Pensando las movilidades como generadoras de migraciones
Cecilia Jiménez Zunino
La internacionalización figura como uno de los horizontes planteados por Unesco hacia donde deberían confluir algunos tramos formativos de las universidades. Diversas iniciativas han proliferado para fortalecer vínculos entre universidades mediante variados dispositivos (movilidad de alumnos y docentes, estadías cortas, recepción de estudiantes extranjeros, proyectos de cooperación y colaboración, reconocimiento de créditos, investigaciones colaborativas con partners extranjeros, etc.) (Didou, 2017). Estas movilidades suceden en espacios estratificados y jerarquizados, siendo la internacionalización de los currículums una especie de imperativo de la movilidad (Gómez y Vega, 2018): conseguir títulos en centros académicos de prestigio o realizar estancias académicas forma parte de las apuestas para conseguir mejores empleos con mayor estabilidad y reconocimiento. En un contexto fuertemente competitivo (regido por rankings de excelencia entre universidades), la internacionalización aparece como una apuesta institucional, que es utilizada por los agentes para sus estrategias de reproducción social.
En este texto quiero compartir una experiencia de investigación sobre la internacionalización de estudiantes que realicé a partir de un Servicio Tecnológico de Alto Nivel de CONICET (STAN ST 4954) con la Prosecretaría de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Córdoba (PRI-UNC). En ella buscaba conocer los perfiles de los estudiantes (por razones fonéticas, usaré aquí el masculino genérico) que se benefician de los programas de movilidad saliente de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina (UNC), partiendo de la hipótesis de una alta selectividad de quienes participan en ellos.
La investigación comenzó en 2019, antes de la pandemia, pero, dada la dispersión geográfica de la muestra, ya me había planteado hacer una encuesta online como las que a partir de 2020 se hicieron comunes. La fase cuantitativa del estudio consistió en la aplicación de un cuestionario a todos los estudiantes beneficiarios de los programas de movilidad de salida en los que participa la UNC. A través de una encuesta diseñada por mí en Google Forms, se relevaron 239 casos de los 1.403 que conforman el universo de jóvenes de entre 25 y 35 años que habían realizado experiencias de movilidad saliente entre 2006 y 2019.
El objetivo de la encuesta fue indagar acerca de las posibilidades desiguales para trazar experiencias de movilidad internacional de los becarios, estudiantes de las diferentes carreras de la UNC que realizan estas experiencias. Les pregunté sobre algunos indicadores que proporcionan información acerca de su origen social, como el trabajo del padre y de la madre, la cantidad de hermanos, los niveles educativos de todos y su lugar en la fratría. También indagué sobre el tipo de escolarización de la educación secundaria (pública o privada, religiosa o laica), los niveles de idiomas y la realización de posgrados. Otro bloque de preguntas fue específico sobre la propia experiencia de “internacionalización”, respecto a los contactos, los conocimientos, la incorporación en equipos, etc.
En otros textos (Jiménez Zunino, 2020, 2021), he analizado estos datos desde la selectividad social que suponen las instancias de internacionalización, dados los capitales de partida que presuponen: además del manejo de lenguas (especialmente inglés), el 70 % de quienes contestaron la encuesta dijo haber necesitado capital económico familiar para completar las ayudas, por ser insuficientes las becas para solventar los gastos. Afinando en el origen social de los becarios, la mayoría cuenta con padres con titulación universitaria, y un grupo de estos, además, con posgrados. Como señalan varias autoras, las experiencias de internacionalización se apoyan en gran medida en las familias o en las capacidades de financiamiento externo a las propias becas de movilidad (Pedone y Alfaro, 2015; Didou, 2017).
Además de constatar la selección social que supone la internacionalización, uno de los hallazgos de esa primera etapa cuantitativa fue que casi la mitad de quienes hicieron experiencias de movilidad internacional no cursaba ningún posgrado (44 % de los varones, 48 % de las mujeres). De los que realizaron posgrado (52 %), sus padres (73 %) y madres (80 %) tenían estudios universitarios. Y un grupo contaba con padres (27 %) y madres (20 %) con secundario completo como máximo nivel educativo. La confección del instrumento, de algún modo, estuvo guiada por la hipótesis del desarrollo de carreras académicas a partir de estas experiencias de internacionalización, algo que desde estas evidencias tuve que revisar.
Un ejercicio de reflexividad en épocas pandémicas
El estudio se continuó durante la pandemia de COVID-19, en una fase cualitativa, momento en el que debía realizar las entrevistas. La complejidad del contexto pandémico, sumada a la incertidumbre sobre cómo continuar con la investigación, me demoró hasta el año 2021 la realización del trabajo de campo virtual, a la espera de poder efectuarlo presencialmente durante 2020, cosa que finalmente no ocurrió.
En ese contexto de virtualidad, la fase cualitativa se vio favorecida por dos elementos. En primer lugar, y con consentimiento de los entrevistados, pude grabar con imagen la conversación de la entrevista, realizada por videollamada. Hay que aclarar que, durante la pandemia, las cuentas institucionales de Gmail ofrecían esa posibilidad (grabar videoconferencias). Posteriormente, esta oportunidad se restringió porque las universidades no pudieron costear las licencias. En el momento en que se grabaron las entrevistas en formato video, se enriqueció la interpretación del material (generalmente sonoro-textual), pudiendo completarse, según los casos, con la gestualidad y el lenguaje corporal posible y, a la vez, constreñido por el dispositivo tecnológico “pantalla”. El material fue interpretado en su carácter informativo y de representación, realizándose sobre él un análisis sociológico (Ruiz-Ruiz, 2009).
En segundo lugar, al ser una instancia virtual, pude realizar entrevistas de modo remoto a personas que habían participado de los programas y no estaban residiendo en la ciudad de Córdoba, y algunas incluso se encontraban fuera de Argentina. Esto me condujo por una vía de indagación que me llevó a intentar sistematizar itinerarios de movilidades sucesivas, quizá disparadas por la experiencia de las estancias académicas durante los estudios, y que habían incrementado el potencial de movilidad de los agentes. Como señala Wagner (2007: 60),
las disposiciones a la movilidad y las redes relacionales mantenidas por estas prácticas aumentan, a su vez, la probabilidad de viajar realmente; amplían el abanico de posibles lugares de educación superior y, por tanto, facilitan la elección de una carrera internacional (traducción propia).
Estas carreras internacionales no son necesariamente académicas (como presuponía al principio de la investigación, desde mi etnocentrismo escolar): pueden orientarse al mundo empresarial, de las ONG, o, incluso, del ambiente artístico. Para el caso brasilero, Nogueira y Aguiar (2008) caracterizan como “buena voluntad internacional” a las inversiones de las clases medias altas para acumular esta dimensión internacional (cursos de idiomas, programas de intercambio) del capital cultural, a falta de una buena dotación de este. La adquisición de la cultura legítima a través de estas experiencias compensaría las desventajas de los grupos ascendentes.
Las preguntas que vinieron entonces a mi cabeza se relacionaron con la disposición a la movilidad, activada por viajes sucesivos en las biografías de las personas, ya que estos proporcionan ciertas competencias sociales e interpersonales (lingüísticas, adaptativas, desapegadas), además de subjetivas (de ruptura, cambio, novedad), que serían claves a la hora de entender ciertas migraciones.
El origen social de intercambistas de salida
La indagación cuantitativa del estudio arrojó resultados acerca de la fuerte selectividad de las apuestas de internacionalización a través de las estancias de intercambio durante los estudios. En la fase cualitativa que analizo aquí, me detengo en nueve entrevistas (de las doce realizadas hasta el momento) que denotan posiciones familiares de clase media, con una dotación de capitales relativos (culturales y económicos) que permiten
- la continuidad de los estudios universitarios de los hijos;
- en muchos casos, el sostenimiento en otro lugar de residencia durante los estudios –en ocasiones, de varios hijos–;
- el apoyo económico durante las estancias universitarias en el extranjero;
- la prórroga de la inserción laboral o su combinación de modo selectivo durante los estudios.
Sin embargo, también expresan, para algunos entrevistados, que las becas de intercambio fueron el primer acceso a “lo internacional”, pues nunca habían viajado fuera del país. Si bien no puede establecerse una caracterización unificada a las personas entrevistadas, estos rasgos serían comunes a ellos.
Algunas de las familias de estos jóvenes cuentan con capital económico, pero de un volumen que no presagia la herencia de posiciones en el mundo de las empresas. Así, el padre de Omar, un geólogo boliviano que estudió su carrera en Salta, no pudo insertarse en esta profesión y compró una estación de servicio, que ha sido el principal sustento de la familia de cuatro hijos. Su madre, en tanto, hizo carrera en el campo educativo, comenzando como maestra y luego como secretaria de un colegio secundario del pueblo. Los tres hermanos de Omar son ingenieros (dos industriales y uno mecánico), y emigraron a la ciudad de Córdoba a estudiar. Posteriormente, volvieron a Salta, y trabajan ahora en el sector privado. Omar es el único de ellos que tuvo experiencias de internacionalización: durante los estudios en Ciencias Económicas, hizo una estancia de seis meses en México, a través de una beca Santander. Posteriormente, ya egresado, realizó una estancia de un año mediante el programa working holiday en Dinamarca, donde conoció a su pareja, un hombre islandés con quien se encuentra viviendo actualmente en Islandia.
Otras familias, en tanto, cuentan con capital cultural más copioso en sus posiciones y con inserciones en el campo académico universitario. Por ejemplo, los padres de Mora son profesores en la universidad de una ciudad intermedia de Córdoba, siendo ambos ingenieros. Mora hizo sus estudios secundarios en una escuela privada de esa ciudad, y estudió inglés en academia desde los 10 hasta los 17 años. Mayor de dos hermanos, migró a la ciudad de Córdoba para estudiar Traductorado de Inglés. El hermano menor aún se encuentra estudiando, y ambos contaron con apoyo familiar para sostenerse económicamente durante la etapa formativa, e incluso durante el periodo de inserción laboral.
Los padres de Juan también representan estas posiciones intermedias poseedoras de capital cultural. El padre es ingeniero electrónico, y se desempeña como docente de un colegio secundario. La madre, profesora de inglés, combina clases en secundario con docencia en la Universidad Tecnológica Nacional. Los cuatro hijos de esta pareja han estudiado (o están estudiando) carreras universitarias. Los dos mayores, luego de asistir a un colegio secundario técnico, hicieron ingenierías. En tanto Juan y su hermano menor asistieron a un prestigioso colegio preuniversitario, y estudiaron respectivamente Comunicación Social y Biología. De ellos, el segundo hijo y Juan son los únicos que hicieron experiencias de internacionalización: el hermano hacia Estados Unidos con una beca Fulbright de “jóvenes embajadores” a los 17 años. En tanto, Juan relata que la visión de irse de intercambio la tuvo cinco años antes de irse, momento en el que se encontraba haciendo aún estudios secundarios. Hizo una indagación de las posibilidades de convocatorias anteriores (las áreas vacantes según los requisitos) y obtuvo una beca para Brasil –seis meses, con AUGM (Asociación Universitaria Grupo Montevideo)–, durante el último año de la universidad. Cuenta que buscaba irse “lo más alejado de Argentina”, por lo que primero solicitó destinos que no le salieron (postuló para irse a España, a través de una beca de la Fundación Botín). A los 19 años había realizado una estancia de dos meses en Costa Rica, a través de un grupo de Rotary Club del que participaba. Según comenta, todos en su familia tienen nivel de inglés muy alto, puesto que la madre es profesora y han asistido al IICANA (Instituto de Intercambio Cultural Argentino Norteamericano) desde chicos.
En los casos entrevistados, hubo un apoyo familiar a la etapa formativa en la universidad, que se continúa y expande en el soporte de estas experiencias en el extranjero. Si bien no todos los hermanos de los entrevistados han hecho movilidades, pude interpretar que sí fueron inducidos a realizar estudios superiores, universitarios, incluso sosteniendo la vida en una ciudad distinta a la de la familia de origen. En el intento de sistematizar estas movilidades, identifiqué tres movimientos de las trayectorias en que diferentes movilidades tuvieron lugar, que desarrollo en los siguientes apartados.
Primer movimiento: estancias previas al ingreso en la universidad
Sin haberme imaginado al inicio de la investigación este tipo de movilidades, aparecieron en el trabajo de campo cualitativo. Dos de los entrevistados habían tenido experiencias previas de estancias al extranjero, durante el secundario. Se trata de intercambios que se realizaron a través de la pertenencia a círculos sociales muy selectos, como el Rotary Club. Comenté arriba el caso de Juan, quien estuvo dos meses en Costa Rica a través de un grupo de rotarios. También Lucio, un traductor catamarqueño que se encuentra viviendo en España, hizo una estancia de un año en Ohio, Estados Unidos, al terminar el secundario. Allí se alojó en diferentes casas (tres familias distintas, con las que mantiene contacto a través de Facebook) en tanto cursaba materias artísticas (teatro, coro, fotografía). Contaba con un consejero guía del Rotary, que orientaba la estadía y presentaba a las familias con las que se alojó.
Si bien solo aparecieron estos dos casos en la muestra, es destacable que estas movilidades se enmarcan en una socialización que pondera estas experiencias, al permitir el desarrollo de habilidades sociales internacionales (códigos sociales, normas de sociabilidad de diferentes países, etc.) (Wagner, 2007).
Segundo movimiento: las migraciones internas para estudiar en la universidad
Un perfil reiterado en las entrevistas es el de jóvenes que experimentaron una primera migración interna, dentro de Argentina, para estudiar en Córdoba. Desde otras provincias, como La Pampa, Salta, Jujuy, Catamarca, o desde ciudades más pequeñas de Córdoba, como Río Cuarto o Belville, las primeras migraciones se producen apuntaladas por el proyecto formativo en la UNC. En todos los casos, estos proyectos estuvieron sostenidos por los progenitores, que continuaron ayudando económicamente a sus hijos durante las estancias en el extranjero. Así, para algunos de estos jóvenes, la beca supuso una primera experiencia de autonomización económica respecto a la familia de origen, previa al trabajo (especialmente esto fue relatado por algunas de las mujeres: Martina, Mora y Lucía).
El caso de Omar representa bien estas primeras migraciones para estudiar. Omar tiene 32 años y se encuentra en Islandia al momento de realizar la entrevista (junio de 2021). Es economista, estudió en la UNC y proviene de un pequeño pueblo de Salta. Su primera migración fue desde ese pueblo hacia Córdoba para estudiar, donde ya se encontraban dos de sus hermanos.
Asimismo, Lucio también migró desde Catamarca hasta Córdoba para estudiar, Psicología primero, Traductorado de Inglés finalmente. Allí se encontraba el hermano mayor estudiando Arquitectura, quien recibió a Lucio, y luego se sucedieron el resto de los hermanos en esas migraciones. Leandro, de 30 años y licenciado en Administración, también se trasladó desde La Pampa, es el cuarto de cinco hermanos, y todos estudiaron en Córdoba.
Por su parte, Soledad, de 35 años, es correctora literaria, licenciada y profesora de Letras. Procede de un pueblo de Jujuy, y lleva varias experiencias de movilidad que ella identifica, como otras personas entrevistadas, iniciadas desde el momento de comenzar los estudios en la universidad. Tal como me contó: “No puedo dejar de pensar estos desplazamientos, estas itinerancias mías como parte de esta identidad que fui haciendo desde irme de Jujuy, ¿no? Porque ahí despego y empiezo a pensar, a vivenciar la vida como un viaje”.
En el caso de Mora, fue ella la pionera de los dos hermanos, migrando desde una ciudad mediana de Córdoba hasta la capital, para estudiar Traductorado. Durante el primer año de la carrera, vivió en una pensión, a partir del segundo año compartió alquiler de un departamento con una amiga, hasta que se fue a Brasil a realizar una estancia de un semestre. Los últimos años de la carrera, convivió con su hermano, quien aún estudia en la universidad.
Tercer movimiento: las estancias en el exterior durante los estudios universitarios
Las estancias que realizaron los entrevistados se presentaron como una oportunidad para ampliar los contactos y el capital social. Algunos de ellos ya iban muy orientados en esta labor, y se conectaron con ONG que tenían sedes en los lugares de la estancia –tres rotarios, uno de AIESEC (Association Internationale des Etudiants en Sciences Economiques et Commerciales)–. Otros habían realizado experiencias previas, durante el secundario o al finalizar este, pero sin conexión con los estudios universitarios. Sin embargo, para un grupo de ellos, estas becas fueron sus primeros contactos con el extranjero. Fernando, un abogado de 27 años, que obtuvo una beca del Programa de Intercambio Latinoamericano (PILA) en Colombia en 2018, me comentó: “Yo soy de una familia de clase media media, no tenemos esos lujos de viajar al exterior […], nunca hemos hecho viajes internacionales”. En esa experiencia de intercambio de seis meses, conoció a su novia francesa, con quien se encuentra residiendo en Francia, en tanto realiza estudios de posgrado allí.
Esto que identifico como tercer movimiento es común a todas las personas entrevistadas por haber sido becarios de internacionalización. Sin embargo, detecté algunas diferencias en relación con el tipo de movilidad posterior que han propiciado las estancias: trayectorias de permanencia, trayectorias cuasimigratorias, y trayectorias migratorias.
Trayectorias de permanencia
Si bien algunas de estas movilidades han desembocado en migraciones (internas e internacionales), en otros casos han resultado en conexiones con espacios internacionales de interés profesional, pero que pueden desempeñarse a escala local. Ese es el caso de Mora, traductora de inglés, quien realizó una primera estancia cuando era aún estudiante y, según sus palabras, “era muy chica” (tenía 21 años), no vio “a largo plazo” y fue “poco estratégica”. Sin embargo, luego postuló a una segunda experiencia de movilidad, que ocurrió a través de un convenio de su facultad con la sede de Naciones Unidas en Chile, durante dos meses en los que se insertó como correctora y editora de textos. Allí realizó una pasantía gratis en el organismo, contando solo con los gastos de manutención. Actualmente reside en Córdoba, y, después de haber trabajado como profesora en varios institutos de inglés, prioriza su trabajo como traductora para agencias y, especialmente, los trabajos que le ingresan desde Naciones Unidas.
Martina, una historiadora de 28 años, estuvo en Brasil un semestre de 2017 con una beca AUGM (“Fue la primera vez que cobré un sueldo”, me dijo). Al regresar de la estancia, finalizó la licenciatura y obtuvo una beca doctoral en CONICET, siendo uno de los casos que perfilan carrera académica de la muestra. Planea activar los contactos que hizo en Brasil para pedir luego una estancia posdoctoral, pues “CONICET está inestable”, comenta.
Varios entrevistados, al regresar de las estancias, desplegaron actividades en Córdoba que los vinculan con “el mundo internacional”: se ofrecieron como voluntarios para recibir a los intercambistas que llegaban a la ciudad, organizaban paseos por la ciudad y alrededores, o incluso actividades más formales, como montar un emprendimiento turístico por Córdoba de walking tour. Este fue el caso de Juan, quien asegura: “El intercambio continúa cuando volvés, vivís de intercambio”.
En el caso de Leandro, las estancias que hizo también pudo capitalizarlas en sus relaciones profesionales. Cuando estaba en tercer año de carrera (2011), hizo una primera estancia en Brasil (Curitiba), a través del programa AUGM. Antes de viajar, se contactó con una ONG que fomenta el liderazgo: AIESEC, una organización francesa creada en posguerra por estudiantes de Ciencias Económicas. Al regresar de la estancia, comenzó a colaborar con ellos de manera más formal, asumiendo roles de liderazgo que se van rotando. Esta ONG promueve intercambios sociales y profesionales. Por ejemplo, cuenta la experiencia de acompañamiento en la escolarización de los hijos de los obreros de Edisur, donde trabajaba (una gran empresa constructora), a través de cartas a los niños. En esa organización conoció a profesionales con los que luego se vinculó para trabajar.
En 2016, cuando finalizó la carrera, se fue a Nueva Zelanda por un año y medio, con una visa working holiday. Al regresar (fines de 2017), desarrolló el área contable de un estudio de arquitectos que conoció a través de AIESEC en Córdoba, y trabajó con ellos hasta junio de 2020. Antes de la pandemia, quería hacer una experiencia similar a la que hizo en Nueva Zelanda, pero esta vez en Australia, y con idea de insertarse profesionalmente allí (tenía hasta los pasajes comprados). El cambio de planes por la coyuntura lo llevó a desarrollarse en el área de marketing digital y e-commerce, donde trabaja actualmente de manera independiente, con clientes de Buenos Aires y Córdoba. Toda esta experiencia le facilitó realizar una transición al rubro de negocios digitales, luego de la inserción en la pyme de arquitectura, donde estuvo dos años.
Trayectorias cuasimigratorias
En otros casos, durante la propia estancia académica, se han esbozado planes de permanencia, que las hace asemejar a migraciones. Es el caso de Soledad (35 años), quien había migrado desde Jujuy hasta Córdoba para estudiar Traductorado de Inglés primero (dos años), y luego Letras Modernas. Posiblemente con un origen social más modesto que el de otros entrevistados, tuvo que trabajar durante los estudios. Los cuatro hermanos migraron fuera de la provincia natal para estudiar: tres a Córdoba y uno a Corrientes. Ella es la menor, y la única de la fratría que no volvió a residir en Jujuy. Durante la carrera, Soledad hizo dos estancias en México: en 2010 estuvo en Aguascalientes, a través de una beca JIMA (Jóvenes de Intercambio México Argentina), y en 2011 en Guadalajara, a través de una beca Bicentenario.
Ella relata que en ambas estancias se quedó más tiempo de lo que duran las becas. En la primera, la estiró de seis a ocho meses. En la segunda, de seis meses a casi dos años. En esa oportunidad, comenta: “Renové la visa como residente temporal en México, porque ya estaba trabajando en una institución educativa y en un museo”. También cuenta que, para sostener estas prolongaciones temporales, hizo contactos y quedó en casas de amigos. Al volver a Argentina, se casó con su novio mexicano para “tener allanado todo lo que sea migración”, comentó.
Sin embargo, después de esas dos estancias en México, sucesivas y con un año de diferencia entre ambas, volvió a residir entre Córdoba, Jujuy y Salta, donde vive actualmente. Al regresar de la segunda estancia en México, intentó postular a CONICET, pero se disuadió al considerarlo un proyecto muy complejo, y precisaba para ello “volver a arraigar en Córdoba”. Actualmente es docente en secundario y terciario, y sigue conectada a equipos de investigación en Salta, donde también cursa una maestría (Estudios Literarios de Frontera). Este es uno de los casos en que la estancia académica se funde con un proyecto migratorio.
Trayectorias migratorias
Como mencioné al inicio del texto, la virtualidad me posibilitó contactar a personas que habían realizado estancias hacía varios años, pues estaban en la base de datos que me proporcionó la PRI-UNC, pero que se encontraban viviendo en el extranjero al momento de la entrevista.
Llamativamente, tres de los casos contactados residen en Europa, por fuera de los programas de becas académicas o de visas working holiday, que podrían pronosticar una temporalidad definida de las estadías.
Comenté el caso de Omar, un economista que estuvo un semestre en México durante los estudios de licenciatura, a través de las becas Santander. Según comentó, no le sirvió tanto en el plano profesional, ni para realizar contactos laborales, sin embargo, hizo “amigos de todo el mundo”. Compara esta experiencia con el cambio que significó para él emigrar desde el pueblo de Salta a Córdoba para estudiar en 2006.
En los últimos años de la carrera, trabajó durante los estudios (auditando como contable, trabajo que no le gustó). Al volver de la experiencia en México, se recibió y comenzó a trabajar en una empresa que lo desplazó a Buenos Aires. Esto supuso la segunda migración de Omar, donde, un poco desilusionado con la profesión, hizo un curso de pastelería. Luego se insertó en el rubro gastronómico como gerente de tienda, combinando las dos actividades.
En 2019 se acogió a una visa working holiday al límite de la edad (30 años) porque quería estudiar inglés. Viajó a Dinamarca por un año, donde conoció a su pareja de nacionalidad islandesa. Recorrió diez países en ese año, alojándose en casas de amistades que hizo durante su estancia en México. La pandemia complicó una nueva postulación de una visa para irse a Hungría. En abril de 2021, finalmente pudo irse a Islandia, y reunirse con su pareja, a raíz de cuya relación pudo ingresar con una invitación (permiso de turista). Está a la espera de su permiso de residencia, e intenta “trabajar en negro” en tanto regulariza su situación. Su prioridad es estudiar, acreditar el nivel de inglés y hacer un posgrado. Su carrera como economista quedó en segundo plano, de momento.
Otro caso significativo de migrantes es el de Lucio, de 31 años. Es de Catamarca, y cuenta su experiencia migratoria desde el momento en que tuvo que salir de esa provincia para estudiar en Córdoba. Antes de esta migración interna, mencioné que Lucio vivió un año en Estados Unidos. Ya en Córdoba, durante la carrera fue acumulando méritos para puntuar de cara a una beca de internacionalización: adscripciones en varias asignaturas, voluntariados, cuidar las calificaciones. Obtuvo una beca Erasmus de un semestre en Ginebra (en 2016), y se quedó un año por una vacancia. Al contar con ciudadanía italiana (por su familia de origen), pudo trabajar simultáneamente como profesor de inglés en un instituto para actividades extraescolares para niños. Cuando volvió de la estancia (2017), se recibió y comenzó a trabajar en Córdoba como traductor para agencias. Entre 2019 y 2020, vivió en Colombia junto a su novio de ese país. Tras esa experiencia, se trasladaron a Barcelona, al haber sido seleccionado su novio para realizar una formación de posgrado (con beca para tres años). Al momento de la entrevista, Lucio estaba realizando entrevistas en una empresa de videojuegos china como traductor, pues los honorarios como traductor a precios argentinos ya no le alcanzaban para sostenerse en Europa. También continuaba estudiando una especialización en traducción e interpretación y dos diplomaturas (en corrección de textos académicos y en traducción de páginas webs) en la UNC, a distancia, aprovechando los descuentos de ser egresado reciente, y jugando con las oportunidades del país de origen.
Cierre provisorio
El título del texto remite a una causación acumulativa de las movilidades, tal como se utiliza en la sociología económica de las migraciones, pues las movilidades sucesivas colaboran con la acumulación de capital social e internacional. Sin embargo, esa causación acumulativa requiere resignificarse con la siguiente adenda: las movilidades sucesivas son más posibles cuando se acumulan, siempre que se cumplan dos requisitos. Por un lado, disponer de los capitales necesarios para realizarlas: económico, cultural e internacional (lenguas, contactos, ciudadanía). Por otro, que las trayectorias requieran de ese movimiento para evitar el desclasamiento. Es decir, se trata de posiciones relativamente endebles. Esta fragilidad de las posiciones no solo concierne a la dimensión económica o profesional, sino también al género (masculino/femenino y diversidades), el lugar de origen (ciudades pequeñas), y el quiebre que la propia experiencia de movilidad introduce en las biografías.
En el texto me centré en trayectorias que se han visto impactadas de modo diverso por las experiencias de internacionalización, y que pude identificar como de permanencia, cuasimigratorias y migratorias. También pude distinguir movilidades previas y posteriores, lo que alimenta la idea de circularidad o círculo virtuoso de estas apuestas. Asimismo, las diferentes movilidades parecen haber colaborado en acumular, en algunos casos, un incipiente capital internacional. Este se construye a partir del conjunto de recursos sociales, culturales, lingüísticos, económicos y simbólicos vinculados a la familiaridad con varios países (Wagner, 2015). Sin embargo, a diferencia de lo analizado por Wagner, en estos casos no se trata de familias de elite ni de clases altas, incluso para algunas personas estas movilidades al extranjero constituyeron el primer contacto con “lo internacional”.
Los casos analizados hacen pensar en unas dinámicas de movilidad particulares, en las que se valora la experiencia del viaje, los aportes culturales que este proporciona, los contactos –más como capital social que laboral, según manifestaron–. Las primeras movilidades se produjeron, en algunos casos, durante los estudios secundarios. Asimismo, la mayoría de los entrevistados había emigrado desde diferentes ciudades argentinas a Córdoba para estudiar. Posteriormente, han realizado estancias internacionales en su etapa universitaria a distintos países que, junto con la primera de las movilidades durante la secundaria –en dos casos–, han ido pergeñando un capital internacional.
En el momento de las entrevistas, tres de los entrevistados estaban viviendo en el extranjero, y a otro grupo se le habían frustrado los planes migratorios durante la pandemia por COVID-19. Es interesante destacar, entre los casos que sostienen trayectorias migratorias, los casos de los dos varones que se encuentran en el extranjero (Islandia y España). Ambos son homosexuales, y destacan ese rasgo a la hora de pensarse fuera de sus ciudades, pequeña en un caso, provinciana en otro. Estos emergentes del trabajo de campo seguirán profundizándose en próximos análisis.
Bibliografía citada
Didou, S. (2017). La internacionalización de la educación superior en América Latina. Transitar de lo exógeno a lo endógeno. Ciudad de México: Cuaderno de Universidades.
Gómez, C. y C. Vega (2018). El imperativo de movilidad y los procesos de precarización en Educación Superior. Docentes e investigadores españoles entre Ecuador y España. Iberoamerican Journal of Development Studies, vol. 7, n.° 1, 168-191.
Jiménez Zunino, C. (2020). Capital internacional en las movilidades externas de la UNC. Revista 1991 Estudios Internacionales, vol. 2, n.° 2, 182-221.
Jiménez Zunino, C. (2021). Internacionalización a medida: movilidades salientes de estudiantes de clases medias cordobesas. En C. Pedone y C. Gómez Martín (coords.), Los rostros de la migración cualificada: estudios interseccionales en América Latina (pp. 123-154). CABA, Argentina: Clacso.
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Ruiz-Ruiz, J. (2009). Análisis sociológico del discurso: métodos y lógicas. Forum: Qualitative Social Research, vol. 10, n.° 2, art. 26, 1-32.
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