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La cuarta edad: la fragilidad en cuestión…

María Julieta Oddone y Paula Pochintesta

Resumen

El concepto de “cuarta edad” surgió debido al aumento de la longevidad. En la década de 1970, los gerontólogos anglosajones y francófonos realizaron una distinción entre “viejos-jóvenes” y “viejos-viejos”. En 1980, se estudiaron las características de esta población “muy envejecida”. De estas investigaciones surgió una distinción entre tercera y cuarta edad que se daría por aspectos relativos a la decadencia, la decrepitud y la dependencia, resultado del alargamiento de la vida. Según este enfoque, la tercera edad se caracterizaría como un grupo autónomo e independiente, desplazando en el tiempo la visión de la cuarta edad como sinónimo de enfermedad y dependencia. Las investigaciones que siguieron, entre fines de la década de 1980 y principios de 1990, vincularon a la cuarta edad con altos índices de morbilidad y mortalidad. No obstante, una serie de estudios longitudinales mostraron que no todas las personas que superan los 80 años sufren dependencia física. Surgen así dos miradas sobre la cuarta edad: una que la vincula con altos índices de patología, y otra anclada en una mayor fragilidad, pero con elevados índices de autonomía y capacidad sociofuncional.

El objetivo que nos proponemos en este trabajo es comparar a los ancianos de 80 y más años con personas de 60 años y más para analizar en profundidad las características que definen al grupo de los “viejos-viejos”. Problematizamos la idea de edad cronológica y la caracterización de la cuarta edad ligada exclusivamente a la dependencia y decrepitud.

Utilizamos una metodología de investigación cuanti-cualitativa que integra los datos de una encuesta representativa de la población mayor urbana de Argentina y el análisis de entrevistas en profundidad realizadas a una muestra intencional de adultos mayores.

Los resultados muestran que, si bien se observa una disminución en el nivel de actividad a partir de los 80 años, existen muchos casos donde no solo no se presentan índices de fragilidad, sino que además se verifica la existencia de una gran capacidad funcional y autónoma. Esto nos sugiere que considerar el nivel de actividad echa por tierra la creencia que identifica a la cuarta edad con la dependencia como un destino inexorable. Antes que altos niveles de deterioro, es más bien diversidad lo que se observa en las personas de cuarta edad. Por lo tanto, la gradación entre independencia-fragilidad-dependencia no debe ser considerada de manera lineal puesto que, en efecto, muchos ancianos mueren sin haber vivido una situación de fragilidad o dependencia.

Palabras clave

Cuarta edad; fragilidad; dependencia; revisión crítica.

I. Introducción

En este trabajo nos interesa analizar el concepto de “fragilización”, que distingue tres momentos: independencia, fragilidad y dependencia. A partir de allí, planteamos que las personas mayores de 80 años y más no experimentan, como condición inexorable, la dependencia y la decrepitud. Para ello comparamos a las personas de cuarta edad con personas del grupo de los viejos jóvenes (60-64 años) a fin de analizar en profundidad las características que definen al grupo de los viejos-viejos.

En primer lugar, abordamos las diferentes conceptualizaciones sobre la tercera y cuarta edad y su relación con la longevidad creciente. Luego retomamos el planteo sobre la fragilización de la salud y los aportes del enfoque de curso de la vida, que nos han sido útiles para discutir y sostener nuestro planteo. Posteriormente, y a partir del análisis empírico, exponemos, tanto desde una perspectiva cuantitativa como cualitativa, resultados de investigaciones propias que dan cuenta de una cuarta edad diversa y con un gran potencial de autonomía e independencia. Consideramos que esto confirma la idea de que a medida que se gana en años se aumenta la diversidad que define al envejecimiento tanto desde el punto de vista individual como social.

II. Marco teórico

Con el envejecimiento de las sociedades y el incremento de la longevidad, se hizo necesario establecer diferencias en el estudio de la vejez. Los gerontólogos distinguieron al grupo de los viejos-jóvenes y los diferenciaron de los viejos-viejos (Neugarten, 1974). Aun un mayor grado de diferenciación originó una división tripartita entre young-old, old-old y oldest-old (Suzman y Riley, 1985). En la Europa continental, se trató sobre todo de definir dos “edades”: la troisième age y la quatrième age. Estas posiciones tratan de ubicar en los viejos-viejos o en la cuarta edad los aspectos deficitarios ligados al declive biológico del envejecimiento.

Paralelamente a la consolidación de estos términos, surgen instituciones especializadas en la “gestión” de la vejez. La seguridad social, el sistema hospitalario y la asistencia social comienzan a contemplar especialmente los cambios que promueve el aumento de la población envejecida. El surgimiento de la tercera edad se encuentra asociada a la institucionalización de la jubilación, que, en su mayoría, se inicia entre los 60 y 65 años.

En relación con esta conceptualización de la tercera edad, cabe mencionar que Laslett (1989) la define como “la edad de la realización personal”. La idea de un retiro y descanso “activos” complementan esta perspectiva (Blaikie, 1999). El grado de independencia y autonomía que evidencian estilos de vida más saludables llevaron a diferenciar a la tercera de la cuarta edad, donde la independencia es mucho más limitada (Rowland, 2012).

La importancia de distinguir estos grupos de edades habla a las claras de la extensión del curso de vida. Desde el punto de vista demográfico y epidemiológico, ello supone no solo un incremento de esperanza de vida, sino también una concentración de la morbilidad y la mortalidad en los últimos tramos vitales (Guzmán et al., 2006). Algunos autores sugieren que la única característica universal que distingue a la tercera de la cuarta edad es la vida independiente expresada en una gradación creciente que va desde la salud e independencia hasta la discapacidad y dependencia.

Para Laslett (1989), la distinción radical entre ambas estaría dada por aspectos relativos a la decadencia, la decrepitud y la dependencia como resultado del alargamiento de la vida. Según este enfoque, la tercera edad continúa siendo un grupo caracterizado como autónomo e independiente. Este tipo de conceptualización reproduce una visión prejuiciosa que, simplemente, desplaza en el tiempo una visión de la cuarta edad como sinónimo de enfermedad y dependencia.

Una serie de estudios longitudinales evidencian que no todas las personas que superan los 80 años sufren dependencia física (Lalive D’Epinay et al., 2000; Manton, Corder y Stallard, 1997). Es por ello por lo que preferimos seguir la conceptualización sobre la fragilidad (Lalive D’Epinay et al., 2008)[1], dado que se trata de un concepto flexible y sumamente útil a la hora de pensar en la cuarta edad. Lejos de estigmatizar a la “gran vejez”, propone una mirada amplia y diversa sobre este segmento de personas mayores (Lalive D’Epinay y Guilley, 2004).

En efecto, no se trata de estadios fijos, dado que muchas personas mueren sin haber vivido un estado de dependencia. La potencialidad de esta conceptualización reside en el énfasis funcional. Se abre entonces la posibilidad de complejizar la mirada sobre las personas de edad avanzada.

Las investigaciones longitudinales sobre la cuarta edad y la fragilidad se inscriben en la perspectiva del curso de vida, que se define como el estudio interdisciplinario (ontogénesis humana) mediante el establecimiento de puentes conceptuales entre:

  1. los procesos de desarrollo psicológico y biológico;
  2. el curso de la vida como institución social, afectada tanto por regulaciones sociales y culturales, como por las experiencias y decisiones que cada individuo asume (activamente) y que repercuten en su propia biografía; y
  3. el contexto sociohistórico y los cambios que este experimenta (Lalive D’Epinay et al., 2011).

Enmarcado en este paradigma, la investigación CEVI[2] permitió analizar cuáles eran las transformaciones características de las diferentes edades. Para ello, las personas respondieron sobre los cambios importantes que vivieron recientemente. Según los resultados obtenidos para Argentina, las cohortes más jóvenes mencionaron a la ocupación y a la familia como las esferas más importantes que marcan cambios vinculados a la entrada en la vida adulta.

Luego, entre los 50 y 54 años la dimensión más mencionada fue la familia y la pareja. Esto cambia a partir de los 65 años, cuando es la salud el dominio más importante para las personas. Ya en la cuarta edad esto se incrementa y adquiere una mayor preeminencia (Gastron y Lacasa, 2009). Una interpretación posible de estos resultados sugiere que hasta promediando los 60 años son las regulaciones sociales las que se imponen como ejes que ordenan las trayectorias vitales: ocupación, educación y familia. Luego, y sobre todo a partir de los 80 años, son las transformaciones de orden biológico las que tienen mayor impacto. Así, la salud pasa a un primer plano.

Varios estudios longitudinales llevados a cabo en los países de Europa central coinciden en afirmar que los estatus de salud se complejizan en la población envejecida (Lalive D’Epinay y Cavalli, 2013; Balard, 2010; Romoren y Blekeseaune, 2003; Hogan; McKnight y Bergman, 2003; Hamerman, 1999). Así, la división de los grupos de edad en young-old, old-old y oldest-old no resulta homogénea en cuanto al estado de salud. En el primer grupo, si bien predominan aquellas personas independientes, también se observan situaciones de fragilidad y la emergencia de la condición de dependencia. En el segundo grupo, prevalecen las personas frágiles en tanto que tienden a decrecer los independientes y crecer los dependientes. En el tercer grupo, la mayoría se encuentra en situación de dependencia, pero aun así coexisten con una gran cantidad de personas frágiles y mucho menos con aquellos que conservan su independencia.

Las diferencias en materia de salud entre las personas mayores son producto del efecto acumulativo de las desigualdades a lo largo del curso de vida. La merma de la salud reduce la capacidad de acceso a bienes y servicios, así como el potencial de participación social y el disfrute de la vida en general. La salud es percibida como un derecho que debiera ser garantizado a todos los ciudadanos. Y, en consecuencia, el acceso al sistema de salud puede convertirse en una fuente de desigualdad para el conjunto de la población mayor.

Lalive D’Epinay y Cavalli (2013) presentan un modelo sobre las trayectorias de las personas mayores y su situación de salud (gráfico 1). La idea que se desprende, siguiendo una gradación en aumento, supondría que las personas pasarían de una etapa de independencia a una de fragilidad y luego a una fase de dependencia que culminaría con la muerte. Esta es la trayectoria 3 que se describe en el gráfico (T3). No obstante, otras tres posibilidades pueden darse. En el primer caso (T1), las personas llegarían hasta el final de sus vidas conservando su estado de independencia funcional. Otra de las posibilidades sería pasar abruptamente de una situación de independencia a otra de dependencia, tal como se describe en el último caso (T4). Esto pude ocurrir a raíz de un accidente o enfermedad grave que deje secuelas importantes. La posibilidad de experimentar un estado de fragilidad hasta llegar a la muerte es la última opción de las trayectorias graficadas (T2). Esta situación supone no haber experimentado nunca un momento de dependencia[3].

Gráfico 1. Trayectorias de envejecimiento y salud

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Fuente: adaptación con base en Lalive D’Epinay y Cavalli, 2013.

En suma, la cuarta edad es la edad de la fragilidad. Como principal conclusión de los antecedentes planteados, podemos afirmar que es la fragilización lo que caracteriza a las personas mayores de 80 y más años.

III. Metodología

Teniendo en cuenta las cuestiones aquí planteadas, expondremos una caracterización de las personas mayores que transitan sus 80 y más años en comparación con la situación de aquellos que no han alcanzado esta edad. El análisis se basa en una investigación realizada sobre 1.506 personas de más de 60 años, autoválidas, residentes en distintas ciudades de Argentina diferenciadas por su cantidad de habitantes (Oddone y Aguirre, 2004).

Para ello, se tuvieron en cuenta cortes por grupos de edad, por género y nivel socioeconómico. Mediante este estudio se intentó contar con una caracterización de los adultos mayores que abarcó tanto aspectos sociodemográficos, como de integración familiar y social, situación personal, valores sustentados, actitudes y aspiraciones. El análisis se complementa con entrevistas en profundidad realizadas en el Área Metropolitana de Buenos Aires a mujeres y varones de 80 y más años (Oddone, 2014; Pochintesta, 2013). En este caso, la muestra fue intencional, procurando generar diversidad respecto a los niveles socioeconómicos y educativos y a las condiciones de vivienda.

IV. Análisis y discusión de datos

El grupo de 80 y más años constituye el 12 % del total de la muestra. La distribución por género indica que un 43,2 % fueron varones y un 56,8 %, mujeres, pero, en el subgrupo de 85 años y más, las mujeres fueron prácticamente el triple que los varones. Este dato es fundamental para la caracterización del grupo que nos ocupa, dado que la gran vejez es sobre todo un fenómeno femenino.

Gráfico 2: Composición del hogar

A medida que aumenta la edad, se produce una disminución de hogares compuestos por cónyuge e hijos y un aumento de las personas que viven solas. En el grupo de 80 y más años, los que viven solos ascienden al 39 %, mientras que, en el de 60-64 años, lo hace el 14 %. Asimismo, con cónyuge e hijos viven el 34 % en el grupo de 60-64 años y solo el 5 % en el grupo de 80 y más años.

En este gráfico queda nuevamente ilustrado que al comparar subgrupos de edad, viejos-jóvenes y viejos-viejos, prácticamente se invierten las proporciones entre casados y viudos. Por supuesto que a medida que se avanza en la edad hay más posibilidades de enviudar, pero lo que es necesario tener en cuenta es que en su mayor parte se trata de viudas (gráfico 2).

Gráfico 3: actividades que realiza para su familia

Tener 80 y más años marca una diferencia importante en cuanto a la gama de actividades que se realizan para el hogar y la familia (gráfico 3). El cuidado de los nietos disminuye progresivamente a medida que aumenta la edad; los extremos de esta progresión son un 31,6 % para los de 60-64 años, y un 9,7 % para los de 80 y más años.

Es importante el porcentaje de los de 80 y más años que declara no realizar ninguna actividad para la familia, que alcanza a 40 de cada 100. Asimismo, se observa una caída en los porcentajes de ancianos que salen para realizar trámites: solo el 2,2 % lo hace luego de los 80 años. Esta caída de la actividad estaría indicando, en términos generales, que los 80 años han pasado a constituirse en el punto de inflexión que separa la tercera edad o viejos-jóvenes de la cuarta edad o viejos-viejos.

Los valores cambian cuando nos referimos específicamente al grupo de 80 y más años (gráfico 4). Sube la proporción de los que lo pasan solos al 31 %. Si bien la cantidad de los viejos que pasan sus días con un acompañante contratado es muy pequeña, como era de esperarse, esta aumenta con la edad, llegando al 4 % en el caso de los de más de 80 años.

Gráfico 4: La mayor parte del día Ud. está…

Las consideraciones acerca del estado de salud de las personas entrevistadas resultan de fundamental importancia para las cuestiones que nos ocupan, por lo que nos detendremos especialmente en ellas. El gráfico 5 resulta claramente ilustrativo de la correlación entre edad y problemas de salud: a más edad, más problemas de salud. Si bien esta correlación es evidente, un poco menos del 20 % de los que han pasado los 80 años declara “no tener” problemas de salud, y, más allá de que los que tienen “algunos problemas de salud” suben al 60 %, la columna de los que tienen “muchos problemas de salud” tiene un ascenso más moderado, superando apenas el 20 %, en el grupo de los viejos-viejos. Estos datos avalan nuevamente que no puede generalizarse a partir de la edad, y que la decrepitud y la dependencia no son necesariamente una característica de los más viejos de la sociedad.

Gráfico 5: problemas de salud que posee

Conviene recordar, no obstante, que se entrevistaron personas autoválidas y que, en el trabajo de campo, se encontró que un 5 % no estaba en condiciones de contestar el cuestionario. Puede suponerse que buena parte de esas personas estaría dentro del grupo de mayor edad, aumentando el porcentaje de aquellos que tienen “muchos problemas de salud” a alrededor de un 25 %. ¿Justificaría esta cifra realizar predicciones catastróficas desde el punto de vista económico?

Callahan (1987) desató la polémica cuando propuso que la edad es una base legítima para la racionalización de los costos en la atención de la salud. Su explicación radica en que la edad es una categoría objetiva, precisa y universal que evita la discriminación entre distintos grupos sociales. Lo que evidentemente no tuvo en cuenta es que establece una discriminación contra determinados grupos etarios.

Los presagios alarmistas acerca del aumento de los costos en salud surgieron al anticipar el peso que el aumento de ancianos con enfermedades terminales podría significar para el presupuesto. Sin embargo, se ha podido determinar que el costo en atención de la salud de los viejos no es mucho mayor que el que representa la atención de las personas de mediana edad. Lo relevante en este tema es que la atención de las personas con enfermedades terminales consume nueve veces más. Por lo tanto, podría pensarse que la racionalización de los costos podría establecerse para enfermos terminales sin tener en cuenta la edad, sino la calidad de vida (Palmore, 1990). Estas consideraciones nos remiten a la discusión inicial acerca de la generalización de las características de un grupo etario determinado. Si se cree que todos los mayores de 80 años están enfermos, son dependientes y tienen una mala calidad de vida, se justificaría la racionalización de los tratamientos costosos para todas las personas de esta edad sin tener en cuenta su verdadero estado funcional.

Entre los casos estudiados en profundidad, encontramos esta percepción de un buen estado funcional aún ligado a la fragilidad con disminución en algunas funciones físicas y/o mentales, pero con un gran margen de autonomía, como es el caso de Rosa (90 años) y Bautista (89 años). Hay en ambos relatos una ponderación positiva de lo que aún puede realizarse.

Rosa, de 90 años:

[…] físicamente, orgánicamente me controlo el marcapasos y me controlo la presión arterial. Pero después leo sin anteojos; tengo lentes, uno para mirar de cerca y otro para mirar de lejos. Puedo expresarme, puedo no tener la memoria que tenía antes, porque a veces uno duda de algunas cosas, pero tengo bastante seguridad y me siento cómoda con los años. No me molesta decir que tengo 90 años porque físicamente los médicos me controlan todo, pero por lo demás estoy bien. […]. Yo me encuentro protegida espiritualmente, físicamente, familiarmente, porque tengo familia, tengo salud, tengo amigos, tengo cultura. Tengo posibilidad de manejar a mi edad la computadora.

Bautista, de 89 años:

[…] me siento feliz porque estoy físicamente y mentalmente bien. A esta edad no es nada común, y yo lo justifico porque durante 57 años estuve haciendo gimnasia martes, jueves y sábados. […] nadie me da la edad que tengo. El otro día me encontré a un amigo de mi hijo que es médico y no lo reconocí porque estaba canoso; me dice: “¡Qué bien que lo veo, don! Sí, me ves bien, pero no te das cuenta de que estoy… eh, “cachuzo”, algo parecido a recauchutado. […]. Tengo que sentirme feliz de poder apreciar las cosas, de poder verlas, si se me escapa alguna conversación, bueno, mala suerte.

Resulta interesante la comparación entre los de más y menos de 80 años (gráfico 6). En el grupo de los de más de 80, un 25 % dice que concurre a organizaciones, y el 16 % participa activamente en la conducción. Veamos dónde participan: de ese 25 %, el 19 % va a centros de jubilados, el 3 % va a un club, el 2 %, a otras instituciones, y el 1 %, a instituciones académicas. Los que van a clubes e instituciones académicas en general son de un nivel socioeconómico más alto, como es el caso de Manuel (80 años) e Ida (80 años). En cambio, los que van a centros de jubilados son de nivel socioeconómico un poco más bajo.

Manuel, de 80 años:

Mirá, yo no hago nada, pero estoy siempre ocupado, ¿entendés? Organizo cumpleaños acá en el gimnasio, y a veces nos reunimos afuera con algunas personas ya, más estrechamente conocidas, nos vamos a almorzar por ejemplo. Estoy muy activo. […] se van muriendo los amigos, entonces, ¿qué hacemos? Vamos a hacer más amigos, porque mientras sigamos viviendo tenemos, ¿no? Y estoy haciendo amigos. Ahora estoy formando el grupo de elongación, como tengo problemas en las rodillas, a las clases de baile no estoy viniendo últimamente, y ahí empecé a organizar el grupo, ahora el día 30 voy a hacer algo inédito.

Ida, de 80 años:

Últimamente estoy un poco relegada porque no hay gente como yo. No para competir si no gente de mi edad que juegue [al tenis].Siempre jugué en el club con gente mucho más joven y ahora los jóvenes… Está la discriminación con una vieja que también existe.

En cuanto a los de menos de 80 años, la participación en organizaciones de la comunidad es un poco mayor: un 28 % concurre, pero de ellos solo un 12 % participa de la conducción. Esto nos indica que, si bien los de más de 80 años son aquellos que salen menos, que hacen menos cosas para la familia, entre ellos podemos diferenciar un grupo que es muy activo y participativo. Y es más, cuando los de más de 80 participan, lo hacen más activamente que los de menos de 80. Como vemos, la edad sigue siendo una variable vacía de contenido que no nos permite generalizar acerca de los atributos de este subgrupo etario.

Encontramos un alto nivel de participación en los casos de Dante (80 años), Luisa (82 años) y Enrique (81 años), que ocupan puestos de conducción en las organizaciones a las que pertenecen: centros de jubilados, partidos políticos y otras organizaciones de la sociedad civil.

Dante, de 80 años:

¿Ahora? Y, a mí lo que más me gusta es jugar con los nietos, leer, escribir, escribir. Escribo todo política, pero escribo. Acabo de hacer un documento contra Pino Solanas y Proyecto Sur, que lo voy a derivar a otros miembros del partido; yo siempre escribí, también en mis años de dirigencia gremial.

Luisa, de 82 años:

Siempre fui muy “metida”; para que te des una idea de lo metida que he sido, fui fundadora de la Biblioteca Sarmiento. Después fui fundadora de CEPAC, que es una institución de los jubilados de Santa Fe; yo fui una de las fundadoras. Después, fui de la cooperadora del hospital del hogar de ancianos, participé en la comisión, para que veas como me “metí’ yo. Después había un grupo de mujeres por el cambio y yo estuve en la comisión, de ahí un grupo de mujeres fuimos fundadoras de LALCE por la lucha contra el cáncer.

Enrique, de 81 años:

Presido una federación de jubilados y pensionados como dirigente de los jubilados y colaboro en los consejos directivos de PAMI y DINAPAM. Organizo y, por supuesto, participo de todas las actividades para los jubilados, viajes, deportes, todo…

Gráfico 6: Participación en organizaciones

V. Conclusiones

Al inicio de este trabajo, nos propusimos, por un lado, cuestionar la edad cronológica como un criterio válido para definir etapas en el último periodo de la vida y, por el otro, planteamos que la cuarta edad no es sinónimo de dependencia. Para ello nos basamos en el concepto de “salud sociofuncional” y en los diferentes hallazgos de investigación. Una vez analizados los datos provenientes de un estudio acerca de las personas mayores de nuestro país, constatamos que lo que predomina en la gran vejez es la diversidad.

En suma, mostramos que la actividad disminuye a partir de los 80 años, es decir, que se observa una merma en la capacidad de seguir con las actividades de la vida diaria. En efecto, si combinamos la posibilidad de realizar las actividades de la vida diaria con la edad cronológica, observamos que a partir de los 80 años se produce una disminución de la actividad que justificaría la denominación de este grupo como los viejos-viejos. No obstante, los resultados muestran también que esta no es la única posibilidad con que cuentan las personas mayores de 80 años, confirmando que se trata de un grupo no homogéneo.

Por lo tanto, es importante considerar que estas tendencias no deben transpolarse a todas las personas mayores de 80. Así, lo que buscamos es evitar generalizaciones viejistas que afectan la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto. Esto ocurre cuando se estigmatiza a las personas debido a su edad descuidando su situación particular (estado funcional). A nivel social, sucede cuando se enfatiza la incidencia del envejecimiento poblacional sobre los costos de la atención en salud y la seguridad social.

Los resultados del análisis muestran claramente que la gran vejez no es sinónimo de dependencia. Consideramos que existe la capacidad estructural para mantener a toda la población del planeta, aunque para ello se requieran cambios, económicos y políticos, que restablezcan la solidaridad y la reciprocidad como características centrales de todo orden social (Johnson, 1995). Se trata, en definitiva, de promover cambios de orden ético que, de no realizarlos, afectarán las relaciones entre las generaciones y, en consecuencia, a la sociedad en su conjunto.

Bibliografía

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  1. La dependencia funcional se define por la incapacidad de cumplir con las actividades básicas de la vida cotidiana sin la ayuda de otros (vestirse, higienizarse, comer y cortar alimentos, acostarse, levantarse y desplazarse en el interior del domicilio). El estado de fragilidad supone la ausencia de capacidades funcionales y la merma o disminución en dos de los siguientes dominios: sensorio-motor, locomoción, metabolismo energético, memoria y capacidad física. Una persona frágil puede realizar por sí misma la mayoría de las actividades básicas de la vida cotidiana. Aquellas personas que tienen un estatus de independencia funcional no presentan dificultad o disminución en ninguna de las funciones mencionadas o solamente en una de ellas.
  2. En una primera etapa, esta investigación se realizó en la Argentina (Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires) y en el Cantón de Ginebra en Suiza durante el año 2004. El diseño fue cualitativo, la muestra de tipo intencional quedó conformada por 633 casos en Suiza y 572 en Argentina. A través de un cuestionario y una entrevista personal, se evaluaban eventos y cambios en el curso de la vida. Luego se sumaron otros países, hasta alcanzar cerca de 30 en total.
  3. De acuerdo a los resultados de los estudios procedentes de países desarrollados, como es el caso de Suiza, la primera posibilidad (T1) representa solo al 10 % de la población envejecida. La última de las trayectorias (T4) representa un porcentaje aún mucho menor (5 %). En cambio, para un porcentaje de entre el 80 y 85 %, lo que ocurre es que experimentan un estado de fragilidad. De este porcentaje, la mitad alcanza la dependencia crónica antes de su muerte (T3). Lo que es importante y quizás más revelador para el planteo que venimos haciendo en este trabajo es que la otra mitad muere sin haber sido dependiente (T2).


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