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Sociología de la creatividad amateur: los talleres literarios
y el escritor aficionado

Rodolfo Iuliano[1]

Introducción

El presente capítulo se ocupa del fenómeno de la reciente expansión de los talleres de escritura creativa en Argentina, centrándose en las experiencias de los escritores aficionados que asisten a los mismos. Esta tendencia expansiva contrasta, sin embargo, con la proliferación de datos y discursos alarmistas sobre la caída en la lectura y en las ventas de libros. En efecto, los datos de la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, publicada en 2017 por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina, muestran que si bien la lectura en general (libros, diarios, revistas y blogs, en papel o internet) se mantuvo estable, en lo que respecta a libros específicamente hubo un marcado descenso en la cantidad de personas que leyeron al menos un libro al año, pasando de 57% en 2013 al 44% en 2017 (Encuesta de Consumos Culturales, 2017). Al mismo tiempo, aunque poniendo el énfasis en aspectos económicos, la Cámara Argentina del Libro indicó respecto de la edición de libros que “la producción acumulada al tercer trimestre [de 2019] mostró un retroceso de 45 puntos porcentuales en la cantidad de ejemplares, respecto a al mismo período que en 2016. La tirada promedio de los lanzamientos editados por el sector comercial, pasó de 2700 ejemplares en 2016 a 1700 en 2019”. (Cámara Argentina del Libro, 2019).

Mientras se asienta el consenso sobre el descenso de la cantidad de lectores, diagnóstico que encuentra sus antecedentes en los programas ilustrados de promoción de la lectura en Francia en el siglo XX (Poulain, 2004; Mauger, 2004), y se enciende una alarma por la desaparición de la lectura y la crisis del libro se observa, sin embargo, un crecimiento de nuevas prácticas y modalidades de lectura y escritura, así como la proliferación de clubes de lectura, la emergencia de booktubers, tanto a escala local como global (García Canclini, 2015). En este contexto y en relación con el objeto del presente capítulo, tiene lugar la expansión de los talleres de lectura y escritura creativa, tal como aparece documentado en la gran cantidad de notas y suplementos especiales que dedican los diarios de mayor tirada.[2] Junto a los talleres particulares que funcionan en librerías, bares, bibliotecas, casas, centros culturales, se desarrollan otros talleres en ámbitos institucionales y universitarios.

Este interés en torno a la escritura literaria se expresa también en la incipiente creación de carreras universitarias de grado y posgrado orientadas específicamente a la formación de escritores, a diferencia de las tradicionales carreras de letras que apuntaban a la formación en docencia y crítica literaria.[3] Finalmente, y en la misma dirección, el mercado editorial se ha hecho eco del estado de situación descripto y, tanto las editoriales pequeñas como las pertenecientes a los grandes conglomerados concentrados, han detectado un potencial mercado de lectores al que orientaron la publicación de libros que abordan el tema de los talleres de escritura, como los de Silva Olazábal (2013), Villanueva (2015 y 2018) o Hecker (2019), entre otros.

Concomitantemente, el proceso de expansión de los talleres de escritura creativa ha sido acompañada por la emergencia de discursos de impugnación enunciados por críticos, escritores y por coordinadores de talleres. Así, el auge de los talleres literarios ocupa un lugar paradojal: a la vez que se reconoce su expansión, se desacreditan su eficacia y sus posibilidades creativas. En este sentido, el escritor británico Kureishi sostuvo “si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que no estás listo para escribir” (Clarín, 7/3/2014).

Por su parte, el escritor y coordinador Abelardo Castillo planteó que “los talleres literarios no sirven para nada [y] no hay mejor taller que la propia biblioteca de un escritor” (La Nación, 20/10/1996). Y en otro lugar, señaló que “para este año le he pedido a la gente de mi taller que traigan leído Los hermanos Karamazov. El que no ha leído Los hermanos Karamazov no entra en mi taller. Si después de unos años usted no tiene espacio espiritual suficiente para que quepan los Karamazov en su cabeza, no entra a mi taller” (Castillo en Villanueva, 2018: 20). Por su parte, Gudiño Kiefer señaló las limitaciones de las producciones de quienes participan de talleres de escritura diciendo que “la prueba son los trabajos que llegan a los concursos. Han mejorado mucho y se nota el aprendizaje de la técnica, sobre todo en los concursos de cuento. De todos modos, la corrección es regla y otra cosa es convertirse en escritor. De lo correcto a lo literario hay una distancia enorme” (La Nación, 20/10/1996).

Tomando esto en cuenta, este trabajo se enfoca en una serie de experiencias escriturarias que aparecen desdibujadas y desenfocadas a la luz de estos imperativos y moralidades que, con diferentes modulaciones, resuenan en los mundos literarios. Para ello, en primer lugar, se hará referencia a algunos antecedentes relevantes de los actuales talleres de escritura. Asimismo, se delineará la perspectiva conceptual que estructura el trabajo a partir de las categorías de amateur, creatividad y dispositivo. Luego, se describirá y se analizará la experiencia de un taller de lectura y escritura creativa que tuvo lugar durante el año 2017. Para concluir, se reflexionará acerca de las posibilidades de descubrimiento de un abordaje sociológico capaz de tomar en serio los imperativos estéticos y morales que estructuran a los mundos literarios, para reconstruir y visibilizar a los actores, las acciones y las producciones que quedan por fuera de esas fronteras normativas y de reconocimiento.

Talleres, amateurs y creatividad

Como se ha mostrado en el apartado anterior, el interés por la escritura creativa se ha materializado en una expansión reciente de los talleres orientados a tal propósito. Sin embargo, es posible señalar que en la historia argentina han tenido lugar experiencias y configuraciones previas analogables a los actuales talleres.

Las reuniones de escritores y aspirantes a escritor en los cafés de Buenos Aires donde se leían borradores y se discutía sobre literatura han sido referidas como antecedentes por algunos de sus protagonistas. Se ha interpretado, a su vez, la emergencia de espacios privados de trabajo como una estrategia de repliegue frente a las políticas represivas de la dictadura del general Onganía y, especialmente, del golpe de estado de 1976 en Argentina. De este modo, la conformación de talleres literarios en la esfera privada habría contribuido al sostenimiento de las interacciones creativas representando, al mismo tiempo, una nueva fuente de ingreso para sus coordinadores frente a la persecución y expulsión de sus puestos laborales en cátedras o medios gráficos (Hecker, 2019, pp. 64-66).

Ahora bien, dejando atrás estos encuentros precursores y fundacionales, y observando de conjunto las experiencias contemporáneas donde se estabiliza el dispositivo del taller, se distinguen dos configuraciones u orientaciones claramente definidas: por un lado, las experiencias donde una figura de escritor ya consumado y reconocido, un “maestro”,[4] selecciona y acepta (o no) a los participantes del taller, estableciéndose una relación discipular a partir de la lectura y relectura de sus producciones; y por otro lado, las experiencias donde un “profesor” de literatura, de comunicación u otra disciplina coordina un grupo movilizando saberes didácticos, en base a consignas y ejercicios de escritura. Si bien estas orientaciones no son excluyentes y existen vasos comunicantes e hibridaciones entre ambas, algunos referentes de la primera orientación han sido Abelardo Castillo, Hebe Uhart, Alberto Laiseca, Liliana Hecker, Alicia Steinbeck y Mario Levrero. Por otro lado, es posible agrupar a un conjunto de talleres que se emparentan con la experiencia, también pionera, del grupo Grafein (Tobelem, 1994), conformado en los años 70 en oposición a las modalidades de enseñanza de la escritura en salones literarios pagos, a cargo de escritores reconocidos. Como sostiene Bas “nació como un taller de escritura experimental desde la cátedra de Literatura Latinoamericana que creó y encabezó Noé Jitrik en la Facultad de Filosofía y Letras en el año 1974. Elegir el nombre fue una ardua tarea que compensó el orgullo de encontrarlo como una inventio colectiva. Fue elegido especialmente por ser la primera persona del verbo “escribir” en griego, grafo; es decir grafein significa ‘yo escribo’, y esa primera persona sonó a la reafirmación, al desafío de un yo que puede escribir” (Bas, 2015).

Es posible encontrar afinidades entre muchos talleres que se dictan en la actualidad y el modelo experimental tematizado por el grupo Grafein, donde la práctica y la conceptualización giran alrededor de dos premisas: la posibilidad de transmitir competencias en escritura creativa y la puesta en suspenso del juicio estético respecto de las producciones de los asistentes, para concentrar la atención en los textos propiamente. La dinámica de taller se orienta, entonces, en base a lecturas y consignas dispuestas por el coordinador, denominadas “ayudamemorias”. (Alvarado, Rodríguez y Tobelem, 1981; Bas, 2015).

La bibliografía de investigación empírica en torno a las prácticas de enseñanza y aprendizaje de la escritura ha atendido sólo muy parcialmente a las experiencias desarrolladas en los talleres de escritura creativa orientados al público en general (Riveiro, 2015) centrándose mayormente en temáticas relacionadas con la estimulación de la creatividad entre estudiantes (Alvarez Rodriguez, 2009; Sardi y Andino, 2016; Labarthe y Herrera Vasquez, 2017) o con la producción de competencias escriturarias asociadas a los procesos de alfabetización y al sistema educativo formal, en sus niveles inicial, medio[5] y superior (Molina Natera, 2014; Núñez, 2014; Montserrat Casteló, 2014; Navarro, 2017).

Tomando en cuenta esta vacancia, los sujetos de la presente investigación son los aficionados a la lectura y la escritura que participan de talleres de escritura creativa, y que son conceptualizados aquí como escritores “amateurs”, siguiendo la inspiradora perspectiva que desarrollara Hennion (2002) para referirse a los amantes de la música, y más recientemente, de los vinos, las drogas y otros objetos que los involucran (Gomart y Hennion, 1999).

Interesan, entonces, los dos sentidos preponderantes de la categoría: “amateur” como “no profesional” en el ejercicio de una actividad y como “aficionado” en su apropiación. En efecto, el primer sentido remite al uso corriente y apunta a los actores que desarrollan una actividad que no representa su principal fuente de sustento o de desarrollo personal; en cambio, el segundo, de reciente elaboración sociológica como se mencionó más arriba, retoma el valor etimológico que asimila la categoría al sentimiento de “amor” por una actividad u objeto, para mostrar cómo en el encuentro entre el amateur y su objeto de pasión se producen formas de vinculación y mediación donde ambos se encuentran enlazados (Hennion, 2002 y 2010).

Por último, y tomando en cuenta los emergentes empíricos del caso estudiado, además de conceptualizar a los protagonistas de la investigación como sujetos capaces de vincularse apasionadamente con la escritura desde su posición aficionada, es preciso poner de relieve la dimensión de la creatividad que despliegan en el marco del taller, tanto en lo que respecta a las acciones escriturarias, como a las disposiciones lectoras.

Cabe señalar entonces que, en consonancia con las transformaciones de capitalismo posindustrial, la creatividad deja de ser un fenómeno asociado exclusivamente a las bellas artes, para ser analizado en otras esferas sociales como la economía y la ciencia (Zarlenga, 2015). Como sostiene el autor, uno de los primeros trabajos sociológicos sobre la creatividad es el desarrollado por Georg Simmel, quien sugiere que la creatividad no radica ni en la obra y en el autor, sino que sería una propiedad del estilo de una época, que hace posible que sean varios los autores entendidos como creativos. En la actualidad el estudio de la creatividad artística y cultural se desarrolla en base a dos grandes orientaciones: por un lado, la perspectiva de la cooperación que, siguiendo la apuesta teórica de Howard Becker, asume la importancia de pensar la creatividad como un elemento de una red colaborativa de producción estética; y por otro lado, la del conflicto, la cual siguiendo a Pierre Bourdieu interpreta las tomas de posición estéticas y la producción cultural como luchas en un campo relativamente autónomo. Algunos autores (Farrell 2001, en Zarlenga 2015), han puesto el acento en las redes de sociabilidad como plataformas para la emergencia de la creatividad, donde los “círculos creativos” basados en relaciones de amistad jugarían un papel preponderante en la creación, apoyándose en visiones compartidas.

El presente trabajo estudia, entonces, las interacciones y formas cooperativas desplegadas por un grupo de escritores amateurs, las cuales no configuran un círculo creativo ni aspiran a entrar en disputa en un campo específico sino que, como se mostrará en el apartado siguiente, detonan y despliegan su creatividad a partir de la vinculación apasionada con la escritura, a través del agenciamiento mediador y lo que “hace hacer” el taller entendido como un dispositivo (Gomart y Hennion, 1999).

Lectura, escritura y operaciones críticas en un taller de escritura creativa

El apartado que sigue recoge la observación y análisis desarrollada a partir de un taller de lectura y escritura creativa que tuvo lugar en 2017. Su diseño y coordinación estuvo a cargo de un Prof. de Letras formado en la FaHCE-UNLP, quien estuvo acompañado por una tutora. Los participantes fueron personas mayores de cincuenta años, en actividad o jubiladas.[6] La modalidad de trabajo fue a distancia, a través de una plataforma de Moodle dispuesta por la institución a tal fin, donde se alojaron los materiales de lectura literaria, las intervenciones y creaciones de los propios participantes.

El taller comenzó con las presentaciones de todos los participantes. Luego el docente presentó el programa y la dinámica de trabajo, que implicaba un plan de lectura de textos literarios acompañados por claves interpretativas elaboradas por el docente, a partir de las cuales los participantes podían compartir sus comentarios. A su vez, el indicó diferentes consignas vinculadas a la bibliografía leída, para que los participantes escriban sus propias ficciones. Por último, se compartieron esas producciones para la lectura y comentario colectivo.

Una de las primeras intervenciones fue la de Luisa, quien compartió la siguiente cita de El placer de vagabundear de Roberto Arlt, uno de los trabajos propuestos para la lectura en el taller: “Y sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y callejeo”. A propósito de su lectura de dicho fragmento, Luisa manifestó “Tanto me hizo levantar la vista y reflexionar,[7] que lo copié y lo publiqué en mi muro de Facebook… su vigencia fue lo que me impresionó” (Luisa, 2/5/2017, 03:03 de la mañana). A partir de allí, otra participante propuso armar una sección específica donde reunir los fragmentos que hacen “levantar la vista y reflexionar”. El coordinador habilitó, entonces, un foro específico llamado “Fragmentos imprescindibles”.

En otra ocasión, Cristina compartió el siguiente fragmento de El Cesante de Ramón de Mesonero Romanos leído en el taller: “Yo quisiera saber qué se hace un hombre cuando le sobra la vida…”, explicando que la frase “me conmovió por lo que encierra en tan apretada síntesis: una pregunta existencial, un sentimiento angustiante y la capacidad de transmitir acabadamente la situación de un hombre que ha dedicado su vida al trabajo y es despedido sin motivo y sin aviso. Me parece que es una frase bella a pesar de lo dramático que encierra” (Cristina, 2 de mayo de 2017, 08:02).

En otra ocasión, y habiendo transcurrido un mes desde el comienzo del taller, otro participante comentó en referencia a su lectura de Hombre en el mar de Rubem Braga “ese hombre nadando en el mar, me recordó algo similar en un ámbito similar y que despertó en mi la imaginación de razones, objetivos y vivencias del hombre al decidir nadar, al hacerlo, y lograrlo. Será por mi limitación intelectual en el tema de este curso, o porque mi objetivo es lograr ‘calentar la mano’ para comenzar a escribir, lo que sí percibo es que está direccionado sutilmente a decirnos que es posible y que no se necesita andar con sofisticaciones ni con grandes investigaciones para lograrlo. La sutileza radica en que mostrando como lo hacen los que lo lograron de esa manera limpia de dudas y temor a la dificultad mi intención de escribir algo” (Rubén, 2/6/2017, 20:51).

Como es posible observar a partir de estos testimonios, la lectura es una experiencia transversal a la práctica escrituraria. Lectura y escritura se encuentran enlazadas: la lectura reflexiva detona la escritura, y lo hace a través del involucramiento corporal. Levantar la vista del texto conduce a una elaboración creativa, a una práctica, a partir de lo leído. En una dirección similar, la lectura interpela en un plano emocional, conmueve al lector por sus contenidos existenciales. Sin embargo, el énfasis del comentario subraya un aspecto formal de la construcción textual “es una frase bella a pesar de lo dramático que encierra”, mostrando que junto a la experiencia sensible es posible ejecutar un juicio estético. Al mismo tiempo, en la lectura se confirma una urgencia por la escritura, que activa un modo de lectura relacionado con la necesidad de “calentar la mano”, con la avidez por la escritura a un mes de comenzado el taller.

La operación de lectura llevada a cabo por estos escritores aficionadas ha implicado el despliegue de un conjunto de actividades desarrolladas a partir de la consigna propuesta por el coordinador del taller, como la selección de determinados fragmentos textuales, la elaboración de una justificación del sentido subjetivo y literario de la misma, e incluso la puesta en acto de un sistema de jerarquización de aquello que merece ser compartido con los colegas del taller y con los contactos de Facebook. Se trata de una densa actividad crítica desarrollada a partir de los comentarios en el aula virtual y en las redes sociales. Estas intervenciones son, en términos materiales, prácticas de escritura y de producción textual, de modo que el taller opera como un dispositivo que incita a la escritura como forma de elaboración de un juicio estético y de la creación literaria. La mediación técnica de la modalidad virtual del taller solicita a los participantes una acción escrituraria tanto para compartir una interpretación como para intervenir en un debate.

Otro aspecto a destacar a partir de estas observaciones, es que los escritores aficionados no solamente despliegan procesos creativos cuando leen, cuando hacen crítica literaria y cuando escriben, sino también cuando componen y erigen su propia posición sobre la actividad que desarrollan, es decir, cuando toman la palabra para asumir y elaborar sus propias conceptualizaciones acerca del proceso creativo y la creatividad. Como manifestó Rubén respecto del proceso creativo “La musa inspiradora no existe, porque cualquier cosa puede ser descripta […], todo depende de la forma, el espíritu, y la conciencia de que alguien lo va a leer y en ese alguien hay que generar una reacción”. A lo cual Ester respondió “cuando leí acerca del proceso creativo y los estudios que se realizan sobre manuscritos y borradores de los escritores, los cuales reafirman la idea de que la escritura es un trabajo, recordé la frase que se atribuye a Picasso: ‘la inspiración existe pero debe encontrarte trabajando’”. Entonces Rubén contestó “en mi opinión, la inspiración, no es fruto del trabajo, sino que es la forma que definimos esa ‘forma que le salen las cosas’ al escrito”. Finalmente, Ester dijo “considero que el proceso creativo, a partir de una idea, implica un trabajo de lectura, relectura, elaboración de borradores, corrección, desechar material, emplear un tiempo variable y a todo eso poner el cuerpo. Creo que son todas condiciones que hacen al oficio de escritor.”

Esta controversia sobre la naturaleza de la creatividad da cuenta que no se trata de una preocupación que monopolizan los investigadores académicos, los coordinadores de talleres o los escritores profesionales, sino que los propios escritores aficionados toman posición al respecto, ofreciendo argumentos, justificaciones y pruebas acerca de su perspectiva sobre el proceso creativo.

Para concluir la presente sección, es preciso señalar que las interacciones lectoras y críticas desarrolladas en el marco del taller se materializaron en textos ficcionales escritos por los participantes. Las consignas definidas por el profesor indicaban la elaboración de trabajos escritos en torno a los ejes que estructuraron las lecturas: el costumbrismo y el escrito realista, por un lado; y las reescrituras en tanto género literario por el otro. Las producciones de los escritores aficionados recorrieron diversos temas y registros, los cuales es imposible desplegar aquí por cuestiones de espacio. Sin embargo, vale la pena retomar una de las intervenciones de Rubén al momento de compartir su trabajo: “Fiel a mi estilo, y para aprovechar unos días de reposo gripal, redacté algo, que, con una trampita sobre la ventana, espero que resulte útil para mi intención de escribir. Les aclaro que soy de escribir ligero, y pensar continuamente para atrás y para adelante sobre el texto, y, lo que no es muy bueno, no me gusta revisar mucho lo que escribí” (Rubén, 6/6/2017, 19:16).

Lectura, escritura y operaciones críticas se despliegan, entonces, a través de las diferentes instancias mediadoras que constituyen el dispositivo del taller, donde se enlazan bibliografías, PDFs y lectores; coordinadores, consignas y escritores; tutores, foros y controversias; personas y computadoras, en un proceso que conforma a la figura del escritor amateur y a sus formas de creatividad.

Consideraciones finales

El presente capítulo se ha interrogado, desde la perspectiva de las ciencias sociales, acerca de la experiencia creativa de los aficionados a la escritura a partir del estudio empírico de un taller en particular, inscribiendo esta experiencia en el proceso más amplio de expansión de los talleres literarios que tiene lugar en las últimas décadas en Argentina. A diferencia de un vasto campo de indagaciones y publicaciones de amplio desarrollo en el ámbito local, la inquietud por el proceso de aprendizaje y ejecución escriturarias no se enfocó en el sistema escolar ni en los procesos de alfabetización. En cambio, apunto al estudio de los deseos expresivos y los proyectos de creación literaria de un conjunto de escritores aficionados y en el modo en que se vinculan con las formas de habilitación de la escritura creativa que moviliza el dispositivo del taller.

Al mismo tiempo, a partir de un recorrido por las representaciones que circulan en los mundos culturales y literarios acerca de los talleres de escritura creativa, tal como las refieren escritores profesionales, coordinadores de talleres, críticos y editores de suplementos culturales, entre otros, fue posible observar que las mismas se encuentran connotadas de forma ambivalente. Así, el auge de los talleres de escritura creativa en tanto salidas laborales para egresados de carreras universitarias de letras, escritores que no viven de sus publicaciones o escritores consagrados que devienen “maestros”, gozan de una visibilidad y una legitimidad que son inversamente proporcionales a las concedidas a los escritores aficionados que frecuentan dichos talleres (y a sus producciones). Se establece un consenso negativo que, sin ser absoluto, postula que los talleres no producen escritores ni promueven la creatividad. Un consenso que no pareciera extenderse a otros mundos del arte como la pintura, la música o la fotografía, donde las instancias de formación, entrenamiento y aprendizaje son percibidas como mediaciones capaces promover la creación.

Estas representaciones se constituyen en evaluaciones estéticas y morales, ancladas en diferentes parámetros de la crítica o el canon literarios que establecen criterios para discernir si una producción puede considerarse una “obra” con valor estético, y si una persona aficionada a la escritura puede ser considerado un “escritor”. Se configuran, de este modo, una serie de imperativos relacionados con formas apropiadas de lectura, sacrificiales y abnegadas, como condición de posibilidad para la emergencia de un escritor. Una ética basada en una metafísica de la formación del escritor a través de la lectura, que nunca aparece operacionalizada en estos imaginarios legítimos y legitimantes.

Las consideraciones expuestas han procurado apoyarse en una serie de operaciones de descentramiento y relativización respecto de estos acuerdos normativos, a fin de acceder a una de las dimensiones más fuertemente invisibilizadas por la mirada esteticista acerca de las experiencias de los talleres de escritura, es decir, a fin de acceder a la dimensión creativa de las prácticas y las producciones de los escritores amateur.[8] En este sentido, a partir de la reconstrucción de las prácticas lectoras, críticas y escriturarias de los asistentes a los talleres se puso en evidencia su condición de escritores, frecuentemente denegada desde las perspectivas morales y esteticistas que asimilan de forma reduccionista y legitimista toda figura de escritor a la del escritor profesional que centra su trayecto vital en la tarea escrituraria, sea o no la escritura y venta de libros su principal fuente de sustento (Lahire, 2010). En cambio, aquí se ha puesto de relieve la configuración de categorías alternativas de escritor, donde la experiencia de escritura no precisa enunciarse en términos morales, existenciales o totalizadores, para ser vivida por los protagonistas como significativa, creativa, placentera y subjetivante. Son estas experiencias y subjetividades las que aquí han sido conceptualizadas en base a la categoría del escritor aficionado o amateur.

Por último, el capítulo se interrogó por la relación entre las prácticas escriturarias, el despliegue de la creatividad y la agencia del taller en tanto instancia material de mediación. En ese sentido, se puso de relieve la productividad de conceptualizar al taller de escritura como un dispositivo, como un espacio de habilitación de la creatividad y la inspiración a partir de la activación y movilización de las instancias materiales que lo constituyen como las tecnologías digitales, los saberes didácticos, los profesores, tutores y escritores, entre otros. Si bien esta línea de indagación aparece enunciada aquí de manera incipiente y forma parte de una agenda de trabajo para futuras investigaciones, es posible considerarla como un horizonte analítico y metodológico sugerente para el estudio del despliegue de las experiencias creativas entendidas como ensamblados de entidades humanas y no humanas (Latour, 2008) que se co-constituyen en el proceso creativo mismo y que, para el objeto de investigación aquí estudiado, asumen la forma de computadoras, profesores, pdfs, html, escritores, videos, posteos, tutores, chats, foros, aulas virtuales, entre otros.

Fuentes

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  1. IdIHCS, UNLP, CONICET.
  2. Algunos ejemplos son Gigena (10/2/2016), Chueke Perles (2/7/2018), Kohan (19/7/2018), Ruiz (20/7/2018), Eterna Cadencia (2019), Pruneda Paz (25/9/2019).
  3. Como es el caso de la “Licenciatura en Artes de la Escritura”, dictada en la Universidad Nacional de las Artes desde 2016 y la “Maestría en Escritura Creativa” de la Universidad Nacional de Tres de Febrero desde 2013.
  4. Se adopta aquí esta categoría a partir del título del trabajo de investigación desarrollado por Liliana Villanueva “Maestros de la escritura” (Villanueva, 2018).
  5. La presentación detallada de la vasta literatura especializada en escritura y alfabetización excede los objetivos del presente trabajo, pero por su carácter pionero y orientador de muchas líneas de investigación en Latinoamérica, cabe hacer referencia a la obra de la Dra. Emilia Ferreiro y equipo, y más recientemente, a los trabajos de la Dra. Mirta Castedo y equipo.
  6. Los nombres del profesor y de los participantes serán modificados para preservar su identidad. Agradecemos al profesor del taller la autorización para el desarrollo de la investigación empírica, así como los comentarios y sugerencias a los borradores del presente texto.
  7. La cursiva es nuestra. En una de sus intervenciones en video, procurando discutir los imaginarios literarios románticos del lector pasivo y del escritor inspirado, el profesor había compartido una reflexión de Barthes sobre la modalidad de lectura que hace “levantar la cabeza”, una forma de lectura activa donde el pensamiento y la elaboración del sujeto irrumpen en la lectura del texto y se expresan/se producen en ese movimiento corporal.
  8. Que es posible interpretar en el contexto de una tendencia generalizada entre los sectores medios de estetización de la propia vida a partir de prácticas y consumo, en el contexto del capitalismo posindustrial, tal lo muestra el crecimiento en la inscripción a talleres estéticos y expresivos durante los últimos años (Encuesta de consumos culturales, 2017).


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