Saül Karsz
Primero, un cura bien ubicado en la jerarquía eclesiástica de Lyon se entrega a prácticas pedófilas con muchachos jóvenes encomendados a su magisterio, tema al cual él mismo se había referido al ingresar en el seminario. Después, sus superiores arrojan un manto de pudor (¡!) sobre su accionar, al tiempo que le conservan su lugar entre ellos. Más adelante, franca y sincera adhesión de esos personajes a movimientos como Manif pour tous[1], a fin de proteger a familias y niños de las amenazas exteriores –pero aparentemente no de las prácticas internas… He aquí, someramente resumidos, escandalosos hechos que suscitan fuertes condenas, inclusive en el seno de la Iglesia Católica. ¿Pero precisamente en qué medida este escándalo es escandaloso?
No es un mero asunto de personas, ni de familias, ni siquiera de actitud de uno u otro cardenal. Tampoco se podría reducir a las artimañas de una o varias ovejas negras, que de ninguna manera pueden actuar en ausencia de una poderosa red de complicidades implícitas y explícitas. Un dato complementario, mas no secundario: a menudo, gobernar supone variados acomodamientos, entre ellos, poner en sordina (durante períodos más o menos largos) principios valiosos y por los cuales se lucha.
La institución eclesiástica, como cualquier otra, es también un dispositivo de gestión de pulsiones. Eso queda certificado por la larga historia de prácticas de los hombres y mujeres de Iglesia. La solución adoptada por esta última –el celibato– no puede funcionar sin reiteradas anomalías ni recurrentes exenciones. La regla es que haya excepciones. El celibato no implica la abstinencia sexual, sino el guardarse de ciertas modalidades de sexualidad. La misma lógica rige la santidad: el santo necesita desesperadamente la falta, explica Hegel a propósito de Ignacio de Loyola, que se flagela a repetición para demostrarle a Dios lo poco que le importa su cuerpo sufriente y que, al mismo tiempo, sólo está pensando en ese cuerpo, del cual obtiene insondables y reiterados goces.
Un imaginario bastante difundido insiste en la pureza virginal de la Iglesia y otros aparejos de poder material y simbólico estrictamente dedicados a sus fines oficiales, más acá y más allá del amor y del odio, los ardores y las decepciones, los golpes bajos, los golpes al corazón y hasta los golpes de Estado. Sus agentes serían autómatas desprovistos de inconsciente, que han renunciado a todo placer terreno para consagrarse en cuerpo y alma a su dios religioso o laico. Únicamente desde ese punto de vista los casos como el de Lyon, en teoría, no deberían producirse. Pero se producen, y de eso no hay duda.
Efectivamente, tarde o temprano el imaginario tropieza con la realidad. ¿Cómo relacionarse con la divinidad sin satisfacciones incomparables y sin prolongados éxtasis en aquel o aquella que se entrega individualmente y en colectividad, pero también sin intensas imposibilidades y sin dolorosas frustraciones que sublimar, a falta de obstruir? ¿Cómo no ceder a un pecado del cual uno es íntima e inexorablemente portador? Si la carne es débil, es porque el deseo es despiadado. In fine, es lógico que esos casos sucedan, y no una sola vez. No atañen exclusivamente al orden privado, ni tampoco son exclusivos de la Iglesia.
El escándalo brota del desfasaje entre, por un lado, cierta configuración ideológica, una moral acerca de qué es un niño, lo que se puede o no hacer con él, una representación del funcionamiento de una institución como la Iglesia y, por otro lado, las prácticas efectivas, los dispositivos institucionales, los comportamientos reales donde dicha ideología debería encarnarse. El escándalo no radica en el sexo, que no existe en sí mismo, desligado de la historia social y los avatares subjetivos dentro de los cuales en cada ocasión reviste significaciones por demás dispares. El escándalo resulta de la derrota de una ideología que, en tiempo normal, parecería coincidir con el mundo tal y como discurre. La ideología religiosa tropieza con la realidad de los religiosos y de los aparatos religiosos.
Las denuncias de este caso de Lyon, por su parte, se tornan tanto más displicentes cuanto que sueñan con radicar el escándalo completamente en otro sitio; los escandalizados se muestran tanto más vehementes cuanto que estiman que, de este modo, reprimen los tumultos, las desviaciones y monstruosidades mucho más allá de sus casas. Vana esperanza.
Abril de 2016
- Principal colectivo de asociaciones contrarias al matrimonio igualitario [N. de la T.].↵