Cuando los acontecimientos todavía laten en las vivencias
Madrid, verano de 2019
Hola, Pablo:
Bueno, pues ya leí tu manuscrito: me interesó. Aquí van algunos comentarios como se me vienen al vuelo de leerte. Inicio advirtiéndote que la historia del siglo XX me resulta algo nuevo… por paradójico que te pueda parecer. Todavía me cuesta enfocar ese siglo como perteneciendo al terreno de la historia y no al de la sociología, de la antropología o las ciencias políticas, como lo fue para mí en esa segunda mitad de siglo. Sospecho que esa sensación extraña que me invade al leerte (me es una experiencia sentida en el cuerpo, sí, eso ni más ni menos: un desasosiego) se me viene por un hecho muy objetivo: mis vivencias como investigador están sobre todo enraizadas en una pertenencia a ese siglo XX que tú, como historiador de una generación posterior, escruta no como memoria ni vivencia, sino desde el ápice del archivo y la distanciada precisión que ofrecen los documentos. El siglo XX, en cuanto que extensión de tiempo atribuible a un pasado histórico, no fue el vector que impulsó ninguna de mis investigaciones. Fíjate que aún un libro como la Semántica de la dominación nunca lo ideé como realmente un estudio de historia, aunque de hecho (y de eso estaba muy consciente) esa investigación se refería a haciendas que, desde luego, cuando lo escribía, se habían eclipsado hace un par de décadas. Me refiero al desfase entre mi temporalidad subjetiva de los procesos simbólicos, sociales y económicos que vivía y estudiaba, y la cronicidad efectiva de lo estudiado. Dos dimensiones del discurrir del tiempo que casi nunca coinciden cuando se escribe. La conocida metáfora del búho de Minerva que solo abre sus alas en la aurora de la noche. El pretérito tiñe de penumbra los sucesos que apenas concluyen y los va convirtiendo en pasado, solo entonces alza vuelo la reflexión del presente como historia, aun si todavía los acontecimientos laten en las vivencias.
La documentación que sustenta esa investigación de la Semántica es una metáfora de lo que te explico. Procedía de un baúl entero de libros de cuentas que el azar hizo encontrar a Francisco Rhon en una casa que había sido de hacienda, con el tejado todavía sostenido, pero ya desfondándose. Esos grandes libros eran registros de un horizonte que, aunque pasado, me quedaba todavía aledaño. Ya pertenecían a la historia esas cuentas, pero en el trazo de las anotaciones todavía podía yo identificar a las personas de las que se hablaba, compartir sus congojas y acompañar sus trajines. Esa sensación paradójica de vivenciar y estudiar un “pasado contemporáneo” se instilaba en mi acaso y quizás porque un caudal de la información me venía del pasado familiar materno y de los relatos orales de personas que habían vivido o aún transitaban en el mundo de las haciendas. Los había recogido desde mediados de los años 1970, apenas regresando al Ecuador, cuando ese pasado era aún un presente vívido y un pasado todavía caliente, aun si en una fase acelerada de descomposición. Para mis entrevistados, lo que me contaban no era una memoria desgastada por la erosión del tiempo. Sus vivencias estaban todavía grabadas a flor de la piel, al hablar les sacudía la emotividad de lo casi inmediato y sus palabas brotaban de un ansia de narrar. Para los huasipungueros, administradores, patrones, tenientes políticos: sus historias eran un vivir, un acaecer en curso. Me contaban sucesos y vivencias, devenires abiertos de vidas individuales y colectivas. Intercambiaba con ellos eventos, compartíamos múltiples aristas del pasado y del presente.
En fin, todo eso para decirte que no me siento del todo autorizado a comentar tu trabajo como historiador. Las páginas que aquí te envío son algo así como las impresiones de un lector “enterado”, con una perspectiva lozana del siglo XX, no como historiador sino como casi presente vivido, como lo era para mis entrevistados de hace medio siglo. Mas te puede aportar un comentario sobre el andamiaje de conceptos que utilizas que una discusión sobre los sucesos.
Tengo la impresión de que la noción de “transformismo político”, tan brillantemente ingeniada para comprender el juego político italiano (como todas las herramientas conceptuales salidas de la forja gramsciana) es un instrumento que emerge de un proceso doble y simultáneo: pretende transformar y, a la vez, vivir el propio objeto de estudio (la historia italiana) como pasado y como presente. Los conceptos que urde Gramsci en los “Quaderni dal carcere” entre las cuatro paredes de su celda están inmediatamente destinados a ser aplicados a la comprensión de esa historia tan “local” de la Península italiana y a guiar su transformación. Por cierto, una historia triplemente muy “local”. En primer lugar, por sui generis en el contexto europeo; en segundo lugar, por la interacción tan compleja entre dos Estados (el italiano y el vaticano); y, por último, dada la diferenciación histórica entre el Norte capitalista e industrial y el Mezzogiorno semifeudal y agrario.
Hace décadas, cuando leía y anotaba los Quaderni con pasión y detenimiento, se me ocurría que había una diferencia esencial entre Gramsci y Marx. Gramsci era un sui generis gran teórico pragmatista, afincado en lo local italiano. Sospecho que no cabía en el ámbito de sus preocupaciones forjar herramientas de pensamiento aplicables urbi et orbi. Esto, en contraste y a diferencia de Marx, que ambicionaba teorías dotadas de un alcance explicativo universal y general, tanto del pasado, como del presente y hasta del futuro (en una prefiguración de lo posible) de todas las sociedades, sean cuales fueren sus peculiares historias. ¿Pero quién podría dudar que los conceptos gramscianos pueden ser reutilizados para comprender múltiples historias otras? Un instrumento de pensamiento no por moldeado y ceñido a una historia concreta (local en el sentido de G. Deleuze) deja de ser reciclable, materia dúctil. Pero obviamente es un utillaje que, para adecuarlo a otros usos y diferentes circunstancias, requiere una labor de forja y yunque en otras historias. Es lo que tú haces cuando reutilizas el “transformismo” y lo aprovechas en el ámbito de los sucesos ecuatorianos tan incongruos, pensando en la Italia gramsciana.
Leyéndote tuve la impresión de que tal vez valdría la pena que sacaras en limpio lo que queda de esa noción y lo que se transforma cuando se la aplica a la historia ecuatoriana, o sea, su diferencia específica. Te digo esto porque me parece que, conforme se va avanzando en la lectura de tu trabajo, vas redefiniendo progresivamente el tejido de conexiones que da contenido al transformismo, de tal manera que, colocado en otra trama de circuitos históricos, se va modificando. Se va convirtiendo en una herramienta que ciñe mejor los procesos ecuatorianos a medida que, al utilizar ese concepto, se enlaza a otras nociones y otros procesos de la historia, se precisan sus puntos de aplicación y se destacan los articuladores de significaciones nuevas. ¿Se esboza un nuevo campo teórico? Me refiero a las nociones que vas forjando en el andar como, por ejemplo, la de un “equilibrio inestable de grupos regionales”, de un “estado equilibrista” o de una “crisis de lealtad”. Esa nueva red conceptual se convierte, me parece, en un instrumental de nociones que se forja al utilizarlo para comprender el siglo XX ecuatoriano. En su uso, los conceptos gramscianos emprenden un camino de deriva que los aleja del “transformismo” en su versión italiana. De la misma manera que la propia noción histórica de Estado requiere un replanteamiento cuando se la sitúa en los tiempos, las circunstancias, los conflictos, y los ensamblajes de procesos múltiples y específicos de una historia particular como la ecuatoriana. ¿Qué era el Estado en tal momento y en tales sucesos? No sé si tu trabajo estará concluido o tendrá una prolongación hacia el siglo XXI, pero me quedé con las ganas de seguir el decurso de esa transformación hasta llegar a percibir las redes conceptuales nuevas que seguramente irán, implícita o explícitamente, esbozándose en las páginas de tu trabajo. La historia es un fluir, lento o acelerado, pero siempre un decurso; así lo es a su vez la reflexión sobre la historia y es también movimiento perfilar los instrumentos adecuados para comprenderla.
En tu análisis, me pregunto si no se quedó en un segundo plano el papel de la Iglesia. Al fin y al cabo, en los ensayos gramscianos, la Iglesia (instituciones y rituales, formas del hacer y del pensar, maneras de “subdividir el mundo” y de moldear la vida cotidiana) dispone de la inmensa capacidad de sentar las bases de una hegemonía que se irradia por toda la sociedad, desde el centro de gravedad del campo político hacia sus más externas periferias, en un caudal de ida y de vuelta que la retroalimenta, como se destaca en la Cuestión meridional. Algo de ese planteo recorre tu trabajo, pero me queda la impresión de que podría tener mucha más importancia de la que le das para comprender la “molecularidad” de los cambios en los procesos políticos ecuatorianos. Por cierto, ahí tienes otra herramienta gramsciana que le cae tan de perillas a la historia ecuatoriana: me dio ganas de que la ampliaras.
Tu análisis del “problema agrario” en las décadas previas a las reformas agrarias me parece esclarecedor. No solo resitúas el problema en lo que iba ocurriendo en esos tiempos a nivel latinoamericano, sino que acometes algo que nos faltó hacer a los que debatíamos en los años 1980 para explicar las coyunturas, envites, conflictos y actores de la reforma agraria. En el hiato temporal entre lo inmediato que se experimenta y lo a posteriori que se estudia, se genera un potencial de reflexión: se abre la posibilidad de reubicar lo vivencial inmediato en una perspectiva amplia. Por lo cual replanteas y amplías el debate agrario y político de los años 1970/1980. Dada la crucial importancia del “problema agrario” en la segunda mitad del siglo XIX, quizás ese debate pueda recobrar vigor en las tierras ignotas de futuras investigaciones históricas, gracias a archivos inexplorados y documentos ignorados. Se elaborarán sin duda nuevas interpretaciones críticas: ¡ojalá así ocurra!
El arrebato del presente inmediato nos interrogaba a los que participamos en las discusiones intensas (esas décadas fueron tiempos de pasión por la política y de experimentar en el vivir, viviéndolo) sobre el decurso y los procesos de las sucesivas reformas agrarias (los actores, los sucesos y las coyunturas). Nos compelían sobre todo los conflictos sociales enérgicos y persistentes que aún estallaban con fuerza imperiosa en el agro. Había que dar cuenta del momento: era una obligación tan ética como política. Ese impulso venía de lo que sartreanamente (creo que todos los de esa discusión lo éramos en alguna medida, aun si con matices diversos) llamábamos y vivíamos como el “compromiso”: la implicación en la política y el cuestionamiento radical del propio vivir. Sin duda lo imperioso del momento y lo obligatorio del compromiso captó casi toda nuestra atención: la obnubiló. Reflexionar sobre la historia del siglo XX en su segunda mitad era todavía una masa apenas en leudo: una interrogación en penumbra que no se nos podía llegar a plantear. El vivir impone la inmediatez: vela una mirada amplia del contexto histórico de ese inmediato vivido.
Me queda un último comentario, es sobre el Estado. Para comprender “el problema agrario”, me parece que queda pendiente la tarea de estudiar las diversidades formativas del Estado, en el panorama del siglo XIX y desde lo regional geográfico (Sierra, Costa y Oriente), y “desde abajo”. Las parroquias, los cantones, las provincias son todos campos formativos del Estado y lugares de juegos políticos; en ellos prima la diversidad. Se me ocurre que el “estado equilibrista” y los campos de juego político en “equilibrios inestables”, “la molecularidad” pueden estar significativamente vinculados a la construcción en sí misma del Estado como institución y gran agente discontinuo en la historia que asume el papel de mediador casi siempre recurrente (¿a la vez instrumento y actor?) a nivel local y regional. O sea, un agente que traza una multiplicidad de reglas constitutivas de un juego político parroquial, cantonal, provincial y nacional, pero que no determina el juego en sí de la política. Esa forma de Estado surge temprano, hacia mediados del siglo XIX con el segundo mandato de Flores y Urbina. En mis estudios de Otavalo, en la microhistoria o historia “desde abajo”, en el cantón de Otavalo y sus parroquias, es algo que se destaca en su persistencia insistente.
Bueno, me detengo y el resto quedará para una gran conversación con un cebiche de por medio.
Tu libro me resultó de una lectura fluida, aprendí mucho y me dejó todavía más interrogaciones.
Un abrazo fuerte.
Andrés Guerrero