Saül Karsz
Comencemos por un caso concreto ejemplar. La economía, la ciencia económica, las ciencias económicas, las ciencias económicas y sociales…: las divergencias ya empiezan con la apelación utilizada para identificar a esta disciplina, en virtud de que no se trata de sinónimos intercambiables ni tampoco son comparables sus respectivos contenidos. Por tanto, economistas, docentes, militantes sindicales y políticos y también dirigentes industriales se encuentran a menudo en estado de controversia en cuanto al estatus, al alcance, a los temas de la disciplina –y en cuanto a la cuestión de la ideología y las ideologías en torno a la economía y dentro de ella. La línea demarcatoria pasa por el nexo economía–social: escandaloso para algunos, indispensable para otros.
Dada la designación consagrada de “ciencias económicas”. Presuntamente ajenas a toda implicancia ideológica y social, preocupadas por hechos empíricos (la oferta, la demanda, la empresa, el mercado) y modelos matemáticos y estadísticos, esas ciencias pretenden orientar la política económica nacional e internacional sin tomar partido. Enseñarlas en la escuela secundaria y la universidad equivale a privilegiar las corrientes llamadas neoclásicas. Teóricos, partidos políticos y gobiernos de derecha, socioliberales y socialdemócratas generalmente adhieren a esta postura epistemológica (razón adicional que explica su supremacía).
Dada, por el contrario, la designación más sobria de “economía”. La enseñanza propiciada se basa en tres pluralismos (metodológico, teórico y reflexivo) dentro del conjunto de las ciencias sociales. El colectivo PEPS Economie [Por una Enseñanza Pluralista en el Nivel Superior] integra este enfoque. Allí, las escuelas keynesianas y marxistas ocupan un lugar preponderante, así como la epistemología y la historia de la economía, y temáticas como el desempleo, las clases sociales, las desigualdades, etc. Esa corriente, que hace del debate su regla de oro, se articula con las distintas sensibilidades de izquierda y sigue siendo (bastante) minoritaria en la enseñanza secundaria y universitaria en Francia y en otras latitudes.
Este asunto encierra tres lecciones principales. La primera: no tomar los enunciados de los discursos económicos al pie de la letra; un economista, famoso o no, que publica o habla en la televisión no es la ciencia económica de carne y hueso, sus declaraciones son discutibles (a condición de que uno se provea de herramientas teóricas para discutirlas, desde luego). Segunda lección: las controversias teóricas y epistemológicas no son meramente intelectuales, ni meramente afectivas y más o menos narcisistas, sino también ideológicas y políticas. Engloban determinados desafíos y están involucradas en prácticas políticas concretas. La lucha por las palabras (aquí, las designaciones) y en torno a las palabras también es una lucha por el poder. Y recíprocamente, las luchas de poder comprenden una lucha de palabras, entre las palabras, a pesar de las palabras y gracias a ellas. Tercera y provisoriamente última lección: trátese de la economía o de otras disciplinas, ¿qué sucede con la objetividad científica y, por otra parte, con las tomas de posición ideológicas? Una y otras ¿siempre se oponen o se excluyen? ¿Es concebible que a veces las ciencias y las ideologías se concierten, se respalden mutuamente?
Propuesta: evitar utilizar objetividad y neutralidad como sinónimos intercambiables. Lo que importa no es en absoluto ser neutro sino identificar en qué parcialidad psíquica e ideológica funciona cada uno. Parcialidad que a veces excluye la objetividad, que otras veces la torna posible. Esta manera de razonar –dialéctica obliga– sirve para esclarecer las orientaciones y las prácticas profesionales, los asuntos personales, las cuestiones de ética, los retos políticos que uno combate o sostiene. Vasto programa de trabajo, a cada uno de nosotros incumbe profundizarlo en su campo de acción.
Febrero de 2017