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7 ¡Y llegó el Tío Rico!

Saül Karsz

La primera potencia mundial tiene un nuevo presidente; y eso gracias a un sistema electoral de dos niveles: los ciudadanos-electores eligen a uno de los candidatos en competición, opción confirmada o modificada por los “grandes electores”, cuyo peso en votos varía según los Estados que representan en el Congreso estadounidense. En 2016, el candidato electo directamente por los ciudadanos obtuvo dos millones de votos menos que su rival, pero los grandes electores transformaron esa diferencia en victoria política. ¿Qué es lo que esta celebra precisamente?

Victoria del populismo de derecha: xenofobia, antifeminismo, nacionalismo, persecución de las sensibilidades de izquierda, asimiladas o asimilables, antiestablishment… Retorno a las viejas y sólidas virtudes frente a las cuales algunos se regodean creyendo que fundaron la Gran Nación. Reconciliarse con el sueño americano de prosperidad sin fallas y felicidad sin límites, siempre y cuando uno se dedique a ello día y noche, sin moderar su pena. ¡Ayúdate y el Cielo te ayudará! ¡Ay! Pero hace ya mucho tiempo que la realidad económica y política sacude seriamente ese sueño para amplias capas de la población, incluida la autóctona y blanca. E inclusive llega a invalidarlo lisa y llanamente. La realidad confirma al poeta español Calderón de la Barca (1600-1681) cuando dice que “los sueños, sueños son”. Pero pueden facilitar una elección…

Primera enseñanza. Esta elección pone en escena el improbable duelo de una ensoñación confrontada con los efectos subjetivos y objetivos de la globalización neoliberal en la clase baja y media. Se elige a un presidente cuya pasmosa promesa electoral es que en el futuro sólo habrá una realidad adiestrada, sometida y explotable. Promesa no necesariamente incumplible, por lo demás. Por una parte, porque las promesas sólo comprometen a quienes creen en ellas. Por otra parte, porque la política comprende proyectos, dispositivos, disposiciones y también ilusiones, fantasías, fantasmas, representaciones, ideales (ideologías). La política hace soñar. Uno hace política para no soñar(se) solo, en un rinconcito. Pero no por ello desaparece la realidad. Y allí vemos a la testaruda por excelencia, por definición. Es realidad aquello que sí o sí retorna, lo que persiste e insiste y firma. Dado el leitmotiv del antiestablishment: los miembros del nuevo gobierno, entre ellos, el propio presidente, vienen bastante poco de la política como oficio regular y mucho de los negocios económicos y financieros nacionales e internacionales, de las especulaciones más o menos azarosas e (i)legales, de las ganancias descomunales y no del todo imponibles. Su lugar propio es la infraestructura económica. El establishment se coloca por encima de esta para asegurar sus condiciones jurídicas de reproducción, los parámetros ideológicos de insuperable normalidad, las modalidades políticas de gestión y perpetuación. Son antiestablishment porque prefieren actuar sobre las causas antes que sobre los efectos (lo cual les garantiza lugares bastante sólidos dentro de ese mismo establishment). Su antiestablishment deriva de la coquetería y/o de la demagogia: se trata no de lucha de clases sino sólo de lucha de lugares. “Gobierno Sachs” reza el título de un editorial de Le Monde (18-19/12/2016) en referencia al banco de negocios donde el nuevo presidente recluta a sus principales asesores y ministros.

Segunda enseñanza. Los recién llegados certifican que la política es la continuación de la guerra por otros medios. En adelante, los asuntos de Estado serán explícitamente tratados como asuntos comerciales, industriales, financieros. Las sublimaciones habituales (derechos humanos, dignidad, respeto de las minorías, reparto de los beneficios, ayuda a los desfavorecidos, consideración del medioambiente) ya no son demasiado indispensables. Tampoco los dilemas de conciencia. Se trata de hacer negocios para algunos, dejando en la ruina –daños colaterales– a millones de otros. Fenómeno en nada inédito, es cierto, pero masivo e inapelable. Naturalizar la riqueza, disecar la pobreza, esparcir la mediocridad de los sentimientos y los ideales. Allí donde la política afirma darse márgenes de maniobra frente a la economía capitalista, la tarea consiste ahora en abrazar esa economía con un amor febril, desenfrenado, simbiótico, sin distancia y sin crítica. Parece haber llegado la hora en que el gran capital le recuerda a la gente humilde que continúe jugando en su patiecito, acompañándose con un extraordinario sueño que en teoría la ayudará a sobrevivir en una realidad cada vez más implacable. ¿Sálvese quien pueda?

 

Enero de 2017



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