“[Mi padre] me explicó las paradojas de Zenón: Aquiles y la tortuga, el vuelo inmóvil de la flecha, la imposibilidad del movimiento.”[1]
Borges ha observado más de una vez la observación de Coleridge respecto de que “todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos”[2]. Postulada esa genética coleridgeano-borgeana, el primero de los momentos de la inevitable disputa entre ambas cosmovisiones que se da en la filosofía occidental es incluso anterior a Aristóteles y Platón. Los antagonistas que la precursan son, en el siglo V a.C, Heráclito y Parménides, y lo hacen sobre todo en lo referido a la cuestión de la posibilidad, o no, del movimiento.
Para el primero, el logos de la realidad, su ley fundamental, consiste en un continuo devenir. Nos referimos a la concepción (extrema) de la filosofía heraclítea, trasmitida por Platón en el Cratilo, según la cual todo pasa, nada subsiste, y que puede ejemplificarse con las aguas siempre fluyentes del famoso río del fragmento 12, imagen que Borges retoma continuamente a lo largo de toda su obra:
“Para los que entran en los mismos ríos, aguas fluyen otras y otras” (B12DK).
Para el segundo, tal devenir es imposible. Parménides comienza su poema Sobre la naturaleza afirmando la realidad de aquello que es, y que es imposible que no sea, para pasar a argumentar cuáles son sus principales características: el ser es inengendrado e inmóvil. Es así en razón de que no puede cambiar, ya que eso implicaría que algo deje de ser, y que algo comience a ser, sucesos racionalmente inexplicables, y por lo tanto, imposibles. Una y la misma cosa es el objeto del pensar y del ser (B3). Podemos deducir que un mundo que no deviene es inmune a una supuesta actividad humana (que además sería imposible en el contexto de esa quietud general).
En el mundo-esfera de Parménides no habría nada que hacer, ya que rige la pura quietud. Tal vez en el mundo-río de Heráclito la humana intervención podría tomar un mayor protagonismo…
¿En cuál lugar se ubicaría Borges en esta secular dicotomía? En los dos[3]. Aunque creemos que el modo en que Borges es aristotélico y platónico a la vez no es el mismo. Decimos que el pensamiento de Borges se basa desde el primer libro de sus ensayos de madurez, Discusión, en una creencia filosófica profunda en la tesis parmenídea de la inmovilidad, tal como lo atestigua su continuo interés por las aporías eleáticas acerca del movimiento (en particular por la “inmortal” paradoja de Aquiles y la tortuga), y por la metáfora del mundo como una esfera inmóvil (en su principal compendio de ensayos: Otras inquisiciones)[4].
¿Dónde está entonces el otro Borges, el que fluye con las aguas del río de Heráclito? Creemos que está en sus cuentos, el género que comenzó a abordar en último término en su biografía literaria, a diferencia de la poesía y la ensayística que lo acompañan desde el comienzo de su destino literario (la poesía hasta el final, la ensayística metamorfoseada en las innumerables conferencias del Borges de vejez, ciego y oral).
La hipótesis de lectura que nos proponemos perseguir en las Partes 1 y 2 consiste en leer algunos de sus cuentos viéndolos como una serie de ataques a la inmortal paradoja por diferentes flancos posibles, como la continua búsqueda de un impulso que lo arroje a un imposible, pero anhelado, movimiento. Como Aquiles, Borges sería un perseguidor incansable de una tortuga inalcanzable. En su caso, de argumentos, de narraciones, de “argumentos narrativos” que nos muestren el dinamismo de que el mundo y el hombre son capaces. Paradójicamente, muchos de sus personajes, y él mismo es uno de ellos, suelen terminar en la más absoluta quietud.
Trataremos, entonces, de recorrer, a lo largo de algunos cuentos, ciertas formas que ha adoptado este intento borgeano de alcanzar el (inalcanzable) movimiento. Primero expondremos los “axiomas parmenídeos” que funcionarían como premisas del pensamiento filosófico borgeano. Y luego rastrearemos algunos de los muchos intentos narrativos de derrumbar esa rigidez eleática, tratando de señalar cómo fracasan, no haciendo más que consolidar la quietud de esa esfera inmóvil que es, a su pesar, el mundo borgeano.
- BORGES, Jorge L. – DI GIOVANNI, Norman T. Autobiografía 1899 – 1970, El Ateneo, Buenos Aires, 1999, traducción de Marcial Souto y N. T. di Giovanni.↵
- “El ruiseñor de Keats” y “De las alegorías a las novelas” (ambos en OI), “Deutsches requiem” (en A).↵
- BORGES, Jorge L. – FERRARI, Osvaldo. En diálogo I, Sudamericana, Buenos Aires, 1988 (“Platón y Aristóteles”).↵
- “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga” y “Avatares de la tortuga” (D). “La esfera de Pascal” y “Pascal” (OI).↵