundo. Además de la emergencia de librerías especializadas en publicaciones escritas por y para mujeres, como la Librería de Mujeres en Buenos Aires, un proyecto que data de 1995, en cualquier librería es común encontrar un sector dedicado especialmente “a la cuestión de género”. En estos espacios conviven una gran variedad de textos que van desde colecciones de literatura infantil con perspectiva de género hasta textos académicos.

Una de las estrategias editoriales más efectivas para llegar a un público cada vez más amplio y no especializado parecen ser las biografías, las cuales combinan la narración con la recuperación histórica de la vida de mujeres excepcionales. Sean colecciones destinadas a un público infantil, juvenil o adulto, la vida de mujeres científicas, filósofas, escritoras, artistas (con el común denominador de ser presentadas como extraordinarias y adelantadas en su tiempo), parece ser una fórmula para el éxito. Este primer cruce entre género e historia abonó, y abona, a la visibilización de las mujeres en la historia de la humanidad.

Desde uno y otro lado de la cordillera de los Andes, la producción académica hizo su contribución a este primer paso estratégico de visibilización de las mujeres en la historia. Solo a modo de ejemplo, porque sería imposible reseñarlo aquí, en la Argentina se pueden mencionar las obras de divulgación histórica de Lucía Gálvez Historias de amor de la historia argentina (1998) y Las mujeres y la patria (2012), pioneras en su estilo, y las de Felipe Piña Mujeres tenían que ser (2011) y Mujeres insolentes de la historia (2018). En Chile la historiadora María José Cumplido publicó Chilenas. La historia que construimos nosotras (2018) y Chilenas rebeldes (2018).

Según señala Pita (2020), hacia fines de los años 90, tibiamente y todavía de manera periférica, comenzó a institucionalizarse la historia de las mujeres en el ámbito académico. Esto significa que en algunas universidades nacionales y proyectos de investigación empezó la consolidación de una línea de trabajo que cumplirá con dos objetivos: restituir a las mujeres en la historia, a través de investigaciones que conducen a su visibilización en los procesos sociohistóricos, y restituir la historia a las mujeres, lo cual permitió la habilitación de su voz para que emergieran narrativas nuevas que las tenían como protagonistas (Queirolo, 2020). Las investigadoras que emprendieron esta tarea se propusieron así “un acto de doble pertenencia y referencia” (Pita, 2020, p. 2) ya que, ubicadas dentro de la academia, y siguiendo las reglas de la disciplina, como historiadoras escribieron una historia no contada hasta ahora, y a la vez, al hacerlo, realizaron un acto político de activismo feminista, porque la historia que escribían podía ser leída y asumida por otras mujeres.

No obstante la importancia de la visibilización de las mujeres en la historia, si los estudios se quedan en la mera narración contributiva (Valobra, 2005; Queirolo, 2020), es decir, en un relato que cuenta lo que hacían las mujeres mientras la historia acontecía, aunque apunten su crítica al tono universalista de la historia tradicional dominada por el protagonismo del varón, corren el riesgo de la banalización, de quedarse en la anécdota, en la extravagancia, y, entonces, resultarán insuficientes para dar cuenta de cómo se configuraron determinadas relaciones sociales históricas y, más desafiante aún, el porqué.

Graciela Queirolo (2020) hace una periodización de la historia de las mujeres en la historiografía argentina y chilena e identifica tres momentos: el primer momento, representativo de una historia de tipo contributiva, reúne las primeras sistematizaciones sobre la acción social de las mujeres, como el Diccionario biográfico de mujeres argentinas (1986 [1972]) de Lily Sosa de Newton y La mujer chilena de Felicitas Klimpel (1962). El segundo momento estuvo influido por la Historia de la vida privada escrita en los años 80 y dirigida por Philippe Aries y Georges Duby. Esta obra, que propuso un giro del relato histórico desde el ámbito público hacia el mundo privado, escenario privilegiado de las mujeres, repercutió en la aparición de Historia de la vida privada en Argentina (1999) de Fernando Devoto y Marta Madero, e Historia de la vida privada en Chile (2005-2008) de Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, ambas obras publicadas por Taurus. La influencia de Historia de las Mujeres en Occidente de Georges Duby y Michelle Perrot, en los años 90, marcó el inicio del tercer momento señalado por Queirolo. Nuevamente, como en el caso de Historia de la vida privada, esta obra repercute en los territorios nacionales con la aparición de Historia de las Mujeres en la Argentina (2000), dirigida por Fernanda Gil Lozano, Valeria Pita y Gabriela Ini, e Historia de las Mujeres en Chile (2011), dirigida por Ana María Stuven y Joaquín Fermandois.

Hoy estamos frente a un campo de conocimiento que no para de expandirse, tanto en la Argentina como en Chile. Cuando en 2010 Dora Barrancos, impulsora y referente de los estudios de género e historia en la Argentina, fue invitada a inaugurar las I Jornadas Patagónicas de Estudios de Mujeres y Género en Comodoro Rivadavia, presentó en su discurso un balance historiográfico en relación con la perspectiva de género. En esa ocasión destacó el enorme avance que había experimentado este campo de conocimiento en los últimos veinte años. Puntualizó algunas características que ella había podido constatar, entre las que se encuentran la existencia de un claro predominio epocal de fines del siglo xix y principios del xx, así como una nítida hegemonía de espacios geográficos que privilegia a Buenos Aires en primer lugar y a continuación a las otras grandes ciudades (Barrancos, 2010). También remarcó el frecuente análisis de figuras destacadas y “la inclinación hacia el estudio de las trabajadoras de ciertas ramas industriales y de servicios, textiles, frigoríficos, telefonía, industria pesquera, magisterio; […] y un amplio abordaje de la prostitución” (Barrancos, 2010, p. 17).

Junto a Dora Barrancos, otras grandes impulsoras de este campo de estudios como Mirta Lobato y Marcela Nari señalaron el camino y formaron a una generación de investigadoras más jóvenes que continúan la tarea.

Adriana Valobra (2005) realizó una clarificadora organización de todo lo producido desde los años 80 hasta 2005, que incluye una detallada reseña del campo. Ella ordena la prolífica producción en dos grandes vertientes: una normativa y otra disruptiva. En la normativa –influida por los análisis de las pulsiones hegemónicas desarrollados por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Slavoj Zizek y Judith Buttler; por las políticas de las mujeres de Nancy Fraser y por el concepto de habitus de Pierre Bourdieu– agrupa a todas aquellas investigaciones que tratan la manera en que los dispositivos sociales de poder, especialmente los estatales (aunque no únicamente estos), modelaron las subjetivides de mujer y varón como femenina y masculina. En contrapunto con esta, la vertiente disruptiva, menos desarrollada, otorga relevancia a la agencia de los actores en la construcción de sus identidades más allá de los dispositivos sociales de modelización. Esta línea –inspirada en los trabajos de Jaques Derrida, Michel Foucault, Anthony Giddens y también Pierre Bourdieu– recupera la acción de resistencia de los agentes.

Según Queirolo (2020), a diferencia de la Argentina, Chile contó con la contribución de investigadoras norteamericanas especializadas en la sociedad chilena que desarrollaron sus investigaciones junto a las chilenas María Soledad Zárate y Alejandra Brito, y aunque están apareciendo investigadoras nuevas, como Claudia Montero, los estudios de género tienen mayor presencia en la literatura y los estudios culturales que en la historia. Entre los trabajos recientes que integran política y mujeres con perspectiva histórica, de especial interés para nuestro grupo es Mujeres y Política en Chile, siglos XIX y XX (2019), editados por Rolando Álvarez, Ana Gálvez y Manuel Loyola. A través de la exposición de casos históricos se visibiliza la presencia y la acción de las mujeres en el espacio público, así como los mecanismos de control masculino sobre la participación política de ellas desde fines del siglo xix hasta finales del siglo xx.

Los cruces en la Patagonia

Tal como nos anticipó Barrancos, la producción tejida entre género e historia en la Patagonia argentina, al tratarse de un espacio alejado de las grandes urbes, es menor y todavía hay mucho por hacerse. Lo que se encuentra efectivamente está entrelazado con la exploración de la vida de las mujeres y el mundo del trabajo, especialmente en torno a la producción petrolera y a la prostitución.

Para esbozar el panorama se puede citar a Edda Crespo, quien trabaja el tema mujeres y petróleo desde los años 90 y cuya producción constituye una referencia en la región patagónica. Ella y Myriam González editaron Mujeres en palabras de mujeres (2009), cuyo objetivo es visibilizar el papel de las mujeres en el relato histórico patagónico, y las Actas de las I Jornadas Patagónicas de Estudios de Mujeres y Género (2010) antes mencionadas. También Andrea Andújar (2007, 2016) desarrolla una historia con perspectiva de género en la patagonia petrolera, y Graciela Ciselli (2002) explora los trabajos domésticos y extradomésticos de las mujeres en un escenario marcado por la industria del petróleo. Ana Infeld analizó el control social del Estado municipal sobre las mujeres en general y las prostitutas en particular, abordando el mundo del trabajo y las representaciones sobre la moral sexual y el comportamiento de las personas en el espacio público y privado en Pobres y prostitutas: políticas sociales, control social y ciudadanía en Comodoro Rivadavia, 1929-1944 (2009).

También son para desatacar los trabajos que introducen reflexiones sobre las masculinidades como el de Gabriel Carrizo (2014) sobre la construcción de la masculinidad en alumnos de la escuela técnica salesiana en Comodoro Rivadavia durante el primer peronismo, y el de Hernán Palermo (2016, 2017) sobre las dinámicas de género en Comodoro Rivadavia a partir de entrevistas a los trabajadores petroleros en los pozos de trabajo y luego en sus hogares. El trabajo de Lorena Varas (2021) recoge la participación de tres mujeres en la política de Comodoro Rivadavia en el contexto de la de la vuelta a la democracia en 1983, a través de entrevistas a las protagonistas y de la revisión de dos diarios locales. Toda esta producción está condensada en el siglo xx.

En la Patagonia austral, la producción es aún más escasa. Se encuentran referencias a la situación de las mujeres en algunos pasajes de investigaciones históricas que, aunque orientadas a otros objetivos, mencionan a las mujeres con un cierto espíritu de visibilización. Este es el caso de la obra insignia La Patagonia rebelde (2009) de Osvaldo Bayer y su conocida referencia al episodio de rebeldía de las prostitutas de San Julián que se negaron a atender a los soldados acusándolos de haber asesinado a los obreros durante las huelgas de 1921. La prostitución es un tema recurrente que también aparece en La Chocolatería (1996) de Horacio Lafuente, y también es abordado por Jorge Castelli y Patricia Halvorsen en Esas mujeres en la Patagonia austral (2018).

En nuestro equipo de investigación Juan Vilaboa, en su estudio sobre el peronismo en Santa Cruz (2007), se esforzó por visibilizar las desigualdades a las que estuvieron expuestas las trabajadoras del frigorífico en Río Gallegos y del gremio gastronómico en San Julián durante los años 40 del siglo xx, enfocándose sobre el control de los embarazos por parte de la empresa frigorífica como condición para mantener el trabajo y la imposibilidad del acceso a los cargos jerárquicos. Asimismo, Romina Berhens estudia la prostitución para su tesis doctoral, en la cual explora el lugar de la prostitución en la cultura local durante el siglo xx y principios del xxi desde una franca perspectiva de género. Ha publicado una serie de artículos entre los que se destaca “Regulaciones de la prostitución: estudio preliminar de las experiencias de mujeres en Río Gallegos” (2016).

Del lado chileno, en un esfuerzo de visibilización, tal vez enmarcado en la corriente abierta por la persistente prepotencia con que el movimiento feminista y de mujeres interpela a la academia reclamando su lugar en la historia, encontramos Mujeres Magallánicas (2003), del reconocido historiador Mateo Martinic. Con esta obra Martinic se propuso reparar la omisión que se hizo, y aún se hace, de la participación de las mujeres en los hechos del pasado. El autor califica como “curiosa” esta circunstancia y la atribuye a “la tendencia natural de la especie humana [que] apunta a privilegiar la conducta del macho por sobre la de la hembra […] por razones culturales que se remontan a milenios y milenios” (Martinic, 2003, p. 9). Estos comentarios traslucen una cierta naturalización del protagonismo de los varones en el relato histórico oficial, aceptándolo como algo dado, establecido así desde siempre, con lo cual queda claro desde el principio del libro que, a pesar del detallado registro que tiene su relato, las desigualdades entre varones y mujeres no están problematizadas. Como resultado la obra carece por completo de perspectiva de género, aun cuando hable de las mujeres, y se inscribe en el estilo de relato histórico que más arriba se definió como contributivo, es decir, anecdótico y complementario de la historia “de verdad”.

Hacia la construcción de una mirada regional, comparativa y con perspectiva de género

El carácter estructural de la subordinación y la discriminación hacia las mujeres puede conducir equivocadamente a la idea de que existe un mismo sujeto femenino, homogéneamente subordinado. Es común encontrar expresiones tales como la condición de “la mujer”, en singular, que, aunque bienintencionadas a veces, demuestran este falso supuesto. No existe una condición de mujer original, no hay “una mujer”, y, aunque durante las décadas del 60 y 70 del siglo xx esta idea fue útil para lograr la movilización del movimiento feminista, es completamente irreal y también es un impedimento para advertir la diversidad de la condición femenina que solo es posible visibilizar auscultando lugar por lugar, tal como propone Barrancos (2010). El rechazo de la homogeneización del sujeto femenino es una premisa epistémica crítica que viene de los feminismos y que arremete contra la pretensión de universalidad con la que han trabajado las ciencias sociales. La universalidad es un “constructo epistémico que avanza desde el siglo xvii en adelante y que no es más que la parroquia construida por individuos letrados, blancos, europeos” (Barrancos, 2010, p. 18). Es en este sentido que cobra especial relevancia la mirada situada, la mirada regional, porque permite visibilizar las condiciones particulares de la desigualdad y discriminación de las mujeres en cada territorio.

Hablamos de una región patagónica argentino-chilena porque se trata de una región que comparte una serie de características comunes. Una de ellas es que se trata de una zona de frontera, que ha vivenciado una lenta anexión a sus respectivos Estados nacionales teniendo que superar problemas de integración con el resto del territorio nacional y donde la puja por la soberanía parece estar siempre latente. Se trata también de territorios de confinamiento, donde se establecieron institutos carcelarios en climas extremos –idea propia de una corriente lombrosiana–, que se configuraron en el imaginario social como territorios alejados y sospechosos, que presentan cierta debilidad en la aplicación de las leyes nacionales por cuanto gozan de cierta “libertad” que debe ser controlada. Son sociedades que se modernizaron rápidamente y que comparten una similar forma de concesión de la tierra.

La perspectiva de género permite no solamente recuperar la presencia de las mujeres en los procesos sociales históricos, sino sobre todo develar la forma particular en la que las relaciones sociales están atravesadas por una desigual distribución del poder que está fundada en la diferencia sexual. Scott, citando a la antropóloga Michelle Rosaldo, sostiene que el lugar de las mujeres en la vida social no es el resultado directo de las cosas que hacen sino del significado que adquieren esas actividades a través de la interacción social (Scott, 1990). Para acceder a ese significado es preciso incorporar el género como categoría de análisis porque permite ver el papel que juega la desigualdad sexual en la configuración de las relaciones sociales. Scott (1990) entiende el género como un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias sexuales y como campo primario dentro del cual se articula el poder. Comprende cuatro elementos interrelacionados: símbolos y mitos culturales que evocan representaciones múltiples (por ejemplo, la Patagonia austral como lugar inhóspito, tierra de hombres y trabajo duro); conceptos normativos, como doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas que fijan diferencias polares (femenino/masculino, varón/mujer) y reprimen otras alternativas (por ejemplo, la difusión de la doctrina católica a través de los institutos de educación salesianos tanto en Chile como en la Argentina); instituciones y organizaciones sociales de las relaciones de género como las relaciones de parentesco, la familia, pero también la economía, el mercado de trabajo y la política, que reproducen la segregación (por ejemplo, la industria petrolera de fuerte presencia en la Patagonia argentina), y la identidad subjetiva que se construye en cada tiempo y lugar.

Las condiciones situadas de la subordinación femenina no deberían tener como objetivo la mera recopilación de un anecdotario. Como se planteó más arriba, esta postura, aunque visibiliza a las mujeres, corre el riesgo de la banalización del objeto de estudio. Entendemos que es preciso analizar la presencia de las mujeres en los procesos históricos en términos políticos, es decir, en relación con la desigual distribución del poder en las relaciones sociales, y para ello es necesario detenerse en el papel que tiene la desigualdad sexual en la configuración de esas relaciones.

La perspectiva que pretendemos construir se completa con la práctica comparativa, que goza de larga data como instrumento de investigación en las ciencias sociales, especialmente en la sociología, y como práctica de trabajo cotidiano entre las/os historiadores (Devoto, 2004). Siguiendo la tradición weberiana, la comparación permite individualizar, a partir de la diferencia, las características singulares de un proceso social para comprenderlo mejor. Es por eso que la mirada de los procesos bajo análisis en la Patagonia argentina se complementa con la indagación sobre lo ocurrido en la Patagonia chilena. Según Marc Bloch, para comparar es necesario que se cumplan dos condiciones: la semejanza de los hechos observados y cierta diferencia de los medios en donde estos ocurren; según él es preferible comparar sociedades cercanas en tiempo y espacio, sujetas a la acción de las mismas grandes causas y al menos con algunos rasgos originarios comunes (Bloch, 1963). Tal como vimos más arriba, entendemos que estas condiciones se encuentran presentes en la Patagonia austral argentino-chilena.

El desafío metodológico de las fuentes

De uno y otro lado de la cordillera la excusa más común para explicar la exclusión de las mujeres de la narrativa oficial es la dificultad de encontrar fuentes históricas que den cuenta de su presencia. Esto representa un verdadero desafío para los/as investigadores. Dora Barrancos (2010) reconoce que las huellas de las mujeres son evanescentes, son mucho más fungibles que otras fuentes como documentos o registros públicos, pero hay alternativas disponibles para recuperar sus voces.

En primer lugar, hay que releer los textos precursores porque tienen mucha información (Barrancos, 2010) y/o registran testimonios involuntarios. Esa relectura desde un enfoque de género habilita la emergencia de preguntas nuevas, que es tal vez uno de los aportes metodológicos centrales de los estudios de género a la disciplina histórica (Pita, 2020). Según ella la pregunta sencilla sobre las mujeres ha demostrado un gran potencial para interpelar periodizaciones y categorías establecidas; en definitiva, ha permitido develar el sesgo androcéntrico de las narrativas históricas tradicionales, según el cual seres y fenómenos sociales son importantes según su referencia a la posición masculina, que se constituye como la medida de todas las cosas.

Para muchos historiadores, la historia de las mujeres no es una preocupación investigativa, tal como lo confiesa Mateo Martinic en el prólogo de Mujeres Magallánicas (2003), pero de todas formas, a partir de la pregunta por la historia de las mujeres que una amiga le hace en ocasión de una reunión social, emprende el registro de las huellas de las mujeres magallánicas. Aun cuando su relato se presente sin problematizar las desigualdades y sin abandonar el tono contributivo (y androcéntrico), resulta una interesante recopilación de datos históricos muy bien documentada de consulta ineludible.

Nuevas preguntas a las fuentes tradicionales que incluyan la diferencia sexual y relecturas con perspectiva de género de los textos precursores son estrategias válidas para recuperar las presencias femeninas en la historia.

En segundo lugar, es posible sumar nuevas fuentes devaluadas o menospreciadas por la tradición investigativa tales como cartas, diarios íntimos, imágenes y fotografías, literatura (Barrancos, 2010), publicidades, cine y entrevistas cuando el tiempo histórico lo permita. Hacer historia desde las perspectivas de las sujetas, personas comunes y corrientes, permite reparar olvidos y registrar las diversas formas de lucha y resistencia cotidiana a la desigualdad por parte de las mujeres (Pita, 2020). El uso creativo de nuevas fuentes supone una renovación metodológica que puede ser apreciada en el trabajo de Mirta Lobato, que analiza la construcción política del ideal de belleza femenino durante el peronismo, según el tipo de ideología en cuestión, a partir de fuentes visuales: imágenes, afiches y pinturas, y algunos relatos orales (Valobra, 2005).

En Allá en la Patagonia, María Brunswig de Bamberg nos relata una historia cotidiana de la Patagonia argentino-chilena a partir de la correspondencia que mantuvieron su mamá, Ella, y su abuela materna, Mutti, entre 1923 y 1929, y de un diario personal que Ella escribió para sus hijas e hijo. A partir de la escritura de Ella es posible registrar, entre muchas más cosas, la conciencia del trabajo abrumador que se esperaba de la esposa de un encargado de estancia y la apreciación crítica sobre ese trabajo no pagado –y ahorrado– por parte la compañía. Nos cuenta que el cocinero tuvo que irse después de cierto tiempo de haber llegado ella a la estancia “porque la compañía consideraba que un cocinero era mucho para un administrador con familia. Entonces quedé yo a cargo de la alimentación […] y comenzó la vida en serio para mí, bien en serio” (Brunswig de Bamberg, 1995, p. 83). Y más adelante agrega que cuando llegaban los viajeros debía encargarse ella de su alojamiento:

Estamos ubicados sobre una arteria importante de tránsito. No son un regalo agradable esos viajeros; los nativos duermen en la casa de los peones, pero a los otros los tenemos que alojar, nos guste o no. […]. Herman se enfurece cada vez que tengo que hacer de sirvienta para esa gente y luego limpiar lo que han dejado (Brunswig de Bamberg, 1995, p. 79).

A partir de relatos como este es posible advertir que las imposiciones normativas no estaban exentas de rebeldías ni fueron procesadas acríticamente por parte de las mujeres. No hay aquí ninguna naturalización de las tareas realizadas por las mujeres como parte constitutiva de su esencia como pretende mostrar Martinic cuando dice que

La mujer era, por vocación ancestral, la mantenedora del fuego del hogar. Decir fuego, es traer a cuento una de las tareas femeninas esenciales como lo era la de alimentar a la familia […] Cocinar en el hogar era así una manera por lo demás elocuente de manifestar amor (Martinic, 2003, pp. 45-46).

Algunas reflexiones finales

Del relevamiento bibliográfico que da cuenta del estado de la cuestión en relación con el cruce entre género e historia se puede afirmar que, a pesar de la expansión de este campo de conocimiento, en la región de la Patagonia austral argentino-chilena todavía se trata de un espacio de vacancia. Se encontraron trabajos en la Patagonia norte que exploran la vida de las mujeres y el mundo del trabajo, en especial la producción petrolera y la prostitución, que marcan el camino por transitar.

Sin embargo, a pesar de las escasas producciones halladas, es para destacar el uso creativo de nuevas fuentes no convencionales para la tradición historiográfica pero que dan testimonio de las huellas de las mujeres en la historia: las cartas, los diarios personales y las fotografías. Nos referimos al original trabajo de Bunswig, que rescata del olvido las memorias de su mamá y su vida en la Patagonia. También encontramos una obra “precursora” como la de Martinic, muy bien documentada, que, si bien esencializa la condición del ser “mujer” y en consecuencia naturaliza y despolitiza las desigualdades, brinda la oportunidad para ejercitar la pregunta por las mujeres y por los mecanismos sociales que definen su condición y estatus socio-político. En definitiva, con apenas dos ejemplos, es posible hacerse una idea de la diversidad de fuentes que se pueden usar en la investigación y de las preguntas que se le pueden hacer a la narrativa tradicional, que hacen de este campo de conocimiento aún inexplorado en la Patagonia austral un espacio prometedor, además de ser una deuda con las mujeres patagónicas y con la historia regional.

Finalmente creemos que hacer historia de las mujeres patagónicas puede tener el mismo doble sentido que le dieron las pioneras de la historia de las mujeres a nivel nacional, tanto chileno como argentino: restituir a las mujeres patagónicas en la historia y, a la vez, realizar un acto de activismo político, porque la nueva narrativa desafía el relato oficial y será leída por otras mujeres.

Bibliografía

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