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El jardín de senderos que se bifurcan

Dejando a un lado la circunstancia histórica en la que Borges envuelve a los personajes humanos del cuento (una persecución entre espías durante la Primera Guerra Mundial), la descripción central de la novela, que es el “personaje” principal del cuento de Borges, se encuentra en el siguiente pasaje:

“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pen, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.”[1]

Borges destaca que el autor de (la novela) El jardín de senderos que se bifurcan, crea los diversos (los infinitos) tiempos, circunstancias y avatares que vivirán los protagonistas de la misma. Es claro que para un hacedor humano dicha tarea es imposible, ya que el “personaje” principal de la novela de Ts’ui Pen es el tiempo mismo, el cual preexiste a cualquier actividad humana, siendo su condición de posibilidad. Pero podríamos pensar en un hacedor divino, que cree un tiempo infinito que contenga a los infinitos tiempos que se bifurcan, que más propiamente serían entonces eventos, o sucesos, que se bifurcan, y que suponen (o requieren) actores a quienes les sucedan.

Sin embargo la tarea de crear esos mundos posibles también es imposible para un Dios. En el más famoso divulgador de esta noción, Leibniz, la actividad fundamental de Dios respecto de todos los mundos posibles es más cognitiva que creativa. Esos mundos son conocidos por Dios, que, luego de una rara deliberación moral, elige efectivizar el mejor de ellos: aquel donde la cantidad de mal sea la menor posible. Pero el uso borgeano de la noción de mundos posibles es absolutamente “hospitalario”, ya que “opta -simultáneamente- por todas” las alternativas.

Surge aquí la pregunta por la identidad de aquellos individuos a los que les suceden las infinitas variedades de eventos lógicamente posibles. Creemos que la respuesta es la esbozada en “El inmortal” IV: la identidad personal se disuelve, ya que “en un plazo infinito, le ocurren a todo hombre todas las cosas.” De esa premisa general, se deducen precisamente los sucesos de la “húmeda” vida de Stephen Albert y Ts’ui Pen (y de todos nosotros):

“Me pareció que el húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas eran Albert y yo, secretos, atareados y multiformes en otras dimen­siones de tiempo.”

Desde el punto de vista lógico, no hay contradicciones en la novela (o en la realidad), porque, en última instancia, las cosas contradictorias (o las proposiciones que las describen) que podrían sucederle a los diferentes agentes o pacientes de los sucesos posibles del mundo, le suceden a un sujeto cuya identidad personal se ha debilitado notoriamente. Puede decirse que más que “actores éticos”, libres para deliberar y elegir un rumbo definido de acción (lo que nos definirá como sujetos morales), somos “actores estéticos” (o inmorales), y podemos ser así, sin contradicción, hombres piadosos en una de las novelas que nos toca actuar, y hombres impiadosos en el siguiente (o simultáneo) guión que nos toque. (Estos actores inmorales parece que siempre obtendrán una segunda oportunidad para rectificar el rumbo de una mala acción, aunque en este contexto sea más propiamente una simultánea oportunidad, y, más rigurosamente, infinitas simultáneas oportunidades, lo cual anula la posibilidad de juzgar moralmente esa ramificada acción.)

Los roles que así jugamos nos asemejan a los elementos que entran en el juego combinatorio de las variaciones con repetición mencionadas en la lógica de La Biblioteca. No hay un sujeto-autor de esos roles o guiones. La plenitud, que ya está dada o “jugada” en la realidad a partir de las variaciones de sus elementos (las 22 letras por ejemplo, o los “atareados” sujetos humanos), reduce a todo supuesto artista, artesano o artífice a jugadores pasivos. Nada nuevo está donando o aportando a un mundo que ya está lleno, quien “suma” a los anaqueles de la biblioteca total la pobre artesanía de algunos de sus libros, con sus indiferentes combinaciones de letras. Combinaciones que (análogamente a las de los hombres y sus aventuras y roles intercambiables e intercambiados en todas las variaciones posibles, que los “anulan o afantasman” en los senderos del jardín) ya son a priori de su humana ejecución en palabras o actos[2].

Citamos un párrafo en el que Stephen Albert habla de Ts’ui Pen (o en el que Borges habla de sí mismo, no en vano la novela de Ts’ui Pen, el cuento de Borges, y el libro que recoge ese cuento, llevan el mismo nombre) destacando la intención filosófica de su novela:

“No creo que su ilustre antepasado jugara ociosamente a las variaciones. No juzgo verosímil que sacrificara trece años a la infinita ejecución de un experimento retórico. En su país, la novela es un género subalterno; en aquel tiempo era un género despreciable. Ts’ui Pen fue un novelista genial, pero también fue un hombre de letras que sin duda no se consideró un mero novelista. El testimonio de sus contemporáneos proclama -y harto lo confirma su vida- sus aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela.”

Borges señala que la frase varios porvenires (no a todos) me sugirió la imagen de la bifurca­ción en el tiempo, no en el espacio.” El lugar en que Borges expone, a nuestro juicio, la misma idea de plenitud, de totalidad, pero ya no bajo el aspecto de la temporalidad, sino el de la espacialidad es “La Biblioteca de Babel”. Stephen Albert concluye que “El jardín de sen­deros que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo”… Que otros llaman la Biblioteca, se podría agregar para conectar con el texto central que, a nuestro juicio, muestra de forma completa la cosmovisión borgeana.


  1. Un primer paralelismo en cuanto a la “inspiración”: así como vimos que “La Biblioteca” tiene un claro antecedente en el cuento de Kurd Lasswitz, “La Biblioteca Universal”, “El Jardín” lo tiene en la novela de Olaf Stapledon, Star Maker: “En un cosmos inconcebiblemente complejo, cada vez que las criaturas se enfrentaban con diversas alternativas, no elegían una sino todas, creando de este modo muchas historias universales del cosmos. Ya que en ese mundo había muchas criaturas y que cada una de ellas estaba continuamente ante muchas alternativas, las combinaciones de esos procesos eran innumerables y a cada instante ese universo se ramificaba infinitamente en otros universos, y estos en otros a su vez”.
  2. Dejamos abierta la posibilidad de indagar en las posibles repercusiones “est-éticas” que se siguen de la/s clave/s filosóficas propuestas, previa delimitación y justificación de un campo (borgeano) de hechos u objetos atravesados indiscerniblemente por valoraciones tanto éticas como estéticas, o sea, “hechos u objetos est-éticos”.


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