De las redes informales a la medicalización
María Paula Lehner
Introducción
La atención de los partos y los cuidados que recibían las mujeres gestantes atravesaron profundas transformaciones durante la primera mitad del siglo XX. Entonces, las mujeres de sectores medios urbanos vivieron experiencias disímiles en relación con la atención de la salud reproductiva: algunas de ellas no llegaron a realizar ningún control médico de sus embarazos, muchas tuvieron a sus hijos en sus propios hogares, mientras que las más jóvenes llegaron a conocer las técnicas del parto sin dolor. De todas las innovaciones que se produjeron entre 1930 y 1960, la más sugerente, sin duda, es el tránsito de parir en la casa a hacerlo en las instituciones de salud. Este cambio redefinió aspectos relativos a los conocimientos sobre la reproducción, las instituciones, los espacios y los propios actores involucrados.
En Argentina, la atención médica tuvo desde sus inicios características particulares. Sus servicios se ofrecieron en espacios que cubrían poblaciones diferenciadas de acuerdo a los ingresos y a la condición social. Los sectores más pobres acudían a los hospitales públicos o a las instituciones de beneficencia, mientras los estratos medios y altos podían pagar los servicios de médicos que practicaban la medicina en el hogar del paciente o en sus consultorios privados (Belmartino, 2007). Estas dos alternativas modelaron formas diferentes de percibir la salud y la enfermedad, y dieron lugar a relaciones entre médicos y pacientes también desiguales.
Para las mujeres de sectores medios urbanos, los partos domiciliarios tuvieron continuidad con la práctica de atención médica en los hogares, costumbre que se vio reforzada por la percepción de que los hospitales eran lugares a los que asistía la gente sin recursos, principal clientela de los primeros hospitales públicos surgidos bajo la tutela de la Sociedad de Beneficencia (Belmartino, 2005; Mazzeo, 2006; Moreno, 2009). Asimismo, cabe señalar que a principios del siglo XX la práctica médica no requería aún de instalaciones específicas ni de aparatología sofisticada. Cuando los avances de la medicina hicieron más complejas las técnicas de diagnóstico, intervención y tratamiento de las enfermedades, la mejor atención solo podía brindarse en instituciones debidamente equipadas.
A comienzos del siglo pasado se registró un aumento de la capacidad hospitalaria instalada, así como la organización de algunos servicios vinculados con la maternidad y la infancia. De todos modos, la mayor expansión habría de darse bajo la gestión de Ramón Carrillo, quien al abandonar el Ministerio de Salud Pública, contó entre sus logros el haber duplicado el número de médicos y enfermeras, así como el de camas de hospital por habitante en todo el país. El crecimiento en cantidad fue paralelo a la mejora de la calidad de la atención y a la renovación que experimentaron las instituciones de salud, para dar acogida a la nueva clase media en expansión (Belmartino, 2005).
Este trabajo se propone describir las experiencias reproductivas de mujeres de sectores medios urbanos, entre los años 1930 a 1960, haciendo foco en los partos en el marco de las innovaciones que impulsó la institucionalización de la atención de la salud. En tal sentido, se analizan esas experiencias para comprender cómo se conformaron nuevos saberes en torno a la reproducción, cómo se resignificaron actores e instituciones y cómo intervinieron las identidades de género en esas nuevas configuraciones.
Metodología
Para cumplir con los objetivos, en primer lugar se examina una serie de fuentes secundarias que ayudan a dar cuenta del proceso de institucionalización de la salud y los nacimientos. Si bien la literatura sobre el tema es escasa, existen trabajos historiográficos que lo abordan con minuciosidad y permiten la periodización de los cambios que se suscitaron en el campo de la atención de la salud en Argentina (Belmartino y Armus, 2001; Barrancos, 2002; Nari, 2004; Belmartino, 2005; Moreno, 2009).
En un segundo momento, se analizan las experiencias de mujeres de sectores medios urbanos que vivieron el proceso de medicalización. Para ello se analiza un corpus de datos primarios que forman parte de una tesis doctoral ya defendida, que abordó aspectos relacionados con la nupcialidad y los comportamientos reproductivos de las mujeres pertenecientes a los sectores medios del Área Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, en el período que va de 1930 a 1960. La aproximación a estos temas se realiza desde un enfoque cualitativo basado en testimonios de mujeres adultas mayores obtenidos por medio de entrevistas en profundidad, herramienta que permite explorar las vivencias de las mujeres en tanto protagonistas de la época mencionada. Se utilizó una muestra no probabilística e intencional y se contactaron a 35 mujeres que para formar parte de la muestra debían residir en el Área Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, haber nacido entre los años 1910 a 1930 y haber tenido al menos una unión e hijos. Se aplicó una guía de entrevista semi-estructurada para conocer las trayectorias familiares y reproductivas de las mujeres. Los encuentros tuvieron lugar entre septiembre de 2000 y junio de 2001. Siguiendo a Marshall y Rossman (1989), los testimonios de las entrevistadas han sido relacionados con otras fuentes históricas que permiten contextualizar los procesos estudiados. Con el propósito de ilustrar las cuestiones históricas abordadas en el presente trabajo se recuperan algunos testimonios de las entrevistadas, en ocasiones como citas textuales y en otras como narración resumida de sus relatos. Para preservar la identidad de las mujeres y para cumplir con el compromiso de confidencialidad, sus nombres han sido cambiados, así como cualquier otra información que facilitara su individualización. Los fragmentos que se transcriben se acompañan con el nombre de fantasía, el año de nacimiento, el número de hijos nacidos vivos y el lugar donde ocurrieron los partos.
La intención de este trabajo es contribuir a la comprensión de las experiencias de las mujeres en relación con la reproducción, sin la pretensión de hacer generalizaciones para el total de la población argentina, ya que no sería pertinente dada la índole del estudio y el diseño de la muestra. Sin embargo, ante la escasez de trabajos que privilegien un enfoque socio-histórico y dada la riqueza del material obtenido, su valor reside en explorar e iluminar aspectos poco conocidos de las experiencias reproductivas femeninas.
Resultados
a. Saberes, actores e instituciones
Desde la antigüedad los cuidados relacionados con el embarazo y el parto estuvieron en manos de mujeres: madres, abuelas, suegras y hermanas, con quienes se compartían experiencias similares. De allí que la obstetricia se considere una de las ocupaciones femeninas más antigua y universal de la humanidad (González, 1990).
La medicalización de la vida en general y de la salud reproductiva de las mujeres en particular no fue un proceso exclusivamente local, sino que se experimentó en todo occidente desde fines del siglo XVIII. El desarrollo de la cirugía y la anestesia, el adelanto en las técnicas de sutura, la incorporación de nuevo instrumental como el fórceps son algunos de los conocimientos que la medicina incorporó a lo largo de los años. La higiene se volvió una nueva ética y la generalización de los principios de asepsia en los hospitales hacia finales del siglo XIX permitió el descenso de los niveles de mortalidad (Knibiehler, 2001). Sin embargo, las mujeres quedaron excluidas de la adquisición de estos saberes, ya que sus habilidades de comadronas fueron asociadas con la brujería y poco a poco las cuestiones relativas a la maternidad se convirtieron en un asunto de varones. Asimismo, cuando los hospitales se volvieron lugares más seguros, asepsia mediante, los partos dejaron de ser domiciliarios. Las parteras ingresaron a los hospitales pero en una posición subalterna, bajo las órdenes de los médicos, que se convirtieron en los nuevos expertos en cuestiones reproductivas.
En Argentina, alrededor de 1920, cuando se vislumbró el freno de la inmigración de ultramar, el cuidado de la salud reproductiva de las mujeres se volvió el centro de las preocupaciones médicas y sociales. Ante el estancamiento del crecimiento demográfico se encendió la alarma por la despoblación y la desnatalidad, y se puso toda la atención en el crecimiento vegetativo. Esta concepción ubicó en un lugar privilegiado de las agendas de políticos y médicos lo que se denominó el binomio madre-niño, relación indisoluble que se privilegió sobre cualquier otra para que las mujeres aceptasen el destino biológico de ser madres (Nari, 2004). De modo que la medicina se volcó hacia las nuevas especialidades que se ocupaban de los cuidados reproductivos y la infancia: la ginecología, la obstetricia y la puericultura.
Desde los inicios del siglo XX los médicos en Argentina fueron muy conscientes de la importante función social que desempeñaban y se auto-constituyeron como las únicas voces autorizadas para abordar los problemas relativos a la salud, la enfermedad, su prevención y su cura. Educados en ambientes selectos −al que solo accedían los varones de sectores sociales privilegiados, ya que las universidades en sus inicios negaban el ingreso de las mujeres− gozaban además de elevado prestigio y reconocimiento social como profesionales. Hacia principios del siglo XX los médicos demandaron al Estado la regulación del ejercicio profesional, logrando al mismo tiempo que se desacreditaran las prácticas de curanderos, mercantilistas y charlatanes (Belmartino, 2005).
La medicalización por definición supuso la exclusión de comadronas y sanadoras que hasta entonces se habían ocupado de algunas cuestiones relacionadas con la salud de las mujeres y se ilegalizaron ciertas prácticas y saberes femeninos. Las primeras parteras diplomadas aparecieron alrededor de 1850, eran egresadas de la Facultad de Medicina o eran parteras extranjeras que revalidaron sus títulos en la Argentina. Atendían los partos en los domicilios de las mujeres y, en algunas ocasiones, acondicionaban sus propias viviendas para atender a las parturientas. En esta lucha por el campo de la salud reproductiva, los médicos definieron a las parteras como sucias, ignorantes y pervertidas; las atacaron por desconocer los últimos adelantos de la medicina y las culparon de las muertes maternas por aborto, mientras ellos se declararon defensores de la vida (Armus y Belmartino, 2001).
La profesionalización de las parteras fue paralela a su subordinación; las parteras empíricas con conocimientos domésticos y prácticos fueron sustituidas por las nuevas tituladas. Dicho proceso fue acompañado por una serie de transformaciones relacionadas con los adelantos científicos y tecnológicos que la obstetricia incorporó (asepsia, cirugía, anestesia), la apropiación diferencial de esos avances entre médicos y parteras, dando lugar a una nueva división de trabajo al interior del campo obstétrico. Pero, además, las nuevas prácticas mudaron de espacio social: si los partos −como otros cuidados médicos− se desarrollaban en el espacio doméstico, los cambios mencionados lograron trasladarlos hacia el ámbito institucional. Fue entonces, cuando los partos se comenzaron a atender en los hospitales, que los médicos logran cristalizar su autoridad y obtener mayor control sobre la atención de la salud reproductiva.
Ya desde 1880, el Hospital Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires dispuso de mayores recursos para enfrentar la lactancia mercenaria y la atención de los partos domiciliarios: el empeño en las cuestiones relacionadas con la atención materno-infantil fue, así, una constante. Si bien las parteras quedaron bajo la tutela de los médicos, se ordenó su formación, se reglamentaron sus prácticas y alcanzaron, de ese modo, una mayor legitimidad profesional. Sin embargo, la subordinación de las parteras a los médicos puso fin a una forma esencial de solidaridad entre mujeres y cuestionó la autoridad femenina al descalificar un oficio tan importante y antiguo (González, 1990).
Existen datos que expresan de manera contundente la medicalización de los nacimientos en la ciudad de Buenos Aires. Si en 1930 el 30% de los nacimientos de la ciudad tenían lugar en las maternidades, en el transcurso de una década esta cifra se duplicó, de modo que para 1940 seis de cada diez nacimientos se producían en esas instituciones de salud (Nari, 2004). Este acontecimiento también puede ser analizado a la luz de los resultados de un censo escolar realizado en 1943, que da cuenta del elevado nivel de hacinamiento colectivo de la ciudad. En la capital del país las familias tenían mayores probabilidades que en ningún otro distrito de compartir la vivienda que habitaban con otras familias, en condiciones escasamente confortables (Torre y Pastoriza, 2002). Habitar en un inquilinato o un conventillo suponía compartir espacios como el baño y la cocina, con lo cual es probable que muchas mujeres no hayan encontrado en estos lugares la intimidad ni la privacidad para realizar un parto y por ello también hayan acudido a las instituciones de salud que se renovaban.
Hacia mediados del siglo XX, el rol del Estado también fue determinante, ya que entre sus prioridades sanitarias se había propuesto bajar la mortalidad infantil. Esta disminuyó un 20% durante el primer peronismo, cuando se completó la institucionalización de los partos (Moreno, 2009). Los efectos positivos del traspaso de los partos del ámbito privado a las instituciones de salud son conocidos: se trata del descenso de la mortalidad neonatal y materna gracias a los avances de la obstetricia, la ginecología y la neonatología. Pero el sendero que se inicia con estas transformaciones llegará también a crear situaciones críticas para las mujeres, una vez que los procedimientos de intervención médica se vuelvan rutinarios. Asimismo, se sostiene que el paso previo a la medicalización y tecnologización de la maternidad supone un proceso de patologización de los embarazos y los partos. Al convertirlos en objeto médico, se habilita la intervención de diferentes especialistas creando fronteras artificiales en un proceso que debería ser continuo (Colectivo de las Mujeres de Boston, 1982; Climent, 1987). Esto supone un cambio en el modo en que se conceptualiza, tanto médica como socialmente, el embarazo, el parto y el puerperio, en las modalidades de atención, en el espacio social en que tiene lugar el parto y en las formas que asume la relación partera-médico obstetra.
A las mujeres entrevistadas se les preguntó sobre los controles que hicieron de sus embarazos y las respuestas muestran que la mayoría los realizaron de forma periódica; algunas, solo una vez antes del parto, y solamente una mujer reconoce que nunca realizó controles. En el imaginario de algunas de las mujeres entrevistadas, acudir al médico suponer sentir alguna dolencia, como responde Dora, (1916, 3 hijos, partos domiciliarios): “El médico era para cuando tenías fiebre”. Sin embargo, el hecho de que la mayoría realizara controles demuestra que la medicalización de la salud reproductiva de las mujeres ya se había iniciado. La finalidad de esos controles era preservar la vida de la madre y sus hijos, aunque se supone que además intentaban desincentivar el aborto, prevenir las enfermedades venéreas y evitar el abandono de los recién nacidos (Nari, 2004).
Los motivos de las que no hicieron todos los controles radican en causas diversas, como el hecho de no sentir dolencias y tomarlo con naturalidad. Otro de los factores que inciden es la edad de las entrevistadas, ya que se observa que las más jóvenes hicieron controles de manera más frecuentes que las de mayor edad, como si se tratara de una práctica que se fue instalando con el paso del tiempo. Hay que señalar que el proceso de medicalización consolidó un tipo de relación social inédita: la que establecen los médicos y las pacientes en edades reproductivas. Fueron estas generaciones de mujeres de sectores medios urbanos las que inauguraron y cristalizaron la práctica de los controles médicos periódicos antes, durante y tras el embarazo. Como señala Rita (1920, 4 hijos, 2 partos domiciliarios y 2 partos en maternidad) “Yo cuando era primeriza, ¿sabe cuándo me hice revisar? A los ocho meses. No tenía partera, no tenía nada… Después ya con los otros ya te empezaban a hacer análisis de sangre y orina.” Desde el presente, las mujeres interpretan esas vivencias en términos de “ignorancia”, un concepto nativo, asociado a la identidad femenina, que alude a la falta de información y al pudor sobre las cuestiones reproductivas (Lehner, 2008). Como recuerda Esther (1924, 2 hijos, partos en maternidad Sardá) “El médico me decía: ’Tenés que venir todos los meses’. Pero como yo me sentía bien, ¿viste? Fui cuando [ya estaba por nacer mi hijo] Mirá que ignorancia, ¿no?”
Desde una perspectiva de género, lo novedoso de estas relaciones es que los médicos eran mayoritariamente varones, mientras que las pacientes eran mujeres acostumbradas a atenderse con parteras. Este es un aspecto que, para la subjetividad femenina de la época, no puede soslayarse, ya que la inhibición, la vergüenza y el pudor aparecen como elementos que tiñen las vivencias de los embarazos y que se trasladan a las nuevas modalidades de atención de la salud. Nari (2004) interpreta la resistencia femenina a la consulta médica por lo novedoso, pero también, por la abrumadora presencia masculina en temas que hasta entonces se consideraban femeninos. A las diferencias de género deben sumarse las diferentes pertenencias sociales de médicos y pacientes. Como ya se ha señalado más arriba, eran los varones de los sectores más privilegiados los que tenían acceso a la universidad; por lo cual, al hecho de ser varón se le sumaba la distancia social y cultural entre unos y otras. Es comprensible, entonces, que las mujeres no se sintieran cómodas para hacer preguntas, expresar sus dudas y necesidades. En este sentido Aurora (1918, 2 hijos, partos en hospital) expresa:
[…] yo fui al hospital Rivadavia. […] Y el doctor me preguntaba cómo estaba, cómo me sentía, me revisaba. Pero siempre como con vergüenza. ¡Como una estúpida! Porque estaba mal enseñada. Tanto en la casa, en la casa, en la casa.[risas]. Ahí nadie te pregunta nada.
El relato de Aurora pone en relación esos dos espacios que entrarán en disputa: el ámbito privado de la casa donde “nadie te pregunta nada” y el nuevo espacio público donde las mujeres son interpeladas por los médicos y en el que deberán aprender a relacionarse y moverse, sobreponiéndose al pudor y a la vergüenza. Las mujeres que realizaron pocos controles parecían especular con el límite de tiempo, ya que muchas acudían cuando ya estaban a punto de dar a luz, como si ya no tuvieran otra alternativa y se vieran obligadas. Así, los embarazos podían transcurrir con o sin controles médicos, sobre todo si las mujeres no acusaban ningún malestar. En cambio los partos, al ser un momento más puntual en las trayectorias reproductivas de las mujeres, requieren la atención de una persona capacitada. Veamos, pues, cómo fueron esas experiencias entre las mujeres entrevistadas.
b. La atención de los partos
Estudios históricos señalan que, en la antigüedad, el parto era un momento capital en la vida de las mujeres y se vivía colectivamente (Knibiehler, 2001). Edward Shorter (1984) describe que para esas ocasiones podían reunirse hasta treinta personas en la casa de la parturienta, que era el lugar donde naturalmente se daba a luz. En general esta experiencia se compartía solo con otras mujeres de la familia y con una figura central que era la comadrona o partera.
A diferencia del embarazo, el parto es un momento más acotado y tiene un significado más trascendente en la vida de las mujeres. Además hasta los inicios del siglo XX siguió siendo peligroso y las mujeres veían llegar ese momento con aprensión (Knibiehler, 2001; Shorter, 1984). Los miedos no eran infundados ya que las tasas de mortalidad materna e infantil eran elevadas, con lo cual, el riesgo de muerte para la madre y el recién nacido era alto (Mazzeo, 2006).
La falta de información y el temor que sintieron algunas de las mujeres entrevistadas las lleva a relatar los partos como momentos desbordados, empleando términos como “salvajada” o “carnicería”. Otras califican sus partos de “naturales” para contraponerlos con los partos actuales donde la intervención de las diferentes especialidades y prácticas médicas se ha generalizado, al menos entre los sectores medios urbanos.
En el recuerdo de algunas mujeres los partos fueron situaciones muy difíciles de transitar, como Esther (1924, 2 hijos, partos en maternidad Sardá) quien reconoce que “[…] ahora está todo tan adelantado, te hacen ejercicios respiratorios, y antes no, era más salvaje tenerlo, viste, pero los míos vinieron bien.” Testimonio que da cuenta de los significativos cambios que acompañaron la atención de los partos a lo largo de esos años.
Para caracterizar el momento del parto se les preguntó a las mujeres entrevistadas quién las acompañaba. Aquellas que describen partos domiciliarios incluyen la presencia, en principio, de otras mujeres como sus madres, hermanas, suegras, cuñadas; por supuesto, las parteras y eventualmente algún médico. “Siempre estaba mi mamá y la partera”, recuerda Irene (1917, 2 hijos, partos domiciliario y en casa de la partera). En el mismo escenario del parto era extraña la presencia de varones, salvo la del marido al lado de la parturienta, ya que se consideraban momentos femeninos. Así lo afirma Ana (1921, 1 hijo, parto domiciliario) “Y él no lo presenciaba, ¿ves? No. Estaba en la otra habitación.”
Los maridos aparecen en los relatos en actitudes diversas, en ocasiones escondidos, “sufriendo”, alejados de la escena del parto; en otras más activos y hasta dando órdenes a los facultativos, como lo recuerda Delia (1916, 1 hijo, parto domiciliario):
[…] se llamó enseguida a la partera y después la partera cuando vio que eso no venía bien llamó al médico… Este… vino el médico y dijo: “Bueno, ¿cómo se hace esto?” Entonces mi marido dijo: “No, no, no, ni hospital, ni sanatorio. Arreglen para que lo tenga aquí en mi casa”.
Una vez que la atención de los partos se traslada a las instituciones de salud es obvia la presencia de los médicos, las enfermeras y las parteras, mientras que la parentela, incluido el marido, tiende a dispersarse, como lo recuerda Lidia (1916, 2 hijos, partos en hospitales) “Me acompañó siempre mi hermana la mayor. Porque mi esposo trabajaba…”
Los relatos de las entrevistadas dejan ver las limitaciones de las propias parteras quienes, en reiteradas oportunidades, se vieron obligadas a recurrir a los médicos cuando se presentaba alguna dificultad en los partos. Esta situación no debió ser del agrado de los médicos, quienes se veían convocados para resolver los partos que se complicaban, en condiciones precarias y bajo la mirada de la parentela congregada para la ocasión. Este tipo de hechos tiene que haber presionado para que la atención de los partos se mudara a las instituciones de salud y quedaran bajo una mayor responsabilidad de los médicos. Asimismo, en la percepción de las mujeres está la idea de que en un hospital las cosas hubieran sido distintas. El recuerdo de Elisa (1913, 2 hijos, partos domiciliarios) refleja la actitud de los médicos: “Tanto es así, que cuando el segundo parto estuve muy mal y el doctor me dice ’Señora es la última vez que la atiendo en casa’, me dijo el doctor, […], dice: ‘yo no puedo hacer igual ya atenderla acá en casa, hay que internarse.’”
El parto domiciliario era una práctica habitual y se puede trazar cierta continuidad con la ya mencionada costumbre, entre los sectores medios urbanos, de guardar reposo en los hogares y evitar la internación en instituciones de salud. En la percepción de las mujeres entrevistadas el traslado de los partos a las maternidades supone un cambio cualitativo que suele ser valorado positivamente, sobre todo, entre aquellas mujeres que tuvieron experiencias difíciles o traumáticas. Cabe señalar que hasta las primeras décadas del siglo XX solo las personas pobres concurrían a parir a los hospitales que eran considerados “la antesala de la muerte” (González, 1990). Esto coincide con la opinión de Dora (1916, 3 hijos, partos domiciliarios) que dice: “No, en el hospital era de gente pobre. Era como la miseria. [Risas] Qué equivocación, ¿no?”
En la primera mitad del siglo XX, los partos domiciliarios estaban muy lejos de lo que hoy se conoce como parto humanizado[1]. Desde los años 40 las diferentes modalidades de partos –en el hogar y en las maternidades irán convergiendo hacia un modelo único medicalizado e institucionalizado, siendo raros los partos domiciliarios durante la segunda mitad del siglo pasado. Siguiendo a González (1990) se produjo un desplazamiento, en la toma de decisiones, de los no expertos hacia los expertos a través del despliegue de una complejidad de los procedimientos y los controles. El manejo de elementos técnicos juega a favor del poder y autonomía de los médicos, les permite la evaluación de los problemas y la identificación de las posibles soluciones. Con el traspaso de los partos hacia los centros de salud, el médico asume la autoridad de imponer sus decisiones y al mismo tiempo evita las presiones y emociones de los familiares, las redes informales pierden presencia y al mismo tiempo posibilidades de intervenir. El testimonio de Ana (1921, 1 hijo, parto domiciliario) da cuenta de este proceso:
Si. Y, mucha gente tenía en casa. Si. Pero viste que después, ¡Dios mío! Lo que era un horror tenerlo en casa. Ya empezaron… es que las cosas empezaron a complicarse. No sé por qué, ¿viste? Y las parturientas pensaban en estar en un sanatorio o en un hospital, atendidas por cualquier cosa, ¿viste? Yo felizmente estuve muy bien.
Las redes sociales han sido definidas por Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca (2003) como una práctica simbólica-cultural, un conjunto de relaciones interpersonales que integra a las personas con su entorno, les permite mantener el bienestar material, físico y emocional, y ayudan a enfrentar dificultades, crisis o conflictos. Según sus atributos pueden ser caracterizadas como formales e informales, de acuerdo con el tamaño, la distribución, la densidad, siendo una de sus particularidades la de activarse ante una necesidad. Así, se observa que mientras los partos transcurren en los hogares, cobran relevancia las redes informales, las familias se convierten en un gran gestor (Batista de Almeida, 2009).
Además, una parte sustancial de la medicalización se relaciona con la incorporación de tecnología y procedimientos en los partos. En los relatos de las mujeres aparecen una serie de intervenciones que no se circunscriben exclusivamente a la atención en las instituciones de salud, sino que también se utilizan en los hogares. Tal es el caso del uso del fórceps, como lo recuerda Delia (1916, 1 hijo, parto domiciliario) “Me tuvieron que hacer un fórceps, y mi marido no quiso que me sacaran de mi casa. Así que me lo hicieron en mi casa, arriba de la mesa del comedor.”
Por último, se destaca en las narraciones de las mujeres que la falta de conocimiento, así como la preparación para transitar la gestación y el alumbramiento con más recursos, son cuestiones que se irán modificando con el paso del tiempo, incluso en las distintas experiencias que tuvieron las mujeres a lo largo de sus propias trayectorias reproductivas.
Esther (1924, 2 hijos, partos en maternidad Sardá)
Cuando tuve el primero, yo no sabía lo que era una bolsa, no sabía lo que era nada, ¿viste? y siento que cae agua, entonces el señor, donde nos alquilaba a nosotros, le digo, “José, le digo, me cae agua”. “Llamá a tu marido −dice− que se te rompió la bolsa”. Le digo “¿qué bolsa?” [Risas].
Marta (1922, 3 hijos, partos en hospital, maternidad y clínica)
Ahora el tercero […] No sentí nada porque me preparé yo para el parto sin dolor y cuando venía así contracción, yo hacía ejercicio de respiración profunda y eso me aliviaba muchísimo. […] cuando quedé de este chico ya existía el método, porque antes no existía el método, del parto sin dolor. Esto fue una cosa que se fue presentando.
En este breve recorrido por las experiencias de las mujeres en relación con los partos se constata el proceso de medicalización de la salud reproductiva. Poco a poco, y a veces en el curso de vida de una misma mujer, se puede observar la novedosa presencia de prácticas, actores e instituciones de salud.
A modo de cierre
La aplicación en la práctica médica de nuevos saberes y tecnología desarrollados en torno a la salud reproductiva impulsaron el proceso de medicalización del que se ha dado cuenta. Estos nuevos conocimientos encontrarán un espacio idóneo de ejecución en las instituciones de salud que, gracias a dichos adelantos, se volverán lugares menos riesgosos. Asimismo, el nuevo rol asumido por el Estado impulsó la expansión del bienestar, facilitó la democratización de los avances de la medicina hacia sectores cada vez más amplios de la población y permitió el traspaso del cuidado de la salud del ámbito privado del hogar hacia los espacios públicos.
En torno a estas transformaciones compitieron parteras y médicos por el cuidado y la atención de la reproducción, y por el dominio de un campo de salud en expansión. Los médicos se apropiaron de esos avances y las parteras pasaron a ocupar una posición subordinada, asociada con prácticas paramédicas auxiliares y desprestigiadas. Los partos pasaron de las manos de las parteras empíricas a las tituladas para luego quedar bajo el dominio de la corporación médica, consolidada también durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, los testimonios de las entrevistadas revelan que, en reiteradas ocasiones, médicos y parteras trabajaban en conjunto. Más bien lo que se desprende de los relatos es que las parteras recurrían a los médicos, poniendo en evidencia sus limitaciones si tenían que atender un parto complicado. Esta situación incomodaba a los médicos, quienes se veían obligados a resolver los casos difíciles ante la demanda de las parteras. Además, debían hacerlo en los hogares, un ámbito que ya no era el lugar de sus prácticas, donde no disponían de los avances de la medicina y estaban bajo la presión de los familiares. Es así que en ocasiones los médicos aparecen en los relatos a favor de la internación de las parturientas. La casa irá perdiendo el estatus de lugar donde se atienden a los partos –y demás dolencias– a la vez que los hospitales ganarán en higiene y asepsia.
Desde el punto de vista de las mujeres podemos pensar que esta transformación disgregó las redes familiares a favor de las instituciones de salud, en el marco de unas relaciones más frías e impersonales. Para algunos autores, las mujeres pierden poderes y saberes con la medicalización de la reproducción. Las entrevistadas no parecen tener la misma percepción. Muy por el contrario, ellas creen que la medicalización y tecnologización de la reproducción es algo positivo, un adelanto del que muchas veces se vieron privadas en el momento en que fueron madres; y creen que es una ventaja con la que se benefician las mujeres hoy en día. Se muestran optimistas respecto de los cambios y los avances que, a lo largo del siglo XX, ha tenido la atención de la salud reproductiva. Es cierto que en la actualidad el uso y abuso de la capacidad de intervención de los médicos ha dado lugar a la rutinización de ciertas prácticas, provocando serias críticas por cercenar los derechos femeninos. Todas reconocen el valor del acceso a la información, tema que aparece en los testimonios como una condena a la ignorancia y la vergüenza.
Los resultados obtenidos ponen en evidencia que la medicalización de los embarazos y los partos se percibe como un proceso irreversible, capaz de salvar vidas y valorado positivamente por las mujeres entrevistadas. Además, los relatos ponen de manifiesto nuevos modos de hacer nacer conforme los saberes sobre reproducción se profesionalizan e inauguran una relación médico-paciente marcada por las relaciones de género.
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Shorter, E. (1984) Le corp des femmes, Paris, Éditions du Seuil.
Torre, J. C. y Pastoriza E. (2002) “La democratización del bienestar”, Torre, J. C. (dir.) Nueva Historia Argentina. Los Años Peronistas (1943–1955), tomo VIII, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 257-312.
- La expresión parto humanizado hace referencia a una serie de recomendaciones que en 1985 publicó la Organización Mundial de la Salud para evitar las rutinas médicas invasivas. ↵