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Diálogo entre Sócrates y el gimnasta (134a-e)

En ese momento, me pareció que era necesario llamar al amante de la gimnasia para que me ayudara gracias a su experiencia en la gimnástica. Entonces le pregunté:

—¿Por qué te nos quedas callado, mi querido amigo, mientras este dice estas cosas? ¿Te parece que los hombres tienen el cuerpo en forma con muchos ejercicios o con los adecuados?

—Yo, Sócrates —respondió—, pienso que, como dice el dicho, “incluso un chancho se daría cuenta”[1] de que los ejercicios adecuados[2] hacen que [b] el cuerpo esté en forma. ¿Cómo sabría esto un varón que no puede dormir y que no come, que tiene el cuello intacto y que está débil a causa de sus preocupaciones?[3] Cuando terminó de decir esto, los muchachitos se compluguieron y le sonrieron aprobándolo, mientras que el otro se sonrojó.

—¿Ahora qué? —pregunté yo—. ¿Admites que ni muchos ni pocos ejercicios, sino los adecuados hacen que los hombres tengan el cuerpo en forma? ¿O te vas a pelear con nosotros, que somos dos, por esta razón?

[c] —A este me enfrentaría —respondió—, incluso con mucho gusto, ya que sé bien que sería capaz de prestar ayuda al argumento que propuse,[4] aun si hubiese propuesto uno muy inferior al suyo, pues esto no importa.[5] Sin embargo, frente a ti, en absoluto necesito ganar con un argumento que vaya en contra de la opinión común, sino acordar que no muchos ejercicios, sino los adecuados producen el bienestar físico a los hombres.[6]

—¿Y qué pasa con la alimentación? ¿Debe ser adecuada o abundante? —pregunté yo.

También estaba de acuerdo en que la alimentación debía ser adecuada. [d] Entonces yo lo obligué[7] a acordar que, con respecto a todas las otras cosas, las más beneficiosas para el cuerpo son las adecuadas, no las abundantes, ni las escasas. Y acordó conmigo que las adecuadas eran las más beneficiosas.[8]

—¿Y qué ocurre —dije— con los asuntos del alma? De las cosas que se le suministran, ¿las adecuadas o las inadecuadas la benefician?

—Las adecuadas —dijo.

—¿No son los conocimientos una de las cosas suministradas al alma?

Estuvo de acuerdo.

—Y entre estos, ¿son los adecuados, pero no los numerosos, los que benefician al alma?

Asintió.

[e] —Si tuviéramos que preguntarle a alguien, ¿a quién normalmente le preguntaríamos qué clase de ejercicios y de alimentación es adecuada para el cuerpo?

Los tres acordamos que al médico o al entrenador.

—Y sobre la siembra de las semillas, ¿a quién le preguntaríamos cuál es la cantidad adecuada?

Acordamos que, sobre esto, al agricultor.

—Si tuviéramos que preguntar sobre la plantación y la siembra de los conocimientos en el alma,[9] ¿a quién normalmente le preguntaríamos por la cantidad y la calidad adecuadas?


  1. El refrán aparece reformulado en Laques 196d. Aquí sirve para señalar que algo es tan fácil que un animal como el chancho podría aprenderlo.
  2. Aquí se emplea el adjetivo métrios que también significa “mesurado”, pues está vinculado a la medida precisa, determinada. Sobre el valor de esta noción, cfr. supra, Estudio preliminar, apartado 5, “Rasgos estilísticos”.
  3. Esta descripción sirve como contrapunto de aquella enunciada en 132c, donde el músico critica al gimnasta por dedicarse exclusivamente a retorcer cuellos en las peleas, comer y dormir. Aquí, en cambio, el gimnasta le reprocha que, a causa de sus preocupaciones teóricas, no duerme ni se alimenta bien y tiene el cuello intacto, es decir, no se involucra en ninguna pelea ni hace ningún tipo de esfuerzo físico.
  4. Aquí aparece el tema de la “ayuda para el discurso” (boétheia tôi lógoi) que refiere al hecho de ofrecer argumentos adicionales para apoyar una posición que es objeto de crítica. En Fedro 275d-e se dice que el discurso escrito necesita siempre de la ayuda de su autor, ya que, al no poder decidir ante quiénes exponer su contenido y ante quiénes no, es incapaz de defenderse frente a las objeciones de quienes no lo comprenden. Sobre este tema, véase Szlezák, Thomas A., Reading Plato, London, Routledge, 1997 (1º ed. 1993), pp. 42-46.
  5. El gimnasta aclara que no teme contradecir al músico, incluso con un argumento inferior al que este desarrolló anteriormente. El tema de la fortaleza y debilidad de los argumentos recuerda la práctica de Protágoras de Abdera de “hacer más fuerte el argumento más débil” (Aristóteles, Retórica 1402a24; DK 80 B 6b).
  6. La idea de aspirar a ganar una discusión se expresa por medio del verbo philonikeîn, utilizado frecuentemente para caracterizar los objetivos que persiguen los erísticos. El gimnasta aclararía a Sócrates que no pretende ganar la discusión para no ser confundido con uno de ellos. Cfr. Platón, Gorgias 457d-e, 515b y Aristóteles, Refutaciones sofísticas 165b12-18, 172b10-173a30. De acuerdo con las observaciones presentes en estas líneas, la victoria en los debates se alcanzaría por medio de argumentos que, por contradecir la opinión común (parà dóxan), tienen el carácter de paradojas. Esta breve descripción constituye una nueva referencia a la práctica de discusión característica de los filósofos megáricos, quienes formulaban argumentos paradojales con el objetivo de refutar al interlocutor de turno y ganar la discusión. Entre ellas, las más conocidas son las paradojas del mentiroso, de los cuernos, del sorites y del velado, atribuidas a Eubúlides de Mileto, un allegado al círculo de Euclides de Mégara. Un análisis detallado de estas paradojas se encuentra en Mársico, C., Filósofos socráticos, vol. 1, op. cit., pp. 142-161.
  7. Se trata de una obligación fundamentada en la necesidad lógica de la argumentación. Si en el caso de la gimnasia y de la alimentación lo beneficioso no radica en la cantidad, sino en la calidad de los ejercicios y de los alimentos, con el resto de las cuestiones vinculadas al cuerpo y al alma ocurrirá lo mismo.
  8. Sobre la contraposición de lo beneficioso y adecuado con lo abundante y escaso, Cfr. supra, Estudio preliminar, apartado 5, “Rasgos estilísticos”.
  9. La metáfora de la siembra del conocimiento en el alma se reitera en Platón, Fedro 276a-277a.


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