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1 Geografía física de la Patagonia austral

Elizabeth Mazzoni y Jorge Rabassa

Resumen

El presente capítulo tiene como objetivo dar a conocer las principales características del espacio natural de la Patagonia austral como base para entender los procesos de ocupación del espacio y la relación hombre-naturaleza a lo largo del tiempo.

Esta parte de la Patagonia comparte en gran medida los rasgos distintivos de la región en su conjunto, pero, a su vez, posee singularidades que se derivan de su posición geográfica y de su historia geológica y ambiental. Estos han llevado a que haya sido, fuera del continente antártico, el último espacio colonizado por los humanos modernos.

Se analizan aspectos vinculados con su posición geográfica en un hemisferio particularmente oceánico; se presentan sus condiciones climáticas y se describen los principales rasgos geológicos, geomorfológicos e hidrográficos, así como los biomas. La interrelación de los factores mencionados determina configuraciones espaciales particulares, denominadas “unidades de paisaje”, que constituyen el marco natural para la instalación humana y el desarrollo de las actividades económicas.

Introducción

La “Patagonia austral” comprende a los territorios ubicados al sur de la Argentina y Chile hasta el Pasaje de Drake, en la latitud de 56° S, situado entre América del Sur y la Antártida. Estos territorios forman parte de la región patagónica, cuyo límite norte cambia según el criterio que se utilice para su delimitación, sea de índole natural o político-administrativo.

En la Argentina, la “Patagonia” se reconoce formalmente como una región legalmente reconocida y que, desde el punto de vista geológico, se desarrolla al sur de la falla de Huincul, una discontinuidad geológica de escala continental que se extiende desde la cuenca neuquina hacia el este hasta alcanzar la plataforma continental patagónica (Ramos et al., 2004) y que hacia el oeste se ha propuesto que llega incluso hasta la cordillera de la Costa chilena, pasando a través de la cordillera de los Andes (Mosquera et al., 2011).

En la República de Chile, por el contrario, tal región solo tiene un reconocimiento informal, y cobra importancia, especialmente, desde el punto de vista turístico. El término fue aplicado inicialmente por los exploradores europeos, quienes se referían con esta denominación a las extensas mesetas del frente atlántico, y se incorporó posteriormente el ambiente andino.

A los efectos de esta publicación, relacionada con los procesos históricos ocurridos en el extremo más austral de continente, se incluyen los territorios ubicados aproximadamente al sur del paralelo de 45° S, y abarca las regiones chilenas de Aysén y Magallanes hasta el cabo de Hornos, así como el centro-sur de la provincia de Chubut, la provincia de Santa Cruz y la provincia de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, incluyendo las Islas Malvinas. Si bien las denominaciones de las provincias más australes comprenden los sectores de la Antártida reclamados por Chile y la Argentina, las tierras ubicadas en ese continente no forman parte del espacio patagónico propiamente dicho.

Este extenso territorio, de algo más de medio millón de km2 (Tabla 1) comparte, como elemento común, el clima frío, con temperaturas medias anuales inferiores a los 10° C en la mayor parte de su superficie. Se trata también de la región continental del planeta más tardíamente ocupada por los humanos, con la excepción de la Antártida (Borrero, 1994-1995, 2001) y que sigue siendo, aún en la actualidad, un espacio periférico (Coronato et al., 2017; Rodríguez Torrent et al., 2018) alejado de los más importantes centros de decisión y escasamente habitado, con una densidad de población próxima a 1 habitante por km2.

Desde el punto de vista de sus características físicas es, por el contrario, un espacio de gran diversidad, donde se conjugan paisajes y procesos únicos en el hemisferio sur, dada su posición geográfica y su historia geológica y ambiental, cuyos principales rasgos se expondrán en los ítems siguientes.

Tabla 1. División política y superficie de los territorios que conforman la región austral de la Patagonia

Provincia o región

País

Superficie (km2)

Región de Aysén (provincias Aysén, Capitán Prat, Coyhaique, General Carrera)

Chile

108.494

Región de Magallanes (provincias Última Esperanza, Magallanes, Tierra del Fuego)

Chile

132.297

Centro-Sur provincia de Chubut

Argentina

~ 75.000

Provincia de Santa Cruz

Argentina

243.943

Tierra del Fuego, Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur

Argentina

36.848

Total

~ 596.582

Fuentes consultadas: Instituto Nacional de Estadística, Chile; Instituto Geográfico Nacional, Argentina.

En la Figura 1 se presenta un mosaico satelital de la región. Puede observarse su ubicación geográfica en un hemisferio eminentemente oceánico, donde la Patagonia se adentra como una península, siendo estas las únicas tierras que emergen en los mares de latitudes medias y altas. Esto tiene efectos en las características del clima, que, si bien son fríos, son más benévolos que a latitudes equivalentes en el hemisferio norte. En la misma figura se presenta la división política de la región y otros accidentes geográficos mencionados en el texto.

Figura 1. Ubicación geográfica de la Patagonia austral y principales características del relieve continental y oceánico. Fuente: elaboración propia con base en imágenes disponibles en Google Earth.

Los sectores en blanco, sobre el ambiente cordillerano, corresponden a los mantos de hielos continentales que se conservan sobre la cordillera de los Andes, los cuales son remanentes de los glaciares formados durante la última glaciación. En tonos verdes se observa la distribución del bosque andino patagónico, sobre el ambiente cordillerano, y en tonos marrones, el bioma de estepa, que se distribuye sobre el amplio ambiente de meseta que se extiende al este de los Andes. En azul claro se destaca la plataforma continental, muy amplia sobre el océano Atlántico, pero muy reducida sobre el océano Pacífico. Se observan también las placas oceánicas, particularmente la de Scotia, en cuyo frente se ubican las islas Georgia y Sandwich del Sur. En el recuadro superior derecho, se ha representado la división política regional.

Procesos físicos y ambientales que contribuyeron a definir los rasgos físicos de la Patagonia austral

Las características físicas actuales de la Patagonia son resultado de procesos naturales que se iniciaron hace más de 200 millones de años con la fragmentación del supercontinente de Gondwana y la migración de los continentes y la coalición de bloques que originariamente no formaban parte del continente sudamericano (Pankhurst et al., 2006). Estos bloques, denominados “cratógenos” o “macizos” (Macizo Norpatagónico, Macizo del Deseado y las Islas Malvinas, Figura 2) constituyen las áreas geológicamente más estables de los continentes. Entre ellos se depositaron sedimentos que dieron origen a la cuenca del golfo San Jorge y a la cuenca Austral (actualmente de gran importancia por sus recursos hidrocarburíferos) y que han configurado las amplias mesetas que se extienden al este de los Andes.

Figura 2. Grandes unidades morfoestructurales de la Patagonia austral. Fuente: Modificado de Ramos (1999) y Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. Elaborado por E. Mazzoni sobre la base del modelo digital de elevación del IGN, Argentina.

Posteriormente, otros acontecimientos geológicos continuaron y continúan modelando la fisiografía regional. Entre ellos, pueden citarse el alzamiento de la cordillera de los Andes; la apertura del Pasaje de Drake y la migración de la placa de Scotia hacia el este (Figura 1), así como también movimientos epirogénicos, transgresiones marinas, glaciaciones y volcanismo. En la Tabla 2 se presenta una cronología de estos principales acontecimientos y sus consecuencias o manifestaciones más significativas. Así, por ejemplo, durante la Era Terciaria, se producen el alzamiento de la cordillera de los Andes y la apertura del Pasaje de Drake, los que resultaron relevantes en el establecimiento de las condiciones climáticas modernas a nivel mundial y regional.

En la actualidad, muchos de los procesos mencionados continúan activos, aunque se manifiestan con distinta intensidad que en el pasado. Algunos han tenido particular influencia en la configuración del paisaje, así como en el proceso de poblamiento, particularmente los acaecidos a partir del Último Máximo Glacial, que, por su importancia, son tratados detalladamente más adelante.

Tabla 2. Evolución geológica de la Patagonia

Era o período geológico

Cronología

Historia geológica

Precámbrico tardío y Paleozoico

Desde aproximadamente 650 millones de años atrás hasta aproximadamente 250 millones de años atrás

La zona era una gran cuenca marina donde se acumulaban sedimentos en capas sucesivas que posteriormente fueron sometidas a grandes presiones que dieron origen a rocas metamórficas en el Precámbrico tardío.

Hacia unos 300 millones de años atrás, comienza la separación de los continentes, unidos hasta entonces en un enorme continente denominado Pangea. A medida que se produce esta migración, se abre una gran fosa que se convirtió en el océano Atlántico Norte. El océano Atlántico Sur se formó con posterioridad, en el Mesozoico tardío.

Mesozoico Triásico

245-210 millones de años atrás

Continúa la migración de las placas continentales y se produce la colisión de bloques “alóctonos” en el S del continente americano, conformando la porción cratónica de la región patagónica.

Jurásico

210-145 millones de años atrás

Una enorme actividad volcánica deposita mantos de lava y cenizas sobre los espacios continentales y las cuencas marinas, y forma así las que luego serán las amplias planicies patagónicas. Se produce la apertura del océano Atlántico Sur y la separación definitiva de África.

El clima tropical hiperhúmedo permite el desarrollo de una exuberante biota, con árboles gigantes y dinosaurios, cuyos fósiles se encuentran dispersos por toda la región.

Bajo estas condiciones climáticas se modelan algunos rasgos del paisaje sobre los macizos continentales, tales como las amplias planicies de meteorización, remanentes de las cuales aún perduran en la actualidad (“paisajes gondwánicos”).

Cretácico

145-65 millones de años atrás

Durante este período, se produce la ingresión de las aguas procedentes del océano Pacífico en el continente (transgresiones marinas), que deja potentes depósitos sedimentarios marinos que originaron rocas con elevado contenido fosilífero, que evidencian su origen (belemnites, amonites, etc.). Este periodo finaliza con el impacto de un gigantesco meteorito en la península de Yucatán y el golfo de México, que provocó muy intensos cambios climáticos y la desaparición de los dinosaurios y los amonites, entre otras formas de vida.

Terciario Paleoceno-Eoceno

65-30 millones de años atrás

Se inicia el ciclo orogénico que daría origen a la cordillera de los Andes, por la subducción de las placas oceánicas del océano Pacífico (Nazca y Antártica) debajo de la placa continental sudamericana, lo que provoca el plegamiento de las rocas y el vulcanismo, especialmente en el sector occidental del continente.

Oligoceno

30-18 millones de años atrás

Por migración de la placa de Scotia hacia el este (Fig. 1), comienza la apertura del Pasaje Drake, que provocará la separación de la península Antártica del continente sudamericano en el Mioceno. Comienza asimismo el desplazamiento de los Andes fueguinos de su posición original orientada norte-sur a la actual este-oeste.

La naciente cordillera de los Andes y el resto del continente continúan elevándose. Comienza la formación de los valles actuales, que más tarde serían profundizados y ensanchados por procesos glaciales y fluvioglaciales.

Mioceno

18-6 millones de años atrás

Se establece la Corriente Circumpolar Antártica y la consiguiente alteración de la circulación oceánica global, con lo que se instauran las condiciones climáticas modernas, y se da inicio a las glaciaciones patagónicas. Continúa el proceso de formación de la cordillera de los Andes y se produce la intrusión de magma granítico en las rocas sedimentarias preexistentes, que al enfriarse lentamente dieron origen a batolitos, que la erosión glacial posterior iría modelando paulatinamente, hasta formar notables paisajes graníticos como el cerro San Lorenzo, el monte Fitz Roy, el cerro Murallón y las Torres del Paine.

Plioceno

6-2,5 millones de años atrás

Se produce el establecimiento definitivo de la cordillera de los Andes y de los sistemas de drenaje actuales. En el área extracordillerana ocurre la efusión de inmensas cantidades de lavas básicas que originaron luego, por erosión fluvial y fluvioglacial, mesetas basálticas sobreelevadas, como la meseta del lago Buenos Aires y muchas otras, que se extienden desde el borde andino hasta unos 300 km hacia el este.

Cuaternario Pleistoceno

2,5 millones- 10.000 años atrás

Se desarrollan las glaciaciones patagónicas, particularmente en el último millón de años. Estos eventos modelan intensamente tanto el paisaje cordillerano como el ambiente extracordillerano y las costas patagónicas. Como remanentes del Último Máximo Glacial (UMG; aproximadamente hace 24.000 años) persisten aún los Mantos de Hielo Continental Patagónico Norte y Sur, el manto de hielo sobre la cordillera Darwin (Tierra del Fuego, Chile), casquetes de hielo en las cumbres más elevadas y numerosos glaciares de circo y valle.

Holoceno

10.000 años atrás hasta la actualidad

Progresiva elevación de la temperatura media planetaria y del nivel del mar. Inundación de valles glaciales en la Patagonia austral y Tierra del Fuego, que originan canales, fiordos y estuarios. Se establecen los ecosistemas actuales.

En los últimos siglos se producen grandes modificaciones antrópicas en los ecosistemas y paisajes, por lo que se ha propuesto la denominación de Antropoceno para este período o a los tiempos posteriores a la Revolución Industrial (Crutzen y Stoermer, 2000). La desertificación es, por ejemplo, uno de los procesos que afecta severamente a gran parte de la región, provocada por la sinergia entre procesos naturales y la explotación de los recursos naturales, como el sobrepastoreo.

La última glaciación del Pleistoceno y las fluctuaciones climáticas y ambientales ocurridas durante el Holoceno en la Patagonia

Nuestro planeta ha experimentado numerosos cambios climáticos a lo largo de su historia. Desde finales del Mioceno, aproximadamente 6-7 millones de años atrás (Ma), hasta la actualidad, se sucedieron al menos cien períodos glaciales y sus subsecuentes períodos interglaciales asociados a variaciones en la temperatura media anual global, controlada por los parámetros que modifican la forma y dimensiones de la órbita terrestre y, con ello, la intensidad de la energía solar recibida en la superficie del planeta.

En los momentos de mínimas temperaturas (los períodos glaciales), los glaciares patagónicos adquirieron su mayor extensión. La máxima glaciación pleistocénica ocurrió hace unos 1,1 Ma y fue denominada la “Gran Glaciación Patagónica” o “GGP” por Mercer (1976). El hielo, en forma de manto, cubrió entonces la cordillera andina desde el centro de la provincia de Neuquén y se extendió por el área pedemontana, alcanzando la actual costa atlántica en las latitudes más elevadas, en el S de Santa Cruz y Tierra del Fuego. En estas regiones se conserva aún significativa evidencia sedimentaria y morfológica, que se expresa en un relieve de suaves lomadas y depresiones, coronada por “bloques erráticos” dispersos, transportados por el hielo (Figura 3).

Figura 3. Paisaje de suaves lomadas, característico del sur de la Patagonia, modelado por el paso de los glaciares. Fuente: Fotografías de E. Mazzoni.

Los grandes bloques alóctonos que se observan en la superficie, muchos con un diámetro mayor a 2 metros, son una evidencia indiscutible de tales procesos. Estos bloques fueron transportados en la superficie de los glaciares hasta distancias que exceden los 200 km desde su lugar de origen en el ambiente cordillerano.

Los avances glaciales posteriores a la GGP tuvieron una distribución espacial progresivamente más restringida. Los cuerpos de hielo ocuparon entonces posiciones próximas a la cordillera, encauzándose en valles que fueron profundizándose paulatinamente. Este comportamiento diferencial respecto a la GGP se atribuye al alzamiento tectónico de la cordillera de los Andes, ocurrido durante el Pleistoceno temprano, que indujo a la profundización de los valles fluviales por erosión (proceso denominado “evento de profundización”, Rabassa y Clapperton, 1990; Rabassa, 2008), que modificó en consecuencia el modelo de evolución de las glaciaciones patagónicas: estas se desarrollaron como un gran manto continuo, con lóbulos de hielo localizados, que se extendieron por el ambiente pedemontano durante la GGP y eventos anteriores y como glaciares de descarga encauzados en los valles durante las glaciaciones siguientes.

Durante el Pleistoceno tardío, entre 80.000 y 15.000 años atrás aproximadamente, se desarrolló la última glaciación, denominada “Glaciación Wisconsin” en América del Norte, “Glaciación Nahuel Huapi” por Flint y Fidalgo (1964 y 1969) y “Glaciación Llanquihue” por Clapperton (1993), siendo, este último, el término que ha prevalecido en la literatura.

La importancia de esta glaciación radica en que fue el último momento de gran expansión de los hielos patagónicos, que alcanzaron su máximo hacia 24.000 años atrás (Singer et al., 2001; Ton-That et al., 1999; Rabassa, 2008; Rutter et al., 2012), en el episodio más frío del Pleistoceno tardío, conocido como Último Máximo Glacial (UMG). Durante estos episodios fríos se generó el Manto de Hielo Patagónico, que se extendió sobre la cordillera de los Andes en forma continua entre las latitudes de 36° S (Patagonia Norte) a 56° S (cabo de Hornos), con una longitud superior a 2000 km. El margen oriental de este manto de hielo alcanzó las mesetas patagónicas y la costa atlántica actual al sur del Río Gallegos, mientras que el borde occidental llegó a la presente plataforma submarina en todo el océano Pacífico Sur, desde la isla Chiloé hasta el cabo de Hornos. Como consecuencia de ello, gran parte del paisaje de los Andes australes y de las áreas pedemontanas adyacentes fue desarrollado en estos periodos glaciales.

Esta glaciación es también muy importante desde el punto de vista arqueológico, pues, cuando ya se había iniciado el retroceso glacial, comienza el periodo de colonización humana de gran parte del continente americano, que en la Patagonia se inició durante el Tardiglacial (final del Pleistoceno, entre 15.000 y 10.000 años atrás) y se completó en el transcurso del Holoceno, que se extiende durante los últimos 10.000 años. Es decir, los ecosistemas, los climas y el paisaje que encontraron los primeros humanos que llegaron a la Patagonia fueron muy similares a aquellos que se habían desarrollado en el Máximo Glacial y que habían sido abandonados por el hielo pocos milenios antes.

En la Figura 4 se reproduce el mapa elaborado por Caldenius (1932), quien delimitó, con notable precisión para las tecnologías disponibles en la época, los límites orientales de las glaciaciones patagónicas. El autor identificó cuatro eventos glaciales, que denominó “Inicioglacial” (el cual se correlaciona con la GGP), “Daniglacial”, “Gotiglacial” y “Finiglacial”. Este último evento sabemos hoy que se corresponde con el Último Máximo Glacial. Asimismo, el autor cartografió depósitos glaciales posteriores a la última glaciación, a los cuales llamó “postfiniglaciales”, que estarían asociados con las neoglaciaciones ocurridas durante ciertos momentos del Holoceno tardío. Para mayor detalle, pueden consultarse los trabajos de Rabassa y Clapperton (1990), Rabassa (2008), Rabassa et al. (2011) y la bibliografía allí citada.

Durante los momentos de mayor temperatura (períodos interglaciales), el clima se hace más benigno y los frentes glaciarios retroceden muy pronto hacia las montañas, por la fusión producida como consecuencia del calentamiento regional. En lo que comúnmente se llama el período Tardiglacial y en el comienzo del Holoceno (entre 10.000 y 8000 años atrás), esta retracción ocurrió muy velozmente, a razón de hasta varios kilómetros por año. Asimismo, los glaciares perdieron espesor y el manto de hielo patagónico se desintegró en muchos casquetes aislados en las montañas, la mayoría de los cuales desaparecieron luego durante el resto del Holoceno, hasta los tiempos actuales. Solo los Mantos de Hielo Patagónico Norte y Sur y sus grandes glaciares de descarga, y el manto existente sobre la cordillera Darwin en Tierra del Fuego, sobrevivieron al calentamiento global del Holoceno, así como algunos casquetes de hielo y numerosos glaciares de circo en las montañas más elevadas. Un ejemplo de ello son los glaciares que hoy permanecen sobre el monte San Lorenzo (denominado monte Cochrane en Chile) ubicado en el límite internacional Argentina-Chile (47°35’ Lat. S, 72°18’ Long. O).

Dentro de esta tendencia general al calentamiento, en los últimos milenios se han continuado produciendo fluctuaciones en el clima global, atribuidas, todas ellas, a causas astronómicas y oceanográficas de alcance planetario. Así, en los últimos 4500 años, tuvieron lugar los estadios fríos denominados “neoglaciales”. En la Patagonia se reconocieron por lo menos tres eventos neoglaciales, que tuvieron lugar los primeros hacia 4500 y 2200 años atrás y, el tercero, entre el siglo xiv y mitad del xix. Este último período frío fue denominado “Pequeña Edad de Hielo” (PEH, llamada en inglés Little Ice Age), el cual tuvo carácter global y finalizó alrededor del año 1850. Durante su desarrollo, se produjo la última expansión de los glaciares patagónicos, cuyos depósitos sedimentarios cierran hoy algunos de los lagos cordilleranos, como, por ejemplo, la Laguna Torre en la zona de El Chaltén (provincia de Santa Cruz, Argentina). En 1816, tuvo lugar el año más frío de la historia desde que se tienen instrumentos para medir la temperatura, año que fue conocido como “el año sin verano”. Esta circunstancia fue asociada fundamentalmente a la explosión del volcán Tambora, en Indonesia, en el año 1815, que emitió cenizas volcánicas que permanecieron en la atmósfera bloqueando la entrada de radiación solar y generando un evento similar al llamado “invierno nuclear”, de inusual intensidad y varios años de duración.

Figura 4. Glaciaciones en la Patagonia según el mapa de Carl Caldenius (1932).

La PEH ocurrió luego del “Período Templado Medieval” (PTM), evento paleoclimático que se extendió entre los siglos viii y xiv. A su vez, el PTM tuvo lugar después de la denominada “Primera Pequeña Edad de Hielo” (PPEH), que se desarrolló entre los siglos iv y viii, con su pico extremo de bajas temperaturas hacia el año 590 de nuestra era. Todos estos eventos climáticos, cálidos y fríos, se produjeron por causas naturales, sin intervención antrópica ni en sus orígenes ni en su desarrollo, pero con influencia en los ecosistemas y las actividades humanas.

En la actualidad, el planeta se encuentra en un nuevo período de calentamiento, el cual ha sido denominado “Calentamiento Global”, cuyas causas son atribuidas, fundamentalmente, a la emisión de gases invernadero derivados de los procesos de industrialización, agricultura y urbanización. Este aumento generalizado de la temperatura ocasiona cambios en el comportamiento de las variables climáticas y en los ecosistemas, y altera profundamente la dinámica hidrológica y la distribución de los recursos hídricos, fundamentales para el desarrollo de las sociedades. Como consecuencia de este calentamiento, la mayoría de los glaciares de montaña han retrocedido muy intensamente en las últimas cuatro décadas, y es muy probable que muchos de ellos, particularmente los pequeños glaciares de circo, desaparezcan hacia la mitad del presente siglo. Este proceso se manifiesta tanto a escala global como regional, y modifica, además de la dinámica hidrológica mencionada, el nivel del mar y la disponibilidad de recursos paisajísticos, base de la actividad turística y económica de muchas localidades de la Patagonia. Algo particular de este nuevo período de calentamiento es la sincronicidad con que se manifiesta a nivel global, no registrado para eventos preexistentes en los últimos 2000 años (Neukom et al., 2019). El mapa presentado en la Figura 5 muestra claramente esta situación. Las diferencias tonales indican el desvío respecto al promedio en cada región del planeta. Los tonos rojos refieren a las zonas donde la temperatura media del año 2021 superó el promedio de las últimas dos décadas. Nótese que la región patagónica es una de las que registra un notorio calentamiento, del orden de 1-2 °C.

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Figura 5. Mapa de temperatura media del año 2021 en relación con la media del periodo 1991-2020. Fuente: ERA5. Servicio de Cambio Climático de Copernicus, Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (CEPMPM o ECMWF, del inglés European Centre for Medium-Range Weather Forecasts).

Las secuencias glaciales pleistocénicas y las fluctuaciones climáticas ocurridas durante el Holoceno provocaron numerosos cambios ambientales que, por un lado, contribuyeron al modelado de los paisajes actuales pero que, además, produjeron importantes modificaciones en los ecosistemas respecto de lo que conocemos en la actualidad, algunas de las cuales afectaron también el poblamiento del sur del continente. A continuación, se mencionan los principales cambios ocurridos en esta región.

En primer lugar, los períodos glaciales conllevan un descenso del nivel del mar, que puede alcanzar varias decenas de metros durante los eventos fríos y hasta 100-140 metros durante los episodios glaciales plenos. Este descenso del nivel del mar dejó parcialmente expuesta la plataforma submarina argentina, lo cual incrementó fuertemente el efecto de la continentalidad en el clima regional, con aumento de las temperaturas frías extremas, disminución de la precipitación y carencia de los efectos atenuantes del mar. Se estima que, en las regiones australes de la Patagonia, el clima habría descendido, como mínimo, unos 6° C (Heusser, 1989a; Clapperton, 1993; Rabassa, 2008).

Representaciones de la paleogeografía muestran que la región pampeana y la Patagonia habrían duplicado su superficie durante el UMG, aunque sin alcanzar a formar un puente terrestre con las Islas Malvinas (Figura 6). Para el Pleistoceno tardío, este enorme aumento de la superficie continental es un importante hecho en lo que hace a las condiciones ambientales y a las trayectorias y espacios disponibles para la colonización humana en ambas regiones.

Figura 6. Modelo digital de elevación que muestra la extensa superficie continental que habría estado expuesta durante el UMG (A) en relación con la posición actual del nivel del mar (B). También se ha representado, en color blanco, la extensión del Campo de Hielo Patagónico y otras zonas englazadas en ambos períodos. Fuente: elaboración propia con base en Ponce y Rabassa, 2012.

Los mares también experimentaron numerosos cambios respecto a la situación actual. Las aguas marinas superficiales disminuyeron su temperatura entre 4° C y 6° C según la latitud, lo que afectó la distribución de las corrientes marinas y la posición de los centros anticiclónicos oceánicos, tanto en el océano Atlántico como en el océano Pacífico. La corriente fría de Malvinas se habría desplazado hacia el este y alcanzado posiciones más septentrionales que en la actualidad, desplazando hacia el norte el frente de colisión con la corriente cálida del Brasil, modificando así la distribución de las tormentas de invierno en la región pampeana y, probablemente, disminuyendo la influencia oceánica e incrementando el déficit hídrico durante estos periodos. Esto puede ser muy importante en el condicionamiento de la llegada y dispersión humana en la Patagonia, durante el Tardiglacial.

El centro anticiclónico del océano Pacífico Sur fue desplazado hacia el norte durante los episodios glaciales. Ello determina que la llanura pampeana oriental, Uruguay y el sur del Brasil fueran progresivamente afectados por los fríos y secos vientos del oeste. La acción eólica creciente llevó al desarrollo de intensos procesos de deflación, con la génesis de numerosas cuencas endorreicas y lagos salados y también la formación de campos de dunas en la Patagonia norte y en el oeste de la provincia de Buenos Aires (Iriondo, 1999; Clapperton, 1993; Rabassa, 2008). Esta actividad eólica fue también responsable de la acumulación de importantes espesores de loess en la región pampeana y Uruguay, donde la vegetación, aunque más raleada que durante las épocas interglaciales, fue capaz de retener las fracciones más pequeñas, de arenas finas, limos y arcillas. Esto posibilitó el posterior desarrollo de los suelos profundos que hoy caracterizan a esa región y que soportan gran parte de la actividad agropecuaria.

Los cambios climáticos forzaron, asimismo, modificaciones en la cobertura vegetal, con fuertes desplazamientos latitudinales de la mayoría de los ecosistemas durante las glaciaciones. La tundra, la cual está restringida hoy a las cumbres de las montañas, por encima del límite superior del bosque, se desarrolló sobre toda la Patagonia sur, y quizás hasta la latitud de 42-44˚ S. Las condiciones de tundra incluían suelos congelados, permanentes o transitorios, por lo menos alrededor de los márgenes del hielo, aunque su expansión hacia el este pudo haber sido mayor (Calvin Heusser, en Bujalesky et al., 1997). El ambiente de tundra permitió también el desarrollo de moldes de cuñas de hielo y otras estructuras criogénicas en el sur de la región (Coronato et al., 2004; Trombotto, 2008; Ercolano et al., 1997; Bockheim et al., 2009), las que pueden observarse frecuentemente en cortes de camino, banquinas y canteras (Figura 7).

Figura 7. Estructuras criogénicas formadas en condiciones ambientales de suelos congelados en el pasado. Arriba: vista de “suelos poligonales” en banquinas próximas a la localidad de Gobernador Gregores (Santa Cruz). Abajo: las mismas estructuras de relleno de grietas en un corte vertical, en donde se observan “cuñas” (cantera próxima al río Coyle, en Santa Cruz), tal como puede apreciarse en el detalle de la derecha. Fuente: fotografías de E. Mazzoni.

La tundra estuvo caracterizada por la ausencia de bosque, evidenciada por la nula participación de polen arbóreo en registros palinológicos (Bujalesky et al., 1997). En el sector chileno, a medida que el hielo alcanzó las aguas del océano Pacífico al sur de 44º S, el bosque como ecosistema fue probablemente suprimido en su totalidad, quizás con solo refugios aislados en islas remotas o picos costeros que no fueron cubiertos por el hielo. En las pendientes orientales, el bosque se encontraba atrapado entre el frente de los glaciares de descarga y la isoterma anual de 0º C hacia el oeste, y entre el ambiente de estepa herbácea y la isohieta anual de 300 mm hacia el este, lo cual habría limitado su expansión hacia las mesetas patagónicas. Estos ecosistemas fueron severamente dañados y el bosque fue fragmentado en diversas poblaciones, en refugios restringidos y remotos desde los 36˚ S hacia posiciones más meridionales. En Tierra del Fuego, el bosque fue probablemente desplazado durante las glaciaciones hacia la presente plataforma submarina (Coronato et al., 1999) y desde allí se produjo la recuperación del ecosistema boscoso en el continente.

En tiempos del Tardiglacial, a medida que los glaciares retrocedían, este ambiente de tundra fue rápidamente reemplazado por una vegetación de estepa de gramíneas, con sectores aislados de bosque de Nothofagus, que progresivamente se fue recuperando en el ambiente andino. Sin embargo, los registros polínicos muestran que esta recuperación no fue constante. Por ejemplo, alrededor de 13.000 y 11.000 años 14C atrás, el contenido de polen arbóreo prácticamente desapareció del registro, y fue totalmente reemplazado por Gramineae y Empetrum, lo que indica el regreso de condiciones regionales frías. Pero hacia 10,2 años 14C ka AP (miles de años antes del presente), el contenido polínico de los registros indica que el bosque habría reiniciado su expansión en la isla Grande de Tierra del Fuego, alcanzando condiciones cercanas a las actuales en el primer milenio del Holoceno, aunque la presente conformación del bosque recién fue alcanzada cerca de 8 14C ka AP (Heusser, 1989b).

Estos cambios ecosistémicos fueron acompañados por un reemplazo faunístico terrestre muy significativo, con la expansión hacia el norte de la fauna patagónica durante los episodios fríos, que habrían alcanzado el sur del Brasil. Asimismo, la fauna brasileña invadió las pampas y aun la Patagonia más septentrional durante los periodos interglaciales, lo cual ha sido demostrado para el Pleistoceno tardío en el registro de vertebrados fósiles pampeanos (Tonni y Cione, 1995; Tonni y Carlini, 2008), y es muy probable que un intercambio similar haya funcionado como tal durante cada ciclo climático mayor.

Estas modificaciones paleoambientales habrían jugado un rol importante en el proceso de poblamiento temprano del extremo sur de América, el cual tuvo lugar por lo menos desde la transición Pleistoceno tardío-Tardiglacial. Los grupos humanos que se desplazaban hacia el sur, probablemente en búsqueda de regiones con una alta densidad de megamamíferos sobrevivientes del Pleistoceno, no solo atravesaron los cambios ambientales progresivos típicos de la deglaciación sino que, además, habrían sufrido el estrés ambiental generado por los dos episodios fríos del Tardiglacial (Rabassa et al., 2005; Rabassa, 2008). Seguramente, en este contexto, las tierras próximas al mar y bajo su influencia ofrecieron las rutas más apropiadas para el poblamiento humano.

Solo cerca de 9000 años 14C AP se establecieron definitivamente los ambientes propios del Holoceno, caracterizados en la Patagonia extraandina por una estepa arbustivo-herbácea que conlleva a la desaparición final de la fauna pleistocénica y la abundancia creciente del guanaco (Lama guanicoe; Miotti y Salemme, 1999; Rabassa et al., 2005; Rabassa, 2008). Los glaciares son reducidos a sus condiciones actuales, lo que permite así la ocupación total de la mayoría de las tierras patagónicas, incluyendo el piedemonte andino y las áreas próximas al estrecho de Magallanes.

Rasgos físicos de la Patagonia austral

El mapa presentado en la Figura 2 muestra la diversidad que, desde el punto de vista de las unidades geológicas y de relieve, pueden diferenciarse en la región. Estas, resultado de la historia geológica, constituyen un factor de primer orden en la configuración del paisaje, conjuntamente con el clima. Este último interviene en el modelado del relieve, en el proceso de formación de los suelos y en el desarrollo de la biota, factores que, en su conjunto, brindan el marco natural para el asentamiento de la población y para el desarrollo de las actividades económicas que, en la Patagonia, están fuertemente asociadas a la explotación de los recursos naturales y del paisaje.

Clima

Las condiciones climáticas de la región están determinadas fundamentalmente por la posición geográfica, por la influencia del Anticiclón del océano Pacífico Sur y por la cordillera de los Andes, que actúa como una barrera orográfica de primera magnitud.

Como se mencionó, la región patagónica se extiende como una cuña en un hemisferio principalmente oceánico. Las grandes masas de agua provocan un efecto moderador de las temperaturas, por la cual estas no son tan extremas como en latitudes similares del hemisferio norte. Por otro lado, las altas latitudes de la Patagonia meridional son causantes del clima frío imperante en casi toda la región. Los criterios para diferenciar los climas varían según la clasificación utilizada; sin embargo, un procedimiento simple considera dentro de este tipo de clima a los territorios con temperatura media anual comprendida entre 0 y 10 °C. Según este criterio, solo el sector oriental de la provincia de Chubut y el noreste de Santa Cruz quedarían excluidos de tal condición climática (Figura 8).

Figura 8. Temperatura media anual del aire (°C) para el período comprendido entre 1970- 2000, con resolución espacial de 30”. Fuente: WorldClim2 dataset (Fick and Hijmans, 2017; www.worldclim.org/).

En este comportamiento de la temperatura influye, además de la latitud –condicionante de la radiación solar que llega a la superficie–, la altura sobre el nivel del mar: la temperatura del aire disminuye en razón de 1°C en la medida que el terreno asciende 160 m aproximadamente. En consecuencia, en la franja occidental, el relieve de montaña ocasiona temperaturas más bajas que en similares latitudes ubicadas hacia el este. Los valles cordilleranos, excavados por los glaciares y cuyas cotas suelen ser inferiores a los 200 m, poseen microclimas, con temperaturas más favorables que las cumbres cercanas, por lo que resultan ambientes especialmente aptos para el asentamiento de la población. En estos valles se encuentran localidades como El Chaltén (49° 20′ S, 72° 53′ O) y Tolhuin (42° 54′ S, 71° 19′ O) en la Argentina y Cochrane (47° 15′ S, 72° 34′ O) y Villa O’Higgins (48° 28′ S, 72° 33′ O) en Chile, entre otras (ver localización en Figura 30).

La temperatura media de verano tiene gran importancia en la posición topográfica de la línea de nieve permanente, por encima de la cual la nieve depositada durante el invierno permanece de un año a otro posibilitando la formación y conservación de los glaciares. En la parte meridional de la Patagonia, esta línea se ubica en posiciones topográficas que varían entre unos 1500 m y 800 m s. n. m. de norte a sur, aproximadamente.

El Anticiclón del océano Pacífico Sur es un centro de alta presión que emite constantes y persistentes vientos del oeste. Estos vientos, que se originan sobre el océano, ingresan cargados de humedad en el continente, donde son interceptados por la cordillera de los Andes, que actúa como una barrera topográfica casi continua. Al chocar con el relieve montañoso, las masas de aire ascienden y se enfrían, lo cual provoca la condensación de gran parte de la humedad que transportan, lo que ocasiona abundantes precipitaciones de agua y nieve en la vertiente occidental de los Andes, las que superan ampliamente los 2000 mm anuales. Los vientos continúan con muy poca carga de humedad hacia el interior del continente y las precipitaciones se reducen fuertemente en pocos kilómetros, disminuyendo a 500-400 mm en el sector pedemontano oriental y a menos de 200 mm unos 100 km hacia el este. Este factor ocasiona un clima hiperhúmedo a húmedo en la franja occidental de la Patagonia y condiciones de climas semiáridos y áridos en el ambiente de mesetas extraandinas. Dada la predominancia de los vientos del oeste, la influencia del océano Atlántico solo se hace sentir en una estrecha franja costera, especialmente en el golfo San Jorge (límite interprovincial Chubut-Santa Cruz) y en la Bahía Grande, hacia el sur de Santa Cruz. En la Figura 9 puede observarse la distribución de las precipitaciones.

Figura 9. Precipitación media anual (mm) para el período comprendido entre 1970-2000, con resolución espacial de 30”. Fuente: WorldClim2 dataset (Fick y Hijmans, 2017; www.worldclim.org/).

Otro rasgo climático característico de la región es el viento, que sopla durante todo el año, incrementándose en intensidad y frecuencia durante las estaciones estivales. Este comportamiento se relaciona con el desplazamiento del Anticiclón del Pacífico Sur de norte a sur en las distintas estaciones del año. La acción del viento ha intervenido significativamente en el modelado del paisaje, así como en el desarrollo de los ecosistemas terrestres y en las adaptaciones de los pobladores. La frecuente presencia de “cortinas rompeviento” en las instalaciones rurales, así como la ubicación de puestos y cascos de estancia en laderas protegidas, son buenos ejemplos de ello (Figura 10).

Figura 10. Vista de una instalación rural en el piso de un cañadón, de donde obtiene agua y protección ante las rigurosas condiciones climáticas de la región. Nótese, asimismo, la distribución de la vegetación, concentrada en las posiciones topográficas más bajas. Fuente: fotografía de E. Mazzoni.

Relieve

Como se ha explicado precedentemente, el relieve es consecuencia de la estructura e historia geológica regional y su interacción con el clima. Destacan dos relieves contrastantes: la cordillera de los Andes y la meseta patagónica (Figura 11), que alternan con formas onduladas a quebradas en el Macizo Norpatagónico y en el Macizo del Deseado (ver Figura 2).

Figura 11. Vista de las dos grandes unidades morfológicas que conforman el relieve patagónico: la cordillera de los Andes, en el plano central, y la meseta patagónica, en primer plano. Además de sus diferencias topográficas, confluyen en estas unidades distintas condiciones climáticas, hidrográficas y biomas que configuran diferentes tipos de paisaje. Fuente: fotografía de E. Mazzoni.

La cordillera de los Andes se extiende por la franja occidental con dirección norte-sur en toda la Patagonia continental y recorre el sur de Tierra del Fuego con dirección oeste-este. Este cambio de orientación se relaciona con la migración de la placa de Scotia hacia el este, proceso que, como se mencionó, se encuentra activo.

El relieve cordillerano se caracteriza por las importantes elevaciones, que ocasionalmente superan los 3000 metros sobre el nivel del mar (m s. n. m.), y, asimismo, por los grandes desniveles, sorteados por laderas abruptas que delimitan profundos valles. Los valles de mayores dimensiones fueron modelados por la acción glacial, que les otorgó un característico perfil transversal en “U”, con laderas abruptas y pisos amplios que alojan frecuentemente cursos de agua permanente, lagos y ecosistemas de mallines (pastizales húmedos), tal como el que puede visualizarse en la Figura 12. Por el profundo nivel de exaración glacial, muchos de estos valles se ubican en posiciones topográficas cercanas a los 200 m s. n. m., lo que les otorga condiciones climáticas benignas, que han favorecido el tránsito y asentamiento de la población.

Al igual que los valles, las cumbres cordilleranas han sido modeladas por la erosión glacial, producto de lo cual exhiben agudas aristas y horns, tales como las Torres del Paine (Chile) y el cordón del monte Fitz Roy en el límite internacional, mundialmente conocidos por su impactante relieve y belleza escénica (Figura 13). El cerro Torre, integrante del segundo, constituye un desafío para escaladores de nivel internacional.

Figura 12. Paisaje característico del ambiente cordillerano patagónico, con un profundo valle glacial que aloja lagos y lagunas. Fuente: fotografía de E. Mazzoni.

Figura 13. Vistas del relieve glacial en las cumbres cordilleranas. A la izquierda se observa el cordón del Fitz Roy, visto desde el camino que accede a la localidad de El Chaltén (Argentina), en tanto que, a la derecha, se observan las Torres del Paine (Chile). En ambas fotografías, en primer plano se observan rocas aborregadas, producto del modelado subglacial. Fuente: fotografías de E. Mazzoni.

El modelado glacial se extiende también en la costa pacífica y en la costa sur de Tierra del Fuego, con la abundante presencia de fiordos. Estos son antiguos valles glaciales inundados por el mar, franqueados por imponentes paredes rocosas (Figura 14).

Figura 14. Fiordo de Última Esperanza (Chile), uno de los tantos canales que integran el archipiélago patagónico-fueguino. Fuente: fotografía de E. Mazzoni.

Como se mencionó, en las latitudes más altas los glaciares se extendieron progresivamente hacia el piedemonte y el ambiente de meseta, alcanzando la actual costa atlántica al sur del río Gallegos. En esta zona, los lóbulos glaciales procedentes tanto del oeste como del estrecho de Magallanes dejaron una morfología de suaves lomadas, coronadas de “bloques erráticos”, tal como se ilustra en la Figura 3.

La altura media de la cordillera disminuye gradualmente hacia el sur y es, a su vez, menos compacta, lo que posibilita el ingreso de los vientos húmedos del oeste hacia una posición más oriental que en latitudes más bajas. En consecuencia, el área extraandina del extremo austral de la Patagonia recibe mayores precipitaciones que el resto, lo que se manifiesta en un ecosistema con una proporción de plantas herbáceas mayor que la estepa arbustiva característica de la franja centro-oriental de la Patagonia. Esas condiciones topográficas han permitido, también, una frecuencia más alta de pasos intermontanos que la que existe hacia el norte y una frontera argentino-chilena más abierta.

No obstante, entre las latitudes de 46° 30’ S – 47° 30’ S y 48° 20’ S – 51° 35’ S se localizan los campos de hielo de montaña conocidos como Hielo Patagónico Norte (HPN) y Hielo Patagónico Sur (HPS) respectivamente, remanentes del gran manto de hielo de montaña existente durante la última glaciación. Estos mantos impiden la comunicación terrestre entre las dos vertientes cordilleranas, así como la circulación en territorio chileno a lo largo de los 250 km por los que se extiende el HPS. Estos glaciares cordilleranos, así como el manto ubicado sobre la cordillera Darwin en Tierra del Fuego, constituyen las mayores reservas de agua dulce del Cono Sur y un invalorable recurso turístico. Sin embargo, y en consonancia con el calentamiento global mencionado precedentemente, disminuyen rápidamente sus dimensiones.

Además de las geoformas modeladas por la acción glacial, el relieve cordillerano exhibe, asimismo, numerosos rasgos fluviales, con abundancia de cursos permanentes que excavan profundos valles, en los que resulta frecuente la presencia de rápidos y cascadas.

Los procesos de remoción en masa también se ven potenciados por las fuertes pendientes y la abundancia de agua, nieve y hielo. Pueden desencadenarse procesos rápidos como aludes, caída de detritos, coladas de barro y deslizamientos, así como algunos de índole más lenta, como la solifluxión, que afecta numerosas laderas (Figura 15).

Figura 15. Procesos de remoción en masa que afectan las laderas. A la izquierda se observa la cicatriz dejada por un deslizamiento de detritos en la margen norte del lago del Desierto (Santa Cruz, Argentina). A la derecha, la solifluxión ha provocado el colapso del material en la zona de Río Turbio, en la misma provincia. Fotografías: E. Mazzoni.

El relieve mesetiforme se desarrolla desde el piedemonte andino hasta la costa atlántica, solo interrumpido por la topografía más quebrada que se presenta en el Macizo del Deseado, el Macizo Norpatagónico y en algunas manifestaciones orogénicas antiguas y bajas, como los montes Patagónides (ver Figura 2). Se caracteriza por sus formas tabulares, cuya altura disminuye progresivamente hasta el mar, donde forma acantilados. Estas mesetas son resultado de la acumulación de grandes cantidades de sedimentos, de ambientes marinos y continentales, portadores de numerosos restos fósiles. Habitualmente, las mesetas están coronadas por los denominados “Rodados Patagónicos” (Fidalgo y Riggi 1970, Martínez et al., 2009), capas de gravas cuaternarias de variados espesores y asociadas a diversos orígenes, frecuentemente generados por procesos fluviales y fluvioglaciales (Martínez y Coronato, 2008).

Figura 16. Comparación entre el paisaje de meseta (izquierda) y el relieve más quebrado del Macizo del Deseado, con abundantes afloramientos rocosos (derecha). Fotografías: E. Mazzoni.

El ambiente mesetiforme está disectado por grandes valles que muestran una dirección predominante oeste-este, que se origina en el frente cordillerano o en los grandes lagos patagónicos. Estos valles fueron excavados por las aguas de deshielo durante los sucesivos ciclos glaciales e interglaciales ocurridos durante el Pleistoceno. En la actualidad, están recorridos por “ríos disminuidos” con un caudal relativamente muy pequeño en relación con su tamaño, con anchos que superan la decena de kilómetros y en cuyo piso se suceden varios niveles de terrazas, testimonio de su progresivo desarrollo.

Estos ríos desembocan en el océano Atlántico en forma de estuario, y se abren en amplios conos por donde las aguas marinas ingresan hacia el interior del continente y afectan a este tramo final con la dinámica de las mareas. En el ámbito local, poseen la toponimia de “ría”, otorgada por los primeros colonos por su similitud con las denominadas “rías gallegas”. Algunos son también estuarios complejos, formados por la confluencia de dos cursos fluviales, como en los casos de los ríos Chico-Santa Cruz y Gallegos-Chico, ambos en la provincia de Santa Cruz.

La geomorfología de las mesetas se completa con la presencia de cañadones individuales o formando sistemas complejos, así como con depresiones, estas últimas conocidas regionalmente con la denominación de “bajos sin salida” (Fidalgo, 1972). Los primeros son valles efímeros de perfil transversal trapezoidal (“uadis”), que drenan hacia el mar o hacia cuencas endorreicas. Las segundas constituyen un rasgo muy común del ambiente extracordillerano patagónico, formadas por procesos múltiples en los cual la acción del viento resulta significativa (Figura 17).

Figura 17. Depresión ocupada por una laguna temporaria. La línea blanca indica la reciente fluctuación del nivel de agua. En su ladera posterior se aprecia un asentamiento rural, instalado allí por la protección a los fuertes vientos regionales y por la proximidad al recurso hídrico. Un detalle se aprecia a la izquierda. Fotografía: E. Mazzoni.

Asociados a estas geoformas es común encontrar campos de arena, muchas veces denominados “lenguas de erosión” (Movia, 1972) o “plumas eólicas” (Mazzoni, 2001; Mazzoni y Vázquez, 2009) y otras formas modeladas por la acción del viento como dunas parabólicas, “nebkas” y dunas de arcilla (“lunettes”, Bowler, 1973). El avance de las plumas eólicas en la dirección predominante del viento suele ser muy rápido y puede alcanzar en unos pocos años una longitud de decenas de kilómetros, afectando la cubierta vegetal (Mazzoni et al., 2002). Estas geoformas suelen considerarse como evidencia del proceso de degradación de las tierras (Soriano y Movia, 1986; Mazzoni y Vázquez, 2009).

Figura 18. “Plumas eólicas” asociadas a los “bajos sin salida”. A la izquierda puede verse un manto de arena que cubre parcialmente a la vegetación. A la derecha, una pluma conformada por “nebkas” de arenas y arcillas, cuyo detalle se aprecia en la fotografía central. Fotografías: E. Mazzoni.

Parte de estas amplias mesetas sedimentarias fueron cubiertas por coladas de lava basáltica, cuya efusión se produjo durante los períodos Terciario y Cuaternario, incluso algunas en tiempos muy recientes, como las que se exponen en el Campo Volcánico Pali Aike (CVPA), al sur del continente. Las rocas volcánicas protegieron de la erosión el sustrato preexistente, conservándose en el paisaje como mesetas sobreelevadas varias decenas a centenas de metros respecto del entorno (Mazzoni y Rabassa, 2018a). Entre las manifestaciones más significativas pueden mencionarse la meseta del lago Buenos Aires en el noroeste de Santa Cruz (46°58’ S, 71°15’ O) y la meseta del lago Strobel (48°33’ S, 71°14’ O), también en la misma provincia, que poseen cotas por encima de los 1000 m, que resultan en relieves de muy difícil acceso. No obstante, estas mesetas volcánicas en su conjunto constituyeron un importante recurso para el poblamiento de la región, en tanto ofrecieron reparo y recursos hídricos y biológicos a las poblaciones originarias, así como a los habitantes rurales en la actualidad (Mazzoni y Rabassa, 2018b). Como testimonio de esta utilización, muchas de sus paredes exhiben representaciones rupestres, como pinturas y grabados, que en algunos casos evidencian una ocupación reiterada del espacio desde edades cercanas a los 10.000 años antes del presente (Re et al., 2019; Manzi et al., 2019).

Figura 19. Mesetas volcánicas. Izquierda: vista aérea parcial de la meseta Mata Amarilla, localizada al norte del río Santa Cruz. Nótese la vegetación que se extiende a lo largo de la ladera, que denota la presencia de manantiales en el borde basáltico. Fotografía: J. Fenoglio. Centro: detalle donde se aprecia la escarpa basáltica, con presencia de cuevas, que ofrecieron refugio a las poblaciones prehispánicas. Izquierda: figuras talladas en estas rocas (petroglifos). Fotografías: E. Mazzoni.

En el extremo más austral de la región, la meseta cambia su configuración hacia un paisaje de suaves lomadas, resultado de la extensión de los glaciares que alcanzaron la actual costa atlántica durante la GGP y otros eventos glaciales posteriores. Este paisaje colinado se manifiesta desde el sur del río Gallegos en Santa Cruz hasta los Andes fueguinos, cuya orientación es O-E en Tierra del Fuego. En el sector suroriental de Santa Cruz y en el área próxima con Chile, las formas glaciales y fluvioglaciales se intercalan con el volcanismo del CVPA, originando un paisaje único en la región donde se suceden volcanes alineados, coladas basálticas, maares y otras geoformas simples y/o complejas (Corbella, 2002), como por ejemplo los cráteres donde se aloja la laguna Azul, el monte Diablo Negro o el monte Aymond, todos ellos en proximidad del límite internacional (Figura 20).

Figura 20. Vistas de algunos rasgos significativos del CVPA. Arriba: volcanes alineados que siguen líneas estructurales. Abajo: tres cráteres volcánicos anidados que albergan a la laguna Azul, uno de los pocos cuerpos de agua permanente de la Patagonia austral extracordillerana. Fotografías: E. Mazzoni.

Hidrografía

Consecuentemente con las condiciones climáticas arriba descriptas, los recursos hídricos más destacados de la región patagónica se concentran en el ambiente cordillerano, donde las abundantes precipitaciones pluvionivales y la fusión de los glaciares permiten la existencia de numerosos ríos de régimen permanente y lagos (Figura 21), algunos de ellos de enormes dimensiones. Entre estos últimos destacan los lagos Buenos Aires-General Carrera, San Martín-O’Higgins, Viedma y Argentino, con una superficie individual que excede los 1000 km2, lo que los convierte en los cuerpos de agua más importantes del sur del continente sudamericano. Una característica particular de estos lagos es que sus límites se extienden fuera de la franja montañosa, alcanzando por el este el ambiente árido extracordillerano (Figura 22).

Figura 21. Recursos hídricos en el ambiente cordillerano. A la izquierda, el lago del Desierto (Santa Cruz). A la derecha, un caudaloso río cordillerano. Fotografías: E. Mazzoni.

Figura 22. Extremo oriental del lago Argentino (Santa Cruz), uno de los extensos lagos glaciales que se extienden hasta el ambiente extracordillerano. Fotografía: E. Mazzoni.

Los ríos que atraviesan las mesetas tienen sus cabeceras en las montañas occidentales o en los grandes lagos mencionados, donde reciben los aportes hídricos que posibilitan su régimen permanente. Estos cursos de agua han permitido el asentamiento humano y el desarrollo de oasis bajo riego, como sucede en el tramo inferior del río Chubut.

Los ríos cuyas nacientes se ubican en el piedemonte andino o en las mesetas tienen escaso caudal y, en ocasiones, régimen intermitente. Como ejemplos pueden citarse el río Chico, tributario del río Chubut en la provincia homónima, y los ríos Chico, Chalía, Gallegos y Deseado en Santa Cruz. Este último pierde totalmente sus aguas por infiltración y/o evaporación en su tramo medio.

Figura 23. Vista aérea del río Santa Cruz (izquierda) y detalle del tramo final donde se ubica la localidad de Comandante Luis Piedra Buena. Se trata del curso de agua más caudaloso de la Patagonia austral, con nacientes en el lago Argentino (Santa Cruz). Fotografías: Izquierda: J. Fenoglio; derecha: E. Mazzoni.

En las mesetas, aparecen también lagunas que ocupan las depresiones conocidas como “bajos sin salida”, arriba mencionadas. En su mayoría, estas lagunas se encuentran alimentadas por las precipitaciones, razón por la cual poseen un régimen temporario, con fuertes variaciones estacionales en su nivel. No obstante, constituyen un recurso hídrico de importancia para la fauna silvestre y el ganado, por lo que suelen utilizarse como sitio de emplazamiento de asentamientos rurales, especialmente las de mayores dimensiones, que pueden alcanzar varios kilómetros de diámetro y decenas de metros de profundidad (ver Figura 17).

Los recursos subterráneos constituyen otra fuente importante de agua. Los pozos y manantiales brindan agua de manera significativa en instalaciones rurales y urbanas alejadas de los principales cursos fluviales y de los lagos patagónicos, particularmente en el ambiente extraandino. Muchos manantiales están relacionados con superficies fisuradas captadoras de agua, tal como sucede con las piroclastitas jurásicas del Grupo Bahía Laura (expuestas en el Macizo del Deseado) y los basaltos terciarios y cuaternarios, que forman las mesetas arriba descriptas. Los mantos de gravas y niveles arenosos de las formaciones terciarias, así como planicies aluviales cuaternarias, contienen también buenos acuíferos.

Figura 24. Izquierda: molino con el tanque australiano que posibilita el almacenamiento del agua extraída del subsuelo. Derecha: detalle de una vertiente en una escarpa basáltica. Fotografías: E. Mazzoni.

Biota

La distribución de la vegetación responde a las condiciones climáticas arriba descriptas, ajustándose a los gradientes de precipitación y temperatura, así como al aporte local de agua, por proximidad del nivel freático o presencia de manantiales o vertientes. Los que responden a las condiciones climáticas son biomas zonales, tales como los bosques y la estepa. Los asociados con aportes locales de agua reciben el nombre de “azonales” y, en general, son humedales de diferentes tipos, como mallines o marismas.

De este modo, en la franja cordillerana los tipos de vegetación dominantes son los bosques perennifolios y caducifolios, praderas graminosas, turberas y tundra, estas últimas en las altas cumbres. El bosque está compuesto principalmente por varias especies de Nothofagus. En la margen occidental de la cordillera de los Andes y en el archipiélago chileno, desde los 47º de latitud S hasta el cabo de Hornos se desarrolla un bosque hidrófilo perenne, cuyas especies características son el Nothofagus betuloides (guindo) y el Drymis winteri (canelo). Este último y el Embotrium cccineum (notro o ciruelillo) se ubican también en los ambientes húmedos de las costas de los canales fueguinos (Moore, 1974). La vegetación arbórea está acompañada, asimismo, por algunas plantas epífitas, helechos, musgos y líquenes. Hacia el norte de la latitud señalada domina un bosque templado de aspecto selvático –el bosque valdiviano–, en el que se superponen tres estratos arbóreos y un denso sotobosque de helechos, cañas, lianas y plantas epífitas.

En las laderas orientales de la cordillera austral, con una pluviosidad próxima a los 1000 mm anuales, se distribuyen los bosques mesófilos, compuestos mayoritariamente por árboles caducifolios como el Nothofagus pumilio (lenga) y el Nothofagus antarctica (ñire), de amplia distribución (Figura 25). En el centro-sur de Tierra del Fuego, dada la disposición O-E de la cordillera fueguina, el bosque se extiende hasta la costa atlántica y la isla de los Estados.

En las áreas bajas de la cordillera, principalmente pisos de valle y cubetas de origen glacial, y dependiendo de la temperatura y la provisión de humedad, se desarrollan pastizales húmedos (Figura 26), conocidos en la región con las denominaciones de “mallines” o “vegas”, así como turberas, estas últimas predominantes en Tierra del Fuego (Mataloni, 2017; Mazzoni, 2017).

Figura 25. Vistas del bosque mesófilo de Nothofagus, con especies caducifoliadas que se tornan rojizas en otoño. En la fotografía superior puede observarse su distribución en altura. La lenga se ubica en las posiciones topográficas más elevadas, por encima de los 1000 m s. n. m., en tanto que el ñire lo hace en cotas más bajas y en las áreas ecotonales. En la fotografía inferior izquierda puede observarse el bosque desarrollado en una muy delgada capa de suelo, sobre depósitos glaciales. Fotografías: E. Mazzoni.

Figura 26. Pastizales y mallines que ocupan las áreas bajas del ambiente cordillerano y los sectores subhúmedos del piedemonte, donde alternan con parches de ñire. En la foto de la derecha puede observarse también el límite superior del bosque en la meseta Latorre (Santa Cruz). Fotografías: E. Mazzoni.

En la medida que las precipitaciones disminuyen hacia el este de la región, la vegetación arbórea desaparece rápidamente, dando paso a especies arbustivas y graminosas, que conforman una estepa cuyas características varían con las condiciones climáticas y los niveles de degradación de las tierras, dado que gran parte de la región se encuentra afectada por procesos de desertificación (Figura 27). Estos procesos están relacionados con la historia del uso de la tierra, siendo particularmente el sobrepastoreo ovino y la explotación minera e hidrocarburífera aquellas de mayor impacto (Soriano y Movia, 1986; Soriano y Paruelo, 1990; Vázquez y Mazzoni, 2004). Producen cambios en el porcentaje de cobertura vegetal y en su composición, aumentando la proporción de suelo desnudo y disminuyendo la cantidad de especies de valor forrajero. El suelo queda expuesto a procesos erosivos eólicos e hídricos, que en condiciones extremas originan pavimentos de erosión y “tierras malas” (denominadas internacionalmente como badlands o huayquerías), geoformas que pueden observarse en la Figura 28.

Figura 27. Estepas del área extracordillerana de la Patagonia, con distinta proporción de arbustos y gramíneas, en la que se observa también la abundancia de guanacos (Lama guanicoe). Fotografías: E. Mazzoni.

Figura 28. Arriba: aspecto que adquiere la estepa degradada, con un elevado porcentaje de suelo desnudo y especies subarbustivas rastreras. Abajo: paisajes en los cuales la cubierta vegetal y el suelo han sido totalmente removidos por procesos de erosivos eólicos (izquierda: pavimentos de erosión) y por el escurrimiento superficial (derecha: “tierras malas” o “huayquerías”). Fotografías: E. Mazzoni.

En los ambientes costeros marítimos, particularmente aquellos protegidos del oleaje que permiten el depósito de partículas finas, como bahías y estuarios, se originan extensas planicies de mareas con desarrollo de marismas, áreas vegetadas en las que predominan salicáceas (particularmente Sarcocornia) y otras especies adaptadas a las condiciones de elevada salinidad (Schnack, 1985). Se trata de ecosistemas muy productivos, donde, además de las especies vegetales, habitan numerosas comunidades de invertebrados marinos, como crustáceos, bivalvos y poliquetos, entre otros (Bortolus et al., 2009). Asimismo, esta riqueza faunística convierte a las marismas en hábitat de múltiples especies de la avifauna, muchas de ellas migratorias (Ferrari et al., 2002).

El litoral patagónico ofrece, asimismo, numerosas especies de macroalgas (Liuzzi et al., 2011), incluyendo algunas de interés comercial como la Macrocystis pyrifera (“cachiyuyo”), de la cual existen extensas áreas boscosas en los mares australes. Allí viven y se reproducen diversos integrantes del ecosistema marino, como crustáceos, peces y moluscos, y buscan su alimento los representantes más conspicuos del mar, como aves y mamíferos marinos. Muchas relaciones biológicas de las aguas costeras dependen de la integridad de estos bosques (www.findelmundo.tur.ar).

Figura 29. Marisma del estuario del río Santa Cruz. Al fondo puede observarse el acantilado que forma la meseta al alcanzar la costa atlántica y la zona portuaria de Punta Quilla en la desembocadura del estuario. Fotografía: E. Mazzoni.

Cada ecosistema, de los cuales se ha descrito solo la vegetación, está acompañado por una rica fauna autóctona, así como por especies introducidas, incluyendo el ganado. En los ambientes de estepa, los ovinos constituyeron, décadas atrás, los mayores exponentes en cuanto a cantidad de cabezas, en detrimento de algunas especies silvestres como los guanacos, pumas y zorros. En la actualidad, ante el abandono de muchos establecimientos agropecuarios, algunas de las especies combatidas por el hombre han aumentado su población. En este abandono y/o disminución de la actividad ganadera ha tenido mucho que ver el proceso de degradación de las tierras ya mencionado, así como el efecto de erupciones volcánicas recientes, como las de los volcanes Hudson (1991) y Puyehue (2011), que cubrieron con ceniza amplios sectores de la meseta patagónica.

El medio natural y la acción humana. Los paisajes de la Patagonia austral

El medio natural, producto de la evolución geológica y ambiental de la región, y cuyas características se han expresado sucintamente en las páginas precedentes, brinda las condiciones y los recursos naturales para el asentamiento y desarrollo de las sociedades, cuyo aprovechamiento ha estado y estará en función no solo de estas características naturales sino también de intereses económicos, políticas públicas y tecnologías disponibles.

En algunos ítems se ha mencionado ya la importancia de ciertos ambientes y geoformas para la instalación humana, sea del ámbito rural o urbano. A continuación, se mencionan algunas potencialidades, limitaciones y riesgos vinculados con el uso pasado o actual del espacio geográfico de la Patagonia austral.

Desde fines del siglo xix, los ecosistemas patagónicos han mostrado cambios notorios asociados con la intervención antrópica, así como con las alteraciones provocadas por el calentamiento global en las últimas décadas.

En cuanto a las primeras, en el ambiente extraandino la introducción y desarrollo de la ganadería ovina extensiva y las actividades extractivas de hidrocarburos y minerales (la denominada “megaminería”) han desencadenado procesos de degradación de las tierras, que se manifiestan intensamente (desertificación grave a muy grave) en casi toda el área y de manera más leve hacia el sur de Santa Cruz y Tierra del Fuego, dadas las condiciones más húmedas que allí se registran (Del Valle et al., 1998).

Esta región extraandina, y particularmente sus áreas urbanas, se encuentra afectada también por eventos extremos de precipitación, impactos relacionados con causas meteorológicas y también con la instalación de asentamientos urbanos en lugares inapropiados o sin las medidas adecuadas de prevención (desagües pluviales, por ejemplo). Pueden citarse, entre los de mayor gravedad, los reiterados procesos de remoción en masa, flujos de agua y barro que perjudican a la localidad de Comodoro Rivadavia, en la provincia de Chubut. Una visión completa de la problemática se expone en el trabajo “Comodoro Rivadavia y la catástrofe de 2017” publicado por la Universidad Nacional de la Patagonia (Paredes, 2019).

En este paisaje mesetiforme y en contacto con la costa atlántica, se ubican las localidades más importantes de la región austral de la Patagonia: Comodoro Rivadavia en la provincia de Chubut; Caleta Olivia, Puerto Deseado, Puerto San Julián, Comandante Luis Piedra Buena, Puerto Santa Cruz y Río Gallegos en la provincia de Santa Cruz y Río Grande en la provincia de Tierra del Fuego, cuya localización se presenta en la Figura 30. El desarrollo de estas localidades ha estado ligado con la colonización del territorio y la ganadería, con el aprovechamiento de los recursos del subsuelo y con la actividad portuaria, principalmente. Parte de estas localidades presentan problemas serios en la provisión de agua dulce, dada la ausencia de recursos superficiales y la falta de mantenimiento y/o actualización de obras de infraestructura como, por ejemplo, en el acueducto que provee de este recurso a las localidades ubicadas en el golfo San Jorge.

En el paisaje cordillerano, los asentamientos urbanos están en estrecha relación con el ambiente marino, ubicados en proximidad de fiordos y canales, como las localidades de Puerto Aysén, Puerto Natales y Punta Arenas en Chile y Ushuaia en Tierra del Fuego. La actividad humana se centra en actividades económicas relacionadas con el turismo, la silvicultura y la ganadería bovina, a las que debe sumarse una importante actividad portuaria en centros urbanos como Punta Arenas y Ushuaia. A estas localidades costeras deben sumarse otros centros urbanos ubicados en el ambiente pedemontano, como las localidades de Lago Posadas, El Chaltén y El Calafate.

Los principales impactos están vinculados con la explotación forestal, los incendios y el uso indiscriminado del suelo con fines inmobiliarios. Muchas de estas causas suelen derivar en problemas de inestabilidad de las pendientes y desencadenar procesos de remoción en masa, con caída de detritos y deslizamientos de tierras, entre otros. En ocasiones, se ha construido sobre humedales, lo que implica una enorme pérdida de los servicios ecosistémicos que estos ofrecen (Evaluación de los ecosistemas del Milenio, 2005), así como numerosos problemas edilicios para los habitantes, vinculados con, por ejemplo, inestabilidad del sustrato y filtraciones de humedad.

El riesgo de movimientos sísmicos, con terremotos y tsunamis, y el vulcanismo están generalizados en toda el área andina, asociados principalmente con el proceso de subducción de la placa de Nazca (océano Pacífico) por debajo de la placa sudamericana y con la migración de la placa de Scotia hacia el este en el sur de la provincia de Tierra del Fuego.

Asimismo, el efecto del calentamiento global se manifiesta muy claramente en el retroceso de los frentes glaciarios (Mazzoni y Rabassa, 2020) y el adelgazamiento de las masas de hielo, con modificaciones en el ciclo hidrológico y en la disponibilidad de agua dulce, además de la pérdida de un invaluable recurso escénico, motivo de gran parte de la actividad turística regional.

Figura 30. Localidades de la Patagonia austral, muchas de ellas mencionadas en este capítulo. Fuente: Elaboración propia con base en imágenes disponibles en la plataforma Google Earth.

La geografía física de la Patagonia austral, expresada en sus paisajes y en sus recursos naturales, muestra una gran diversidad de rasgos, muchos de ellos de extraordinaria belleza y de gran interés científico en múltiples áreas del conocimiento: el modelado glacial hasta la costa atlántica en el extremo austral del continente asociado a la glaciación de tipo continental; la preservación de los mantos de hielo más extensos de las áreas continentales con excepción de la Antártida; relieves antiguos, que se han preservado desde tiempos jurásicos en el Macizo del Deseado (“paisajes gondwánicos”, Rabassa y Ollier, 2014); vulcanismo extraandino reciente en el campo volcánico de Pali Aike, con abundancia de maares y otra gran variedad de geoformas volcánicas; el tectonismo activo en los Andes; extraordinarias formas de modelado fluvial y eólico en ambientes áridos; ecosistemas variados, tanto de ambiente continental como acuático y humedales de variados tipos y un gran registro paleontólógico son algunos de los numerosos aspectos que hacen que esta región del planeta tenga características únicas, que merecen ser conocidas y preservadas. La historia del poblamiento humano y los procesos históricos que se han llevado a cabo en estas tierras son los motivos de los siguientes capítulos de este libro.

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