A propósito de los 500 años de la Conquista del Altiplano central mesoamericano
Clementina Battcock (INAH)
1. Introducción
En el ya cercano 2021 se cumplirán 500 años de la Conquista de México-Tenochtitlan a cargo de las tropas capitaneadas por Hernán Cortés. En el terreno de los hechos, los efectos de ese acontecimiento resultaron determinantes para la historia de muchas de nuestras actuales sociedades y, en el plano del imaginario, después de la independencia los pensadores decimonónicos fabricaron sobre el espíritu de los vencidos el mito de “lo mexicano”[1].
El imperativo de construir la nación y forjar el panteón de los héroes propios echó tierra sobre la etapa novohispana, de ahí también que la visión de la conquista sea maniquea y que se considere que solo dos grupos entraron en conflicto, con exclusión de cualquier otro: los conquistadores europeos y los indígenas conquistados.
Empero, el examen de los corpus documentales de la conquista nos dice que sí hay matices y medias tintas; que los partícipes de aquel proceso eran mucho más distintos, plurales y heterogéneos entre sí de lo que suponemos, incluso dentro de su propio bando. Los “conquistadores” no eran aquella entidad homogénea y compacta de soldados en la que comúnmente solemos pensar, porque entre los castellanos y extremeños había también griegos, italianos e incluso combatientes y esclavos provenientes del África. Y, por el otro lado, en el número de guerreros mexicas habría igualmente algunos de origen distinto; no todos los nahuas estaban aliados a Tenochtitlan, sino que muchos de otros centros como Chalco, Huejotzingo, Texcoco y el afamado Tlaxcala, pasaron a ser fundamentales en el asedio final de los lagos del Altiplano.
A partir de documentos de archivo y de crónicas de tradición mesoamericana que retratan a los indígenas como protagonistas de su historia, y no como espectadores de procesos ajenos, autores como Michel Oudijk (2007), Laura Matthew (2007), Matthew Restall (2007), Robinson Herrera (2007), Florine Asselbergs (2007), entre otros, han evidenciado la gran relevancia, tanto de la participación directa de los indígenas como de la cosmovisión, las estructuras, las dinámicas y las instituciones mesoamericanas en la concreción de la conquista.
Como lo he señalado en otros trabajos, las fuentes no deben ser leídas linealmente, ni su contenido ha de tomarse al pie de la letra; es necesario asomarse entre sus líneas, rebuscar cuidadosamente entre sus pliegues para identificar las visiones del mundo, las voces lejanas que nos llegan desde el siglo XVI o XVII: las relaciones, las crónicas y las historias generales guardan un sin número de elementos entretejidos de otras fuentes más tempranas que fueron destruidas, o “interpretadas” en anales por los frailes franciscanos (con todas las limitantes culturales y riesgos anacrónicos que posee tal verbo con la dura visión escatológica de los padres seráficos). (Battcock, 2019)
2. Sobre la Conquista y sus relatos
La Conquista es un proceso de múltiples vertientes, líneas y derivaciones cuyo desentrañamiento nos puede ayudar a entender el abigarrado mosaico social de la actualidad, en el que nos resulta urgente analizar los críticos momentos sociales por los que atraviesan los Estados Nación decimonónicos para reconocerse plurinacionales, y con ello construir jurídicamente contextos políticos que ayuden a colaborar con la autodeterminación de los pueblos, el respeto a sus culturas y a sus devenires epistémicos. La reflexión sobre las representaciones históricas de sus protagonistas regularmente permite avizorar que tales retratos tienen por marco una concepción occidental del proceso bélico, algo que plantea grandes retos a los historiadores cuando se enfrentan al análisis de las narrativas.
Pero no es ése el único problema: también hay que sacar en claro las circunstancias y contextos, muchas veces oscuros y multiformes, en medio de las cuales se buscó construir un nuevo régimen político en el territorio de Anáhuac; es menester espigar en los testimonios de los hechos de armas y sondear en las intenciones de quienes registraron aquellas acciones que marcarían la desaparición de los antiguos centros gobernantes prehispánicos y el surgimiento de un crisol que se llamaría Nueva España.
No todos los relatos que refieren la Conquista de Tenochtitlan son historias, es decir, narraciones que deliberadamente recuerdan y preservan hechos pasados. De hecho, las primeras referencias a la conquista están en las Cartas de Relación que el mismo Hernán Cortés escribió al emperador Carlos V entre 1520 y 1526 para contarle aquello que estaba ocurriendo en el momento presente (2013). Y tampoco los escritos de otros tres soldados que acompañaron a Cortés y que más tarde contaron aquellos sucesos pueden llamarse historias en sentido estricto: lo que escribieron Andrés de Tapia en 1533; Bernardino Vázquez de Tapia en 1543 (1939) y Francisco de Aguilar (1980) hacia 1560 fueron “relaciones” o informes que tenían otros propósitos. Podríamos plantear que la naturaleza de este tipo de fuentes se debe a:
La redacción de relaciones y crónicas devino una forma de obtener recompensas o beneficios del favor real. De este modo, tanto particulares como miembros de las corporaciones (por ejemplo, la Iglesia) elaboraron sus historias y trataron de hacerlas llegar al soberano, manuscritas o ya impresas, como medio para destacar sus méritos personales, los de su estamento o los de sus institutos. (Battcock y Barjau, 2018, 10)
Sin embargo, sí hubo un par de historias de la conquista que se escribieron varios años después para recoger la memoria de lo acontecido desde el momento del desembarco cortesiano en 1519 hasta el derrumbamiento final del poderío mexica en 1521. La primera de ellas fue la del sacerdote Francisco López de Gómara quien en 1552 y en España publicó su Historia de las Indias y de la conquista de México (1985); Gómara construyó su relato con los informes que le dieron verbalmente el propio Hernán Cortés y otros conquistadores, y también con textos como las cartas de Cortés y la relación de Andrés Tapia. La segunda, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (2019), terminada hacia 1568, tuvo por objetivo desmentir o refutar muchas afirmaciones de la narración histórica de Gómara, que Bernal creía ser falsas o inexactas.
Con base en los textos arriba mencionados, en los siglos posteriores se elaborarían todas las historias relativas a la conquista de los dominios de México Tenochtitlan. Sin embargo, no puede decirse que con la caída de la gran capital tenochca en 1521 se hubiera terminado realmente el proceso de dominación española.
Fuera de lo que hoy es el territorio central de México, que fue el que adoptó el nombre de la Nueva España, y en territorios muy extensos y distantes, tanto al sur como al norte, había otras tierras, ocupadas por otras comunidades, grupos o etnias, a los que los españoles también trataron de someter a la soberanía de la Corona de Castilla y estas guerras de “conquista” durarían mucho más tiempo.
Solo por dar un ejemplo, en el actual estado de Yucatán, un antiguo señor llamado Ah Nakuk Pech, que al ser bautizado tomó el nombre de Pablo Pech, escribió una especie de anales intitulados Chac-Xulub-Chen (1936), que contaba la historia de lo que podríamos calificar como la conquista de Yucatán; esto es, la llegada de los españoles a la región, el principio de la colonización y la cristianización, la rebelión indígena en la península en el año de 1546 y otros varios sucesos. Su relato va de 1511 a 1560 más o menos.
Claramente, aquello que llamamos historia de la conquista ni se concluyó en un año preciso ni su relato se ha construido siempre a partir de historias -valga el pleonasmo- sino de narraciones de diferente tipo e intencionalidad en su momento y que, solo al paso del tiempo, se convertirían en fuentes.
Reconsiderar la guerra de conquista, la lucha entre los pueblos amerindios y los colonizadores europeos demanda asimismo tomar en cuenta la cosmovisión de los soldados españoles que se embarcaron en Europa rumbo a las nuevas tierras, tener en mente sus idearios y anhelos: la búsqueda de ciudades perdidas, la promesa de riquezas y la búsqueda del honor y la gloria que les permitiera incorporarse a la aristocracia dominante de las cortes europeas.
Muchos de ellos tenían la posibilidad de dejar registro escrito de sus andanzas, y no pocos también la necesidad de referirlas a sus superiores a fin de que estos les reconocieran y retribuyeran sus servicios. A estos informes inmediatos, comúnmente denominadas “relaciones”, pertenecen las primeras noticias epistolares que Hernán Cortés envió al emperador Carlos V, que no solo incluyen sus proezas, sino que inician con un sumario de las dos primeras expediciones a las costas continentales del sureste de lo que hoy llamamos Mesoamérica, emprendidas respectivamente por Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva entre 1517 y 1518.
Respecto del “espacio mesoamericano” debo hacer un pequeño paréntesis explicativo. Dicho modelo de super área cultural se creó en 1943, en una formulación teórica del estudioso alemán Paul Kirchhoff (1992). Éste propuso delimitarla a partir de la composición de las familias lingüísticas originarias y de la presencia o ausencia de determinados rasgos culturales (el cultivo de algunos frutos, las técnicas constructivas, las formas de computar el tiempo, entre otros). Aunque el modelo no ha estado exento de críticas, ha resultado sumamente útil para los especialistas, pues aporta un terreno común de diálogo en el estudio de los fenómenos humanos de estas áreas, desde los tiempos prehispánicos hasta el de las múltiples avanzadas de conquista. Pues cabe señalar que la conquista no culminó en 1521, sino que el proceso de sujeción de territorios a cargo de los europeos persistió durante dos centurias más, en cuyo transcurso se encontraron con múltiples grupos culturales de la región que tenían modos de vivir diversos.
De vuelta al proceso de conquista, diré que de las seis cartas cortesanas de relación que se conocen, me interesan particularmente las tres primeras, es decir aquellas que incluyen desde la noticia de la fundación del Ayuntamiento de la Vera Cruz, hasta las informaciones enviadas tras el colapso del orden político mexica en la Cuenca del Altiplano Central del actual país mexicano.
Es menester recordar que los soldados, vasallos de la corona de Castilla, tenían experiencia previa en la conquista y colonización de territorios americanos, pues ya habían ocupado las islas del Caribe y domeñado a sus pobladores. Con ese bagaje vivencial y lingüístico vieron y nombraron las nuevas realidades continentales que enfrentaron: los templos ceremoniales fueron denominados cúes y a los señores y líderes principales de las poblaciones se les denominó caciques.
Aparte de dar nombre a la novedad, que era una forma de apropiación, la cultura hispánica determinaba que el segundo paso era modelarla jurídicamente, con leyes y autoridades que la rigiesen en representación de su monarca. Cortés sabía algo de derecho, aprendido en sus años de bachiller en Salamanca, y por ello fundó cabildo en la costa veracruzana. Esto cumplía un triple propósito: establecía un poder en el territorio recién ocupado y que este mismo cuerpo autorizaba, primero su ruptura con la autoridad castellana radicada en la isla de Cuba; y segundo, daba su licencia para emprender el avance tierra adentro, provocando conflictos que incluso complicarían la estancia de Cortés en el Altiplano, al tener que volver a la costa a enfrentar a Pánfilo de Narváez que traía órdenes de apresarlo y llevarlo de vuelta a Cuba.
Al fundar el Ayuntamiento, Cortés no podía aguardar: deseaba enterarse de la situación política de los pueblos que iba encontrando, quería persuadirlos de hacerse sus aliados y, sobre todo, anhelaba contemplar con sus propios ojos el centro rector al que parecían responder todos los caciques: Tenochtitlan.
Las relaciones de Cortés pintan con elocuencia los escenarios y a los actores, reproducen vívidamente las batallas “justas”, hablan del asombro y las miserias de sus huestes; todo desde el punto de vista del capitán que busca realzar sus hazañas, un sujeto que transita en pos del reconocimiento de su prestigio y de la honra que a él va aparejada. Así traduce las “grandezas” de unos territorios “nuevos” que “van reconociendo y rindiendo vasallaje” a la autoridad real de la península ibérica.
Cortés espera de su emperador el justo premio a su inédito servicio, pues someter un mundo nuevo con el solo valor de su brazo amerita una muy generosa retribución: ser elevado a una dignidad señorial. El Conquistador tiene, como cabría esperar, una visión genuinamente europea, híbrida de letrado y de hombre de capa y espada, que busca herramientas dentro de su propio acervo cultural para sujetar y dominar lo desconocido y para explicar lo culturalmente intraducible.
Por otro lado, don Hernando advierte en sus escritos de manera sutil pero insistente, que no todos los grupos que ha encontrado hablaban un mismo idioma, no obstante, logra “entenderse” con ellos. Por las solas cartas uno alabaría su enorme habilidad y su gama de recursos, de no ser porque sabemos que en el discurso hay una omisión: la de Malintzin o Marina, la mujer que le fue entregada como parte de una ofrenda. Ella y Jerónimo de Aguilar fueron sus intérpretes “en cadena”: Malintzin traducía del náhuatl al maya y Aguilar vertía lo dicho en esta lengua al castellano, a fin de que lo entendiera el capitán (Townsend, 2015).
En cambio, las Cartas de Relación sí se vuelven explícitas cuando se trata de referir los pactos y alianzas de Cortés con grupos enemigos de los mexicas, que, sumados a su puñado de hombres de armas, formaron la gran hueste que logró encarar el poder de la Excan Tlatoloyan de la Cuenca de México, la famosa triple alianza –política, económica y militar- liderada por los tenochcas (Battcock, 2019). Pasajes también de gran viveza y energía son los que se dedican a la entrada de la tropa española a Tenochtitlan, al encuentro con Motecuhzoma Xocoyotzin en la calzada meridional de la ciudad y al periodo de residencia en el recinto urbano, en el que el propio Motecuhzoma, ante la formulación del “requerimiento” conquistador, entrega el reino, y su “corona”, a la sacra cesárea católica majestad de Carlos V. La última parte del drama nos conduce por el inicio del sitio, el acoso y arrinconamiento de los mexicas en Tlatelolco, antes del episodio final en la que el último Tlahtoani, Cuauhtemotzin, es apresado y conducido ante las tropas castellanas.
De sobra es sabido que no fue exclusivamente Cortés quien dejó testimonio de las guerras de conquista, aunque la historia decimonónica haya tratado de “cotejar” los “hechos” para “validarlos” como “reales”. Aquí radica el punto de quiebre con una historiografía que desmonte, y busque complejizar, los grandes mitos nacionales elaborados por la erudición criolla: debemos arrojar una mirada hermenéutica que indague las “posibilidades” y las razones que versan sobre el relato de la Conquista, y para ello tenemos acceso a un sinfín de obras para revisar y para encontrar los ejes que las estructuran, de las cuales quizá la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, sea la más socorrida debido a que trata de un soldado que reclamó décadas después, para sí y sus compañeros de armas, sus partes de la gloria bélica que Cortés quiso monopolizar.
El de Bernal es un recuento tan épico como el cortesano, pero sin duda menos grandilocuente, mucho más apegado a lo terrenal y a lo colectivo: él no acalla los méritos de Malintzin y de Aguilar, sin cuyas voces jamás habrían entendido los españoles el balance de poder en los territorios sobre los que avanzaban. Sobre todo, exalta a la mujer, no solo por su destreza de traductora, sino por su habilidad para abrir espacios y fomentar contactos, lo que hace de ella una pieza fundamental al lado de Cortés en el diseño de tácticas de conquista.
3. Palabras finales
La información plasmada en el corpus documental sobre la Conquista del Altiplano Central Mexicano no es igual en sus contenidos, pues las composiciones y sus códigos escriturarios, e incluso pictóricos (como el Lienzo de Tlaxcala, por citar un ejemplo) no permiten homologarlos. Los registros deben leerse como complejos interpretativos con intenciones específicas de las que sus autores podían beneficiarse para recomponer sus posiciones políticas, sociales y económicas en un orden convulso, del cual se desprende que una nueva labor historiográfica intente dar respuestas a las inquietudes que despiertan estos hechos, en la coyuntura de los 500 años. Seguramente estas labores nunca tendrán un cierre de elaboración definitiva y seguirán atrayendo numerosos acercamientos críticos que busquen dar sentido a las preocupaciones sociales contemporáneas por explicar el pasado, sin embargo, es una tarea urgente procurar revisar las nuevas posiciones sociales que se involucren en el tejido de otras miradas historiográficas que procuren hilar posiciones que detonen otras historicidades posibles, en un momento en el que nuestras sociedades latinoamericanas deben reconocerse plurales, multiculturales y con historicidades diversas.
Bibliografía
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Selección documental
Documento n° 1. Fuente: Cortés, Hernán (2013) Cartas de Relación. México, Porrúa, pp. 203-205.
Siendo ya de día hice apercibir toda la gente y llevar los tiros gruesos, y el día antes había yo mandado a Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado, y no diese combate hasta que yo llegase; y estando ya todos juntos y los bergantines apercibidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por un poco parte que estaba por ganar, y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto; y aviséles mucho que mirasen por Guatimucín y trabajasen de lo tomar a vida, porque en aquel punto cesaría la guerra. Y yo me subí encima de una azotea, y antes del combate hablé con algunos de aquellos principales de la ciudad, que conocía, y les dije qué era la causa por que su señor no quería venir; que, pues se veían en tanto extremo, que no diesen causa a que todos pereciesen, y que lo llamasen y no hubiese ningún temor; y dos de aquellos principales pareció que lo iban a llamar. Y desde a poco volvió con ellos uno de los más principales de todos aquellos, que se llamaba Ciguacoacín, y era el capitán y gobernador de todos ellos, y por su consejo se seguían todas las cosas de la guerra; y yo le mostré buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor; y al final me dijo que en ninguna manera el señor vendría ante mí, y antes quería por allá morir, y que a él pesaba mucho de esto; que hiciese yo lo que quisiese. Y como vi en esto su determinación, yo le dije que se volviese a los suyos y que él y ellos se aparejasen, porque los quería combatir y acabar de matar; y así; se fue. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas y los de la ciudad estaban todos encima de los muertos, y otros en el agua, y otro andaban nadando, y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían, que no bastaba juicio a pensar cómo lo podían sufrir; y no hacían sino salirse infinito número de hombre y mujeres y niños hacia nosotros. Y por darse prisa al salir, unos a otros se echaban al agua, y se ahogaban entre aquella multitud de muertos; que, según pareció, del agua salada de bebían, y de la hambre y mal olor, había dado tanta mortandad en ellos, que murieron más de cincuenta mil ánimas. Los cuerpos de las cuales, porque nosotros no alcanzásemos su necesidad, ni los echaban al agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque nosotros por la ciudad no lo viésemos; y así por aquellas calles en que estaban, hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies; y como la gente de la ciudad se salía a nosotros, yo había proveído que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que salían, que eran sin cuento. Y también dije a toso los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que salían; y no se puedo tanto estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quince mil ánimas; y en esto todavía los principales y gente de guerra de la ciudad, se estaban arrinconados y el algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, hice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos, para ver si se darían, porque más daño recibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algún daño. Y como tampoco esto aprovechaba, mandé soltar la escopeta, y en soltándola, luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban; otros que quedaban sin pelear se rindieron.
Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear. Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín que se dice Garci Holguín, llegó en pos de una canoa en la cual pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucín, y a aquel señor de Tacuba, y a otros principales que con él estaban; y luego el dicho capitán Garci Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual, como le hice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase. Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno; y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de San Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años.
Documento n° 2. Díaz del Castillo, Bernal (2017) Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. México, Editorial Porrúa, pp. 368-369.
Y desde que Cortés lo supo, luego despachó al capitán Luis Marín y a Francisco Verdugo que llamasen a Sandoval y a Holguín, así como venían en sus bergantines, sin más debatir y trajesen al Guatemuz y su mujer y familia con mucho acato, porque él determinaría cúyo era el prisionero y a quién se había de dar la honra de ello; y entretanto que le llamaron, mandó aparejar un estrado lo mejor que en aquella sazón se pudo haber con petates y mantas y asentaderos, y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí; y luego vino el Sandoval y Holguín con el Guatemuz, y le llevaron entrambos a dos capitanes ante Cortés y de que se vio delante de él le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó y le mostró mucho amor a él y a sus capitanes; y entonces el Guatemuz dijo a Cortés: “Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él.” Y esto cuando se lo decía lloraba muchas lágrimas y sollozos, y también lloraban otros grandes señores que consigo traía. Y Cortés le respondió con doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, muy amorosamente, y le dijo que por haber sido tan valiente y volver por su ciudad le tenía en mucho más su persona, y que no era digno de culpa ninguna, y que antes se le ha de tener a bien que a mal, y que lo que él quisiera era que, cuando iban de vencida, antes que más destruyéramos aquella ciudad ni hubiera tantas muertes de sus mexicanos, que viniera de paz y de su voluntad, y pues ya es pasado lo uno y lo otro, que no hay remedio ni enmienda en ello, y que descanse su corazón y de todos sus capitanes, y que él mandará a México y a sus provincias como de antes. Y Guatemuz y sus capitanes dijeron que lo tenían en merced.
Y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes señoras mujeres de otros capitanes que le habían dicho que venían con el Guatemuz, y e1 mismo Guatemuz respondió y dijo que había rogado a Gonzalo de Sandoval y a García Holguín que las dejasen estar en las canoas donde venían hasta ver lo que Malinche les mandaba. Y luego Cortés envió por ellas y a todos les mandó dar de comer lo mejor que en aquella sazón había en el real, y porque era tarde y comenzaba a llover, mandó Cortés que luego se fuesen a Coyoacán, y llevó consigo a Guatemuz y a toda su casa y familia y a muchos principales, y asimismo mandó a Pedro de A1varado y a Gonzalo de Sandoval y a los demás capitanes que cada uno fuese a su estancia, y real, y nosotros nos fuésemos a Tacuba, y Sandoval a Tepeaquilla, y Cortés a Coyoacán. Prendióse [a] Guatemuz y sus capitanes en trece de agosto, a hora de víspera, en día de Señor San Hipólito, año de mil quinientos veintiún años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen Santa María, su bendita madre. Amén.
Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta medianoche mucha más agua que otras veces. Y después que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera uno hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de tañerlas, y esto digo al propósito porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces unos capitanes mexicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en las calzadas; otros llamando a los de las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en las puentes; otros en hincar palizadas y abrir y ahondar las aberturas de agua y puentes y en hacer albarradas; otros en aderezar vara y flecha, y las mujeres en hacer piedras rollizas para tirar con las hondas; pues desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. Y de esta manera de noche y de día teníamos el mayor ruido, que no nos oíamos los unos a los otros, y después de preso el Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido; y por esta causa he dicho como si de antes estuviéramos en campanario.
Documento n° 3. Anónimo (1948) Anales de Tlatelolco. Unos anales históricos de la nación mexicana y Códice de Tlatelolco. México, Antigua Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, pp. 69-71.
Sólo desde el bergantín se les gritó que sería imposible abandonar a los tenochca. De este modo traspasaron la lucha también en contra de nosotros (literalmente: la levantaron entre nosotros). Después vinieron a ocupar Cuepopan y se luchó en Cozcaquauhco; allá mató Coyoueuetzin a cuatro (personas) a flechazos.
Después arribaron los barcos en Texopan. La batalla duró tres días y nos expulsaron de allá. Después llegamos al patio del templo y cuatro días se peleó allá. Después vinimos aquí a Yacacolco y allá los españoles llegaron al camino de Tlihuacan.
Entonces perecieron todos los habitantes de los pueblos, 2,000 hombres, y con ellos se aumento la gloria de los tlatelolca. En seguida nosotros los tlatelolca levantamos andamios de calaveras. Los andamios de calaveras se hallaron en tres lados; estuvieron levantados en el patio del templo. (El primero) en Tlillan (casa de la oscuridad). Allá se perforaron los cráneos de nuestros señores (para ensartarlos en el andamio de calaveras). Allá se colocaron también las banderas que habían sido conquistadas por el Tlacatécatl Ecatzin Tlapanécatl Popocatzin.
En el segundo lugar, en Yacacolco, se perforaron las cabezas de nuestros señores. Y dos cabezas de caballos en el tercer lugar, en Zacatlan, enfrente del templo de las mujeres. Estas fueron exclusivamente las proezas de los tlatelolca. Hecho esto nos expulsaron, vinieron y se empoderaron del mercado.
Fue entonces cuando el tlatelólcatl pereció, el gran tigre (guerrero), el gran jefe. Desde entonces la guerra se entendió, revolviendo todo. Fué también entonces cuando se batieron las mujeres de los tlatelolca, cuando asestaron golpes (a los enemigos) y cuando hicieron prisioneros; andaban vestidas con insignias de guerreros, alzaban sus faldas para poder perseguirles mejor.
Fue también entones cuando se levantó un dosel para el Capitán en el templo del mercado y que erigieron un trabuco para piedras.
Permanecieron allá diez días luchando en el templo del mercado. Así sucedió con nosotros; esto fue lo que vimos, lo que vivimos con asombro digno de lágrimas, digno de compasión, porque sufrimos dolores.
En los caminos yacían huesos rotos, cabellos revueltos, los (techos de las) casas están descubiertos, las viviendas están coloradas (de sangre), abundaban los gusanos en las calles. Los muros están manchados de sesos, el agua era como rojiza, como agua teñida. Así la bebimos. Hasta que bebimos agua salobre.
Y el agua que bebimos estaba llena de salitre (tequisquite). Bolas de barro labradas estaban (colocadas) encima del pozo, las guardábamos entre escudos, como tesoro preciado. Lo que estaba todavía vivo en alguna forma (se guardó) entre escudos, como si lo quisieran asar.
Selección de imágenes
Códice Florentino, Lib. XII, fol. 58 r. Disponible en: Biblioteca Digital Mundial.
Fuente: https://bit.ly/39UFBZ1.
- “Viajero: has llegado a la región Más transparente del aire” A. Reyes, Visión del Anáhuac (1519).↵