Otras publicaciones:

12-3046t

DT_Roudinesco_Dagfal_13x20_OK

Otras publicaciones:

9789877230581-tapa

9789871867103_frontcover

El jardín, o sea La Biblioteca

El tiempo ramificado en el cual tienen cabida todos los hechos posibles, de modo que deja de tener validez el principio fundamental de la lógica, el principio de no contradicción, ya que puede decirse que el hecho A es “contemporáneo” de no-A, ese tiempo, decíamos, tiene su análogo espacial en “La Biblioteca de Babel”, el infinito ámbito que contiene los libros en los que todos esos hechos están descritos. Con Leibniz, para Borges en Dios está la totalidad de los mundos posibles. Contra Leibniz (y con Spinoza), esa plenitud no está en un Dios personal que “concibe” esos mundos y “elige”, mediante un acto de su voluntad, el mejor de ellos. “Dios” es sólo un nombre, el nombre del conjunto de las cosas que son, serán y han sido. “Dios” es esa plenitud. Dios o el Universo o el Jardín o la Biblioteca… es la totalidad de las posibilidades que ofrece la realidad.

Señalamos que en “El jardín” había un supuesto (o requerimiento) que debe ser explicitado: si hablamos de hechos o eventos o sucesos, estos serán avatares que le suceden a alguien. La infinita variedad de las combinaciones eventuales deberían ocurrirle a una cosa (una persona por ejemplo) que se mantenga invariable (como una letra o un átomo) a través de los diferentes estados posibles de cosas que conformarán un mundo.

Si hablamos de los libros que “expresan” esos hechos en una especie de atributo paralelo (como lo son la extensión y el pensamiento para Spinoza)[1], deberemos partir también de ciertos átomos (las 22 letras, el espacio, la coma y el punto), las “premisas incontrovertibles” que nos permitirán construir la descripción de todos los hechos posibles del mundo. En los anaqueles de la Biblioteca total todo es, bajo la especie de la eternidad, al mismo tiempo.

Si queremos ver la “película” de estos hechos eternos, dinamizarlos, es válida la postulación de un tiempo sucesivo, pero bifurcado en tiempos “divergentes, convergentes y paralelos”, según los hechos que los “llenen”. Acá debe distinguirse, creemos, entre un tiempo formal, universal, continente de todos los otros tiempos, y unos tiempos vistos desde los eventos que en él se suceden, y que llenan de contenido esa forma.

Pensamos que los diferentes senderos o tiempos que se superponen, divergen y convergen, formando la trama total de los mundos posibles, transcurren a través de un tiempo único y lineal que los contiene, y que no necesita de sucesos, eventos, de mundos, en definitiva, para existir. Esta postulación de un tiempo “objetivo”, que puede prescindir de los contenidos que en él se suceden, creemos que es compatible con las ideas borgeanas de los cuentos que estamos exponiendo. Sin embargo, es más comprensible en el caso de “La Biblioteca de Babel”, donde la escritura que expresa esos mundos posibles, recogida en los libros, nos permite “fijar” esos mundos en un relato, y ubicar todos los sucesos y conjuntos de sucesos posibles en un solo tiempo omni-comprensivo.

Es legítimo hablar de una “historia de la eternidad”, ya que la eternidad no está fuera del tiempo. Es cierto que el relato de la historia de alguna determinada eternidad (una Idea platónica, por ejemplo) será bastante monótona. Una comparación: La historia de un objeto eterno es analogable a un filme constituido exclusivamente por una fotografía. La historia de la estática foto “durará” lo que dure la película. Así, podríamos estar una hora y media contemplando el objeto único historiado. Nada cambiará en ese lapso de tiempo, pero el tiempo no dejará de transcurrir aunque nada transcurra por él. En todo caso, no será el transcurrir del que nos habla nuestro platónico sentido común, un curso dinámico que inevitablemente corromperá a la cosa que dura, que sólo puede ser fijada en un Arquetipo incorruptible, pero ubicado en una dimensión extra-temporal[2]. El transcurrir que supone Borges, creemos, incluye la posibilidad de que lo eterno “dure”. La intuición básica que debe ser tenida en cuenta para sostener esta temporalidad puede formularse como: Todo lo que es, es en el tiempo. Nada hay fuera del tiempo. Lo eterno es lo que dura todo el tiempo. En este marco, la expresión “historia de la eternidad” adquiere sentido.

Borges ha señalado en “La Biblioteca Total” el atomismo que subyace a la idea de la Biblioteca. En Babel, los átomos son las letras. En “El jardín”, son los problemáticos sujetos humanos. La combinación de letras compone libros posibles. La de sujetos, compone sucesos, eventos o mundos posibles. Se puede objetar que el mundo natural “puro” (en el sentido de carente de sujetos humanos) también tiene variaciones posibles (en un sendero dos nubes chocan y truenan, en otro no se tocan, en otro llueven). Creemos que la presencia o ausencia de seres humanos no invalida la cosmología borgeana, como se muestra en “La Biblioteca de Babel”, donde los únicos humanos mencionados son los bibliotecarios, empleados innecesarios en un ámbito regido por un “logos” autosuficiente: el sistema de la Biblioteca.

“El jardín” es, en este aspecto, menos completo que su paralela Biblioteca, ya que aspira a ejemplificar dinámicamente un sistema que ya fue expuesto en el cuento anterior en su aspecto lógico. “La Biblioteca de Babel” presenta un sistema lógico, con fisuras sin duda (la más crucial de las cuales es la paradoja de Cantor, que invalida la noción de conjunto de todos los conjuntos que parecería convenir a La Biblioteca), pero con pretensiones omniexplicativas. Podemos deducir de él, el Universo. El cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, como su homónima novela, es de imposible ejecución para cualquier ser humano (sea real o potencial, sea Borges o Ts’ui Pen). Podemos solamente inducir a partir de él, la existencia real, actual, de los tímidamente llamados por la tradición filosófica “mundos posibles”.

Retomando: ¿Cuál es el concepto de identidad personal que permite sustentar la atribución de existencia o inexistencia de un sujeto en un mundo posible? En “De alguien a nadie” Borges ha señalado que ser algo es renunciar a ser casi todo. En “El inmortal”, que ser todo es renunciar a ser algo. Y ser todo implica ó dejar de ser (cosa que Borges denuncia como la falacia de magnificación a la nada), ó ser actor (pero no en sentido ético, sino estético-teatral, como hemos sugerido). “El jardín” muestra que cada átomo humano es intercambiable, combinable con otros, de modo que cada combinación constituirá un mundo posible.

¿Podemos tener conciencia de nuestra pertenencia a esos múltiples órdenes? “Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez” (“Historia de la eternidad” III). El reconocimiento de que ciertos hechos pasados son propios constituye la identidad. Aunque la memoria requiere olvido, ya que recordar demasiado podría anular la misma condición de agente protagonista de acciones personales[3].  Pero no recordar nuestra pertenencia a otro mundo (si bien esta no se daría en un pasado, sino en un “presente paralelo”) parece ser un olvido demasiado importante como para no afantasmarnos. Ahora, si recordáramos todos nuestros avatares en los infinitos mundos posibles, la memoria de cada uno de nosotros sería la misma. Todos habríamos actuado al menos una vez cada rol posible (“postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposi­ble es no componer, siquiera una vez, la Odisea”, “El inmortal” IV).

La salida a esta asfixiante hipótesis podría ser la muerte. Al dejar de actuar, dejo de sumar predicados y evito el peligro de la infinitud (concepto más corruptor que el “Mal, cuyo limitado imperio es la ética”). La muerte puede funcionar como principio de individuación. La vida, para tener sentido, requiere “desprenderse” del tiempo (o de la variedad, porque el tiempo es inseparable de todo lo que es). La perpetuación de la vida no tiene sentido, ya que no individualiza a un alguien capaz de admitir ciertos predicados y rechazar otros. En diversos lugares de la obra de Borges, dada la realización de un hecho capital (elogiable o vergonzoso, pero capaz de definir una vida, de individualizarla), debe seguirse la muerte.

Johannes Dalhmann (“El sur”) se define como un valiente en el anteúltimo instante de su vida, antes de ser inevitablemente acuchillado por un desconocido en un duelo absurdo por unas migas de pan. Tadeo Isidoro Cruz, a quien “esperaba, secreta en el porvenir, una lú­cida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin escu­chó su nombre.”, podría haber terminado igual, ya que: “Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho […] un acto de esa noche […] Cualquier destino […] consta en realidad de un sólo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

Hay que considerar que esa perpetuación de la que hablamos no es en un tiempo lineal único, sino una “perpetuación paralela”, en otros tiempos lineales contemporáneos. Deberíamos, en rigor, morir (o no nacer) en todos esos otros tiempos menos en uno, y morir en ese único tiempo que nos corresponda. No parece posible… Tal vez el “átomo humano” es un mero nombre propio de cualquier conjunto de propiedades, como paralelamente en Babel “biblioteca” es “ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales” o “pan” o “pirámide” o lo que sea. Una curiosa “etimología espacial”, con harto previsibles transformaciones del sentido de las palabras a lo largo del espacio: todas significan todo[4].

Tras esbozar esta larga cadena de sinonimias prometida entre la esfera parmenídea, el Dios de Spinoza, La Biblioteca borgeana, el Universo, la Naturaleza (vista desde sus dos orillas), y El jardín de tiempo, propondremos, a modo de conclusión (abierta), una última sinonimia de cuño personal.

Previamente ensayaremos una posible aplicación de estas confusiones metonímicas sobre el cuento “Tres versiones de Judas”, donde ciertos procedimientos (tales como la metonimia, la contradicción, el humor, la ironía, la “confusión”) son puestos al servicio de tematizaciones frecuentes en el sistema de los textos del autor, acerca de la identidad personal. Dicho tema insiste en las tramas borgeanas, donde suele ser enfocado desde cierta indiferenciación entre los personajes (los “otros” aparecen como “sí mismos”, los “átomos” humanos o “mónadas borgeanas” son intercambiables), con una consecuente disolución de la personalidad individual o del sujeto (en términos filosóficos), o confusión de personajes (en términos mas literarios).


  1. Lo podríamos llamar “el atributo escritura”.
  2. Tal vez se acerque al de “Heráclito de Éfeso, que ´comprendemos´ a través de Bergson” (en la reseña de “Die vorsokratiker, de Wilhelm Capelle” publicada el 29 de abril de 1938 en la Revista “El Hogar”). Aunque Bergson criticaría, con un argumento similar al de su refutación de las paradojas de Zenón, el símil con el cinematógrafo, en el cual vería otro caso de espacialización del tiempo, ya que los fotogramas no son más que cortes discretos que de algún modo falsean la duración real, siempre fluyente, en la que transcurre la vida. Sin embargo, creemos que esos infinitos instantes del proceso de la vida (o mejor, esos infinitos cambios que ocurren en ese tiempo no fragmentado que es la duración, en la cual transcurre la continua creación de novedades que procesa la vida) no escapan de la mirada omnisciente de Dios, por ejemplo del cristiano: “El universo requiere la eternidad. Los teólo­gos no ignoran que si la atención del Señor se desviara un sólo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz. Por eso afirman que la conservación de este mundo es una perpetua creación y que los verbos conservar y crear, tan enemistados aquí, son sinónimos en el Cielo.” (“Los teólogos”, en A).
  3. Tal como le ocurre a Funes, el memorioso. Como señala Adriana González Navarro (2007), en “Memoria y creación en Materia y memoria de Henri Bergson”, el primer efecto de esa particular memoria “es el de tener unas imágenes-recuerdos que no se encarnan en acciones”. Funes en verdad parece ser una “máquina de percibir” (Nuño, o.c., p. 102, lo rebautiza como “Funes, el perceptivo”), tan tullida como la máquina de pensar de Lulio, pero también como esa “máquina de no percibir” de “Los inmortales” (en CBD) donde Guillermo Blake “le hace un hijito a una puestera para que éste contemple la realidad”. En base a “las abstrusidades de ese griego, Platón, y a los más recientes tanteos de la medicina quirúrgica” razona que “los cinco sentidos del cuerpo humano obstruyen o deforman la captación de la realidad y que, si nos liberáramos de ellos, la veríamos como es, infinita”. Así, “anestesiarlo para siempre, dejarlo ciego y sordomudo, emanciparlo del olfato y del gusto, fueron sus primeros cuidados”.
  4. No tan distinta de su versión temporal: “Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo. Dadas tales transformaciones, que pueden lindar con lo paradóji­co, de nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el origen de una pala­bra. Saber que cálculo, en latín, quiere decir pie­drita y que los pitagóricos las usaron antes de la invención de los números, no nos permite domi­nar los arcanos del álgebra; saber que hipócrita era actor, y persona, máscara, no es un instrumento valioso para el estudio de la ética.” (“Sobre los clásicos”, en OI)


Deja un comentario