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5 Quereres y deberes: ¿cómo cuidan las mujeres su salud y la de su familia?

Elsa López, Liliana Findling, María Paula Lehner, Marisa Ponce, María Pía Venturiello y Laura Champalbert

Introducción

Las actividades de cuidado de las personas dependientes han cobrado relevancia en los últimos años a raíz de las transformaciones sociodemográficas que afectan a las familias y su importancia para las políticas del bienestar. Para estas últimas, el cuidado de otros y de sí mismos remite como condición al ejercicio de derechos y a la disminución de las desigualdades. El respeto de la igualdad en el ejercicio de derechos será efectivo cuando se lo incorpore como derecho propio y universal (Pautassi, 2007).

Para conocer más en profundidad cómo se desarrollan las tareas del cuidado, las Naciones Unidas diseñaron las Encuestas de Uso del Tiempo, que contribuyen a conocer la distribución de las acciones de cuidado que se brindan, sus ámbitos y superposiciones con las actividades domésticas según sexo y clase social. La provisión de cuidados se organiza en torno a la familia, el mercado, el Estado y las organizaciones no gubernamentales, y tiene fuertes consecuencias para los que acceden a los mismos y para aquellos que se encargan de cuidar (Razavi, 2007).

Un enfoque adicional, el del cuidado intrageneracional, vincula la familia con el trabajo, poniendo de manifiesto que un resultado no previsto de determinadas políticas ha reforzado el papel de las mujeres en las tareas de conciliación, dándoles la mayor responsabilidad en desmedro del compromiso de los varones (Torns Martin, 2005).

Otras líneas de investigación estudiaron los “costos invisibles” de la enfermedad, relacionando el cuidado con la subjetividad, las lealtades de parentesco y las implicaciones personales, especialmente en las mujeres cuidadoras. Los trabajos describen diversos trastornos psicosociales derivados de la carga de trabajo del cuidador y el modo en que esta tarea afecta a la vida de las personas que cuidan, al disminuir su propio cuidado y reducir su vida social (Delicado Useros, 2003 y 2006; Durán, 2002; Julve Negro, 2006).

En la región latinoamericana el conocimiento sobre el papel de las cuidadoras ha sido más tardío que en otras latitudes y ha adquirido relevancia en el marco de los debates sobre las reformas de la salud y los cambios en los modelos de atención de la salud, que ocasionaron una carga de trabajo adicional para las mujeres (Aguirre, s/f; Provoste, 2003).

El panorama teórico se completa con las postulaciones de la economía social del cuidado, que fueron elaboradas a partir de un enfoque que subraya los rasgos esenciales del cuidado en su calidad de bien o servicio (Pautassi, 2007; Pautassi y Zibecchi, 2010). En este marco, se define la “economía de cuidado ampliada” como el sistema de reproducción social y de trabajo doméstico no remunerado realizado en el interior de los hogares y también por el sistema de provisión pública y privada de los servicios de cuidado.

Por último, es interesante destacar el abordaje del cuidado desde la perspectiva de la integralidad en salud, entendida como una acción social resultante de la permanente interacción de los actores en la relación demanda y oferta. El cuidado es una interface de la integralidad, y apunta, básicamente, a un tipo de relación que incluye el amparo y la escucha del sujeto. Así, el cuidado consiste en un modo de vida específico delineado por aspectos políticos, sociales, culturales e históricos (Pinheiro, 2009).

A pesar de avances recientes en el tratamiento de estos temas, aún quedan en Argentina aspectos sin explorar, ya que la mayoría de los trabajos se orientan principalmente hacia el cuidado infantil en particular o hacia los cuidados de niños y adultos en general. Existen escasos trabajos que ahonden sobre las características de los cuidados de la salud que las mujeres realizan para sus familiares adultos y son aun menos estudiadas las implicancias que tiene dicho cuidado para sí mismas.

Objetivos y metodología

¿Cómo resuelven las familias los cuidados de sus integrantes dependientes con problemas de salud? ¿Con qué recursos cuentan las mujeres de diferentes estratos socioeconómicos que proveen cuidados a familiares que están enfermos? ¿Cómo cuidan su salud las mujeres que cuidan? Estos son algunos de los interrogantes del proyecto iniciado en 2011 cuyo objetivo es describir los cuidados de la salud de las mujeres hacia sí mismas y su familia vinculándolos con las modalidades de provisión de cuidados que emanan del ámbito público, del mercado y de las organizaciones de la sociedad civil[1].

Este artículo, que se desprende del proyecto mencionado, tiene como objetivo analizar las modalidades del cuidado que las mujeres de la ciudad de Buenos Aires prodigan a sus familiares enfermos y las formas en las que cuidan su propia salud. Para ello se diseñó un estudio cualitativo orientado a indagar opiniones y prácticas sobre esos cuidados. Como aproximación al tema de estudio y mediante una muestra intencional, se entrevistó a 12 mujeres de 30 años o más, de estratos socioeconómicos medio-bajos (3) y medios (9) que en los últimos dos años hubieran cuidado a algún adulto de su familia por problemas de salud durante un tiempo. El trabajo de campo tuvo lugar en el domicilio de las mujeres, y se realizó durante el año 2011. Las entrevistas fueron grabadas con el consentimiento de las entrevistadas y desgrabadas en su totalidad y analizadas según los ejes predominantes del discurso.

¿A quiénes cuidan las entrevistadas y por qué?

La edad media de las cuidadoras supera los 50 años, tienen un nivel educativo elevado (la mayoría completó estudios universitarios) y se desempeñan en alguna actividad laboral. Muchas de las mujeres conviven con sus parejas y, en menor medida, con sus hijos, y casi todas cuentan con cobertura de obra social o medicina pre-paga. Solo tres de las entrevistadas residen con familiares dependientes.

La mayoría de las personas que cuidan las entrevistadas son mujeres y familiares directos, tienen 87 años en promedio y cuentan, en general, con la obra social PAMI (Ver matriz de datos en el anexo).

Una sola de las entrevistadas cuida a una señora que no es de su familia, con la cual comparte la vivienda; al respecto, Clarisa dice: “Amanda es una abuela que tengo de corazón, sin ningún lazo sanguíneo con ella, es una amistad”.

Las mujeres subrayan el afecto que las lleva a desempeñarse como cuidadoras; Fabiana señala sobre su tío: “Es mi pariente y lo quiero, no es cualquier persona, es como si fuese mi abuelo”. En ocasiones el afecto se liga a la reciprocidad, es un intercambio en el que se brinda algo a cambio de lo que se recibió. Celia, que fue criada por la mujer a quien asiste, expresa: “Es como mi mamá, me crió de chica, porque por más que tengas ocupaciones, vos te tenés que ocupar de la persona que siempre te brindó amor, no la podés dejar abandonada”. Ana María, que cuida a su madre, agrega: “Me dedico a ella, la cuido, no hago más que lo que hicieron ellos cuando era chica”. La reciprocidad no solo se sostiene en base al afecto sino que implica una obligación: devolver aquello que se recibió.

El intercambio generacional permite entrever, además del componente afectivo, un mandato cultural que los hijos sienten hacia el cuidado de los mayores. Marité lo explica al hablar del reconocimiento que recibe de sus tíos porque cuida a su propia madre: “Es un reconocimiento que incluye la presión ‘qué bien que lo hace’, pero a la vez ‘es lo que tiene que hacer’”.

Con respecto a cómo se tomó la decisión de cuidar al familiar, Celia expresa: “Nadie lo decidió, lo decidí yo el día que se cayó aquí, ella me llama a mí, dejo todo y la atiendo”. También Ana María explica por qué cuida a su madre de 98 años: “Yo me quedé en mi casa…, nadie resolvió que me quedara a cuidar a mis padres, me hice cargo siempre de ellos”. Fabiana agrega: “Se dio naturalmente, siempre cualquier cosa que necesitaba, como yo estoy cerca…”. No se trata de una decisión deliberada, sino la consecuencia del deterioro de la salud de familiares mayores lo que lleva a la decisión del cuidado y de cómo resolverlo.

Los cuidados que se han resuelto en la familia son citados por las entrevistadas como normas transmitidas por las familias que influyeron en estas prácticas de cuidados. Así, Ana María comenta: “Tengo una prima que tiene 3 hijos varones y tuvo la madre diez años en silla de ruedas y con Alzheimer, y si ella no estaba, cualquiera de los tres hijos la atendía, la bañaba, todo es como te criaron”. Por su parte, Marité detalla las prescripciones de su familia para asistir a su madre: “Antes de internarla, los demás piensan que deberíamos vivir con ella”. Noemí dice que tanto ella como su marido han tenido siempre experiencias de cuidado hacia miembros de la familia: “Hemos tenido que cuidar a los padres de mi marido, a sus tíos, a una tía mía y ahora a mi mamá”.

Las tareas del cuidado

El cuidado de la salud de familiares es parte de la vida cotidiana de las entrevistadas y afecta al uso del tiempo, así como a las relaciones familiares y sociales. Las que viven con uno de ellos le dedican muchas horas. Ana María, al referirse al tiempo que le lleva cuidar a su madre, expresa: “No te puedo decir las horas porque, realmente, es todo el día que estamos juntas”. Sin embargo, vivir en casas diferentes no exime a las cuidadoras de los esfuerzos. Carmen se siente cansada por cuidar a su mamá: la visita todos los días antes del trabajo y vuelve a hacerlo cuando regresa: “Es una forma de ayudar a mi hermana, cuando ella se va, yo llego y me quedo hasta que viene la cuidadora. Y como vuelvo más temprano que ella, también paso por la tarde”. Noemí no va quizá todos los días a la casa de su madre, pero la llama frecuentemente: “Estoy más descansada porque esta persona vive con mi mamá, pero estoy atenta siempre, porque la tenés todo el tiempo en tu cabeza, todo el tiempo”. Algo similar ocurre con Elvira, quien visita a su madre dos veces por semana pero habla a menudo por teléfono para saber cómo está y para supervisar las tareas.

Aunque se cuente con apoyo externo, las entrevistadas se ocupan de trámites, hacen compras, acompañan al médico, pasean o visitan, además de ayudar monetariamente. Por ejemplo, Fabiana visita a su tío una vez por semana, hace trámites y soluciona inconvenientes del hogar. Noemí disfruta de las actividades recreativas que encara con su madre: “Vamos a una confitería, vemos vidrieras, me acompaña a comprar algo por el barrio”. En estos casos hay un balance más equilibrado entre asistencia y placer, pero en otros sobresale la obligación. Marité lo entiende como un compromiso: “Los días que tengo que ir ya sé que es un día especial. No puedo no ir. Si algún día le cambio, mi mamá se pone como loca”. Laura decidió internar a su papá en un geriátrico, a pesar de lo cual no ha disminuido el tiempo que le dedica: “En horas me lleva bastante, porque buscar las órdenes, comprar los medicamentos y el viaje a veces pierdo casi todo el día. Mi papá sabe que voy los martes, y si no voy el día que le prometí se pone mal”.

Según las entrevistadas, más allá del tiempo dedicado a la persona que se cuida, aparece un aspecto difícil de dimensionar: la preocupación permanente. Fabiana lo expresa así: “Trato de ir una vez a la semana, después, afuera de su casa, sigo por ahí haciendo cosas para él”. El cuidado se considera como una tarea ininterrumpida, atravesada por la preocupación hacia el familiar. De acuerdo a los testimonios, algunas actitudes de las personas a las que cuidan complican la tarea. Una de las dificultades es la resistencia de las personas mayores a aceptar el paso de los años. Clarisa dice sobre su abuela adoptiva: “Hace dos meses que usa pañales. A veces es difícil, ella tiene negación. Me cansa cuando no acepta que la ayude”. Celia agrega que le gustaría mejorar la calidad de vida de María: “Que no se sintiera mal llevando una silla de ruedas, ella se pone los tabúes de que ’como me van a ver en una silla de ruedas’” y Noemí indica que “Hace cuatro meses empezamos a ayudar a mamá para que use un bastón, la convencimos con el médico de que valía la pena”.

Los testimonios anteriores muestran que parte del trabajo del cuidado consiste en sobrellevar los estados de ánimo de la persona asistida, aspecto que suele hacer más pesada la tarea. El apoyo emocional es una parte importante de la tarea del cuidado, que se acentúa cuando existe mayor dependencia debida a discapacidades físicas, el avance de la edad y ciertos rasgos del carácter. Las entrevistadas suelen lidiar con estados de malestar de las personas que cuidan y se ven afectadas por ello. Celia comenta: “A veces se pone mala, se pone nerviosa, te contesta mal y yo también… yo necesito mi paz”. En la misma línea, Marité afirma sentirse deprimida desde que asiste a su madre y Noemí acota: “Lo que más me desagrada es cuando mi mamá se pone como hipocondríaca y algo tacaña”.

¿Cuáles son los principales aspectos a tener en cuenta para cuidar?

Se consultó a las entrevistadas sobre los rasgos que una persona debería cumplir para desempeñarse como cuidador/a. Todas ellas concluyeron en que se precisa “paciencia”. Según Elvira: “Hay que tener sobre todas las cosas mucha paciencia y voluntad”. La noción de empeño por ejercer este rol se reitera en Ana María: “Sí, tener ganas de hacerlo, lo que tenés que tener es voluntad, no es una ciencia ni nada”.

El afecto es otro de los factores necesarios: “No hace falta más que amor para atender bien a otra persona, tolerancia” (Celia). Noemí agrega que “He admirado mucho a mi mamá, siempre fue una súper madre”. Bajo otros presupuestos, Marité considera que el cuidado es un acto humanitario: Ser paciente, tener capacidad, tener empatía con el otro, ponerse en su lugar, mucho respeto, y bastante amor … si ves que se necesita de tu ayuda, como ser humano se la tenés que dar”.

Además de la paciencia y del afecto las entrevistadas opinan que no se requieren conocimientos especializados. Ninguna ha hecho capacitación para cuidar a otros: “No sé, yo estoy aprendiendo. Uno va dándose cuenta a medida que suceden las cosas. Le pregunto al médico o al kinesiólogo cómo mover a mi papá”. La capacitación y el apoyo psicosocial a cuidadores para desarrollar su tarea adecuadamente, atenuando o controlando sus propios riesgos de enfermar, son temas actuales de debate, que intentan avanzar en la formulación y aplicación de políticas de Estado para favorecer la responsabilidad compartida en el cuidado de personas dependientes (Fassler, 2008).

De acuerdo a los testimonios, cuidar de un ser querido constituye un acto con características altruistas, en el que sobresale la generosidad e interés por el otro. Al indagar si es igual que el cuidado esté a cargo de un hombre o de una mujer, la mayoría de las entrevistadas creen que no hay diferencias. Al respecto, Celia dice:

Da lo mismo [que sea varón o mujer], porque hay varones que son más afectuosos que las mujeres, hay varones que han cuidado a sus madres y las han bañado, y les han hecho todo lo que necesita el ser humano, la persona que cuida, tiene que tener tolerancia y amor, nada más.

Sin embargo, a pesar de reconocer que los varones tienen el mismo potencial para el cuidado que las mujeres, las entrevistadas señalan otro tipo de dificultades para ese desempeño. Así, Marité manifiesta sobre un posible cuidador para su madre: “Sí, podría ser un varón. Solo que los hombres rehuyen estas tareas”. En el mismo tono, Fabiana agrega: “Daría lo mismo, lo que pasa es que hay pocos hombres que se dediquen a cuidar a gente”. Las entrevistadas señalan al recato y la vergüenza de las personas asistidas como impedimentos para recibir la ayuda de un varón. Según Clarisa: “Amanda preferiría una mujer, porque… no sé, por pudores, no quisiera que un hombre la vea a ella si tiene que acompañarla al baño, me parece que le daría vergüenza”. Noemí resume el tema del género en el cuidado:

Me parece que debe ser una mujer y digo, tendría que ser indistinto ¿no?, los varones se tendrían que hacer cargo también de esto, de los mayores y ser complementarios en las tareas y a veces suplementarios ¿no?, de que vos te ocupás más que el otro, por esa cosa de cuidado que tenemos las mujeres metida de siglos y siglos y siglos, ¿no?, pero bueno, si se trata de cuidar mujeres, está bueno que sean mujeres, y tal vez, si se trata de cuidar hombres, tal vez sería mejor que sean hombres.

Si bien la dedicación de las mujeres a las tareas de cuidado es mucho mayor que la de los varones, un estudio hecho en España indica que la mayor participación de los varones en las tareas de cuidado se debe más a su condición de jubilados que a cambios en la distribución tradicional de roles (Delicado Useros, 2006).

¿Cómo se sienten las mujeres con la tarea de cuidado?

Las entrevistadas expresan sentimientos contradictorios hacia el cuidado de familiares. Varias de ellas sienten malestar, depresión o cansancio, aunque con matices. Noemí dice: “A veces me hincha y otras veces me gusta, a veces hago resoplidos”.

Algunas mujeres declararon sentirse a gusto con el cuidado y lo sienten como un “privilegio”. Fabiana señala: “Me siento bien, siento que lo estoy ayudando y me reconforta”. Clarisa que trabaja muchas horas, comenta: “Yo quisiera tener más tiempo para estar con ella. Cambiar, no, creo que nada; porque lo hago de corazón”.

Casi todas las mujeres coinciden en que cuidar a su familiar ha restringido su tiempo libre y lo expresan con agobio, como Marité: “Cuando se vuelve algo crónico es más pesado y más deprimente… Soy joven todavía y podría tener proyectos y tengo que trabajar porque, si no, ella deja de tener obra social”. Con más edad, Noemí dice: “Cuidar me hincha porque es otra cosa más, yo quiero estar libre, no sé cuántos años me quedan de salud, quisiera disponer más de ese tiempo de estar con mis nietitos, que me divierten” y Carmen agrega: “Ya no puedo visitar tanto a mis nietos ni ocuparme como lo hacía antes, ahora es el turno de mi mamá y no queda otra opción”. Por el contrario, la visión de Ana María es diferente: “Soy feliz porque estoy bien, realmente soy una privilegiada, podría tener un poco más de libertad que no me interesa”.

Por los testimonios de las mujeres, el cuidado de un familiar supone una reconfiguración de sus proyectos de vida que genera conflictos entre los propios deseos y las responsabilidades que entienden que deben asumir.

Las redes familiares

En general, las mujeres son las que se encargan del cuidado, aunque a menudo cuentan con el apoyo de otros familiares. La mayoría de ellas son las “cuidadoras principales” sobre las que recae la mayor responsabilidad (Delicado Useros, 2003) y otras pocas son “cuidadoras subsidiarias”, quienes ayudan a aquellas. Las cuidadoras principales comentan que sus hermanos, maridos, hijos o nietos realizan tareas puntuales y, a veces, las reemplazan. Generalmente están a cargo de los momentos recreativos: “A veces van a visitarla”, “La lleva a pasear los sábados y domingos”, “Mi hermano, si vamos a pasear, nos lleva en el coche a la casa de su hija”. También pueden ocuparse de los quehaceres domésticos: “Le dejo la comida hecha y si viene mi hijo al mediodía, él se la calienta en el microondas” o económicos: “Toda esta gente [enfermeras y acompañantes] la pagamos mi hermana, yo y mis tíos, que me ayudan”. Las entrevistadas que actúan como cuidadoras subsidiarias intentan facilitar la tarea de familiares que conviven con la persona dependiente.

Al indagar sobre el cuidado que los demás familiares encaran hacia las entrevistadas, las respuestas indican conflictos y solidaridades. Por una parte, la solidaridad es más frecuente cuando existen vínculos paterno-filiales y entre congéneres. Celia justifica el porqué: “Cuidada estoy, por eso quizás puedo brindarme a otra persona, porque tengo a mis hijos que también son muy compañeros míos”. Marité se suma a esta opinión: “A mí no se me ocurriría dejarla a mi hermana sola con eso [el cuidado de su madre] y a ella tampoco”. Algunas mujeres se sienten cuidadas por sus parejas: “Mi pareja siempre me acompaña a las 6:30 horas hasta la casa de mi mamá, me siento muy cuidada por él, aunque él también padece problemas de salud” (Carmen). La solidaridad entre mujeres también está presente: “Yo me cuido sola. ¿Quién me va a cuidar? Mi hijo, con sus 13 años se lleva el mundo por delante. A mi marido debo cuidarlo yo. Mimada me siento por mi sobrina, la pobre viene y me asiste cuando yo llego” (Clarisa).

De esta forma, se evidencia que el apoyo que reciben las cuidadoras principales de las/los cuidadores secundarios, no solo es en tareas puntuales sino también en la contención que reciben de estos.

Sin embargo, ante la ausencia de contención o de suficientes ayudas familiares, suelen desatarse conflictos. Por ejemplo, Gloria señala:

Recién ahora estoy viendo de arreglar con mi hermano un fin de semana cada uno. Antes yo estaba pidiendo aire siempre… ya me había quemado mal de decirle, como en las peleas clásicas familiares: “che, mirá, este fin de semana quiero salir”.

En ese sentido, otros trabajos han profundizado en las crisis y conflictos en el entorno familiar al enfrentarse al cuidado de uno de sus miembros: los desencadenantes suelen ser asuntos relativos a las tareas y al tiempo insumido por la persona que cuida. La red familiar funciona como un espacio de apoyos y tensiones que se ponen en juego y que instala una “coerción moral” sobre quien será designado cuidador principal y que está asociado a las pautas de género (Delicado Useros, 2003).

Las ayudas remuneradas

En la atención a las personas mayores dependientes o enfermas intervienen tres agentes: la familia cuidadora o apoyo informal; el sector público con su oferta de servicios y prestaciones económicas, denominados servicios formales, y la oferta privada, tanto mercantil como no lucrativa (Julve Negro, 2006). Las entrevistadas que forman parte de la red de apoyo informal, especialmente las que están insertas en el mercado de trabajo, suelen requerir de ayudas remuneradas para el cuidado de sus familiares. La capacidad económica de cada hogar incide en la manera de organizar el cuidado: la mayor parte de las entrevistadas recurre a la oferta privada remunerada con la ayuda económica de otros familiares, aunque no siempre estos aportes resultan suficientes. En pocos casos se acude a los servicios formales a través del subsidio para cuidadores que otorga PAMI.

Resolver el pago del salario de un cuidador constituye un problema que se toma en conjunto con otros familiares, aunque el costo recae muchas veces en la cuidadora principal, que debe trabajar más horas para solventarlo.

Algunas entrevistadas cuentan con ayudas permanentes mientras que otras solo las tienen por horas, sean diurnas o nocturnas. En algunos casos existen apoyos específicos para la higiene personal, la visita al médico o los quehaceres domésticos. Gloria comenta: “Viene una chica dos veces por semana, se encarga de la limpieza, a veces la ayuda a bañarse”. Elvira contrató a una mujer para que acompañe permanentemente a su madre: “Está todos los días, excepto los sábados”.

El vínculo entre el cuidador remunerado y el familiar dependiente tiene signos particulares, como la necesidad de poder establecer confianza y cercanía ante la intimidad que requiere la atención cotidiana, aspecto que las entrevistadas contemplan. Por este motivo, la búsqueda de esas personas no resulta sencilla, ya que a menudo se debe cambiar a la cuidadora por dificultades en su relación con la persona enferma: “Lía es la tercera persona en menos de dos años que hemos contratado, ya le dijimos a mamá que no cambiamos más, que no la agreda” (Carmen). Otras entrevistadas comentan su esmero por preservar a la cuidadora: “Le pagamos un buen salario, con todos los beneficios, a veces la obligamos a tomarse su franco” (Noemí). Las estrategias para conseguir un cuidador se establecen mediante contactos de conocidos o a través de instituciones médicas. Así, Fabiana relata: “Lo contactó mi mamá; en el Hospital de Clínicas le dieron un listado de gente que hacía este tipo de trabajo”.

La mayoría de las entrevistadas prefiere asistir a su familiar con la ayuda de una persona contratada que optar por la internación en un geriátrico. La alternativa de una institución solo se considera en situaciones extremas. Los motivos del rechazo a la internación se ligan a la enajenación y a la pérdida de la decisión, considerándose al geriátrico como un espacio que descuida aspectos importantes para el bienestar psíquico y emocional de la persona y atenta contra su autonomía como sujeto.

En determinados contextos se considera al geriátrico como un lugar donde el familiar podría estar más cuidado y, en ese caso, se optaría por instituciones privadas.

Las que cuidan ¿se cuidan?

Los indicadores para analizar cómo atienden su salud las cuidadoras apuntan a conocer el ejercicio de las prácticas preventivas clínicas y ginecológicas y la aparición de malestares a partir del cuidado de otra persona. Se indagó también sobre actividades específicas que hacen al mantenimiento del bienestar corporal y mental (gimnasia o caminatas) que demandan un tiempo extra y personal en beneficio de las cuidadoras.

Todas las mujeres entrevistadas manifiestan haber realizado durante el 2011 –o a fines de 2010– un chequeo preventivo, ginecológico y clínico. Fabiana comenta: “Me preocupo, hago más que preocuparme, voy a los médicos”. Este tipo de exámenes parece constituir una práctica incorporada a lo largo de la vida de estas mujeres, probablemente por su alto nivel educativo, a lo que se suma, en más de la mitad de los casos, el haber superado los cincuenta años “Voy una vez por año, o dos veces por año, para ver mi estado general, por rutina” (Noemí); “Y yo todos los años me hago el control, o sea, el ginecológico, cardiológico, ahora estoy en eso” (Gloria). En el grupo de las mayores es habitual el consumo de medicamentos para tratar el colesterol, la tensión arterial, el calcio y el hipotiroidismo; colateralmente, hacen dieta “baja en hidratos y grasas animales” o “comen sano”.

En palabras de Laura, se advierte que el tema del cuidado de la propia salud es una concepción sólida entre estas “cuidadoras”, que mantienen y aplican al aceptar el nuevo rol que les toca desempeñar:

Lo más importante que tiene que saber una persona que va a cuidar a otra es que primero se tiene que cuidar a sí mismo y cómo cuidarse, mi caso es atender la salud, respetando lo que uno necesita en cuanto a su buena alimentación, el buen descanso y su salud no solo física, sino también emocional y mental.

Algo menos de la mitad de las entrevistadas recibe o ha recibido asistencia psicológica, práctica que también integraron en alguna etapa anterior de su trayectoria vital: “Y la salud mental, tengo, no sé, arriba de treinta años de terapia, viste, entonces, está buena”. (Noemí) “Yo iba antes con la misma que voy ahora(Marité). “Me atiendo [risas], hago terapia individual y grupal, siempre hay alguna cuestión que sanear” (Laura).

La mayoría de las mujeres hace alguna actividad física por lo menos una hora por semana, desde caminatas, hasta pilates, yoga, eutonía, baile o algún deporte. Algunas, como Elvira, lo hacen más intensamente: “Caminatas, casi todos los días, voy a pilates, y ahora estoy en un curso de streching […] estuve haciendo yoga…”, y otras, si están muy ocupadas en sus trabajos, aprovechan momentos: “Lo que estaba haciendo es caminata, me volvía caminando de la oficina, que es media hora” (Laura). Las entrevistadas valoran la actividad física como uno de los factores que contribuye a mantener el bienestar personal: “Trato una vez por semana de hacer una horita, aunque más no sea de baile o algo para desenchufarme un poco la mente” (Celia). Patricia expresa que su abandono de la gimnasia coincide con una demanda de mayor atención hacia su madre y reconoce una deuda consigo misma: “Ahora no, hice mucho tiempo psicoterapia y hacía gimnasia, pero ya no, no tengo más ganas, no hago nada para mí”.

Las mujeres juzgan su estado físico y mental en términos de muy bueno y bueno; para justificar la calificación, algunas consideran evidente el sentirse bien de salud, otras argumentan: “Porque no tengo ninguna complicación, ni ninguna enfermedad crónica” (Carmen); “Salvo un poquito de colesterol, no tengo nada, gracias a Dios, porque veo que tengo buen discernimiento” (Celia); “No tengo ninguna enfermedad de base, tenemos (con el esposo) una médica clínica que nos cuida mucho” (Nelly).

Aunque ninguna de las entrevistadas piensa que su salud se haya deteriorado a consecuencia de los cuidados hacia otra persona, aparecen indicios de ciertos efectos que pudieran atribuirse a ellos. Por ejemplo, Laura, cuyo padre está hace poco en un geriátrico, relata: “Las subas de colesterol siempre coinciden con momentos de tensión con mi papá”. Noemí, que sufre de insomnio desde hace mucho tiempo, supone: “A lo mejor se incrementa lo que nosotros los psicólogos decimos el “rumiar las ideas” ¿no? En estas horas de insomnio estás con la máquina, viste” y Carmen, corrobora: “Creo que duermo poco. Te digo que me acuesto y me cuesta levantarme”. Marité, una de las más jóvenes del grupo de entrevistadas, admite sin reservas que la enfermedad de su madre la hizo sentirse “más deprimida y nerviosa”, y por último Patricia, que estima su estado de salud como muy bueno, agrega “lo único que tengo es dolor de cabeza y cosas de tensión […] es cuando el cuerpo te hace el llamado de atención. […] a veces siento que tengo un calambre en el estómago…”.

Si bien en esta etapa exploratoria no se han advertido deterioros serios en la salud de las personas que se ocupan de las tareas del cuidado, se asoman ciertos síntomas de sobrecarga subjetiva y de “estresores secundarios”, que se definen como la percepción emocional de las consecuencias de cuidar a otros (García-Calvente, Mateo-Rodríguez y Maroto-Navarro, 2004)

A modo de epílogo

En una sociedad caracterizada por importantes cambios demográficos y el aumento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, las familias siguen siendo el principal soporte para brindar cuidado y bienestar a las personas dependientes. En los testimonios de las entrevistadas se ponen en evidencia las lealtades de parentesco, la trayectoria de sus vínculos con las personas cuidadas, las normas éticas y los lazos afectivos. También aparecen sentimientos contradictorios, como la satisfacción de brindar ayuda, por un lado, y la impotencia y la tristeza, por el otro. El cuidado de familiares enfermos tiene consecuencias sobre las relaciones familiares y sociales, genera tensiones entre esa tarea, la esfera laboral y la situación económica familiar.

Aunque la mayoría de las entrevistadas cuentan con redes familiares de apoyo y con la colaboración remunerada de personas ajenas a la familia, el cuidado del enfermo o dependiente se percibe como una tarea compleja, asociada a imposiciones morales y que puede llegar a interferir en los proyectos personales.

En lo que respecta al cuidado de la salud de las mujeres que cuidan, era previsible esperar que ellas descuidaran la propia, sea debido a la carga emocional o al tiempo que supone la tarea de cuidar un familiar enfermo o dependiente. A pesar de ello, las entrevistadas cumplen con regularidad sus controles de salud, practican actividades físicas, siguen una dieta saludable y toman en cuenta su salud mental. De las respuestas se deriva que su actitud hacia la propia salud, de larga data, es un comportamiento adquirido en un período temprano de la vida, lo cual puede atribuirse a su elevado nivel educativo y a que la mayoría de ellas son mayores, jubiladas o en vías de serlo.

La longevidad de los familiares de las entrevistadas promedia los 87 años, lo que indica una situación novedosa entre dos generaciones: los de la “tercera edad” cuidan a los de la “cuarta”, como ejemplifica Celia: “Mis nietitos tienen bisabuelas” haciendo notar que ni ella ni sus hijos vivieron algo parecido. La perspectiva vital cambia y estas abuelas cuidan a sus mayores teniendo presente el horizonte que les marca su propia edad.

Como integrantes de los sectores medios y medio bajos urbanos, estas cuidadoras disponen de los recursos necesarios para elegir estrategias de cuidado que no las obligan a una convivencia forzada con sus asistidos. La mayoría optó, para compartir la carga del cuidado en el domicilio de la persona a asistir, por contratar personal femenino, decisión que se sustenta en la convicción de que mantener el entorno habitual es un beneficio para la persona cuidada.

Hasta tanto se estructuren en la Argentina políticas públicas integrales que contemplen la situación y el cuidado de las personas dependientes, es de esperar que las familias continúen siendo su apoyo fundamental.

Referencias bibliográficas

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Durán, M. A. (2002) Los costes invisibles de la enfermedad, Bilbao, Fundación BBVA.

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  1. Proyecto Ubacyt 2011-14: “Mujeres, cuidados, salud y familias en la Ciudad de Buenos Aires”. Directora y codirectora: Elsa Mabel López y Liliana Findling. Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA