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II. 4. El conflicto entre EE. UU. y China

Economía, comercio y hegemonía tecnológica

Osvaldo Rosales V.

Las diferencias entre ambas potencias trascienden de lejos el tema comercial y el económico y se insertan en una disputa de hegemonías por el control de las tecnologías del siglo XXI. Por cierto, esta disputa abarca las dimensiones militares y de seguridad, que exceden el foco de este artículo. Lo que sí vale la pena retener es que, más que “guerra comercial”, en rigor, se trataría de una “guerra tecnológica”. Es en ese contexto en que analizaremos los temas de economía y comercio.

La economía política de Trump

Bajo Trump, la política comercial norteamericana ha adoptado un sello mercantilista, asociando el superávit comercial con poderío económico, al estilo de los mercantilistas del siglo XVI que tanto criticó Adam Smith[1]. En este sentido, la política comercial de Trump no puede ser catalogada solo de “proteccionista” –que lo es–, sino más bien de un unilateralismo hegemónico que, aprovechando la fuerza de su mercado, busca construir relaciones estrictamente bilaterales con sus socios, vulnerando así los principios básicos de la OMC, tales como Nación Más Favorecida, Trato Nacional. Un ícono de esta práctica multilateral es el bloqueo al funcionamiento del principal órgano de controversias de la OMC, su Órgano de Apelación, el que desde mediados de diciembre de 2019 dejó de operar por no contar con el número mínimo de miembros previsto en su normativa[2]. Con ello, Trump legitima el proteccionismo y erosiona el multilateralismo, deslegitimando la institucionalidad liberal de posguerra, construida justamente bajo la égida de EE. UU.

En cursos introductorios de economía, se enseña que el desequilibrio externo es un tema macroeconómico y no un tema de política comercial. Si al saldo comercial en bienes sumamos el saldo del comercio en servicio factorial y no factorial, llegamos al saldo en cuenta corriente. En el caso de EE. UU., su déficit en cuenta corriente (DCC) alcanzó un 2,4 % del PIB en 2017 y 2,6 % en 2018. El DCC, por definición contable, mide la relación entre gasto e ingreso del país. Cuando el gasto supera al ingreso, ello refleja que la inversión supera al ahorro, es decir, el ahorro interno no alcanza a financiar la inversión realizada y la brecha se cierra con ahorro externo[3].

Las variables aquí involucradas son las que afectan al ahorro y a la inversión, es decir, política fiscal, cambiaria, monetaria e incluso temas demográficos, asociados a la tasa de ahorro. No es un tema que se resuelva con aranceles o salvaguardias, menos aun cuando los déficits son tan elevados y generalizados, ya que EE. UU. tiene déficits comerciales con 102 países.

El ahorro de las personas en EE. UU. trae una tendencia fuertemente declinante desde hace décadas. La tasa de ahorro de las personas sobre el ingreso disponible era de 10 a 13 % entre 1960 y 1980, solo un 5,5 % en la primera década del 2000 y apenas 3 a 4 % en 2017 (Feldstein, 2018)[4]. Si a esto agregamos un déficit fiscal de 4,8 % del PIB en 2018 y 2019, que creció hasta 5,4 % en 2022, entonces es claro que un talón de Aquiles de la economía norteamericana es su baja tasa de ahorro, motivo por el cual necesita acudir al ahorro externo para financiar su inversión[5].

Trump además redujo fuertemente los impuestos a los sectores de mayores ingresos, lo que agravó el déficit. Para una economía que está creciendo por encima de su potencial, con una tasa de ahorro insuficiente para financiar la inversión y donde crece el déficit fiscal, al rebajar impuestos e incrementar el gasto, es claro que lo que viene es un aumento del déficit comercial, si es que se quiere mantener el ritmo de la inversión. En otras palabras, la única opción macroeconómica para reducir el déficit comercial en ese contexto es una recesión que reduzca bruscamente el gasto en bienes domésticos e importados.

Este dato de la debilidad estructural del dato de ahorro-inversión en la economía norteamericana es fundamental para entender las proyecciones del conflicto con China. Mientras que las tasas de ahorro-inversión de EE. UU. se mueven en torno a 20 % del PIB en los últimos 40 años, las de China superan el 30 % del PIB hasta inicios de la primera década de este siglo y se estacionan en torno al 40 % desde entonces. Es cierto que la elevada magnitud del esfuerzo chino de ahorro-inversión refleja marcadas ineficiencias en la asignación de recursos, pero también es cierto que, corrigiendo por estos impactos, de todas formas, la expresión de este esfuerzo en infraestructura (carreteras, vías férreas de alta velocidad, puertos, aeropuertos) y capacidad tecnológica, todo ello constituye una expresión precisa de los avances chinos en competitividad, innovación y capacidad tecnológica, redes de 5G incluidas. En una perspectiva temporal, la evidencia muestra que, en estos ámbitos de infraestructura y capacidad tecnológica, China está consiguiendo cerrar la brecha con EE. UU. de un modo muy rápido, y en algunos de ellos, como redes 5G, trenes de alta velocidad, calidad de carreteras, lo ha sobrepasado.

Los impresionantes logros de la economía china[6]

China ha atravesado uno de los procesos de industrialización y urbanización más intensos y acelerados de la historia, y consiguió en treinta años lo que a Inglaterra y a los Estados Unidos les tomó doscientos. En 1950, solo un 13 % de la población china era urbana. En 2020 ya lo será el 60 %, y el 75 % en 2030. Las ciudades con más de un millón de habitantes, que eran 15 en 1980, ya son más de 120. La reducción de la pobreza más intensa que ha conocido la humanidad también tiene el sello chino: más de 850 millones de personas han salido de ella en los últimos cuarenta años. Con ello, según el Banco Mundial, en China el porcentaje de población en condiciones de pobreza ha caído desde el 88 % en 1981 hasta menos del 1 % en la actualidad.

China es ya el primer exportador de bienes, la principal potencia manufacturera, el principal acreedor de los Estados Unidos y, medida en paridad de poder adquisitivo (PPP, por las siglas en inglés), la economía con el mayor PIB del mundo. Esto se ha conseguido en apenas cuatro décadas y en el país más poblado del mundo. Por ahora, sus empresas están a la cabeza de las redes 5G, clave en la difusión de las nuevas tecnologías. La contraparte de estos impresionantes logros es un salto violento en la concentración del ingreso (desde un coeficiente de Gini de 0,3 en 1980 a valores cercanos a 0,5 en la actualidad) y un drástico costo ambiental, que afecta seriamente la calidad del aire, del agua y de la tierra cultivable[7].

Algunos logros recientes, que cita Allison (2018)[8], pueden dar una idea de la dimensión y el alcance de las transformaciones que está atravesando China:

  • Durante 2005, China construía el equivalente a la superficie de Roma cada dos semanas.
  • Entre 2011 y 2013, produjo y usó más cemento que todo lo que usó Estados Unidos en el siglo XX.
  • En 2011, una empresa china construyó un rascacielos de treinta pisos en quince días.
  • En quince años, China construyó el equivalente a todo el stock de viviendas de Europa.
  • En noviembre de 2015, Beijing reemplazó el puente Sanyuan, de 1 300 toneladas, en 43 horas.
  • Entre 1996 y 2016, China construyó 4,18 millones de kilómetros de carreteras, incluyendo 112 000 kilómetros de autopistas, que conectan el 95 % de sus ciudades y hacen que el país haya sobrepasado a los Estados Unidos como el país con el mayor sistema de autopistas en casi un 50 %.
  • Entre 2001 y 2015, China construyó la mayor red ferroviaria de alta velocidad del mundo, con 19 308 kilómetros que permiten velocidades de 180 kilómetros por hora. Esta red es más que todo lo que existe en el resto del mundo.
  • En las pruebas PISA de 2015, China ocupó el sexto lugar en matemáticas; los Estados Unidos estuvieron en el puesto 39.
  • Desde 2008, cada dos años, el incremento en el PIB chino iguala al total del PIB de India.
  • Con datos de 2015, la economía china genera en dieciséis semanas el PIB equivalente al de Grecia, y en veinticinco semanas, el de Israel.
  • En los exámenes de ingreso que realiza la Universidad de Stanford en Ingeniería y Ciencias Computacionales, los estudiantes chinos muestran una ventaja de tres años respecto de los estadounidenses.
  • En 2015, la Universidad de Tsinghua sobrepasó al MIT en los rankings mundiales de ingeniería.
  • El valor agregado chino en manufacturas de alta tecnología pasó de constituir el 7 % del valor mundial en 2003 a un 27 % en 2014.

El notable avance de China en los más diversos indicadores económicos globales viene ocurriendo a expensas del deterioro relativo de los Estados Unidos y particularmente de Europa. Surge entonces el tradicional conflicto de hegemonías entre un poder consolidado y un poder emergente. Los Estados Unidos intentan mantener su liderazgo económico y político, mientras China los desafía cada vez y busca ocupar ese lugar. En la cultura china se habla del “sueño chino” como la reconquista del lugar central que el país tuvo en la civilización y economía mundiales hasta el siglo XV. La interacción y la convivencia entre la potencia actual y la emergente serán los principales temas de la economía política y la geopolítica del siglo XXI.

Este ascenso chino, por cierto, despierta inquietudes en Occidente. A eso aluden las autoridades chinas cuando recuerdan, en este contexto geopolítico, la llamada “trampa de Tucídides”, es decir, el conflicto de hegemonías que se ha dado a lo largo de la historia entre potencias emergentes y potencias desafiantes, conflictos que, en la mayoría de los casos, han culminado en guerras. En el análisis chino, la posibilidad del tránsito chino hacia la reconquista de ese lugar central en la economía mundial supone un escenario de paz no solo con sus vecinos, sino fundamentalmente con Estados Unidos, la potencia amenazada. En efecto, la posibilidad de un conflicto bélico, más allá del gigantesco poder de destrucción de las nuevas tecnologías, apartaría a China de los necesarios esfuerzos en innovación, ciencia y tecnología que debe realizar para reducir los importantes rezagos que aún mantienen con Occidente.

Lo que en los Estados Unidos comenzó con una inquietud sobre el saldo comercial desequilibrado con China ha evolucionado hacia el bloqueo de las inversiones chinas en altas tecnologías en los Estados Unidos y en el mundo, la acusación a China de “piratería intelectual”, de “ciberamenaza a la seguridad de los Estados Unidos”, de “manipulación cambiaria” y, en fin, de ambiciones hegemónicas en Asia-Pacífico. Vale decir, la disputa entre los dos países desbordó el tema comercial y hace rato ya se instaló como una pugna por la hegemonía tecnológica y global en el resto del siglo XXI.

Castells (2019)[9] indica que vivimos la fase del capitalismo de los datos, una fase de la economía digital donde –a la financialización– se agrega la gestión de un amplio stock de datos conectados, a los que se les agrega valor a través de su procesamiento. En esta fase, la clave es la construcción y gestión de las redes 5G, 40 a 100 veces más rápidas que las 4G. Es en torno a estas redes donde se está estableciendo el principal campo de disputa tecnológica en el resto del siglo XXI. En efecto, las redes 5G son determinantes para Internet de las cosas, inteligencia artificial, robótica avanzada, learning-machines, ciudades inteligentes, vehículos eléctricos y tecnologías blockchain, entre otros ámbitos principales. Quien logre encabezar el negocio de las 5G en las próximas décadas podría estar un paso adelante en las aplicaciones asociadas a tales redes, así como también en sus aplicaciones en la manufactura 4.0 y en los nuevos servicios. Se trata entonces de una disputa por la hegemonía en torno a las tecnologías que definirán la futura competitividad de las economías, así como la calidad de vida de las sociedades.

Por ahora, quien lleva la delantera en la construcción de esas redes 5G es Huawei y otras empresas chinas[10]. Eso explica el ataque de EE. UU. a Huawei, a sabiendas de que, boicoteando el despliegue de Huawei, se ataca el corazón de la iniciativa Made in China 2025. Huawei es el mascarón de proa de la internacionalización de las empresas chinas.

Por eso, el conflicto entre EE. UU. y China será de larga duración y, por ende, desde la óptica estrictamente comercial, habrá que tomar las providencias necesarias. La irrupción de China en el comercio, las inversiones y la tecnología mundiales ha estimulado posturas reactivas en los Estados Unidos, las que Trump ha potenciado con un discurso belicista que ve en China a un adversario al que hay que enfrentar en todos los planos, incluido el militar. Esta inquietud ya es bastante horizontal en los Estados Unidos y persistirá más allá del tiempo que gobierne Trump.

Un indicio está en las fuertes acusaciones de la administración Trump en contra del eventual espionaje industrial y militar de empresas chinas, que apunta a frenar el notable avance de ese país en inteligencia artificial, computación cuántica y redes 5G, lo cual también hace surgir inquietudes sobre la gobernabilidad y las características futuras de Internet.

China y su apuesta tecnológica

El “sueño chino” del “retorno a la normalidad histórica” busca que China vuelva a ser el Reino del Centro en 2050, tras “el siglo de la humillación” (1831-1949, guerra del Opio y sucesivas invasiones y pérdidas de territorio con Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia y Japón). Ese sueño tiene una estación intermedia, el programa Made in China 2025.

El programa Made in China 2025 tiene tres objetivos: que la industria manufacturera consiga ascender en la jerarquía tecnológica de las cadenas de valor, transformar a China en potencia tecnológica, y reestructurar el sector industrial, elevando su eficiencia, calidad, estándares, automatización, capacidad de innovación, propiedad industrial y desarrollo sustentable. El programa contempla tres fases:

  1. en 2025, reducir la diferencia tecnológica con los países líderes;
  2. en 2035, fortalecer la posición tecnológica de China, y
  3. en 2045, liderar la innovación global.

El plan apuesta a diez sectores relevantes en las nuevas tecnologías y aspira a crear quince nuevos centros nacionales de ciencia y hubs de innovación tecnológica para 2020, y contar ya con cuarenta de ellos en 2025. En palabras del primer ministro Li Keqiang, “el crecimiento debe converger de una era de velocidad a una era de calidad”.

Para ello ha definido 10 sectores (TIC avanzadas, robótica y automatización, biofarma, nuevas energías, electromovilidad, etc.), y en cada uno de ellos se están formando centros de innovación de calidad mundial. El plan contempla contar con 15 de estos centros en 2020 y 40 en 2025. Hay que recordar que el gasto chino en I+D pasó del 0,9 % PIB en 2000 al 2,1 % en 2016.

En China, cada año se gradúan 5 veces más estudiantes en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) que en EE. UU. En 2018, China ya superó a EE. UU. en gasto en I+D y en publicaciones científicas (STM Report[11]). Desde hace 5 años, China es el país que registra más patentes. Cada año, China produce 30 mil doctores en materias científicas y tecnológicas. Hace 15 años, las empresas extranjeras tenían 200 centros de I+D en China y hoy ya son 1 800. Hace 10 años, China explicaba el 1 % de las transacciones globales de e-commerce. Hoy es el 42 % y procesa 11 veces más pagos móviles que EE. UU. (McKinsey, 2017)[12]. China aporta el 34 % de los unicornios[13] globales y el 43 % de su valor (McKinsey, 2017)[14]. Es ingenuo aceptar que este notable salto tecnológico se explique únicamente por robo de propiedad intelectual y transferencia forzada de tecnologías. También es ingenuo suponer que China pueda renunciar a esta dinámica de fortalecimiento tecnológico.

La dimensión de los desafíos económicos en China[15]

Los resultados del próximo Plan Quinquenal 2021-2025 serán cruciales para evaluar el grado efectivo de avance en las reformas en curso en China[16]. Los principales desafíos económicos chinos se relacionan con la evolución de la deuda pública y de la burbuja inmobiliaria, desconcentrar la distribución del ingreso, abordar los considerables daños ambientales y lidiar con el desafío demográfico que va reduciendo la población económicamente activa.

El vertiginoso crecimiento chino durante cuatro décadas sacó de la pobreza a 850 millones de personas, en lo que constituye el cambio social más sustantivo en la historia de la humanidad. Por cierto, los niveles de partida fueron muy bajos y es por ello por lo que aún persisten 500 millones de personas que viven con 5,5 dólares diarios o menos. La contraparte es una aguda concentración en los ingresos y en la riqueza, al punto de que la experiencia china transitó desde una moderada desigualdad en 1990 hasta constituirse en una de las más desiguales del mundo[17]. Es decir, el milagro chino es una combinación de elevado crecimiento, con acelerada reducción de la pobreza y un brusco salto en la desigualdad.

El desafío ambiental

El desafío ambiental chino es considerable. Es el principal consumidor de carbón del mundo y el mayor contribuyente a las emisiones de dióxido de carbono. Si bien en términos per cápita el consumo energético es moderado (menos de un tercio del consumo promedio estadounidense y un 30 % inferior el europeo), su estructura energética es demasiado sesgada al carbón y la eficiencia energética en la producción es muy baja. La acelerada industrialización en un contexto de relajadas normas ambientales, uso intensivo de la energía, básicamente anclada en el carbón, y elevada ineficiencia energética no podía sino generar un amplio arco de dramas ambientales, tales como la polución del agua y del aire, desertificación y deforestación, que afectan la salud de los habitantes y las propias perspectivas de un crecimiento de largo plazo.

El desafío demográfico

En 2012, por primera vez se redujo la PEA en 3,45 millones de personas. Se espera que la actual PEA, de casi mil millones, se reduzca al 0,7 % anual, y que muestre en 2050 una reducción de 213 millones de personas respecto del dato actual. Esa merma en la fuerza de trabajo limitará el crecimiento a tasas de 3-4 %, si es que la productividad no crece de un modo proporcional a esa caída. A su vez, la población mayor a los 60 años pasará de 209 millones en 2015 (21 % de la población total) a 490 millones (36,5 % de la población). Con ello, la tasa de dependencia (población de más de 65 años sobre la PEA) pasará del 13 % actual a 20 % en 2025 y 47 % en 2050. Es decir, si hoy son 7,7 los trabajadores que deben financiar a un retirado, en 2050 esa carga recaerá sobre solo dos de ellos (Magnus, 2018)[18].

Mucha razón tiene entonces el primer ministro Li Keqiang cuando insiste en la relevancia de la innovación y la productividad como ejes para la transformación de la economía china. Solo importantes avances en productividad e innovación podrán favorecer el avance hacia una economía más apoyada en la calidad que en la cantidad, vale decir, en el diseño, en las nuevas tecnologías, en la sustentabilidad ambiental. A la vez, serán las nuevas tecnologías las que también le podrán permitir reducir sus pasivos ambientales, mejorar su eficiencia energética y apoyarse en energías renovables no convencionales. Por último, el apoyo en mayor productividad es la clave para mantener elevadas tasas de crecimiento, una vez que el stock de la fuerza de trabajo vaya declinando en el tiempo. Será necesario entonces elevar el producto por trabajador, pues cada año serán menos los trabajadores a los cuales se podrá recurrir.

Deuda, burbujas inmobiliarias y “banca en las sombras”

Entre 2004 y 2008, la deuda bruta se mantuvo en una cota alta pero estable, entre 170 y 180 % del PIB. Al acontecer la crisis del crédito subprime, las exportaciones chinas sufrieron una caída violenta y las autoridades buscaron compensar la caída en la demanda con un masivo programa de reactivación que sumó 14 puntos del PIB, quizás el paquete reactivador más voluminoso en la historia económica y con un fuerte salto en la inversión[19]. El financiamiento de esa mayor inversión se hizo básicamente a través de la deuda de corporaciones no financieras y de gobiernos locales, en muchos casos con operaciones fuera de balance.

Es difícil que un salto tan vigoroso en la inversión en un lapso tan reducido esté apoyado en proyectos bien evaluados y con rentabilidad económica y social bien definida. Por tanto, la eficiencia de la inversión decayó de modo significativo. Esto quiere decir que se requerían más unidades de inversión para conseguir la misma unidad de producto. En efecto, la ICOR (incremental capital output ratio), que no excedía de 4, desde 2011 saltó a un valor de 6[20] (Wolf, 2018a)[21].

Tabla 1: China: las variables económicas del desequilibrio
Como porcentaje del PIB 2000 2007 2017
Exportaciones netas (X-M) 2 7 2
Inversión 34 41 44
Consumo 63 50 54
Deuda bruta 146 174 300

Fuente: Banco Mundial.

El incremento en las exportaciones netas del 2 al 7% del PIB entre 2000 y 2007 se reflejó en un incremento del superávit en cuenta corriente de balance de pagos, lo que agregó una tensión externa a los desequilibrios internos, toda vez que indujo a un debate internacional respecto de la virtual “manipulación cambiaria” a la que acudiría China para estimular sus exportaciones. Las cifras de 2017 muestran que la gradual corrección de ese de­sequilibrio externo –las exportaciones netas caen del 7 al 2 % del PIB– se realizó a costa de profundizar el de­sequilibrio interno, dado que la inversión volvió a repuntar al 44 % del PIB. Y si bien el consumo subió cuatro puntos de PIB, aún está muy lejos del nivel que mantenía en 2000 (Wolf, 2018a)[22].

El importante salto en la deuda china de 2007-2017 es preocupante para la estabilidad de la economía mundial. Hay trabajos recientes que postulan que el auge crediticio es un buen predictor de crisis financieras (Schularich y Taylor, 2011)[23] y que el boom crediticio chino es uno de los mayores de la historia (Chen y Shik Yang, 2018)[24]. Es decir que la probabilidad de una futura recesión en China, causada por una crisis financiera, no es despreciable. Es un escenario de alto riesgo, dado que China explica un tercio del crecimiento mundial en los últimos diez años.

El paquete reactivador de 14 puntos del PIB, a fines de 2008, se orientó a la inversión en infraestructura, construcción de viviendas, salud, educación, innovación y medio ambiente y se financió básicamente a través de crédito bancario. Entre 2008 y 2012, el sector estatal de la economía incrementó su deuda desde un 35 a un 170 % del PIB. A mediados de 2016, esa relación de deuda ya iba por el 255 % del PIB y el 300 % del PIB en 2017. Con este brutal salto en el endeudamiento, China explica la mitad de la expansión crediticia en el mundo entre 2005 y 2016[25].

La inversión inmobiliaria se acerca al 15 % del PIB, y se compara con un 6 % del PIB en Estados Unidos en 2007, justo antes de la crisis subprime. Se encuentra aquí un nudo que vincula las finanzas con la economía política. Los gobiernos locales disfrutan del monopolio sobre la oferta de tierras y necesitan que tenga altos precios para financiar cerca de un tercio de sus gastos[26]. Se trata, por ende, de un tema mayor, pues el complejo construcción-manufacturas de cemento y muebles suma el 20 % del PIB; es claro que un freno drástico en este complejo afectaría severamente a China y la economía global. Para el FMI, esta burbuja y el elevado nivel de la deuda corporativa china representan las principales amenazas a la evolución de la economía mundial en los próximos cinco a siete años (véase FMI, 2016).

La deuda del gobierno central es comparativamente baja (16% al final de 2016); sin embargo, la deuda pública total se acerca al 200% del PIB, y corresponde a empresas estatales, gobiernos locales y provinciales[27]. La deuda de las familias saltó desde un 40% del ingreso disponible en 2008 a un 106% en 2017, rango parecido al de los Estados Unidos. Un alto porcentaje de ese endeudamiento ha provenido de banca no convencional y desregulada, conocida como “banca en la sombra” (shadow banking), es decir, instituciones financieras no bancarias e informales que aceptan depósitos y realizan préstamos y que están sometidas a una regulación más laxa que la banca formal. Muchas veces son extensiones de grandes corporaciones, compañías fiduciarias, empresas de leasing, compañías de seguros y corredores financieros (Magnus, 2018: 83[28]).[29] De acuerdo con la agencia calificadora de créditos Moody’s, en 2016 en China la banca en la sombra habría sido equivalente al 29 % de los activos del sistema bancario y a un 87 % del PIB[30]. Ese monto constituyó el pico de influencia del sector, pues en los años siguientes esa relación ha caído a un 79 % a fines de 2017 y a 70 % a fines de septiembre de 2018.

Un objetivo central de las autoridades económicas chinas es desmontar esta bomba de tiempo, lo cual requiere fortalecer el sistema financiero y detener la evolución creciente de la deuda. Esto implica: mejorar la salud financiera de los bancos al separar las deudas cobrables de las incobrables, y buscar algún mecanismo no distorsionante de licuación de las malas deudas; consolidar la industria bancaria con la fusión de bancos y la liquidación de los insolventes; establecer mecanismos que aseguren el calce de las operaciones bancarias en plazos, monedas e instrumentos; y mejorar la regulación sobre la banca informal. A su vez, detener la evolución de la deuda obliga a contar con una tasa de interés real positiva que evite subsidios en el acceso al crédito, en particular para las empresas estatales, implementar mecanismos estrictos de control del endeudamiento público a nivel central, regional y local, abandonar los proyectos más costosos y de rentabilidad dudosa, y forzar incluso modalidades de prepago de las deudas más elevadas.

Cualquiera de estas modalidades termina reflejándose en un menor crecimiento económico, y lo que interesa en la evolución de la deuda es justamente la relación entre el nivel de la deuda y el del PIB, de modo de testear la capacidad de pago de la economía. La experiencia china posterior a la crisis subprime trajo malas noticias, pues una ratio deuda/PIB, que ya era elevada, condujo a un incremento vertiginoso de la deuda y a una menor tasa de crecimiento.

El impacto de esa crisis en la economía china condujo a un retroceso en la marcha de las reformas económicas, y es bien probable que suceda algo parecido con los impactos de la guerra comercial y tecnológica con que Trump acosa a la economía china. El impacto de la guerra comercial de Trump puede estar agravando este escenario al limitar más aún el ritmo de crecimiento y favorecer la tentación de las autoridades de retomar mayores niveles de crecimiento financiados con más deuda.

Sí vale la pena insistir en que un crecimiento de 6 % en la economía china –la mayor del mundo en paridad de poder adquisitivo (PPP) y la segunda en dólares constantes– es la mejor noticia que puede recibir la economía mundial. Esto en la medida en que ese crecimiento se acompañe de avances en el paquete de reformas económicas que la autoridad ha comprometido. En virtud de tales reformas, el sector de servicios gana posiciones en el PIB chino. Dado que es más intensivo en empleo que la manufactura, en particular que la manufactura pesada, ahora se requiere una menor tasa de crecimiento del PIB para generar un mismo volumen de puestos de trabajo. El sector de servicios ya superó a la industria en la estructura del producto, y ello empieza a reflejarse en el empleo.

La densidad del conflicto entre EE. UU. y China

A estas alturas, quedan pocos analistas que hablen de la posibilidad de un acuerdo sustantivo y estable entre EE. UU. y China. Los sucesivos vaivenes en esta disputa han terminado por convencer que la magnitud de las diferencias no permite acuerdos de largo plazo y que más bien transitaremos un plazo largo de desavenencias, conflictos, acuerdos y nuevos conflictos.

Los argumentos de EE: UU. apuntan a los siguientes objetivos:

  1. reducir el tamaño del déficit comercial con China;
  2. conseguir que China elimine la sobreproducción en sectores como aluminio, acero, cementos y vidrios;
  3. proteger el empleo en sectores manufactureros sensibles;
  4. frenar a China en la carrera tecnológica;
  5. obligar a un mayor respeto de China por los derechos de propiedad intelectual;
  6. abrir el mercado chino a los automóviles y servicios financieros norteamericanos;
  7. conseguir que China abra su mercado de compras públicas a empresas norteamericanas; y
  8. presionar para que las autoridades chinas no discriminen en contra de empresas extranjeras a través de regulaciones discriminatorias.

Por su parte, los argumentos chinos son:

  1. que EE. UU. le reconozca su “status de economía de mercado”, compromiso que todos los miembros de la OMC asumieron cumplir desde 2017 al momento en que China ingresó a la OMC (2001);
  2. que EE. UU. archive el argumento de la “manipulación cambiaria” que cada cierto tiempo renueva EE. UU.;
  3. que EE UU. le permita acceder a importaciones y a invertir en tecnología avanzada (semiconductores).

Adicionalmente, China reitera su compromiso de seguir abriendo su economía en bienes, servicios e inversiones y de fortalecer su respeto a los derechos de propiedad intelectual, y todo ello en el marco del respeto a su autonomía y de su proceso de “reforma y apertura”.

Entre las “líneas rojas” de China, es decir, sus puntos intransables, aparecen defender la internacionalización de sus empresas, su Made in China 2025, su iniciativa Belt and Road (La Franja y la Ruta) y el AIIB (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura). Los principales nudos estratégicos de US parecen ser:

  1. mejorar la protección de la propiedad intelectual de sus empresas;
  2. eliminar la ciberpiratería de secretos comerciales;
  3. reducir el déficit comercial con China; y
  4. detener el avance tecnológico chino.

En este contexto, la probabilidad de un acuerdo estable de largo plazo es bien baja, pues ello implicaría una reformulación drástica del modelo chino de desarrollo. Si a ello agregamos las declaraciones del vicepresidente Mike Pence el 4 de octubre pasado, “[…] detener y enfrentar a China en todos los planos, frenar su desarrollo y poner a EE. UU. en primer lugar”, allí es claro que, en ese escenario, la posibilidad de acuerdo es aún menor.

Los sucesivos “acuerdos” en la disputa EE. UU.-China

Ya no debería sorprender la estrategia negociadora de Trump: genera una sensación de crisis con medidas unilaterales y hace gala de amenazas contundentes. Al final de un proceso lleno de incertidumbres y volatilidad en los mercados, obtiene logros cosméticos, muy inferior a sus promesas y twittea con hipérboles, llamando a que se lo premie por haber desactivado una crisis que él mismo generó.

Después de la Cumbre del G20 y del encuentro Trump-Xi en Buenos Aires, sábado 1 de diciembre de 2018, el titular predominante del día lunes fue “Euforia en los mercados”. “Decepción en los mercados” era el titular del miércoles. ¿Qué pasó en realidad?

La declaración de EE. UU. sobre los resultados de la reunión de Buenos Aires mencionaba que China se comprometía a

  1. comprar una cantidad importante de bienes agrícolas, energéticos e industriales de EE. UU. para reducir el desequilibrio comercial;
  2. elevar de inmediato sus importaciones agrícolas desde EE. UU.; y
  3. negociar de inmediato sobre transferencia forzada de tecnología, protección de la propiedad intelectual, barreras no arancelarias e intrusiones y robos cibernéticos.

Si en 90 días no se conseguían acuerdos en estos temas, EE. UU. impondría aranceles del 25 % sobre todos los productos chinos. Lo único que decía la declaración china era: “China trabajará para abrir su mercado, elevar sus importaciones y resolver los problemas en la relación económica y comercial con EE. UU. en el proceso de una nueva ronda de reforma y apertura”.

Lo único concreto fue que se establecía una tregua arancelaria de 90 días, que las sobretasas aplicadas siguieron en vigor, que no se resolvió ninguno de los temas claves y que tres días después de “un acuerdo increíble”, como lo calificó Trump, altos funcionarios de la Casa Blanca rebajaron expectativas y reconocieron que no había compromisos inmediatos ni en agricultura ni en automóviles, como lo había anunciado el eufórico Trump. Hay que recordar que el cese del fuego y un acuerdo ya se habían anunciado un par de veces en 2018, tras lo cual se retornó al conflicto. Cuatro días después del acuerdo, el consenso de los inversionistas viró a la inquietud, dado que el propio Trump sugirió ampliar el plazo crítico de 90 días y volvió a amenazar a China con sus misiles arancelarios, lo que se concretó con nuevos incrementos arancelarios en septiembre de 2019.

¿Qué se sabe hasta ahora del acuerdo de fase 1, anunciado en diciembre de 2019? La verdad, muy poco, pues, dado que el acuerdo es de 86 páginas, el USTR emitió un comunicado de apenas página y media que, si bien menciona los temas claves (propiedad intelectual, transferencia tecnológica, servicios financieros, tipo de cambio, solución de disputas y expansión del comercio agrícola), solo indica títulos generales, agregando que el documento final estaría siendo sometido a una “revisión legal” y de traducción por ambas partes. Vale decir que hasta ahora estamos en presencia de un acuerdo provisorio, sujeto a modificaciones[31].

En cualquier caso, siguen en pie diferencias relevantes en la interpretación de lo acordado. Eso es lo que intenta reflejar el cuadro siguiente, donde en cada uno de los principales títulos negociados se indica la interpretación que transmite EE. UU. y lo que han planteado las autoridades chinas. En particular, es llamativa la insistencia de Trump y los suyos en los montos globales en que China aumentaría sus importaciones provenientes desde EE. UU., particularmente en productos agrícolas. China no menciona cifras, y además todo indica que alcanzar el monto incremental de importaciones agrícolas que menciona el USTR es poco probable, salvo en el caso de carne de cerdos, considerando la agresiva peste porcina africana que ha afectado a la producción porcina china. Los subsidios industriales y el rol de las empresas estatales chinas en el comercio exterior no fueron abordados en este acuerdo de fase 1.

Ambigüedad en el acuerdo de fase 1

EE. UU.

China

Firma y entrada en vigor

Se firma primera semana de enero y entra en vigor en febrero de 2020 en EE. UU. Esos detalles están en negociación.
Saldo comercial China comprará productos norteamericanos por un monto de 200 mil millones de dólares más respecto del nivel de 2017. China aumentará sus importaciones desde EE. UU. en función de las fuerzas de mercado y respetando las reglas de la OMC.
Compras agrícolas China comprará al menos 40 mil millones de dólares en 2020 y 2021. China incrementará significativamente sus importaciones agrícolas desde EE. UU.
Propiedad intelectual El acuerdo aborda secretos comerciales, derechos de propiedad intelectual farmacéuticos, marcas comerciales y medidas vinculantes que castiguen piratería y falsificación de productos. Lenguaje similar pero no especifica nuevas medidas.
Transferencia tecnológica forzada China se compromete a poner fin a estas prácticas. Solo se menciona el título del capítulo.
Tipo de cambio Ambas partes se comprometen a evitar las devaluaciones competitivas. Solo se menciona el título del capítulo.

Tras dos años del conflicto comercial que Trump ha embestido contra China, el balance a fines de 2029 es el siguiente:[32]

  1. Luego de dos años de conflictos arancelarios, con la agricultura seriamente afectada y con gran volatilidad en los mercados financieros, si se concreta este acuerdo de fase 1, en EE. UU. los aranceles seguirán por encima de los niveles de precrisis y China seguirá enfrentando aranceles de castigo sobre 2/3 de sus exportaciones a EE. UU.
  2. EE. UU. no aplicará aranceles adicionales sobre 162 mil millones de dólares, lo que habría correspondido que operase a partir del 15 de diciembre de 2019.
  3. EE. UU. rebajará a 7,5 % los aranceles de 15 % que había impuesto sobre 100 mil millones de dólares en septiembre de 2019.
  4. Persisten aranceles del 25 % sobre 250 mil millones de dólares de importaciones provenientes de China.
  5. Considerando el acuerdo de fase 1, el arancel medio de EE. UU. a productos chinos pasa de 3 %, antes de la guerra comercial, a un 19,3 %.
  6. El arancel medio que aplicaría China a los productos norteamericanos ha pasado de 8 % a 21,1 %.
  7. El cambio en el arancel medio recíproco entre diciembre de 2019 y febrero de 2020, cuando entraría en vigor el acuerdo, es absolutamente marginal. El arancel medio que EE. UU. aplica a las exportaciones chinas pasaría de 21,1 % a 19,39 %, y el similar chino pasa de 21,1 % a 20,9 %.

Por tanto, el acuerdo de fase 1 sigue siendo marginal y deja abierto un largo sendero de turbulencias para los próximos años. Siguen en pie las dudas y diversas interpretaciones respecto del verdadero objetivo de Trump con esta negociación-conflicto, incluida la campaña electoral de 2020.

Una estrategia negociadora errática, con amenazas estridentes, proclamación triunfalista de concesiones obtenidas e imposición de plazos breves y perentorios so pena de nuevas amenazas, eso es exactamente lo que jamás recomendaría cualquier serio estudioso de las experiencias de negociación con China. La estrategia de Trump es audaz y contradice radicalmente lo que propone Kissinger para el diálogo con China. En la medida que esta fase 1 no opere con prontitud y claridad, si las exportaciones agrícolas no repuntan significativamente, el espacio de dicha audacia se irá reduciendo.

Si se fuesen confirmando informes de agencias especializadas que estiman que el crecimiento en EE. UU. habría alcanzado su máximo, en cuanto la interacción entre una economía que crece sobre su potencial, déficit y deuda públicos al alza y cercanías de una curva invertida en tasas de interés, todo ello configura una amenaza de recesión para el 2020. Si esta amenaza se concretase, Trump enfrentaría urgencias mayores que su disputa con China.

Cooperación y conflicto entre EE. UU. y China

China da muestras prácticas de avanzar en la apertura de mercados y en un mayor respeto a las normas de propiedad intelectual, y estaría dispuesta a establecer compromisos significativos con EE. UU., pero a condición de que estos compromisos sean balanceados. Es decir, lo que China teme es que EE. UU. no se conforme con ello, sino que busque que China renuncie a sus objetivos en las tecnologías que moldearán la economía y la sociedad del siglo XXI, es decir, IA, robótica, blockchain, semiconductores, Big Data, etc. Es lo que ya dijo Trump un par de semanas antes del G20 (“China estaría dispuesta a renunciar a su programa Made in China 2025”).

Esto China no lo aceptará jamás, pues ello significaría aceptar que EE. UU. le ponga un techo a sus aspiraciones tecnológicas y a su potencial de crecimiento. Es legítimo presionar por un mayor cumplimiento chino en propiedad intelectual, pero para el mundo sería más adecuado que EE. UU. usara su poder negociador, ojalá en estrecha sintonía con sus aliados, para negociar un nuevo orden internacional capaz de abordar los desafíos del siglo XXI en materia de comercio, inversiones, cambio climático y reducción de las desigualdades. Ese nuevo orden no puede ignorar a China, sino más bien debe aceptar un mayor peso y mayores responsabilidades de China en la gobernanza de las instituciones globales. El desafío entonces es la construcción de un nuevo multilateralismo acorde a los desafíos y pesos relativos del siglo XXI, y ya no a los resultados de la Segunda Guerra Mundial.

Las sugerencias de M. Wolf a Occidente al respecto son notables:

  1. entender que China no es nuestra, pertenece a los chinos;
  2. aceptar que el modelo político chino seguirá siendo distinto al de Occidente por un largo tiempo;
  3. enfocarse en conductas precisas y medibles que afecten a otros y hacerlo de modo consistente y con base en principios;
  4. no buscar detener el desarrollo de China;
  5. reconocer que China es un rival, pero también un socio esencial para abordar los desafíos de estabilidad económica mundial y cambio climático (M. Wolf, 2018)[33].

Un acuerdo entre EE. UU. y China que perdure en el tiempo requiere compromisos serios y cambios de conducta de ambas partes. Por cierto, ello significa que EE. UU. debería terminar con la arbitrariedad en sus decisiones de comercio e inversión. Cambios cosméticos que coqueteen con la especulación en Wall Street no sirven; presiones excesivas sobre China tampoco ayudan. EE. UU. debe aceptar la realidad de China como un socio pleno y negociar una incorporación responsable de China al escenario global, rediseñando la gobernanza de la globalización. Cooperación con competencia en el marco de nuevas reglas concordadas y en cuya conformación han participado EE. UU. y China es por cierto un camino largo y complejo, pero parece ser el único que asegura un mejor escenario económico, social, político y ambiental para el resto del siglo.

En ese sentido, el discurso del secretario de Estado, Mike Pompeo, en Bruselas (4 de diciembre) es un mal antecedente. Pompeo llama a la construcción de un nuevo orden mundial liberal, bajo el liderazgo de EE. UU., que privilegie la soberanía nacional por sobre el multilateralismo. Es una propuesta que, además de utópica y nostálgica –volver a la inmediata posguerra donde EE. UU. configuró el orden internacional–, es contraproducente, pues lo que se requiere es la integración de China a un nuevo multilateralismo y no el estímulo a los nacionalismos. En este último tema, por lo demás, China ha dado muestras de contar con ventajas comparativas.

El gran desafío es que el “sueño chino” no sea leído “una pesadilla en EE. UU.”. En los próximos años, asistiremos al conflicto entre America First y Made In China 2025. Serán tiempos marcados por la volatilidad financiera y el comercio no retornará a la normalidad. Corremos el riesgo de transitar desde un comercio regido por normas a otro dominado por el poder político, con inversiones que tenderán a politizarse, particularmente en el caso de áreas vinculadas a las nuevas tecnologías.

América Latina no debería permanecer indiferente a este eventual escenario. Por cierto, hacer bien los deberes macroeconómicos es el punto de partida; mejorar la calidad de la inserción internacional, avanzando en productividad e innovación, es lo que sigue. Pero también será cada vez más necesario que la región mejore sus esfuerzos de integración regional, participe proactivamente en la reforma y modernización de la OMC y sea capaz de construir una mínima agenda de diálogo y cooperación con EE. UU., China y con la UE.


  1. Para A. Smith, los mercantilistas no entendieron las ventajas de la especialización comercial, de la división del trabajo y de las ventajas comparativas.
  2. Durante dos años, Estados Unidos bloqueó sistemáticamente la nominación de estos árbitros, una vez que se cumplía el plazo de ellos en tal categoría, de forma que redujo así gradualmente el número de sus integrantes. El 11 de diciembre de 2019, este Órgano dejó de funcionar. Se trata de una severa amenaza al comercio multilateral y un incentivo al proteccionismo, una vez que no estará vigente el máximo órgano de solución de controversias de la OMC.
  3. En un modelo simplificado, el ingreso o producto (Y) se desglosa en consumo total (C) más inversión total (I), más exportaciones (X) y menos importaciones (M) de bienes y servicios. Entonces Y=C+I+X-M. Siendo Y-C igual al ahorro A, entonces I=A+M-X. Si M-X es el saldo comercial de bienes y servicios o déficit en cuenta corriente, lo que nos dice la ecuación es que la inversión se financia con ahorro interno (A) más ahorro externo (M-X). Por tanto, si el ahorro doméstico no alcanza a financiar la inversión, necesariamente tendremos un déficit en cuenta corriente o ahorro externo para financiar la diferencia.
  4. Feldstein, Martin (2018). “How to Increase America’s Saving Rate”, Project Syndicate, 26 de julio.
  5. “As a percentage of gross domestic product (GDP), the fiscal deficit increases from 3.5 percent in 2017 to 5.4 percent in 2022. Thereafter, the deficit fluctuates between 4.6 percent and 5.2 percent of GDP from 2023 through 2028. Over the past 50 years, the annual deficit has averaged 2.9 percent of GDP” (CBO 2018). “The Budget and Economic Outlook 2018 to 2028”, Congress of the US, Congressional Budget Office, abril, https://bit.ly/3gMQMT9.
  6. Este punto recoge algunas ideas de la introducción de mi libro Rosales, O. (2020). El sueño chino. Como se ve China a sí misma y cómo nos equivocamos los occidentales al interpretarla, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, Argentina.
  7. Se estima que el costo ambiental de este intenso proceso de crecimiento ascendería al 10 % del PIB de 2009.
  8. Allison, G. (2018). Destined for War. Can America and China Escape Thucydide`s Trap?, First Mariner Books, Houghton Mifflin Harcourt, Boston, Nueva York, Estados Unidos.
  9. Castells, M (2019). “La larga marcha de Huawei”. La Vanguardia, 7 de septiembre, 2019. Barcelona, https://bit.ly/2Qfe4pL.
  10. Una delantera de dos años, al decir de la cabeza de Huawei, quien además agrega que esta empresa trabaja en lanzar las redes 6G en el 2030, https://bit.ly/38yYE8t.
  11. STM Report (2018). STM Report: An overview of scientific and scholarly publishing, en https://bit.ly/2VVP7TC.
  12. McKinsey (2017). “Digital China: Powering the Economy to Global Competitiveness”, p. 3, diciembre.
  13. Los “unicornios” corresponden a emprendimientos privados de más de mil millones de dólares.
  14. McKinsey (2017). “Digital China: Powering the Economy to Global Competitiveness”, p. 3, diciembre.
  15. Para una discusión más completa de estos temas, consultar Rosales (2020), El sueño chino. Como se ve China a sí misma y cómo nos equivocamos los occidentales al interpretarla, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, cap. 7.
  16. En 2020 se evaluará el cumplimiento de la meta de duplicar el ingreso per cápita rural y urbano respecto de 2010; en 2021 se cumplen cien años de la fundación del PCCh y en 2025 habrá que evaluar el avance de las metas de Made in China 2025.
  17. Trabajos recientes del FMI (2018) estiman que el índice Gini en 2013, después de impuestos y transferencias, habría sido 0,5. El índice respectivo para América latina es 0,473.
  18. Magnus, G. (2018). “Red Flags. Why Xi’s China is in Jeopardy”, Yale University Press, New Haven, Londres, Nueva York.
  19. Ese programa elevó la inversión pública en infraestructura y construcción, con lo que el coeficiente de inversión –relación entre la inversión y el producto– saltó de un 41 a un 48 % en 2010. Esto reflejaba un retroceso en la evolución de las reformas económicas, retroceso presionado por las exigencias de reactivación que impusieron los efectos de la crisis subprime en China.
  20. ICOR es la relación entre la tasa de inversión y la tasa de crecimiento del PIB. Mientras más baja sea, mayor será la eficiencia de la inversión.
  21. Wolf, M. (2018a). “How the west should judge a rising China”, Financial Times, 15 de mayo, https://on.ft.com/2ZJpfM4.
  22. Wolf, M. (2018a). “How the west should judge a rising China”, Financial Times, 15 de mayo. https://on.ft.com/2DkkctT.
  23. Schularich, M. y A. Taylor (2011). “Credit Boom Gone Bust Monetary Policy. Leverage Cycles and Financial Crisis, 1870-20088”, National Bureau of Economic Research, NBER Working Paper No. 15512, diciembre.
  24. Chen, S. y J. Shik Yang (2018). “Credit Booms: Is China Different?”, IMF Working Paper, 5 de enero.
  25. “China’s Continuing Credit Boom”, Liberty Street Economics, Federal Reserve Bank of New York, 2 de febrero de 2017, disponible en https://nyfed.org/2ZL6A2h.
  26. En tanto el sistema financiero es poco sofisticado y ofrece pocas opciones de inversión, las familias con disponibilidad de recursos prefieren invertir en bienes raíces antes que depositar sus recursos en la banca. Eso es lo que ha inducido un considerable boom en el precio de las viviendas en las principales ciudades. A inicios de 2017, los precios de las viviendas en Beijing, Shanghai, Guangzhou y Shenzhen habían aumentado un 80 % respecto de 2010.
  27. El Banco Mundial estima que los pasivos de los gobiernos locales crecieron 44 % entre 2014 y 2016 (Magnus, 2018: 80 “Red Flags. Why Xi`s China is in Jeopardy”, Yale University Press, New Haven y Londres, Nueva York), lo que refleja la compleja ecuación política entre gobierno central, banca estatal y gobernadores locales y provinciales.
  28. Magnus, G. (2018). “Red Flags. Why Xi’s China is in Jeopardy”, Yale University Press, New Haven y Londres, Nueva York.
  29. Esta presencia de entidades formales en la banca informal afecta la calidad de la regulación toda vez que tales operaciones no quedan reconocidas en el balance oficial de activos y pasivos, lo que afecta entonces la eficacia de la política crediticia en torno a las exigencias de adecuación de capital y liquidez.
  30. Moody’s, “Quaterly China Shadow Banking Monitor”, 8 de mayo de 2017.
  31. Se supone que el acuerdo definitivo de esta Fase 1 se firmaría en la primera semana de enero 2020 y entraría en vigor en febrero 2020.
  32. Brown, C. (2019). “Phase One China Deal: Steep Tariffs are the New Normal”, PIIE, 19 de diciembre de 2019, Peterson Institute for International Economics, Washington.
  33. Wolf, M. (2018). “The US must avoid a new cold war with China”, Financial Times, 30 de octubre, https://on.ft.com/2Z5Hufi.


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