Martes 16 de Abril de 1907
DEL GENERAL MANSILLA
PÁGINAS BREVES
París, marzo 21.
El libro del general Kuropatkine[1] continúa siendo, dentro y fuera de Rusia, materia de largos y diversos comentarios.
Algunos de los atacados, censurados mejor dicho, como el general Bilderling[2], le ha recordado a Kuropatkine que Turena, cuando ganaba una batalla, pasaba este parte: “Hemos vencido”; y cuando la perdía este otro: “He sido derrotado”.
Parece que de este libro solo han sido impresos unos quinientos ejemplares (son 4 volúmenes), que Kuropatkine ha distribuido entre sus amigos y relaciones.
En una interview[3] que ha tenido con un corresponsal del “Journal[4]”, que estuvo ya en Manchuria cuando la guerra y que trató allí de cerca al general, quéjase éste de las incorrecciones, inexactitudes y hasta mentiras en que han incurrido los traductores de los capítulos truncos comunicados a la prensa internacional, no se sabe por quién.
“En mis conclusiones generales”, ha dicho el general al referido corresponsal, “he indicado con una sinceridad completa que en suma hemos dispuesto de excelentes combatientes que no tenían miedo de morir (sic). Y esto es, desde luego, lo que importa. Al lado de esta virtud principal todas nuestras otras debilidades son secundarias. Pero para mejorarnos, para curarnos de estas debilidades, es menester que nos las confesemos a nosotros mismos, con una franqueza extrema y sin rubor, pues desde el momento que somos bravos, todo el resto puede repararse. He concluido mi obra con esta sentencia: La Fuerza está en la Verdad”.
Continua el general y dice: “No podremos nunca marchar adelante mientras no hayamos analizado metódicamente nuestros defectos. Porque (llamo yo hacia esto la atención), porque estos defectos que hemos hecho ver en Manchuria son los mismos que ya disminuían nuestras fuerzas en Plewna, los mismos que nos debilitaban en Sebastopol, en Alma, etc.”.
Curioso que este ejército ruso, que no teme la muerte (de todos o, casi todos se dice lo mismo, olvidando que el valor colectivo es la disciplina en su más alta acepción), curioso que este ejército ruso resulte un siglo después con los mismos defectos que tenía cuando Joseph de Maistre escribía allá por 1812, carteándose con el conde de Blacas[5].
En un artículo (II de Ernest Daudet[6]) titulado “Lettres inédites de Joseph de Maistre” interesantísimo en todos sentidos (políticos, literarios, teológicos), que he leído anoche (“Revue des Deux Mondes[7]” del 1º de marzo de 1907), hay estas frases:
“…Nada nuevo aquí después de la última mía que ha recibido Ud. excepto las victorias del conde Koutousoff[8], que ha maniobrado divinamente contra los turbantes (la Rusia estaba en guerra con la Turquía)… En fin, yo cuento con el fin próximo de esta guerra… ¿Qué sucederá en seguida? (Napoleón es la gran preocupación). No lo sé, y nada deseo porque no tengo razones decisivas para desear. Los ejércitos son en verdad magníficos, la artillería numerosa y admirable, etc.
He ahí la materia, pero ¿dónde está el alma? El espíritu de infidelidad, de robo y de despilfarro, innato en la nación, no está del todo debilitado y sigue su camino. El emperador lo sabe: cree más todavía, cree no tener generales, aunque, sobre este punto, sea menester resolverse a tantear, puesto que, si no se hace la guerra, o ¿cómo tener generales y cómo saber que uno los tiene?
Para lo que sigue, que como todo lo del vigoroso de Maistre contiene fondo profundo, observaciones, juicios, máximas, todo ello muy personal, hay que ocurrir a la “Revue” ya recomendada.
Ante estos testimonios distantes y distintos –y en mucha parte idénticos– una reflexión se presenta a mi espíritu: estas naciones que se extienden y se extienden como pulpos colosales devorando cuanto los rodea, insaciables en su apetito, coterráneo de expansión absorbente, ¿son susceptibles de disciplina moral en el orden administrativo?
Vengo del boulevard Saint Germain. He oído a Jules Lemaître[9] por la 8º vez[10]. Se ha sobrepujado a sí mismo con un éxito, que no puedo decir inesperado, pero que ha producido un efecto arrebatador en el auditorio.
El tema era “El contrato social”[11] (estéril o ingrato tema) y como apéndice “La profesión de fe del vicario saboyardo”[12] (algo que reconcilia con el sofista después de lo otro). No se puede, no puedo yo, ni epilogando, dar de esta conferencia sino mi sensación. Ha sido tan cerrada la argumentación, tan sostenido y prolijo el análisis antecedente, que solo la lectura “in extenso” les hará ver a ustedes, pacientes lectores, cómo es que Juan Jacobo Rousseau puede ser llamado el padre de la Revolución, que decapitó reyes, reinas, mujeres del pueblo y á sus mismos verdugos.
Entre paréntesis, haré notar que el señor de Voltaire queda muy mal parado al lado de su émulo en cierto sentido; porque de éste puede decirse, y no de aquel, que si hubiera muerto a la edad del autor del “Diccionario filosófico” habría sido abjurando errores, horrorizado de la devastación de su obra, en una palabra, con el confesor a la cabecera, besando la tétrica faz del Redentor en un crucifijo.
En “El Vicario Saboyardo”, en efecto, no es el eudemonismo su profesión de fe. ¡No! La conciencia le atormenta, cree, y así en un espasmo o arrebato exclama con elocuencia:
“¡Conciencia! ¡Conciencia! Instinto divino, voz inmortal y celeste, “guía seguro” de un ser ignorante y limitado, pero inteligente y libre; ¡juez infalible del bien y del mal, que haces al hombre semejante a Dios! Tú eres la que constituye la excelencia de su naturaleza y la moralidad de sus acciones; sin ti, nada siento en mí que me alce sobre los animales, sino el triste privilegio de extraviarme de errores en errores mediante un entendimiento sin regla y una razón sin principio”.
Y después dirá, él, el mismo, el que ha escrito lo que ya leyeron ustedes sobre la “religión civil y la horca para los que llegaren á ofenderla” (habló de ello Lemaître) y después dirá:
“Por los principios, la filosofía no puede hacer ningún bien que la “religión” no haga mejor, y la religión hace muchos que la filosofía no podría hacer…”.
Y así, prefiere el “fanatismo” de cualquier religión a la carencia de una religión.
Jules Lemaitre ha hecho notar muy oportunamente que no es Joseph de Maistre el que eso ha escrito (lo del fanatismo que es una larga tirada), sino Rousseau; y para completar esta parte del cuadro de la evolución incoherente parecida a la apostasía inconsciente de una conciencia mortificada, descarriada por las contradicciones constantes y la embriaguez de la frase que vengo haciendo constar, cuenta:
“Ya en 1755, creo, en una cena en casa de mademoiselle Quinault[13] referida por madame d’ Epinay[14], que a ella asistía, indignado Juan Jacobo por la “impiedad” de las conversaciones, había exclamado levantándose de la mesa: “Sí, es una cobardía tolerar que se hable mal de un amigo ausente, es un crimen sufrir que se hable mal de su Dios, que está presente; y yo, señores, yo creo en Dios… me voy si decís una palabra más”.
Todavía, añadió: “Yo no puedo sufrir esta rabia de destruir sin edificar… Por otra parte la idea de Dios es necesaria para la felicidad, y yo quiero que vosotros seáis felices”.
Dos conferencias más y Jules Lemaitre habrá acabado de decir lo que le falta sobre el pobre Juan Jacobo, no poco desmenuzado ya, y valiéndome de sus propias expresiones, solo escuchará la piedad para terminar tan curioso y extraordinario retrato, lleno de perfiles los unos, tan simpáticos como los otros son antipáticos; todos ellos, empero, característicos en su complexidad y complicaciones psíquico-fisiológicas del medio loco intelectual, con ribetes de apóstol o de maestro de una nueva escuela político-literaria con la guillotina a un lado y el romanticismo transfigurado entre nimbos espiritualistas del otro, ¡qué sarcasmo!
Una palabra todavía sobre esta conferencia y concluyo:
A los que pretenden que Rousseau era republicano les diré: que en el Contrato Social escribe que el gobierno democrático, en general, conviene a los “pequeños estados, el aristocrático a los “medianos” y el monárquico a los “grandes”. Agrega que no hay gobierno tan sujeto a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático o popular. Pensaba que los dioses solo podían vivir en una república. Se ve, pues, que esta (¡la república!) representaba para él un ideal tan elevado y tan remoto que nadie podía alcanzarlo. Y no aceptaba la monarquía puesto que afirmaba con autoridad que los dos objetos principales de todo sistema de educación debían ser la libertad y la igualdad. Todo resulta así un embolismo en este especulador de teorías que es difícil afirmar que él es el padre de la democracia moderna. Ni la ha deseado ni la ha defendido; la habría asustado.
En Ginebra mismo lo que admira es un orden de cosas híbrido: la preponderancia de la clase media, es decir, de la burguesía; los pobres, esos que se las compongan como puedan.
Lean ustedes y no se rían porque “todo podría ser”, como dice Cervantes hablando de la humana fragilidad en “El curioso impertinente”.
Es Mark Twain el que habla, en tono joco-serio, como siempre, y dice en la “North American Review[15]” bajo el epígrafe “The Coming American Monarchy” (es decir, la “futura monarquía americana”), entre otras esta, haciendo una profecía:
“Siendo la naturaleza humana lo que es, supongo que debemos esperar el acontecimiento de un régimen absolutamente monárquico”.
(Y cómo no, yo de los Estados Unidos todo lo espero, y tanto más lo espero cuanto que su constitución comienza a ser inadecuada para tanta virtud; a punto que si Washington y Franklin salieran de sus tumbas, y vieran, se restregarían los ojos creyendo ver al través de espesas telarañas).
“Es, continúa, un triste pensamiento, pero ¡cómo cambiar nuestra naturaleza! En nuestra sangre y en nuestros huesos llevamos el germen inveterado de donde nacen las monarquías y las autocracias: el culto de todas las frivolidades, de los títulos, de las distinciones, del poder…”.
Siguiendo, agrega: “En América nos burlamos públicamente de los títulos de los privilegios hereditarios; pero en privado el cantar es otro. Y siempre que la ocasión se presenta los adquirimos mediante dinero sonante y en cambio de nuestros hijos”.
Finalmente, y aduciendo algunas otras reflexiones razonadas, termina así: “la idea republicana está bien enferma en los Estados Unidos; por consecuencia, circunstancias inevitables con las que debemos contar harán que todo se concentre en las manos de un gobierno central”. (¿Y por qué no? Roma pasó por crisis y mutaciones que solo sorprendieron a los que creen en lo inmutable. Y en la evolución transformista de la humanidad ¿es acaso inadmisible como inverosímil la república universal confederada, y en Estados Unidos la monarquía imperialista?)
Que habrá que esperar no cabe duda, (y no poco “a good while yate” como dice Mark Twain); pero estas esperas son breves espacios de tiempo en la eternidad.
Si Solano López[16] hubiera vencido a la triple alianza el Paraguay habría tenido su testa coronada con Madama Lynch de favorita, y el transparente y sencillo blanco tipoi habría sido reemplazado por el pesado vestido de cola bordado de realce, y con los generales como Duarte, Estigarribia y otros se habrían hecho príncipes y grandes dignatarios, a lo Murat, y el tiempo y el uso los habría pulidos hasta hacerles perder el último pelo de la dehesa, y muchas cosas más se habrían visto, que la victoria está siempre preñada de sorpresas maravillosas.
Archibald R. Colquhoun[17] publica en el “Monthly Review[18]” un artículo interesantísimo sobre el Japón, y al hablar del patriotismo de este pueblo singular, bajo tantos aspectos, hace notar que “patriotismo” es una palabra que en Occidente no implica sino inadecuadamente lo que en la mente japonesa significa.
Efectivamente, para nosotros, patriotismo es según la definición del diccionario (me parece menos expuesto atenerme a ella que a una de mi cosecha) y es, lo que no dice mucho, el “amor a la patria”. De donde fluye que es un afecto (más o menos intenso) por el lugar, ciudad o país en que se ha nacido. Sutilizando excesivamente o alambicando se puede pues llegar a la conclusión que siendo cuestión de poco más o menos, y admitiendo que en ese sentimiento se contenga una virtud, hay también que admitir la existencia de gente sin pizca de patriotismo, lo cual no implica que no se tenga patria; lo mismo que el hecho de ser un “sin patria” solo significa ignorar dónde se nació.
Según el concepto japonés, patriotismo significa: reconocer la existencia de un poder supremo que fiscaliza todos los negocios humanos, la práctica de ciertos ritos –rezos y oraciones– y la conformidad con ciertas reglas de la vida.
Patriotismo significa lealtad, no sentido limitado alguno, respecto de la familia (muertos y vivos), de la tribu o de la comunidad, y del Estado constituyendo éste la familia mayor. Abarca una serie de obligaciones que son un código de moral no escrito, pero ineludible. Implica aquiescencia, en el orden ético, a dicho código, sin lo cual las acciones no podrán ser para el ciudadano ni para el Estado, del que ese ciudadano es una unidad, actos provechosos.
Todo esto se enseña en la familia, en la escuela, y así resulta que patriotismo y religión son sinónimos, y que no hay límite para el sacrificio ante lo que se llama por otros pueblos amor a la patria.
El autor citado al comienzo de este suelto dice: que el espíritu individualista está ya minando las viejas convicciones y creencias.
Si así fuera y en tanto que individualismo sea lo que se opone a colectivismo, a socialismo, a comunismo, y por más que sea muy difícil de fijar los límites del individualismo, ustedes resolverán si hay que lamentar lo que está pasando en el Japón.
Una buena noticia para los aficionados a la lectura amena e instructiva será ésta: el autor más esparcido, más popular, en Francia y en el extranjero, va a tener su monumento literario. Vale decir que la casa A. le Vasseur mediante un esfuerzo gigantesco ha reunido en sesenta volúmenes ilustrados todas las novelas, viajes y cuentos de Alejandro Dumas padre.
Este conjunto de 60 volúmenes representa cuarenta años de la vida de Dumas, el más potente y el más vulgarizador que exista. De él decía Michelet[19]: “es una fuerza de la naturaleza”. Para mí tiene una virtud: todo el mundo lo puede leer con encanto; el viejo y el joven, el rico y el pobre de ambos sexos.
Estas 269 obras que son las que se contienen con 2.100 dibujos en los 60 volúmenes de la nueva edición están al alcance de todos los bolsillos. Mediante veinte céntimos de franco por día, se pueden adquirir, con ítem más un armario de dos metros de alto, gratuito, proporcionado a sus dimensiones. Me ha hecho olvidar tantos malos ratos el célebre novelista, que con esta corta noticia pago débil tributo a su memoria.
Si se sienten ustedes incitados por ella y quieren tratar directamente (aunque no se los aconsejo) pueden dirigirse a la “Librairie des Collections” 27 Rue Taibout.
He leído con mucho gusto por venir de la tierra y por ser de Ud. lo que en “El Diario” del 15 de febrero se lee con el título “Rectificación Histórica”. Yo le habría puesto, si fuera posible sustituir las personas, “enmienda”; y no lo digo maliciosamente, para agregar: la enmienda es peor que el soneto, sino al contrario: me alegro pues de que haya usted aclarado el concepto en lo que a España se refiere.
Pero está de Dios que no ha de cumplirse el deseo del fecundo escritor, el cual no en el mencionado artículo, en carta sobre la que no me recomienda reserva, me dice: “Espero que las razones por mí expuestas en “El Diario” le han de satisfacer… como, así mismo, estoy seguro de que no será difícil para mí “armonizar” mi manera de pensar con la de Ud… el pensamiento cristiano… para ser aceptado por la sociedad actual, debe ser despojado de todo elemento místico” etc., etc.
¿Por qué no hemos de “armonizar”? Tendría que explayarme mucho. Sagaz como es y acostumbrado como está el señor Ricci[20] a penetrar en las cosas esotéricas, conténtese, y perdone el laconismo, con esta explicación: “non possumus[21]”.
Permítame también que haciendo merecido honor a su ilustración, tan vasta, le confiese que la lógica en que se apoya solo me parece relativa.
Mas baste, que así como lo que a la vez está fuera y dentro de nosotros, no se prueba sino que se siente; así también yo considero que la ciencia es impotente para demostrar “su no existencia”. De modo que si me explico muy bien que el señor Ricci crea en Dios, en cuanto a quitarle a la religión el misticismo, ¿no creen ustedes que sería quitarle su poesía? Bien entendida que yo no asimilo en gradación –como lo hace el señor Ricci en su carta–misticismo con fanatismo.
Lo hago sinónimo de éxtasis en la Fe, lo que si bien introduce el misterio en la ciencia no excluye que el alma pueda elevarse hasta la región do las visiones beatificas de la Revelación.
Otrosí digo, y concluyo con el señor Ricci: me he resuelto a ocuparme ligeramente de su rectificación, por pura deferencia personal.
Creo que los que sostienen una doctrina tienen que estar a las resultas, y que andar rectificando críticos o criticando rectificaciones, es predicar en desierto. Mejor es quizá y sin quizá, esperar el día del Juicio, aunque vaya largo, que en el famoso valle saldremos todos de dudas viéndonos las caras. Allí no habrá confusiones, ni caras con careta; cuerpos y almas se verán como fueron y no como lo pretendieron.
- Mansilla ya se ha referido a las Memorias de este general ruso en su página breve del 20 de marzo de 1907, en la que hemos consignado una nota al pie sobre su autor. Volverá a hablar de este libro en sus páginas breves del 22 de septiembre y en la del 13 de octubre, ambas de 1908.↵
- Alexandre von Bilderling (San Petersburgo, 1846–San Petersburgo, 1912), fue un militar ruso, general de la Armada Imperial Rusa que destacó por su participación en la guerra ruso-japonesa. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/309708397). ↵
- Mansilla nunca usa en estas páginas breves la palabra “entrevista” sino su equivalente inglesa.↵
- Ver nota al pie de PB.15.03.07 o índice de publicaciones periódicas.↵
- Mansilla se refiere a las Cartas a un caballero ruso sobre la Inquisición española, del conde Joseph de Maistre, escritas en 1812 y traducidas al francés en 1819, editadas en Zaragoza por Francisco Magallón. Hay una versión digital del libro original en línea: https://bvpb.mcu.es/es/consulta/registro.cmd?id=463486.↵
- Ver nota al pie de PB.27.11.06 o índice onomástico.↵
- Ver nota al pie de PB.22.05.06 o índice de publicaciones periódicas.↵
- Ver nota al pie de PB.02.03.09 o índice onomástico.↵
- Ver nota al pie de PB.27.11.06 o índice onomástico.↵
- En PB.13.03.07 hay una nota al pie sobre el libro de Lemaître que reúne las diez conferencias en torno a Rousseau. Mansilla asistió a dichas conferencias y las comenta en varias de sus páginas breves.↵
- Rousseau, Jean-Jacques. Du contrat social, ou Principes du droit politique. Francia: Amsterdam, 1762.↵
- La Profesión de fe del Vicario Saboyano (La Profession de foi du vicaire savoyard) es una parte del libro IV del famoso texto Emilio o De la educación (1762), en donde Rousseau presenta sus ideas sobre la religión, su crítica a la Iglesia como institución, su cuestionamiento del dogmatismo y de la heteronomía. Según Fernando Bahr, el Vicario parte del escepticismo para delimitar su postura religiosa y distingue con claridad dos tipos de escepticismo. El primero, es el que el Vicario llama inicialmente “escepticismo de sistema” y luego “pirronismo”, sólo puede ser aceptado, como dijimos, en tanto “crisis”; el segundo es el que llama “escepticismo involuntario”. Bahr, Fernando (2013). «Rousseau y el vicario escéptico» (PDF). El Arco y la Lira. Tensiones y Debates 1, pp.11-23.↵
- Jeanne Quinault (1699–1783) fue una actriz, “salonnière” y dramaturga francesa. Era llamada Mademoiselle Quinault la cadette (la menor) para distinguirla de su hermana mayor, Marie-Anne-Catherine Quinault, también actriz. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/19997758). ↵
- Louise Florence Pétronille Tardieu d’ Esclavelles d’Épinay (1726–1783), conocida como Madame d’ Épinay, fue una escritora y “salonnière” francesa que mantuvo relaciones sentimentales con Jean Jacques Rousseau y Frédéric-Melchior Grimm. Entre sus obras, cabe destacar: Conversations avec Emilie (1774), Mémoires et Correspondance de Mme d’Épinay, renfermant un grand nombre de lettres indites de Grimm, de Diderot, et de J.-J. Rousseau, ainsi que des details (1818), Lettres à mon fils (Ginebra, 1758) y Mes moments heureux (Ginebra, 1759). (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/51720337). ↵
- Ver nota al pie de PB.20.11.06 o índice de publicaciones periódicas. ↵
- Francisco Solano López Carrillo (Asunción, 1827–Cerro Corá, 1870) fue el segundo presidente constitucional del Paraguay entre 1862 y 1870. Fue comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y jefe supremo de la nación paraguaya durante la Guerra de la Triple Alianza. (Extractado de VIAF:
http://viaf.org/viaf/40173490). ↵ - Archibald Ross Colquhoun (1848 –1914) fue un explorador británico nombrado el primer administrador de la colonia de Rhodesia del Sur, cargo que ejerció desde octubre de 1890 hasta septiembre de 1892. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/27173915). ↵
- The Monthly Review (1749–1845) fue una revista inglesa fundada por el librero y editor Ralph Griffiths. Fue la primera revista inglesa en ofrecer reseñas de libros. El novelista irlandés Oliver Goldsmith –el autor, entre otras obras, de la novela The Vicar of Wakefield (1766), intertexto importante en la primera novela de Eduarda Mansilla, El médico de San Luis (1860)–fue uno de los colaboradores asiduos de la Monthly Review. En 1756 surge The Critical Review, que sería la competencia. (Más información de esta revista, como algunos de sus números archivados, pueden consultarse en: https://bit.ly/2DQMVqI).↵
- Jules Michelet (París, 1798–Hyères, 1874): historiador francés, autor –entre otras obras– de la célebre historia de Francia de los siglos XVII y XVIII en siete volúmenes, publicados entre 1856 y 1863: Histoire de France au XVII siècle. Histoire de France au XVIIIe siècle. (Extractado de VIAF: http://viaf.org/viaf/41844048). ↵
- Este apartado puede leerse como continuación del comentario publicado en la PB.13.02.07, en donde Mansilla alienta pero critica algunas cuestiones de los “Prolegómenos” a la Historia de Europa, publicados por el historiador italiano. Entre otras críticas, Mansilla se muestra en desacuerdo con el modo en que Ricci (hay asimismo información biográfica sobre este autor en la PB.13.02.07) trata a España: “Me duele, en verdad, que el señor Ricci padezca de la enfermedad de caerle a España con poco miramiento”.↵
- “No podemos”. ↵