Comentario

Carolina Schillagi

Hablar en la discusión pública de un proceso social que “produce víctimas” es cuanto menos llamativo y provoca cierto desconcierto en nuestros interlocutores. En las ciencias sociales, pasamos rápidamente a discutir cómo analizar ese proceso o a exponer los resultados de nuestras investigaciones basadas en evidencia empírica y herramientas conceptuales diversas. Quizás sea un buen ejercicio detenernos un poco y considerar, a partir de la lectura de estos textos producidos en el ámbito académico francés, las preguntas y los supuestos que guían el estudio de lo que llamamos “producción social de víctimas”.

Lo primero que hay que dejar de lado si queremos comprender de qué hablamos cuando hablamos de “producción social de víctimas” es la idea de que las personas o los colectivos lo son porque sufrieron un daño o una violencia que eran evitables. Es decir, renunciar a considerar la noción de “víctima” como una categoría descriptiva, a la que se accede de modo directo y automático. Por supuesto, esto implica el primer ejercicio de distanciamiento respecto de lo que indica el sentido común, pero también respecto de algunos enfoques propios de disciplinas que no han tenido un papel central en el mundo académico local y regional hasta hoy, como la victimología. También requiere tomar distancia de algunas intervenciones profesionales que trabajan con personas que sufrieron algún tipo de daño o de violencias, como el derecho, el trabajo social, la medicina forense, la psicología y la psiquiatría, entre otras.

Comprender el proceso de producción social de víctimas requiere acercarnos con herramientas sociológicas y antropológicas a las trayectorias de personas para las que el hecho de considerarse o ser consideradas víctimas pasa a ser el centro de su vida social (Barbot y Dodier, 2013). Requiere también darles un lugar central a las interacciones entre actores diversos y tener presente que el acceso a la condición de víctima no se produce a nivel individual, sino que, como dice Barthe en este libro, se trata de un proceso colectivo. Esto, a su vez, lleva a prestar atención a cuáles son los agentes que impulsan de un modo u otro ese proceso o bien lo relativizan, lo discuten o lo impugnan. Y si otro tanto hacen las propias personas que sufrieron el daño o, como suele suceder a menudo, sus familiares. Abordar el proceso de producción social de víctimas implica también preguntarnos por el tipo de casos que ingresan a la agenda pública (política, mediática, profesional, académica), ponerlos en relación con un contexto sociohistórico; asimismo, implica considerar cómo es que esto ocurre en algunos casos, pero no en otros, y cuáles son las características variables de ese proceso a lo largo del tiempo y en distintas latitudes y sociedades.

En este camino, algunas cuestiones pueden orientarnos para estimular el avance de nuestras reflexiones: ¿qué tipo de preguntas nos hacemos para desentrañar los procesos de producción social de víctimas desde un punto de vista sociológico?; ¿de qué supuestos y tradiciones disciplinarios, académicos y políticos partimos para abordarlos desde los estudios que se realizan en nuestro país o en la región latinoamericana?; ¿podemos encontrar herramientas y preguntas en estos textos producidos en el medio académico francés que nos ayuden a señalar contrastes o ampliar o discutir nuestros problemas de investigación o la forma en que construimos nuestros objetos de estudio?


Las víctimas son actores sociales con indiscutible protagonismo en las sociedades contemporáneas. Su testimonio es fuente de legitimidad y, junto con las emociones, constituye uno de los principales resortes de su actuación pública. En el escenario francés, abordar los procesos de producción social de víctimas lleva a destacar las formas en que se ha incorporado esta figura a ámbitos institucionales consolidados, ya sea bajo la modalidad de dispositivos estatales de atención y reparación, o en dispositivos legislativos y judiciales desde hace varias décadas. No menos importantes son los modos asociativos que se dan las propias víctimas y sus colectivos, que en Francia cuentan con un alto nivel de formalización e institucionalización, a diferencia del escenario argentino o latinoamericano, en el que se movilizan en el espacio público de manera más inorgánica y sus asociaciones o colectivos están por lo general menos institucionalizados. Pero, si bien estas cuestiones son sumamente relevantes para comprender el proceso del que estamos hablando, centrarnos en ellas de modo exclusivo no redundaría más que en acentuar formas de abordaje que están suficientemente documentadas y sobre las que existe un robusto cuerpo de literatura.

Entonces, además del trabajo asociativo, la acción pública y las movilizaciones, ¿cómo es que alguien se convierte en víctima? Ese es el interrogante que da lugar a una reflexión sociológica y que atraviesa de un modo u otro todos los trabajos contenidos en este volumen.

Si ubicamos el proceso en el centro de nuestros análisis, el carácter autoevidente de la categoría víctima aparece puesto en cuestión. No toda persona o colectivo que ha sufrido un daño puede reclamar y obtener para sí el reconocimiento como víctima. Víctima es un estatus al que se accede mediante la producción de una serie de pruebas, que obran como garantías de legitimidad y de pertinencia de las expectativas de reconocimiento (Boltanski, 1993; Boltanski y Thévenot, 1991), pero que son inestables y provisorias.[1] Esta perspectiva, en la que confluyen numerosos estudios sociológicos del ámbito académico francés, se apoya en gran parte en herramientas teóricas y conceptuales de la sociología pragmática.

En contraste, en nuestro medio académico, esta perspectiva, aunque más difundida en los últimos años, no cuenta con una presencia tan marcada en los análisis disponibles hasta el momento. En gran medida debido a la impronta del movimiento de derechos humanos en la Argentina, su legado en términos de acción pública y peso simbólico, los estudios sobre víctimas suelen enmarcarse en los estudios sobre memoria colectiva o en el campo de la sociología de las movilizaciones sociales y la protesta. La producción académica local y regional es, por lo demás, rica en trabajos etnográficos que muestran los sentidos, los usos y las representaciones sociales que distintos actores ponen en juego en torno al proceso de devenir víctimas o bien las impugnaciones y dificultades para ser reconocidas como tales. El tipo de casos que son fuente de estudios desde las ciencias sociales, la conformación de agendas de investigación y materia de discusión pública es un aspecto que también forma parte del proceso de producción social de víctimas. Por ejemplo, en países como Francia, una parte importante de la literatura sociológica tiene como base empírica un cúmulo de casos ligados a accidentes biomédicos (los llamados “dramas sanitarios”, por contaminación con sangre u hormonas durante tratamientos), a ciertas enfermedades no reconocidas como tales en el mundo médico o conocidas como “enfermedades raras” (como la distrofia muscular, la electrosensibilidad o el “síndrome del golfo” de los veteranos de guerra), a los efectos de la contaminación ambiental o a cuestiones sociotécnicas que distintos actores consideran dañosas (por ejemplo, el llamado sick building syndrome). En Argentina, pero también en Brasil, México o Colombia, los tipos de casos estudiados están más ligados a otras temáticas o problemas públicos entre los que predominan la violencia política, la violencia institucional, el delito común y, aunque en menor medida, también la contaminación ambiental, así como las catástrofes y los accidentes colectivos. Decimos que los tipos de casos tienen relevancia en la constitución social de la condición de víctima en la medida en que, al ser objeto de debate público o al formar parte de la indagación de las ciencias sociales, de publicaciones académicas, etc., esta se ve implicada en un proceso de selección y jerarquización. En otras palabras, los analistas y los cientistas sociales participamos de la producción social de víctimas al estudiar determinados casos, colocarlos en relación con otros, vincularlos con marcos interpretativos disponibles, etc., y esa actividad es eminentemente selectiva, motivo por el cual también contribuye a dar existencia a algunos sujetos como víctimas, pero no a otros.


Como dijimos, en la medida en que existe un proceso en el marco del cual el estatus de víctima aparece como un atributo asignado por otros, el papel de una terceridad es imprescindible. Mientras que, en el texto de Lefranc y Mathieu, la cuestión es tratada en términos de una tensión entre la presentación de sí que hacen las personas o los colectivos y las asignaciones externas de ese estatus provenientes de distintos actores, en el caso del texto de Barthe, esa terceridad encuentra un nombre preciso: se trata de aquellos agentes a los que el autor da el nombre de “victimizadores” y “relativizadores” (entre los que suelen encontrarse los expertos, los académicos, los funcionarios públicos, los propios familiares-víctimas, entre otros).

La cuestión de la terceridad que imputa es un aspecto complejo debido a la diversidad y particularidad de agentes involucrados y el tipo de interacciones que estos establecen. Sin embargo, la complejidad del análisis no reside tanto en esa cuestión, sino en las disputas políticas que encierra el proceso de acceso al estatuto de víctima en cada escenario histórico y social. Esas actividades de imputación de la condición de víctima están invariablemente situadas en un campo de luchas por el reconocimiento social, formas específicas de vinculación entre la sociedad y el Estado, e interacciones entre los campos disciplinarios y los profesionales que ejercen lo que algunos han llamado “los oficios de la desgracia” (Irazusta y Gatti, 2017).

Pero esos campos e interacciones no pueden ser estudiados escindidos de las trayectorias históricas, los usos, los sentidos y las materialidades que son las que constituyen los dispositivos y las formas de actuar frente a distintos tipos de daños o violencias. Por caso, no es lo mismo estudiar cómo se constituyen las víctimas en el seno de dispositivos legales orientados a pagar indemnizaciones que pueden tener historias y configuraciones muy diferentes entre sí. De este modo, mientras que en el caso francés existen dispositivos de compensatorios como la ley del réglement amiable para el caso de accidentes médicos “aleatorios”, que ofrecen vías alternativas al proceso judicial y que refuerzan la institucionalización de la participación de las asociaciones de víctimas, en nuestro país esas cuestiones son gestionadas desde el ámbito civil y el derecho de daños. Asimismo, debe considerarse cómo se enmarcan esos pagos en las luchas políticas, militancias y evaluaciones morales que se tornan componentes claves para entender la trama de las controversias y polémicas que despiertan.

Constituye un desafío extra pensar procesos de producción social de víctimas en sociedades caracterizadas por desigualdades estructurales que implican, entre otras muchas cuestiones, serias dificultades de acceso a la justicia, o en escenarios sociales polarizados, atravesados por distintas violencias, fragmentación social y procesos de deslegitimación de instituciones políticas y judiciales que llevan décadas sin ser revertidos. Trayendo algo de lo que señala Tamar Pitch (2022), cuando enmarca el ascenso de la centralidad de las víctimas en el marco del “giro neoliberal”, podría decirse que, en nuestras sociedades altamente desiguales, lo que ella llama el “aplanamiento” de los conflictos (su reconocimiento en términos de “víctimas” y “agresores” y no sobre la base de desigualdades de poder político, económico y social) vuelve todavía más exigente el tipo de análisis y de herramientas teóricas y metodológicas que es necesario desplegar para problematizar aquello que llamamos “proceso de producción social de víctimas”.


Para estudiar los procesos de producción social de víctimas, partimos de la idea de no dar por sentadas las situaciones en las que los individuos aceptan o rechazan tal condición o dudan de ella, es decir, priorizamos un abordaje según el cual las formas de nombrar o de clasificar esas situaciones de forma contextual sea un aspecto a indagar y no un punto de partida. Se trata entonces de seguir la trayectoria que emprenden para afrontar eso que (les) sucedió como el mejor modo de abordar el análisis del proceso. Este punto es interesante porque nos permite no dar por sentadas nociones como “violencia”, “daño”, “injusticia”, sino trabajar con base en el modo en que las personas, los grupos, las instituciones van elaborando un significado de lo sucedido y dándole un nombre y un sentido. Esos sentidos, a su vez, están estrechamente relacionados con el hecho de que las personas se consideren o no como víctimas, esto es, de que acepten o rechacen tal estatuto. Aunque no vamos a desarrollar aquí este aspecto, el papel de los profesionales de distintas disciplinas en aportar enfoques y herramientas para considerar las situaciones y los caminos que seguir resultan claves en tal sentido.

Precisamente debido a que es posible rechazar la atribución de la categoría, el proceso de producción social de víctimas ofrece un aspecto bastante controvertido y que ha sido menos estudiado, como coinciden en señalar los trabajos de Lefranc y Mathieu y de Barthe. En la medida en que hay numerosos ejemplos de situaciones y casos en los que las personas se resisten a ser clasificadas como víctimas, se pone de relieve la profunda ambivalencia que anida en la experiencia de los individuos y colectivos que han sufrido daños o violencias. La atribución externa de la categoría puede ser impugnada, tal como lo demuestran casos tan distintos como el de las trabajadoras sexuales o el de las mujeres y disidencias que han sufrido violencia de género o violaciones o en el caso de personas o grupos que sufrieron las consecuencias de desastres o tragedias colectivas. En esos contextos, entonces, pueden surgir otras formas de identificación, como ser “sobrevivientes”, “damnificados,” “luchadoras” o “trabajadoras”. Como expone De Lagasnerie (2022), hay, por ejemplo, conocidos casos en Francia en los que las víctimas de violación han denunciado que la violencia del aparato penal o de la exposición pública de sus relatos y sus cuerpos les resultan tanto o “más traumáticas” que la situación vivida, denuncia que también incluye la cuestión de la expropiación de su dolor con fines instrumentales o de volverlo mero espectáculo. Existen también casos en los que el recurso al olvido, al rechazo a la “política de la memoria” o a la “política de las causas” se considera tan válido y deseable como la movilización, la denuncia pública o la apelación a dispositivos judiciales penales o civiles.[2] Resta entonces mucho camino por recorrer para indagar esas otras formas posibles, disruptivas si se quiere, respecto del proceso de producción social de víctimas.


Que el estatus de víctima sea alcanzado a través de un proceso y que ese proceso sea disputado trae aparejada la cuestión de la responsabilidad. Si hay víctimas, entonces hay perpetradores. El análisis sociológico del proceso de identificación de las responsabilidades y de los responsables es central. Aquí emerge una cuestión de fuerte impronta local. En varios países latinoamericanos, pero sobre todo en la Argentina, la identificación de responsables de distintas violencias está atravesada por la idea de una dificultad sistemática del Estado para arribar a una mínima reparación del daño sufrido. Debido a ello, en parte, la impunidad como problema público que se ha mantenido en el tiempo y que llega hasta el presente resulta insoslayable en las indagaciones sobre los procesos de atribución de responsabilidades que tienen lugar con relación a la producción social de víctimas en nuestros países.

Explorar y comprender en qué medida ese problema marco impulsa u obtura distintas formas de acción pública orientadas a señalar a los responsables causales y, al mismo tiempo, a los responsables políticos de hacer algo al respecto se vuelve así una grilla de interpretación posible y, a la vez, una herramienta para orientar el análisis.

En nuestros trabajos hemos señalado que la idea de impunidad cobra gran potencia para impulsar las luchas políticas y la acción pública de las víctimas y las dota de un sentido específico, aunque no generalizable a todos los casos (Schillagi, 2018 y 2020). Esto es así en cuanto en las investigaciones empíricas encontramos presente el marco de la impunidad en casos muy disímiles como los de violencia institucional o de desastres colectivos (grandes explosiones, incendios, inundaciones o accidentes ferroviarios) y en los que dicho marco es, además, una idea asociada con el acrecentamiento del sufrimiento individual y colectivo. A mayor imposibilidad de dar con los responsables, y de garantizar un acceso a la justicia que repare el daño o la violencia cometida, mayor profundización del sufrimiento o prolongación del duelo. Esto, como muestran los trabajos de Fassin y Rechtman sobre la noción de “trauma” en las sociedades europeas y como argumenta Zenobi en su comentario sobre el escenario local, no es fruto del azar, sino de un largo recorrido respecto del lugar que ocupan desde hace décadas nociones y marcos asociados a los saberes psi y que en cada contexto sociohistórico adquiere sus ribetes particulares.

Sin embargo, a pesar del gran peso que cobra en el estudio del proceso de producción social de víctimas el trabajo de atribución de responsabilidades y, por ende, la investigación de las causas de lo acontecido por parte de diversos actores (familiares víctimas, especialistas, operadores del derecho, periodistas, entre otros), hay que tener en cuenta otras facetas posibles respecto de este punto.

Si bien la responsabilización es señalada por Barthe y otros autores como un rasgo de las sociedades contemporáneas en las que la pretendida racionalidad de los argumentos jurídicos o científico-técnicos predomina con relación a épocas pasadas en las que el destino o el azar eran explicaciones legítimas para abordar las causas del infortunio, hoy en día esos argumentos no han desaparecido del todo o bien se han aggiornado. Esto se muestra, por ejemplo, en muchos casos en los que actores del mundo religioso (Vecchioli y Catoggio, 2019), discursos esotéricos o explicaciones emparentadas con la llamada “ideología new age” toman el lugar de los discursos científicos o técnicos y ofrecen fundamentos y herramientas propios para enfrentar el sufrimiento (máximas popularizadas como “Si sucede, conviene”, “Soltar” o “Vivir el presente” respecto de situaciones dolorosas son algunos ejemplos de esos discursos). En ese caso, el lugar de la búsqueda de causas y de responsabilidades es ocupado por un trabajo subjetivo en el que predominan ciertos valores como la aceptación del presente, el perdón o la reconciliación. La búsqueda de justicia, como otro aspecto del proceso de producción social de víctimas, aparece entonces no tanto ligada a esas exploraciones de causas y problematización histórica de las que hablan varios de los autores aquí reunidos, sino más bien a una articulación con esos valores espirituales que permitirían “seguir adelante y, en cierto modo, interrumpir el proceso de victimización o transformarlo.


Al iniciar este recorrido, planteamos algunos interrogantes que apuntaban a las posibilidades que abre una lectura atenta y crítica de los textos que aquí abordan el proceso de producción social de víctimas. Una cuestión que emerge de ello es la reflexión sobre nuestra postura epistemológica para construir y abordar un objeto de estudio tan sensible como el que indagamos. Más allá de las múltiples respuestas a esta inquietud que tiene pretensión de ser disparadora, creo que hay un enfoque a considerar (que aparece de manera explícita en el texto de Lefranc y Mathieu) con relación a lo que llaman “trivialización del objeto”. La propuesta de los autores permite poner en suspenso el peso de las consideraciones morales con relación al tema de las víctimas y pasar a abordarlo sin dejar de tener en cuenta sus singularidades y, por supuesto, sin soslayar que se trata de una relativización de carácter únicamente analítico.

Por otra parte, teniendo en cuenta la sistematización que propone Barthe para estudiar el proceso que llama “victimización”, también surgen algunas aristas para considerar. En efecto, se trata de un proceso colectivo en el que la reflexividad y la atribución de responsabilidades son dimensiones relevantes pero a las que cabría sumar las heterogeneidades y contingencias propias de estos procesos y, sobre todo, su variabilidad en el tiempo, su carácter contingente, a fin de moderar la posibilidad de cierto esquematismo al estudiarlo. Sobre todo, la reflexividad y la atribución de responsabilidades no son actividades cerradas y evidentes, sino que es necesario rastrearlas y sacarlas a la luz, indagando de qué modo anclan en trayectorias biográficas y sociohistóricas particulares de nuestras sociedades. La reflexividad como forma de problematizar el pasado a la luz de las categorías del presente (lo que Barthe llama “reflexividad de primer grado”), por ejemplo, implica que esas categorías del presente sean identificadas en sus derivas y significaciones locales, en las biografías y trayectorias a la vez individuales y colectivas, en las narrativas disponibles en cada momento histórico y en experiencias públicas situadas. Resulta difícil pensar los procesos de producción social de víctimas de violencia de género (por traer solo un ejemplo de los muchos posibles) desvinculados de la experiencia de activación social y de transformaciones institucionales que los feminismos vienen impulsando en los últimos años en la Argentina y la región y de la forma particular que adquieren esos usos, discursos y prácticas en nuestras sociedades.

Como propone De Sousa Santos (2010), las “epistemologías del sur” propugnan la construcción de un conocimiento enraizado en las realidades locales. Este enfoque puede contribuir así a la comprensión situada del proceso de producción social de víctimas. El estudio de estos procesos se entrelaza con la cuestión de la temporalidad como otra dimensión analítica posible y no tan presente en los análisis disponibles. Tomar en cuenta el eje temporal del devenir víctima implica un ejercicio de atención a las acciones y los relatos de las víctimas cuando se orientan hacia la reparación para seguir con sus vidas y lograr una proyección hacia el futuro o si, por el contrario, dirigen sus acciones hacia la exploración de las causas y eso involucra una tarea predominantemente retrospectiva o revisionista que implica formas de narrar el pasado. Por supuesto, ambos aspectos no son excluyentes entre sí, pero en cada caso se vuelve necesario explorar cómo toman forma y a través de qué tipo de operaciones se expresan. Así, todos estos aspectos que hemos ido desgranando sobre el proceso de producción social de víctimas nos conducen a reflexionar sobre los desafíos pendientes que permitan enriquecer y renovar la agenda de investigación.

Bibliografía

Barbot, J. y Dodier, N. (2013). “Investissement et contournement des dispositifs judiciares parmi les victimes d’un drame colectif”. En Congrès du Research Commitee on the Sociology of Law.

Barbot, J. y Fillion, E. (2007). “La dynamique des victimes. Les formes d’engagement associatif face aux contaminations iatrogènes (VIH et prion)”. Sociologies et société, 39(1), 217-247.

Barbot, J., Winance, M. y Parizot, I. (2015). “Imputer, reprocher, demander réparation. Une sociologie de la plainte en matière médicale”, Sciences Sociales et Santé, 33(2), 77-105.

Boltanski, L. (1993). La souffrance a distance, Morale humanitaire, médias et politique. Paris: Gallimard.

Boltanski, L. y Thévénot, L. (1991). De la justification, les économies de la grandeur. Paris: Gallimard.

De Lagasnerie, G. (2022). Mi cuerpo, ese deseo, esta ley: reflexiones sobre la política de la sexualidad. Buenos Aires: Cuenco de Plata.

Irazusta, I. y Gatti, G. (2017). “El gobierno de las víctimas. Instituciones, prácticas, técnicas y oficios que hacen a las víctimas”, en Gatti, Gabriel (ed.). Un mundo de víctimas (pp. 183-208). Barcelona: Anthropos.

Pitch, T. (2022). Il malinteso della vittima. Torino: Edizioni Gruppo Abele.

Schillagi, C. (2018). “El protagonismo público de las víctimas contemporáneas. Catástrofes, dispositivos y Estado en la Argentina”, Persona y Sociedad, 32(2), 25-45.

Schillagi, C. (2020). “Lidiar con la catástrofe. Repertorios de acusación y dispositivos de reparación en el caso de Rosario (2013)”, en Pita, M. V. y Pereyra, S. (ed.), Movilización de víctimas y demandas de justicia en la Argentina contemporánea (pp. 355-373). Buenos Aires: TeseoPress.

Sousa Santos, B. de (2010). Refundación del estado en América Latina: perspectivas desde una epistemología del sur. México: Siglo xxi Editores.

Vecchioli, V. y Catoggio, S. (2019). “Las víctimas frente al sufrimiento colectivo. Estructuras morales y sacralizaciones emergentes”, Século XXI, Revista de Ciências Sociais, 9(2), 335-355, jul./dic.


  1. Las pruebas, para la sociología pragmática, consisten en dispositivos que otorgan credenciales respecto de la talla o la grandeza relativa de las personas, y permiten evaluar la pertinencia o no de sus expectativas.
  2. En trabajos propios en torno a las víctimas de una explosión por fuga de gas en la ciudad de Rosario, Argentina, encontramos que sólo un núcleo muy reducido (apenas 5 familiares de las 22 víctimas fatales) impulsó movilizaciones sociales y acciones de denuncia pública y penal mientras que la mayoría de los familiares de fallecidos, los sobrevivientes y los damnificados no lo hicieron, e incluso se opusieron a la construcción de un memorial en el lugar del hecho para poder iniciar, según sus dichos, otra etapa vital (Schillagi, 2017).


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