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4 Seguridad internacional, conceptos, evolución y tablero de comando para la toma de decisiones en el siglo XXI

Gonzalo Salimena[1]

1. Introducción a la seguridad internacional

1.1. Los orígenes conceptuales de la seguridad internacional. Grecia, Tucídides

Es destacado el lugar que han ocupado los griegos en la historia del pensamiento filosófico occidental, al ser reconocido como “el lugar donde el hombre, pudo contemplar libremente la totalidad que lo rodeaba, despojado de supersticiones que le permitieron formularse preguntas trascendentales” (Carpio: 1995, p. 8) que lo condujeron hacia el asombro filosófico, en primer término, y luego hacia la búsqueda de respuestas a esos planteos mediante el conocimiento, es decir, al nacimiento de la filosofía como saber crítico. Tucídides claramente no era un filósofo, sino un historiador y un militar ateniense, espectador privilegiado de la confrontación entre Atenas y Esparta, que supo describir, relatar, recolectar datos y acontecimientos precisos de los sucesos acaecidos en la guerra del Peloponeso, pero sobre todo pudo manifestar un espíritu crítico e inquieto que lo condujo al estudio de fenómenos de las relaciones internacionales.

Comenzar el capítulo de seguridad internacional haciendo referencia a la figura de Tucídides nos obliga a interpelarnos acerca de la importancia que tiene para el estudiante de Relaciones Internacionales y Ciencia Política esta figura de trascendencia. Su obra constituye, para los estudiosos de la disciplina, el inicio del paradigma realista de las relaciones internacionales. Si bien este criterio puede ser considerado valido en cuanto a darle una fecha de iniciación, no podríamos hablar de “paradigma” en el sentido estricto de la palabra en la Antigüedad, ya que este fue acuñado por Thomas Kuhn en la década del sesenta, y extrapolar conceptos de otra época para aplicarlos a una coyuntura distinta nos llevaría a lo que Giovanni Sartori denomina “estiramiento conceptual”. En su lugar, podemos hablar del inicio de una corriente de ideas del realismo político, que luego otros pensadores profundizarán y transformarán en pensamiento concreto.

Un punto atractivo de la obra de Tucídides reside en el análisis de las dinámicas del fenómeno de la guerra y sus causas, las cuales sitúa en las conductas humanas. “La guerra es el desenlace de las contradicciones. Si la política es razón, virtud y paz, la guerra es su negación” (Aron: 1961, p. 141). Pero quizás el punto neurálgico de su trabajo

habite en la falta de enunciación de leyes. No se aparta de lo que pasó en tal o cual lugar y en tal momento. Sin embargo, el relato no se agota en la anécdota. Es estilizado, racionalizado, ateniéndose a la singularidad de los episodios sucesivos (Aron: 1961, p. 143).

Sin lugar a dudas, la Historia de la guerra del Peloponeso constituye una obra que no incluye supersticiones ni dioses para describir y explicar la confrontación entre Atenas y Esparta, y lo sitúa a Tucídides como espectador en un lugar privilegiado. La victoria final de Atenas sobre los persas le brindó un liderazgo en la conducción de los destinos de la Liga de los Delos, alianza defensiva para contrarrestar el posible resurgir del poder persa, aunque, para lograr este fin, incrementó notablemente sus capacidades militares, aun habiendo desaparecido la amenaza persa que le dio origen.

Estos cambios en la distribución de poder ocasionaron que unas unidades políticas cada vez más celosas de su independencia comenzaran a inquietarse y reaccionaran con miedo frente a un posible dominio ateniense. Es decir, la grandeza de una implicaba la decadencia de la otra. La seguridad y supervivencia de una, la posible amenaza o dominio sobre otras unidades políticas.

La asimetría de poder entre ambas polis como consecuencia del incremento de las capacidades militares fue percibida por Esparta como una amenaza a su seguridad, ya que Atenas continuaba sumando recursos de poder pese a haberse disipado la amenaza persa.

A continuación, pasamos a esgrimir algunas ideas que luego se convertirán en postulados o supuestos teóricos de la vertiente del realismo político que es posible observar con claridad a partir de la obra de Tucídides:

cuadro 1 cap4

Resumiendo hasta aquí, Tucídides se nos presenta como un militar e historiador ateniense que relata fehacientemente y con espíritu crítico los factores y acontecimientos del conflicto entre Atenas y Esparta, y que adecuadamente puede ser referenciado como el precursor de la corriente de ideas del realismo político, pero que no podemos categorizar e incluir dentro de un paradigma o dentro de una corriente de pensamiento todavía.

La seguridad aparece vinculada a la supervivencia y las alianzas militares entre las unidades políticas, de manera que algunas de ellas puedan enfrentar el dominio de otras y puedan subsistir con su independencia. La seguridad es el objetivo vital de las unidades políticas.

Pensar en la génesis de las relaciones internacionales y de una efímera corriente de ideas del realismo político posicionándonos solo en Grecia y en Tucídides como punto de partida significa dar por relegado el valor de Roma como centro geográfico, cultural y de ideas en torno a la seguridad, la guerra y la fortuna, entre otras concepciones filosóficas. Claramente, “los romanos supieron desarrollar una corriente de ideas que fueron sustento para la construcción teórica posterior de las relaciones internacionales” (Kauppi y Viotti: 1992, p. 1). De la pluralidad de pensadores tales como Cicerón, Séneca, Marco Aurelio, Plutarco y Tito Livio, tomaremos como referencia a este último, no solo por la profundidad de sus ideas y su influjo sobre Roma, sino por ser una pieza clave en el pensamiento de Maquiavelo, de manera que se transformó en el hilo conductor hacia el pensador florentino y sus postulados realistas del Renacimiento italiano.

1.1.1. Roma, Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.)

Tito Livio fue un reconocido historiador romano de corte realista, que se constituyó en uno de los pensadores más influyentes y dejó su huella intelectual en los círculos romanos. Livio tenía una visión de la historia como fuente de sabiduría, ya que en ella era posible encontrar numerosas experiencias que podrían ser tomadas como referencias hasta para lo cotidiano.

En la historia posees un registro de la infinita variedad de la experiencia humana expuesta abiertamente para ser vista por todos; y en ese registro puedes encontrar para ti y tu país ejemplos y advertencias; buenas cosas para ser tomadas como modelos, y cosas completamente podridas para evitar (Tito Livio, Historia de Roma I).

Esta concepción no se encuentra muy alejada de lo posteriormente manifestado por Maquiavelo o Morgenthau, cuando sostiene que “la historia nos permite historiar y predecir los pasos que cualquier hombre de estado –pasado, presente o futuro– haya dado o esté dispuesto a dar en la escena política” (Morgenthau: 1986, p. 13). Salvaguardando las distancias con Tucídides, Livio sostiene que “la supervivencia (seguridad de la unidad) siempre ha sido el objetivo primordial de los lideres romanos” (Kauppi y Viotti: 1992, p. 17) y que la principal fuente de amenaza a Roma proviene de lo externo a las fronteras. Las alianzas militares juegan un papel de relevancia para la estabilidad de Roma; por esta razón, y sin necesidad de trazar un paralelismo con la Grecia de Tucídides, los cambios en la distribución de poder a través de un flujo de alianzas en contra de Roma comienza a preocupar seriamente por aquel entonces a los decisores políticos. En este sentido, Tito Livio comentaba en uno de sus libros la importancia de la lealtad y que su carencia debe ser reemplazada por el miedo, similitud en la cual Maquiavelo sustentaría una de sus axiomas más perdurables: “El partido más seguro es ser temido antes que ser amado” (Maquiavelo: 1994, p. 105).

¿Qué tiene para decirnos Tito Livio con relación al fenómeno de la guerra? “La guerra parece ser una elección racional” (Kauppi y Viotti: 1992, p. 18), lo que implica un proceso de toma de decisiones en el cual se pueden presentar argumentos a favor y en contra de diferentes posturas. Lo cierto es que la racionalidad, como bien sostuvo Tucídides, puede llevar a cálculos erróneos producto de consecuencias irracionales. Es cierto que las guerras pueden estar planificadas para alcanzar ciertos objetivos, como puede ser el acceso a determinados recursos, pero no necesariamente el cálculo racional garantiza un final esperado. “La guerra fue el medio sobre el que se construyó el imperio” (Kauppi y Viotti: 1992, p. 18), es decir que el proceso de reducción a la unidad política, como lo llama Natalio Botana en su libro El orden conservador: la política argentina entre 1880 y 1916, en el caso del Imperio romano se realizó mediante el empleo de la guerra como instrumento de expansión.

Por último, aparece asociada a la guerra la cuestión de la fortuna, es decir de la suerte. La fortuna puede cambiar el curso de un conflicto, por lo cual es un factor crucial que debe acompañar a un hombre de acción más allá de sus cualidades personales, ya que acontecimientos inesperados o la incertidumbre pueden hacerse presentes en cualquier momento y modificar el curso de una guerra. Maquiavelo abordará el asunto de la fortuna a través de la antítesis conceptual “¿Fortuna o virtud?”.

La seguridad para los líderes romanos se asociaba con la supervivencia y las alianzas militares ayudaban a consolidar la seguridad de la unidad política. Las amenazas son externas y se encuentran fuera de las fronteras. Los recursos económicos nos ayudan a elaborar la capacidad militar que contribuye al poder del imperio. La guerra es una elección racional.

1.2. La corriente filosófica realista y su influencia en el concepto de “seguridad internacional”: Maquiavelo, Hobbes, Hegel y Von Clausewitz

1.2.1. Renacimiento italiano, Nicolás Maquiavelo (1469-1527)

Un primer inconveniente que se suele suscitar al comentar las ideas del florentino nos remite al debate de si su figura pertenece al ámbito de la filosofía política moderna o a la ciencia política. Puesto de otra manera: ¿podemos hablar de una ciencia política con Maquiavelo o quizás deberíamos hacer referencia de la filosofía política moderna como un estadio precientífico viéndolo y juzgándolo desde la perspectiva de nuestros días?

Estamos de acuerdo en que Maquiavelo inaugura una nueva forma de plantear y entender lo político, distinta que la que se venía observando en la Antigüedad y en la Edad Media llamada “filosofía política clásica”. Pero esto quizás no sea suficiente para hablar todavía de una ciencia política.

Maquiavelo no era un filósofo en el sentido clásico o medieval del término. No tenía un sistema especulativo, ni siquiera un sistema político. Su libro ejerció sin embargo, una poderosa influencia indirecta sobre el desenvolvimiento del pensamiento filosófico moderno ya que rompe con toda la tradición escolástica y con la piedra angular de esa tradición: el sistema jerárquico (Cassirer: 1993, pp. 161-162).

Maquiavelo sostiene que debemos prestar particular atención a la conducta de los hombres; estos comportamientos son directamente observables y poseen gran caudal de experiencias históricas que los avalan como tales. En vínculo directo con lo anterior, el florentino descubre que la política requiere de una cierta autonomía con respecto a otros saberes como la ética, la teología, etc., porque posee sus propias leyes y experiencias históricas que no son reductibles a otras disciplinas.

¿Es suficiente para poder hablar de una ciencia política en el siglo xvi? Los puntos anteriores nos permiten sostener que el diplomático sienta las bases para el desarrollo de una nueva teoría política, cuyo epicentro lo constituye la realidad misma, es decir, no lo normativo, sino el ser político. Esta intención de Maquiavelo definitivamente está dirigida hacia un intento más acabado, más perfecto que el de filosofía. Aunque quizás por su estado prematuro, incipiente, no puede llamarse todavía “ciencia”, ya que no es posible encontrar una estrategia metodológica, una comunidad científica, un método definido y un proyecto de investigación delimitado. Strauss, por su parte, en su libro Historia de la filosofía política, reconoce esta dicotomía entre filosofía y ciencia y sostiene que filosofía no es lo mismo que pensamiento político en general, ya que, para él, el pensamiento político es coetáneo de la vida política (Strauss: 1993). Hace referencia a la filosofía política y no a ciencia política.

Una vez aclarado este primer punto, podemos sumergirnos en Maquiavelo como un pensador clave del Renacimiento italiano del siglo xvi, esto es, un movimiento humanístico y cultural que tiene como finalidad poner en el centro de la escena al individuo. Era un mundo nuevo, que comenzaba a gestarse y cuestionarse los fundamentos válidos sobre los cuales se había construido la Antigüedad. Un ejemplo claro lo constituye la sustitución de la cosmovisión aristotélica geocéntrica por una visión copernicana heliocéntrica, que colocaba al Sol en el centro del universo. Estos cambios tenían correlación con un nuevo espíritu del hombre, más propenso a los descubrimientos geográficos y a ser la transformación real de ese cambio.

El método experimental surge paulatinamente a medida que los individuos creen que es posible probar empíricamente lo que se sostiene desde lo teórico. Pero lo cierto es que el mundo (eurocéntrico) era peligroso, inseguro, violento, cruel, y en él la guerra era un instrumento al que los gobernantes recurrían muy frecuentemente para dirimir sus discrepancias o ansias de poder. Todas características de una coyuntura temporal, donde las ambiciones personales, el poder desmedido y la amoralidad de la política signaban los senderos. “Los hombres no pueden garantizar su seguridad más que con el poder” (Maquiavelo: 1987, p. 27). De aquí Maquiavelo extrae su abstracción filosófica que le servirá para construir su idea de que el hombre es malo por naturaleza. Basta el siguiente pasaje de El príncipe para verlo con claridad:

Hablando in genere puede decirse que los hombres son ingratos, volubles, disimulados, huidores de peligros y ansiosos de ganancias. Mientras les hacemos bien y necesitan de nosotros, nos ofrecen sangre, caudal, vida e hijos, pero se rebelan cuando ya no les somos útiles (Maquiavelo: 1994, p. 105).

Es posible observar en este punto que la construcción del estado de naturaleza por parte de Maquiavelo, la guerra, se plantea como un estado de situación regular o normal producto de la inseguridad de los individuos. Por esta razón, un príncipe que aspire a constituirse en autoridad de su reino no puede desconocer este arte.

Amén de las calamidades que se trae un príncipe que ni entiende nada de la guerra, existe la de no ser estimado de sus soldados, ni poder fiarse de ellos. El príncipe no debe cesar de ocuparse en el ejercicio de las armas, dándole a ellas más en los tiempos de paz que en los de guerra y pudiendo hacerlo de dos modos: el uno, con acciones y el otro, con pensamientos (Maquiavelo: 1994, p. 94).

Como planteamos en el apartado anterior, Tito Livio se nos presenta como un hilo conductor desde Roma hacia el Renacimiento italiano de Maquiavelo, su pensamiento profundo no se encuentra en El príncipe, sino en la obra Discursos sobre la primera década de Tito Livio. El romano dejó en claro que la historia presentaba una vasta experiencia y registro de ejemplos a los cuales se puede recurrir. Por su parte, Maquiavelo “tenía una concepción de la historia estática, no dinámica. Le interesaban los rasgos recurrentes, esas cosas que son iguales en todos los tiempos. Para él la historia se repite” (Cassirer: 1993, p. 149). Así, es posible verlo con claridad en Discursos:

Se ve fácilmente, si se consideran las cosas presentes y antiguas, que todas las ciudades y todos los pueblos tienen los mismos deseos y los mismos humores. Así ha sido siempre. De modo que a quien examina diligentemente las cosas pasadas, le es fácil prever las futuras en cualquier república y aplicar los remedios empleados por los antiguos o si no se encuentra ninguno usado por ellos, pensar unos nuevos teniendo en cuenta la similitud de la circunstancia (Maquiavelo: 1987, p. 127).

Ambos frecuentan la historia como fuente de sabiduría y ejemplos destinados a satisfacer al lector. Pero en Maquiavelo la razón principal para sostener los rasgos estáticos y recurrentes se fundaba en que no importaba la época que pertenecieran los hombres, todos ellos tenían los mismos comportamientos, búsqueda de poder, deseos de conquista y egoísmo, por lo cual era accesible establecer una capacidad predictiva sobre estas conductas, ya que los finales eran los esperados.

La cuestión de la forma de gobierno ocupa un lugar preponderante en ambos pensadores. Tito Livio era un ferviente admirador de la República romana, donde los gobernantes eran elegidos anualmente y no sujetos al poder de algunos individuos. Por su parte, el florentino no trata el tema de la República en El príncipe, y esto lo deja claramente establecido en el capítulo ii: “Pasaré aquí en silencio las repúblicas, a causa de que he discurrido ya largamente sobre ellas en mis discursos acerca de la primera década de Tito Livio, y no dirigiré mi atención, más que sobre el principado” (Maquiavelo: 1993, p. 28).

¿Cuál es la forma de gobierno que anhela Maquiavelo? En Discursos el diplomático nos deja traslucir que la mejor forma de gobierno es la república romana, y que fue la desunión del Senado y el pueblo lo que hizo libre poderosa a aquella República.

Creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de la libertad de Roma, se fijan más en los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que produjeron, y consideran que en toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos, como se puede ver fácilmente por lo ocurrido en Roma, pues de los Tarquinas a los Gracos transcurrieron más de trescientos años, y, en ese tiempo, las disensiones de Roma raras veces comportaron el exilio, y menos aún la pena capital. Por tanto, no podemos juzgar nocivos esos tumultos, ni considerar dividida una república que, en tanto tiempo, no mandó al exilio, como consecuencia de sus luchas internas, más que a ocho o diez ciudadanos, ejecutó a poquísimos y ni siquiera multó a muchos. No se puede llamar, en modo alguno, desordenada una república donde existieron tantos ejemplos de virtud, porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación de las buenas leyes, y las buenas leyes de esas diferencias internas que muchos, desconsideradamente, condenan, pues quien estudie el buen fin que tuvieron encontrará que no engendraron exilios ni violencias en perjuicio del bien común, sino leyes y órdenes en beneficio de la libertad pública (Maquiavelo: 1987, p. 39).

Por último, nos queda establecer la dicotomía planteada entre fortuna y virtud. Como pudimos ver con Tito Livio, la fortuna ocupó un lugar importante en el pensamiento romano, ya que se sabe que ella puede cambiar en cualquier momento el curso de los acontecimientos. Maquiavelo le asigna trascendencia a la cuestión, pero la limita en cuanto a que el hombre del Renacimiento tiene la convicción necesaria de ser él mismo quien es dueño de sus actos y de su destino. “Estimo que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también que nos deja gobernar a la otra mitad, o al menos, una buena parte de ella” (Maquiavelo: 1994, p. 148).

Queda claro que la fortuna rige al mundo; pero es cierta medias nada más. El hombre no está sometido a la fortuna. Debe elegir y gobernar su mundo. Si deja de cumplir este deber, la fortuna se burla de él y lo abandona (Cassirer: 1993, p. 190),

es decir que el hombre debe obrar y elegir los cursos de acción que crea pertinentes, y que en ese proceso la fortuna lo acompañará. Por otra parte,

la virtud que tiene en mente el florentino, no eran las virtudes cristianas, sino que el concepto tenía una clara significación pagana, que implicaba fuerza interior, energía de voluntad y habilidad para actual y decidir con determinación, virtud militar como valor, bravura y coraje (Várnagy: 2000, p. 28).

Claramente, había que imitar a Roma y sus virtudes.

Maquiavelo plantea que el hombre en el estado de naturaleza es malo, y, al no poder garantizar su seguridad, solo puede establecer relaciones sobre la base de su poder. Esto genera una lucha por el poder y un estado de inseguridad donde la guerra es un recurso recurrente al que pueden apelar los gobernantes.

En el estado de naturaleza, el objetivo primordial de las unidades políticas es la supervivencia, lo cual depende de sus recursos de poder.

1.2.2. Thomas Hobbes (1588-1679)

La principal problemática de la que parte la teoría política hobbesiana hace referencia a un estado de naturaleza caracterizado por la inseguridad del individuo y de las propiedades, como resultado de no establecer límites a la guerra. Las causas de ese conflicto, según Hobbes, están diametralmente vinculadas a las conductas egoístas. Es decir, que el estado de naturaleza implica carencias en cuanto a la satisfacción de necesidades debido a la escasez de recursos que conducen a la inseguridad.

Dado que la condición del hombre, es condición de guerra de todos contra todos, en la que cada cual es gobernado por su propia razón, sin que haya nada que pueda servirle de ayuda para preservar su vida contra sus enemigos, se sigue que en una tal condición todo hombre tiene derecho a todo, incluso al cuerpo de los demás. Y, por lo tanto, mientras persista ese derecho natural de todo hombre a toda cosa no puede haber seguridad para hombre alguno (por muy fuerte y sabio que sea) de vivir todo el tiempo que la naturaleza concede ordinariamente a los hombres para vivir (Hobbes: 1979, p. 228).

La manera de salir de este estado de naturaleza es mediante un pacto en el cual los individuos de la sociedad transfieren las libertades hacia un individuo o grupo de individuos (gobernantes), que sean capaces de defenderlos en caso de agresión interna o externa.

La libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder, como él quiera, para la preservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida y por consiguiente de hacer toda cosa que en su propio juicio y razón conciba como el medio más apto para aquello (Hobbes: 1979, p. 227).

En este sentido, “‘el Leviatán’ o estado se nos presenta como un hombre artificial, aunque de mayor estatura y vigor que el hombre natural, para cuya protección y defensa fue ideado” (Hobbes: 1979, p. 11); claramente, aquí hay una diferencia substancial con Maquiavelo. Con la publicación del Leviatán en 1651, Hobbes habla con claridad de un Estado creado mediante un contrato social (de ahí la denominación de contractualista), mientras que Maquiavelo no teoriza sobre el Estado, sino sobre el principado de ahí el nombre de su gran obra. Hay un elemento más en el estado de naturaleza que no debemos dejar por alto. Como la inseguridad a la que hacemos referencia es producto de la anarquía, la función del Estado debe ser la de garantizar la seguridad de los individuos.

Pero lo cierto, es que para Hobbes esta problemática no puede resolverse, porque se asocia con el estado de naturaleza del hombre y como la misma es inmutable, no posee una solución que pueda erradicarlo, aunque si establecer restricciones a través del poder del Estado.

Las leyes para Hobbes que pueden ayudarnos hacer a los hombres mejores, son los medios que nos pueden permitir el pasaje del estado de naturaleza a un estado civil. De esta manera coincide con Maquiavelo en que el hombre es malo por naturaleza, pero por intermedio de las leyes, podría ser bueno. Diferencia de peso con Tomás Moro, que sostiene la tesis contraria: el hombre es bueno por naturaleza, y es corrompido por las instituciones.

Hobbes al igual que Maquiavelo plantea que el hombre es malo por naturaleza, caracterizado por la inseguridad generada a partir de la escasez de recursos. Para Hobbes la manera de salir de este estado es mediante un contrato social, donde se delegue en el Estado y sea éste quien garantice la seguridad.La guerra es producto del egoísmo y de la anarquía. En el sistema internacional la guerra es recurrente porque está en un estado de naturaleza.

1.2.3. Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831)

Discurrir sobre este autor supone plantear una ruptura con el contractualismo, por lo cual es considerado como el primer filósofo de la modernidad, ya que la nueva realidad (sociedad moderna) representaba fragmentación y ruptura. Con relación al problema de la naturaleza humana, Hegel no se aleja mucho del pensamiento de los contractualistas, ya que el hombre demuestra cierta libertad de acción.

Las pasiones, los fines del interés particular, la satisfacción del egoísmo, son en parte, lo más poderoso (Hegel: 1999, p. 79).

En esa instancia de naturaleza, la esencia del individuo no sería permanente o eterna (como la llaman algunos), sino que sería parte de un resultado al que se llega de momentos; sin embargo, el punto de partida para que el individuo pueda crear su propia naturaleza (a través de un proceso de autoconciencia) comienza en el estado de naturaleza, pero la libertad del individuo no surge de esta abstracción conceptual.

Otro punto de ruptura con el contractualismo se sitúa en la creación del Estado. Para Hegel, el Estado no surge por la voluntad de los individuos, “el Estado es la realidad efectiva de la idea ética” (Hegel: 1975). En otras palabras suscritas en la misma obra, sostiene:

El estado, en cuanto realidad de la voluntad substancial, realidad que ésta tiene en la autoconciencia particular elevada a su universalidad, es lo racional en y para sí. Esta unidad substancial es el absoluto e inmóvil fin de sí mismo en el que la libertad alcanza su derecho supremo, por lo que este fin último tiene un derecho superior al individuo, cuyo supremo deber ser miembro del estado (Hegel: 1975, p. 285).

“En este punto, debemos no confundir sociedad civil con estado, porque ello lleva a determinar el fin último como el interés del individuo en cuanto tal y a concebir al estado como la sumatoria de individuos y como contrato” (Taylor: 1983, p. 168). El Estado para Hegel supone la formación de una unidad y luego su preservación, es decir, que en “el sistema hegeliano la existencia de un estado y la búsqueda de tal unidad son cosas idénticas” (Melossi: 1992, p. 56).

Quizás en este punto de la unidad y de su interés para el autor, se pueda establecer un vínculo con Maquiavelo. Los tiempos en los cuales Hegel desarrolló sus obras eran tumultuosos producto de las guerras napoleónicas, y Prusia no era ajena a esta coyuntura luego de la renuncia de Francisco ii.

En este estado de ánimo, Hegel leyó el príncipe de Maquiavelo. Y entonces creyó haber encontrado la clave de esta obra. Encontró que había un exacto paralelo entre la vida pública alemana en el siglo xix y la vida nacional italiana en el período de Maquiavelo. Esto despertó en él un nuevo interés y una nueva ambición. Soñó con convertirse en un segundo Maquiavelo, en el Maquiavelo de su propio tiempo (Cassirer: 1993, p. 146).

En este paralelismo entre la Prusia del siglo xix e Italia del siglo xvi, los elementos comunes eran la fragmentación, la dispersión, la anarquía y la ocupación por parte de otras unidades políticas o Estados de sus territorios. Salir de esa coyuntura implicaba un llamamiento a la unidad territorial.

Hegel se diferencia del pensamiento contractualista: el Estado es una entidad absoluta, racional y autónoma, pero el Estado no pacta, porque es soberano. Hay una idea de construcción de un Estado, y la búsqueda de unidad. Esto se observa con claridad en la lectura que hace Hegel de Maquiavelo.

Abolir la guerra es terminar con la vida política. Es utópico que las diferencias se arreglen por medios legales. El Estado es la individualización de la libertad.

1.2.4. Carl von Clausewitz (1780-1831)

El objetivo de Von Clausewitz en su obra De la guerra (1832) es elaborar una teoría de la guerra que sirva a modo de “norma de conducta” para los militares. No busca desarrollar una teoría política. Tampoco se pregunta sobre las causas de la guerra, para él es un hecho social, tiene una “existencia social”, y busca estudiarla con un objetivo pedagógico. Es decir, al igual que Tucídides, Tito Livio, Maquiavelo y Hobbes, en Von Clausewitz hay una preocupación por el fenómeno de la guerra, pero en términos distintos. Aquellos autores veían la guerra como un fenómeno recurrente en las relaciones internacionales y buscaban comprenderlo como parte de sus abstracciones conceptuales, partiendo algunos de ellos (como Maquiavelo y Hobbes) desde el estado de naturaleza. Von Clausewitz, por su parte, quiere “enseñarles” a los militares a hacer la guerra y aspira a penetrar en un campo, describirlo y explicarlo para desembocar en la elaboración de una ciencia.

La guerra es, en consecuencia, un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario (Von Clausewitz: 2008, p. 29).

Pero, para Von Clausewitz, la guerra no es solo un acto de fuerza, ni tampoco un mero “acto político”, y todas las guerras deberían considerarse en estos términos (políticos).

La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios (Von Clausewitz: 2008, p. 46).

Logra elaborar una teoría de la guerra, aunque percibe que no es posible enunciar una ciencia de la guerra. De esta manera, puede haber una serie de principios básicos, que pueden ser absorbidos rápidamente debido a su flexibilidad. El prusiano plantea dos tipos de guerra:

cuadro 2 cap 4

 

La teoría clausewitziana de la guerra se sustenta en tres grandes componentes. De ahí el nombre que les brinda en su obra, “extraña trinidad”:

  1. El Estado (gobierno). El principal actor que impone la voluntad al adversario y el cual puede utilizar la guerra como un instrumento político, es el Estado donde está la política, es el encargado de llevar a cabo estas acciones, sosteniendo que la guerra es un fenómeno interestatal.
  2. El pueblo. “Las pasiones que enciende la guerra deben existir en los pueblos” (Von Clausewitz: 2008, p. 48). Por lo tanto, las rivalidades o las pasiones llevadas a su caso extremo (como con el odio) son impulsos que deben encontrarse presentes a la hora del conflicto.
  3. El ejército. “La virtud militar de un ejército es una de las fuerzas morales más importantes en la guerra, y donde falta esta virtud vemos que o bien es reemplazada por una de las otras, como son el genio superior del general o el entusiasmo del pueblo o bien encontramos resultados que no son proporcionados al esfuerzo realizado” (Von Clausewitz: 2008, p. 187).

Clausewitz busca estudiar el fenómeno bélico desde un lugar pedagógico que le permita enseñarles a los militares a hacer la guerra. Pese a sus intentos de crear una ciencia de la guerra, termina elaborando una teoría cuyo centro de esa “trinidad” es el Estado, donde está la política.

Al reconocer al Estado como el actor más importante que lleva a cabo las acciones bélicas, sostiene que la extraña trinidad tiene un marcado carácter interestatal.

2. La seguridad internacional en el siglo xx

2.1. Transformaciones en la política internacional y su repercusión en la construcción teórica y epistemológica en el período de entreguerras (1919-1939): idealismo versus realismo

El período de entreguerras (1919-1939) constituyó una etapa de transformaciones substanciales en las relaciones internacionales del siglo xx, que tendrían su reflejo en nuevas construcciones teóricas y epistemológicas. El debate que se desarrolló en este momento histórico enfrentó la corriente idealista de las relaciones internacionales con el realismo.

La finalización de la Gran Guerra[2] encontró el momento propicio para la instauración y proliferación de la corriente idealista, que tuvo entre sus figuras más destacadas al presidente Woodrow Wilson. El primer mandatario norteamericano pregonaba no recurrir a la guerra como medio de resolución de controversias, y la necesidad de crear un organismo internacional de carácter multilateral que ayudara a la construcción de la paz mundial. Es así como se daba curso a la creación de Sociedad de Naciones (sdn) y al establecimiento de un sistema de seguridad colectiva, el cual suponía que, frente a una posible agresión por parte de un Estado, el resto de las unidades que componían esa alianza militar saldrían en su defensa. A continuación, expondremos las principales ideas de la corriente idealista:

  • Principio de autoderminación
  • Sistema de seguridad colectiva
  • Organismos multilaterales
  • Abandono de diplomacia secreta

De todas estas ideas, “no es de extrañar que el debate entre idealismo y realismo se centrara entonces en el sistema de seguridad colectiva” (Tomassini: 1988, p. 12). El avisoramiento de la lucha por el poder, el reclamo territorial de potencias revisionistas (entre ellas Alemania) y un nacionalismo que se reforzaba sobre un discurso amenazante y belicista pretendiendo ser universalizable condujeron al fracaso de la Sociedad de Naciones, testigo privilegiado del vacío de poder y la desilusión de las ideas utópicas del desarme y la seguridad colectiva.

El sistema internacional se parecía cada vez más a una descripción hobbesiana que se sustentaba sobre una posibilidad de una guerra europea generalizada. El rearme alemán ya no dejaba espacio para la ingenuidad del idealismo, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial reflejó, sin lugar a dudas, un baño de realidad y un renacer de esta corriente de pensamiento, que se consolidaría con la finalización de la contienda y el surgimiento de la Guerra Fría, configurando un contexto propicio para la edificación de una nueva construcción teórica y epistemológica: el realismo político de posguerra.

De esta manera, los pensadores del realismo político de la época, como Edward Carr, George Kennan y Hans Morgenthau, sentaron las necesidades de superar el idealismo desde una perspectiva que debía adaptarse a un nuevo contexto internacional signado por la Guerra Fría, pero que trajo consigo ideas de pensadores clásicos de la corriente que vimos en el apartado 1. Pese al valor que tienen George Kennan y Hans Morgenthau como los grandes precursores en la creación de la teoría realista contemporánea de posguerra, no debemos olvidar el lugar que ocupó el historiador inglés Edward Carr, el cual representó una primera aproximación férrea a la idea de superar el idealismo, ya que este planteaba una teoría normativa, es decir, una teoría del deber ser, lo cual era erróneo a sus ojos si no teníamos un diagnóstico previo.

El debate en materia de seguridad internacional se centra entre el idealismo, que pregonaba por un sistema de seguridad colectivo, y el realismo, que promovía un equilibrio de poder.

Idealismo (deber ser) versus realismo (ser).

2.2. Comienzo de la Guerra Fría. Las ideas de Kennan y el realismo político de Morgenthau

Un tiempo antes que finalizara la Segunda Guerra Mundial, los Aliados (Estados Unidos, Francia, Rusia y Gran Bretaña) comenzaron a reunirse con cierta periodicidad para establecer un nuevo orden internacional de posguerra. “Se estaba viendo claramente que, después de la guerra, el equilibrio mundial de poder sería totalmente diferente del que había precedido” (Kennedy: 1994, p. 443). Quedaba por resolverse la “cuestión de Alemania”, esto era que se iba hacer una vez que concluyera la confrontación con la potencia revisionista a la cual se responsabilizaba por ambas guerras.

En este sentido, en la primera conferencia de Yalta (1945), se resolvió desmembrar el territorio alemán en cuatro zonas de ocupación. Meses más tarde, y ya finalizada la contienda, en la conferencia de Potsdam (1945) el tono de los reclamos entre las potencias vencedoras marcó un ritmo diferente al de Yalta. Comenzaron las fricciones de intereses sobre las zonas de ocupación de Alemania en relación con si debían instaurarse democracias liberales o modelos soviéticos de Estados. Eran los primeros indicios de disensos. Allí sucedió un acontecimiento inesperado que marcaría un antes y un después. “Truman se llevó aparte a Stalin para informarle de la existencia de la bomba atómica. Stalin desde luego, ya sabía de ella por sus espías; en realidad lo había sabido desde antes que Truman” (Kissinger: 1995, p. 422); lo cierto es que fue más que un mero acontecimiento anecdótico, “el resultado práctico de Potsdam fue el principio del proceso que dividió a Europa en dos esferas de influencias” (Kissinger: 1995, p. 422).

La mayoría de los países que habían librado la guerra se encontraban con territorios devastados, infraestructuras colapsadas y un aparato productivo destruido, menos Estados Unidos, que salía del conflicto en su condición de acreedor y con una economía en crecimiento. “Este poder económico se reflejaba en la fuerza militar” (Kennedy: 1994, p. 444), lo cual mostró una nueva posición estratégica y económica producto de un cambio en la distribución de poder y de un conflicto que no peleó en su territorio. Desde lo económico, “bajo el liderazgo intelectual de Keynes, los países se reunieron en 1944 en Bretton Woods (New Hampshire) y forjaron un acuerdo que condujo a la formación de las principales instituciones económicas” (Samuelson-Nordhaus: 1999, p. 700). Se crearon nuevos organismos económicos internacionales que tenían como finalidad la instauración de un nuevo orden de posguerra: el Fondo Monetario Internacional (fmi), el Banco Mundial (bm) y el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (gatt). Más tarde, el Plan Marshall (1947) significó un rescate económico de Europa. Rescate que no era puramente económico, sino anímico y político. Europa se encontraba frente a un estado de anomia generalizado, que favorecía la expansión de la izquierda y la instauración de gobiernos comunistas.

Por su parte, la otra potencia vencedora, la Unión Soviética, había extendido su poder sobre Europa Oriental mediante la instauración de gobiernos comunistas cercanos a Moscú. Era claro que tenía en mente una proyección de poder hasta Europa Central, a la vez que manifestaba su intención de controlar una zona geográfica por donde había sido invadida dos veces, la última con Hitler. La creación de Naciones Unidas en 1945, que tenía como finalidad establecer “la paz y la seguridad internacional”, se vio eclipsada por la tensión creciente entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que desembocaría en la coyuntura de la Guerra Fría. La connotación del término nos conduce primero hacer referencia a un conflicto o rivalidad (entre los rusos y los norteamericanos) que tiene como principales áreas la militar, la política, la económica, las sociales e ideológicas/culturales, y que, dada su dimensión o escalada militar, no se podía llevar a cabo con equipamiento nuclear (caliente), sino frío (armamento convencional que produce daños limitados), evitando el enfrentamiento directo, pero chocando a través de terceros Estados en conflictos regionales. La rivalidad condujo a la confección de alianzas militares para contrarrestarse mutuamente.

De esta manera, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan) con Estados Unidos a la cabeza confeccionó una alianza militar defensiva en 1949 respetando la Carta de Naciones Unidas, para hacer frente a una posible agresión por parte de otra nación. En contrapartida, la Unión Soviética planteó un esquema similar defensivo sobre la base de acuerdos con países del este de Europa en 1955 conocido con el nombre de Pacto de Varsovia. En síntesis, “el Plan Marshall estuvo destinado a poner de pie económicamente a Europa. La otan velaría por su seguridad” (Kissinger: 1995, p. 444). En este contexto de confrontación entre las superpotencias económicas y militares, en el cual se inauguró un sistema bipolar, se escribieron las principales ideas y obras de George Kennan y Hans Morgenthau.

2.2.1. George Kennan (1947-1949)

Kennan apareció luego de la Segunda Guerra Mundial como una figura respetada por su conocimiento de los asuntos soviéticos y por ser el precursor de la estrategia de “contención”. En este nuevo contexto de conflicto con la Unión Soviética, se requerían los servicios de aquellos funcionarios que pudiesen aportar conocimientos y datos relevantes, y claramente Kennan poseía estas credenciales por su experiencia. En este sentido, el “Telegrama Largo” que envió a Washington desde la embajada de Moscú representa con astucia y un conocimiento erudito en la materia, un muy buen encuadre del “problema soviético”.

En el fondo de la neurótica visión que tiene el Kremlin de los asuntos mundiales se encuentra el tradicional e instintivo sentido ruso de inseguridad. Originariamente, ésta fue la inseguridad de un pacífico pueblo de agricultores que intentaba vivir en una vasta y expuesta llanura, en la vecindad de feroces pueblos nómadas. A esto se añadió, al entrar Rusia en contacto con el Occidente económicamente avanzado el temor a unas sociedades más competentes, más poderosas, y más organizadas en esa zona. Pero este tipo de inseguridad afligió más a los gobernantes rusos que al pueblo ruso, pues los gobernantes rusos han sentido invariablemente que se gobierno era relativamente arcaico en su forma, frágil y artificial en sus fundamentos psicológicos, incapaz de compararse o e entrar en contacto con los sistemas político de los países occidentales (Kennan: 1969, p. 699).

Sin embargo, su salto al estrellato público se originó con una publicación realizada en el año 1947 en la revista Foreign Affairs, conocida con el nombre “The Sources of the Soviet Conduct” y que realizó con un seudónimo (Mr. x), ya que su identidad no podía ser revelada por cuestiones obvias. Este documento realizó un aporte substancial al intentar explicar que

la conflictividad a las democracias era inherente a la estructura interna soviética y por qué esa estructura resultaría impenetrable a los esfuerzos conciliatorios de Occidente. La tensión con el mundo exterior era parte de la naturaleza misma de la filosofía comunista (Kissinger: 1995, p. 441).

Por esta razón, “la manera de superar la estrategia soviética era por medio de una política de firme contención” (Kennan: 1995, p. 442).

En el marco de la estrategia de contención, Kennan tenía una idea que rondaba su cabeza con persistencia y se acentuaba en la importancia de controlar los principales centros industriales de poder, los cuales debían estar bajo el control de Occidente.

Kennan reconocía la necesidad de una segura esfera de influencia dentro del hemisferio occidental, así como el acceso a los centros de poder industrial, a las fuentes de materias primas y a los puntos defensivos cruciales en todo el mundo. De todas las variedades de poder existente dentro de la escena internacional, el poder industrial militar era el más peligroso y, por lo tanto, era necesario poner un énfasis primario en el hecho de mantenerlo bajo control (Gaddis: 1989, p. 45).

En su disertación frente al National War College en 1948, sostuvo:

Solo hay 5 centros de poder industrial y militar en el mundo que son importantes para nosotros desde el punto de vista de la seguridad nacional (nwc, 17 de septiembre de 1948, box 17).

Los cinco centros de poder industrial y militar a los que se refería Kennan eran Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania Federal y Japón. Si estos permanecían bajo un estricto control de Occidente, y no caían bajo el poder de la urss, se podía proyectar un equilibrio de poder. De esto se desprende que, en el pensamiento de Kennan, los medios militares son recursos de poder importantes, pero la economía también tiene un papel de primer orden en la construcción de ese poder. “Tal vez la armonía no fuera posible, pero se podría lograr la seguridad de todos modos por medio de un cuidadoso equilibrio de poder, intereses y antagonismos” (Gaddis: 1989, p. 44).

Entonces, el planteo del diplomático en torno al equilibrio de poder no era ir a presentar batalla a cualquier parte del mundo, sino a aquellos lugares donde había intereses primarios; es decir, fundamentalmente, la idea era defender Europa y Asia. De este punto se desprenden las estrategias de contención de Kennan acuñadas con los nombres “perímetro defensivo” y “defensa de puntos fuertes”.

 

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Ambas estrategias eran cruciales para el diplomático norteamericano. Pero hubo una atracción en particular por la defensa de puntos fuertes, ya que “la consideró el método más apropiado para la reconstrucción del equilibrio de poder” (Gaddis: 1989, p. 73). Quizás la limitación haya estado dada por cuestiones presupuestarias. Estados Unidos no podía comprometerse a intervenir en cualquier región y situación, los recursos limitados establecían restricciones para desempeñarse en el concierto internacional. Es así como los intereses primarios, nos referimos al poderío económico/industrial, serían los que marcarían la agenda de seguridad internacional para Estados Unidos en la inmediata posguerra.

Kennan sostenía que la conflictividad entre Estados Unidos y la Unión Soviética no desaparecería en el corto plazo y que había que prepararse para un conflicto extenso; por tanto, elaboró la estrategia de contención.

No solo importa el poder militar, sino también la capacidad económica industrial.

El equilibrio de poder se presenta donde hay intereses primarios.

Elabora las estrategias de contención llamadas “defensa de puntos fuertes” y “perímetro defensivo”.

2.2.2. Hans Morgenthau, realismo político (1948)

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Morgenthau vio la necesidad de crear una teoría empírica motivada por la falta de experiencia de Estados Unidos en materia de política exterior como consecuencia de su aislacionismo. Era consciente de que su teoría podía servir como una hoja de ruta o un manual para los tomadores de decisiones, ya que el nuevo contexto internacional de segunda posguerra convirtió a los Estados Unidos en una superpotencia hegemónica, y como consecuencia debió formar un personal especializado en la materia.

La finalidad de este libro consiste en presentar una teoría de la política internacional. El modo de validarse una tal teoría debe ser empírico y pragmático (Morgenthau: 1986, p. 12).

Como veníamos planteando al comienzo del apartado 2, la confrontación entre el idealismo y el realismo se constituyó en una pieza clave del pensamiento en las relaciones internacionales en general y de Morgenthau en particular, al crear una teoría empírica que tratase de explicar lo que era y no lo que debía ser. Así lo sostiene en el capítulo 1 de su obra más importante, Política entre Naciones:

La historia del pensamiento político moderno es la historia de la confrontación entre dos escuelas de pensamiento que en lo substancial difieren en sus concepciones sobre la naturaleza del hombre, la sociedad y de la política. Uno piensa que se puede realizar aquí y ahora un orden político, moral y racional, derivado de principios abstractos y universalmente aceptados. Supone la bondad esencial y la infinita maleabilidad de la naturaleza humana.
La otra escuela afirma que el mundo, imperfecto desde un punto de vista racional, es el resultado de fuerzas inherentes a la naturaleza humana. Para mejorar el mundo, se debe trabajar con estas fuerzas y no contra ellas. Al ser el nuestro un mundo de intereses opuestos y conflictivos, los principios morales nunca pueden realizarse plenamente (Morgenthau: 1986, p. 11).

Es claro que el pensador alemán partía de una concepción antropológica pesimista de la naturaleza del hombre, como hacían los clásicos del realismo, suponiendo que la naturaleza del hombre es egoísta en un mundo signado por la anarquía. De esta manera, el sistema internacional se encontró en un estado de naturaleza hobbesiano, donde la seguridad es la principal preocupación y cada Estado depende de sí mismo para garantizar su seguridad. De esta manera, el principal objetivo es la supervivencia (principio de autoayuda) del Estado y, para garantizarla, necesitan incrementar su poder, lo cual conducirá al resto de los Estados actuar de la misma manera, maximizando sus recursos. Esto implica definir la política internacional como una lucha por el poder y a esta como una ley objetiva:

Como toda política, la política internacional implica una lucha por el poder. No importa cuáles sean los fines últimos de la política internacional: el poder será el objetivo inmediato (Morgenthau: 1986, p. 41).

Para Morgenthau el actor principal es el Estado que se asemeja a la concepción hobbesiana (contractualista) –hegeliana (anticontractualista). Esto implica, por un lado, la aceptación del Estado de naturaleza hobbesiana y del pacto por el cual se genera el Estado, pero, por otro, hay una idea de que el Estado no surge a partir de un pacto, ya que es soberano y autónomo, es decir que es un ente racional. Morgenthau planteaba otorgarle a la política internacional una identidad propia, y lo hizo a través de uno de los principios del realismo político, el concepto de interés definido en términos de poder; es decir, podríamos sostener que el poder es el interés del Estado.

El elemento principal que le permite al realismo político encontrar su rumbo en el panorama de la política internacional es el concepto de interés definido en términos de poder. Este concepto proporciona el enlace entre la razón y los hechos que reclaman comprensión. Fija a la política como una esfera autónoma de acción y comprensión distinta de otras esferas tales como la economía, la ética, la estética o la religiosa. Sin tal concepto no podríamos distinguir los hechos políticos y lo que no lo son (Morgenthau: 1986, p. 13).

Queda claro que el concepto de interés definido como poder es el que le permitió a Morgenthau darle una identidad a la política, pero también le permitió establecer predicciones sobre la conducta de los Estados, ya que intentaba establecer una ciencia de la política internacional realista que explicara lo que es y no lo que debería ser, y toda disciplina que aspire a lograr dicha meta debe actuar en tres dimensiones: pasado, presente y futuro.

El realismo supone que su concepto clave de interés definido en términos de poder es una categoría objetiva de validez universal (Morgenthau: 1986, p. 19).

Finalmente, se nos presentan dos elementos de importancia para el pensador alemán. Comenzaremos por la concepción del poder. En su capítulo iii, define primero qué es el poder, para luego dar cuenta de qué es el poder político y establecer cuatro distinciones: poder vs. influencia, poder vs. fuerza, poder aprovechable vs. poder no aprovechable y poder legítimo vs. poder ilegítimo. En principio, el poder es entendido como relaciones de control y psicológicas:

Cuando hablamos de poder nos referimos al control del hombre sobre las mentes y las acciones de otros hombres. Por poder político, significamos mutuas relaciones de control entre los depositarios de la autoridad pública y entre estos últimos y la gente en general. el poder político es una relación psicológica entre quienes ejercen y aquellos sobre los que se ejerce (Morgenthau, 1986, p. 43).

La relevancia que le otorgaba Morgenthau al factor psicológico del poder se ve con claridad cuando discrimina entre poder y fuerza, retomando la concepción de Von Clausewitz de que la fuerza (violencia física) es un instrumento o un recurso del poder.

Cuando la violencia se convierte en realidad el poder político abdica a favor del poder militar o seudomilitar. La fuerza armada es el más importante factor material que contribuye a conformar poder político de una nación. Si el mismo pasa a ser realidad en una guerra se produce el reemplazo del poder político por el poder militar (Morgenthau: 1986, p. 43).

De aquí se desprende que, cuando la guerra tiene lugar, el elemento psicológico es sustituido por la violencia física. En síntesis, el poder es la capacidad de imponer y supone cualquier elemento que permita controlar. El poder para el realismo es la suma de las capacidades totales y es intercambiable, es decir que él en su conjunto es aplicable a una multiplicidad situaciones.

El último elemento de importancia es el equilibrio de poder. Morgenthau en el capítulo xi plantea la siguiente frase en torno a este tema:

Las aspiraciones de poder de varias naciones, cada una de ellas tratando de mantener o quebrar el estatus quo, llevan necesariamente a una configuración de poder que se denomina el equilibro de poder y a las políticas que procuran preservarlo (Morgenthau: 1986, p. 210).

Pasamos a continuación a analizar en profundidad esta frase. Como comentamos anteriormente, la lucha por el poder entre las naciones (ley objetiva) llevaría a la búsqueda de un equilibrio de poder. La palabra “necesariamente” nos remite a la posibilidad de que el equilibrio de poder sea ajeno a la voluntad de los Estados, es decir que sea algo contingente, que no se encuentre determinado, podría ser un resultado no deseado. Sin embargo, la última frase de su oración “políticas que procuran preservarlo” resaltaría el aspecto intencional y el equilibrio de poder sería un resultado buscado. Lo cierto es que la existencia de la búsqueda de un equilibrio de poder puede ser un elemento de estabilidad, que puede ser evaluado para el mantenimiento de una paz duradera. En este contexto, el equilibrio de poder presenta tres características:

  1. Incertidumbre: esta característica se refiere a la posibilidad o no de saber los recursos de poder del otro actor, ya que, para plantear un equilibrio de poder, es necesario que el poder pueda calcularse. Es difícil calcular el poder de un Estado.
  2. Irrealidad: como es difícil el cálculo del poder, lo máximo a lo que se puede aspirar es a incrementar mis recursos y, de esta manera, intentar mantener un mínimo de seguridad y un mínimo de error. El equilibrio de poder no sería un mantenimiento total del statu quo.
  3. Insuficiencia: por la incertidumbre y la irrealidad, tenemos como resultado una insuficiencia, ya que el equilibrio de poder no garantiza la paz.

Morgenthau plantea una teoría realista y una ciencia de la política internacional, como una hoja de ruta para la toma de decisiones debido a la falta de experiencia en política exterior.

Le da una autonomía a la política a través del concepto de interés definido en términos de poder. Este le permite predecir la conducta de los Estados.

En la lucha por el poder, que resulta ser la esencia de la política, el sistema internacional está en un estado de naturaleza hobbesiano; lo más importante es la seguridad del Estado.
El realismo plantea el equilibrio de poder, el cual, para que funcione, necesita principios morales compartidos en cuanto al valor de la paz y del sistema internacional.

3. Los cambios en el sistema internacional del sesenta y setenta y sus efectos en las teorías de las relaciones internacionales

3.1. Anomalías y cambios paradigmáticos

La década del sesenta y setenta fue una época de transformaciones en la política internacional. Estos cambios trajeron consigo nuevas interpretaciones y cosmovisiones sobre las relaciones internacionales, que se convirtieron en nuevos paradigmas o teorías. La nueva realidad que surgió a partir de este período fue producto de una serie de acontecimientos de diversa índole que pueden leerse como anomalías, esto es, errores que el paradigma realista no puede explicar. ¿Cuáles fueron los acontecimientos que pusieron en entredicho la capacidad explicativa del realismo?

  1. Guerra de Vietnam: “El desproporcionado compromiso de Vietnam contribuyó a erosionar también las capacidades militares generales de Estados Unidos” (Gaddis: 1989, p. 293), y dejó dos lecciones claras en materia de seguridad. Por un lado, “la irrelevancia de la clase de poder que Estados Unidos podría hacer sentir en esas oportunidades: la tecnología, en este aspecto podría haber sido un obstáculo” (Gaddis: 1989, p. 292), y, por otro, “que la guerra también confirmó la teoría de Mao Tse-tung de que fuerzas primitivas podían triunfar sobre adversarios más sofisticados” (Gaddis: 1989, p. 292). En síntesis, el instrumento militar comenzaba a perder espacio de utilización en la política internacional.
  2. Crisis de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (opep): La tensión se originó a partir del aumento del precio del petróleo como resultado de la decisión de los países miembros de la organización de no exportar más a los países que habían tomado parte en la guerra de Yom Kippur. Estos cambios afectaron a los Estados Unidos y, como bien sostiene Keohane, “cuando las crisis previas habían amenazado al mundo, Estados Unidos pudo compensarlas a través de una producción interna mayor. En 1973, la capacidad de reserva norteamericana había declinado” (Keohane: 1993, pp. 132-133).
  3. Distensión y acercamiento entre el eje este-oeste: período de entendimiento que comenzó en la década del sesenta y se prolongó hasta mediados de los setenta, en donde “la relación triangular entre Estados Unidos, la Unión Soviética y China, abrió las puertas a una serie de avances importantes: el fin de la guerra de Vietnam, un acuerdo que garantizaba el acceso a Berlín, una reducción de la influencia soviética sobre Medio Oriente, el principio del proceso de paz árabe-israelí y la Conferencia sobre Seguridad Europea. Cada uno de estos acontecimientos contribuyó a los demás” (Kissinger: 1995, p. 727).

El realismo al principio manifestó una resistencia al cambio, intentando buscar explicaciones poco creíbles sobre los acontecimientos que transcurrían. Las anomalías (errores) sentaron las bases para las construcciones de nuevas teorías o paradigmas. Así lo sostiene desde la epistemología Thomas Kuhn, en su obra Estructuras de las revoluciones científicas.

La percepción de la anomalía, o sea un fenómeno para que el investigador no está preparado por su paradigma, desempeñó un papel esencial en la preparación del camino para la percepción de la realidad (Kuhn: 2004, p. 100).

Con esto, siguiendo a Kuhn, queremos manifestar que el cambio en la percepción de la realidad se transformó en nuevas interpretaciones, que se tradujeron en nuevos paradigmas. El primero de ellos se produjo al interior del realismo mediante un intento de modernización, que se conocería como “neorrealismo” y que tomó en cuenta los supuestos básicos (el centro duro) añadiendo la tradición del estructuralismo, siendo conocido también con el nombre de “realismo estructuralista” por su énfasis en el estudio de la estructura. Pero la crisis introduciría un nuevo paradigma, que lo conocemos con el nombre de la “interdependencia compleja” o “globalismo”, el cual, a diferencia del anterior, sí propone nuevos constructos teóricos para el abordaje de la política internacional.

3.1.1. Robert Keohane y Joseph Nye, la interdependencia compleja (1977)

La interdependencia compleja parte de un diagnóstico de la política internacional diferente del realismo y del neorrealismo. Para Keohane y Nye, la política mundial es “interdependiente”, lo cual supone que los ejes temáticos centrales del realismo clásico y del neorrealismo, que hacen referencia a la lucha por el poder entre los Estados y a la primacía de la seguridad internacional, como principal objetivo del Estado, ya no juegan un papel de primer orden en un mundo cada vez más interdependiente. Ahora bien, ¿qué significa interdependencia para estos autores?

En el lenguaje común, dependencia significa que un estado en que se es determinado o significativamente afectado por fuerzas externas. Interdependencia en su definición más simple significa dependencia mutua. En política mundial, interdependencia se refiere a situaciones caracterizadas por efectos recíprocos entre países o entre actores de diferentes países (Keohane y Nye: 1988, p. 22).

El diagnóstico de la política mundial, la definición de “interdependencia” y su crítica al realismo plantean una visión distinta de las relaciones internacionales.

Pensamos que los supuestos de los realistas políticos, cuyas teorías predominaron en el período de posguerra a menudo representan una base inadecuada para el análisis de la política de la interdependencia. Los supuestos realistas pueden considerarse como tipo ideal. También se pueden imaginar condiciones muy diferentes. En este capítulo construiremos otro tipo ideal, el opuesto al realismo. Lo llamaremos interdependencia compleja (Keohane y Nye: 1988, p. 39).

Se menciona un nuevo tipo ideal porque se critican los supuestos básicos sobre los que se construye el realismo, es decir, en términos de Imre Lakatos, lo que sería el centro duro de una teoría. En el primero de ellos, el realismo postulaba como ley objetiva que la política internacional implicaba una lucha por el poder, lo que da como resultado un mundo esencialmente conflictivo. Para la interdependencia, la política mundial no es necesariamente conflictiva (aunque la confrontación es parte del sistema), hay posibilidades para la cooperación internacional.

En segundo lugar, y vinculado al punto anterior, al ser parte de un mundo donde el conflicto es real o potencial, la seguridad y supervivencia del Estado (estado de naturaleza hobbesiano) se convierten en los principales ejes de conducta en el escenario internacional. Por lo tanto, la “alta política” (relaciones diplomáticas-estratégicas), que ocupaba un lugar prioritario en la política internacional con el realismo, pasó a abandonar ese espacio al no encontrar un terreno consolidado en la agenda. Hay un ascenso progresivo con la interdependencia de la “baja política” (cuestiones económicas, culturales, medioambientales y energéticas, entre otras). Por último, para el realismo el actor más importante era el Estado, y fuera de él no había reconocimiento posible para otros protagonistas. “De allí que, para ellos, dicho Estado no es visualizado como la unidad básica y excluyente para el análisis de la política internacional ni como un ente racional y unitario” (Tokatlián y Pardo: 1990, p. 344). Este diagnóstico de la política internacional opuesto al realismo condujo a Keohane y Nye al planteo de las tres características de la interdependencia compleja.

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Finalmente, la interdependencia compleja le asigna un valor trascendental al proceso político (en oposición al realismo) entendido como un mecanismo capaz de transformar los recursos de poder en resultados. Las tres características que describimos con anterioridad, que eran producto de cambios en la política internacional, afectarían el proceso político internacional. Lo cierto es que los vínculos de los Estados se desarrollan en múltiples niveles, donde se pueden observar diversas áreas de competencias e instituciones, lo cual nos marca una fragmentación del proceso y la inclusión de otros actores, como burocracias, organismos no gubernamentales (ong), grupos económicos y organizaciones internacionales (oi), como actores que intervienen y tienen intereses. De esta manera, el proceso político no solo se llevaría a cabo hacia el interior del Estado (proceso político doméstico), sino en el ámbito internacional a través de las organizaciones internacionales, es decir que, de esta manera, habría una instancia adicional donde se pueden articular esos recursos de poder de los Estados en el ámbito internacional.

Para finalizar, de esta manera y a diferencia del neorrealismo que mediatiza entre la acción y el resultado de la estructura, la interdependencia compleja establece una doble mediatización, dada por la estructura y el proceso político.

La interdependencia compleja parte de un diagnóstico distinto de la política internacional del realismo. La seguridad ya no ocupa el lugar predominante en la agenda de temas producto de que las relaciones internacionales no son esencialmente conflictivas y que la fuerza no es un medio de utilidad para resolver cuestiones de tinte económico. Aparecen otros actores, además del Estado, como las organizaciones internacionales, donde se pueden articular recursos de poder.

3.1.2. Kenneth Waltz, neorrealismo (1978)

El neorrealismo de Waltz constituyó un intento de modernización del realismo clásico de Morgenthau y para ello se nutrió de la corriente estructuralista de la década del cincuenta y el sesenta en Europa. Esta tradición le permitió al autor dar un salto epistemológico e intelectual para comprender un elemento que sería esencial en su teoría de la política internacional: la estructura. El comienzo de su primer capítulo expone la preocupación por definir con precisión qué son leyes y teorías:

Los estudiosos de la política internacional utilizan el término “teoría” libremente, a menudo para referirse a cualquier obra que se aleje de la mera descripción, y rara vez para eludir a los trabajos que satisfacen los standards de la filosofía de la ciencia. Mis propósitos requieren que se definan cuidadosamente los términos teorías y leyes (Waltz: 1988, p. 9)

Una primera aproximación a la diferenciación entre ambos términos es el cuestionamiento que hace Waltz de que las teorías son un conjunto de leyes interconectadas, “en vez de ser meros conjuntos de leyes, las teorías son enunciaciones que las explican” (Waltz: 1988, p. 15); es así como la distinción entre ambos términos no sería cuantitativa, sino cualitativa. Pero ¿qué es realmente una teoría para el autor? “Una teoría es un cuadro mental de un reino o un dominio de actividad limitado” (Waltz: 1988, p. 19), es decir que la teoría no es un conjunto de verdades, como tampoco una reproducción fidedigna de la realidad, y debe ser juzgada por su utilidad, o sea, por la capacidad para solucionar problemas y por su poder explicativo y predictivo.

La cuestión, como siempre en el caso de las teorías, no es si el aislamiento de un reino es realista, sino si es útil. Y la utilidad se juzga por los poderes explicativos y predictivos de la teoría que pueda ser elaborada (Waltz: 1988, p. 19).

Una vez establecida esta diferenciación, en los capítulos siguientes vuelve a esbozar otra distinción entre teorías reduccionistas y teorías sistémicas. Define a las primeras como aquellas que intentan explicar el funcionamiento del todo a partir de las partes, y a las sistémicas como aquellas que entienden el todo por el todo mismo. Ambas teorías son insuficientes para explicar porque no dan cuenta de un aspecto de todo sistema, la estructura.

Un sistema está compuesto por una estructura y por unidades interactuantes. La estructura es el componente sistémico que hace posible pensar en el sistema como un todo. El problema no resuelto por los teóricos sistémicos, es hallar una definición de estructura que no incluya los atributos y las interacciones de las unidades (Waltz: 1988, p. 120).

Dejando de lado los atributos y las interacciones de las unidades, el autor propone tomar en cuenta el concepto “relación”, que puede ser utilizado para hacer mención a “la interacción de las unidades, como la posición que cada una de ellas ocupa con respecto a otras” (Waltz: 1988, p. 120), y esta posición es la que realmente nos proporciona una idea de sistema. En fin, para Waltz, la estructura se debe definir sobre la base de tres componentes:

  1. Principio ordenador: la diferencia entre el sistema doméstico y el internacional es que este último se caracteriza por la falta de orden, que entendemos bajo el término “anarquía”. En tal contexto, los Estados buscan garantizar la supervivencia y lo hacen a partir de un sistema de autoayuda. Es decir, que el principio ordenador que es la anarquía conduce a los Estados a la búsqueda de su propia supervivencia a través de un sistema de autoayuda.
  2. Especificador de funciones: se refiere a las funciones que cumplen los Estados, que para Waltz continúan siendo los principales actores de la política internacional. En el contexto internacional con un principio ordenador signado por la anarquía y la consiguiente amenaza a su supervivencia, todos los Estados deben llevar a cabo todas las funciones, porque, si alguna de ellas no se realizara, se vería amenazada su existencia. No hay especificador de funciones porque hay anarquía, y todos los Estados llevan a cabo todas sus funciones.
  3. Distribución de capacidades: este último componente hace referencia a cómo se distribuye el poder en el sistema por medio del análisis de capacidades de los Estados, y, “aunque las capacidades son atributos de las unidades, la distribución de las mismas entre sí ya no lo es, es un concepto sistémico” (Waltz: 1988, p. 146).

Como el principio ordenador y la especificación de funciones no cambian, la estructura se modifica cuando se producen cambios de sistema, y esto sucede cuando hay alteraciones en la distribución de las capacidades. Los cambios de estructura son cambios de sistema, y un cambio en el número de actores (Estados) no significa un cambio de sistema.

Para Waltz hay dos sistemas, el multipolar y el bipolar, que funcionan de manera diversa, ya que ambos poseen “diferentes cualidades”.

La respuesta radica en la conducta que se requiere de las partes en los sistemas de autoayuda, es decir, equilibrio. El equilibrio se logra de manera diferente en los sistemas multi y bipolar. Cuando dos poderes rivalizan, los desequilibrios solo pueden ser corregidos gracias a esfuerzos internos. Cuando hay más de dos, los cambios en la alineación suministran un medio de adaptación adicional lo que agrega flexibilidad al sistema. Ésta es la diferencia crucial entre el sistema multipolar y el bipolar (Waltz: 1988, p. 239).

En relación con estos dos sistemas, Waltz observa que, a lo largo de la historia moderna, solo se ha producido un cambio de sistema, que se produjo con la finalización de la Segunda Guerra Mundial, donde se cambió de un sistema multipolar a uno bipolar.

Las guerras que eliminan a una cantidad suficiente de grandes poderes rivales son transformadoras del sistema. En la historia moderna, sólo la Segunda Guerra Mundial ha ejercido ese efecto (Waltz: 1988, p. 291).

Hacia el final del libro, se ocupa del tema del poder. Para Morgenthau el poder suponía relaciones de control entre quien ejercía el poder y sobre quien se lo ejercía. Para Waltz, no necesariamente reporta control en las relaciones, aunque sí establece que es homogéneo e intercambiable, sobre todo el poder militar, que permite solucionar otras cuestiones de carácter económico.

Si no es seguro que el poder produzca control. ¿Qué es lo que hace por uno? Primero el poder suministra los medios de mantener la propia autonomía ante la fuerza de otros. Segundo, un mayor poder permite una amplitud de acción, aunque el resultado de esa acción siga siendo incierto. Tercero, los más poderosos disfrutan de mayores márgenes de seguridad al tratar con los menos poderosos y tienen más cosas que decir acerca de cuáles serán las partidas a desarrollarse y de qué manera. Cuarto, los grandes poderes dan a sus poseedores una gran influencia dentro de sus sistemas y capacidad de actuar por sí mismos (Waltz: 1988, pp. 283-284).

El neorrealismo de Waltz toma los preceptos básicos del realismo de Morgenthau, y le agrega el análisis de la estructura. Los cambios en la estructura son cambios de sistema cuando hay modificaciones en la distribución de las capacidades. La seguridad y la supervivencia continúan siendo los objetivos vitales del Estado.

3.2. Las consecuencias de las crisis paradigmáticas en la seguridad internacional

La crisis paradigmática del realismo político y los acontecimientos de la década del sesenta y el setenta no solo trajeron repercusiones desde la construcción de nuevas perspectivas o visiones de las relaciones internacionales como el neorrealismo y la interdependencia compleja, sino que también abrieron la puerta para que el concepto de “seguridad” no fuera estudiado y entendido estrictamente en términos de supervivencia y seguridad del Estado.

Es así como la falta de jerarquía en la agenda de temas en la política internacional, es decir, el ascenso de la baja política en detraimiento de la alta política, significó abrir las puertas a una reorientación de la connotación del concepto de “seguridad”, ampliando su definición y alcance de tal manera de incluir otras cuestiones que hasta ese momento no eran leídas en clave de seguridad. Al respecto, los trabajos de Lester Brown (1977) Redefining National Security y de Richard Ullman (1983) Redefining Security representaron el inicio de un camino en el cual la seguridad sería redefinida y ampliada hasta incluir nuevos ejes temáticos como amenazas a la seguridad. En palabras de Brown:

The purpose of this paper is to identify and briefly describe several major new threats to national security, many of which are outside the purview of national security as traditionally defined (Brown: 1977, p. 5).

Luego de proponer una nueva descripción de las amenazas a la seguridad, no entendidas en términos de seguridad nacional, sostiene que tales amenazas probablemente provienen en mayor medida de la “relación del hombre con la naturaleza”, resaltando la importancia del deterioro del ecosistema.

The overwhelmingly military approach to national security is based on the assumption that the principal threat to security comes from other nations. But the threats to security may now arise less from the relationship of nation to nation and more from the relationship of man to nature. Dwindling reserves of oil and the deterioration of the earth’s biological systems now threaten the security of nations everywhere (Brown: 1977, p. 6).

En síntesis, ¿cuáles son las principales amenazas que deben incluirse en materia de seguridad para Brown? Las modificaciones en el clima, que pueden enmarcarse en el denominado “cambio climático”, las fuentes alternativas de energía al petróleo y gas, el deterioro de los sistemas biológicos (la erosión de los suelos), la falta de acceso de los alimentos (la escasez) y, por último, en el marco de las amenazas económicas, cuestiones como el desempleo y la inflación. En una línea similar, Ullman desarrolla una idea de amenaza a los individuos y Estados, de los cuales este último continúa estando en el centro de la seguridad.

Una acción o secuencia de eventos que amenazan drásticamente, y en un período relativamente corto, degradar la calidad de vida de los habitantes de un Estado, o amenaza significativamente el rango de opciones políticas disponibles a los gobiernos de un Estado, o a instituciones privadas no-gubernamentales (personas, grupos, corporaciones) dentro del Estado (Ullman: 1983, p. 133).

En síntesis, la interdependencia compleja, con su nuevo diagnóstico sobre las relaciones internacionales y la creación de un nuevo tipo ideal opuesto al realismo, en el cual nos comunica que los asuntos de seguridad no dominan la agenda, donde la utilización del instrumento militar puede no ser un recurso válido para resolver cuestiones económicas y donde hay un ascenso de temas domésticos de la baja política –tales como medioambientales, económicos y energéticos–, generó la posibilidad de ampliar el concepto de “seguridad” hasta incluir otros ejes temáticos como parte de este. Vale la pena aclarar en este punto que se comienza a ganar en generalidad en cuanto al término, pero que, al mismo tiempo, se pierde en precisión. Todavía es muy prematuro que discutamos si el concepto con esta amplitud progresiva que va adquiriendo se diluye, pero lo cierto es que su expansión terminológica trae consigo ese riesgo colateral que veremos en el capítulo siguiente.

cuadro 5 cap 4

4. La caída de la Unión Soviética, la hegemonía de Estados Unidos y las teorías críticas de las relaciones internacionales

La desintegración de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría trajeron tras de sí el triunfo del capitalismo y la instauración de los principios del neoliberalismo económico. Para muchos significaba el renacer de un idealismo en política internacional apoyado sobre un pensamiento que la interdependencia compleja supo esbozar allá por la década del setenta. Al haber desaparecido la principal amenaza interestatal que había atemorizado a las democracias neoliberales, las relaciones internacionales demostraban una mayor tendencia hacia la cooperación y la integración, había una “percepción generalizada” de que el mundo ya no era esencialmente conflictivo como suponía el realismo de Morgenthau y Waltz. En palabras de Kissinger, “el fin de la Guerra Fría originó una tentación aún mayor de remodelar el medio internacional a la imagen norteamericana” (Kissinger: 1995, p. 802)

Estados Unidos se constituyó, por lo tanto, en la única superpotencia económica y militar, en el árbitro internacional y en el símbolo del triunfo de capitalismo sobre el comunismo. El Consenso de Washington fue parte de las recetas neoliberales que buscaban instaurar un nuevo orden económico internacional, impulsado por los organismos financieros internacionales que propiciaban, en aquellos expaíses del bloque comunista (entre otros), una transición hacia una economía de mercado. Sobre este contexto, “con la demolición pacífica del muro de Berlín y el colapso del imperio soviético fueron muchos los que creyeron que había sonado el final de la política y nacía una época más allá del socialismo y el capitalismo” (Beck: 1998, p. 15); aunque la política no desapareció, sí pareció ser un mero rezago de la globalización económica.

Complementariamente, detonaron una serie de conflictos, entre los que podemos enumerar brevemente la guerra del Golfo (1991) y la posterior liberación de Kuwait mediante la operación Tormenta del Desierto, la desintegración de Yugoslavia y el estallido del conflicto en Bosnia (1991), la intervención rusa en Chechenia (1994), el atentado con gas sarín en el subterráneo de Tokio (1995) y la guerra de Kosovo (1999). Estas problemáticas nos muestran una alta conflictividad interestatal e intraestatal étnica y religiosa, complementada con la proliferación de actores como el terrorismo, el crimen organizado y el narcotráfico; estos actores previamente se encontraban presentes en el interior de las unidades como actores subestatales[3], pero la globalización, la transnacionalización y el armado de redes vinculares empujaron su participación al tablero mundial como actores de la seguridad, encontrando algunos de ellos relaciones mutuamente beneficiosas. A estos “nuevos” protagonistas, aunque no tan desconocidos actores internacionales, los conoceremos con el nombre de “amenazas transnacionales”[4].

Como pudimos ver oportunamente en el apartado 3, en todo proceso donde se manifiestan transformaciones en la realidad, estas tienen una correlación en el plano teórico. A raíz de la crisis de principios del noventa, el realismo y neorrealismo enfrenta nuevamente una serie de anomalías que deterioran su capacidad explicativa y proyectan nuevas visiones sobre las relaciones internacionales y la seguridad. Las consecuencias se tradujeron en una extensión del término y el alcance de este, así como el nacimiento de una perspectiva diferente a la tradicional desde la cual se miraba la seguridad, esto es, desde el ángulo exclusivo del Estado. En palabras de Kissinger, “el poder se ha vuelto más difuso y han disminuido las cuestiones a las que puede aplicarse el poder militar” (Kissinger: 1995, p. 802).

En los noventa– sostiene el profesor Juan Battaleme– tenemos el origen de los estudios críticos de seguridad (ecs), es decir, “enfoques críticos que implica señalar que no se los considera en términos de un programa unificado, sino de una serie de estudios” (Battaleme: 2013, p. 154), lo cual no se encuentra muy alejado de la apreciación que realiza Alexander Wendt cuando sostiene que “critical ‘theory’, however, is not a single theory. It is a family of theories that includes postmodernist, constructivits, neo-marxist, feminist and others” (Wendt: 1995, p. 71). Los ecs se acercan al fenómeno de la seguridad desde la intersubjetividad, lo que supone que en ella juegan un papel central la interacción, el vínculo con los demás, el discurso y el diálogo, amén del contexto en el cual se la formula. De esta familia de teorías, nos focalizaremos sobre el constructivismo social y la escuela de Copenhague, cuyos principales exponentes son Barry Buzan y Ole Wæver.

4.1. Alexander Wendt, constructivismo social (1995)

Este movimiento teórico comenzó a fines de la década del ochenta, pero coincidió con los inicios de la década del noventa. Los antecedentes previos podemos situarlos sobre dos corrientes:

  1. Escuela inglesa de las relaciones internacionales. Entre los exponentes de esta escuela, se encuentran Hedley Bull y Martin Wight. Planteaban una alternativa teórica al realismo norteamericano, sustentándose en la concepción de sociedad internacional (que inició Hugo Grocio en el siglo xvi), la cual nos habla de un conjunto de ideas y valores que cobran particular importancia a partir del comportamiento de los Estados. En el ámbito de la política internacional, la sociedad hace referencia a un conjunto de Estados que cooperan y comparten valores y normas, lo que les permite aproximarse al sistema internacional como una sociedad internacional.
  2. Teoría de la estructuración sociológica de Giddens. Esta teoría intenta ser una instancia intermedia superadora en la cual la explicación de los fenómenos sociales no recaigan sobre lo estructural o lo individual. Esta explicación alternativa supone la construcción de una idea que integre lo estructural y lo individual.

De esta manera, es posible pensar que los individuos actúan y, a partir de estas acciones, construyen una estructura social que condiciona su comportamiento. El constructivismo social se focaliza sobre las estructuras simbólicas cognitivas, no sobre las materiales, como sostenía Kenneth Waltz. Es así como para ellos la estructura internacional es ante todo una estructura social y cumple un rol determinante en la construcción de ideas e intereses de los Estados. Recordamos que, para los realistas y neorrealistas, el sistema estaba caracterizado por la anarquía, la autoayuda y el poder, que era determinante en las relaciones con otros Estados. Por lo tanto, en este esquema la estructura determina el comportamiento de los Estados, es decir que el realismo y el neorrealismo ignoran por completo cómo la estructura conforma identidades e intereses.

Existe una mediatización de las identidades e intereses de los Estados que juegan un papel central entre la estructura social y el comportamiento de los Estados. Para el realismo y el neorrealismo, los intereses e identidades estaban establecidos (era la supervivencia). En cambio, para el constructivismo se construyen socialmente, es decir que no son inmutables, ya que el comportamiento de los Estados y sus prácticas se pueden modificar. La estructura social tiene tres elementos básicos que los componen.

cuadro 6 cap 4

 

Aquí es importante resaltar que, si las expectativas, el conocimiento y las interpretaciones pueden constituirse intersubjetivamente, se los construye en relación con sí mismos y en relación con los demás. Por lo tanto, mi identidad se construye a partir y a pesar de nuestras diferencias; por esta razón, el “otro” tiene un rol determinante en la formación de mi identidad.

cuadro 7 cap 4

Esto implica que las prácticas sociales adquieren un rol importante en la construcción de las estructuras sociales. De tal relevancia se edifica una idea central para el constructivismo. Dado la anarquía, que para el realismo y el neorrealismo era un mero dato que venía determinado con el sistema y no podía ser modificado, a partir de lo demostrado se puede alterar a través de las prácticas sociales porque está construida por los individuos en forma intersubjetiva.

¿Qué implicancias tiene este bagaje conceptual para la seguridad? Hasta la llegada de los estudios críticos de seguridad, el Estado era el principal actor en la política internacional y la seguridad era definida, ejecutada y planificada en torno a él. Con el advenimiento del constructivismo,

ya no sólo existe seguridad desde la perspectiva del Estado o sus grupos agregados, sino también desde la perspectiva de los individuos quienes se ven expuestos a mayores desafíos que amenazan la subsistencia tanto de la comunidad política organizada como así también la propia existencia como individuos (Battaleme: 2012, p. 136).

Recapitulando, si las principales estructuras son sociales, no materiales, y los intereses e identidades no se encuentran preestablecidos como sostenía el realismo con la supervivencia, las prácticas sociales (tercer elemento de la estructura) nos ayudarían a pensar que la anarquía no es un mero dato inmutable, sino que puede modificarse, al igual que las identidades e intereses de los actores que afectan el comportamiento de los Estados.

Con esto ponemos en evidencia la posibilidad de “construcción” de un nuevo ambiente de cambios en la política internacional en materia de seguridad, donde las identidades e intereses, mediante una construcción, deconstrucción y resignificación intersubjetiva, nos conducen a una nueva dinámica que incluye la formación de un nuevo proceso político en el cual el flujo dinámico constante de construcciones tiene como producto final el ingreso y egreso de la agenda de política internacional de nuevas amenazas, que no solo contemplan al Estado, sino también a los individuos o grupos de individuos. Por lo tanto, la ampliación del concepto de “seguridad” hasta la inclusión de nuevas amenazas nos conduce a repensar la seguridad. Aunque una extensión cuantitativa no necesariamente se traduce en una mejora cualitativa.

El ejemplo más claro que nos permite visualizar la injerencia e influencia del constructivismo en seguridad es el concepto de “seguridad humana”. Esta “construcción” de la seguridad marca el peso que comenzaron a tener las organizaciones internacionales en la elaboración de la seguridad. Si bien Naciones Unidas emitió un informe conocido con el nombre “Los conceptos de seguridad” (1986), el cual fue un primer paso en ese sentido al declarar que el Estado continúa presentándose en el centro del escenario de la seguridad, confirmó que esta tiene una multiplicidad de ámbitos, donde el militar constituye uno más en su carácter multidimensional. El compromiso que asumieron muchos Estados en su consideración significó “la transición desde el concepto estrecho de la seguridad nacional hacia el concepto globalizador de la seguridad humana” (pnud: 1994, P. 27).

Se puede decir que la seguridad humana tiene dos aspectos principales. En primer lugar, significa seguridad contra amenazas crónicas como el hambre, la enfermedad y la represión. Y en segundo lugar, significa protección contra alteraciones súbitas y dolorosas de la vida cotidiana, ya sea en el hogar, en el empleo o en la comunidad. Dichas amenazas pueden existir en todos los niveles de ingreso y desarrollo de un país (PNUD: 1994, p. 26)

Sintetizaremos a continuación las “características esenciales” que elabora el informe del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo:

cuadro 8 cap 4

Fuente: Informe de pnud de 1994.

En lo referente a la escuela de Copenhague, hay que enfatizar que su visión de la seguridad marca una estrategia de investigación diferenciadora en relación con lo que veníamos observando hasta aquí, brindándonos una mirada europea en contraposición con las principales cosmovisiones norteamericanas.

Lo que se destaca en el marco de esta escuela es el abordaje de la seguridad.

La seguridad tendría que vaciarse de contenido instrumental para poder evaluar su función para determinados problemas. Este proceso de vaciamiento, se concibe dentro de la dialéctica de seguritización y deseguritización, la cual consiste en depurar a la seguridad de aquellos usos que buscan desviar la atención hacia problemas que en principio no requieren una intervención estatal o militar (Orozco Restrepo: 2006, pp. 144-145).

De aquí se desprende la teoría de la seguritización, en donde,

bajo esta óptica, la seguridad es el resultado de dinámicas de securitización, es decir, procesos por los que un actor securitizador identifica a través de un acto de habla una amenaza existencial para un objeto referente ante una audiencia determinada, pretendiendo obtener de ésta la legitimidad para tomar medidas excepcionales (Buzan, Weaver y De Wilde: 1995-1998, pp. 25-55).

Por lo tanto, para finalizar, y citando al profesor Battaleme:

Las sociedades y los individuos terminan transformando un tema seguritizado en una amenaza existencial, la cual al ser aceptada conlleva consecuencias políticas. Estas preguntas muestran la naturaleza política y endógena que tiene la seguridad al igual que su grado de contingencia, esto es de posibilidad de cambio de amenaza (Battaleme: 2013, p. 158).

5. La seguridad internacional vista desde las amenazas y los riesgos

5.1. ¿Qué es seguridad internacional? ¿Qué son las amenazas y los riesgos? Hacia la “construcción de un tablero de comando”

Antes de llegar a la edificación de un escenario internacional en materia de seguridad, que incluya los principales temas que componen un tablero de comando actual, debemos plantear una definición del término “seguridad internacional”. A tales fines, propongo la siguiente definición:

La seguridad internacional es un subcampo de las relaciones internacionales que se concentra en el estudio de la paz y la estabilidad, el conflicto y sus manifestaciones en el sistema mundo, donde el Estado, el individuo o grupos de individuos perciben, interpretan y resignifican amenazas y riesgos a su seguridad.

Pasamos a continuación a explicar la definición. La inclusión en la connotación de seguridad internacional del concepto de “paz” se asocia a diversas significaciones. Si recurrimos al Diccionario de Política de Bobbio, Mateucci y Pasquino, allí es posible ver la connotación negativa de paz es definida como “ausencia de guerra” (Bobbio, Mateucci y Pasquino: 1994, p. 1165), lo cual nos remite a suponer que no incluye al conflicto o a la tensión derivada de este, es decir que puede haber ausencia de guerra y aun así un conflicto latente o tensión.

Otro punto importante en la definición lo da la inclusión del sistema mundo de Wallerstein y no de sistema internacional, ya que este último haría referencia solo a los Estados y no al resto de los actores en materia de seguridad internacional y preferimos ganar en generalidad en este punto y no en precisión. Hay dos elementos más que se desprenden de esta definición. El primero de ellos es la subjetividad, que está dada por la percepción, la interpretación y la resignificación (operatividad). Si incluyéramos solamente en la definición a la percepción, nos quedaríamos sin respuesta en un plano meramente teórico-reflexivo, frente a una posible amenaza, ya que solo percibiríamos, pero no interpretaríamos ni resignificaríamos. Por lo tanto, estos dos últimos son los que nos permiten sumergirnos en el plano de la acción. El segundo elemento, la objetividad, nos lleva a comprender que hay seguridad “cuando no hay amenazas o peligros concretos cercanos contra los valores y bienes de una comunidad” (Cardinale: 2018, p. 1). La amenaza puede definirse como la probabilidad (hechos o pruebas) de que un acontecimiento o concatenación de ellos puedan suceder ocasionando destrucciones materiales y pérdida de vidas humanas, de manera que afectaría el comportamiento del individuo, de grupos o de la sociedad. Por lo tanto, el riesgo estará en función de la mayor o menor probabilidad de que el acontecimiento o serie de acontecimientos puedan producirse. Volviendo sobre los apartados teóricos I y II, donde desarrollamos las líneas filosóficas y teóricas principales, podemos sintetizar esta información y trasladarla al ámbito de la seguridad internacional para comprender las amenazas que tiñen a cada una de ellas.

  • Realismo, neorrealismo, intederdependencia compleja y visión clausewitziana (amenazas interestatales): un Estado de su misma naturaleza. 
  • Brown y Ullman (medio ambiente y cuestiones económicas): cambio climático, desempleo e inflación, escasez de alimentos, erosión de los suelos y fuentes alternativas de energías.
  • Constructivismo (amenazas transnacionales): terrorismo, crimen organizado, narcotráfico, lavado de activos, trata de personas e individuos o grupos. 
  • Constructivismo (seguridad humana-PNUD): seguridad económica, seguridad alimentaria, seguridad en materia de salud (pandemias), seguridad ambiental, seguridad personal, seguridad de la comunidad y seguridad política.

5.1.1. Construyendo y deconstruyendo una agenda de seguridad internacional pos 11-S para el siglo xxi

El objetivo del presente apartado consiste en diseñar un tablero de comando de seguridad internacional sobre la base de las construcciones y palabras claves/indicadores (kpi)[5] que realizan las principales corrientes teóricas de las relaciones internacionales. De esta manera, se le provee al lector herramientas conceptuales para el abordaje de las problemáticas, considerando que en el mundo de hoy se constituyen de una multiplicidad de amenazas y riesgos claramente heterogéneos que requieren un abordaje interparadigmático. Se entiende por “tablero de comando” un sistema que permite, mediante la configuración de un esquema, sistematizar, organizar y presentar datos que nos brinden información para la toma de decisiones. Tradicionalmente, se empleaba en el marco organizacional, pero la finalidad de poder utilizarlo aquí es que nos brinde un diagnóstico lo más certero posible sobre cuáles son las amenazas que se encuentran presentes en la actualidad. En síntesis, el tablero de comando nos brindará, en una primera instancia, indicadores/palabras claves y, en segundo término, lo más complejo, la realización de un diagnóstico internacional.

  • Realismo y neorrealismo (amenazas interestatales). Indicadores/palabras claves:  poder, alta política, gasto militar, armamentismo, carrera armamentística, desarme nuclear, tecnologías armamentísticas y estructura. 

El realismo y el neorrealismo constituyen un tablero de comando sobre la base de un mundo conflictivo donde la política internacional implica una lucha por el poder y una creciente dificultad de acceso a los escasos recursos. En esta confrontación, la amenaza proviene de un Estado que tiene que garantizar su supervivencia en un contexto de anarquía. La confrontación entre Estados, por lo tanto, constituye un estado normal y potencial, donde palabras como “gasto militar”, “armamentismo”, “desarme nuclear”, “carrera armamentística” y “tecnologías armamentísticas” son incorporadas como indicadores y parte del glosario de un mundo realista. Los últimos datos aportados por el Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo (sipri), referentes al 2021, nos hablan de un incremento del gasto militar en plena pandemia mundial del 2,6 % en términos reales con relación al 2019[6]. En el documento publicado por sipri al momento de esta edición, Estados Unidos y China se destacan por ser los dos Estados que más incrementaron sus gastos, aunque es de enfatizar que, en el caso del primero, representa el 39 % del total del gasto mundial. Por su parte, China aumento su gasto en 1,9 % con relación al 2019, como parte de un proceso de modernización de su equipamiento militar a largo plazo. Ambos se encuentran involucrados en una puja de poder por el liderazgo internacional y han emprendido un proceso de modernización de armamento y arsenal nuclear. En cuarto lugar del gasto militar, aparece Rusia, aunque alejado de los tres primeros, el cual subió en los dos últimos años un 2,2 %.[7]. Entre estos datos, se resalta que algunos miembros de la otan incrementaron sus gastos militares como parte del acuerdo alcanzado en la Cumbre de Gales (2014) con Estados Unidos, donde se determinó subir el gasto militar por parte de sus Estados miembros en un 2 % por un período de 10 años.

Si bien su fuerte aumento se debió a numerosos factores –como la necesidad de modernizar su arsenal o de disminuir su dependencia de Rusia para el mantenimiento de los sistemas de armamento– la razón principal fue su percepción de Rusia como una mayor amenaza (sipri: 2020, p. 11).

Estas palabras claves/indicadores nos manifiestan la plena vigencia y perdurabilidad del realismo político y la alta política (relaciones diplomático-estratégicas). Aunque no podemos avizorar que se destaquen en el espacio predominante que supieron tener en la Guerra Fría. Es evidente que la pandemia reconfiguró la gravitación de algunos Estados en la estructura de poder y acentuó la presencia de las Fuerzas Armadas en su despliegue hacia el interior del Estado, como medio de control de fronteras y en apoyo a otras fuerzas internas. En fin, lo descripto reposicionó conductas e indicadores del realismo, loque nos hace pensar que ocupa un lugar más trascedente que el que venía desempeñando hace algunos años.

Sin embargo, más allá de los elementos realistas que se encuentran presentes, debemos incorporar nuevos elementos contextualizadores y transformadores que nos llevan a visualizar un nuevo tablero de comando con indicadores/palabras claves. Comenzamos por añadir el vocablo “transnacional” que fue acuñado por Robert Keohane en 1971:

Movimiento de elementos tangibles o intangibles a través de las fronteras estatales, en el cual al menos uno de los actores involucrados no pertenece a gobierno u organismo internacional alguno (Keohane: 1971, p. 332).

Este término, vertido por uno de los precursores de la interdependencia compleja, será nuestra referencia para la construcción del segundo tablero de comando, ya que no podemos acercarnos al mundo de hoy de la pandemia sin pensar en la transnacionalidad, la interdependencia y la globalización.

  • Interdependencia compleja (amenazas interestatales). Indicadores/palabras claves: interdependencia, baja política, cooperación, múltiples temas de agenda, proceso político, fuerza militar pierde efectividad como medio de resolución de problemáticas. 

Sin lugar a dudas, la dinámica actual de la pandemia refleja indiscutiblemente el rol de la transnacionalización y la interdependencia, que, a través de fuerzas externas, actúan y generan efectos asimétricos en el marco de la globalización. En este sentido, la interdependencia puede ser un potenciador de riesgo cuando “la vida de cualquier Estado se puede ver afectada y alterada por acontecimientos acaecidos en cualquier lugar del planeta por distante que este sea” (Serra Rexach: 2013, p. 14). “Globalización implica interdependencia” (Portero Rodríguez: 2013, p. 38). En este contexto, asumen preeminencia otras cuestiones, como las económicas, políticas o medioambientales (baja política), desplazando a un segundo plano a los asuntos diplomáticos/estratégicos (alta política). Si bien la interdependencia reconoce la anarquía y el conflicto interestatal como partes del sistema, se le asigna un valor a la cooperación que se encuentra presente y puede situarse como un elemento de unión a través del rol que pueden ocupar los organismos internacionales, donde puede llevarse a cabo parte del proceso político. Cabe aclarar en este punto que, si bien la pandemia es un reflejo de un mundo interdependiente y transnacional, esta no se encuentra aún contemplada como una cuestión de seguridad, es decir, como una amenaza para este tablero de comando. Las amenazas continúan siendo los Estados. A continuación pasamos a delinear el último tablero de comando correspondiente a los cambios en la década del 90 y post 11-S.

  • Constructivismo (amenazas transnacionales). Lavado de activos, pandemias, terrorismo islamista, ciberseguridad, delincuencia organizada transnacional, tráfico de drogas, trata de personas, tráfico ilícito de inmigrantes, tráfico ilícito de armas, comercio ilegal de flora y fauna, y tráfico de medicamentos adulterados. 
  • Delincuencia Organizada Transnacional[8]. Esta incluye: tráfico de drogas, trata de personas, tráfico ilícito de inmigrantes, tráfico ilícito de armas, comercio ilegal de flora y fauna, y tráfico de medicamentos adulterados.

Los atentados del 11-S en Estados Unidos transformaron al terrorismo de corte islamista en un fenómeno transnacional, logrando unir dos amenazas que fueron parte de dos lógicas distintas. Así nos lo deja ver Francis Fukuyama cuando nos dice que “el 11-S cambió las percepciones de amenaza contra Estados Unidos porque aunó dos peligros que combinados resultaban más mortíferos que por separado: el islamismo radical y las armas de destrucción masiva (adm)” (Fukuyama: 2007, p. 78). El primero nos remitía a fines de la década de los setenta, y el segundo fue parte de los indicadores de la Guerra Fría. Es así como la conjunción de ambos se constituyó en una amenaza de la cual se derivó una nueva coyuntura donde la seguridad nuevamente era el interés del Estado.

Se enunciaron estrategias de seguridad nacional para hacer frente a los nuevos cambios. La primera fue del año 2002 y entre sus puntos más importantes resaltan el unilateralismo, la guerra preventiva y promover la democracia, la seguridad y la libertad, estos últimos muy similares al cuarto principio del realismo político de Morgenthau, que sostenía que los principios morales universales no se pueden aplicar a los Estados de una manera “abstracta” y “universal”, sino que deben ser filtrados a través de circunstancias de lugar y tiempo. La otra estrategia, que data del 2006, “de ninguna manera rompe con la del 2002. Antes bien, le da continuidad, aunque incorpora desafíos a la globalización, como las pandemias, el tráfico de armas y los desastres naturales” (Rosas: 2020, p. 510). Pese a ello, el terrorismo transnacional continuó su expansión y llevó sus ataques de lobos solitarios a Europa.

Por su parte, la delincuencia organizada transnacional, como la denomina Naciones Unidas, incluye al narcotráfico y el tráfico de armas como las principales subcategorías o tipos de delito. Como bien señala el organismo, la dinámica de este flagelo hace que deban adaptarse al espacio en el cual se lleva a cabo. Las ganancias que se obtienen de estas actividades ilícitas, al no poder ser puestas en circulación en lo inmediato por su origen ilegal, deben pasar a la economía formal mediante un proceso de blanqueo conocido con el nombre de “lavado de activos”[9]. La interdependencia y la transnacionalización nos obligan a trabajar en conjunto con otros Estados e instituciones financieras internacionales mediante el intercambio de información y un marco regulatorio apropiado. Muchas veces este blanqueo supone contactos con las esferas del Estado para buscar corromper a funcionarios y tener cierta impunidad, o, si esto no es posible, imponer la violencia para lograrlo.

En relación con la actual pandemia, en

el comienzo del siglo xxi la consideración de la salud como un asunto de seguridad ha ido adquiriendo una importancia creciente en la agenda internacional, principalmente por dos motivos: la propagación de enfermedades como el sida, el SARS, el ébola o la aparición de la tuberculosis resistente y, por otro lado, el riesgo de cometer un acto de bioterrorismo (Hidalgo García: 2020, p. 73).

Sin embargo, la pandemia del COVID-19 dejó ver tras de sí la baja cooperación en el intercambio de datos sobre enfermedades y una inversión deficiente en infraestructura en materia de salud. Si bien las pandemias no son factores nuevos en política internacional, constituyen “amenazas ya sea por su generación de forma intencionada o por la rápida velocidad de propagación de los patógenos en un mundo globalizado” (Hidalgo García: 2020, p. 74), es decir que lo nuevo está en función de la dimensión y el alcance del fenómeno.

Para finalizar, de todas las amenazas presentadas, la que resulta verdaderamente nueva es la ciberseguridad. Dentro de las ciberamenazas, podemos mencionar brevemente el robo de información por medio de engaño (phishing), suplantación de identidad (ataques de replay) o el ingreso repetido de claves para el acceso (fuerza bruta), entre otras. Muchos se preguntan quiénes son los responsables de estos ataques, señalando algunos gobiernos y grupos de poder organizados que buscan hacerse de información vital para luego venderla y obtener réditos económicos, o intervenir en asuntos internos de otros Estados adulterando datos y promoviendo desinformación que puede llegar a debilitar a la cohesión interna. Un ciberataque en el contexto de la pandemia tiene la posibilidad de dañar las infraestructuras de salud, lo cual repercutiría sobre la atención de los pacientes. Por ejemplo, hace unos meses, en plena pandemia un grupo de hackers intentaron realizar ciberataques a empresas farmacéuticas, tratando de hacerse de información clave para luego venderla o desarrollarla para tratamientos propios contra el COVID-19.

6. Diagnóstico final. Tablero de comando mundial

Las palabras claves/indicadores nos permitieron acceder a información primaria para poder brindar un diagnóstico en la construcción de un tablero de comando, el cual nos dice, en los últimos datos aportados por sipri, que el sistema mundo es unipolar desde lo militar con un gasto en aumento, en el cual Estados Unidos continúa ocupando el primer lugar, representando el 39 % del gasto total mundial. La rivalidad sino-norteamericana por el liderazgo internacional ocupa un lugar destacado, al igual que la modernización del armamento. La distribución de las capacidades por momento no marcan un cambio de estructura y consecuentemente un cambio de sistema. Si bien la unipolaridad en lo militar es indiscutible en el mediano plazo, desde lo económico los rasgos denotan lo contrario, una marcada multipolaridad en lo económicocomercial, con un fino equilibrio de poder. La pandemia nos recordó que la interdependencia y la transnacionalidad son los rasgos de una globalización económica, donde el comportamiento de los Estados continuó siendo signado por conductas egoístas y unilaterales, que poco contribuyeron a la cooperación y a reposicionar a los organismos internacionales como una instancia necesaria del proceso político internacional. Podemos resumir que la alta política y la seguridad del Estado siguen estando en vigencia y ocupando un lugar destacado en el tablero de comando internacional, aunque esta ya no puede ser definida estrictamente en términos estatales. El Estado se reposicionó como consecuencia de la pandemia como el actor más importante de las relaciones internacionales. La amplitud del tablero de comando hasta la inclusión de otros ejes temáticos de la baja política y la extensión o denotación del término “seguridad” al incluir a partir de la década del noventa la seguridad humana presentaron una resignificación del término adaptándolo a otras potenciales amenazas, como amenazas a la salud, a la economía o al medio ambiente, de las cuales la ciberseguridad es realmente la más nueva de todas. La extensión del término corre el siguiente riesgo: que todo sea seguridad y nada sea seguridadLa última reunión llevada a cabo en la Conferencia de Munich en febrero de este año, con la participación de Estados Unidos, nos hace pensar en una vuelta activa al multilateralismo y en el fortalecimiento de una alianza estratégica con Europa, que tiene como principal finalidad disponerse para una “competencia estratégica con China en el largo plazo”, aunque aún es muy temprano para poder evaluar la cuestión, ya que los hechos fueron recientes al momento de escribir estas líneas.  

En síntesis, en un tablero de comando internacional para la toma de decisiones, la seguridad sigue estando en la cima, aunque las amenazas son definidas y resignificadas en relación con las percepciones que cada actor tiene, lo que dificulta la “construcción” de un tablero de comando mundial debido a la falta de consensos. Ello nos invita a contemplar un tablero desordenado, pero con una cierta preeminencia de elementos del realismo en la construcción y armado de ella. La riqueza del análisis reside en saber abordar las problemáticas desde diversos enfoques.

7. Reflexiones finales

A lo largo del texto, fue posible observar una evolución de las ideas del realismo político desde sus comienzos con Tucídides hasta llegar a Von Clausewitz. Allí fue posible trazar algunos supuestos que luego en el siglo xx se consolidarían en escuelas de pensamiento o paradigmas, ya que en el período que se trató no se puede aplicar dicha terminología.

Tucídides bien puede ser considerado el precursor de esta corriente de ideas, ya que su foco giró en torno al análisis del flagelo de la guerra y sus causas, y reconoció que los actores más importantes son las unidades políticas. En este contexto, donde la guerra se presentaba como instrumento válido por parte del accionar de las unidades, la seguridad y la supervivencia eran los intereses vitales y se constituían alianzas en relación con la preservación de ambos intereses. La continuación de estas ideas se refleja con claridad en Roma con Tito Livio, donde la supervivencia del Imperio (ya no de las polis) fue el objetivo primordial de los gobernantes y la guerra se presentó tempranamente como un medio mediante el cual se construyó el Imperio. Lo que puede notarse con claridad en Tito Livio es el valor que le asignaba a los recursos económicos en la conformación del poder militar.

Maquiavelo, por su parte, inició una nueva corriente de ideas al interior del realismo, al pensar la política como era y no como debía ser. La construcción del estado de naturaleza la utilizó para explicarnos que los hombres buscan el poder para garantizar su seguridad y que esto genera una lucha por el poder y los recursos. La guerra para Maquiavelo describe y explica el contexto de la Italia renacentista del siglo xvi como un producto de la inseguridad y de los intentos de dominio de unos sobre otros.

Hobbes coincidió con Maquiavelo en el estado de naturaleza, donde la inseguridad es producto de la falta de límites a la guerra, generada por la escasez de recursos. La anarquía y la mirada conflictiva de la realidad son elementos parte del análisis de estos autores.

Hegel, por su parte, nos ayudaría a pensar el Estado no desde el lugar del contractualismo, sino de la modernidad, donde el Estado es producto de un pacto, y no de la voluntad de los individuos. Es un ente racional y autónomo que no pacta, porque es soberano.

Finalmente, la figura de Von Clausewitz nos proporcionó un estudio pormenorizado de la guerra mediante el intento de construcción de una ciencia, que termina en una elaboración de una teoría trinitaria de la guerra, que tiene como principal protagonista al Estado (por eso es interestatal) y el recurso a la aplicación del instrumento militar a la vida política entre Estados.

El siglo xx comenzó con el surgimiento de las relaciones internacionales como disciplina y con ella el primer debate entre dos corrientes de pensamiento, que presentan diferencias irreconciliables en relación con cómo debe organizarse la sociedad, con la concepción de la naturaleza humana y con la política. Esta discusión entre realismo versus idealismo tomó un vuelo en materia de seguridad, donde el eje del debate se desplazó hacia la disyuntiva seguridad colectiva versus equilibrio de poder. La finalización de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría fortalecieron los cimientos de las ideas del pensamiento realista arraigadas en la sociedad norteamericana, que veía con temor el expansionismo de la Unión Soviética sobre Europa Oriental y la necesidad de limitar su accionar, primero a través de las ideas de George Kennan con la elaboración de la contención y luego con la lectura de la obra de Morgenthau, la cual constituyó una especie de manual para los políticos norteamericanos, y permitió la formación de un personal especializado para la materia.

Las ideas del realismo de Morgenthau significaron el triunfo de un conjunto de postulados de los pensadores clásicos del realismo, tales como Maquiavelo, Hobbes y Von Clausewitz. El mundo se asemejaba a un estado de naturaleza hobbesiano y a una lucha por el poder, que llevaría “necesariamente” a la victoria del equilibrio de poder. El debate que se inició en las décadas del cincuenta y sesenta tiene como protagonistas al realismo y al cientificismo, donde la disputa se centraba en el empleo de métodos científicos y la enunciación de hipótesis corroboradas empíricamente. Si bien fue posible un acercamiento entre ambas posiciones, sin quererlo se abrió una discusión previa a la instauración de una crisis en las décadas del sesenta y setenta, en la cual el realismo comenzó a perder capacidad explicativa de los nuevos fenómenos que circundaban la política internacional. Las anomalías sentaron las bases para la construcción de nuevas realidades que se configuraron en nuevas construcciones teóricas y metodológicas, es decir, en nuevos paradigmas. De esta manera, las transformaciones tomaron dos senderos: el primero de ellos tuvo como foco la modernización del realismo clásico conocido con el nombre de “neorrealismo”, cuyo exponente fue Kenneth Waltz, y el segundo camino condujo a la creación de una nueva visión de las relaciones internacionales, la interdependencia compleja. Esta última introdujo nuevas modificaciones a la seguridad al considerar que el mundo ya no es puramente conflictivo y que es posible la conciliación de intereses. Consecuentemente, la seguridad ya no ocupaba el lugar destacado que supo tener en la agenda del realismo en el marco de la alta política. Este desplazamiento de la seguridad por otros temas de agenda doméstica que se posicionaron como relevantes hizo que el instrumento militar ya no fuera un recurso que se pudiera aplicar para resolver conflictos en otras áreas. Esta nueva reinterpretación llevó a nuevos estudios sobre la seguridad, ampliando su definición e incluyendo nuevas amenazas tales como las que enunciaban Brown y Ullman.

La llegada de la década del noventa y de los nuevos acontecimientos que suponían un mundo menos conflictivo y más cooperativo pronto se topó con nuevos indicadores menos realistas. El resultado fue la construcción de nuevas perspectivas teóricas (teorías críticas) que pretendían abordar las nuevas problemáticas desde un ángulo diferente. Es así como surgieron el constructivismo y los ecs, nuevas amenazas transnacionales que presentaban un rasgo en común: eran agentes no estatales. La seguridad continuaba estando presente en las mentes y ahora en las prácticas, a través de nuevas interpretaciones que tenían como finalidad ampliar el término e incluir connotaciones que estaban fuera de las visiones clásicas. El ejemplo más figurativo lo constituyó la seguridad humana. La seguridad volvía a aparecer en un nuevo contexto internacional, pero adquiriendo otras significaciones y abarcando otros actores heterogéneos y diversos que no tenían nada de “nuevos”, ya que se encontraron presentes al interior de las unidades en la Guerra Fría. Quizás lo nuevo radicaba en la posibilidad de las redes vinculares transnacionales, en la pluralidad de delitos cometidos y en las fronteras cada vez más permeables.

El 11-S no modificó mucho el mundo, la seguridad seguía condicionando otros temas y continuaba al tope de la agenda; quizás lo que sí cambió fue la amenaza dominante, donde los enemigos eran una conjunción del terrorismo y las adm o aquellos Estados que cobijaban terroristas. Esta coyuntura se prolongó con los atentados terroristas en Europa que tuvieron como epicentro a España (2004), Reino Unido (2005), París (2015) y Bruselas (2016), lo cual volvió a poner sobre la mesa si el medio efectivo para contrarrestar estas amenazas era el poder militar. Es así como “las ideologías juegan un papel fundamental en la interpretación de la realidad, en la visión del mundo y, por tanto, también, en la construcción y consolidación de las identidades colectivas” (Portero Rodríguez: 2013, p. 25) y pueden considerarse potenciadores de riesgo. La pandemia nos recordó que la interdependencia y la transnacionalización hacen que un acontecimiento que se creía lejano desde el punto de vista geográfico puede afectarnos y potenciar nuestras vulnerabilidades. La seguridad volvió a presentarse ante nosotros, esta vez definida en términos de salud. ¿Por qué los Estados continúan invirtiendo cifras exorbitantes en el gasto militar, modernización de armamento o en ciberseguridad si no hay probabilidad de un enfrentamiento directo entre las potencias hegemónicas?

La seguridad desde Tucídides hasta la actualidad se encuentra presente en cualquier tablero de comando que quiera abordar un diagnóstico serio de las relaciones internacionales, y lo seguirá estando (pese a que podemos sumar otros enfoques) en la medida en que el ambiente en el cual nos desenvolvemos continúe pudiéndose leer en un enclave realista. Y quizás esto se constituya de esta manera, porque las conductas de los Estados son las mismas desde hace siglos: la lucha por el poder y la hegemonía, donde la cooperación está reducida a una mínima expresión para que el sistema funcione y no colapse, pero la desconfianza prevalece.

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  1. Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Tiene estudios posdoctorales de investigación en Diplomacia Parlamentaria (UCM). Profesor visitante de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y de la Universidad de Camilo José Cela (UCJC), profesor titular del Doctorado y la Maestría en Relaciones Internacionales (USAL), profesor de la Maestría en Ciencias de la Legislación (USAL), profesor de la Maestría en Geopolítica y Estrategia de la Escuela Superior de Guerra (ESG), y profesor conferencista invitado del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN). Miembro del Departamento de Seguridad y Defensa del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), miembro del Consejo Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador (USAL), y asesor y capacitador del Honorable Senado de la Nación (HSN). Correo electrónico: gonzalo.salimena@usal.edu.ar.
  2. Se llamaba de esta manera a la Primera Guerra Mundial. Luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores cambiaron su denominación a la forma actual.
  3. Barry Buzan las llama “subunidades” en su obra People, States and Fear: An Agenda for International Security Studies in the Post-Cold War Era.
  4. Las Naciones Unidas definen las amenazas transnacionales como “delitos que, si bien son cometidos en territorio nacional, trascienden las fronteras de los países y afectan a regiones enteras, y en definitiva, a la comunidad internacional en su conjunto. Se trata de un problema en constante evolución respecto al estado de derecho y la protección de los derechos humanos, y pone bien de manifiesto los firmes vínculos existentes con la paz y la seguridad”.
  5. Por esta sigla hacemos referencia a Key Performance Indicator.
  6. sipri, en bit.ly/3A5PCgf.
  7. Un dato que no puede pasarse por alto en los datos aportados por sipri es que el quinto puesto de gasto militar lo ocupa Reino Unido, que en plena pandemia aumentó su gasto en un 2,9 %, en 59.000 millones de dólares.
  8. Las diferentes formas de delincuencia organizada transnacional son las que toma en consideración Naciones Unidas. Para más información, ver bit.ly/2TfHeKy.
  9. En torno a este tema, existe el índice de Basilea (pld), que mide el nivel de riesgo de blanqueo y la posible utilización de estas utilidades para financiar actividades como el terrorismo.


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